"El otoñado".Juan R. Jiménez

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Estoy completo de naturaleza
en plena tarde de áurea madurez
alto viento en lo verde traspasado.
Rico fruto recóndito, contengo
lo grande elemental en mí (la tierra,
el fuego, el agua, el aire), el infinito.
Chorreo luz: doro el lugar oscuro,
trasmino olor: la sombra huele a dios,
emano son: lo amplio es honda música,
filtro sabor: la mole bebe mi alma,
deleito el tacto de la soledad.
Soy tesoro supremo, desasido,
con densa redondez de limpio iris,
del seno de la acción. Y lo soy todo.
Lo todo que es el colmo de la nada,
el todo que se basta y que es servido
de lo que todavía es ambición.
La estación total, 1946
COMENTARIO 6: El otoñado, Juan Ramón Jiménez
RESUMEN:
El yo poético se presenta en madurez y plenitud, llegando a contener los elementos
origen del universo e, incluso, llegando a trasmitir todas las sensaciones en una fusión con el
cosmos. Se describe así como el todo, la eternidad.
TEMA:
Identificación del yo poético con el cosmos.
ESTRUCTURA:
Externamente, se divide en tres estrofas de versos endecasílabos blancos (sin rima).
Internamente, pueden distinguirse tres núcleos temáticos que se corresponden con las tres
estrofas, y en los que se va incrementando la fuerza de la identificación con el cosmos.
1. El yo poético se presenta maduro y completo (vv. 1-6).
2. Es capaz de transmitir todas las sensaciones en unión con el cosmos (vv. 6-11).
3. Se identifica con el todo y la eternidad (vv. 12-17).
COMENTARIO CRÍTICO:
El poema se titula “El otoñado” y se incluye en la obra Estación total (1946),
perteneciente a la época suficiente o verdadera de Juan Ramón Jiménez. Este autor se
adscribe generalmente a la Generación del 14 o novecentismo, aunque por su evolución
poética, desde el neorromanticismo hasta la poesía pura y metafísica, se le puede considerar
como un poeta aparte, con una identidad propia.
Se trata de un texto literario de carácter lírico, cuya intencionalidad es expresar la
identificación completa del yo poético con el universo que, a su vez, representa a Dios. Las
funciones lingüísticas predominantes son, por tanto, la poética o estética (texto literario) y la
emotiva o expresiva (texto lírico).
Ya el propio título del poema resulta significativo: “El otoñado”. El otoño se
identifica con la etapa de madurez, por lo que cabe pensar que el poeta considera que se halla
en la madurez de su poesía. El Absoluto, la Esencia, la Plenitud parece que son el mismo
poeta (“contengo lo grande elemental en mí”; “Y lo soy todo”). Del mismo modo, el poeta
contiene en sí los cuatro elementos que los filósofos presocráticos consideraban principio del
cosmos (tierra, fuego, agua y aire), y es capaz de transmitir todas las sensaciones en una
especie de fusión con la naturaleza. Remarca esta unión mediante el empleo de paralelismos
sintácticos: “chorreo luz”, “trasmino olor”, “emano son”, “filtro sabor”, que constituyen, a su
vez, desplazamientos significativos. Las constantes repeticiones de palabras del campo
semántico de lo infinito jalonadas a lo largo del poema (“completo”, “plena”, “todo”, “densa
redondez”) contribuyen a transmitir la idea de Plenitud.
Aunque el poema pertenece a la época de la poesía pura, caracterizada por su
hermetismo y abundancia de conceptos, aún se observan restos de las etapas anteriores. La
presencia del yo poético dota de un intimismo propio de toda la obra del autor y de influencia
romántica, y la mención a la realidad exterior, heredada también de este movimiento, tiene en
esta ocasión un uso simbólico. Por su parte, los desplazamientos significativos son de influjo
modernista y la ruptura con la lógica anuncian las vanguardias.
Genuino de la poesía pura sería el panteísmo y el misticismo cósmico que impregnan
el poema, así como el empleo de palabras sencillas, del vocabulario cotidiano por lo general,
para transmitir conceptos de elevada complejidad. Se sirve en esta composición de versos
endecasílabos blancos (sin rima), pues la musicalidad y el adorno pasan a un segundo plano.
La temática del texto se explica por la preocupación de Juan Ramón Jiménez por la
muerte. Esta es superada gracias a la trascendencia divina, que supone que morir no es el fin.
Esta casi obsesión por la muerte aparece en autores como Federico García Lorca, de la
generación del 27 (herederos del onubense en muchos sentidos), en que se vincula con el
amor y también con la frustración y el sufrimiento.
El misticismo presente podría recordar a San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús,
aunque, en su caso, la unión se producía entre el alma humana y Dios, mientras que Juan
Ramón se une con el cosmos, que se identifica con Dios. El panteísmo tiene también su
relación religiosa, pues es propio de numerosos cultos orientales. Consideran que Dios es el
todo y contemplan la reencarnación.
Es evidente que la religión suele funcionar como tabla de salvación ante el
desasosiego que provoca la idea de la muerte. El hecho de desconocer qué nos espera después
de fallecer lleva al ser humano a creencias que prometen una vida eterna, ya sea un cielo para
los que obren con bondad y de acuerdo a las leyes divinas, ya sea un paraíso lleno de
vírgenes, ya sea la posibilidad de vivir múltiples y diversas vidas. A veces, incluso, la
preocupación por conocer en qué consiste la muerte conduce a prácticas puestas en
entredicho por algunos, como el espiritismo. El posible contacto con los muertos levanta el
recelo de muchos y la burla de otros tantos.
Bajo mi punto de vista, aunque sea natural la atracción o el rechazo hacia algo tan
misterioso como qué nos deparará la muerte, si seremos nosotros mismos en otro plano, o
quizás otro ser, no ha de convertirse en una obsesión, pues eso nos impedirá disfrutar de lo
que la vida nos ofrece. Si bien respeto a todos aquellos que deciden asirse a ciertas creencias
religiosas para calmar la ansiedad que la “otra vida” les causa, creo que merece más la pena
no pensar qué pasará cuando cerremos los ojos, ya que, quién sabe, quizás tanta incógnita se
reduzca a quedar convertidos “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”.
En conclusión, “El otoñado” da una posible solución a una preocupación inmortal
como es el tema de la muerte, que obsesionaba a Juan Ramón Jiménez y a tantos otros.
Nieves Marín Cobos
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