Históricas memorias europeas FERNANDO INGENIERÍA SÁENZ RIDRUEJO La Expo de Zaragoza, 2008 En el año 2008, durante los meses de junio a septiembre, se va a celebrar en Zaragoza una Exposición Internacional que, a diferencia de otras anteriores, girará en torno a un eje temático: su lema central será “Agua y desarrollo sostenible”. Será puente entre las Exposiciones Universales de 2005, en Aichi, y de 2010, en Shangai. Los organizadores esperan la participación de un centenar de países y creen que, como ocurriera con la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona, esta Exposición marcará un antes y un después en el desarrollo de la ciudad. Ya están en marcha las obras del recinto de la exposición, en un terreno de 25 hectáreas, en el meandro de Ranillas, al oeste de la población. Como es habitual en este tipo de eventos, se proyectan algunos edificios espectaculares que sirvan de imagen y reclamo de la muestra. Los más importantes, aparte de los pabellones de las Comunidades Autónomas, de Aragón y de España, serán el Pabellón Puente, la Torre del Agua y el Palacio de Congresos. Al frente de la organización está Roque Gistau, un ingeniero que dirigió el Canal de Isabel II y que tiene amplia experiencia en la construcción y explotación de infraestructuras. El Pabellón Puente, diseñado por una arquitecta india, acogerá la exposición “Agua, recurso único” y será, al decir de la empresa promotora, uno de los pocos puentes habitados en el mundo. Ignoramos cuántos puentes se habitan en la actualidad, aparte del Ponte Vechio de Florencia o del Puente de Gálata, de Estambul; pero quien haya visto los grabados del viejo puente de Londres y de otros puentes franceses o flamencos, atiborrados de casas, reconocerá que los puentes han sido, históricamente, una solución habitacional muy codiciada. Preocupa a los organizadores que estos pabellones y estructuras puedan tener después una continuidad y no se conviertan, como a menudo ocurre, en unas cáscaras vacías. El verdadero éxito de la Exposición consistirá en prolongar la vida de estos recintos, una vez pasados los fastos de 2008, rentabilizando así las cuantiosas inversiones en infraestructura. En evidente relación con la Exposición Internacional, a finales del mes de octubre de 2006, se va a celebrar en la capital del Ebro (ya se habrá celebrado cuando aparezca esta crónica) el III Congreso de Ingeniería Civil, Territorio y Medio Ambiente. Con el lema general “Agua, Biodiversidad e Ingeniería”, acoge cuatro grupos de materias para las que se ha recibido una muy larga relación de comunicaciones. El puente de Mesina La construcción del gigantesco puente sobre el estrecho de Mesina había sido adjudicada a un consorcio en que, bajo la dirección de la constructora italiana Impregilo, se encuadraba, con una participación cercana al 20%, la española Sacyr. Tras el cambio político ocurrido en Italia, el nuevo gobierno ha decidido cancelar el contrato y suspender la construcción. Ahora, parados los ingenieros, entraran en liza los abogados: el gobierno italiano deberá abonar las indemnizaciones por la rescisión unilateral y 1 pagar, junto a la obra ya ejecutada, el lucro cesante de los concesionarios. Se trata de una decisión política en la misma línea que la suspensión del trasvase del Ebro en España, cuyas obras estaban también en marcha. Rompe con la tradición de la ejecución de obras públicas, que tenían continuidad con independencia del color de los distintos gobiernos. En este asunto, el ánimo se divide entre las razones de la cabeza, que querría un puente para facilitar el desarrollo de Sicilia y su comunicación con el resto de Italia y del mundo, y los sentimientos del corazón al que, como en el caso del enlace Rion-Antirrion, le duele la posible destrucción de una forma de vida en que pervivían casi intactos los restos de antiguas civilizaciones. Lo que sí debemos tener claro es que el problema fundamental de la isla, la estructura social mafiosa que la domina, no se hubiera ni siquiera paliado por la apertura al exterior que el puente representaba. Las medallas del Instituto El último número de Cuenta y Razón abría con una necrología de Claudio Boa-da, el ingeniero industrial y empresario que jugó un papel importante en la fundación —valga la redundancia— de Fundes. Pocos días antes había fallecido el ingeniero de Minas asturiano Luis de Adaro. En el mes de abril habíamos asistido, en los salones del Instituto de la Ingeniería de España a la entrega de las Medallas de Honor con que el Instituto reconocía los méritos de 16 ingenieros, entre los que se encontraban Boada, Adaro y Clemente Sáenz, éste último fallecido antes del acto de entrega. También, en corto espacio de tiempo, han muerto después los que fueran presidentes del Instituto, Gil de Bernabé y Alzugaray, que, si no me equivoco, ostentaban ya esa condecoración. En un país tan reacio a reconocer los méritos ajenos, los reconocimientos, cuando no llegan tarde, llegan a una edad en que la esperanza de vida es ya pequeña. Sirvan, en cualquier caso, las medallas para guardar la memoria de estos ingenieros y para que sus retratos se coloquen en la misma sala en que desde hace mucho cuelgan los de Torres Quevedo, Oriol, Artigas, Aguirre y otras figuras de la profesión premiadas anteriormente. Memoria histórica Dentro del proyecto de recuperación de la memoria histórica del periodo republicano, se está realizando una serie de actos, exposiciones y libros, unos mejor enfocados que otros. No en todos los casos se parte de un buen conocimiento de lo que fue aquel periodo y del comportamiento que en el mismo tuvieron sus principales protagonistas, con lo que, en bastantes ocasiones, el genio travieso de la historia se vuelve contra el aprendiz de brujo que lo saca de la redoma en que dormía. Y eso ocurre, sobre todo, cuando lo que se pretende es utilizar el pasado para su transposición a situaciones actuales que en nada se parecen. Uno de los casos más graves que se han producido es el deslizamiento semántico mediante el que han venido a ser ‘republicanos’, y herederos de las esencias del republicanismo, quienes nunca se denominaron a sí mismos como tales y quienes, en nombre de la revolución, mostraron durante los años treinta un absoluto desprecio y una hostilidad declarada hacia la República burguesa. Ante la desaparición — verdadera implosión— del Partido Radical Republicano, único que históricamente había levantado esa bandera y que había tenido una posición central entre 1931 y 1936, la bandera republicana fue blandida por quienes, desde la izquierda y con bandera roja, con más saña contribuyeron a derribarla. El ministerio de Agricultura ha recuperado ahora la memoria de los ministros de Agricultura de los periodos de la República (1931-36) y la guerra civil (1936-39). Se ha abierto una galería de retratos de los trece ministros de ese periodo —separada de los cuadros de los ministros de otras épocas— y se ha encargado un libro sobre la materia al profesor de 2 Salamanca Robledo. Ricardo De los trece ministros que, con diversas denominaciones, llevaron los asuntos de la agricultura en los años treinta, dos lo fueron en el bienio rojo, Álvaro de Albornoz y Marcelino Domingo. En el bienio negro se sucedieron nueve ministros — radicales en su mayoría, junto a otros agrarios o de la CEDA— y dos, el azañista Ruiz-Funes y el comunista Uribe, durante la guerra. En definitiva, en la galería aparecen cuatro ministros de izquierdas y nueve de centro-derecha. La mayoría de estos hombres, ostentaron el cargo unos pocos días, carecían de conocimientos agrarios y es poco lo que pudieron aportar al progreso de nuestro agro. La presencia de alguna figura ilustre, como el guipuzcoano Juan de Usabiaga, director de la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid, fue me- ramente simbólica. Sólo el radical socialista Marcelino Domingo tuvo el tiempo preciso para trabajar, pero planteó una reforma agraria lastrada por su falta de contenido técnico y viabilidad económica. La peripecia de estas figuras es tan triste como la del resto de los españoles implicados en aquella tragedia. Los cuatro ministros de izquierdas se tuvieron que exiliar, huyendo de la represión franquista. Muchos de los ministros de centro-derecha fueron objeto de la persecución frentepopulista, que desembocó en el asesinato de Martínez de Velasco y en la huida de otros, que tuvieron más suerte, en 1936. Giménez Fernández tuvo que afrontar una huelga general revolucionaria, por el mero hecho de ser nombrado ministro, cuando pertenecía al partido que había ganado las primeras elecciones verdaderamente democráticas de la historia de España. El autor de las biografías dedica mayor atención a los hombres del Frente Popular y despacha con frases despectivas a los ministros de centroderecha, acusándoles de paralizar las reformas. Hubiera hecho bien en explicar por qué, ya que en 1931 se exoneró de su cargo al técnico más notable de la Junta Central de Reforma Agraria, el ingeniero agrónomo Pascual Carrión, quedando las reformas en manos de arbitristas y demagogos. Como ha escrito Malefakis, la reforma agraria no fue destruida por Alcalá-Zamora ni por los gobiernos de centroderecha, sino por las contradicciones y la ineficacia de sus propios padrinos. El túnel de Piqueras La comunicación de Madrid con Logroño se había hecho tradicionalmente por el itinerario jalonado por Jadraque, Almazán, Soria y el puerto de Piqueras y, desde los años cuarenta del pasado siglo, por Medinaceli y Soria, atravesando siempre por Piqueras. En los últimos años, una vez abierto el túnel de Somosierra y mejorada la conexión de Logroño con Burgos, se ha hecho más atractivo, pese a su mayor longitud, el corredor que pasa por esta última localidad. La carretera de Soria, en cambio, se ha degradado. La velocidad está limitada por la presencia, cada vez mayor, de corzos, ciervos y jabalíes, y el puerto de Piqueras, con sus 1.710 metros de altitud, impone severas limitaciones a la circulación invernal. El túnel del puerto de Piqueras es una aspiración ancestral de logroñeses y sorianos. Sus primeros proyectos, que datan de hace un siglo, se fueron demorando hasta que, a comienzos de éste, empezaron unas obras que deberían estar ya inauguradas. De hecho, el túnel lleva varios meses terminado y, al parecer, sólo unos remates secundarios en el exterior mantienen las obras cerradas, sin que nadie dé razón de lo que pasa. En la zona se habla de un problema en el tendido de la línea eléctrica para el alumbrado del túnel, cuyo trazado se había proyectado a través de un espacio natural protegido. Se insinúa también algún problema en el replanteo del viaducto de acceso y, ante la ausencia de noticias fidedignas, se han desatado los bulos. Unos sospechan la desviación de los fondos a otras regiones, para dar cumplimiento a determinados compromisos estatutarios, y otros creen que la apertura se producirá al 3 final de la legislatura, cuando estén las elecciones a la vista. El caso es que este invierno, a estas alturas del siglo XXI, habrá dos capitales de provincia cuya comunicación dependerá, igual que hace veinte siglos, de que hiele o no hiele. Mientras tanto hay un túnel muerto de risa, esperando, como el arpa bequeriana, la mano de nieve que sepa cortar la cinta inaugural. Las delicias Estación de la Al fin, después de un largo periodo de pruebas, se ha instalado un moderno sistema de control en la línea del Ave de Madrid a Zaragoza y Lérida, que permite a los convoyes circular a la velocidad de proyecto de 280 km/hora. Hemos hecho en hora y media el trayecto entre las dos primeras capitales e, incluso, en el viaje de vuelta el tren se plantó a las puertas de Atocha con un cuarto de hora de adelanto, teniendo que hacer su entrada a paso de carreta para respetar el horario previsto. No se han cumplido las predicciones catastrofistas de ciertas fuerzas vivas de la capital aragonesa, que vaticinaban toda suerte de desgracias y “exigían”, en comunicados a la prensa, la no apertura de la línea. Ahora salen, a todas las horas, en ambas direcciones, largos trenes repletos de viajeros y cabe pronosticar, como ya sucediera con las estaciones intermedias del Ave Madrid-Sevilla, que las ciudades afectadas por este otro recibirán un considerable impulso en su economía. Siguen también a buen ritmo las obras del tramo entre Lérida y Barcelona y el debate se centra, dentro ya de la Ciudad Condal, en el paso subterráneo de la línea, muy cerca del templo de la Sagrada Familia. Los intentos de desviar la traza chocan con la oposición de quienes viven sobre los diversos trazados propuestos, porque actualmente hablar de un túnel en Barcelona es como mentar la soga en casa del ahorcado. Aún no se han restañado las heridas, físicas y mentales, producidas por los hundimientos del Carmelo, cuyo único beneficiario, de momento, ha sido el alcalde Clos, que mediante un arabesco lateral ha pasado a Madrid, a dirigir el ministerio de Industria. Mientras tanto, la estación de Zaragoza, la estación de Delicias, ha recibido un Premio Especial, entre los premios de arquitectura que bianualmente otorga la región italiana del Veneto. Ignoramos si el nombre del premio, Dédalo, encierra algún tipo de ironía, pues no parece el más adecuado para premiar los proyectos de grandes espacios arquitectónicos que, por su amplitud y por la claridad de sus esquemas, deben ser lo más opuesto a un laberinto. Es de suponer que el premio se ha otorgado tras examinar las bellas fotografías del conjunto, sin que el jurado se haya desplazado a estudiar in situ su funcionalidad y el grado de satisfacción que produce a los usuarios. La estación de ZaragozaDelicias no es ningún laberinto, pero su concepción adolece de no pocos defectos. El primero y principal es su orientación hacia el cierzo, con todo lo que en Zaragoza representa ese viento boreal. Las estaciones de paso tradicionales se diseñaban mediante uno o más edificios cerrados, oblongos, dispuestos paralelamente a los carriles. Las actuales tienden a ser unas cajas abiertas, montadas sobre el haz de vías. Esto da una bonita perspectiva y facilita la bajada a los andenes; pero, en casos como el que nos ocupa, convierte al conjunto en un pasillo inhóspito. Diríase que los autores del proyecto de la estación de Zaragoza no pisaron la capital de Aragón ni oyeron hablar nunca del cierzo. El desaguisado se ha querido remediar, a posteriori, mediante la instalación, en el amplio y destartalado vestíbulo, de tres o cuatro jaulas de cristal en que se estabula a los viajeros, a la espera de que se anuncien sus trenes. Antonio Papell Antonio Papell (espero que el ordenador no suprima la segunda ele) es un hombre puente, a caballo entre la ingeniería y el periodismo, aunque últimamente, dedicado a 4 la escritura, tenga abandonada la primera de sus titulaciones. Definía José Torán a los siempre atareados ingenieros como “los hijos de Marta”, en referencia a la Marta evangélica, hermana de Lázaro y María. Cabría decir que Papell, al pasar del bando de la azacanada Marta al de la contemplativa María, ha elegido la mejor parte. Su defección es una gran pérdida para la ingeniería, tan necesitada de voces que trasladen sus puntos de vista a la sociedad. máster en historia de la ingeniería. Ha publicado Papell en ABC un artículo que hace historia de diversas cuestiones hídricas, al hilo de la actual sequía y del debate sobre la supresión del trasvase del Ebro y su alternativa a base de agua desalada. Confiesa estar ya alejado de la ingeniería y eso se nota pues toma como referencia en la materia al difunto Manuel DíazMarta, asumiendo las tesis, y también algunos errores, de aquel ingeniero y político toledano. Tras haber pasado cuarenta años en el exilio, a su regreso a España se vio envuelto en algunas contradicciones, la menor de las cuales, que él comentaba con humor, es que, siendo un fervoroso republicano, había ido a instalarse en el Paseo del Rey. Experto en navegación fluvial, pero en la navegación del Paraná y otros grandes ríos suramericanos, escribió un libro para proponer la navegación de los entecos cauces españoles, olvidando que, durante su ausencia, esos cauces se habían escalonado con grandes presas. Admirador de don Indalecio Prieto, tenía el corazón dividido, a cuenta del Plan Nacional de Obras Hidráulicas de 1933, de Lorenzo Pardo, que él denominaba plan Prieto, cuando la única parte del plan que éste apoyó fue el trasvase del Tajo al Segura, que DíazMarta, defensor de los intereses toledanos, repudiaba. Recoge Papell un error de Díaz-Marta, nimio tal vez, pero que conviene señalar porque ya fue recogido por Juan Benet y ha quedado ahí, a pesar de las rectificaciones que en su día se produjeron. Afirmaba Díaz-Marta, y ahora con él Papell, que la edición del Plan de 1933 fue “arrojada a las llamas” en 1939. Muy tontos habrían sido los vencedores del 39, para quemar una materia prima tan escasa. Lo que realmente ocurrió es que la edición del Plan, que no hizo Prieto sino su sucesor, el radical Guerra del Río, era amplísima y después de enviar ejemplares a todos los servicios, quedó un gran remanente en los depósitos ministeriales. En medio de las carencias de la posguerra, se utilizó parte de esos excedentes, junto con expurgos de expedientes duplicados, para hacer pasta de papel con que editar el Plan General de Obras Públicas que, en su parte hidráulica, se atenía a las directrices del de 1933. Era Díaz-Marta un hombre jovial con el que compartimos numerosos proyectos de historia de la ciencia: juntos promovimos la Comisión para estudio de la ingeniería en la América hispana; estuvimos juntos en la exposición de hidráulica colonial, en México, en 1988; juntos presentamos la edición del gran libro de Betancourt y Lanz sobre la composición de las máquinas, que él se había ocupado de traducir, y coincidimos también en el fallido intento de crear un Siguiendo a Díaz-Marta, afirma Papell, y el periódico subraya, que “Naciones Unidas recomendaba prescindir no sólo de los trasvases, sino también de las grandes y aparatosas estructuras”. Sin entrar en el fondo del asunto, digamos que hay en la ONU tal cúmulo de comités y de expertos, que emiten tantos informes y contrainformes, que esa cita equivaldría a decir: “la Biblioteca Nacional recomienda” o “según fuentes de internet”. Soy testigo de que en el ministerio quedaron ejemplares suficientes. Cuando entré allí cuarenta años más tarde, en 1979, encontré en el despacho que se me asignó, junto a un ejemplar del Plan de 1939, dos del de 1933. Su estado de conservación era mediano, tenían la encuadernación desvencijada por el uso y numerosas anotaciones y glosas en los márgenes; pero eso viene a indicar un mayor respeto por el contenido del Plan que si la encuadernación se hubiese mantenido 5 indemne y las páginas sin abrir. Dos horas Velázquez con Una vida larga y provechosa, con buena salud y mente clara, es un privilegio que no a todos se concede. La contrapartida más habitual es que, a su fallecimiento, el longevo que ha sobrevivido a sus coetáneos e incluso a sus seguidores, está ya normalmente olvidado. Algo así ha sucedido con Jesús Iribas, un brillante ingeniero muerto recientemente a los 95 años. El boletín profesional que recoge la defunción, especifica que Iribas terminó los estudios en 1974. La fecha correcta es 1934; resulta evidente que los redactores no habían oído hablar de él. libro, con buenas ilustraciones, que, remedando a Eugenio D’Ors, tituló Dos horas con Velázquez en el Museo del Prado. A pesar de editarlo y distribuirlo por su cuenta, agotó las dos únicas ediciones. Iribas fue un empresario notable, creador y fabricante de un tipo de acero corrugado de alta resistencia, el tetracero, que ha tenido un empleo generalizado en la construcción. Lo que nos interesa resaltar ahora aquí es su faceta humanística, menos conocida en los ambientes profesionales. Estudiante de Arte con Gómez Moreno y Lafuente Ferrari, Iribas era un enamorado del museo del Prado. La vieja Escuela de Caminos en que se formó, a dos pasos de la pinacoteca, permitía pasar un rato entre los cuadros, cuando el hueco entre dos clases era más largo de lo normal. Jesús Iribas escribió en los años setenta un enjundioso 6