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Una agenda para la izquierda sólo puede ser mundial
Por Tarso Genro.
Actual Gobernador del Estado de Río Grande do Sul (Brasil).
Fue tres veces ministro del ex presidente Lula (Justicia, Relaciones Institucionales y Educación), Presidente
Interino del PT (2005) y varias veces intendente de Porto Alegre.
Concebir la obtención de conquistas reales dentro del régimen capitalista en estas
condiciones de salvajismo financiero, implica considerar que el capitalismo mismo puede
ser política y económicamente más democrático. Eso supone aceptar que también puede
salir de la "trampa" en la que se encuentra - sin que haya una revolución – de una manera
todavía más fuerte, más agresiva y más autoritaria que en el presente. Y que,
consecuentemente, esa salida puede y debe ser disputada, aunque no haya una ruptura,
pues de ella pueden resultar cosas peores, o mejores, para la humanidad. En esta última
hipótesis, para perspectivas de menos guerras, menos injusticias y desigualdades, con la
creación de un ambiente mundial política y culturalmente más favorable a los ideales
democráticos del socialismo: o sea, crear condiciones afuera de la antítesis de "cuanto
peor, mejor", pues la vida viene demostrando que "cuanto peor, peor".
Para estar de acuerdo con este análisis sumario es necesario considerar que su base
histórica es la siguiente: se parte del presupuesto que hoy la disputa es entre salidas
neoliberales para la crisis, por un lado, y salidas neo-socialdemócratas, por otro. No,
infelizmente, entre salidas capitalistas y salidas socialistas "strictu sensu". Esta última
posibilidad, salida socialista, implicaría concebir que estuviéramos "nuevamente" al borde
de la crisis general del sistema, tanto de su poder político como militar. Como no es
posible suponer eso, es razonable entender que la disputa, en realidad, es sobre cuál será la
próxima correlación de fuerzas en el período subsecuente a la crisis, así como las
influencias que dejará sobre las democracias políticas del occidente.
La presente nota no tiene el propósito de presentar una agenda “unitaria” para la izquierda
mundial, sino que busca llamar la atención sobre la necesidad de construirla (a partir de las
fuerzas políticas de “adentro” de cada país). Este “adentro” contiene “en sí”, el “afuera”, el
mundo globalizado por entero, en su política y en su economía. La represión, la
imposición, la represión de “adentro”, en el propio sistema democrático, contiene el
“afuera” sistémicamente. El “adentro” y el “afuera” integran la misma totalidad. Lo que
implica decir que no existen más estrategias políticas “contra el afuera”, como en el
período de formación de los estados nacionales, sino solamente estrategias “con el afuera”,
o sea, la transformación nacional e internacional está contenida en el mismo proceso
transformador.
La internacionalización radical de la política otorgada por la teoría al proletariado universal
fue realizada por el anti-humanismo universal del capital financiero, que capturó los
Estados y suprimió soberanías. Sin embargo, cuando se habla de agenda "unitaria" en
términos globales no se quiere decir "cerrada", totalizadora, hasta el punto de crear la
ilusión de que los movimientos "izquierdistas", en aquel sentido ya clásico de la jerga
leninista, puedan - por ejemplo - valorizar elecciones y gobiernos, conquistas dentro del
orden e integración entre luchas sociales y acciones de gobierno: políticas concretas de
reducción de las desigualdades, reformas educacionales dentro de la democracia política y
crecimiento económico, con inclusión social y productiva.
La reestructuración productiva del capital cambió el perfil del mundo del trabajo y
reorganizó las formas de compra de la fuerza de trabajo en las regiones más desarrolladas
del sistema capitalista global. Tal proceso cambió la realidad con la cual la izquierda debe
tratar, porque las revoluciones productivas también vienen modificando el modo de vida y
la subjetividad del conjunto de grupos y fracciones de clases, de todos los sectores
asalariados y no asalariados. A los excluidos, en general, designados como ejércitos de
reserva de la producción industrial, se suman -en los días de hoy- los excluidos del
conocimiento, de los nuevos estándares tecnológicos y de las técnicas de acceso al
conocimiento. La vanguardia del trabajo productivo y socialmente útil está sometida,
también, a un embudo de pasaje cada vez más estrecha y con diferenciaciones salariales
internas cada vez más alarmantes. Inclusive ya apoyadas en nuevos tipos de sub-empleos,
precariedades e intermitencias.
Me refiero en este análisis a la situación del mundo del trabajo, no solamente asalariado, de
los países que forman el núcleo y la periferia industrializada del sistema-mundo. Son los
lugares donde existen posibilidades de que se produzcan los movimientos políticos y las
luchas más agudas, con alguna capacidad de intervenir en la situación caótica del mundo
globalizado.
En este cuadro, los "mensajes", las "palabras-de-orden" tradicionales y los análisis clásicos
de la izquierda, cimentados en lo que fue conformado por el marxismo dominante (como
ideología del proletariado clásico), ya no se reportan más a los verdaderos dramas del
mundo del trabajo. Está exprimido por el desempleo tradicional, en las nuevas formas
"libres" de prestación de servicios, en la desvalorización del trabajo mecánico de la fábrica
moderna y en el imperio del trabajo inmaterial en las redes. La predominancia de la ética
de la descartabilidad viene liquidando la vieja ética del trabajo fabril, que llamaba a las
conciencias para lo público y no para la privatización de las emociones.
En los territorios del occidente en que esto sucede, los cambios expresivos en la
producción material e inmaterial también ya pasaron a no respetar integralmente las
fronteras entre tiempo de trabajo y tiempo privado: entre vida cotidiana y procesos del
trabajo, entre ocio y trabajo. La dependencia jurídica (y la sumisión política en el interior
de la fábrica moderna), si es verdad que viene liberando de la tutela patronal directa a los
trabajadores de la vanguardia productiva (los prendidos a los "bits", a la info-digitabilidad
y a la información, por ejemplo) y creando al lado de ellos legiones de excluidos y bajo
asalariados, viene también intensificando las formas más duras de expropiación del trabajo
inmaterial. Sus métodos de dominación impulsan la adhesión a nuevas "formas de vida",
cuya sociabilidad se inclina a reproducir, en tiempo integral, la explotación de la fuerza de
trabajo inmaterial.
Las nuevas formas de producción también vienen reduciendo la responsabilidad social de
las empresas - cada vez más ajenas a la preservación de una reserva mínima de
trabajadores comunes cualificados – e incluso aumentando el control por el resultado y la
fragmentación de tareas, tanto en la concepción como en la realización. Así queda más
reducida la subordinación directa contractual: se reduce la integración del trabajador en la
vida colectiva de la empresa y también la responsabilidad empresarial sobre los contratos,
pero aumenta la subordinación general, de clase, pues los movimientos colectivos de los
trabajadores quedan más fragilizados. En esta hipótesis existe una trascendencia de la
dominación tradicional de la subordinación fabril hacia una dominación completa de la
vida por entero.
Tal contexto abarca la naturaleza del consumo, la reducción del espacio público para la
satisfacción libre, la uniformización de una indumentaria que integra, por la apariencia, los
sectores asalariados con los estándares de las clases privilegiadas. Es notorio incluso que,
cada vez más, el propio ocio es "producido" como ocio mercantil, dictado y ocupado
totalmente por la acumulación. Los mega espectáculos de los mega artistas, con mega
públicos y mega costos, constituyen los mega espacios "rebeldes", donde rebelión,
mercadería y consumo, dominación y libertades formales, yerguen los nuevos templos
culturales globales. Éstas ya iconizadas en un espacio en donde todo es aparente identidad
colectiva, pero para cada uno de los individuos allí presentes todo es expresión de su
concreta singularidad.
Lukács decía, para justificar la pasividad de los operarios alemanes, frente a las propuestas
revolucionarias, que todavía "tenían enanitos en los jardines" para atraer a la "suerte" y
espantar al "mal", lo que sería el símbolo de su atraso. Eso correspondería hoy a decir que
los potenciales de rebelión de la mayoría de los jóvenes de todos los sectores asalariados
de renta media y baja, contra las injusticias, están temporariamente suspendidos por las
luces feéricas de los conciertos de Elton John y por los recuerdos de las hermosas
canciones de Fred Mercury, a pesar de que estos artistas no hayan generado su arte para
esta finalidad. Es ocio, cultura, artes visuales con nuevas tecnologías, subjetividades
pulsantes, más drogas y alcohol, no como libre opción existencial, sino como decurso de la
lógica del mercado: modo de vida capturado para el anonimato en la búsqueda de un
sentido.
Los nuevos y antiguos movimientos sociales que están en el centro de la cuestión
democrática, los "sin" techo, tierra, protección social, los huéspedes de las plazas, los
rebeldes de las redes sociales, los que no caben en el sistema, los indignados, quieren sus
derechos y su parte en el sistema. Parte de estos sectores, originarios de la clase media
fragmentada, ni se imagina que sus demandas integrales por inclusión no puedan ser
acogidas en el sistema, pues la transición hacia la "cima", aisladamente, en los mejores
puestos de trabajo, solo puede ser molecular. Sin embargo, pueden comprender que es
posible una transición de parte de ellos - de algunos grupos que están "afuera", hacia
"adentro" del sistema, abriendo hendiduras en su osamenta férrea. En este caso, logrando
generar nuevos mecanismos democráticos de gestión en el sistema, ensanchando la
influencia de la acción política para la resolución de la crisis que los expulsó.
Por lo tanto, es el capítulo de la disputa por la hegemonía, para instituir políticas de
desarrollo y políticas públicas de cohesión social, que apunten a un nuevo Contrato Social
cuyas bases no son solamente las instituciones republicanas clásicas, sino las
combinaciones de estas instituciones con las formas de democracia directa, presenciales y
virtuales. El sistema actual es limitadamente democrático y centralizador al natural, y su
unicidad supranacional está determinada por la fuerza coercitiva del capital financiero
globalizado. La participación directa en la gestión pública es, por su naturaleza,
democrática y abierta. Su unidad global es demandada por la democracia política que
repele, dentro de los cuadros de la constitución política, el autoritarismo y la centralización
burocrática inherentes al sistema.
Sólo la democracia política ejercida de forma plena, sobre la gestión del Estado y en la
definición de sus políticas globales, es capaz de exponer la inhumanidad de las
contradicciones que separan cada vez más, régimen democrático y capitalismo. El
desequilibrio entre el régimen de acumulación, forzado por la especulación, y la necesidad
de toma de decisiones públicas en el ámbito de la democracia, sugerida por la política
limitada por la representación, instituye desigualdades cada vez más graves entre las clases
sociales, internamente, y los estados nacionales en la geoeconomía global.
Estas desigualdades también ocurren en la escala salarial interna de las empresas y en la
estructura de salarios del funcionalismo estatal. Sin contar los diferenciales de renta que
también son apropiados - a partir de las "sobras para ahorro" de los altos salarios - para
fortalecer los lazos del capital financiero con esta nueva masa de "rentistas". Ella hace fluir
parte de sus recursos hacia el juego del lucro financiero.
Las formas y los medios por los cuales las crisis serán solucionadas – ya sean las
soluciones engendradas por la soberanía estatal o por las agencias de riesgo- es que
determinarán la correlación de fuerzas en el próximo período. Sólo con la recuperación de
la fuerza normativa y de la legitimidad política del Estado se puede generar un centro
aglutinador de poder para enfrentar, en la esfera de la política y de la economía, una nueva
salida neoliberal, todavía más autoritaria y elitista, para la crisis del capital, que
seguramente va a extenderse, por lo menos, cinco años más.
La crisis enganchó la victoria del tatcherismo sobre la izquierda europea con el fin de la
U.R.S.S.; la crisis del "sub-prime" con el "euro"; la ocupación de Irak con el fracaso del
Presidente Obama; la emergencia de Brasil en el escenario mundial con la "flexibilización"
de la social-democracia europea. En este contexto, lo que puede unificar distintos matices
de la "nueva" y de la "vieja" izquierda - contra las políticas de descomposición de las
funciones públicas del Estado - es el ejercicio, por el Estado, de políticas antagónicas a las
dictadas por las agencias privadas, que hoy orientan las políticas de Estado y son
responsables por la crisis.
Los leninistas clásicos necesitan comprender que la clase obrera es vanguardia apenas para
defender sus derechos en el empleo, lo que es potencialmente transformador; los
socialdemócratas tradicionales necesitan comprender que ya se hundieron demasiado en el
liberalismo economicista (tanto como el régimen soviético), y que el rescate de los ideales
socialdemócratas sólo es posible con más democracia, no con menos; los radicales del
corporativismo necesitan comprender que ni revolución ni cirugía pueden ser
"permanentes" (de lo contrario, gangrenan). Si las salidas de la crisis actual se diesen en los
marcos de la rendición griega, más distantes estaremos todos de cualquier utopía.
Se trata de un período no revolucionario y de reacción política; de falencia, tanto de los
modelos socialistas llamados marxistas, como de los modelos de la socialdemocracia
clásica: el neoliberalismo está con su hegemonía agrietada pero todavía no sucumbió.
Las demandas por derechos de los movimientos sociales que luchan por el agua, por la
defensa de sus culturas, de sus tierras, del ambiente natural protegido ante la lógica
mercantil; las luchas por la inclusión educacional, por el derecho al trabajo productivo o
improductivo (éste dirigido hacia la recuperación de la naturaleza depredada), para el
cuidado de los viejos y de los niños; las luchas para mejorar las prestaciones sociales del
Estado, las luchas de los trabajadores por sus derechos, las luchas democráticas por la
transparencia y por la ética pública, no tendrán resultados prácticos ni estimularán
demandas más complejas si no presentan resultados en el cotidiano de las personas, que
está subyugado por la ideología del mercado. Para que el resultado pueda ocurrir, todavía
es necesario sacar al Estado de la tutela del capital financiero, que crecientemente agota su
capacidad de financiar políticas públicas de dignificación de la vida común. Eso
ciertamente no sucederá fuera de la política, sea ella procesada en la sociedad civil, para
intervenir sobre la gestión del Estado, sea ella intra-estatal, a saber, la que se procesa entre
las instituciones y agencias políticas, administrativas y financieras del propio Estado.
Por lo tanto, la integración de las "luchas sociales" con las "luchas políticas" tradicionales,
promovidas por las izquierdas modernas y posmodernas, puede estar basada en una agenda
común, que se refiera a la recuperación de las funciones públicas del Estado. Por lo pronto
no surtirá efecto sin una confrontación que tenga diversos orígenes en el escenario global,
ya sea a través de eventos como el Foro Social Mundial, de manifestaciones puntuales
(aunque impotentes hasta ahora, como los indignados españoles o los rebeldes de Wall
Street), o las reformas del neo constitucionalismo boliviano, con su ardua tarea de
compatibilizar modos de vida secularmente arraigados y "arcaicos" - tanto del punto de
vista del capitalismo como del socialismo por razones diferentes - con la república, la
modernización productiva y la agregación de valor.
En otro lugar de estas luchas, pero mirando hacia una misma dirección, están las elecciones
periódicas en las democracias capitalistas más avanzadas, como las que ocurrirán
brevemente en Francia. Hasta ahora son ellas las que vienen potenciando el desarrollo de
contrapuntos fuertes al neoliberalismo. Los gobiernos nacionales, regionales y locales que
se oponen a la "tutela griega" pueden ser, juntamente con los movimientos sociales y los
partidos de izquierda y del centro democrático, los referentes del próximo período de
luchas, como Brasil hizo en Sudamérica.
Aunque nuestro país haya comenzado un nuevo modelo económico y desarrollado una
política de articulación global para reducir los efectos de la dominación de los bancos y de
las agencias privadas sobre nuestra economía, sabemos que el desenlace de este proceso no
es, nunca, un desenlace exclusivamente nacional. Su desenlace, o se hace victorioso
también en el espacio político global o será derrotado. La extorsión permanente de nuestro
trabajo y del desarrollo industrial y comercial del país sigue siendo procesada por el
drenaje de riquezas a través de los intereses y servicios de la deuda, que ayudan al sistema
especulativo global a mantenerse fuerte. La "confianza" de los inversores en Brasil –me
refiero a los inversores de la especulación financiera- es la confianza del “señor” sobre el
“esclavo”, pues el “señor” sabe que el “esclavo” no tiene otra salida, por ahora, que no sea
la de continuar sometido.
Si los partidos de izquierda no suben sus tasas de pragmatismo y no se unifican en una
agenda política avanzada, inclusive en términos de reforma política, en esta etapa
estratégica (que deberá ser enfrentada por nuestro Estado Democrático y sus instituciones
políticas), todo lo que obtuvimos hasta ahora podrá ser perdido. El fortalecimiento
democrático, financiero, político y militar del Estado brasileño (combinado con osadas
políticas de combate a las desigualdades sociales y regionales), es la gran contribución que
Brasil puede dar al mundo para una salida de la crisis por afuera de la tragedia griega.
Las elecciones municipales de este año en Brasil y las elecciones nacionales en Francia,
constituyen una modesta preliminar de este nuevo enredo en dirección al 2014 y a los
próximos diez años, para formatear la próxima correlación de fuerzas en escala política
globalizada.
No es sin motivo que la esfera de la política es tan derechosamente atacada por los
principales medios que siempre apoyaron las reformas neoliberales, y también tan atacada
por los pequeños partidos izquierdistas con el mismo corte moralista. Unos y otros
descartan el fortalecimiento del Estado público. Los primeros porque eso hace mal al
neoliberalismo. Los segundos, porque el fortalecimiento democrático del Estado descarta
la ilusión revolucionaria, que alimenta sus escasos adeptos que esperan la “crisis general”.
Ahora sí, sin salida.
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