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El estado de inversión social
2da. Entrega - La contradicción antagónica y la actualidad
Por Hernando Kleimans
Este trabajo intenta analizar el devenir histórico de nuestra época, en tanto que la
Historia es una ciencia que estudia las categorías de desarrollo de la sociedad,
sistematizándolo en épocas y en formaciones socio-económicas. De la certeza y
verosimilitud de este análisis dependerá la mayor o menor precisión en la definición de los
caminos que tendrá que seguir la gestión política del ser humano.
Los avances que a diario propone la RCT son constantes afirmaciones del pensamiento
materialista dialéctico que parte de considerar la materia en movimiento dinámico,
armónico y contradictorio al mismo tiempo. Pues no puede concebirse la materia como una
cosa acabada, cerrada en sí misma, con campos definidos y estáticos. El propio desarrollo
del conocimiento afirma la angustia de la aprehensión de nuevos datos de la materia, que
permiten descubrir espacios y fenómenos aún no asumidos por el ser humano pero que al
mismo tiempo requieren su profundo control y manipulación.
La contradicción intrínseca entre lo conocido y lo por conocer, generadora de esa
angustia a la que nos referimos, es el motor que impulsa los nuevos avances y las nuevas
experiencias. Es imposible pensar en el descubrimiento y en la invención si no existiese esta
interrelación e interdependencia.
“Toda la naturaleza, desde sus partículas más ínfimas hasta sus cuerpos más gigantescos,
desde los granos de arena hasta los soles, desde los protistas hasta el hombre, se halla en
un estado perenne de nacimiento y muerte, en flujo constante, sujeto a incesantes cambios
y movimientos” afirma Engels en su “Introducción a la Dialéctica de la Naturaleza”.
Y advierte en el “Anti-Dühring”: “Mientras contemplamos las cosas como en reposo y sin
vida, cada una para sí, junto a las otras y tras las otras, no tropezamos, ciertamente, con
ninguna contradicción en ellas. Encontramos ciertas propiedades en parte comunes, en
parte diversas y hasta contradictorias, pero en este caso repartidas entre cosas distintas,
y sin contener por tanto ninguna contradicción. En la medida en que se extiende este campo
de consideración, nos basta, consiguientemente, con el común modo metafísico de pensar.
Pero todo cambia completamente en cuanto consideramos las cosas en su movimiento, su
transformación, su vida, y en sus recíprocas interacciones. Entonces tropezamos
inmediatamente con contradicciones. El mismo movimiento es una contradicción; ya el
simple movimiento mecánico local no puede realizarse sino porque un cuerpo, en uno y el
mismo momento del tiempo, se encuentra en un lugar y en otro, está y no está en un mismo
lugar. Y la continua posición y simultánea solución de esta contradicción es precisamente el
movimiento.”
El simple avance o retroceso básico, localizado, aparentemente lineal se genera a raíz de
la resultante del encuentro y confrontación contradictoria con respecto a su estado
anterior. Por supuesto, esto es mucho más contundente aún –si se me permite la exaltacióncuando se manifiesta en el devenir las formas superiores de movimiento de la materia, es
decir en su manifestación orgánica e intelectual. La vida consiste precisamente y ante todo
en que un ser es en cada momento el mismo y otro diverso. La vida, por tanto, es también
una contradicción presente en las cosas y los hechos mismos, una contradicción que se
plantea y se resuelve constantemente; y en cuanto cesa la contradicción, cesa también la
vida y se produce la muerte (por cierto, ella también otro estado de la materia). Tampoco
en el terreno del pensamiento podemos evitar las contradicciones pues, por ejemplo, la
contradicción entre la capacidad humana de conocimiento, internamente ilimitada, y su
existencia real en hombres externamente limitados y de conocimiento limitado, se resuelve
en la sucesión, infinita prácticamente al menos para nosotros, de las generaciones, en el
progreso indefinido.
La interacción dialéctica entre los componentes de una contradicción puede ser armónica
o no. Es más o menos armónica si sus partes presentan aspectos concomitantes, actitudes
que en algún punto son similares y, por lo tanto, aprehensibles por la otra parte dentro de
un marco de mayor o menor solidaridad. La contradicción será antagónica si sus
componentes plantean objetivos incompatibles entre sí. De tal modo, una de las partes será
inevitablemente destruida por la otra.
En la lucha por imponerse, estas partes conviven y subsisten dentro de un marco de
confrontación y búsqueda de mejores posiciones. El desarrollo de la Revolución Informática
ha permitido que los competidores accedan a una mayor información el uno del otro, con lo
que es posible observar que se comparten medios de lucha y se borran líneas de
enfrentamiento que, hasta antes de la explosión científica y tecnológica de la segunda
mitad del siglo XX, eran sacrosantas.
El análisis clásico de la sociedad condujo siempre a buscar sus fuerzas motrices dentro
de la propia sociedad. Es decir, dentro de un país dado. Continuamos pensando con el
criterio esbozado a principios del siglo pasado, acerca de que el paso de una formación
socio-económica a otra podía darse en un país en forma aislada, independientemente de su
propia situación e independientemente de su imbricación internacional.
Se convirtió en un mecanismo estático y osificado, que no permitió acceder a un nuevo
escalón de evaluación y síntesis del desarrollo socio-económico. Operó en consonancia con la
justificación retrógrada de la globalización como un fenómeno omnímodo y omnipresente.
Dejó de considerar, además de las nuevas realidades específicas internacionales, los
procesos productivos que integraban regiones enteras o que transformaban las relaciones
de interdependencia entre proveedores y consumidores.
Sin dejar sus características antagónicas, que son las que en definitiva marcan la época y
su devenir político, las partes de la contradicción convierten el enfrentamiento en un
proceso más complejo, menos brutal, más sofisticado, con requerimientos de un
conocimiento acabado del manejo dialéctico. El nudo sigue estando, como siempre, en quién
domina los medios de producción. Pero ese dominio se torna difuso, extenso, dilatado y, por
ende, objeto de un acceso masivo. Algo que, en las etapas iniciales del capitalismo, no podía
darse debido a la carencia de herramientas tecnológicas y científicas conceptualmente
preparadas para ese acceso masivo.
Para tener claridad sobre los factores fundamentales de esta contradicción antagónica
del nuevo siglo conviene puntualizar, una vez más, que ella se basa en la diferencia
conceptual entre la producción y la apropiación de sus beneficios. Si en anteriores estadios
del capitalismo esta apropiación derivaba básicamente hacia la instrumentación de nuevos
modos de producción orientados a satisfacer la demanda, hoy la plusvalía es básicamente
derivada a especulaciones financieras.
El verdadero carácter de las confrontaciones y competencias que protagonizan los
factores de la realidad internacional está muy lejos de encasillarse en conceptos clásicos
de la historia diplomática. Hay que buscarlo, sin dudas, en las características objetivas que
cada uno de ellos presente y, en primer lugar, en los intereses que representen.
Dado que la confrontación se plantea en el plano internacional, la tentación inicial es
convertirla en un enfrentamiento étnico, o religioso, o de naciones. A lo largo de toda la
historia, en sus momentos cruciales de cambios estructurales, todos los movimientos que
soportaron estos cambios fueron tildados precisamente de étnicos, religiosos o
nacionalistas. Desde los mongoles hasta Jan Huss, los boers o Malvinas.
En siglos anteriores era más complicado confirmar el carácter de estos movimientos y su
vinculación con los cambios estructurales en las formaciones socio-económicas. El propio
desarrollo de los medios de producción y la profunda y masiva revolución informática
provocada por los adelantos de la revolución científico-tecnológica, han simplificado el
acceso a las verdaderas fuentes de las transformaciones.
La evolución desde los primeros telares ingleses hasta la nanotecnología no se detiene y,
por ende, no puede detenerse la adaptación del análisis del desarrollo social. Para tener
claridad sobre los factores fundamentales de la contradicción antagónica del nuevo siglo
conviene puntualizar, una vez más, que ella se basa en la diferencia conceptual entre la
producción y la apropiación de sus beneficios.
Uno de los polos de esta nueva contradicción antagónica está ocupado por los grandes
grupos financiero-económicos que definitivamente especulan a través de nuevas fusiones o
desacoples, con aposentamientos precarios o medianamente permanentes en cualquier país
del mundo que les garantice, por algún período, altas tasas de ganancias.
Hace casi cien años, alguien escribió: “El capitalismo, en su fase imperialista, conduce de
lleno a la socialización de la producción en sus más variados aspectos; arrastra, por decirlo
así, a pesar de su voluntad y conciencia, a los capitalistas a un nuevo régimen social, de
transición entre la plena libertad de competencia y la socialización completa.
“La producción pasa a ser social, pero la apropiación continúa siendo privada. Los medios
sociales de producción siguen siendo propiedad privada de un número reducido de
individuos.
”El desarrollo del capitalismo ha llegado a un punto tal que, aunque la producción de
mercancías sigue ‘reinando’ como antes y siendo considerada como la base de toda la
economía, en realidad se halla ya quebrantada y las ganancias principales están reservadas
a los ‘genios’ de las combinaciones financieras. En la base de estas combinaciones y de estos
chanchullos se hallan las formas sociales de la producción; pero el inmenso progreso logrado
de este modo por la humanidad beneficia… a los especuladores”.
El análisis del joven Vladímir Ilich Uliánov (Lenin) en El imperialismo como estadio
superior del capitalismo puede ser aplicado literalmente a nuestro tiempo. Es más, la
gigantesca crisis sistémica por la que atravesamos responde estrictamente a las
definiciones de Lenin. La acción de estos “genios de las combinaciones financieras” es cada
vez más enajenadora de la economía real hacia las puras especulaciones que inclusive
superan las posibilidades de los propios bancos, en tanto sujetos de legislación específica y,
por lo tanto, punibles.
La acción primaria de los bancos permitió convertir el capital monetario financiero
inactivo en activo, esto es que rinde beneficio. En rigor de verdad, es bastante nebuloso
afirmar que son los bancos quienes se adueñan de ese beneficio. La realidad indica que los
bancos han sido simplemente herramientas transmisoras de ese beneficio a los grandes
grupos financiero-económicos. Se trata de un traspaso absolutamente indiscriminado de
medios que pueden provenir de fuentes santas como non sanctas. Circulan desde sus
fuentes originarias y, por intermedio de los bancos se transfieren a poder de estos grupos.
Ellos se convierten en monopolistas omnipotentes que disponen, además de todo el capital
monetario, de herramientas financieras para promover aquella rama de la economía (sea
real o especulativa) que mayores intereses les rinda. Este proceso constituye el motor
principal para la transformación del capitalismo tradicional en imperialismo monopólico. De
modo tal que los bancos son la herramienta principal en el camino de un capitalismo disperso
a un capitalismo “hermético”. Este detenta el dominio de la información y del control sobre
la economía, con lo que accede a la determinación financiera es decir a determinar las
principales direcciones del desarrollo económico mediante las asignaciones crediticias.
“Es propio del capitalismo en general la separación entre la propiedad del capital y su
aplicación a la producción, la separación entre el capital monetario y el industrial o
productivo, la separación entre el rentista, que vive sólo de los beneficios del capital
monetario, y el patrono y todas las personas que disponen de un modo inmediato del capital.
El imperialismo, o dominio del capital financiero, es el capitalismo en su grado más alto, en
el cual esta separación adquiere unas proporciones inmensas. El predominio del capital
financiero sobre todas las demás formas de capital implica la situación dominante del
rentista y de la oligarquía financiera, la situación destacada de unos cuantos Estados,
dotados de ‘potencia’ financiera, entre todos los demás.”, agrega la definición leninista de
“estadio superior”.
En general, la discontinuidad de una producción obedece ya no a la saturación del
mercado por esa producción, sino a las conclusiones emanadas de aquellas especulaciones
financieras. El detentador de los medios de producción, de tal forma, deja de lado el
objetivo principal, el motivo primero de su dominio: la colocación en el mercado de sus
productos, para sustraer de esa primera generación de plusvalía un nuevo sentido: el
beneficio del beneficio. Y para ello no hace falta producir. Ergo, el detentador de los
medios de producción se convierte en elemento hostil de su progresión. En suma, los medios
de producción sólo tienen significado en tanto se transforman en generadores de
superplusvalía.
Pero esta superplusvalía sólo puede ser generada si las condiciones externas así lo
permiten. Es decir, si la ecuación entre gastos y rentabilidad se establece en una región
que la coloque por encima de cualquier contingencia objetiva. De allí que cada vez tenga
mayor incidencia la locación de la producción, el empleo de mano de obra diferenciada por
su menor valor, el empleo de recursos más accesibles, menos onerosos, mayores y fáciles de
abandonar si el mercado así lo impone. Una automotriz puede tener su base productiva en
Brasil si las condiciones externas le favorecen, pero debe estar preparada para un
inmediato traslado a la Argentina, por ejemplo. O para desactivar todo el parque y, de
acuerdo con los datos que le arroja su central monopólica, concentrar su actividad en otros
mercados o volcar los recursos que destinaba a la producción a comprar bonos de alguna
deuda soberana. El patrón de conducta productiva ahora no pasa por el aumento de la
productividad, sino por la mejoría de los indicadores de EVITDA, por ejemplo.
Noam Chomsky advertía que “el mercado financiero ‘desprecia el riesgo’ y es
‘sistemáticamente ineficiente’, como escribieron hace ya una década los economistas John
Eatwell y Lance Taylor, alertando de los peligros gravísimos que entrañaba la liberalización
financiera”, a la que calificó como “un arma poderosa contra la democracia. El movimiento
libre de los capitales crea lo que algunos han llamado un ‘parlamento virtual’ de inversores y
prestamistas que controlan de cerca los programas gubernamentales y ‘votan’ contra ellos
si los consideran ‘irracionales’, es decir si son en beneficio del pueblo y no del poder privado
concentrado”.
Estos procesos enfatizan la concentración monopólica de la toma de decisiones. Aun
cuando los centros de producción pueden estar diversificados, la conducta económica se
torna cada vez más autista con relación a esa producción y se integra cada vez más como un
desarrollo especulativo financiero, enajenado de los propios procesos económicos. Y
entonces subvierte las elementales normativas de funcionamiento del sistema y entra en
profunda crisis estructural.
David Harvey, uno de los fundadores de la “geografía radical” y agudo analista de estos
procesos, afirma que el propósito de esta elite enajenada del decurso social es la
acumulación de riquezas, “inclusive con moderados ritmos de crecimiento de la economía
nacional. Se trata de un proyecto de clase”. Se cubren con citas sobre el “correcto”
funcionamiento del mercado, que permite que todos ganen. El marxismo, por el contrario,
demostró que en esas condiciones la riqueza se concentra en un polo de la contradicción, es
decir en la clase dominante, mientras que en el otro polo, creador de esa riqueza, se
multiplica la miseria y la degradación social. “Marx –dice Harvey- demostró teóricamente
que cuando más cerca se está del sistema mercantil ideal, tanto mayor es la desigualdad. La
historia confirmó su acierto”.
En las condiciones de “mercado global”, la apropiación de la plusvalía arrasa con naciones
enteras.
Se produce así una nueva instancia en la contradicción antagónica, en la que sus partes
acceden a nuevas modalidades socio-económicas sin dejar de profundizar el
enfrentamiento. La contradicción antagónica, ahora, se extiende desde el enfrentamiento
de clases definido y establecido por el análisis marxista clásico, hasta la incorporación de
regiones mundiales a la lucha de clases. Esta nueva instancia tiene planos verticales y
horizontales. Su complejidad, pues, deviene de los procesos constantes de armonización y
desacople de esos planos.
El plano horizontal se conforma por la extensión de los adelantos tecnológicos y la
intrínseca asimilación de sus instrumentos por grandes masas de “usuarios” las que, para
ello, tienen cada vez más que acceder a niveles de conocimiento superior. Ya no se trata
simplemente de aprender a manejar una máquina. El entrenamiento necesario para ello no
implicaba en absoluto la apertura a niveles de conocimiento más elevados, con elementos
muy fuertes de reflexión filosófica. Hoy es imposible manejar las nuevas tecnologías sin
poseer algo más que rudimentos de lógica, por cierto no formal, con una buena base
sociológica y con hábitos de análisis marxista.
Es que esa apertura automáticamente impone el dominio de conocimientos colaterales a
los que hay que sistematizar y, en consecuencia, sintetizar en un nivel ascendente. La
globalización de los conocimientos es también un proceso dialéctico que termina con el
criterio elitista y sectario con respecto a la difusión de dichos conocimientos.
Este plano horizontal es el inherente, desde un punto de vista económico, a la producción
en sí. En él se registran y tienen vida propia todos los adelantos tecnológicos, científicos e
informáticos. Es el basamento y el punto de partida para la parte progresista de la
contradicción antagónica: la asimilación de la mayor cantidad posible de nuevos
conocimientos por la mayor cantidad posible de individuos, que comienzan a entenderse
entre sí con un nuevo lenguaje, una nueva semiótica y una nueva escala de valores a partir
de esa asimilación.
En cuanto al plano vertical, precisamente, es el que impide, frena, coarta ese acceso
masivo, edificando límites físicos y nuevas zonas de exclusión y enajenación. Zonas de
insolente riqueza generadas por la extracción de ingentes recursos de la economía real, de
la producción, de la realización de bienes materiales, y su ocultamiento en complicadas
estructuras especulativas que intentan, desde su hermetismo y su encriptamiento, ser un
reaseguro que prevenga e impida el avance de este acceso masivo hacia las herramientas
financieras. La finalidad de estas nuevas formas de la lucha de clases que emplea la
oligarquía monopólico-financiera es llevar la alienación capitalista hacia campos sofisticados
y sólo accesibles a los grupos oligárquicos.
El consumo masivo se convierte, de este modo, en una de esas formas de lucha, ya que
impone la aparición de un nuevo grado de fetichismo de la mercancía. Para las masas quedan
los productos masivos, y para las élites quedan los productos elitistas. A los que las masas
no pueden acceder aunque manejen la producción de los mismos, pero a los que pueden
admirar en exhibiciones y promociones ahora segmentadas “científicamente” de acuerdo
con los ingresos.
El desnivel y la desproporción entre estos dos campos básicos de la economía capitalista
son los que, a escala mundial, afirman la interrelación injusta entre los países que llamé
“proveedores” y “consumidores”. Mientras este desnivel y esta desproporción se mantenga,
el modo de apropiación seguirá siendo el “tradicional” y, por lo tanto, generador inevitable
de conflictos. Pueden enmascararse con el ropaje que se desee, pero en el fondo, el
conflicto será por el sistema de distribución de la riqueza o, más propiamente dicho, la
apropiación de los beneficios de la producción.
Sólo que ahora se agrega un nuevo “piso” a esta plusvalía. Mucho más “jugoso” en tanto
que no está sujeto a ninguna disposición formal y tampoco atiende a las propias leyes
económicas. Hablamos específicamente de la derivación de la plusvalía primaria a la
plusvalía especulativa. De modo que inclusive puede darse la paradoja de que el Estado
formal promueva una política de distribución de la riqueza más populista destinando a ella
recursos simplemente visibles. En tanto que los sectores especulativos seguirán ocultando
los flujos principales de esa plusvalía en compartimentos absolutamente estancos y
herméticos, sobre los cuales el sistema social no tiene ningún control.
Una vez que este proceso se inicia, la enajenación social se profundiza hasta grados
extremos y sumamente peligrosos. Por un lado, esta flagrante estado delictivo provoca
fundamentales peligros de explosión social. Por el otro, la subclase especulativa accede a un
aislamiento tan intenso que deja de advertir la realidad. La contradicción antagónica pasa a
un nivel fundamentalista y casi irracional.
El incremento enorme de la producción y el proceso extremadamente rápido de
concentración conducen de lleno al monopolio, ayudando a “limpiar” la competencia. La
transformación de “competencia” en “monopolio” constituye uno de los fenómenos más
importantes de la economía del capitalismo moderno.
El fenómeno se da no en todas las ramas de la economía, sino en las de desarrollo más
dinámico y con mayor aporte de valor agregado. Es decir, la capacidad de incluir este valor
agregado (tecnología, finanzas, recursos intelectuales, etc.) hace de determinada rama la
vectora del proceso de concentración (globalización) mundial. Los grandes niveles de
producción y de comercialización de la misma, sostenidos por esas empresas monopólicas
mundiales, tornan imposible la simple aparición de competidores salvo que éstos dispongan
de enormes medios tanto para la producción como para la promoción e imposición de sus
productos. Y cada vez manejan más la tecnología de punta y sus hacedores.
La economía mundial o, dejándonos de eufemismos, el modo de producción capitalista
hace mucho que abandonó las fronteras nacionales y se ha convertido en un sistema
productivo mundial. Como todo sistema productivo, tiene sus “peones” y sus “trabajadores
calificados”. Sus tecnologías de punta y las obsoletas.
Los propietarios de estas tecnologías de punta siguen siendo quienes se apropian de los
beneficios de la producción. Ahora fronteras afuera. Dos o tres centros mundiales rapaces
y poderosos, armados hasta los dientes, son quienes se reparten esos beneficios.
Sin embargo, el desarrollo de los medios de producción obliga a internacionalizar la
producción. Razones de eficiencia económica impulsaron el traslado de la producción a
regiones “periféricas”. De modo tal que lo que inicialmente fue una simple ecuación
financiera permitió, al fin y al cabo, que la población de esas regiones “periféricas”
accediera de pleno derecho al manejo de esos medios de producción, con lo que sus
operadores accedieron también a la misma búsqueda de variantes de cambio estructural
que detallamos algunos párrafos atrás.
En verdad el acercamiento de tecnologías y equipamiento a las fuentes de materia prima
fue el resultado de acertados cálculos contables y de rentabilidad. Lo que esos cálculos no
estaban en condiciones de dilucidar por sus propios orígenes y limitaciones de clase, era
que existía otro resultado, inesperado y sumamente peligroso para la clase dominante: a
impulso de estos procesos de descentralización, las regiones “periféricas” de la sociedad
global se colocaban en condiciones de armar sus propios circuitos económicos con su propio
manejo de las leyes económicas.
Lo que ocurrió a continuación es que ese propio manejo de las leyes económicas
desemboca inevitablemente en la estructuración de alternativas propias al hermetismo
financiero de la clase dominante. La homogeneización internacional del sistema capitalista
utilizada por la parte reaccionaria de la contradicción para frenar el desarrollo de la
misma, se convierte ineluctablemente en su contrario: armoniza y alinea incipientes
estructuras financieras transversales de esas “periferias”.
En este punto, el mercado dejó de ser un solo elemento concentrador de mercancías pero
además de índices indiscutibles tanto de precios como de calidades. Las bolsas se
orientaron a ser simples espejos de una realidad mediatizada de mercado y perdieron su rol
protagónico como dictadoras de las reglas económicas. Las relaciones transversales,
además de fortalecer la parte progresista del antagonismo, permiten despojar
paulatinamente a la oligarquía financiera de esas herramientas especulativas que
supuestamente le eran privativas.
Los principales grupos económicos mundiales han intentado reafirmar esta condición en
el curso de la crisis económica internacional. Sin embargo, los principales países de estas
regiones “periféricas” han comprobado sus fuerzas en este nuevo sistema de relaciones
internacionales de producción y en algunos casos, como los BRICS (Brasil, Rusia, India,
China y Sudáfrica) o las asociaciones regionales del tipo del MERCOSUR o las asiáticas
como la OCSh (Organización de Cooperación de Shanghai, compuesta por China, la India,
Rusia, Pakistán, los países del Asia Central y algunos del Sudeste Asiático), comienzan a
poner sus exigencias sobre el campo de la confrontación.
Es posible que parte de esta nueva situación condicione los tonos de la negociación en el
ulterior desarrollo de grupos como el “G-20” o que impulse el acuerdo sobre nuevas formas
de relaciones financieras entre países emergentes, tal el objetivo que se han fijado los
países BRICS, marcando una tendencia que los lleva a convertirse en líderes del siglo XXI
pero con características incluyentes y no excluyentes como lo era, por ejemplo, el “G-7”.
Estas regiones “periféricas” han dejado de ser simplemente proveedoras de materias
primas. El cuadro indica que su principal consumo está dado en las mismas regiones
“periféricas”. Tal el caso de la soja o del petróleo. Es otro el flujo que parte de estas
regiones hacia las “centrales”. La inmigración. Un torrente escasamente controlado que
modifica sustancialmente además de la composición social de estas regiones “centrales”, la
conformación y el funcionamiento de sus mercados, incluyendo el de recursos humanos.
Estos procesos todavía son turbulentos y poco coherentes. Como lo han sido todos los
procesos socio-económicos de la Humanidad en sus comienzos. Sin embargo, marcan la
tendencia y se constituyen en el motor de cambio dentro del complejo cuadro mundial.
¿Quién podría haberles pedido coherencia a los grandes movimientos nómades de finales
del imperio romano? Pero a la postre y sólo cuando dejaron de ser nómades y se
incorporaron a los procesos productivos estables, fueron ellos los fundadores de las
modernas naciones europeas y de sus estados nacionales.
Es un hermoso ejemplo de cómo la contradicción antagónica se planta en los espacios
centrales y obliga a dirimirla precisamente allí, donde el campo dominante pensaba que
tenía su coto cerrado. Esta traslación del centro de la contradicción desde los espacios
periféricos hacia los centrales es, además, indicativa de la debilidad de ese campo
dominante para imponer sus reglas de juego. Va de suyo que no es de su agrado el tener que
lidiar en sus metrópolis con las “masas ígnaras” a las que, sin embargo, les debe su fortuna
y, por lo tanto, no puede erradicar.
Pero además, se transfiere al tratamiento de contradicciones que se suponían superadas
pero que la actual crisis sistémica desnuda como en el caso de la Europa “pobre” y la Europa
“rica”. Con España, Grecia, Irlanda, Portugal y quizás Italia relegadas al papel de parientes
flacos de dueños ricos: Alemania y eventualmente Francia.
Todavía las regiones “centrales” tienen espacio para aprovecharse de algunos litigios
particulares en el otro campo. Ese fue el caso del conflicto del gas entre Rusia y Ucrania.
Los recurrentes estallidos en Medio Oriente. O las asincronías en nuestro MERCOSUR.
Como ocurrió históricamente, la clase dominante siempre intenta interferir en estos
diferendos transformándolos en contradicciones insalvables o en litigios violentos. Roma
hacía lo mismo. Pero la caída del imperio romano era inevitable. Antes que nada por sus
propias contradicciones internas y por el agotamiento del modelo.
Y porque las nuevas regiones se conformaban por la consolidación de un nuevo modelo de
producción que, aunque conservaba muchos rasgos de sometimiento arbitrario propio del
régimen esclavista, permitía la liberación de ciertos excedentes que se colocaban
libremente en el mercado por sus productores. De modo tal que los antiguos esclavos ya
podían no depender de sus amos para la subsistencia, intercambiando sus productos en ese
mercado.
En una palabra, esas regiones “periféricas” permitieron que el desarrollo de los medios
de producción se volcara en nuevas relaciones entre los productores con lo que el “centro”
dejó de serlo y lentamente comenzó a ser infiltrado por esas nuevas relaciones.
Las experiencias actuales demuestran que estas nuevas relaciones recobran, recuperan
antiguas formas de vinculación que, en algunos casos, superan al propio mercado. Esto de
ninguna manera significa volver al pasado. La dialéctica del desarrollo social, como lo enseña
el marxismo clásico, califica al mismo como un movimiento en espiral ascendente. Lo que
pareciera ser una repetición es, en realidad, un nuevo enfoque o una nueva metodología o
una nueva forma de relación que modifica las anteriores, las depura y las coloca en una
nueva instancia, cualitativamente superior.
De modo tal que en la actualidad podemos decir que la contradicción antagónica ya no es
un concepto bloqueado o bloqueante. Si antes esta contradicción enfrentaba básicamente a
una clase dominante con una clase dominada, ahora la clase dominante se ha reducido hasta
su mínima expresión, lo que convierte su apropiación de la plusvalía en algo monstruoso y
absolutamente fuera de contexto. Lo que es válido para todo el resto de la sociedad
globalizada. En aras de la superación de esta contradicción antagónica, los distintos
sectores de esta sociedad combinan alianzas estratégicas entre sí.
Así pues, podríamos decir que objetivamente el grupo BRICS es uno de los líderes de los
nuevos procesos de cambios revolucionarios en este mundo globalizado o, mucho mejor
dicho, interrelacionado e interdependiente. Y que la abrumadora mayoría de países
emergentes se alinean en pos de una nueva “distribución de las riquezas” que les permita
liberarse de cepos financieros, de mercado, de dependencia productiva con que los
aherrojan los grupos de la oligarquía financiera internacional.
En buen romance, de lo que se trata es de quién tiene la posesión de los medios de
producción y quién se apropia de la plusvalía que su funcionamiento genera. El nuevo giro de
la espiral ha hecho que este antagonismo se vista con todos los elementos de la revolución
científico-técnica (RCT) y que los contendientes esgriman estos instrumentos instruidos
por la fenomenal explosión que ha significado la Revolución Informática (RI).
Pese a que se trata de una verdad de Perogrullo, las relaciones en una formación socioeconómica se establecen entre los componentes de la misma. Aun cuando esa formación
socio-económica trascienda las fronteras de un país o de una región y adopte
características universales o globalizadas. Podemos darle nombres más o menos agradables
o más o menos urticantes pero lo cierto es que estos componentes sociales siguen siendo
clases –sin importar su geografía o su nivel de desarrollo, se unifican en las demandas y se
homogenizan en el modo de relacionarse con los nuevos medios modernos de producción- y
siguen teniendo características propias. La dinámica social, que es permanente por ser
impulsada por los cambios en los modos de producción, avanza más rápido que nuestra
capacidad por aprehender sus cambios. Por ello, muchas veces se dirimen litigios y se
rompen lanzas sobre temas obsoletos y reñidos incluso con la propia esencia del
materialismo histórico propugnado por los clásicos del marxismo en detrimento de
definiciones metafísicas que involucren este mismo proceso.
La evolución de la sociedad humana, en tanto es dinámica y dialéctica, se aplica sin dudas
en la actual situación del mundo globalizado aunque, desde luego, la historia no se repite. En
realidad, lo que es permanente es la interacción entre los componentes sociales,
comprendiendo por interacción el proceso de rechazo, convivencia y superación entre los
factores más retrógrados y los más avanzados en términos de manejo de los nuevos modos
de producción. Es esta interacción el verdadero motor de la sociedad humana. El
antagonismo (enfrentamiento irreconciliable) entre los protagonistas de esta interacción
sólo puede ser superado cuando sobrevienen cambios estructurales, profundos, en una
palabra revolucionarios…
La superación del antagonismo, parafraseando a Lacleau, tiende al “agonismo”: la
resignada desaparición de la parte retrógrada de la contradicción. Entendiendo como
“resignación” el estado de inermidad e indefensión que debe presentar esa parte para
poder extinguirse. Las transformaciones revolucionarias sólo son efectivas, perdurables y
dinámicas cuando tiene lugar ese estado de indefensión. Cuando la parte retrógrada es
privada por completo y para siempre de cualquier elemento o instrumento o recursos que le
permita perpetuarse en la contradicción.
En esta situación, el estado antagónico simplemente trasciende a otro nivel, superior,
menos primitivo. Con enfrentamientos más sofisticados y entre partes cada vez más
complejas. Se dejan de lado formas de confrontación obsoletas y reñidas con la propia
esencia del ser humano y se priorizan enfrentamientos más esforzados, donde cada parte
armoniza con la otra en la búsqueda intelectual de soluciones y alternativas para aplicar el
desenvolvimiento económico a la satisfacción cada vez más plena y más ecuménica de las
necesidades globales de la humanidad. Aunque sea objeto de análisis en otros capítulos, la
única forma de absolver el enfrentamiento antagónico y convertirlo en esa permanente
búsqueda a la que aludimos es socializar la distribución de la plusvalía en función de las
necesidades tanto individuales como colectivas, rechazando tanto las ensoñaciones teóricas
como el mecanicismo sectario en esta materia.
Si en realidad lleváramos hasta el fondo dialéctico el axioma marxista tomado como lema
para la nueva sociedad superadora: “a cada cual según sus necesidades, de cada cual según
sus capacidades”, podríamos llegar hasta una sorprendente conclusión: no permite la menor
alusión a la extinción de las diferencias. Por el contrario, es lo que acentúa. Porque en una
“super-sociedad” del futuro las individualidades serán prioritarias y, al mismo tiempo,
cooperantes. Es decir que de su propia particularidad se definirá la imagen de la sociedad.
Para tal fin, los únicos medios apropiados para afrontar tal desafío son los componentes
colectivos de la sociedad. Los que reaccionan mancomunadamente ante este desafío porque
están consustanciados con mismos objetivos, con una misma idiosincrasia y un similar estilo
de vida y de comunidad.
No hay más remedio, pues, que intentar aplicar el propio concepto de “clase” a la
apreciación de estos componentes sociales. Con la salvedad de que el concepto se ha
enriquecido y diversificado merced a la acción de la RCT, y logró una mayor
homogeneización en su composición merced a la RI. En una palabra, utilizar el término
“clase” en su nueva acepción permitirá dejarnos de eufemismos y emplear las herramientas
del análisis científico para lograr un claro posicionamiento de futuras teorías sobre las
próximas estructuras socio-económicas, superadoras de la actual crisis sistémica del
capitalismo.
La socialización de la producción es consecuencia principal de la revolución en los medios
de producción. Su peculiaridad estriba, antes que nada, en que ella ha desplazado por
completo la masificación de la producción. Esto es: las grandes unidades productivas, que
empleaban miles de trabajadores para lograr la satisfacción de la demanda de mercados
cada vez más consumidores, se han transformado –sin perder su condición de grandes
unidades productivas- en importantes esquemas que ramifican su funcionamiento
tercerizándolo o distribuyendo sus etapas entre gran número de pequeños productores.
Esta aparente dilución de la disciplina de producción masiva en rigor de verdad significa
la elevación del nivel de aptitud productiva de esta masa de productores que, en realidad,
no dejan de vender su aptitud laboral y no su trabajo. Con ello, el desarrollo de la RCT
confirma y enriquece la esencia de la definición marxista de plusvalía. Ahora las órdenes de
producción y sus standards han dejado de ser impartidos por capataces y “maestros” y son
transmitidos por los instrumentos de la RI los que, a su vez, son mucho más severos
contralores de la calidad de la producción que esos capataces y “maestros”.
La socialización de la producción es un escalón superior en los modos de producción que
se produce al aplicar los nuevos medios de producción que provee constantemente la RCT.
Esta provisión mantiene un ritmo cada vez más acelerado y, por lo tanto, cada vez más
fluido. Su aplicación a la producción masiva sólo puede darse si los propios productores son
sujetos de este proceso en tanto que disciernen cómo introducir los adelantos en el
proceso productivo. Y, lo que es más significativo por su intrínseco valor intelectual,
también disciernen cómo NO introducir lo que podría considerarse como adelanto pero que
en realidad se trata de una vía muerta en el desarrollo económico y social.
La producción masificada extrañaba y alienaba al productor, además de la obtención de
la plusvalía, del propio proceso productivo y lo consagraba como un instrumento más de ese
proceso. La producción socializada sólo puede avanzar si el productor comprende el
despliegue de medios de producción en su conjunto, asimila las novedades que entre ellos se
producen y está en condiciones de aplicarlas.
Esta misma ascensión a estadios más elevados del proceso productivo permite al
productor reflexionar acerca de la propia cualidad masiva de lo que produce y, lo que es
fundamental, del mismo proceso de distribución de la plusvalía. En este escenario el mismo
conflicto de clases abarca más parámetros que la clásica disputa salarial. Ahora se trata,
además de mejor retribución monetaria, de mejor provisión de nuevos medios de
producción, de mejores condiciones laborales (tanto materiales como culturales), de mejor
estructura del propio proceso productivo.
La clasificación por clases ahora se torna mucho más traslúcida que en anteriores
estadios del capitalismo. La evidencia del antagonismo en materia de apropiación de la
plusvalía se acompaña ahora por la inevitabilidad de aceptar, por parte de la clase
dominante, la limitación en su potestad de administrar los nuevos medios de producción
aplicándolos o no al proceso productivo. Ahora eso es dirimido en un terreno donde
participan esas nuevas capas productoras, interconectadas entre sí, interactuadas y en
muchos casos con claros desarrollos cooperativos.
Durante muchos años hemos lidiado con la aplicación de términos rebuscados, sin
definición metodológica y sin trascendencia histórica. “Burguesía nacional”, “clase media”,
“grupos transnacionales”, etc., etc., etc. Se debió, más que nada, a la relativa capacidad,
acotada por el mismo desarrollo social, de analizar los cambios y su futuro despliegue. Al
hablar de la calidad traslúcida del nuevo estadio socio-económico que plantea la
consolidación de los modos de producción de la RCT, estamos obligados a despedirnos de
esa terminología y recuperar los conceptos intrínsecos del análisis sociológico a partir de
esos mismos modos de producción.
El punto de partida sigue siendo la concentración por un reducido núcleo social de la
apropiación de la plusvalía. Esta concentración permite a ese reducido núcleo social
disponer de un poder económico inaudito que, desde luego, se traduce en poder político. La
característica principal de este poder económico es que se conforma con una supraplusvalía internacional. Los grandes grupos económico-financieros mundiales están
capacitados para afrontar una permanente evaluación del mecanismo de extracción de
plusvalía en una economía que sólo puede considerarse como internacional.
Sin tener en cuenta las condiciones locales ni las circunstancias individuales. Mejor
dicho, claro que las tienen en cuenta. Y las aplican sólo en provecho propio. Tal el caso de la
instalación masiva de la producción de las grandes corporaciones en el Sudeste Asiático. En
un “milagroso” abrir y cerrar de ojos países como la India, Indonesia, China o Malasia se
convirtieron en centros mundiales de producciones de alta complejidad tecnológica en
informática, electrónica, textil o automotriz. El beneficio suplementario por esta acción
para nada benéfica ha sido generado por la disminución importante de costos en función de
la baratísima mano de obra. La apertura sudasiática de los grandes grupos económicos no
redundó, como era obvio, en mejoría apreciable para la abigarrada población local salvo por
el acelerado aprendizaje en la manipulación de los nuevos medios de producción.
Sin embargo, como también es obvio, el funcionamiento de estos medios en la región
generó la consolidación de un grado superior de conciencia social. Millones de personas
dejaron atrasadas tareas campesinas para incluirse en grandes circuitos instrumentales
modernos. La consecuencia política de ello fue el perfeccionamiento de las relaciones
sociales y de la estructura estatal y, por ende, la “presentación en sociedad” de nuevas
potencias regionales que automáticamente se convirtieron en competidoras de sus, por así
decirlo, fundadores económicos.
Esta es la limitación dialéctica del poder de las grandes corporaciones internacionales. Al
mismo tiempo, este límite termina por identificarlas como clase independiente. Lejos está
esta conclusión de convertirse en un pecado de leso-marxismo. Por el contrario, es lógico y
procedente deducir que la concentración del capitalismo prevista por Lenin en “El
imperialismo…” debe generar la condensación de un sector social cuyos integrantes están
integrados por intereses comunes distintos a los demás sectores y por una idiosincrasia
propia generada por un modo de vida producto de esos intereses y de la creciente
enajenación con respecto al resto de la sociedad.
El extrañamiento cada vez mayor con respecto a la producción, a la economía real, que
evidencia esta clase dominante es proporcionalmente inverso a la apropiación de los
resultados financieros de esa economía real. Pero además, esos resultados financieros
nunca pueden ser deficitarios. Lo que obliga a poner en rojo a la propia economía real. La
oligarquía financiera internacional libra en estos momentos su gran batalla por no perder el
control del desenvolvimiento social. El descarado vuelco de la crisis financiera internacional
sobre la sociedad global, como ha ocurrido y ocurre a raíz de la explosión de la llamada
“burbuja” o sea el paroxismo del desorbitado beneficio extraído las operaciones
financieras puras por parte de esta clase, ha dejado en evidencia los auténticos parámetros
de esta crisis, a los que ya no es posible calificar como “coyunturales” sino “sistémicos” y a
los que es de todo punto de vista imposible superar si no se aplican aquellos cambios
revolucionarios a los que aludimos un poco más arriba.
Como en todo proceso revolucionario, es una necedad suponer la posibilidad de
aceleración subjetiva de su marcha, incidiendo sobre la conciencia social. El proceso
revolucionario se nutre de los procesos reales y los procesos reales están,
fundamentalmente, vinculados con los medios de producción. Tanto en lo que hace a su
evolución tecnológica y económica, como en lo que hace a la calidad de quien los detenta.
Ya dijimos que los procesos de cambio nunca han sido, no lo son ni lo serán, procesos
limpios y lineales. Se trata de una resultante de la lucha entre contrarios antagónicos: uno
que no quiere desaparecer y otro que quiere consolidarse como dominante. Sigue siendo una
pelea a muerte y violenta, aunque no se manifieste en conflictos armados. La violencia es
algo más que un fusil. El cercenamiento de los derechos democráticos, las campañas
difamatorias, las unilaterales convenciones sobre hechos económicos sociales como, por
ejemplo, la incentivación inflacionaria, el bloqueo de mercados, la sindicación financiera, el
manejo de mercados a futuro, el vuelco de los grandes capitales clandestinos a los fondos
“blanqueadores”, etc., son sin duda elementos de una violencia que no necesita el fusil para
provocar durísimos perjuicios y colapsos al resto de la sociedad.
La violencia, comprendida como un elemento derivado de la contradicción antagónica,
también es un hecho dialéctico. Sería ingenuo y fantasioso suponer que seguimos en la
época de las barricadas y de la militancia heroica. El ascenso de la conciencia social, que se
produce como resultado de la introducción de nuevas formas de producción en la trama
económica de la sociedad, también permite descartar salvajismos y bestialidades como la
eliminación de vidas humanas o el trato criminal con ellas, en tanto se instaura la necesidad
de contar con sociedades más cultas, más civilizadas, más capacitadas.
Pero la violencia generada por la acción de esa contradicción antagónica tiene otras
manifestaciones, no menos dañinas y hostiles hacia el proceso de elevación social,
La violencia sigue siendo el modo con que la clase dominante intenta resolver a su favor la
contradicción antagónica. Estos métodos violentos intentan condenar a la clase dominada, a
toda la sociedad “periférica” a la pérdida de valores culturales y existenciales adquiridos o
simplemente a no acceder a los nuevos escalones del conocimiento. La exacerbación de esta
conducta tiene como elemento colateral una violencia “paga”, ejercida por grupos
marginales de la sociedad “periférica” que, desclasados y sin otro objetivo común que la
subsistencia, acepta transformarse en los nuevos “esquiroles” de la revolución. Envueltos en
un proceso de descomposición social y de descalificación individual, estos grupos sirven de
fuerzas de choque sin que importe quién es el enemigo a batir. La simple entrega de algunos
elementos de subsistencia que, por intermedio de un jefe, realizan los líderes de la clase
dominante, convierten a estos grupos en verdaderos atormentadores, irritadores de los
movimientos sociales.
La vigencia estructural del “trabajo en negro”, de la esclavitud infantil, la discriminación
étnica y racial y la propia prostitución son instrumentos que utiliza la clase dominante para
mantener su posición hegemónica. Evidencian un desprecio orgánico hacia sus propias
creaciones de sociedad formal y las violan permanentemente ya sea para consolidar sus
ganancias como para intentar destruir el polo progresista de la contradicción.
Por su propia condición de clase dominante, estos sectores de la especulación financiera
concentrada han logrado modelar un aparato estatal a su medida y para satisfacer sus más
mínimos requerimientos. La formal división de poderes presenta resquicios operativos que
son “sabiamente” utilizados por estos sectores para imponer sus normas, dilatar la
aplicación del nuevo sistema, deformar la aplicación de leyes y, en última instancia,
extender la vigencia de su posición dominante en la lucha de contrarios.
Una manifestación específica de esta realidad, como una especie de protuberancia
monstruosa y silente emanada desde la clase dominante, es el aparato burocrático. Desde la
consolidación del Estado moderno, situándolo a partir de las monarquías absolutas, la
burocracia ha sido un factor permanente al servicio de la dominación. Las jerarquías y los
cargos burocráticos, a lo largo y a lo ancho de todo el aparato estatal, fueron acordadas en
función de la necesidad de la clase dominante de perpetuarse en el poder.
Más aún: el intento de revolución social producido en Rusia en 1917 fue ahogado en
sangre pero antes que nada fue asfixiado por la acción de una burocracia que, derivada del
zarismo, pretendió convertirse en clase per se. El resultado final: el colapso soviético, fue
incentivado y fomentado por el imperialismo que, de tal modo, logró destruir el más serio
contendiente institucional que lo había enfrentado.
Aunque debemos señalar expresamente que este aparato burocrático no actúa por sí solo
sino que sirve también para intentar modelar el propio desarrollo económico, intentos que
hoy implican serias violaciones a la propia supervivencia de la Humanidad. El incumplimiento
de lo acordado en el tibio Protocolo de Kyoto, fundamentado por leyes y normas dictadas
por esos aparatos burocráticos nacionales, es un claro ejemplo de ello.
David Harvey habla de “acumulación por desposesión” refiriéndose a la mecánica que el
imperialismo financiero ha puesto en marcha para apropiarse de nuevos recursos tanto
naturales como humanos. Pero también esta mecánica apunta a la desposesión de pequeños
propietarios y productores y ataca a comunidades cooperadas, en el intento por apoderarse
de sus pertenencias.
Sin embargo, esta política es efímera y limitada ya que, al ampliar la enajenación social
exacerba la propia contradicción antagónica y agudiza el enfrentamiento entre los más
amplios sectores nucleados por la desposesión de la plusvalía, y la elite concentradora. Es
evidente, cada vez con mayor fuerza, la defección de los “poderes instituidos” en este
enfrentamiento. Ello genera una descomposición cada vez mayor del poder formal.
El instrumento por excelencia con que la clase dominante controla el aparato estatal es
la corrupción. Se habla de casos aislados, se rescatan experimentos “sanadores”, se dictan
normas “anti-corrupción”, pero lo cierto es que la corrupción es estructural y funciona en
tanto no se resuelva la contradicción antagónica. Ella tiene su justificación precisamente en
el parasitismo y en la descomposición del capitalismo, correspondientes a su fase histórica
superior, es decir, al imperialismo. Las superganancias gigantescas permiten la corrupción y
la formación de respaldos sociales a los designios explotadores del pequeño grupo
corruptor. Y a su vez, esos respaldos sociales (burocracia, esquiroles, etc.) son los que
alivian el camino para las superganancias.
Esta política ha conducido al agotamiento del modelo institucional, concentrador,
burocrático y autoritario originado por el propio imperialismo financiero especulador. Como
debe ser, la parte reaccionaria de la contradicción siempre es limitada en su accionar por
sus propia idiosincrasia. La actual crisis sistémica es algo más que un simple colapso a
superar. Se ha convertido, con toda crudeza, en la más evidente demostración de la
caducidad del sistema. El default abarca a todos los sectores de la conducción social de los
países “centrales” y, obviamente, pone en riesgo el desarrollo integral de la “periferia”.
Por ende, la contradicción antagónica de la actualidad es algo más que un enfrentamiento
entre clases. Es una lucha por la propia supervivencia del ser humano, independientemente
de estas superficiales calificaciones de “centro” y “periferia”. Entre la lógica y el raciocinio
fomentados por la RCT y la RI, y el intento criminal por utilizarlas a ambas como un nuevo
aparato de dominación indiscriminada. Este es el núcleo violento de la contradicción.
Desafectarlo implica desarticular la violencia como inevitable e indefectible componente de
la realidad social.
Pero además permite “abrir” la resolución de la contradicción e imponer, por la acción de
los grandes sectores populares de la sociedad, alternativas superadoras y conductoras
hacia formaciones socio-económicas más inclusivas.
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