Num075 015

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Sin duda el mes de
enero en cuyos días finales se escriben estas
páginas es una época
parca en novedades
editoriales. Tras las fiestas navideñas y hasta el
Día del Libro y su Fiesta parece establecerse un
paréntesis en las novedades bibliográficas. La se-
lección de lecturas aquí
intentada se caracteriza,
por
tanto,
por esa
limitación. Algunos de
los títulosson reseñados un poco
tardíamente y otros merecen ser citados por una
cierta atemporalidad o por las especiales
circunstancias que en ellos se dan.
Libros
recientessociales
de ensayo
v ciencias
JAVIER TUSELL
Memorias
n el caso de José María de
Areilza, «A lo largo del
siglo,
1909-1991»,
Barcelona, Planeta, 1992, se
trata de una novedad navideña
que constituyó una cierta sorpresa, bien grata, en el momento
de su aparición. ¿Qué explica un
libro de memorias de quien ya
ha
escrito
tres
previos,
obteniendo
un
éxito
considerable con ellos, pero
dando la sensación de haber
agotado las posibilidades del
género autobiográfico? José
María de Areilza ha ido desgranando en retazos su vida política
y lo ha hecho siempre con una
extremada elegancia espiritual y
calidad literaria, dos rasgos tan
suyos y tan inesperados en un
político español. El lector que
ha seguido con todo entu-
E
siasmo toda su trayectoria y su
obra puede quedar sorprendido
por la aparición ahora de este
nuevo libro, del que, en principio, quizá se pregunte si no
constituirá una repetición, rectificadora o no. Pero no es eso,
por supuesto, sino que A lo largo del siglo se sitúa en un plano
diferente y en muchos sentidos todavía mejor que los anteriores.
Hay en él esas características
ya mencionadas del académico
pero las páginas de este libro se
ven acompañadas, además, por
una especialísima sensación de
fruición a la hora de abordar la
creación literaria. La narración
de la juventud propia o de las
tragedias de la vida no sólo nos
da cuenta de la densidad humana de un singular personaje
sino que, además, testimonia un
goce en la escritura que se
transmite del autor al lector.
Pero sobre todo hay, además,
una virtud complementaria en
este texto: el de ofrecer no un
fragmento de la vida, como en
las tres ocasiones anteriores,
sino la totalidad de la misma en
su complejidad poliédrica y en
su articulación a lo largo de
toda una rica experiencia vital.
Con este libro, mucho más que
con los tres precedentes, nos
encontramos con el Areilza
amante de la excursión por la
montaña, el joven radical de los
años treinta y el esposo y padre
doliente ante las adversidades y
la desaparición de los seres
queridos. El político moderado,
dueño como pocos de la palabra, el escritor a la vez vigoroso
y elegante y el sensible apreciador de la literatura y las artes
plásticas, ya nos resultaba conocido. Las facetas nuevas
completan el personaje y nos
proporcionan su dimensión ín-
tegra como en un resumen definitivo.
n libro de estas características reviste especial
importancia, no tanto
por lo que revela sino por completar esa imagen. Lo cierto es,
sin embargo, que hay capítulos
que despiertan un especial interés en el interesado en la Historia
cercana, sobre todo, porque
hasta el momento no teníamos
un perfil completo del Areilza
.político en ese momento. El interesado encontrará, por ejemplo, una interesante referencia a
los años de la República, a su
embajada en París o a la etapa
final de UCD.
Pero, como acaba de indicarse,
lo fundamental es la imagen
global del personaje que se
trasluce tras la lectura del libro.
Nunca como después de ella
aparece la realidad bifronte de
un Areilza, hombre público y, a
un tiempo, sensible y gustoso
observador de la realidad que le
rodea que muy a menudo poco
tiene que ver con el partidismo y
sí, en cambio, con el goce estético. Caracteriza a nuestro autor una suprema elegancia espiritual que le hace reconocer que
para dedicarse a la política hace
falta la rugosidad de la piel de
elefante, pero, al mismo tiempo,
pasar por aquellos momentos en
que fue objeto de persecución sin
insistir en la calificación del
adversario. Por supuesto esa
capacidad de trascender las
adversidades o de reconocer
aquellas actuaciones que pueden resultar más controvertidas,
como su famoso discurso como
Fernández Miranda y de Ramiro
Ledesma Ramos a Carlos
Arias.
U
E
José Ma de Areilza.
alcalde de Bilbao, no indican
una etérea voluntad de trascender cualquier conflictividad. Lo
prueba el hecho de que, convertido en observador, Areilza es
un magnífico descubridor de
cuanto figura en su entorno.
Para comprobarlo no hay más
que leer los magníficos retratos
que hace de personajes que ha
venido conociendo a lo largo de
su vida: desde Nicolás Franco a
stas Memorias nos
proporcionan,
por
tanto,
un
perfil
complet o de un
singularísimo protagonista de la
vida contemporánea española,
con su coherencia, sus tragedias
y sus goces. Tras la lectura queda
un regusto de satisfacción en el
lector que le hace desear que
Areilza prosiga, con su asiduidad de siempre, su labor de articulista y escritor.
Ensayo
La selección que proponemos
al lector de libros de ensayo tiene en el caso presente una especial actualidad. Se trata, en primer lugar, de un importante estudio sociológico sobre los rasgos de la sociedad española en
el momento presente, de un libro colectivo que versa sobre
los antecedentes inmediatos de
nuestra cultura actual y de una
reflexión sobre una de las más
importantes responsabilidades
de la Corona española en el
momento actual. En Amando de
Miguel,
«La
sociedad
española,
1992-1993»,
Universidad Complutense de
Madrid - Alianza Editorial,
1992, el reciente informe sociológico que el conocido sociólogo ha publicado gracias a los
buenos auspicios de la Universidad Complutense, a la hora de
calificar de modo escueto el
presente momento de la sociedad española utiliza dos califi-
cativos que parecen muy oportunos. España sería una realidad vital y desmoralizada, es
decir un mundo en cambio profundo y constante, pero eso
afectaría y no siempre en sentido
positivo a sus valores, en especial a algunos de aquellos
que quizá son más decisivos en
lo que respecta a la vida colectiva. Ese juicio general, que parece muy correcto, constituye
tan sólo una de las sugerencias
que provoca la lectura de este
volumen, extenso y bien ilustrado, del que hay que empezar
por alabar la iniciativa de la
Universidad al promoverlo. La
verdad es que el rector Gustavo
Villapalos, que está muy por
encima de lo que suele dar de sí
ese cargo en España, merece un
diez por haber apoyado un proyecto como ése.
a razón es muy evidente.
Cualquiera que haya tenido contacto con las
ciencias sociales en
España recordará como
una
bendición
aquellos
informes FOESSA que fueron no
sólo un hecho cultural de
primera magnitud, sino también
un acicate para el cambio,
incluso el político. Todavía
somos no pocos los que guardamos aquel capítulo del segundo
informe cuyas páginas fueron
arrancadas para que el libro pudiera circular libremente. Aquellos libros fueron decisivos y lo
menos que puede decirse del
presente es que está a la altura
de sus precedentes. Claro está
que ahora es mucho más abundante y monográfica la bibliografía existente sobre materias
L
sociológicas y, por lo tanto, algunos de los resultados de la investigación de 1992 son más
discutibles o resultan menos
novedosos. Pero la solidez no
sólo es idéntica sino que da la
sensación de resultar todavía
mayor que en el pasado, al menos desde la óptica del lector no
especializado.
¿Qué cambia y qué no en nuestra
sociedad? Cambia, en primer
lugar, la distribución de la
población y de la riqueza. El
triángulo
Madrid-Barcelona-Bilbao es
ya cosa de un pasado casi
remoto; desde hace años se
produce una traslación hacia el
Este y ahora, además, el centro
de gravedad tiende también a
desplazarse hacia el Sur. Los
españoles tienen todavía a la familia como una institución sólida, pero el matrimonio es cada
vez más tardío. Las relaciones
prematrimoniales se consideran, en la juventud, casi de form a u n á n i m e , c o m o n o s ól o
Amando de Miguel.
aceptables, sino lógicas; sólo
un tercio juzga el aborto como
un derecho de la mujer. España
no ha cambiado en cuanto al reparto de la riqueza por clases
sociales desde los años ochenta
aunque se haya hecho mucho
más rica y haya cambiado el
sistema político. Los españoles
llevan a cabo un consumo de
cultura mucho mayor que en el
pasado pero siguen sin leer.
Han sido bastante de izquierdas, aunque más en sus declaraciones que en la práctica, pero la
sit uaci ón ha empezado a
cambiar desde 1986. En todos
estos aspectos hay, como se
puede comprobar, una dosificación entre el cambio y la permanencia.
onde
el
primero
predomina de manera
clara
y
no
necesariamente para
bien es en otros aspectos de
nuestra realidad cotidiana. Por
ejemplo hay un obvio potencial
racista en España que no ad-
D
quiere mayor significación porque la inmigración todavía no
se ha desarrollado lo suficiente.
Hay problemas sociales graves
que derivan del trabajo temporal
y del terrorismo. Claramente en
el país Vasco y de forma
creciente en Cataluña crece el
número de los que se declaran
de la región antes que españoles.
En buena medida se ha destruido
la ética del trabajo. La
desmoralización procede sobre
todo del espectáculo de una
vida pública nada ejemplar y es
profunda, con unos resultados
que dan la sensación de ser difícilmente reversibles en el alma
popular. Una expresión brillante
puede resumir esa posición de
los españoles ante la política. Lo
característico de ellos es el
«democratismo cínico», es
decir una actitud por la que
siendo demócratas dan por supuesto, sin embargo, que sus
políticos son bastante sinvergüenzas.
de la propia aparición del informe. Parece difícil de imaginar
que aparezca uno semejante en
envergadura y calidad a éste en
el plazo de tan sólo un año.
Pero ése es un buen reto para
Amando de Miguel. Los
antecedentes de la gran generación de maestros que ha
ejercido un auténtico papel inspirador de nuestra cultura los
encontramos en «El legado
cultural de España al siglo
XXI. 1. Pensamiento, Historia y
Ciencia», Barcelona, Colegio
Libre de Eméritos - Círculo de
Lectores, 1992, 428 págs.,
cuya redacción y edición mismas deben empezar por merecer
la alabanza y el agradecimiento.
Es muy conocida la obra que
realiza el llamado Colegio Libre de Eméritos, institución
creada en 1987 como Fundación destinada a ofrecer a los
profesores eméritos más eminentes la posibilidad de conti-
nuar presentes en la vida cultural
española con idéntica o aun
superior intensidad que aquella
que dedicaron en otros momentos a la Universidad. El Colegio
realiza una importante tarea de
difusión de la obra de quienes
forman parte de él (que son algunas de las cumbres señeras de
las Ciencias y las Humanidades
españolas) mediante cursos
monográficos,
ciclos
de
conferencias e incluso programas de televisión. Ahora ha tenido, además, una feliz iniciativa
de la que es autor, como se
advierte en el prólogo de este
libro, Pedro Laín Entralgo. Se
trata de poner a la disposición de
un público, culto y amplio a un
tiempo, un estudio acerca de los
principales
científicos
y
pensadores que formaron a la
generación de los que son
miembros del Colegio, mostrando sus principales rasgos de
su tarea cultural e intelectual y de
sus aportaciones al conjunto
T
odo esto y mucho más lo
puede encontrar el lector en
este libro que es imprescindible para un diagnóstico
de la actualidad. Por supuesto
hay también en este libro
afirmaciones obvias y otras discutibles, que no es preciso detallar aquí. Los dos mayores inconvenientes que en este decisivo informe sociológico se aprecian derivan, en primer lugar,
de algunos de los comentaristas
de cada capítulo que no están
siempre a la altura del texto y
en ocasiones lo contradicen
pero, en segundo lugar y sobre
todo, de la periodicidad futura
Pedro Laín Entralgo.
Santiago Grisolía.
de las disciplinas en que la ejercieron. El objetivo es, por tanto,
informativo pero siempre con
esa altura singular que le presta
a un libro como éste el nombre
de quienes lo han redactado.
L
a realidad es, en efecto,
que, al margen de que los
especialistas en cada una de
estas materias más allá de
nuestras fronteras conozcan la
obra individual de esos grandes
intelectuales españoles, no tienen, en cambio, una visión de
conjunto de lo que fue la vida
intelectual española en esa generación, y menor conocimiento
llega todavía a los medios de
comunicación de esos países de
allende nuestras fronteras. Pero
incluso existe hoy todavía un
problema mayor que se refiere
no tanto a lo que se pueda saber
o decir más allá de nuestras
fronteras, sino a lo que sucede
en la propia España. La verdad
es que para los profesores universitarios de mi generación,
que estamos entre los cuarenta y
los cincuenta, incluso queriendo conocer esa obra intelectual de la generación en que se
formaron nuestros maestros no
siempre nos ha resultado fácil
porque cosa muy diferente es
leer un libro y asumir toda la
enseñanza no escrita que nace
del contacto directo y cotidiano. La verdad es que leyendo
este libro ejemplar la sensación
que se tiene es de un cierto rubor
no sólo por ese desconocimiento
de lo que estaba al alcance de la
mano, sino ante lo mucho más
escueto de los méritos propios
cuando nuestra generación es
obvio que ha tenido en su favor
circunstancias
mucho
más
favorables. Por supuesto, como
no podía menos de ser, el nivel
del
libro
(excelentemente
editado) está a la altura de los
personajes retratados y de
quienes asumen la misión de
hacerlo. Se trata de un volumen
que sin duda mere-
cería un reconocimiento de alguna institución pública por lo
mucho que significa para el conocimiento de un retazo esencia
de nuestra Cultura. Pero, al leerlo, se tiene la sensación de que
es preciso alabar no sólo la tarea
intelectual de sus redactores,
sino también el impulso moral
que les ha animado. En efecto,
si existe, aun hoy en día, todo un
tajo en la cultura española que
separa el presente del pasado, la
razón estriba en que se produjo
una guerra civil que cortó
trágicamente toda una línea de
herencias intelectuales, ahora
afortunadamente reconstruida.
or supuesto, dentro de la
calidad de cada una de las
aportaciones no existe
una identidad absoluta en el tratamiento entre quienes colaboran en este volumen. En general,
se trata de evocaciones muy
precisas y sólidamente decantadas, pero en el caso de José
María Jover al tratar de la obra
como historiador de Menéndez
Pidal hay, además, toda una tarea de investigación. El autor
de esta crítica no se siente con
capacidad para juzgar los textos
de Grisolía, Ríos y Sánchez del
Río acerca de las Ciencias de la
Naturaleza pero el resto, incluso
habiendo sus autores escrito
mucho y muy bueno acerca de
esos maestros, resulta no sólo
un buen resumen sino una incitación a conocerlos mejor. Laín
escribe sobre Ramón y Cajal y
Zubiri, Marías acerca de Ortega
y Unamuno, el ya citado Jover y
Lapesa lo hacen sobre Me-
P
néndez Pidal, Julián Gallego y
Fernando Chueca, de manera
muy complementaria, abordan
la obra de los grandes historiadores del arte y, en fin, Emilio
García Gómez explica la obra
de los grandes arabistas de esa
generación. El resultado global
no es sólo un libro memorable
sino algo más importante: una
razón decisiva para estar orgulloso por doble partida, por esos
maestros del pasado y por los
del presente que transmiten esa
herencia recibida y acrecentada
a la nueva generación.
F
i nal ment e
conclui mos
esta sección dedicada al
ensayo con la mención de
un librito que puede, quizá, pasar inadvertido por no ser muy
conocida la editorial que lo ha
dado a la imprenta, y ello a pesar
de que la cuestión que aborda
reviste un indudable interés. Se
trata de Julián Marías, «La
Corona y la Comunidad Hispánica de Naciones», Madrid,
Asociación Francisco López de
Gomara, 1992, 127 págs. Sin la
menor duda, Julián Marías tiene
una capacidad para el género
ensayístico de la mejor calidad
que es difícilmente superable.
El ensayo es, por supuesto,
aquello que decía Ortega, es
decir la ciencia sin la prueba
precisa, pero también es otras
cosas. Consiste, por ejemplo, en
una capacidad de integración de
saberes, un esfuerzo triunfante
por elevarse por encima de ellos
y, en ocasiones, una voluntad de
actuar
sobre
la
realidad
circundante e inmediata. S i
d e f i n i m o s a l e n s a yo d e
Julián Marías.
acuerdo con estos rasgos no
cabe la menor duda de que el
reciente librito de Marías los
cubre de manera perfecta. En un
momento en que las Monarquías de otras latitudes se
interrogan acerca de su razón
de ser y respecto de la nuestra
parece haber un sector que, de
una manera un tanto incons-
ciente y con escasa justificación, procura al menos ponerle
ciertas adversativas sin que
haya descubierto aún un mínimo
de justificación; Marías incide
en este libro en una de las
razones de más peso no para
justificar la Monarquía, que eso
no es muy necesario, sino para
presentarla como realidad en
todas sus potencialidades. La
tesis de Marías se fundamenta
en toda una interpretación de la
Historia española en la que cabe
coincidir en su mayor parte. Por
supuesto hay que estar de
acuerdo, frente a la actitud de
algunos
nacionalismos
periféricos (más el catalán que el
propio vasco) en que de ninguna
manera cabe atribuir a España la
exclusiva
condición
de
«resultante» de una adición de
culturas regionales. También
parece muy acertada la definición de Castilla como una
«Monarquía abierta». Más discutible resulta la atribución a
ella de una «actitud» o un «proyecto histórico», tesis sin duda
de raíz menendezpidaliana pero
que tiene el inconveniente de
proporcionar una especie de
«esencia» a esta región. Con el
mismo derecho sería posible
atribuírsela a otras.
E
l hallazgo que me parece
decisivo en el texto de
Marí as no s e ref iere a
esta interpretación de la Historia
española previa al descubrí 1
miento, sino al modo en que se
articuló la relación entre España
y las Américas a partir de
1492. Otras naciones tuvieron
colonias y mantuvieron una
precisa frontera entre lo controlado y habitado por los llegados
del otro lado del Atlántico y los
indígenas. En el caso de España
lo que realmente hubo fue un
«injerto». El término es muy
preciso y exacto porque implica
que lo creado en América por
los españoles no fue nada ex
novo ni supuso tampoco la sustitución de lo existente por algo
radicalmente nuevo. La palabra
«injerto», en lo que tiene de
mezcla de savias distintas responde, por tanto, de manera
perfecta a la realidad que surgió
en el Nuevo Continente y que
sigue existiendo en el momento
actual. El injerto está perfectamente vivo en el momento actual y es lo que le da unidad a
Iberoamérica y crea su esencia.
Pero ésta resulta incompleta e
insuficiente sin tener en cuenta
que España es parte de esa realidad. Iberoamérica sin España
está insuficiente e incompleta.
De ahí que tenga sentido esta
denominación y no la de Latinoamérica porque el «injerto» no
cabe atribuírselo, por ejemplo, a
Italia, por muchos que sean los
argentinos de esa procedencia.
Esta realidad que perdura se
suma a otra surgida de la transición española a la democracia.
Un elemento clave de ella fue la
Monarquía, por razones históricas a las que no es preciso
hacer mención porque son de
sobras conocidas. Lo que interesa es la resultante y ésta puede
describirse muy brevemente. La
Monarquía como institución no
puesta en cuestión permite que
un país dividido esté en
condiciones de discutir y deba-
tir todos y cada uno de los rasgos
de su existencia. Pero eso, que ha
sido una enorme ventaja para los
españoles, también la conlleva a
la vez para ellos y para los iberoamericanos. También el Rey es
para más allá del Atlántico aquello que nadie puede poner en
cuestión y el que puede contribuir a aunar en propósitos comunes. Carece de poder político en
España y, por tanto, la posible
acción suya en Iberoamérica no
está en condiciones de despertar
reticencias o malestares. Símbolo
y expresión de unidad, el Rey de
España puede y debe jugar un
papel de primerísima importancia
en propósitos que superen lo partidista o lo político. Esa es la última conclusión precisamente a la
que llega Marías. La acción española en Iberoamérica debe evitar
por completo concomitancias
con los programas de partido o
con la sucesión de gobiernos.
Pero cabe preguntarse si así se ha
hecho siempre.
Historia
n alguna ocasión nuestra
selección de libros de
Historia ha seleccionado
alguna obra decisiva por
cambiar el punto de vista
existente hasta el momento o por
proporcionar
información
radicalmente nueva, éste no es el
caso en el momento presente. En
José
María
Jover,
«La
civilización española a mediados
del siglo XIX», Madrid, Espasa
Calpe, col. Austral, 1992, 387
págs., encontramos más que una
información nueva algo que es
mucho más importante que eso:
un enfoque nuevo de la Historia
ofrecido por quien, con toda
justicia, puede ser calificado
como uno de los historiadores
más conocidos de la España
actual. De entre los maestros de
la generación de historiadores de
la época contemporánea que
nos encontramos entre los
cuarenta y
E
José Ma Jover.
los cincuenta años, destacan de
forma especialísima tres que han
solido convertirse en los inspiradores, de manera más o menos
directa y en tres campos distintos,
de las principales obras publicadas por ella. Carlos Seco
Serrano ha sido el inspirador de
las novedades introducidas en la
Historia política, la de los movimientos obreros y la de la cultura;
Miguel Artola, por su parte,
aunque también ha influido de
manera muy importante en la
Historia política se ha decantado
de forma especial en la de las
estructuras sociales, comprendiendo en ellas también los aspectos económicos. José María
Jover ha escrito una abundante
obra desde una perspectiva muy
original que, después de la lectura
de su último libro, habrá que
denominar como «Historia de la
civilización».
n este texto la colección
Austral presenta, con carácter de divulgación, en
primer lugar el prólogo
que Jover escribió para el tomo
de la Historia de España de
Menéndez Pidal dedicado a la era
isabelina
y
al
sexenio
revolucionario. Tal texto, que es
una breve obra maestra, sólo
puede ser mencionado aquí de
pasada porque merecería por sí
solo una reflexión que no se va a
hacer por falta de espacio y por
tratarse ya de una publicación
bien conocida. Lo que importa es
señalar que en este texto se
ejemplifica de una manera
perfecta lo que ha constituido la
forma de hacer de este gran historiador. Esta reseña debe
centrarse, en
E
Carlos Seco Serrano.
cambio, en el texto final de este
libro en el que Jover hace referencia desde un punto de vista
teórico a los planteamientos
que han guiado a su manera de
hacer Historia y que resultan
coincidentes con una manera
particular de entender esa ciencia por parte de los historiadores
más recientes. En efecto en
los últimos tiempos ha sido
muy frecuente pasar de la Historia política y social a lo que
podríamos denominar como la
Historia de la gente sin historia,
la gente normal que no es protagonista habitual de los grandes acontecimientos. Testimonio del interés por este tipo de
Historia lo encontramos en el
libro de Aries y Duby, Historia
de la vida privada, editado en
España por Taurus, que no sólo
atrajo a los especialistas de
nuestro país sino que constituyó
un importante punto de referencia en el gusto del público pues
ocupó durante meses los primeros puestos de las listas de éxitos
en ventas.
ues bien, a un tipo de Historia relacionada o semejante es a la que Jover denomina como «Historia de
la Civilización». Su genealogía la
retrotrae, en la historiografía
española del siglo XIX, nada
menos que hasta mediado ese
siglo pero el antecedente más
directo lo establece en la
persona del gran historiador
liberal del reinado de Alfonso
XIII, Rafael Altamira. Fue éste
quien utilizó
el
término
«civilización» para designar a lo
que también llamaba como la
«Historia interna» de un país,
contrapuesta a los grandes acontecimientos políticos. Otra palabra que también usaba Altamira
era «costumbre», y Jover la rescata
también para aludir a esa vida
cotidiana en la que se entrecruzan
los factores materiales y los de
carácter moral y espiritual. A fin
de cuentas era la Historia que le
interesaba al hombre de la calle y
P
no a los catedráticos la que
Alta-mira convirtió en eje
principal de su reflexión, en frase
que Jover recalca de modo muy
oportuno. Vicens Vives, el gran
renovador de la Historia
española en
cia social de una concepción
del mundo y la moral social. Por
supuesto todo este conjunto de
intereses que Jover nos revela en
este librito podrían dar lugar a una
amplísima discusión y tienen
tras de sí una bibliografía
extensísima en otras latitudes.
Lo que resulta más que probable
es que en España sean mucho
más estos temas que los de Historia política o económica los
que centren la preocupación de
los especialistas y también del
propio público lector en los próximos años. Los lectores de este
libro tendrán en su mano, por
tanto, una prometedora guía del
futuro historiográfico.
Arte
Joan Miró.
los años cincuenta, rescató esta
importante idea cuando trató de
definir el objeto de la Historia
como el estudio de las mentalidades sucesivas del pasado, sobre todo teniendo en cuenta a
ese hombre de la calle y no al
gran acontecimiento político.
Ahora Jover reivindica de nuevo
esta Historia de la civilización y
resume en seis grandes núcleos
lo
que
podría
ser
su
contenido: los espacios y la
vida material, el ritmo del tiempo y las formas de vida, la proyección de las instituciones y
estructuras de poder sobre la
vida de una sociedad, las mentalidades o creencias, la vigen-
uesto que acerca de Joan
Miró vamos a tener la
oportunidad de celebrar
durante el presente año
un cen-
P
tenario abundante en actos culturales de todo tipo, bueno será
que en estas páginas tratemos
de su obra por el procedimiento
de hacer referencia a una reciente traducción del que puede
ser considerado como el mejor
libro breve acerca de su obra.
Se trata de Roland Penrose,
«Miró», Barcelona, Ediciones
Destino, 1992, 216 págs. El mérito del mismo reside en primer
lugar en el texto, pues Penrose
fue amigo personal del pintor
como también de Picasso a
quien dedicó también un libro
importante. Frente a la tendencia habitual a hacer crítica o
Historia del Arte por el procedimiento de usar un lenguaje
abs-truso, Penrose demostró en
este libro una claridad
meridiana y una solidez de
conocimientos que le permiten
acercarnos a la obra del artista
de manera inigualable. La
edición, muy bien ilustrada,
permite seguir el texto
acompañándola con la visión de
la obra a la que se refiere, lo que
multiplica los alicientes. Nacido
en 1893, Miró hubiera
cumplido, por tanto, en el presente año, los cien de vida.
Puesto que de él vamos a ver
en España dos importantes exposiciones —una de ellas la ya
inaugurada en el Centro Reina
Sofía y otra en la Fundación
que lleva su nombre en su Barcelona natal— bueno será hacer un balance de su obra y de
su significación en el arte contemporáneo, sin duda de relevancia semejante a los otros
dos grandes artistas españoles
de la vanguardia del siglo xx,
Picasso y Dalí.
Hay dos rasgos iniciales en él
que perduraron durante toda su
vida pero que se aprecian de
manera clara ya en sus primeras
singladuras como pintor. Nacido
en un medio que por las dos
ramas familiares puede considerarse vinculado al mundo artesano y menestral, Miró nunca
perdió los rasgos relacionados
con él. Siempre prestó un interés
a la materia en todo su esplendor
y al objeto inmediato y cotidiano.
En él hubo la visión del papel del
artista como una especie de
«jardinero o viñador», como él
mismo se denominaba, que
conoce los elementos con los que
trabaja y les deja desarrollar sus
potenciales de una forma
espontánea y dejando en parte a
la incertidumbre la posibilidad
de rectificar lo que también de la
mano del artista. Pero, además,
fue también inequívoca su
condición mediterránea que daba
siempre un aire de viveza a toda
su producción,
Pablo Picasso.
desde aquellos primeros cuadros de tonos fauve y elaboración detallística en que presenta
la masía de Montroig, hasta sus
últimos grabados en que el pequeño animal se ha convertido
en tan sólo una mancha.
o son éstos los únicos
rasgos en los que hay
continuidad en Miró,
sino que se puede decir
que en él hubo siempre
unas características peculiares e
irrepetibles que son más difíciles
de apreciar, por ejemplo, en un
Dalí. La pasión por objetos
inanimados y por los insectos de
la fauna mediterránea le habían
convertido ya en una especie de
surrealista espontáneo antes de
que sus dos viajes a París (en
1919 y, sobre todo, en 1922) le
convirtieran en definitivamente
merecedor de este calificativo. La
estancia en la capital del arte de
entonces
le
proporcionó
amistades
importantes
que
duraron gran parte o la totalidad
N
de s u vi da ( M a s s on, El uar d,
Ernst...) pero no le quitaron la
espontaneidad y los rasgos de
personalidad con los que acudió a
la ciudad francesa sino que tan
sólo provocaron en él la simplificación, la esencialización y la
decantación de su bagaje previo,
sin adulterarlo. En el Miró de
esos años hubo, por ejemplo, influencias literarias como la de
los calligrammes de Apollinaire,
gusto hacia el objeto encontrado
por casualidad y exaltación de lo
espontáneo, pero nunca esa especie
de excesiva perversión literaria de
la pintura que, en cambio, es
frecuente en ciertos surrealistas
como Dalí o Ernst. Miró fue
capaz de alcanzar mejores resultados en lo decorativo con la
misma fuerza expresiva y con
una muy superior economía de
medios, que prestan a sus obras
una frescura ingenuista. De ella
da idea la obsesión muy suya por
determinados temas como pueden ser, por ejemplo, los nocturnos estrellados, tan mediterráneos
que para él eran la expresión
misma de la luz. Sus
animalícu-los, omnipresentes
en toda su obra, en efecto, una
invitación al goce, al juego y a la
paz. Ese aire nai'f de su obra
encuentra la mejor expresión en
su afirmación de que la pintura
estaba en «decadencia desde la
edad de las cavernas».
Tan sólo en un determinado
momento la obra de Miró dio la
sensación de convertirse en
trágica y ello se debe a la peculiar
evolución del surrealismo, pero
también a las circunstancias
españolas. Desde
sonas, lo ilumina con la teoría
de Karl Bühler, desarrollada
antes de los años veinte de este
siglo. Sostiene Popper que la
mayor parte de los lingüistas ni
la han leído a fondo ni la han
entendido de verdad. En el desarrollo del lenguaje, Bühler
distingue las funciones expresiva (de un estado interno), apelativa o de comunicación y la
específicamente humana: la de
representación, donde surge el
problema de la verdad y la
mentira. En esta posibilidad de
desvincularse del momento inmediato, radica, a su juicio, el
origen del espíritu humano. Los
niños, manifestó Popper, no
aprenden a hablar de oído, sino
que aprenden a hablar hablando.
Sin duda hay que cuidar
nuestro lenguaje, puesto que
con tales ensayos nos dotamos
además de la capacidad de
modificar nuestra alma. Ante-
riormente, Lorenz había calificado de insensatez negar la
existencia del alma, por tratarse
de algo que, simplemente, no
podemos explicar (aunque podamos entender, por ejemplo, el
sentido de la pincelada que
Va-lle-Inclán da de uno de sus
personajes teatrales: «su alma
es humilde y cristalina, llena
de murmullo sagrado»). Hace
más de sesenta años, al hablar
de la deshumanización del
arte, Ortega señaló que el arte
nuevo resulta comprensible al
ser interpretado como un ensayo
de crear puerilidad en un mundo
viejo. Menos comprensivo,
Popper culpabiliza a los
filósofos superficiales de la decadencia del arte.
E
ste filósofo ya nonagenario nos recuerda que los
jardineros expertos saben
que muchos de sus intentos fra-
casarán, y asegura que no puede
haber una sociedad perfecta;
quien se queje de tal afirmación,
viene a decirnos, que responda
de lo que ha hecho para mejorar
su sociedad. El mayor peligro de
nuestro tiempo, decía Popper en
1983, es el intento de persuadir a
los jóvenes de que están viviendo en un mundo feo, malo e
hipócrita, o que está vacío de
sentido. Para él, desde un punto
de vista histórico, vivimos en el
mejor mundo que ha existido
nunca, pero nos toca buscar la
forja de otro superior. Piénsese,
pongamos por caso, en lo que ha
escrito hace poco Federico Mayor Zaragoza: «Se calcula en
40.000 el número de niños que
mueren diariamente (casi 15 millones al año) como consecuencia de enfermedades relacionadas con el agua. Una tercera parte
de esas víctimas infantiles tienen
menos de cinco años».
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