L a aprobación en 1983 de la Ley de Reforma Universitaria creó en JAVIER TUSELL España un nuevo marco legal para la enseñanza superior, que sólo en las últimas semanas ha parecido poder modificarse. En efecto, ha sido el propio Ministro de Educación y Ciencia, Javier Solana, quien ha planteado esta posibilidad en un Consejo de Universidades y se ha dedicado otra sesión plenaria del mismo, a mediados del pasado mes de diciembre, a tratar de la cuestión. Es obvio que es al Gobierno al que le toca tomar la iniciativa al respecto, puesto que las facultades del Consejo de Universidades son puramente consultivas y ni siquiera llega a acuerdos que sean el resultado de una discusión espontánea, sino que se produce mediante la expresión de la opinión sucesiva de cada uno de sus miembros ante las propuestas ministeriales. Como es sabido, ha habido algunos proyectos de modificación de esta ley por parte de la oposición que nunca han tenido la más mínima posibilidad de convertirse en realidad. Si está, pues, planteada la cuestión de una posible reforma de la LRU, hay que partir de los cambios que su aplicación o el simple paso del tiempo ha podido suponer para la enseñanza universitaria. Hay que partir de la base de que la LRU era una necesidad imperiosa a la altura de la fecha de su promulgación, puesto que la interinidad en que vivía la Universidad española resultaba a todas luces excesiva. Los proyectos de reforma o de autonomía elaborados en la etapa gubernamental de la UCD fracasaron por imposibilidad de ponerse de acuerdo con la oposición o por haber provocado la división en el propio partido gobernante. Cuando llegó al poder el PSOE, era todavía «La LRU era una necesidad posible que se plantearan como viables algunas de las fórmulas que en el pasado habían caracterizado la oposición imperiosa a la altura de la fecha del profesorado no numerario de universidad de izquierdas, de su promulgación (1983), como, por ejemplo, la libre contratación laboral del puesto que la interinidad en que profesorado por parte de las Universidades. Había, además, propuestas demagógicas respecto de la participación de vivíala Universidad española estamentos no docentes en la dirección de la vida resultaba a todas luces excesiva, universitaria. El primer aspecto positivo de la LRU ha sido su ya que todos los proyectos de mera existencia; y el segundo, como tantas veces sucede en los juicios acerca de la gestión gubernamental socialista, que ha reforma o de autonomía resultado bastante mejor de lo que podía pensarse, atendiendo elaborados en la etapa de UCD a cuáles eran los planteamientos que dicho partido había habían fracasado.» hecho con anterioridad. Pero eso no es mucho. En realidad, no cabe esperar de una ley que por sí misma produzca la reforma de la Universidad, ni ése era el propósito que esta ley perseguía. Lo que la LRU ha hecho en la Educación superior española ha sido lo que hicieron otras disposiciones semejantes en otros países europeos en torno a los años setenta: consolidar un profesorado que hasta entonces no era estable y crear algunas nuevas formas de participación a las que ha ido adaptándose la Universidad con el paso del tiempo. Ahora, pasada casi una década, la enseñanza universitaria española ha experimentado cambios importantes, sean o no producto de la propia LRU, que es posible recoger con brevedad. Sin duda, la Universidad, sin tener el grado de autonomía que tienen las instituciones de otras latitudes, ha prosperado considerablemente en este terreno respecto de la gestión, en el terreno económico, y desde el punto de vista pedagógico y en la elaboración de sus propios programas docentes. Esa es ya una adquisición definitiva que, como la de la mayor flexibilidad, es muy positiva. El aprendizaje de la democracia lo ha sido bastante menos porque ha convertido a las universidades, facultades y departamentos en cuerpos colectivos que, por otorgarse a sí mismos una condición seudoparlamenta-ria, han resultado de muy complicada gestión. Con todo, en la práctica, al haber quedado la actividad universitaria centrada en el departamento y relegada a una porción del profesorado, prácticamente profesionalizado en ella, la gestión de los órganos superiores, en realidad la vida universitaria corporativa ha tendido a simplificarse para la mayor parte del profesorado. La Universidad, en segundo lugar, ha crecido y nada parece que pueda hacer detenerse este proceso: seguirá haciéndolo en el futuro mediante enseñanzas cada vez más diversificadas. Si en la actualidad tenemos 1.200.000 estudiantes universitarios, es más que probable que la cifra siga aumentando sin que sea posible determinar un techo. En tercer lugar, un rasgo patente de nuestra Universidad desde la aprobación de la LRU es el incremento de los presupuestos destinados a la investigación, que, afortunadamente, distan ya mucho de los de hace dos décadas; éste es uno de los rasgos más evidentemente positivos de la Universidad española actual. También lo es, desde el punto de vista del redactor de este artículo, el hecho de que por vez primera hayan aparecido criterios de calidad en la valoración (y en el sueldo) del profesorado universitario, aunque resulte mucho más dudoso que esos criterios hayan sido aplicados correctamente. El reto del futuro de la Universidad española es el de la calidad. Ya hace unos años señalaba Víctor Pérez Díaz que una de las cuestiones que España se debía plantear de manera sincera para el porvenir era la relativa a la Universidad que quería para sus jóvenes. La aparición de las universidades privadas, mucho más que la competencia entre las públicas y las actitudes de las generaciones más jóvenes sobre todo en determinados tipos de estudio, convierten a la exigencia de calidad en una cuestión central en la vida universitaria actual. Lo curioso del caso es que ha sido muy cicatera la «Lo que la LR U ha hecho en la Educación superior española ha sido consolidar un profesorado que hasta entonces no era estable y crear nuevas formas de participación a las que ha ido adaptándosela Universidad con el paso del tiempo.» generosidad del Estado a la hora de aceptar la creación de centros de carácter privado y que la supuesta competencia entre las Universidades públicas es, por el momento, algo mucho más teórico que real. Desde ese punto de vista, con el objetivo puesto en la calidad de la Universidad futura, ha de plantearse la reforma de la LRU. Hay que empezar por señalar los límites en el funcionamiento de una buena parte de los órganos creados por dicha Ley, muchos de los cuales han tenido un funcionamiento modesto o nulo. Los Consejos Sociales estaban pensados como instrumentos de participación de la sociedad en la vida universitaria, pero la realidad es que no han funcionado como tales. En realidad, llevan una vida vegetativa, sin prestar ayuda a la Universidad en el mejor de los casos y trasladando a ella conflictos en el peor de ellos. Ni la sociedad civil española está espontáneamente organizada ni tiene el suficiente interés por la Universidad. Una forma por la que se podría mejorar el funcionamiento de estas instituciones podría ser que dependieran mucho más de la propia Universidad: en la actualidad, los presidentes de los Consejos Sociales son nombrados por el Ministerio con tan sólo el previo trámite de audiencia a los rectores; una situación como ésa no facilita mucho la colaboración o la esperanza de que aporten recursos o ideas. En segundo lugar, los Institutos Universitarios no han cambiado el panorama de la investigación española porque no han tenido como consecuencia la multiplicación de las unidades de investigación, sino que han cubierto con un ropaje nuevo lo que de hecho ya existía. La gestación de los Institutos es demasiado complicada y además por la forma en que se lleva a cabo, concluye por ser una especie de Departamento o la prolongación de uno de ellos. Lo lógico sería que los Institutos Universitarios fueran producto de iniciativas no departamentales y no tuvieran que pasar por el filtro de una Universidad, sino que pudieran nacer por asociación de profesores de una misma especialidad debidamente evaluados por una Comisión nacional. El tercer órgano que no funciona debidamente es el Consejo de Universidades. En realidad, hay que partir de la base de que se trata de algo muy diferente a los otros Consejos creados por la democracia española: no tiene competencias disciplinares ni ejecutivas como el del «La Universidad ha crecido y Poder Judicial o de control como el de RTVE. Se trata, de nada parece que pueda hacer hecho, de un instrumento peculiar para que el Ministerio se evite dificultades, conozca la posición de los rectores, lime detenerse este proceso: seguirá asperezas y tantee posibles disposiciones legales en germen; haciéndolo en el futuro mediante para sus miembros, la única utilidad del Consejo es recibir enseñanzas cada vez más información y poder llevar a cabo algún tipo de presión, no organizada pero sí colectiva, sobre las autoridades diversificadas. Si en la ministeriales. El Consejo cumple una misión con escaso costo, actualidad tenemos 1.200.000 pero se le podía sacar mucho mayor partido: bastaría que cada estudiantes universitarios, es dos años, por ejemplo, publicara un informe crítico sobre el estado de la Universidad española. Las críticas de la más que probable que la cifra oposición que le reducen a un papel de mero comparsa siga aumentando.» ministerial parecen, con todo, muy exageradas. Además, y sobre todo, hay que tener en cuenta que cualquier candidato a tener una responsabilidad ministerial tendrá que habérselas con quienes forman parte del Consejo de Universidades, sean rectores o no. Mas que hacerlo desaparecer u olvidarlo, lo que debiera hacerse es potenciar este organismo. Ha sido respecto del profesorado universitario donde han sido más frecuentes las protestas respecto de la LRU. Hay ya un profesorado nuevo que ha obtenido su plaza estable para el resto de su vida por un procedimiento tan poco selectivo como el de declararlo «idóneo»; aunque exista una generalizada conciencia de que eso fue un error parece que ya la cuestión no tiene remedio. Pero lo grave es que, en general, la LRU ha fracasado en el diseño de un tipo de profesorado nuevo adaptado a una Universidad en crecimiento. En efecto, así se aprecia con sólo pasar revista a los tipos de profesorado imaginados por dicha disposición oficial. Los «La aparición de las «asociados» querían ser unos profesionales que, en virtud de universidades privadas, mucho su prestigio, merecían un puesto en la docencia universitaria más que la competencia entre las sin perder por eso su dedicación principal a otras actividades; públicas, y las actitudes de las en realidad lo que ha sucedido es que se han convertido en una figura peculiar que acoge a cualquier tipo de profesor generaciones más jóvenes, sobre que no reúne las condiciones para figurar en las otras todo en determinados tipos de categorías. A los ayudantes se les quiso dar una movilidad muy grande, poniéndoles, además, unos plazos muy cortos de estudios, convierten a la permanencia en su puesto; en realidad, esta fórmula se ha exigencia de calidad en una demostrado poco realista. Los titulares de Universidad han cuestión central en la vida sido seleccionados mediante tribunales formados por cinco universitaria actual, el reto del miembros de los que dos son de la misma Universidad en que se convoca la plaza; esto ha tenido como consecuencia que la futuro.» competencia para el logro de esos puestos estables en la docencia universitaria se haya reducido al mínimo, hasta el punto de que más del 90 por 100 de esos puestos acaban siendo otorgados a los candidatos «encasillados» por el propio Departamento. Con los Catedráticos no ha surgido ningún problema grave por el momento, pero ya se divisa en lontananza al haber muchos titulares que pueden aspirar a esos puestos y estar sujeta la composición de los tribunales de selección a unos criterios semejantes a los de los titulares. En el presente estado de cosas, lo más probable es que una modificación de la LRU tal como la está imaginando el Ministerio de Educación se ciña al profesorado y procure el mínimo de retoques posible. Es probable que a los ayudantes se les prolongue la etapa de permanencia en la Universidad y que se trate de volver al propósito originario respecto de los profesores asociados; también lo es que se cree un tipo de profesorado contratado por la Universidad, barato y poco cualificado, semejante al encargado de curso de antaño. A estas modificaciones habrá que sumar también alguna otra respecto de la composición de los tribunales de selección de los profesores titulares: es mucho más probable en el momento actual que se limite a consistir en la reducción a tan sólo una persona de los miembros del tribunal del propio Departamento. Parecería más conve«Tampoco funciona niente, sin embargo, que se pensara en un sistema de selección estatal con posterior adscripción por parte de la Uni- debidamente el Consejo de versidad de quienes hubieran logrado esa habilitación previa; Universidades. Se trata, de pero esa fórmula, que el Ministerio aceptaría, entra en hecho, de un instrumento conflicto con el criterio de las Universidades celosas de mantener una autonomía, que, por otro lado, ellas mismas peculiar para que el Ministerio saben que concluye en endogamia. La cuestión de la selección se evite dificultades, conozca la estatal de los catedráticos está también planteada, pero es posición de los rectores, lime dudoso que se llegue a producir una modificación de la asperezas y tantee posibles legalidad vigente. En conclusión, si la reforma de la LRU está ya planteada y disposiciones legales en va a producirse de modo inevitable, eso no quiere decir, sin germen.» embargo, que vaya a tener como resultado un cambio profundo del texto aprobado en 1983. La voluntad ministerial parece consistir en producir tan sólo leves retoques. Esto le parece al autor del presente artículo un error. Los que se cometieron al redactar la citada ley fueron evitables e innecesarios; los que ahora pueden producirse lo serán doblemente si la acción reformadora consiste en tan sólo un puro maquillaje de los males más evidentes. Sobre todo porque, de hacerse así, la Universidad española no va a quedar en buenas condiciones para abordar el reto de la calidad.