Artículo explicativo

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QUÉ BUENO QUE VINISTEIS
Diversidad cultural e inmigración a los 50
Mendcheng Hu, Zhi Yong Hu, Xin Lei Duan, Ioana Fiscutan, Nelson García,
Alejandra Hierro, Stefanie Wessel y Anna Heydan. No, no se trata de una selección de
atletas famosos para las próximas Olimpiadas de Pekín y tampoco de un trabalenguas de
nombres extranjeros elegidos al azar. Todos ellos tienen algo en común. Son, sin ir más
lejos, compañeros de clase de uno de nuestros centros de Escuelas Católicas. Se trata,
por ese orden, de tres chicos de China, una chica polaca, un chico y una chica
ecuatorianos y, por último, dos esforzadas alumnas de Rumania. ¡Nunca el profesor de
Conocimiento del Medio lo tuvo tan fácil para enseñar geografía! Todas las mañanas la
profesora tenía el chiste asegurado intentando pronunciar correctamente el nombre de
uno de sus mejores alumnos de matemáticas, Mendcheng. En cambio, Ioana no tenía
ningún problema, le encanta todo lo relacionado con el lenguaje y es que, además, es la
alumna con mejores notas de la clase.
Un momento, ya sé que alguien estará pensando: «¿En un colegio concertado?
Serán los únicos de todo el centro y en todos los cursos. Además, seguro que es de
Madrid o Barcelona y es la excepción». Bueno, bueno, aclaremos las ideas. Pongamos
unos números sobre la mesa. Actualmente, en las aulas españolas hay alrededor de siete
millones de alumnos entre 3 y 18 años. De éstos, cerca del 20 por ciento estudia en
centros católicos. En el curso 2006-2007, los centros concertados de Escuelas Católicas
aprenden, enseñan y conviven con más de 62.000 alumnos de otros países. La mitad de
estos alumnos vienen de América del Sur, el 20 por ciento de Europa, el 10 por ciento
del Norte de África y el 7 por ciento son asiáticos. A título general, en nuestras aulas, de
cada cien niños, cinco son extranjeros.
Como es lógico, este porcentaje varía por Comunidad, provincia y nivel
educativo. Y ¿a qué se deben estas diferencias? Desde luego la causa no es la titularidad
del centro. Tanto centros públicos como concertados del mismo barrio pueden ser muy
heterogéneos en la escolarización de alumnado inmigrante ¿Por qué? Debido a la
concentración de población en grandes urbes, la vivienda en las zonas más baratas y en
muchos casos marginales, las posibilidades de futuro académico de los alumnos, las
necesidades y cambios en el mercado de trabajo y, sobre todo, la demanda laboral, en su
mayoría itinerante, agrícola y obrera concentrada en zonas puntuales de la Península.
Todos estos factores dibujan un mapa de España muy variado en la escolarización de
alumnos extranjeros.
Pero se acabaron las cifras. Solamente una más: 50 años que cumple FERECECA… ¡ya es medio siglo! Al igual que para saber la edad de los perros se multiplica
por siete, y así podemos comparar con la de las personas, los entendidos en cultura
organizativa dicen que para calcular la edad de una institución hay que dividir entre dos.
Las cuentas son fáciles, Escuelas Católicas es una jovencita de veinticinco, aunque
madura porque viene del casamiento funcional de FERE-CECA y EyG. Creer en la
Educación después de cincuenta años de trabajo compartido es la historia de un desafío;
hacerlo a los veinticinco, esperanza de vida. En cualquier caso, en 50 años de vida como
institución se vive la plena juventud. Escuelas Católicas es una joven creyente en la
educación y cristiana, solidaria, dialogante, viajera, investigadora, orgullosa de sus
raíces y con una mirada de esperanza hacia el futuro. En la página de uno de sus diarios
juveniles más íntimos (Escuela Católica: signo y propuesta de futuro. 2002.
Madrid:SM) nuestra chica ya apuntaba maneras: «Casi todas las tradiciones de la
escuela católica surgen históricamente para hacer lo que nadie hace en el momento de
su aparición». No es de extrañar que tiene, por ejemplo, a más de ocho mil alumnos
matriculados en centros de educación especial o que casi siete mil se encuentran
cursando Programas de Garantía Social, de los cuales la mitad ha vuelto a retomar sus
estudios y aprobar la ESO. Motor de sus ilusiones, el compromiso con la sociedad es
evidente. España ha mejorado su economía y su estabilidad política y social, somos
sociedad de bienestar. Esta joven Escuela Católica sabe que es ahora cuando nuestras
ciudades se llenan de familias de otros países que quieren instalarse en nuestros barrios
para empezar una nueva vida y que todo movimiento migratorio va unido a fenómenos
de reagrupación familiar. En cualquier rincón de nuestra geografía, en la parada del bus,
en la oficina, en el campo, en la parroquia, en la puerta de nuestro vecino de al lado y,
por supuesto, en nuestras aulas, el paisaje social se ha enriquecido. Rostros con nuevos
rasgos, trabajadores con nuevos gustos, fiestas que se celebran en calendarios distintos,
postres más dulces o más agrios, pero es que, ¿a quién le gusta comer cocinando
siempre con los mismos ingredientes? Todos somos sal de la tierra.
Vivir cambios en la sociedad implica renovar los principios de nuestra
educación. Ante el evidente avance de las ciencias, por ejemplo, el descubrimiento de
un nuevo planeta con agua o la creación de lenguajes informáticos avanzados, las
fuentes epistemológicas del currículo introducen el nuevo conocimiento en los planes de
estudio o reformulan los principios para enseñar y aprender gracias a novedosos medios
y herramientas. Cuando la fuerza del cambio surge desde nuestra propia sociedad, la
innovación es, si cabe, más urgente. Las fuentes sociológicas del currículo deben nutrir
a los educadores y centros con las habilidades y planes necesarios para enseñar nuevas
competencias: aprender a ser, pensar, hacer y convivir en sociedades constituidas por
ciudadanos de diferentes culturas. Aunque ésta es sólo una parte de las innovaciones
necesarias, ¿cómo enseñar en la misma aula a alumnos con diferentes lenguas
maternas?, ¿cómo sembrar la convivencia pacífica y desterrar los prejuicios racistas de
nuestras escuelas? o ¿qué ocurre cuando un alumno ingresa a mitad de año y viene de
otro país diferente? A todo esto, la profesora de nuestra clase en cuestión siempre me
pregunta: «¿y qué más da de donde vengan? Todos son niños. Todos son mis alumnos.
Nelson es el preferido de las chicas y Ioana tiene las mejores notas ¡a ver quién les
quita ese privilegio!». Buena reflexión, más que una pregunta parece una respuesta.
De las palabras a los hechos: el compromiso de Escuelas Católicas
El próximo curso escolar, el Departamento de Innovación Pedagógica con la
colaboración de la Universidad Pontificia Comillas, presentan una nueva publicación
con objeto de dar respuestas reales a las preguntas del día a día en aulas que escolarizan
alumnos de múltiples culturas. No se asuste, en este artículo prometo no continuar con
jerga psicopedagógica, hablaremos claro. Antes de explicarle nada más, le animo a
participar en la reflexión, fuente de este documento.
Traiga la palabra inmigrante a su mente, cierre los ojos por unos instantes. Punto
y aparte de unos segundos.
Ahora piense sobre todo lo que ha inundado su pensamiento: ¿ha visto una
imagen?, ¿el rostro de alguno de sus alumnos?, ¿ha recordado alguna frase o palabra?,
¿quizá un número o una foto? Todo esto es tan solo la punta del iceberg de lo que
realmente se esconde debajo de la realidad: reencuentros familiares; motivos
económicos, políticos o sociales; asilo político; retos personales o necesidad imperiosa;
ascenso diplomático; patera o autobús europeo. Una lista sin fin. En nuestro árbol
genealógico, la rama que llega hasta nosotros y nuestra descendencia nace,
obligadamente, del tronco de un pariente lejano e inmigrante que un día decidió
emprender el viaje de su vida a España. Hace unos cuarenta y cinco mil años, cuando no
existían los límites fronterizos, todos fuimos inmigrantes africanos en Europa. Los
movimientos migratorios salan la vida, la diversidad cultural enriquece con nuevos
ingredientes y el mismo viaje de nuestro pariente lejano se convierte en más vida. Paul
Morand ha escrito que se sentía vivir más cuando estaba en ruta, yendo a alguna parte.
Sentía que era más verdadera la vida. Me gustaría creer que este pensamiento es
también inmigración, al menos así lo hubiera visto Morand. Otra vez punto y aparte.
Volvamos a las aulas repletas de niños y banderas de todos los colores, a
Mendcheng con sus matemáticas, a Ioana con su literatura y a la nueva publicación de
nuestra joven Escuela Católica. En primer lugar, España es Europa. La inmigración en
la península es solamente una ruta del sistema migratorio europeo. Un día los españoles
fuimos invitados, hoy somos anfitriones. Nuestros vecinos europeos viven este
fenómeno participando con nosotros. La inmigración es el motor del crecimiento
europeo doliente en su tasa de natalidad. Aulas con alumnos de diferente procedencia
son el vivir de la escuela alemana, austriaca, holandesa, inglesa o noruega en su historia
más que reciente. Mucho hemos aprendido y podemos aprender de sus experiencias, es
un punto de partida y política educativa común. Aunque, desde luego, hay que aterrizar
en España y en nuestras escuelas, ése es el eje del segundo capítulo.
La sociedad española cambia y su reflejo deslumbra en nuestros centros. La
estadística diagnostica, pero un conocimiento simplemente numérico no nos acerca a la
comprensión, porque «la compresión no puede digitalizarse» escribe Edgar Morin.
Aceptado el consejo, abordamos la escolarización del alumnado inmigrante con una
mirada cuantitativa y cualitativa. Del cómo y del porqué, además del qué y del cuánto.
Y es que los números no mienten aunque re-presentan y se hace necesaria la cualidad de
las historias personales que son más que cifras, sobre todo, personas, familias, alumnos.
Y de la sociedad al aula que el educador tan bien conoce. ¿Qué es lo que un
estudiante necesita para acercarse a nuestra lengua materna?, ¿existe lo intercultural en
nuestra programación de aula?, ¿qué necesita el alumno extranjero que llega en Primaria
a nuestro centro?, ¿y el que llega en Secundaria? Pero sin olvidarnos de algo
fundamental ¿qué es lo que necesita remodelar el centro para adaptarse a este cambio de
la sociedad? No será un tercer capítulo de criterios (del griego krino que significa
separar). Vamos a acercarnos a la realidad y vamos a hacerlo desde la mayor de las
objetividades humanas posibles, ¡si es posible! Será un viaje a las aulas con una forma
de ver diferente, no un análisis descriptivo, sino una actitud. «Una actitud es un sistema
elegido de producción de significados» dice José Antonio Marina, y añade «la realidad
desnuda está esperando siempre a que la vistamos de significado, y debe de ser muy
pudorosa, porque sólo podemos verla cuando ya está cubierta». Así, en este tercer
capítulo le invitaremos a vestir la realidad de su aula mirándola con una nueva actitud.
Póngase las gafas que ofrecemos, la realidad espera.
Por último, el cuarto capítulo habla de identidad, Educación Intercultural y
actuaciones educativas. No me saltaré la promesa de no escribir con jerga pedagógica
así que sólo diré que gracias al tú, vivimos el yo; que nosotros no es sin vosotros y que
qué bueno que vinieron para decirnos quiénes somos. Gracias Mendcheng, Ioana,
Nelson, Alejandra, Stefanie… No hay más pistas hasta el 26 de octubre.
Pero claro, la joven Escuela Católica se queja: «¡qué son muchos años de
juventud! -qué paradoja- y ya he hecho otras muchas cosas en mi vida». Es verdad, así
que para concluir un quinto capítulo: la selección de materiales, artículos, revistas,
cursos, jornadas y demás actividades de la historia inmediata de nuestras Instituciones
Religiosas y de las plurales y ricas sedes autonómicas.
En fin, que estos cinco apartados sirvan de base para lo que viene después:
actividades, programas, planes, cuestionarios, evaluaciones, buenas prácticas,
experiencias… Después de todo, puede ser que Morand tenga algo de razón.
Alfredo Hernando Calvo
Departamento de Innovación Pedagógica
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