LITERATURA ESPAÑOLA ACTUAL Cód. 31543 TEMA V: EL TEATRO Prof. Juan A. Ríos Carratalá CLASES PRÁCTICAS (2 sesiones): Texto para la exposición y el debate Los cambios en materia teatral (programación de los locales, evolución de los géneros, respuestas del público, aparición de autores y compañías…) no suelen ser rápidos ni dependen primordialmente de factores externos como la desaparición de un régimen político. La muerte de Francisco Franco en 1975 apenas representa un punto de inflexión en la evolución teatral. No obstante, el final del franquismo abrió una perspectiva de novedades en diferentes ámbitos y la instauración de un régimen democrático supuso la derogación de un control gubernativo ejercido a través de la censura (vigente hasta diciembre de 1976), junto con otras medidas coercitivas que condicionaron la práctica teatral, por entonces un coto casi exclusivo de empresas privadas, tanto en la producción/distribución como en la exhibición. La crisis de este modelo era patente desde finales de los años sesenta, coincidiendo con la aparición de nuevas pautas de ocio para el público, y se evidenció en la huelga de actores de febrero de 1975. La movilización fue importante en consonancia con la de diferentes sectores laborales en un período donde la crisis política coincidía con la económica desde 1973. Como consecuencia de esta huelga, el convenio laboral limitó el número de representaciones en una misma jornada, reguló los ensayos pagados a partir del décimo, estableció un día de descanso semanal… y quedaron satisfechas otras demandas de un colectivo que, a efectos laborales, apenas había evolucionado a lo largo del franquismo (véanse al respecto las memorias de actores españoles estudiadas en mi libro Cómicos ante el espejo o películas como Cómicos, de Juan A. Bardem). El éxito de una movilización puede tener efectos contradictorios. Estos cambios en la normativa laboral supusieron un incremento en los costes de producción y contribuyeron a la desaparición de unas empresas vinculadas a una práctica teatral que, en 1975, resultaba anacrónica y había dejado de ser rentable en numerosos casos por la deserción del público mayoritario (competencia de la televisión a partir de los años sesenta, nuevas posibilidades de ocio relacionadas con la etapa del «desarrollismo», debilitamiento del reemplazo generacional entre el público…). La consecuencia fue una progresiva desaparición del sector privado procedente de la etapa franquista, que sólo tuvo cierta continuidad en las grandes capitales. En torno a 1975, la disociación entre el teatro comercial de titularidad privada y aquellas manifestaciones teatrales que propugnaban, desde diferentes presupuestos, una renovación en los escenarios era notable, sobre todo más allá de algunos círculos relacionados con Madrid o Barcelona1. En ambas capitales hubo intentos aislados de programar obras de calidad o renovadoras en locales privados, porque las empresas de los mismos contaban con la existencia de un público capaz de sustentar esta demanda. La situación apenas se repitió en las capitales de provincia y fue compatible, en las citadas ciudades, con la proliferación de redes alternativas especialmente pujantes desde los años finales del franquismo. Ante la ausencia de competencias en materia cultural de la administración local (la autonómica fue creada por la Constitución de 1979), la iniciativa pública en materia teatral se circunscribía a Madrid, salvo por la existencia de esporádicas giras de los denominados «teatros nacionales» o «En 1975 el concepto de teatro comercial encerraba una clara connotación peyorativa para la crítica especializada y universitaria. Se entendía por tal aquel en el que primaba un sentido más económico que artístico. Pero estos términos no son comprensibles, en rigor, ni homologables con el resto de los géneros literarios. De ahí que no se pueda mantener el prejuicio de que todo lo comercial es menospreciable. De hecho, a lo largo de la historia del teatro, éste ha sido siempre comercial y, si no, no ha podido realizarse. Sólo el siglo XX separó la escena habitual de la innovadora, porque rara vez ésta se podía presentar de buenas a primeras ante el público. Pero el teatro propiamente dicho, el que ve el público, el que se paga por asistir, ha sido siempre comercial» (Oliva, 2004:54). 1 programaciones veraniegas como los «festivales de España». Esta circunstancia es relevante desde el punto de vista histórico, puesto que había una enorme diferencia –mucho más acusada que la actual- entre la programación madrileña y la de cualquier otra localidad. Numerosos historiadores obvian esta circunstancia y, a partir del análisis de lo sucedido en la capital, extrapolan las conclusiones al resto del país. La política teatral del Estado sufrió durante el tardofranquismo y los inicios de la Transición una parálisis en cuanto a iniciativas. La circunstancia es coherente con el estado de un régimen que se sabía abocado a su final y la ausencia de un nuevo marco legal donde esas iniciativas tuvieran acomodo. El franquismo estaba desapareciendo y la democracia todavía no acababa de asentarse. La situación se prolongó hasta finales de los setenta y sólo pudo ser parcialmente compensada por la vitalidad de los movimientos renovadores y la relativa pujanza que todavía conservaban algunas empresas teatrales, especialmente las vinculadas a géneros populares como la revista o las variedades. En ciudades de provincias como Alicante, los locales en manos de empresas privadas eran instalaciones vetustas y carentes de inversión para su mantenimiento. El motivo era la inexistencia de una perspectiva de rentabilidad a corto plazo (véase la historia del Teatro Principal de Alicante desde 1975 hasta su cambio de titularidad –Ayuntamiento y CAM- y posterior remodelación en 1992). Sus programaciones solían ser compatibles con las proyecciones cinematográficas y todavía acogían los géneros que triunfaron durante el franquismo: los espectáculos de variedades, las revistas que durante la Transición se beneficiaron del fenómeno del «destape» para recuperar público antes de desaparecer por la inviabilidad económica de estas compañías a partir de los ochenta, las «comedias burguesas» que reflejaban con timidez y oportunismo algunos cambios de mentalidad de la sociedad española, las obras de circunstancias relacionadas con el cambio político, las zarzuelas que todavía contaban con un público fiel antes de su desaparición –casi definitivaen los años ochenta y algún drama como contrapunto de prestigio, a menudo procedente de otras dramaturgias y siempre representado por compañías de Madrid (véase la cartelera del citado local realizada por nuestra universidad a partir del archivo depositado en la Biblioteca Gabriel Miró). Los clásicos eran por entonces una referencia exclusivamente académica y las obras del Teatro Independiente o las de «autores disidentes» jamás subieron a este escenario mientras permaneció en manos de la empresa privada. La renovación de la dramaturgia durante la última etapa del franquismo afrontó dificultades ajenas al cambio de régimen político. Autores como Antonio Buero Vallejo, los agrupados en la generación realista de los años sesenta (Lauro Olmo, José Martín Recuerda, Alfredo Mañas, José Mª Rodríguez Méndez…), la generación de los simbolistas o, más tarde, Antonio Gala apenas llegaban a estas capitales de provincia porque no solían formar parte de las giras de las compañías radicadas en Madrid. Algunos éxitos en la capital, incluso, no se pudieron ver posteriormente en dichas capitales. Cuando en los manuales de historia del teatro se habla de estos dramaturgos vinculados con la disidencia o no identificados plenamente con el régimen franquista, debemos tener en cuenta que su presencia, siempre problemática, se suele circunscribir a Madrid y poco más. La censura les permitía estrenar con limitaciones y a sabiendas de la escasa circulación de sus obras por, entre otros motivos, la debilidad de una demanda específica de este teatro por parte del público. La circunstancia debilitó la posibilidad de una evolución más o menos uniforme en el conjunto del país durante la Transición, aunque lo sustancial de ese cambio tuvo su origen en los circuitos alternativos. Mientras tanto, hasta en esas mismas ciudades provincianas fueron surgiendo iniciativas paralelas a una empresa privada en declive por el progresivo anacronismo de su oferta –fenómenos como el de Alfonso Paso durante los años sesenta no tuvieron continuidad o sustitución, a pesar de algunos émulos (Juan José Alonso Millán, Santiago Moncada)- e incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos. Los grandes teatros estaban de hecho vetados para esa renovación y fue preciso crear circuitos paralelos (colegios mayores, centros vecinales, parroquias, plazas…), que, a pesar de sus carencias en materia de infraestructuras, funcionaron durante los primeros años de la Transición gracias a la pujanza del Teatro Independiente y la movilización cultural de un sector de los espectadores, fundamentalmente jóvenes y antifranquistas. El Teatro Independiente es la clave de buena parte de la evolución teatral a finales del franquismo y durante los primeros años de la Transición. Este movimiento escénico, iniciado en las postrimerías de la dictadura como reemplazo de la labor del teatro universitario o el de cámara en los años cincuenta y principios de los sesenta, manifestó una clara vocación de oposición al régimen, que era compatible con la búsqueda de nuevas fórmulas teatrales dirigidas a un público ajeno a lo ofertado en las carteleras convencionales. El movimiento tuvo ramificaciones en todos los rincones del país, gracias a una descentralización de la iniciativa teatral que permitió la proliferación de compañías locales (varias de ellas radicadas en la provincia de Alicante). No obstante, el fenómeno fue posible por el interés de un público entusiasta, participativo y completamente diferenciado del que asistía a los teatros tradicionales. La consiguiente movilización de los espectadores respondía a circunstancias tanto teatrales como ideológicas y políticas durante la etapa de la Transición, cuando en una ciudad como Alicante fue posible la aparición de la Asociación Independiente de Teatro como cooperativa de espectadores capaz de plantear una alternativa a la ausencia de una programación renovadora o de interés en el Teatro Principal. La democratización de las instituciones locales a partir de las elecciones municipales de 1979, la aparición de la administración autonómica con amplias competencias en materia cultural y el impulso a los circuitos teatrales dado desde el Ministerio de Cultura durante los años ochenta cambiaron por completo esta situación. Los empresarios de local vendieron muchos de sus vetustos teatros, que pasaron a menudo a la titularidad pública y mejoraron notablemente su infraestructura gracias a un programa dotado por el citado ministerio. Esa titularidad (ayuntamientos, diputaciones, comunidades autónomas, cajas de ahorros…) buscó la colaboración con los sectores más inquietos de cada comunidad, casi siempre relacionados con un Teatro Independiente poco viable por entonces a causa de la evolución política –el antifranquismo había dejado de ser una bandera cultural- y una mayor exigencia por parte de espectadores que habían dejado de ser enfervorizados militantes. La llamada de la Administración aceleró la crisis de los movimientos independientes, incapaces de seguir adelante con «la estética de la furgoneta», las continuas giras en precarias condiciones, la pobreza de medios y, sobre todo, una madurez que había dejado atrás el impulso de la juventud. El trasvase supuso el final de un impulso renovador, pero permitió alentar uno nuevo en otro ámbito. Pronto se estableció un punto de encuentro que dignificó y actualizó la cartelera de numerosas ciudades con criterios de continuidad y estabilidad empresarial. Por otra parte, su renovada y heterogénea oferta provocó la progresiva desaparición de los circuitos paralelos junto con el movimiento del Teatro Independiente, aunque se mantuvieron las representaciones en espacios alejados de los teatros convencionales. La mayoría de las mismas fueron auspiciadas por las instituciones locales o autonómicas, que durante la década de los ochenta hicieron una clara apuesta por la inversión teatral, sobre todo por la organización de festivales, la creación de centros dramáticos y la proliferación de programaciones culturales que siempre incluían el teatro. El teatro había entrado en la agenda de las autoridades. Esta decisión política garantizaba, hasta cierto punto, la viabilidad de muchos proyectos de compañías, que surgían a menudo de la extensión e intensidad del fenómeno teatral por entonces. Las cifras en este sentido resultan contundentes, aunque también cabe reconocer la debilidad del punto de partida que suponía la política cultural del franquismo. César Oliva en La última escena sintetiza en los siguientes puntos las medidas adoptadas por los gobiernos del PSOE durante los años ochenta -«la década prodigiosa, 1983-1992»- en relación con el teatro: A) Atención prioritaria por el teatro público: se reestructura el Centro Dramático Nacional elevando considerablemente su presupuesto, con el objetivo de homologarlo con los grandes centros de producción europeos. Su programación resultó polémica durante las primeras temporadas, pero acabó marcando pautas con evidentes repercusiones en la cartelera. B) Creación de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, cuya misión fundamental es revisar los grandes títulos del Siglo de Oro, que habían sido olvidados por la empresa privada. C) Fundación del Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas, con el objetivo de investigar en modernas formas de expresión teatral. Este centro tuvo una vida precaria por la ausencia de un público para su programación y fue el primero en caer cuando las dotaciones económicas flaquearon. D) Reconversión del Centro de Documentación Teatral en un órgano de difusión de todo cuanto acontece en materia teatral en España. Su archivo y su página electrónica son referencias inexcusables para cualquier investigación relacionada con el teatro contemporáneo. E) Ofrecer la posibilidad al sector privado de concertar su actividad con el Estado, de manera que, dado un programa determinado, las empresas puedan contar con una subvención fija durante cierto período de tiempo. F) Puesta en marcha de una política de ayudas a compañías que se sometan a unas normas determinadas. G) Incremento de los eventos internacionales, en forma de festivales temáticos que conciten el interés del público, sobre todo en época estival (Mérida, Almagro). El conjunto de estas y otras medidas complementarias supusieron la incorporación del teatro español a unas pautas cercanas a las de otras dramaturgias europeas, aunque algunas ya fueron suprimidas desde la década de los noventa –la crisis económica repercutió desde 1993 en un teatro demasiado acostumbrado a depender del erario público- y la falta de inversión ha condicionado posteriormente la continuidad de esta política teatral. Al mismo tiempo, las comunidades autónomas culminaron el proceso de transferencias en materia cultural y adoptaron medidas paralelas a las del Estado. Esta decisión política provocó una descentralización de la actividad teatral, así como la aparición de circuitos de exhibición y centros de producción. El ejemplo de la Comunidad Valenciana es sintomático en este sentido, puesto que se ha pasado de un relativo esplendor a finales de los años ochenta a la práctica desaparición de Teatres de la Generalitat en la actualidad. El origen de esta evolución negativa, agravada en la actualidad, va más allá de las cuestiones económicas y evidencia un orden de preferencias con un inequívoco sentido ideológico, compartido por un considerable sector del electorado. Los recortes en materia teatral se realizaron al principio de la crisis, en proporciones abusivas y en medio de un silencio cómplice. El caso de la programación en la ciudad de Alicante podría ser representativo en este sentido. Las nuevas circunstancias impulsadas por los gobiernos del PSOE durante los años ochenta supusieron una dignificación de la función teatral en ara de su interés cultural (mejora en las infraestructuras y en las condiciones de trabajo, inversiones en la puesta en escena, subvenciones a la producción…), así como una mayor accesibilidad para el público, que a menudo disfrutó de entradas gratuitas o subvencionadas por las diferentes instituciones locales y autonómicas. El objetivo de ver teatro de calidad ya no pasaba por ir a Madrid o Barcelona. El precio de este desembarco de la iniciativa pública fue la aparición de excesos por parte de diferentes colectivos, la espectacular elevación de los costes con la consiguiente imposibilidad de competencia para la iniciativa privada y la neutralización crítica de buena parte de lo representado por entonces en los escenarios. Al margen de algunos títulos aislados y no siempre afortunados, durante los años ochenta al historiador le cuesta encontrar una producción vinculada con los problemas de aquella España, así como una promoción de autores nacionales capaz de sustentarla. La alternativa hegemónica fue un teatro formalista, de gran empaque escenográfico, hermoso como espectáculo, fundamentalmente lúdico y centrado en unos autores entre los que no solían contar los españoles y contemporáneos. No obstante, y gracias a las compañías estatales, fue posible no ya la recuperación, sino la representación en las debidas condiciones de los grandes postergados: Federico García Lorca y Valle-Inclán, especialmente, que en los ochenta vivieron un esplendor nunca antes conocido. Asimismo, se recuperó parte del teatro escrito en el exilio (Fernando Arrabal, Rafael Alberti, Max Aub…) y algunos de los textos prohibidos durante el franquismo de autores como Lauro Olmo o Alfonso Sastre. Este proceso de recuperación duró poco tiempo por falta de respuesta entre el público y los autores postergados por motivos políticos no se consolidaron en las carteleras de los años posteriores. Sus obras sólo formaban parte del pasado sin haber adquirido la categoría de lo clásico. El impulso público al teatro empezó a entrar en crisis a principios de los años noventa -1992 supone un punto de inflexión-, aunque la alternancia política representada por los gobiernos de José Mª Aznar (1996-2004) no se tradujo en un cambio radical del modelo, cuya debilidad pasaba por el «cortoplacismo» habitual en la actuación política: invertir a la busca de efectos inmediatos (programación) y desatender los aspectos formativos, de profesionales y espectadores, que siempre requieren más tiempo y tienen una improbable rentabilidad electoral. La labor por entonces ya estaba básicamente realizada: locales renovados, circuitos establecidos, ayudas periódicas, festivales especializados en distintos aspectos de la producción… Sin embargo, la progresiva desatención de las instancias públicas, que veían en el teatro un motivo de escasa rentabilidad electoral, sacó del letargo a quienes propugnaban alternativas renovadoras y críticas. Así surgieron en los años noventa fenómenos como el de las salas independientes, pequeños espacios destinados a la innovación con la colaboración de un sector del público, o la aparición de empresas privadas que se centraban en la producción y, a veces, se hacían cargo de la programación de un local. Al mismo tiempo, hubo un progresivo reconocimiento del error cometido al subordinar todo –incluidas la imaginación, la creatividad, la previsión y la cordura- al apoyo de la administración pública hasta el punto de olvidar a los espectadores. La respuesta de los mismos fue lógica: ausentarse y buscar nuevas formas de ocio. César Oliva, después de analizar la cartelera española de las últimas temporadas del siglo XX, presenta la siguiente caracterización de la actividad teatral en España (2004:223): A) Un descenso considerable de estrenos de autores vivos, que comprende incluso a los que cultivan la comedia más comercial, habitual en las carteleras a lo largo de todo el siglo XX. Este descenso deriva en el anonimato de los pocos autores con estrenos y en la pérdida de identidad y presencia de esta figura en el panorama teatral, circunstancia que se sigue agravando diez años después con la colaboración de los medios de comunicación, nada interesados en una actividad que no genera rendimientos publicitarios o empresariales para sus propietarios. B) La confirmación del teatro de texto, una vez superadas determinadas modas que admitían el predominio de la imagen. La confirmación, no obstante, no supone necesariamente una mejora de los textos, sino la ausencia de propuestas alternativas basadas en otros recursos. C) La paulatina homologación de la escritura escénica hacia una única fórmula de contenido tradicional, a pesar de modernas y diferentes señas de identidad. Se produce, por lo tanto, una contradicción entre la apariencia de modernidad y el tradicionalismo en la construcción o contenido de las obras. D) Primacía de obras con pocos personajes y decorado único, dada la búsqueda del difícil estreno; fenómeno que desembocará a final de siglo en la moda de textos construidos como monólogos. Este rasgo se ha acentuado con la actual crisis económica hasta el punto de que una obra comercial rara vez supera los cuatro o cinco intérpretes. E) Inclusión definitiva en el sistema empresarial de compañías antes ligadas a un modo de producción y distribución independiente o alternativo. Desaparecidos los apoyos de la administración pública, las pocas compañías restantes se han visto obligadas a aceptar este esquema de producción y distribución. Conviene recordar que un mercado único suele desembocar en un lenguaje teatral también único. F) Pervivencia de buena parte de la escritura dramática por medio de la publicación, aunque la misma permanece al margen de los circuitos editoriales, tiende a refugiarse en la edición electrónica y carece de lectores al margen de una minoría de profesionales relacionados con el teatro. G) Graves dificultades para la estabilidad de quienes se mantienen en el teatro de experimentación. Esta circunstancia se ha agravado a partir de la actual crisis económica y las dificultades abarcan a la práctica totalidad de los sectores relacionados con el teatro. H) Pérdida de entidad de Madrid como capital de estreno por antonomasia. Sin embargo, el proceso de descentralización tendió a limitarse a la producción durante los ochenta-noventa –las obras eran vistas sólo allí donde se producían, con el consiguiente empobrecimiento- y ha quedado estancado durante la primera década del siglo XXI. La capital, no obstante, ha recuperado parte de su protagonismo gracias a los musicales de franquicia, un fenómeno con numerosos componentes extrateatrales, relacionado con el ocio casi exclusivamente y que tiende a ser hegemónico con el beneplácito del público. A lo largo del actual período democrático, los dramaturgos españoles han tenido enormes dificultades para llegar a los escenarios y, por supuesto, son prácticamente desconocidos para el público, incluso el culto o interesado por los espectáculos. La situación difiere notablemente con respecto a la de los novelistas contemporáneos. Al margen de nombres aislados como José Luis Alonso de Santos durante los años ochenta y, dentro de otra generación, Sergi Belbel, Jordi Galceran o Juan Mayorga, el autor teatral ha quedado sumido en el anonimato, a diferencia de lo sucedido con unos novelistas que cuentan con el apoyo de la industria editorial para encontrar su hueco en los medios de comunicación. En contradicción con lo habitual en otras épocas, la relevancia social de los dramaturgos es tan nula como su presencia en los medios de comunicación audiovisual. El cambio en este sentido ha sido brutal con respecto a cercanos períodos históricos como el franquismo. Ni siquiera cuando sus obras se estrenan, circunstancia casi siempre aislada, sus nombres aparecen como posible reclamo para los espectadores. La publicidad de cualquier local como el Teatro Principal de Alicante evidencia esta desatención, que también se traslada a los medios de comunicación –ha disminuido drásticamente el espacio dedicado al teatro y sus protagonistas, incluso en la prensa- y editoriales, hasta el punto de que las ediciones de teatro han desaparecido de los circuitos comerciales. No obstante, a principios del siglo XXI esta situación de claro retroceso hacia la indigencia fue compatible con un notable aumento de la asistencia al teatro, sobre todo en Madrid o Barcelona. El fenómeno no se extendió al conjunto de los géneros, sino que se centró en el musical de franquicias, que pasó de la inexistencia en España a copar los mejores locales de la capital. La influencia de la televisión en la proliferación de otro género, los monólogos cómicos, también insufló optimismo a las taquillas (véase Unidad XIII de la asignatura Historia del espectáculo y el primer capítulo de mi libro Espíritu de mambo: Pepe Rubianes, Vigo, Academia del Hispanismo, 2013). El argumento más repetido durante estos años anteriores a la actual crisis económica es que el teatro, por ser un espectáculo en directo no sujeto a posible piratería informática, resistía mejor la competencia de las nuevas tecnologías, a diferencia del cine o la música. Sin embargo, la actual crisis económica, las progresivas mermas en el estado de bienestar con su repercusión en la actividad cultural y algunas polémicas medidas gubernamentales –incremento del IVA del 8 al 21%- han incidido notablemente en un descenso de las taquillas y en el número de representaciones, el empobrecimiento de una oferta cada vez más homogénea por falta de apoyos a la producción de proyectos renovadores y la desaparición de numerosas compañías, hasta el punto de que se estima un paro superior al 80% entre los profesionales vinculados a esta actividad. Los actores de teatro, para permanecer activos como profesionales, deben recurrir en la mayoría de las ocasiones a los medios audiovisuales, fundamentalmente a las series de televisión, puesto que el cine atraviesa una situación igualmente dramática. El teatro ha dejado de estar en una situación de privilegio dentro del mundo cultural: las obras ya no recrean conflictos capaces de provocar debates o escándalos por sus implicaciones ideológicas, morales o de cualquier otro tipo, sus protagonistas pasan desapercibidos por carecer de proyección pública, su presencia en los medios de comunicación es mínima, el tratamiento académico que recibe está más vinculado al pasado que al presente, la renovación del público se ha estancado con el consiguiente envejecimiento de los espectadores… Por otra parte, las posibilidades del teatro para satisfacer el tiempo de ocio de los espectadores sufre las consecuencias de una oferta cultural fragmentada hasta extremos inimaginables hace pocos años y excesivamente dependiente de los omnipresentes medios audiovisuales, cada vez más refractarios a incluir cualquier referencia a lo teatral. En este sentido, la evolución de la televisión en España resulta sintomática, desde los tiempos de una importante presencia de espacios dramáticos (años sesenta y setenta) hasta la ausencia casi total de la actualidad, tanto en las cadenas públicas como las privadas. A diferencia de lo sucedido en su primera etapa, el lenguaje de la televisión ya no está a disposición de otras manifestaciones culturales y la consiguiente endogamia ha afectado al teatro, incluso cuando se representa a imitación de lo emitido por televisión. El intento de trazar líneas de identificación en una cartelera de estas características resulta una tarea compleja. Los futuros historiadores del teatro español hablarán de una heterogeneidad, sinónimo a veces del caos propio de la posmodernidad, donde es difícil encontrar el correlato escénico de nuestro presente, salvo excepciones sin continuidad en el tiempo por falta de respuesta del público. En este marco de líneas entrecruzadas nos vemos a menudo obligados a realizar análisis o comentarios centrados exclusivamente en espectáculos concretos, sin la posibilidad de extrapolar sus conclusiones a una hipotética corriente o movimiento que cuente con el sustento del público como respuesta a una determinada demanda. El caso de Urtain, la obra de Juan Cavestany seleccionada para la práctica, ejemplifica esta circunstancia, aunque sea coherente con el resto de la trayectoria del grupo Animalario, uno de los más renovadores, polémicos y activos de las últimas temporadas. Sus producciones han alcanzado una apreciable repercusión y entroncan con las de otros grupos históricos que protagonizaron las más interesantes propuestas del teatro durante la Transición. BIBLIOGRAFÍA2 CABAL, Fermín, La situación del teatro en España, Madrid, Asociación de Autores de Teatro, 1994. HUERTA CALVO, Javier (ed.), Historia del teatro español, II, Madrid, Gredos, 2003. GABRIELE, John P., Teatro de la España demócrata: los 90, Madrid, Fundamentos, 1996. OLIVA, César, El teatro desde 1936, Madrid, Alambra, 1989. ___, Teatro español del siglo XX, Madrid, Síntesis, 2002. ___, La última escena (Teatro español de 1975 a nuestros días), Madrid, Cátedra, 2004. RAGUÉ ARIAS, María José, El teatro de fin de milenio (de 1975 hasta hoy), Barcelona, Ariel, 1996. VV.AA., El teatro en Alicante, número monográfico de Canelobre, nº 28 (1994). CLASES PRÁCTICAS Y ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS: Campus Virtual: Participación en debates desde el 9 de diciembre de 2013 hasta el 20 del mismo mes. Debate 1 (optativo): Analiza y comenta en el campus virtual el siguiente párrafo del manual de Ángel Luis Prieto de Paula y Mar Langa poniéndolo en relación con las Al margen de la bibliografía publicada, el interesado puede consultar la página electrónica del Centro de Documentación Teatral (CDT) del Ministerio de Cultura, donde encontrará abundante información sobre el período analizado, y la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, que cuenta con la más amplia colección de textos teatrales contemporáneos en español, así como portales temáticos dedicados a diversos autores y compañías. En el caso de estar interesado por la repercusión de lo explicado en el ámbito local, aparte de consultar el indicado número de la revista Canelobre, en la Biblioteca Gabriel Miró tiene a su disposición toda la cartelera teatral de Alicante durante el período analizado, así como abundante información documental y gráfica en el denominado Archivo Portes de la citada biblioteca. 2 obras de José Luis Alonso de Santos (Bajarse al moro) y José Sanchis Sinisterra (¡Ay, Carmela!), que se incluyen entre las lecturas obligatorias de las asignaturas Historia del espectáculo y Literatura Española: Gestión y difusión, cuyos apuntes están disponibles en el campus virtual: «La dicotomía entre las fórmulas del teatro independiente y las del comercial que, salvo excepciones, habían marchado desconectadas y en paralelo durante el tardofranquismo y en los primeros años de la democracia, terminó deshaciéndose mediante una síntesis en que convergen los rasgos de unas y otras. Para ello fue preciso, desde el lado del teatro independiente, renunciar al prurito experimental sin otra finalidad que la ruptura, y al desdén sin matices hacia un teatro popular y tradicional identificado con los tópicos de la España del género chico; y desde la perspectiva del teatro comercial, entender que la pretendida anuencia del público no puede ser el único rasero para regular el nivel de calidad de las obras ofrecidas». Debate 2 (obligatrio): Indica y comenta en el campus virtual las obras de teatro que hayas visto durante la temporada 2012-2013 y la actual. ¿Qué motivos te llevaron al teatro en tales ocasiones? ¿Cuál fue tu mejor experiencia como espectador/a en un teatro? ¿Cómo justificarías en la actualidad la conveniencia de acudir al teatro? ¿Qué ventajas e inconvenientes constatas en la experiencia como espectador teatral en comparación con la de otras manifestaciones culturales? Ejercicio (obligatorio): A través de Internet y desde distintas plataformas como Youtube y A la carta, de RTVE, debes consultar la adaptación televisiva de Urtain (2008), de Juan Cavestany, que fue emitida en noviembre de 2011 por la citada cadena dentro de su espacio Estudio 1. A continuación, debes redactar un trabajo individual de entre cinco y seis folios sobre la citada obra y su puesta en escena televisiva que incluya, básicamente, los siguientes puntos: 1. Datos de identificación de la obra y su adaptación televisiva. 2. Trayectoria del autor y el grupo Animalario. 3. Recepción crítica de la obra (consulta de las hemerotecas digitales). 4. Valoración crítica y personal de la obra. 5. Análisis de su adaptación a la televisión. 6. Fuentes consultadas. Para la realización del trabajo puedes consultar mi libro Usted puede ser feliz. La felicidad en la cultura del franquismo, Barcelona, Ariel, 2013, pp. 247269, donde encontrarás la bibliografía básica acerca de la obra de Juan Cavestany. Fecha de entrega: hasta el 10 de enero de 2014. Lugar: buzón del profesor, situado en la planta 2ª de Letras, I.