Autoridades y vecinos de Palencia. Como es lógico, antes de comenzar, deseo agradecer tanto al Sr. Alcalde, como a la Sra. Concejala de cultura, el haberme invitado a realizar este pregón, y las atenciones recibidas en los últimos días. Mi sincero agradecimiento. Mas que un pregón al estilo clásico, mis palabras quieren ser un compartir experiencias e información, un descubrir a la gran mayoría de los palentinos algo que sí conocen en el resto de España pero que aquí, en nuestra propia casa, es ignorado. Sin lugar a dudas, la mayor satisfacción que me ha proporcionado mi actividad como escritor e investigador de esa otra realidad, del mundo del misterio y lo oculto, es conseguir que miles de personas, procedentes de toda España, incluso de más allá de nuestras fronteras, nos hayan visitado… y más aún… que repitan y recomienden a otros que hagan lo mismo. Mis libros, muchas conferencias, en especial las de Madrid, artículos en revistas especializadas, y reportajes en programas de máxima audiencia televisiva y radiofónica, vistos y oídos en todo el planeta gracias a internet, han obrado un milagro cantado, y es que la nuestra, sea una tierra de referencia, además de por su paisaje, gastronomía, y posibilidades turísticas, por el mundo del enigma y lo oculto. Hoy quiero hacer con Vds. lo mismo que con ellos, sumergirles en la Palencia esotérica, misteriosa, mágica y profunda, en una serie de rincones que no aparecen en ninguna guía publicada, pero que son, sencillamente, bellos. Y que al final, como les ha ocurrido a dichos visitantes, dejen aparcado el motivo de su venida en un segundo plano, porque cuando uno se impregna de la esencia y el misticismo de esta provincia, ya no hay vuelta atrás, todo lo demás queda en un status secundario. Como se dice ahora en los ambientes modernos, “abróchense los cinturones” porque el vértigo presidirá el viaje. Nuestro primer destino lo tenemos aquí abajo, en la línea de ciudades como Toledo, Granada, y otros puntos de gran calado histórico. Un entramado impenetrable a no ser que te sitúes casi casi al margen de la ley. La capital subterránea, el laberinto de galerías, algunas ya medio cegadas por derrumbes y por saqueadores de siglos atrás, de criptas cenobíticas, celosamente guardadas por las órdenes religiosas, donde el acceso se convierte en utopía, y si ya lo pretendemos con cámaras, ni les cuento … En su día, el equipo del programa televisivo “Cuarto Milenio”, logró un hito que se antojaba inalcanzable, acceder con sus equipos de grabación a las entrañas del Convento de las Claras para realizar un magnífico reportaje sobre el icono del misterio en Palencia, su Cristo, al que procesamos una devoción tan sincera como sentida. Incluso, y aunque muy escuetas, obtener unas declaraciones de las hermanas de clausura. Y créanme, la tarea fue ardua. Obtener eso es misión muy complicada. Sin embargo, hacer lo mismo en otros conventos y santuarios capitalinos ha resultado imposible en el transcurrir del tiempo, a pesar de haber tocado hilos muy finos ¿Por qué? La respuesta es simple, por la protección de tesoros de incalculable valor, de tasación también imposible. Como aquella ardilla que podía viajar de punta a punta de España sin tocar tierra, sobre las copas de los árboles, también es factible unir los grandes templos de Palencia, sin salir a la superficie. Empezaremos nuestro viaje a los pies de Santo Domingo de Guzmán, en la gran olvidada, la fortaleza de San Pablo, propiedad de los padres Dominicos. Pero antes, para demostrar que nada en Palencia es fruto de la casualidad, y que aquellos, los hombres del Medievo, poseían datos que nosotros, los prepotentes hombres actuales ni soñamos, habremos de superar un obstáculo muy complicado. Y es que salvando las distancias, les aseguro que penetrar en las entrañas de ciertos conventos palentinos, y españoles en general, es más complicado que acceder a la cámara acorazada del Banco de España. Sean ustedes creyentes, ateos o agnósticos, les recomiendo que se recojan unos momentos ante la capilla que hay a la izquierda del altar mayor de San Pablo, allí una hierática imagen de Santo Domingo de Guzmán, les taladrará con su mirada. Y si son capaces de centrar la suya en esos ojos, y mantenerla fija, pronto comprobarán en sus adentros el efecto de una extraña sensación, la de cierta elevación del alma, por la magia del lugar, y el poder del Santo. El Santo, nunca mejor dicho, fue profesor en la universidad de Palencia, un hombre de familia acaudalada, en tiempos de hambrunas feroces y pestes mortales. Un estudioso de la teología y las cuestiones divinas, en aquellos pergaminos de piel de la época, pero algo trastocó su vida, cuando decidió deshacerse de sus fortunas y ayudar a los pobres, dejando una frase que, sin lugar a dudas, me atrevo a calificar como la más hermosa que un ser humano haya escrito jamás, “no puedo seguir estudiando en pieles muertas, mientras las vivas se mueren de hambre” Esta primavera pasada el equipo de un renombrado programa de una emisora de radio madrileña me pidió, como tantos otros medios de comunicación, que les guiara en la elaboración de un reportaje sobre la Palencia oculta. Y allí nos fuimos, a San Pablo, con su avanzada tecnología, y el disfraz de turistas despistados. El resultado superó las expectativas más optimistas. Tal como les anticipé a los investigadores, sus máquinas de medición de actividad telúrica se volvieron locas al entrar en el templo. Bien disimulada bajo unos folletos y mapas de nuestra ciudad, la aguja del biómetro en cuestión llegó a las 12000 unidades. Una verdadera barbaridad. Alcanzando su máxima expresión al acercar el medidor a la impactante, y relajante, imagen de Santo Domingo. Lo que ocurrió a continuación, en unas inolvidables horas para esos periodistas madrileños, curtidos en mil batallas de lo paranormal, da fe de la magnitud de nuestra querida Palencia, en su vertiente subterránea. Ellos, y por desgracia no hay otra forma, tiraron de paciencia para escondidos en el templo, poder pasar la noche en su interior. Yo también lo he tenido que hacer varias veces para avanzar en mi modesta carrera de investigador, como doy fe en mis libros. Y es que, dicho con cariño, todos los monjes son desconfiados. Uraños incluso si perciben algo que pueda amenazar su patrimonio. Siguiendo mis instrucciones como conocedor del terreno, y no me pregunten como, ya que eso es secreto de sumario, digamos metafóricamente, pudieron acceder a la gran sala capitular existente bajo la zona del retablo mayor de San Pablo. Una verdadera joya complementa de con la una arqueología, serie que de se túneles, perfectamente equilibrados en su estructura y cruzado de vigas. Que pena que los palentinos no puedan gozar de unos tesoros que son, como todo aquí, puro conocimiento, y que en gran medida hasta los propios religiosos desconocen su existencia. Dos de esas galerías, o criptas en toda regla, parten hacia San Francisco y la Catedral conformando un mágico triángulo. Las demás fueron cegadas y hundidas cuando los profanadores tuvieron vía libre, primero las tropas francesas en la guerra de la independencia que instalaron allí una cárcel, y luego mediado el siglo 19, cuando la desamortización de Mendizabal echó a los monjes de allí. Hasta que estos volvieron décadas después, el pillaje fue más fácil, aunque lo importante estaba a buen recaudo. En el centro de dicha sala capitular, el medidor de energía constató por momentos, más de 14.000 unidades, lo que demuestra que bajo esas piedras secretas, hay un manantial importante, y que la Iglesia está construida sobre un punto de máxima actividad telúrica. Con ser eso impactante, lo fueron mucho más las psicofonías grabadas en soporte digital, tanto en los subterráneos como en la parte superior, la que todos conocemos, la dedicada al culto. Al contrario de lo que suele ser costumbre, nada tenebroso, y si algo parecido a cantos lejanos, difusos, con base gregoriana, pero tremendamente armoniosos. Los técnicos han pasado las cintas por todos los filtros posibles, y les aseguro que disponen de la última tecnología para ello, y el resultado es asombroso. Da la impresión de que más que ser cantos de “ultratumba” para entendernos a groso modo, era como si realmente se estuviese cantando dentro de San Pablo… a las tres de la mañana. Cuando se emita el programa en antena, a los oyentes españoles les dirán lo mismo que a mi, que todo eso no es nada comparable a la asfixiante certeza del mensaje escondido entre los muros, ese mensaje excelso en Palencia, que las piedras están vivas, que repiten sin cesar ese maravilloso legado de nuestros antepasados. Ese “estuvimos aquí, si, pero seguimos estando…” Si San Pablo es un fortín, la siguiente estación lo es más aun, San Francisco. ¿Creen Vds. que el lugar fue residencia de reyes por casualidad, o por el entorno, o por el paisaje? ¿Creen que es casualidad que varios nobles pidieran ser enterrados aquí, y que incluso tuviera lugar entre sus claustros un Concilio Nacional? O tal vez sería, porque ya ellos sabían que un nuevo nudo telúrico, con lo que ello supone, estaba instalado en la cripta de las calaveras, ese lúgubre lugar donde los alumnos del extinto colegio “San Francisco Javier” teníamos que pasar los castigos por ser habladores en clase, o por soltar alguna palabrota en el recreo. Aunque los profesores eran “civiles”, buenos profesores, la férrea disciplina de los jesuitas se dejaba notar. Vaya si se dejaba. La telaraña de criptas subterráneas, algunas con categoría de casi iglesias, es aquí majestuosa, y mucho mejor conservada que en San Pablo, pero de un acceso, a día de hoy, imposible. No olviden que el convento de los jesuitas llegó hasta la avenida Casado del Alisal, y hasta el monasterio de las Claras. Creo que sobran los comentarios al respecto de lo que allí se escondía, y que ahora está concentrado en un lugar más reducido. No obstante no poder acceder, incluso intentando técnicas barriobajeras como ciertos sobornos, no a los frailes, sino a personas que tal vez pudieran echarnos una mano, la medición de unidades también se disparó hasta extremos insospechados. Esta es parte, una parte ínfima de esa historia no oficial que jamás nos han contado, y en la que Palencia es piedra angular a nivel nacional y europeo. ¿Cómo sabían en aquel remoto tiempo de la Edad Media que esos puntos que conforman un triángulo perfecto con el que se esconde bajo la Catedral, desarrollaban tal energía? Al mismo nivel prácticamente que la Iglesia de Villasirga, culmen máximo de los Templarios. ¿Quién se ha encargado hasta ahora, y lo sigue haciendo, de ocultarnos cuanto bajo las calles de Palencia hay? Y, sobre todo, ¿Por qué? Y otra interrogante ¿Por qué ese empecinamiento en despistar, en apartar la Orden del Temple de nuestro territorio, excepción hecha de Villarcazar de Sirga? Hace unos años, al publicarse mi libro titulado “Atemporales” en el que narro, entre otras cosas, como mi grupo de colaboradores, avezados expertos en historia medieval, seguimos la pista a un monje palentino, extraordinariamente longevo, y como al cercarlo en la iglesia de la “Compañía”, esta se lo traga, desapareciendo. Les faltó tiempo a ese puñado de profesionales de la negación, que parecen vivir de desacreditar mi obra, y que siguen empecinados en ello, a pesar de que siempre han terminado haciendo el ridículo, para asegurar que en dicho templo no hay escondite posible, simplemente que allí no hay nada, con lo cual yo había quedado como un fabulador y un mentiroso. Quiso la casualidad, dicho entre comillas, que a los pocos días, y en unas obras allí efectuadas, un albañil cayera por un orificio, dando a parar a una impresionante cripta subterránea. La noticia quedó reflejada en prensa, y yo tuve acceso a las fotografías que se tomaron. La construcción, muy antigua, allí espera para su estudio profundo. Un estudio que, como tantas veces, no se producirá. La Palencia subterránea, el legado oculto bajo nuestros pasos cotidianos es compasión pertinaz hacia nuestra ceguera colectiva. A pesar de recibir muchos palos, algo inherente a la actividad de investigador de lo paranormal y extraño, este modesto escritor seguirá luchando para sacarlo del olvido, la más terrible carcoma. Ahora, cuando salgan y paseen por el casco viejo, quizás intuyan algo más de lo que el polvo de siglos, y la cerrazón humana, han echado para abajo. -----------------Quiero llevarles ahora a otro lugar. Un enclave bello como pocos, y misterioso como ninguno en España, el Cerrato más profundo y apartado, el reino de las soledades y los infinitos espacios y cielos abiertos. Los páramos de Baltanás, Antigüedad y Cevico Navero. Miren, he intervenido en muchos programas de radio y televisión sobre el mundo del misterio. Siempre con Palencia como estandarte y señuelo. Periodistas de mucha alcurnia y fama, como Iker Jiménez, Juan José Benítez, Pablo Villarrubia, Lucinio Serrano y tantos otros, me han grabado entrevistas y reportajes sobre el terreno, que han servido, entre otras cosas, para difundir a todo el mundo una imagen idílica de esos rincones palentinos. Hemos visto y recogido cosas maravillosas, inquietantes, que se escapan a la comprensión de la mente humana actual, ahora les contaré alguna, para al final, y de forma unánime, quedar ellos, y los grupos de curiosos que de mi mano acuden a estos lugares, fascinados por la calma y la armonía casi celestial de la paz que se respira. Como en la Palencia subterránea, al aire libre ocurre lo mismo, todo evoca un conocimiento ancestral, profundo, sublime, antiquísimo. Las piedras, las señales del pasado y del futuro nos dicen que Dios es alguien y algo mucho más cercano de lo que siempre nos contaron, y aquellos antiguos lo sabían. Vamos a las esquilmadas , impresionantes, y bellísimas ruinas del monasterio de San Pelayo, junto a Cevico Navero. Enclavadas en un valle que conduce a Antigüedad, un paraíso ecológico único en la meseta, donde pasear es un lujo, donde el silencio es griterío del ayer, y donde lo que mal se denominan fenómenos paranormales alcanzan un gran esplendor. Mi relación con esas ruinas es muy íntima, aunque este no es el momento de desmenuzar cuestiones personales. Tras ser testigo bastantes veces, tanto en solitario, como en compañía de personas de mi absoluta confianza, de apariciones espectrales, de obtener diáfanas psicofonías, de obtener testimonios de enorme calidad sobre avistamientos ovnis en el lugar, como reflejo en mis libros, me dispuse a realizar un experimento no concluido aún, y que será eje de otro programa sobre Palencia a nivel nacional, en pocos meses. Todo arrastrado por el comentario de unas viejas del pueblo, en una calurosa tarde en que solo las chicharras desafiaban a la canícula. Y si, digo viejas, no abuelas, ni ancianas, ni mayores, sino viejas, porque lo viejo es sabio y es entrañable. A menudo hemos dado muchos giros a nuestras investigaciones para al final darnos cuenta, y les aseguro que no me abochorno por ello, sino que me alegro, que mirando aquellos ojillos taimados, picajosos, de los pellejos con delantal que son algunas viejas de la Castilla profunda, se obtienen respuestas al instante. Aquellas dos mujercillas, que si no superaban la centena poco había de faltar, nos helaron la sangre al asegurar que los monjes seguían allí… los curas decían ellas… y nos dijeron el número… y que podían verlos. Aquella tarde comenzó una de las más impresionantes historias de lo desconocido, a las que he tenido acceso, en primera persona, como sé y como no concibo de otra manera. Y si, en eso consiste el experimento, en demostrar que las viejas tenían razón. Y la tenían, vaya si la tenían. El programa “Camino del Misterio” en su próxima temporada dará fe de ello. Los monjes siguen allí, mil años después, compadeciéndose de nuestra ignorancia absoluta, en una forma que solo con el alma puede verse. Si aceptan un consejo, visiten esas ruinas, sientan en sus pupilas el peso de la historia, y sientan una forma distinta de acercarse a lo oculto. A media hora de coche… me lo agradecerán. El porqué se instaló allí, en medio de la nada, ese convento hace más de mil años, alcanzando en muy poco tiempo un gran desarrollo no supone misterio alguno. Tan simple como estar, una vez más, sobre un punto de máxima importancia geológica y arqueológica. Los monjes, como siempre, taparon testimonios mucho más antiguos, con su propio monasterio, preservando así un legado que solo, cuando el hombre esté preparado, deberá salir a la luz. Siguiendo la vereda del arroyo que se introducía en las tripas del convento, y disfrutando de una belleza inigualable, llegarán al escenario de la mayor parte de mis investigaciones y reportajes, el valle de Villella, ya en el término de Antigüedad, en el mismísimo corazón del Cerrato. Afirmaba el añorado doctor Félix Rodríguez de la Fuente, que al hombre lo único que le ennoblece y le engrandece es aprender, saber y transmitir su cultura. Por eso en su día me decidí a publicar tres libros sobre unos hechos insólitos acontecidos en los alrededores del pueblo de Antigüedad, aun sabiendo que ello me iba a señalar de por vida. Lo que no pensaba era la trascendencia que iba a tener, su repercusión, la magnitud que esas 500 páginas llegarían a alcanzar. Resumir lo vivido allí es imposible, tal vez en semanas pudiera acercarme, lo insólito, incomprensible y espiritual llevado a cotas mágicas. Un valle, para no variar, bello, atípico en el Cerrato, agua y floresta por doquier, abigarrada y espectacular. Donde hubo un pueblo, del que ya nada queda, y que desapareció misteriosamente hace siglos, a buen seguro víctima de alguna peste fulminante. Aunque, como en San Pelayo, todos murieron… pero no se fueron. Tan solo queda en pie una ermita, recuperada por los vecinos de Antigüedad hace unas décadas, sobre los cimientos y escombros de la original. Coqueta por el día, como de esos sanatorios de película en los Alpes suizos, regentado por monjas. Chiquita, a mitad de ladera, sobre un montón de túneles misteriosos, alguno de los cuales aún puede verse la entrada a simple vista. Pero ensoñadora y amenazante con la llegada de las sombras. Han sido infinidad de programas los que hemos realizado allí, visitantes ilustres, profesionales avezados, etc… recogidos testimonios alucinantes de hechos a veces contados por otros, casi siempre vistos y experimentados en carne propia. Hasta la Guardia Civil levantó un par de atestados hace años sobre hechos allí ocurridos, con el apéndice de “fenómeno inexplicable”. Una vez más lo paranormal en su culmen, para al final todo ello pasar a segundo término, cuando se llora de emoción al incidir la luz naranja del atardecer en la ermita. Un espectáculo soberbio, que apenas dura unos segundos, el postrero rayo oblicuo del atardecer, y que quien lo vive ya lo retendrá en la mente para los restos. Y en el alma. Hay un momento, al igual que ocurre en las balconadas de la Catedral de Palencia, a primeros de junio, sobre los días 5 y 6, en que la tonalidad del crepúsculo vespertino se torna naranja violeta y envuelve como en neblina, apenas perceptible, al círculo que rodea ambas construcciones, la pequeña ermita de Villella y la imponente balconada de la Catedral en su cara a la plaza de Cervantes. Allí todo el misterio se condensa en las piedras, y hace que la sensibilidad aflore… no se lo pierdan. Suman cientos las personas que cada año visitan Villella, y el Cerrato en general, de mi mano. Y los programas de radio a nivel nacional lo han pregonado. Grupos de investigadores hasta venidos de América del Sur, en busca de documentos y películas sobre avistamientos de luces en el cielo, y demás abanico de lo misterioso. Y tras desplegar su parafernalia de cables, cámaras de infrarrojos de visión nocturna, etc… pronto quedan fascinados ante la visión del cielo cerrateño. Incluso me han comentado que ni en la cumbre del Teide, donde se instala un observatorio astronómico de gran importancia, se logra una panorámica más estremecedora y bella del firmamento, como en la cima de la colina que protege la espalda de la ermita de Villella. Son muchos los miradores privilegiados en nuestra provincia, donde la contaminación lumínica es nula, pero ninguno tan sobrecogedor como ese, el valle de Villella. Y cuando se pasa una noche allí, con esos 360 º de disfrute de la cúpula nocturna, lo demás queda en segundo plano. Allí todo cobra otra dimensión. Anterior al pueblo desaparecido hubo, en la noche de los tiempos, asentamientos celtas, romanos, vacceos, y una extraña proliferación de construcciones religiosas, formando parte de esa historia que jamás nos han contado. Y su presencia, su legado, ha contribuido a que dicho enclave sea el punto, créanme, más misterioso del territorio patrio. Son muchos, de todos los estratos de la sociedad, tanto ricos como pobres, cultos como sencillos, famosos como anónimos, quienes pueden dar fe de ello. --------------- Soy un enamorado de las ermitas, hasta el punto de que, quizás mi libro mas celebrado, se titula precisamente “El silencio de las ermitas”. Si bien es cierto que gozamos de un filón turístico con nuestro románico prodigioso, no lo es menos que poseemos una colección de ermitas, docenas y docenas de ellas, desperdigadas y casi siempre olvidadas a su suerte, que son un canto a la vida, a la fe sin tapujos, al misterio y a la belleza. Como esas que jalonan las riberas de un río fascinante, el Ucieza, donde también muchas cosas extrañas han sido registradas por los sofisticados aparatos de los investigadores que allí he acercado. Entre Amusco y Villovieco, en pleno Camino de las Estrellas, Camino de Santiago, el río nos regala una escena que cualquiera puede disfrutar. El legendario espíritu de las aguas, aquí más perceptible que ningún otro sitio. En las noches de enero y febrero, cuando las heladas negras, esas que congelan hasta los suspiros, la luna llena parece emerger del fondo en los remansos clareados del cauce, no reflejarse desde el cielo despejado, sino al contrario. Y el charol plateado de las vías del ferrocarril como navajas, esperando el paso de los correos nocturnos a Santander. Es entonces cuando surge un viento instantáneo de los juncales, acompañado de voces, aseguran en algunos pueblos de Campos, que lamentos de viejos peregrinos que por aquí acabaron sus días. Si no les asusta el frio polar, disfruten de esa postal, un paseo por las riberas del Ucieza, junto a la bellísima ermita de Nuestra Señora de las Fuentes, en Amusco, y como en San Pelayo, o Villella, el misterio y el embrujo saldrán a su encuentro en plena noche, sin duda alguna. Allí, junto al río, está el enclave más querido por mi, un lugar donde siempre que puedo acudo, cuando la nostalgia es tan retorcida, como esas enredaderas que acaban por ocultar la fachada de una mansión. A lo que queda de un antiguo cementerio, adosado a una modesta ermita de la tierra de Campos, un lugar completamente ignorado, el postrero vestigio de lo que fue pueblo, y ahora apenas un par de tapias arrumbadas. Donde, en el culmen del romanticismo, o de la pena, vayan ustedes a saber, alguien cinceló un “aquí yace la señorita xxx que murió de amor a los 19 años” Si, esa lápida existe, se lo aseguro… y te encoge el alma. Y lo que no acierto a comprender es como estando el lugar abandonado, en total colmatación de maleza y putrefacción orgánica, ese resto de sobria pizarra siempre permanece despejado, limpio, hasta casi lustroso si me apuran. Tan mimetizado en el terruño que, solo estando encima de los montículos de tierra y cascotes, otrora tumbas, te das cuenta de que aquello fue un campo santo. Quizás, solo quizás, el punto más melancólico de Palencia. No anunciaré donde está, porque como decimos aquí, demasiadas liebres he levantado ya. De hacerlo, pronto quedaría reducido a lugar de visita por curiosos, y eso hay que evitarlo. Tan solo un puñadito de amigos, de mi entera confianza lo han visitado, y me llama la atención, por afinidad, lo que uno de ellos comentó al llegar, “aquí ocurre como al entrar de turismo en Ausbich y en los otros antiguos campos de concentración del holocausto. La gente no habla, se mira y llora porque si, porque hay tal dolor en el aire, que solo se puede eso. Llorar y callar.” Varias veces hemos desplegado los artilugios de grabación, pero justo antes de apretar el botón de encendido, es como si en el aire flotara un resonante “aquí no, aquí no” que nos echa para atrás. No hay palabras para describir esa sensación… no hay sino respetar lo que no podemos entender. Levitan, serenas y cariñosas sobre esa piedra, los versos del poeta, allí más que en ningún otro lugar, “nadie podrá contar jamás los granos de arena, las gotas de lluvia… ni los días del pasado” --------Por último, antes de cerrar estas palabras, quiero de nuevo volverme hacia el Sr. Alcalde, y hacia los que en el futuro asirán el bastón de mando, para hacerle un ruego. Verá, la última vez que me he emocionado fue hace unos días viendo en televisión, unos dibujos animados de esos entrañables personajes, los Picapiedra. En ellos, Pedro y Pablo quedaron dormidos y tuvieron un sueño, algo realmente tristísimo. Paseaban, ya muy viejos, a duras penas con sus bastones, por la ciudad donde nacieron, donde despertaron a la vida con sus juegos, con los escarceos amorosos, donde criaron a los hijos, y luego a los hijos de estos. Se abrazaron gimiendo, no lo conocían, había crecido de tal forma, que todo era neón, ruido, rascacielos, desenfreno, etc… No conocían a ninguno de sus vecinos. Algo, repito, muy triste, que me impactó. La nuestra es una ciudad calma, quienes vienen de mi mano lo ratifican, y quedan enganchados a esas señas de identidad tan acusadas, al regusto de capital de provincia, viva, dinámica, joven, pero estanca, con aroma y poso de historia a las espaldas, con ese saludar paisanos cada veinte metros. Un caminar lento donde siglos y siglos se fusionan en sus huellas, donde aun se le señalan al forastero que pregunta las direcciones extendiendo el brazo, sin necesidad de planos, donde todo queda tres esquinas más allá, en cinco minutos. Las obras faraónicas, tal vez sean eso, para los faraones, y tienen una ubicación muy concreta. Uno siente pánico ante el discurso de la clase política actual, de todos los colores, que en eso no hay distinción, cuando se alardea de proyectos gigantescos a fin de cambiar la fisonomía de las ciudades. Progreso si, siempre, y cuanto más mejor, pero apocalipsis cultural no. En el nombre de la historia y de los ancestros, y de nuestra esencia. La de castellanos austeros, sencillos y de fiar. El hijo siempre debe superar al padre, pero construyendo desde sus raíces. Renunciar a esos genes que han forjado tu personalidad acaba, siempre, por eliminarte. Conservemos este tesoro que disfrutamos, Palencia, donde la historia y el misterio se abrazan, inmaculada en su alma. Y tratémosla como a esa mujer hermosa, con un maquillaje discreto que realce su belleza, sin estridencias, porque sin nos pasamos de retoques y pintura, ya no será la misma. Muchas gracias por su asistencia, disfruten de la fiesta, y sean felices.