Num025 004

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Julio Alcaide Inchausti
Balance económico
de cuatro años
de Gobierno socialista
En noviembre de 1982, cuando el Gobierno de D. Felipe González se hizo cargo de la dirección de la política económica de España, su situación era bastante
compleja. Junto a una coyuntura que venía debilitándose progresivamente desde
el primer trimestre de aquel año, los parámetros económicos externos e internos
no resultaban nada halagüeños. El Producto Interior Bruto crecía a tasa muy baja,
apenas superior al 1% anual. La inversión productiva había seguido descendiendo
situándose por debajo del 20% del PIB. Los precios crecían en tasa del 14% anual.
El coste laboral unitario sobrepasaba crecimiento del 10%. La balanza comercial
arrojaba déficit superior a los 9.000 millones de dólares y la balanza corriente se
saldaba en déficit superior a los 4.000 millones de dólares, lo que se traducía en
disminución del nivel de reservas y crecimiento de la deuda externa.-El déficit público se había situado en el 5,3% del PIB, como consecuencia de la expansión del
gasto público, que entre 1973 y 1982 había pasado del 22,4% al 35,8% del PIB,
con aumento de más de trece puntos porcentuales, lo que supuso que el limitado
crecimiento económico fuera absorbido por el mayor gasto público. El excedente
bruto empresarial había descendido hasta el 31% de la Renta nacional Bruta Disponible y el ahorro nacional bruto apenas llegaba al 17% de aquella magnitud.
Junto a tan preocupante cuadro de las variables básicas del sistema económico,
que afectaba a todo el conjunto de equilibrios fundamentales, los problemas de fondo de la estructura productiva que reclamaban un ajuste positivo profundo seguían
pendientes. Si se excluye el notable esfuerzo realizado en el sector energético para
reducir la dependencia externa del petróleo; el ajuste silencioso de gran parte de las
empresas privadas, especialmente en el ámbito de la pequeña y mediana empresa, y
las acciones conducentes al saneamiento del sector financiero; el resto del ajuste
efectivo -reconversión de empresas industriales, públicas y privadas- seguía inédito.
El retraso español para hacer frente a los efectos de la crisis económica, nos distanciaba peligrosamente del resto de países industrializados que habían acometido, con
mayor decisión, visión de futuro y esfuerzo colectivo, la corrección de los efectos in-
Cuenta v Razón, núm. 25
Diciembre 1986
deseables derivados del cambio en Ja estructura de la demanda y de los precios relativos, que la crisis económica mundial había propiciado.
La crisis económica había ocasionado la pérdida de 1.850.000 empleos entre
1973 y 1982, de los que 600.000 correspondían al sector industrial y otros 200.000 a
la construcción. El paro, que en 1973 era prácticamente inexistente, pues se trataba
de paro friccional derivado de la incorporación al mercado de trabajo de nuevas cohortes de población, se había alzado hasta el 16,5% de la población activa, sumando
a las personas que habían perdido su empleo, el de buena parte de los jóvenes que se
incorporaban al mercado de trabajo, una vez cubierta su etapa formativa.
Desde el primer momento fue evidente que los redactores del programa económico socialista no habían profundizado en el análisis de la realidad de la crisis económica española. El voluntarismo de sus proposiciones tendría que chocar con la
realidad de los problemas heredados. Resultaba impensable que, como por arte de
magia, pudieran superarse los obstáculos derivados de la crisis sin que se hubiera
aplicado el remedio adecuado. Una medicina que otros países ya estaban aplicando
y cuya eficacia estaba siendo contrastada.
Afortunadamente para la sociedad y para la economía española, quienes asumieron la responsabilidad en la dirección de la política económica no comulgaban
con las ideas mágicas y voluntaristas de los redactores del programa económico socialista. Desde el primer momento pudo verse cómo la política económica que iba
a seguirse tendería a restablecer el ajuste que los desequilibrios básicos reclamaban. Una tarea, sacrificada y escasamente comprendida, que contaría con muchos
detractores pero que debería situar a la economía española en vía expedita para su
recuperación.
La política económica practicada contó con el respaldo de las Organizaciones
Internacionales, tales como el Fondo Monetario Internacional y la OCDE, que en
sus informes económicos apoyaron y aconsejaron la aplicación de las medidas económicas diseñadas para producir el ajuste y restablecer el equilibrio económico.
Tampoco faltó a las autoridades económicas el aliento de los gabinetes de estudios
de entidades públicas, como el Banco de España, y de otros centros privados de investigación y análisis de los problemas económicos. Todo ello sin renunciar a la
crítica puntual a que las medidas concretas parecieran acreedoras.
A la altura de 1986, pasados casi cuatro años desde la asunción de las responsabilidades económicas por el equipo de gobierno socialista, puede hacerse un balance del camino recorrido, de los logros alcanzados, de las frustraciones y de los
problemas pendientes. En la medida que sea posible trataremos de eludir cualquier juicio de valor. Tarea difícil, por mucha neutralidad y asepsia que se desee
poner en la valoración de los hechos económicos, y los datos estadísticos que dan fe
de lo acaecido.
Producción y demanda
La producción interna en el cuatrienio 1983-1986 habrá crecido el 9,7%, lo
que equivale a tasa anual acumulativa del 2,3%. Tasa de crecimiento
insuficiente
para dar satisfacción a la oferta de trabajo de la población activa desempleada.
Desde el punto de vista sectorial el comportamiento fue bastante equilibrado, aunque deba destacarse la debilidad del sector constructor, cuyo nivel de actividad en
1986 es inferior al que se registró en 1982.
La producción industrial habrá crecido por encima de la tasa general, mientras
que el sector servicios lo hizo como el conjunto del PIB. El sector primario, que
contó con buenas cosechas en 1984 y 1985, habrá registrado crecimiento del 6,1%
equivalente al 1,5% anual acumulativo.
Desde la óptica de la demanda interna, cabe destacar contención del consumo
privado con crecimiento inferior al del PIB, en tasa media anual del 1% y mayor
expansión del consumo público, que creció el 14% en cuatro años, equivalente a
tasa anual acumulativa del 3,4%. La contención en el crecimiento del consumo
privado es consecuencia de la política de ajuste tendente a reducir la inflación y
propiciar el equilibrio externo y el crecimiento de la inversión en capital fijo. La
expansión excesiva del consumo público, un punto por encima del crecimiento
anual del PIB, no es satisfactoria en la medida que contribuye al mayor déficit público y al alza de los precios, y limita el crecimiento de la inversión pública y privada. Peor aún así el mayor consumo público no se ha traducido en mejores servicios a la sociedad. En 1986 se detecta freno en la tendencia expansiva del consumo
público, previsión que habrá de refrendarse cuando se disponga de los datos del
año referidos al conjunto de Administraciones Públicas, es decir, incluidas Administraciones Locales y Comunitarias.
La formación bruta de capital retrocedió en 1983 y 1984, para expandirse en
1985 y 1986. En este componente de la demanda queda reflejado el acierto de la
política practicada tendente a la mejora del excedente empresarial y del ahorro nacional, que han de financiar las nuevas inversiones productivas, imprescindible
para mejorar el nivel de productividad y de empleo.
La evolución de la producción y la demanda en el cuatrienio 1983-1986 muestra progresión en la tendencia a la tercerización de la economía. Contra todo pronóstico, el crecimiento de la actividad industrial, en términos de valor añadido a
precios constantes, fue superior al de los servicios. La notable expansión de la exportación española de mercancías (37% real en el cuatrienio) y la evolución de los
precios industriales explican este fenómeno. El aspecto más negativo en el comportamiento de la producción y la demanda interna del cuatrienio está en la debilidad constructora, corregido en 1986, y en el excesivo crecimiento del consumo
público, por su efecto negativo sobre el déficit público y la inversión productiva.
Precios y salarios
El binomio precios-salarios siguió un proceso de reducción relativamente importante, pero claramente insuficiente para aproximarnos a las tasas que registran
los países de nuestro entorno, especialmente Comunidad Económica Europea. Si
se comparan las tasas de crecimiento medidas en lósanos 1982 y 1986, es evidente
que se ha seguido un proceso reductor importante, pero si se comparan las tasas
españolas y las europeas el resultado no es tan satisfactorio. Así, el Mercado Común, que registraba en 1982 crecimiento medio del índice de Precios al Consumo
(IPC) del 9,8%, lo ha reducido al 3,2% en 1986. España, que arrancaba de tasa creciente del 14,4%, mantiene todavía crecimiento estimado del 8,5%. Es cierto que
en diferencia absoluta España ha reducido casi igual número de puntos en el IPC
que la CEE; pero en términos relativos la situación es que frente a unos precios españoles más crecientes en el 47% que los comunitarios en 1982, se ha pasado a un
ritmo de crecimiento superior del 160% en 1986. Es evidente -y ello hay que reconocerlo- que la implantación del IVA en 1986 ha incorporado un mínimo de 2,5
puntos adicionales a los precios españoles. Es decir, eliminado el efecto inflacionista del IVA, los precios al consumo en España en 1986 se habrán situado en el
6% de crecimiento, tasa que, en cualquier caso, supera en el 87% a la media comunitaria. Ha mejorado, por tanto, la situación de los precios españoles y la política
de ajuste ha rendido sus frutos. Pero no lo suficiente para que España se alinee con
los ritmos de inflación que registran nuestros socios comunitarios, lo que obviamente tiene que redundar en una pérdida de competitividad de los productos hispanos. Las causas primarias del mayor crecimiento de los precios españoles están,
sin duda, en el mayor coste salarial unitario y en el déficit público, cuya financiación encarece el precio del dinero.
El coste salarial había tenido comportamiento parejo con el del IPC hasta
1985. Mientras que el IPC había reducido en 5,6 puntos porcentuales su crecimiento entre 1982 y 1985, el coste laboral unitario había descendido en 5,4 puntos
porcentuales. En 1986 se ha dado un paso en falso considerable, ya que frente a
disminución de 0,3 décimas en el IPC, el coste laboral unitario se habrá incrementado en 2,1 puntos, como consecuencia del aumento del coste salarial por persona
(+ 9,8 puntos) y la menor incidencia en la productividad.
La interdependencia entre coste laboral unitario y crecimiento de los precios,
en la etapa económica que vive actualmente el mundo, resulta obvia, a la luz de
los datos empíricos de todos Jos países que funcionan dentro de la economía de
mercado. Reconocer este hecho en el caso de España es la responsabilidad de los
agentes económicos y sociales-asociaciones empresariales y centrales sindicales-,
de quien depende la alineación española a las tasas de inflación que registran los
países europeos. No puede decirse, a la vista de estos datos, que el ajuste económico español esté ultimado. En la medida que el diferencial de inflación español respecto al resto de la Comunidad Europea sea tan acusado como actualmente, abandonar la política antiinflacionista sería un auténtico suicidio para la economía española.
España cuenta con las bazas necesarias para hacer posible la alineación de sus
precios con los del resto de países comunitarios. La incidencia del IVA será restituida en 1987 si la concertación salarial lo tiene en cuenta. El descenso del ritmo
de crecimiento de los precios industriales no ofrecerá mayor dificultad. Si el déficit
público logra mantenerse en niveles discretos y la concertación social opera razonablemente, España verá reducir considerablemente el diferencial inflacionista
respecto al conjunto de países comunitarios. Algo de lo que va a depender el futuro
inmediato de la economía española, sobre todo en los años del periodo transitorio
hasta la integración plena en 1992.
Ahorro e inversión
El desajuste de la economía española a la altura de 1982, quedaba reflejado en
las cuotas de ahorro e inversión, respecto a la Renta Nacional Bruta Disponible.
El ahorro nacional bruto que en 1973 supuso el 26,6% de las RNDB se había reducido en 1982 al 17,1%. En términos relativos el Ahorro Nacional había descendido a menos de los dos tercios del existente antes de la crisis. Parecida situación se
daba en la inversión productiva. La formación interior bruta de capital, que en
1973 supuso el 25,8% de la RNDB, se vio limitada al 19,4% en 1982.
Es evidente que bajo estos parámetros la recuperación del crecimiento económico y el aumento del empleo eran impensables. Sólo mentes voluntaristas afincadas en la utopía y desconocedoras de la realidad económica, pueden compatibilizar menor ahorro e inversión con crecimiento del producto y del empleo. La incoherencia es tan evidente que sostener lo contrario nos situaría fuera del análisis
en la disciplina económica. La caída del ahorro y de la inversión aparece ligada a
la política de rentas. En la medida que el excedente de explotación disminuye, en
términos relativos, el ahorro y consecuentemente la inversión están abocados a
descender. El excedente bruto de explotación que en 1973 representaba el 46,6%
del PIB (53,4% las rentas del factor trabajo), descendió hasta el 41,1% en 1982
(58,9% las rentas de trabajo). El excedente neto de explotación (deducidas amortizaciones) decreció desde el 38,4% del PIB en 1973 hasta el 30,2% en 1982.
El Gobierno Socialista practicó una política de rentas tendente a mejorar el excedente empresarial, lo que quedó reflejado en las «ratios» de 1985, de tal forma
que en dicho año el excedente bruto de explotación recuperó la cuota del 46,6%
vigente en 1973 aunque el excedente neto, por la mayor incidencia de las amortizaciones (obsolescencia del equipo productivo), se situara en el 34,7%, cuota inferior al 38,4% de 1973, pero superior al 30,2% de 1982.
Como consecuencia de la política de rentas practicada hasta 1985, sin duda debilitada en 1986, el ahorro nacional bruto mejoró sustancialmente al alcanzar el
20,1% de la RNDB en 1985, lo que supone ganancia de tres puntos porcentuales
en tres años, si bien todavía lejos del 26,6% computado en 1973. El mayor nivel de
ahorro no tuvo, sin embargo, efecto inmediato sobre la formación bruta de capital,
lo que quedó reflejado en el superávit de la balanza de pagos con el exterior. La recuperación de la cuota de ahorro es condición necesaria para mejorar la inversión,
a menos que se recurra al endeudamiento exterior. La experiencia española muestra cómo la recuperación del ahorro precede a la expansión de la inversión productiva. La recuperación de la inversión en 1986, con crecimiento previsto del
7%, es la contestación esperada que el sistema económico da a la recuperación del
ahorro en 1985. Ello a pesar de que el superávit corriente de la balanza de pagos en
1985-1986 nos convierta en prestamistas netos al resto del mundo, como veremos
al analizar el Sector Exterior.
La estadística española disponible tiene graves dificultades para establecer las
fuentes originarias del ahorro nacional bruto. Teóricamente el ahorro procede del
excedente corriente entre ingresos y gastos de los sectores institucionales: Administraciones Públicas, Empresas y Familias. El ahorro de las Administraciones
Públicas, que ya tenía signo negativo en 1982, ha generado mayor desahorro en
1985. Los datos de la Contabilidad Pública reflejan desahorro equivalente al 0,4%
de la RNDB en 1982 y del 0,8% en 1985. En cuanto a los sectores institucionales
de empresas y familias, es difícil su desagregación, dado que el límite entre familia
y empresa no está claramente diferenciado, cuando se trata de sociedades y empresas de carácter familiar. En cualquier caso el crecimiento del Ahorro Nacional
Bruto, deducido del comportamiento del PIB, el consumo y el saldo corriente de la
balanza de pagos, más otras partidas menos significativas incluidas en la RNDB,
exige mayor nivel de ahorro de las familias y empresas, más aún al computar el desahorro de las Administraciones Públicas.
En cuanto a la formación bruta de capital, los datos disponibles apuntan claramente a una notable expansión de la inversión en bienes de equipo y material de
transporte, frente a una acusada debilidad de la inversión en infraestructura, vivienda y construcción en general. En 1983 y 1984 la actividad constructora se deprimió más, para mantenerse en 1985 y mejoraren 1986. La línea de recuperación
de la inversión española ha seguido un proceso racional consistente en la modernización y sustitución del utillaje y material de transporte obsoleto, tendente a mejorar la productividad y competitividad de las empresas, para-reemprender posteriormente las inversiones en infraestructura y nuevas instalaciones capaces de generar empleo.
Si tuviéramos que pronunciarnos por el mayor acierto de la política económica
seguida entre 1982 y 1986, no dudaríamos en afirmar que ha sido la política de
rentas la que más ha favorecido la desaceleración de la inflación, la recuperación
del nivel de ahorro y la mejora de la inversión, condiciones previas para hacer posible la expansión de la actividad productiva y el crecimiento del empleo.
Sector Exterior
El Sector Exterior de la economía española ha constituido sin duda el mayor
éxito de la política económica del Gobierno de D. Felipe González.
El crecimiento de la exportación de mercancías del 37%, en términos reales, en
cuatro años, constituye un dato importantísimo para explicar el formidable cambio de la balanza de pagos, incluso antes de que se registrara la caída del precio de
los crudos de petróleo y la cotización del dólar, que ha tenido lugar al comienzo de
1986.
La exportación conjunta de bienes y servicios registró en el cuatrienio
1982-1986 crecimiento real del 26% (5,9% anual acumulativo), mientras que la
importación sólo creció el 7,4% (1,8% anual acumulativo). Dicho comportamiento, unido a la mejora de la relación real de intercambio a partir de 1984, ha permitido que la balanza de pagos por cuenta corriente, que en 1982 registró déficit por
4.102 millones de dólares, anotara superávit en 1984 por 2.008 millones de dólares, 3.021 millones en 1985 y cifra posiblemente superior a los 5.000 millones en
1986.
La mejora de la balanza de pagos ha tenido lugar al tiempo que la apertura de
la economía española al exterior se ha ampliado pasando, en el conjunto de importaciones y exportaciones de bienes y servicios, de representar el 38,2% del PIB
en 1982 al 44,2% en 1985.
Por otra parte, las reservas exteriores españolas que eran de 11.530 millones de
dólares en 1982, se situarán al cerrar 1986 en torno a los 15/16.000 millones de
dólares, mientras que el endeudamiento exterior que creció hasta 1984, alcanzando 29.577 millones de dólares (28.772 millones en 1982) se reducirá a uns 26.000
millones cuando finalice el presente año.
El éxito del sector exterior español en los cuatro últimos años se ha logrado por
una conjunción muy atinada de la política comercial y cambiaría con la actividad
empresarial, especialmente del sector privado. La devaluación Boyer del 8% (diciembre 1982) fue un indudable acierto, como luego mostrarían las cuentas externas españolas. Pero también la política comercial, arancelaria, monetaria y fiscal
contribuyeron a su buen éxito. Por otra parte la empresa española, que había realizado un ajuste positivo silencioso, como lo prueba el esfuerzo inversor en la renovación de equipo y mejora de la productividad y competitividad, fue abriéndose
camino en los mercados internacionales ganando cuota de mercado, como lo demuestra el mayor crecimiento exportador hispano, frente al crecimiento conjunto
del comercio mundial. Cuando se habla, sin mucha razón, de parcos beneficios derivados de la política de ajuste del cuatrienio, no se tiene en cuenta el formidable
cambio experimentado por las cuentas externas españolas, olvidando cómo el déficit crónico de nuestra balanza de pagos por cuenta de renta fue siempre, incluso
en los años de fuerte crecimiento económico, el Talón de Aquiles de nuestro sistema económico. Atribuir a la caída del precio de los crudos de petróleo y a la depreciación del dólar la mejora de nuestras cuentas externas, no tiene mucho sentido,
si se observa que en 1984 la balanza de pagos corriente ya registró superávit por
2.008 millones de dólares.
El superávit de la balanza de pagos española está siendo objeto de crítica por
algunos expertos económicos en la medida que dicho superávit equivale a un similar préstamo neto al exterior. Se argumenta, con razón, que un país con escasos recursos de capital y bajo nivel de ocupación, no debe permitirse el lujo de prestar al
exterior, cuando dichos recursos deberían destinarse a la inversión productiva, sobre todo dado el bajo nivel de ocupación de la población española. Dicho razonamiento, en cierto modo correcto, parece desconocer que el excedente exterior se
produce precisamente por el divorcio existente entre el ritmo de crecimiento de la
actividad productiva, que se refleja en los niveles exportadores y las escasas iniciativas empresariales. La falta de flexibilidad de la economía española, las tensiones
inflacionistas y los altos tipos de interés, son los obstáculos que se oponen al surgiminto de nuevas iniciativas empresariales generadoras de empleo. Remover dichos obstáculos, es decir, flexibilizar el modelo económico español, atemperar la
inflación interna a la comunitaria y reducir los tijpos de interés, son las condiciones necesarias para alentar la inversión productiva y la creación de empleo.
Sector público
Así como el Sector Exterior reflejó el máximo acierto de la política económica
del cuatrienio que termina en 1986, el Sector Público constituye el mayor fracaso,
como se refleja en el nivel del déficit público y el endeudamiento del Estado, todo
ello a pesar del esfuerzo fiscal desmedido que se detecta en el crecimiento del nivel
de imposición.
El gasto público, responsable del desequilibrio del Sector, que ya en 1982 se situaba en el 35,8% del PIB, avanzó a lo largo del cuatrienio hasta alcanzar el 39%
previsto para 1986. Crecimiento de 3,2 puntos porcentuales del PIB en cuatro
años, supone un aumento desbordado del gasto publico, que necesariamente había
de reflejarse en una elevación notabilísima del nivel de la deuda pública, o de seguir la vía monetizadora del déficit, un nivel de inflación insoportable que nos desplazaría del mercado.
En el crecimiento del gasto público han llevado la palma el aumento de las
prestaciones sociales y las transferencias a empresas en situación de crisis. También el consumo público ha experimentado crecimiento, a veces justificado (enseñanza, sanidad, seguridad ciudadana, justicia), pero en otras, como consecuencia
del exceso de burocracia, a veces se han duplicado servicios entre la Administración central y autonómica, o creado algunos otros de dudosa utilidad.
El crecimiento del déficit público se ha acusado a pesar del esfuerzo fiscal que
ha supuesto el incremento del nivel de imposición, que ha aumentado 3,6 puntos
porcentuales del PIB entre 1982 y 1986, al pasar de representar el 31,2% en 1986,
frente al 27,6% de 1982. El conjunto de ingresos públicos no financieros en 1985
se elevó al 32,6% del PIB, lo que frente al 38,8% computado en los gastos públicos,
supone el 6,2% a que se eleva la importancia relativa del déficit público en 1985
en relación al PIB.
La gravedad intrínseca del déficit público está en los problemas que genera su
financiación. El Estado dispone de tres vías para financiar el déficit. Acudir al
mercado financiero interno, bien actuando coercitivamente sobre las instituciones
financieras o compitiendo en el mercado emitiendo deuda pública, acudir a los
mercados exteriores o apelar directamente al Barico de España, procediendo a la
monetización del déficit.
Sin entrar en mayores precisiones, puede decirse que en los cuatro últimos
años se ha seguido fundamentalmente la vía ortodoxa de financiar el déficit acudiendo a los mercados de capitales, ya que tal política resulta la más aconsejable
para evitar los efectos inflacionistas que se derivarían de la monetización. Tiene el
inconveniente de que al competir en los mercados financieros mantiene alta la
tasa de interés, al tiempo que autogenera déficit futuro por el aumento de la factura de intereses a satisfacer por el mayor volumen de deuda acumulada.
Es, por tanto, en el Sector Público, donde se acumulan los más graves problemas actuales de la economía española. El crecimiento de la presión fiscal entre los
sectores económicos y grupos sociales que hoy soportan el grueso de la carga fiscal
será contraproducente en la medida que disuade a la hora de generar nuevas rentas. De ahí la necesidad ineludible, manifestada este verano por ilustres hacendistas, de introducir reformas sustanciales en las escalas y desgravaciones del impuesto
sobre la renta. Mejorar la administración fiscal para hacer tributar a las extensas
lagunas de fraude existentes, resulta fundamental en el actual momento de la economía española. Que la carga fiscal se soporte de forma tan desigual, como ocurre
actualmente, sólo males puede acarrear a un país como el nuestro, tan necesitado
de recursos públicos.
Por el lado del gasto público, la problemática es más compleja. El ajuste positivo de la economía española, concretado en el proceso de reconversión y reindustrialización, es obviamente muy costoso. Existe también un componente estructural en el crecimiento del gasto público (pensiones) que requiere esfuerzos considerables para corregirlo. La parte del déficit que tiene un componente coyuntural
más significativo, puede mejorar a través de la propia expansión económica. En
cualquier caso, la lucha contra el déficit y la aminoración del stock de deuda pública son asignaturas pendientes que habrá de afrontar la nueva legislatura y el ejecutivo que la gestiona. Una responsabilidad que va a condicionar inevitablemente
el futuro de la economía española en los próximos años, especialmente importantes, al cubrir el periodo histórico para nuestra integración plena en la Comunidad
Económica Europea.
Actividad, empleo y paro
A pesar de las evidentes discrepancias que incorporan las estadísticas españolas sobre población activa, ocupada y en paro, nadie discute que España ocupa el
lugar más alto entre los países OCDE, en cuanto a tasa de paro, es decir, el porcentaje del número de personas en paro, respecto a la población activa.
La población española en el último cuatrienio está registrando incrementos
muy moderados que se sitúan en torno al 0,4% de crecimiento anual de la población. Unas 160.000 personas más cada año como variación entre el número de nacimientos y defunciones. Pero el crecimiento de la población en edad de trabajar
(16 a 70 años) es mucho más intenso como consecuencia de los nacimientos habidos hasta 1977. Por otra parte, la tasa de actividad de la población española se sitúa en la cota más baja de todos los países de la OCDE, a lo que contribuye la estructura de la pirámide de población española (mucha población fuera de la edad
de trabajar) y la baja actividad de la población femenina. Aunque existen argumentos sólidos para creer que la población activa española supera a los 15 millones de personas, lo que elevaría la tasa de actividad por encima del 39%, dicha tasa
es, en cualquier caso, inferior a la de los países OCDE, que alcanza al 45%.
La caída del empleo ha sido intensa en los cuatro años analizados. Según los
datos de la EPA (discutibles en cuanto a valores absolutos, pero menos en térmi-
nos de variación) el nivel de empleo decreció en más de 300.000 ocupaciones,
mientras que la población activa aumentó en 400.000, lo que supone que el número de personas que buscan trabajo se ha incrementado en el cuatrienio en 700.000.
Es posible que una mayor extensión de la economía sumergida limite las cifras anteriores en cuanto al número de puestos de trabajo netos desaparecidos y el aumento del número de parados. Lo que no parece posible negares que en el cuatrienio se registró reducción en el número de empleo y aumento en el de parados.
El crecimiento económico del cuatrienio, próximo al 10% (2,3% anual acumulativo), no ha sido suficiente para generar crecimiento del empleo. Según los datos
oficiales, al crecimiento anual del PIB del 2,3% se ha contrapuesto pérdida de empleo en tasa anual del 0,9%. Dichos datos suponen que el crecimiento de la productividad aparente por persona ocupada ha aumentado a tasa anual del 3,2%, lo
que es una tasa bastante elevada, dada la situación de crisis generalizada. No es
sorprendente que se haya registrado tal crecimiento aparente si se tiene en cuenta
que han salido del mercado y de la actividad productiva empresas y sectores deficitarios con bajo valor añadido por persona ocupada. Por otra parte, el ajuste industrial ha promovido reducción de plantillas, sustituidas por equipo y utillaje moderno, lo que ha elevado sustancialmente la producción obtenida por persona
ocupada. Afirmar, por tanto, que la política de ajuste ha incidido en la caída del
empleo es una obviedad. Otra cosa es valorar si tal comportamiento ha sido positivo o negativo para la economía y la sociedad española. A corto plazo es evidente
que la caída del empleo y el crecimiento del paro es algo indeseable y, consecuentemente, inaceptable para la sociedad. Pero con visión a plazo medio, se concluye
que la mejora de la productividad, lo que implica caída del empleo, es condición
indispensable para el saneamiento económico y la posibilidad de crear empleo en
los próximos años.
Las previsiones para 1986, y los datos de la Encuesta de Población Activa lo
confirman, tienden a que este año será el primero, posterior a la crisis, en el que
habrá crecimiento del número de empleos en tasa en torno al 1%, lo que supondrá
más de 100.000 puestos de trabajo netos creados en el año. Esta cifra es insuficiente
para compensar el crecimiento de la población activa, espoleada por el aumento
de la población en edad de trabajar (crecimiento de la natalidad en las décadas 60
y 70) y también por la incorporación al mercado de trabajo de parte de la población
desanimada, que teniendo condiciones para el trabajo, figuraba como inactiva.
Por esta razón, aun cuando se acelere en los próximos años la tasa de crecimiento
del empleo será muy difícil reducir el numeró de parados, aunque sí la tasa de
paro.
Problemas pendientes y conclusión
A partir de este análisis queda claro que los problemas de la economía española
siguen anclados en la necesidad del ajuste global y positivo que haga posible el
mantenimiento de los equilibrios básicos del sistema (inflación, balance exterior y
déficit público), al tiempo que se realiza el ajuste positivo (reestructuración de la
oferta y la demanda), más propio de la micro-economía. Plantear antagonismo entre la política «macro», que ha de buscar el restablecimiento o mejora de los equilibrios básicos del sistema, y la política «micro», que ha de atender a los problemas
de reestructuración empesarial y sectorial, carece de sentido. La recuperación de
la rentabilidad y competitividad empresarial es la base del sistema económico. Los
equilibrios macroeconómicos no son otra cosa que reflejo del acierto logrado en el
desarrollo de la actividad productiva y empresarial.
Los próximos años van a ser vitales en el proceso de integración de España en
la Comunidad Europea. La opción española se mueve entre formar parte de los
grandes países comunitarios o aceptar el papel secundario del resto de los países.
Como está probando la confianza que los inversores extranjeros tienen en la economía española, nuestro futuro puede ser magnífico. Pero ello requerirá que la política económica española vaya asumiendo, sin retrasos y con oportunidad, las
medidas de política económica que propicien el ajuste global y positivo que necesita. Planteamientos demagógicos, simplistas y transnochados, que a veces proponen incluso miembros del propio Gobierno, podrían sumir, como en otros momentos de la historia, a la economía española en el ostracismo y aislamiento, que
ha sido nuestro denominador común en los dos últimos siglos.
EVOLUCIÓN DEL PRODUCTO Y LA DEMANDA INTERNA
(Tasa real respecto al año anterior)
Fuente: Informe Económico Banco de Bilbao.
EVOLUCIÓN DE LOS PRECIOS Y SALARIOS
(Tasa variación respecto media año anterior)
1982
1983
1984
1986
1985 (previsión)
Fuentes: INE, Ministerio de Agricultura, Principales Indicadores OCDE y Banco de Bilbao.
EXCEDENTE EMPRESARIAL, AHORRO E INVERSIÓN
(En porcentaje de la Renta Nacional Bruta Disponible)
Fuente: Informe Económico 1985. Banco de Bilbao.
SECTOR EXTERIOR
SECTOR PUBLICO
(En porcentaje del PIB)
Fuente: Banco de Expaña y Pape/es cié Economía Española.
ACTIVIDAD, EMPLEO Y PARO
1982
Población (miles de habitantes)
Población. Tasa crecimiento
anual .......................................
Población activa (miles de
personas) .................................
Población activa. Tasa
s/población..............................
Población ocupada (miles de
personas) .................................
Tasa de variación de empleo ..
Parados (miles de personas) . . .
Tasa de paro (% s/población
activa) .....................................
1983
1984
1985
1986
(previsión)
37.961 38.142 38.313 38.478
0,56
0,48
0,45
0,43
38.640
0,42
13.426 13.552 13.620 13.700
13.822
35,4
35,8
35,5
35,5
35,6
11.206 11.105 10.894 10.774
-1,2
-0,9
-1,9
-1,1
2.220 2.447 2.726 2.926
10.882
-1,0
2.940
16,5
21,3
18,1
20,0
21,4
Fuente: Encuesta Población Activa. INE.
J.A. I.*
* Intendente mercantil.
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