María del Carmen García Galera Los efectos de la violencia

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MARÍA DEL CARMEN GARCÍA GALERA
LOS EFECTOS DE LA
VIOLENCIA TELEVISIVA EN LA
AUDIENCIA
Capítulo 2 del libro Televisión, violencia e infancia. El impacto de los medios,
Gedisa. Barcelona, 2000.
Como hemos visto hasta aquí, es un hecho que la televisión, en líneas generales,
ejerce una importante influencia sobre los comportamientos de la audiencia o,
incluso, sobre su forma de pensar. Asimismo, hemos dejado patente que existe
violencia en la pequeña pantalla, es decir, que gran parte de la programación que en
ella se emite contiene actos de violencia, tanto físicos como verbales. Así pues, el
paso que a continuación vamos a dar se basa en una combinación de estas
afirmaciones, o sea que la televisión produce determinados efectos sobre la
audiencia; por lo tanto, la violencia continuamente presente en su programación
también provocará unos efectos concretos. La importancia del tema nos ha obligado
a dedicarle el capítulo que ahora nos ocupa.
Dos grandes apartados constituyen el presente capítulo. En primer lugar, qué sujetos
son los que verdaderamente se ven afectados por la violencia de la televisión.
Todos, casi sin excepción, vemos o hemos visto series cuyos protagonistas utilizan
la violencia de manera constante y, sin embargo, no todos hemos recurrido a actos
de esta naturaleza en nuestras relaciones con los demás. Por ello, determinadas
circunstancias o características del sujeto receptor le harán ser más propenso a la
influencia de la violencia televisiva.
En segundo lugar, abarcaremos las principales teorías existentes hasta el momento
sobre los efectos de la violencia televisiva en la audiencia. Veremos como al igual
que es una realidad la existencia de la violencia de la televisión, también lo son los
efectos que provoca en los receptores. En esta ocasión, serán los adultos los
principales objetivos de estas investigaciones, dejando a los niños para los próximos
capítulos.
1. Sujetos afectados por la violencia en televisión. Atracción
hacia la violencia en la pequeña pantalla
Estados Unidos es, sin duda, el país pionero en el estudio de los efectos de la
violencia de los programas de televisión en su audiencia. La violencia emitida en la
programación televisiva de este país ha sido estudiada, investigada, discutida y
criticada por psicólogos, profesionales de la comunicación, asociaciones de
ciudadanos y el propio Senado de los Estados Unidos desde hace más de tres
décadas. Como Greenberg (1980, pág. 45) afirma: "Ningún otro tema en el mundo
de la televisión y sus efectos ha sido tan estudiado e investigado. El Estado ha
dedicado, como a ningún otro en este campo, una gran parte de su presupuesto para
así respaldar este tipo de investigaciones sobre los efectos de la violencia".
-1-
Los primeros interrogantes sobre la cantidad de violencia emitida por la televisión
surgieron casi al mismo tiempo que el medio. Las investigaciones realizadas a lo
largo de los años, los métodos empleados y las conclusiones a las que se han llegado
han sido tema de amplio debate en el ámbito tanto científico como social y político.
Los estudios, de hecho, han demostrado que la televisión contiene un alto índice de
escenas violentas en su programación. Así, por ejemplo, entre un 70 y un 93 % de la
programación de los distintos canales de televisión de los Estados Unidos incluye
algún contenido de carácter violento. De hecho, una considerable cantidad de esta
programación violenta puede encontrarse en géneros televisivos que, en ocasiones,
no se asocian directamente con tales argumentos, como es el caso de los dibujos
animados, programas musicales o comedias.
La principal preocupación que surge al observar las altas cifras de violencia que se
proyecta en la pequeña pantalla gira en torno a la posible relación entre los
contenidos agresivos y la violencia existente en la sociedad. Un análisis realizado
sobre 217 estudios que se desarrollaron entre 1957 y 1990 ha llegado a la
conclusión de que "existe una correlación positiva y significativa entre la violencia
de los programas de televisión y las conductas agresivas de los individuos"
(Videodrome, 1994, pág. 73).
En esta misma línea, se encuentran las conclusiones a las que llegó en 1993 la
Asociación de Psicólogos Americanos, según la cual, no cabe duda alguna de que
existe una relación causal entre la cantidad de violencia que se ve en la televisión, la
aceptación de actitudes agresivas y el incremento de conductas violentas en los
individuos expuestos a tal programación.
Pero existe también un grupo de investigadores cuyos estudios muestran que esa
correlación no es tan clara como parece (Harris, 1994). Su principal interrogante
reside en saber si "el ver" causa "el hacer", es decir, en determinar si ver más
violencia en televisión da lugar a una conducta más agresiva en el receptor o si es,
tal vez, la personalidad agresiva del individuo lo que le lleva a ver más programas
de este tipo.
No obstante, a pesar de estas discrepancias, parece haber consenso entre los
investigadores cuando se habla de sujetos especialmente vulnerables al contenido
violento de la televisión. Es decir, las conclusiones alcanzadas por diversos estudios
expuestos a continuación nos muestran que la violencia de la televisión influye
sobre las creencias, actitudes y comportamientos de la audiencia, si bien, algunos de
sus miembros serán más sensibles que otros a este tipo de efectos.
En este sentido, parece claro para los científicos de la comunicación centrados en el
estudio de la violencia que la televisión tiene una mayor influencia sobre aquellos
sujetos que cuentan con un cierto antecedente de agresividad, es decir, con una
cierta predisposición a la violencia en su comportamiento. Así, Fenigstein (1978) ha
demostrado que existe cierta tendencia en los individuos de carácter agresivo a
preferir programas televisivos en los que la violencia constituya uno de los
ingredientes principales.
La teoría social del aprendizaje nos dice, igualmente, que este tipo de individuos
suele recordar con más facilidad lo que ve en la pequeña pantalla y que, dada una
situación similar a aquella que han visto en el televisor, pondrán en práctica lo que
han observado y aprendido de los personajes. De hecho, la violencia televisiva
provee de modelos útiles y roles de agresividad bastante atractivos a aquellos
sujetos cuyo temperamento, personalidad y circunstancias les predisponen a
comportarse de forma agresiva.
-2-
Según Jeffres (1986), la televisión reforzaría la creencia de que la agresión es un
método apropiado y aceptado para solucionar los problemas. Así pues, la televisión,
para un determinado segmento de la población, constituye un factor que incita a
trasladar a la vida real los rasgos más hostiles y violentos del carácter personal de
cada uno.
No obstante, también hay individuos en quienes la televisión apenas deja huella en
su forma de actuar. Como Milgram y Shotland (1973) demostraron, la exposición a
programas de televisión de contenido antisocial no repercute en forma alguna en
ciertas audiencias. Es decir, no todos los teleadictos cambian su forma de ver el
mundo o de comportarse en él en función de los contenidos televisivos. En
cualquier caso, son más numerosos los estudios que indican que la violencia en
televisión deja una cierta huella y un impacto en las actitudes y percepciones de
gran parte de la audiencia. La agresividad aparecida en la pantalla parece afectar,
pues, a distintos niveles de las creencias, actitudes o conductas de los sujetos
receptores, aspectos sobre los que se están centrando en estos momentos los
científicos sociales en sus investigaciones.
A pesar de la evidencia de numerosas investigaciones sobre la violencia en la
televisión en las que parece claro que existe una relación entre ver contenidos
violentos en la pequeña pantalla y las posteriores reacciones violentas de los sujetos
receptores, los programas de contenido violento continúan siendo los más populares
y los más demandados por la audiencia. Por ello, conviene preguntarse si existe
también una relación entre el contenido violento de la televisión y los valores de
entretenimiento de los receptores, así como por qué tales programas atraen a la
audiencia y cómo consiguen hacerlo.
Berlyne (1960) ha apuntado que una de las ventajas del contenido violento de la
televisión sobre el contenido no violento se basa en los valores de entretenimiento.
En este sentido, considera que la violencia implica conflictos o sensaciones de
diverso tipo, los cuales constituyen un importante ingrediente de alto valor de
entretenimiento. Esta observación debe tenerse en cuenta a la hora de examinar la
violencia que se proyecta continuamente en televisión.
En cualquier caso, según la bibliografía consultada, parece existir un cierto vacío en
cuanto a investigaciones que traten de analizar la relación entre los componentes de
la violencia de la televisión y la atracción que experimenta la audiencia hacia los
mismos. Existe, sin embargo, un conjunto de teorías e investigaciones que inciden
sobre este tema de forma indirecta y tan sólo recientemente se han desarrollado
algunos estudios que intentan dirigir la cuestión de una manera más directa como
veremos a continuación.
Así, entre los representantes del primer grupo (evidencias indirectas), Bandura y
Walters (1963) han sugerido que ver el contenido violento de los programas
emitidos en la pequeña pantalla no debería ser una experiencia divertida o
entretenida porque en nuestra sociedad se enseña a los individuos, desde muy
temprana edad, a contener sus tendencias agresivas. Consecuentemente, cualquier
efecto derivado de ver actos agresivos o violentos debería suponer la aparición de
sentimientos desagradables.
Por el contrario, aquellos que defienden la hipótesis de la catarsis sugieren que ver
retratos de violencia en la televisión debería ser una experiencia agradable en tanto
que provee de canales para descargar la energía negativa que cualquier ser humano
guarda en su interior. Estas descargas producirían, pues, sensaciones próximas a la
satisfacción en tanto que el receptor consigue reducir la tensión.
-3-
No obstante, también se ha apuntado que el hecho de que un receptor se vea
afectado o no por la agresividad representada en la televisión depende de variables
como el humor y la experiencia inmediatamente anterior a la situación de
percepción. En este sentido, en el estudio realizado por Feshbach, Stiles y Bitter
(1967) se llegó a la conclusión de que ver violencia en la pequeña pantalla resultaba
una experiencia agradable y positiva sólo si el receptor era insultado o molestado
inmediatamente antes de la exposición (y, por lo tanto, estaba, presumiblemente, de
mal humor). Es decir, sin este condicionamiento previo, se observó que la violencia
no resultaba agradable para el espectador. Una objeción a este estudio se encuentra,
sin embargo, en el hecho de que a los receptores no se les enfada o intimida
habitualmente antes de ver un programa de televisión, con lo cual parece difícil
poder generalizar estas conclusiones a una situación normal de percepción.
Así pues, todos estos estudios anteriores nos proporcionan tan sólo una indicación
indirecta de que determinadas características o circunstancias del sujeto receptor
hacen que experimente atracción hacia la violencia de la televisión; no obstante,
existen otras evidencias más directas que también apuntan a que esta relación existe
(Belson, 1978). Así, algunos de estos autores han interpretado los resultados de sus
investigaciones como una demostración de que ver violencia en televisión provoca
una conducta más agresiva en el receptor posteriormente. Otros argumentan que son
los individuos de naturaleza agresiva los que eligen ver programas de violencia en la
pequeña pantalla.
Un estudio que ha atraído en este sentido la atención de los científicos sociales fue
el realizado por Boyanowsky, Newtson y Walster (1974), quienes comprobaron el
punto de vista de que las audiencias se sienten atraídas hacia programas que
contienen violencia. Tras un asesinato producido en un campus universitario, se
pudo observar que los asistentes a la proyección de una película de alto contenido
violento superaba significativamente en número a aquellos otros estudiantes que
asistieron a una película no violenta proyectada al mismo tiempo. No obstante, los
investigadores no pudieron concluir a raíz de sus observaciones que el asesinato
hubiese sido la única variable que interviniera en la conducta desarrollada por los
sujetos.
En un estudio posterior, Boyanowsky (1977) observó y en esta ocasión sí que pudo
comprobar que situaciones que pueden resultar amenazantes para los sujetos, y que,
por lo tanto, provocan o despiertan sensaciones de miedo o temor, llevan a éstos a
consumir programas de televisión de contenido violento. Así, después del asesinato
de una chica de primer curso de licenciatura en la Universidad de Wisconsin,
Estados Unidos, se observó un aumento en el número de personas que acudían a ver
la película A sangre fría (In Cold Blood), si se comparaba con el número de
asistentes a películas de otro género. De hecho, las chicas que habían compartido la
residencia de estudiantes con la joven asesinada mostraban mayor preferencia,
posteriormente al asesinato, por esta película que por una de contenido romántico.
Por su parte, las chicas pertenecientes a una residencia distinta, y que, por lo tanto,
se veían presumiblemente afectadas en menor medida por el asesinato, no
mostraban tal preferencia.
Así pues, puede concluirse en un primer momento que la influencia que produce la
violencia televisiva en la audiencia se ve limitada por una serie de elementos o
condicionantes que hacen que no todos los sujetos receptores se vean afectados de
manera directa e inmediata por los efectos de la violencia de la televisión, si bien sí
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existe un número considerable de estudios que demuestran cómo la violencia
emitida en la pequeña pantalla deja su huella en ciertos sectores de la audiencia.
2. Efectos de los contenidos violentos de la televisión.
Efectos conductuales
Todo lo expuesto hasta el momento ha versado sobre la existencia de violencia en
televisión y la atracción que ciertos sectores de la audiencia experimentan hacia este
tipo de contenidos. De igual forma, nos hemos aproximado a la definición de
violencia o acto violento, analizando detenidamente las principales corrientes de
estudio de este campo de la comunicación. De este modo, ha quedado patente el
hecho de que la violencia de la televisión es una realidad a la que no podemos cerrar
los ojos, así como que esta violencia tiene sus efectos en ciertos sectores de la
audiencia. El estudio de estos efectos ha ocupado, y seguirá haciéndolo, cientos de
páginas de bibliografía, en la que los científicos sociales han intentado establecer
una clasificación de los mismos atendiendo a distintos criterios.
En el caso que nos ocupa, se atenderá a una clasificación en la que, en primer lugar,
se hablará de los efectos de carácter conductual, pasando a continuación al estudio
de los efectos de naturaleza afectiva y concluyendo con aquellos de tipo cognitivo.
Así pues, los estudios realizados sobre los efectos de la violencia de la televisión en
el comportamiento de la audiencia han dado lugar a multitud de teorías que sería
difícil recopilar en un solo libro. Por este motivo, hemos realizado una selección de
aquellas más significativas y que mayor seguimiento científico han tenido en estos
años. Así pues, estas teorías serán las siguientes: a) modelaje; b) reforzamiento; c)
catarsis; d) estimulación elemental.
Teoría del modelaje
El término modelaje procede de la teoría social de aprendizaje de Bandura (1977),
quien trata de aplicar los principios del aprendizaje a las situaciones sociales. En
primer lugar, es importante establecer la diferencia entre los conceptos de modelaje
e imitación, puesto que si bien ambos pueden ser interpretados como sinónimos, en
el caso del modelaje, la correspondencia estímulo-respuesta lleva implícito un
proceso, mientras que los autores que hablan de imitación se refieren más a un
efecto directo e inmediato. Asimismo, conviene aclarar también que mientras que el
efecto imitación es un efecto claramente conductual, el efecto modelaje se encuentra
en el límite entre el efecto de carácter conductual y el efecto de carácter cognitivo.
Así pues, según la teoría del modelaje, los sujetos expuestos a la violencia de la
televisión actuarían, después de esta exposición, de manera más violenta de lo que
normalmente lo harían de no haber visto este tipo de programas. No obstante, ésta
no es una reacción que se produzca de forma instantánea. De hecho, para que el
efecto modelaje tenga lugar deben concurrir una serie de circunstancias: a) el sujeto
ha de prestar atención a la conducta relevante del modelo televisivo; b) el sujeto ha
de retener dicha conducta, codificándola dentro de su memoria de alguna forma,
como si fuera analizada e interpretada mediante el procesamiento cognitivo; c) la
conducta aprendida ha de ser reproducida por el receptor, lo cual depende de
factores tales como la motivación o la intensidad de los factores de inhibición.
El proceso de modelaje puede ciertamente enseñar nuevas conductas. Así, por
ejemplo, en el caso de los adolescentes que se suicidan jugando a la ruleta rusa,
imitando la escena de la película El cazador de ciervos(The Deer Hunter), parece
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claro que estos jóvenes no habrían pensado en comportarse de esta manera antes de
haber visto la película. Éste es un caso terrible del fenómeno común denominado
aprendizaje observacional.
Al margen de este ejemplo que podríamos considerar extremo, existen otras
conductas que se aprenden a raíz de lo que se ve en la televisión. Así, un segundo
proceso en el que el modelaje también está implicado es aquel en el que ver
violencia en la pequeña pantalla desinhibe la tendencia del sujeto receptor a cometer
actos violentos que ya fueron aprendidos. Por ejemplo, ver una película con varias
escenas en las que los personajes recurren a la pelea callejera podría desinhibir la
tendencia del receptor a pelearse. En este caso, el receptor ya conoce cómo pelear;
el medio no es responsable de haber enseñado esa conducta. Sin embargo, la
televisión puede ser culpable de la desinhibición de esa conducta (eliminando los
frenos o barreras que tienen los individuos para participar en actos de violencia).
Por lo tanto, los sujetos serán más susceptibles a reaccionar de modo violento en el
futuro que si no se hubiese producido el proceso de desinhibición.
La teoría del modelaje aplicada a los efectos de la violencia en televisión asume
también que las personas pueden desarrollar ciertas conductas violentas, pero, a la
vez, comportarse de forma diferente al modelo presentado en la televisión. Por
ejemplo, ver una película de guerra puede desinhibir la conducta violenta en
general, y el receptor puede, consecuentemente, utilizar la fuerza física contra otro,
si bien ello no necesariamente signifique que vaya a disparar un fusil. Este tipo
generalizado de modelaje es más común que el modelaje de una conducta muy
específica y deja clara la diferencia entre el modelaje y la imitación. No obstante,
existen otras formas más indirectas en las que el modelaje se pone de manifiesto.
Así, en primer lugar, la violencia de la televisión puede alterar las respuestas
afectivas generales del receptor, respuestas que podrían convertirse en conductas
violentas. En segundo lugar, la violencia podría, igualmente, elevar el nivel de
nerviosismo o excitación del individuo, lo cual podría, a su vez, llevar a la persona a
comportarse de forma violenta.
No obstante, un modelo televisivo violento no afecta a todo el mundo de la misma
forma y bajo cualquier circunstancia. Hay diversas e importantes variables que
incrementan o atenúan los efectos del modelaje. Entre éstas se pueden encontrar la
siguientes:
1. Las características del modelo. Los individuos tienen más probabilidad de imitar
o ser desinhibidos por la conducta agresiva de un modelo atractivo, respetado y de
reconocido prestigio que por el comportamiento de un modelo que no cuenta con
tales cualidades que resultan tan atrayentes para el espectador. De hecho, cuanto
mayor sea la identificación del receptor con el modelo, más probabilidades existen
de que se imite a éste (Huesmann, Lagerspetz y Eron, 1984).
Este hecho sugiere que la violencia interpretada por los buenos (que suelen coincidir
con aquellos personajes por los que se siente especial admiración) puede constituir
un problema más serio y de mayor magnitud que la violencia en manos de los
malos. Esta atracción hacia determinados modelos tiene especial incidencia, por
tanto, en aquellas series o películas de acción, aventuras o policíacas en las que este
tipo de personajes suele tener una mayor presencia.
2. Las consecuencias del uso de la violencia. Es decir, si actuar de manera violenta
recompensa al personaje que actúa de esa forma (dinero, poder, relaciones, etc.), la
violencia se ve así justificada o reforzada en el contexto de la propia historia.
Bandura (1965) opina que la violencia reforzada mediante diversas formas de
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recompensas tiene más probabilidades de servir como modelo que la violencia que
recibe su castigo. En la mayoría de las series o películas que se emiten en la
pequeña pantalla, el comportamiento violento del héroe suele obtener una
recompensa gratificante, mientras que la misma conducta violenta del villano suele
concluir con un castigo. Ésta es una segunda razón por la que la violencia de los
buenos puede tener efectos más peligrosos o dañinos que la violencia de los malos.
3. El grado de realidad de la violencia. En este sentido, se ha demostrado que los
efectos provocados por la violencia de la televisión son significativamente
superiores entre aquellos receptores que perciben la violencia como real que entre
aquellos otros que la perciben como irreal (Van der Voort, 1986).
Para comprender cómo percibe la audiencia la realidad de la violencia televisiva es
necesario tener en cuenta el nivel o capacidad de comprensión de los sujetos. Sparks
(1986) pone como ejemplo los distintos niveles de comprensión del niño. Así, un
niño de corta edad podría pensar que una muerte violenta en una serie policíaca
realmente muestra a alguien muriendo, en lugar de pensar que es un actor que
representa a alguien que muere.
Los niños que consideran esta violencia como real tienen más posibilidades de verse
afectados por ella que aquellos que entienden que es una simple actuación. En esta
línea de razonamientos, hay que decir que los géneros televisivos más difíciles con
los que se enfrentan los niños pueden ser las noticias y los documentales, dado que
la violencia en estos espacios es real y no representada.
4. Variables personales de susceptibilidad al uso de la violencia. Es decir, también
es posible que se produzca un efecto de modelaje en aquellas personas que, por
algún motivo, se muestran, antes de la exposición a la violencia de la televisión,
susceptibles al uso de la misma. Cuando el estado emocional o psicológico del
receptor, por cualesquiera razones, se encuentra rozando altos niveles de irritación o
nerviosismo, éste tiene más probabilidades de emplear la violencia como respuesta
al modelo violento representado en la pequeña pantalla que aquellos otros
receptores que no presentaban este nivel emocional antes de la exposición
(Zillmann, 1991).
5. Los pensamientos del receptor en respuesta a la violencia vista en la televisión.
Así, los pensamientos pueden centrarse en el sufrimiento de la víctima, en el triunfo
de la persona que ha actuado de forma violenta, en la relación de la violencia con la
propia experiencia de uno, etc. ( Tamborini, 1991). Por lo tanto, a raíz de estas y de
las anteriores aportaciones científicas, se puede decir que un modelo televisivo
violento no afectará a toda la audiencia de igual manera y que existen una serie de
variables o circunstancias que incrementan o atenúan los efectos del modelaje.
Teoría del reforzamiento
El término reforzamiento se refiere a "cualquier acontecimiento que provoca una
respuesta por parte del receptor e incrementa la probabilidad de que esa respuesta
ocurra de nuevo" (Harris, 1994, pág 192). Así pues, la respuesta tendría lugar antes
del reforzamiento, produciéndose la conexión entre la respuesta y el reforzamiento
mediante el aprendizaje. Ejemplos de reforzamiento pueden observarse en el caso
del perro que aprende a coger un palo que se le lanza porque es premiado con un
dulce cuando lo hace; o en el de la niña que realiza sus deberes todos los días
porque posteriormente es premiada con ver la televisión. Después de que el
aprendizaje ha tenido lugar, las respuestas continúan siendo las mismas durante un
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cierto período de tiempo sin necesidad de utilizar el premio o refuerzo, hasta que las
respuestas gradualmente van disminuyendo y finalmente desaparecen.
En relación con los efectos de la violencia en la televisión y la naturaleza de la
percepción de la realidad por parte de los receptores, el reforzamiento puede
funcionar de varias formas:
1. En primer lugar, la violencia en la televisión puede reforzar las tendencias
violentas ya presentes en el receptor, aunque la televisión no sea el origen de esas
tendencias. Cuanto más significativo sea este reforzamiento, más probabilidades
existen de que se manifieste en las conductas. Esta forma de reforzamiento muestra
ciertas semejanzas con la teoría de la desinhibición.
2. La conducta violenta puede verse reforzada en el propio contexto de la historia
televisiva. En ese caso, dicha conducta tiene más posibilidades de ser imitada que
aquel acto violento que es castigado o no reforzado en la historia. Por esta razón,
muchos críticos están más preocupados por la violencia en la televisión cuando ésta
se ve recompensada.
3. La televisión, en lugar de reforzar conductas o tendencias a comportarse de cierta
forma, puede reforzar ciertos valores sobre el uso de la violencia. Por ejemplo, los
personajes de los programas y películas de acción o aventura de la televisión, con
frecuencia, utilizan la violencia para resolver problemas interpersonales. Pues bien,
estos actos refuerzan de manera indirecta los valores e ideas de que tal conducta
violenta es una forma de tratar los conflictos de manera real y moralmente
aceptable, convirtiéndose en un valor que puede llegar a formar parte de la
percepción de la realidad del receptor.
4. Por último, la conducta violenta o la tendencia a comportarse de forma violenta
puede verse reforzada cuando se muestra como una conducta correcta en un
contexto que es, en líneas generales, muy atractivo para el espectador. Por ejemplo,
debido a que los jóvenes receptores se identifican en mayor medida con la opulencia
de la serie Beverly Hills 90210 [1] que con otras series en las que se puede ver, por
ejemplo, cómo transcurre la vida en un barrio obrero de Nueva York, la violencia en
el primer caso puede tener un mayor efecto sobre la audiencia, incluso si la
violencia real es cuantitativamente inferior o menos explícita. No obstante, este
efecto puede verse relativamente alterado por el hecho de que las series que
muestran mayor realismo o están más cercanas al espectador pueden tener un mayor
impacto que las menos realistas, debido a la existencia de una relación más cercana
con las propias experiencias del receptor.
Teoría de la catarsis o reducción de los impulsos violentos
Siglos antes de que existiese una preocupación científica por los efectos de la
televisión en su audiencia, Aristóteles desarrolló el concepto de catarsis (Liebert y
Sprafkin, 1988). Con este término, el filósofo griego daba a entender que los seres
humanos podían desprenderse de sus sentimientos de culpa, de sus preocupaciones,
mediante la observación de las representaciones teatrales, comedias o dramas, y la
identificación psicológica con los personajes que en ellas intervenían.
Aplicado este concepto a la violencia de la televisión, el término catarsis sugiere,
que mediante la exposición a determinados programas que utilizan la violencia
como uno de sus argumentos fundamentales, la audiencia consigue expulsar sus
sentimientos de hostilidad e indignación. Feshback ha sido, sin duda, tino de los
científicos que más ha trabajado en este campo y que más evidencias ha aportado
para confirmar la existencia de estos efectos de la violencia de la televisión. De
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hecho, durante los años cincuenta y sesenta, su trabajo aportó toda una serie de
conclusiones acerca del fenómeno producido por la violencia televisiva en tanto que
los sujetos receptores podían descargar sin daño alguno sus impulsos agresivos
mediante la utilización de su fantasía (Feshback y Singer, 1971). Así pues, la
televisión desempeñaría una función curativa o de servicio público mediante el
retrato de actos violentos, ya que las exposiciones a estos actos tenderían a controlar
o a inhibir los impulsos agresivos de los individuos. Éste es, pues, el significado del
concepto de catarsis aplicado a la violencia en televisión.
No obstante, la teoría de los efectos catárticos de la violencia televisiva no ha
provocado una movilización científica como la surgida, por ejemplo, por los efectos
de imitación. Sí se han planteado, sin embargo, diversas teorías que han utilizado la
catarsis como punto de partida. Así, Gunter (1980) considera que la habilidad para
descargar los impulsos agresivos como respuesta al contenido violento de la
televisión es una dimensión de la capacidad cognitiva de los seres humanos,
capacidad que algunos individuos poseen más que otros. Así, los sujetos con una
capacidad imaginativa especialmente desarrollada o con una gran facilidad para
recurrir a su fantasía serían capaces de reducir sus niveles de enfado mediante la
observación de determinados contenidos violentos de la televisión.
No obstante, en la actualidad, las posibilidades de que la violencia de la televisión
produzca efectos catárticos ha sido dejada al margen desde el punto de vista
científico, en tanto que se considera como muy improbable que la agresividad
mostrada en la pequeña pantalla provoque este tipo de efectos.
Teoría de la estimulación elemental
Para los defensores de la teoría de la estimulación elemental, la violencia contenida
en los programas de televisión no actúa como el único estímulo que provoca la
conducta agresiva en el receptor. Es decir, que el contenido agresivo, por sí sólo, no
es el responsable de un determinado efecto en el receptor. Para los defensores de
esta teoría, también denominada teoría de la estimulación general, lo que
verdaderamente determina el grado de agresividad del individuo es el grado de
estimulación psicológica y física que provoca el programa en el sujeto,
independientemente del contenido de dicho programa.
Entre los científicos que se han planteado empíricamente la comprobación de esta
hipótesis cabe destacar a Tannenbaum y Zillmann (1975), quienes demostraron que
una película de contenido erótico que conlleva una estimulación del receptor induce
más a la agresión que una película de contenido violento que no provoca tal
estimulación en el receptor. La conclusión, pues, es que el contenido del programa
no es lo decisivo sino la intensidad con la que dicho programa estimula psicológica
y físicamente al receptor.
Por tanto, esta teoría evidencia que los programas violentos no son los únicos que
estimulan la agresividad. De acuerdo con la teoría de la estimulación elemental,
cualquier programa que estimule al espectador, independientemente de su
contenido, incita a la agresividad, sobre todo cuando previamente ya existe una
cierta tendencia a comportarse de manera agresiva.
No obstante, y contrariamente a esta teoría, Berkowitz (1970) afirma que el
contenido específico de los programas juega un papel fundamental en este campo de
la comunicación. De hecho, cree que las respuestas agresivas de la audiencia pueden
estar relacionadas con ciertas situaciones o estímulos que se encuentren en el
ambiente que rodea a la persona. En otras palabras, la conducta agresiva puede ser
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una respuesta condicionada a estímulos del ambiente. De este modo, Berkowitz da
paso a la teoría del condicionamiento clásico y asegura que los receptores tienen la
capacidad de poder asociar la violencia en la televisión con otras escenas violentas
que ellos han vivido en el pasado. En ese caso, se produce una generalización del
estímulo, en tanto que los del contenido violento de la televisión provocan la misma
respuesta por parte del receptor que el estímulo original.
No obstante, esto no significa necesariamente un incremento de las probabilidades
de que el receptor desarrolle una conducta violenta. Así, puede ocurrir que, si el
receptor encuentra desagradable la violencia que se emite en la pequeña pantalla,
ésta llegue incluso a inhibir la agresión. De acuerdo con Berkowitz, la mente del
receptor no es una página en blanco. Los sujetos llevan consigo sus propias
experiencias y deseos, lo cual determina cuál será el efecto de un programa violento.
Asimismo, Berkowitz (1970) asegura que los programas violentos sólo tendrán el
efecto de estimular la agresión si, antes de la exposición, los participantes han sido,
de alguna forma, alterados o enfadados. En su estudio, logró demostrar que, en
comparación con los programas clasificados como "neutrales" o carentes de
violencia, los programas violentos provocaban un comportamiento más agresivo si
la persona que había molestado o enfadado al sujeto tenía algo en común (rasgos
físicos, personalidad, etc.) con la que aparecía en el programa.
3. Efectos afectivos o emocionales de la violencia televisiva
Los efectos de naturaleza afectiva empezaron a llamar la atención de los científicos
de la comunicación a partir de la década de los setenta, cuando los programas de
televisión empezaron a incluir escenas de violencia de manera más frecuente y cada
vez más descriptivas y gráficas. Con los años, esta característica de los programas
ha ido incrementándose tanto cuantitativa como cualitativamente. De hecho, parece
que, en la actualidad, se presenta como una necesidad dar a las audiencias estímulos
cada vez más fuertes para conseguir atraer y mantener su atención.
En el fondo, las consecuencias de este fenómeno radican en que gran parte de la
audiencia ha desarrollado una especie de escudo contra estos contenidos,
principalmente, porque se han habituado a tales reacciones estimulativas. En otras
palabras, con la exposición repetida a estímulos televisivos de un cierto tipo
(violentos), aquellas que inicialmente se presentaban como fuertes reacciones
afectivas en el receptor se han convertido en débiles o han desaparecido
completamente. La existencia aparente de estos efectos provocó un desarrollo de las
investigaciones dentro del campo de la influencia afectiva de la violencia de los
programas de televisión en la audiencia, poniéndose un énfasis especial en los
efectos que estos programas podían producir en las emociones de los sujetos.
No obstante, los estudios se centraron inicialmente en el análisis de los programas
como responsables de determinados sentimientos afectivos del sujeto receptor tanto
durante como inmediatamente después del programa. Además, cabe decir que las
investigaciones sobre los efectos emocionales o afectivos provocados por la
violencia de la televisión se centran, fundamentalmente, en los efectos que provocan
estos contenidos en el desarrollo anímico del receptor y que abarcan desde una
cierta inmunidad ante el sufrimiento de las víctimas (efecto de desensibilización;
efecto de habituamiento) hasta una extrema sensibilidad ante determinadas
circunstancias en las que se incluye la violencia (efectos de sensibilización) como
veremos a continuación.
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Teoría de la sensibilización
El concepto de sensibilización relacionado con la violencia en la televisión conecta
con dos tipos de efectos: en primer lugar, cabe hablar de unos efectos totalmente
contrarios a los efectos de modelaje, analizados anteriormente. Es decir, los
receptores reaccionan tan fuertemente al ver violencia en la televisión y tienen una
percepción tan traumatizante de esta realidad televisiva que, como resultado de la
experiencia con este medio, tienen menos probabilidades de imitar estos actos. Esta
aproximación, no obstante, resulta un tanto extrema y son excepcionales los casos
en que se producen este tipo de efectos.
En segundo lugar, parece producirse con mayor frecuencia que, ante la repetición
constante de imágenes de violencia, nace en el receptor un sentimiento de especial
sensibilidad hacia la víctima de la agresión, la propia circunstancia en la que la
acción tiene lugar, y en definitiva por la violencia en general, provocando un
rechazo de este tipo de actos.
Estas circunstancias afectivas parecen tener más posibilidades de aparecer con tipos
de violencia muy extrema o excesivamente realista, como pudiera ser, por ejemplo,
la mostrada en películas como Arma Letal o Desesperado, o en series como Cop. El
efecto de sensibilización provocado por estos contenidos puede surgir como
resultado del estado de ansiedad producido por la violencia o por la empatía que el
receptor experimenta con la víctima de la misma.
Tamborini, Stiff y Heidel (1990) concluyeron que a las personas que menos les
gustaba ver la violencia, que coincidían con aquellos que eran más sensibles a la
misma, eran también aquellos que puntuaban más alto en las dimensiones empáticas
de contagio emocional, fantasía, orientación humanitaria, etc. Es decir, estos sujetos
podían imaginarse con mayor facilidad a ellos mismos en la posición de víctima de
la violencia y experimentar las emociones negativas que ésta pudiera sentir. Por otro
lado, aquellos receptores que no podían desarrollar con tanta facilidad estas
emociones también se sentían estimulados por la violencia de la televisión, si bien
sus emociones negativas no se hacían sentir con tanta fuerza y se divertían más con
la violencia vista en la pantalla.
Algunos de los efectos más extremos de sensibilización provocados por la violencia
de la televisión parecen proceder de la denominada violencia real, es decir, de
aquella que es emitida en documentales, informativos o en cualquier programa en el
que se incluyen personajes y actos reales. Otro aspecto interesante de los efectos de
desensibilización que ha sido objeto de estudio es el que trata de establecer una
relación entre la sensibilización ante los programas violentos en la televisión y la
percepción de la violencia en la vida real.
Algunos estudios (Zillmann, 1980) realizados en este sentido han establecido
explícitamente una conexión entre la exposición continua a la violencia en la
televisión y la progresiva sensibilización ante la violencia en la vida real. Estos
investigadores asumen que la exposición a la violencia de la televisión tiene como
resultado que los receptores son más susceptibles a la violencia en la vida real.
Es más, se asume que, como consecuencia de la exposición a los contenidos
violentos de la televisión, los receptores sobreestiman la frecuencia de la violencia
en la vida real. Así pues, esta violencia llevará a los receptores a estar más en
guardia en sus contactos con el mundo que les rodea. A este último efecto de la
violencia televisiva se le ha denominado social paranoia effect (Van der Voort,
1986).
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No obstante, los efectos de sensibilización resultan un tanto difíciles de estudiar
científicamente, si bien, en líneas generales, se ha demostrado que estos efectos
ocurren con tanta frecuencia como su contrario, los efectos de desensibilización. No
obstante, hay situaciones en las que la frontera en donde acaban los efectos de
sensibilización y comienzan los de desensibilización es difícil de establecer. Así se
puede observar en el caso de las películas sobre la guerra del Vietnam que en
algunos sujetos produjo un efecto de sensibilización, mientras que en otros, las
mismas proyecciones reales o de ficción produjeron un efecto de desensibilización
tal que los sujetos receptores que posteriormente veían imágenes de guerra lo hacían
sin apenas alteración emocional alguna, reaccionando ante las mismas como ante
cualquier otro hecho informativo. A continuación, veremos más en profundidad los
efectos de esta naturaleza provocados por la violencia de la programación televisiva.
Teoría de la desensibilización
El término desensibilización se utiliza cuando se produce una disminución de las
reacciones emocionales del receptor después de frecuentes o repetidas recepciones
de programas de contenido violento. Se trata de una proceso de carácter progresivo,
no inmediato, de insensibilización ante la violencia, tanto ante aquella emitida en la
pequeña pantalla como ante la de la vida real. Bjorkqvst y Didrikkson (1985) han
estudiado cómo ciertos contenidos violentos de la televisión pueden dar lugar a una
falta progresiva de sensibilidad de la audiencia ante situaciones que impliquen
fuerza física, es decir, han intentado determinar qué tipo de efectos emocionales
provocaban determinados argumentos televisivos en el sujeto receptor.
En líneas generales, estos autores han concluido que la exposición a la televisión se
produce normalmente en un ambiente cómodo, agradable, que se combina con una
sensación de relajación e, incluso, de bienestar. Cuando a esta circunstancia se le
suma el hecho de ver violencia en la televisión, esta violencia indirecta (a través de
la pequeña pantalla) percibida en un contexto agradable llega a ser gradualmente
asociada con esa situación, percibiéndose dicha violencia como entretenimiento e
incluso relajación. Es decir, al verse repetidamente actos de violencia en televisión,
sin experimentar dolor o sufrimiento, las respuestas negativas que se producirían
normalmente en los sujetos ante esas circunstancias se debilitan.
Así pues, el hecho de que los miembros de la audiencia se desensibilicen como
consecuencia de la violencia de la televisión tiene dos consecuencias importantes.
La primera es que los receptores están cada vez más acostumbrados a ver violencia
en televisión, de tal forma que aquellos que pasan demasiadas horas delante de la
pequeña pantalla no alcanzan un nivel de estimulación emocional inferior a aquellos
otros receptores que ven menos horas de televisión. En segundo lugar, la atención
de la audiencia a los programas de violencia disminuye como efecto de la constante
exposición a los mismos. Así pues, la industria televisiva progresivamente
incrementa la realidad de esta violencia para que el receptor preste atención a este
tipo de contenidos.
De esta forma, podría decirse que ver violencia en la televisión crea una adicción, es
decir, cuanta más violencia se ve en la pantalla, más fuerte debe ser la siguiente
dosis de agresividad si se desea obtener el mismo nivel de atención y estimulación.
De hecho, si se observan los programas de televisión de contenido violento de los
últimos 20 años, la violencia proyectada en la pequeña pantalla se ha caracterizado
fundamentalmente por ser, cada vez, más gráfica y más intensa.
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Teoría del habituamiento
A lo largo de la bibliografía consultada, los términos desensibilización y
habituamiento se consideran, en ocasiones, como sinónimos. No obstante, Van der
Voort (1986, pág. 34) presenta una definición bastante exacta de lo que se entiende
por habituamiento y que nos ayudará a distinguirlo de su potencial sinónimo, la
desensibilización. Así, este autor considera que existe habituamiento cuando "la
exposición frecuente a la violencia de la televisión lleva al espectador a considerar
aquélla como algo normal: el receptor llega a acostumbrarse a esta violencia y a
tener más dificultades para considerar cualquier acto violento como tal".
Así pues, autores como Linz, Donnerstein y Penrod (1984) han realizado diversas
investigaciones empíricas con el objeto de dar respuesta a algunos de los
interrogantes que se han planteado hasta la fecha en relación con el habituamiento
de la audiencia a la violencia de la televisión, es decir, con la posibilidad de que la
audiencia haya convertido la violencia emitida en la pequeña pantalla en algo
común en sus vidas.
En un primer estudio, la muestra estaba formada por varones adultos a quienes se
les proyectaban películas de violencia que contenían escenas de agresión física a
mujeres. Los participantes veían la misma película durante cinco días consecutivos.
A lo largo del experimento, se contrastaron las reacciones de los sujetos en el primer
y último día de la exposición a la película con el fin de poder llegar a conclusiones
sobre la disminución de la sensibilidad ante la violencia. Los resultados
demostraron que los hombres presentaron una menor conmoción emocional ante
una misma película cuando la vieron la última vez.
Como parte también de la investigación, inmediatamente después del último pase,
se les pidió a los integrantes de la muestra que participaran como jurado en un juicio
sobre una violación. Los sujetos se enfrentaban a un caso en el que un hombre y una
mujer se conocen en un bar y la relación concluye esa misma noche en una
violación. Se pudo observar cómo ese cambio emocional se había trasladado al
juicio. Es decir, aquellos que habían visto la película violenta juzgaron a la víctima
de la violación con un grado de sufrimiento y de daño físico o psicológico menor
que aquellos otros sujetos que no fueron expuestos a esta película.
En un segundo estudio, de nuevo, se utilizó como muestra a varones adultos,
quienes, de manera aleatoria, verían entre dos y cinco películas de contenido
violento. Todos los datos y observaciones referentes al análisis de los efectos
provocados por la violencia de la televisión se obtuvieron inmediatamente después
de la exposición a la última película. Sin embargo, en esta ocasión, el juicio
relacionado con la violación se desarrolló el segundo día de exposición a las
películas. Este segundo estudio mostró, en cuanto a la percepción de la víctima por
parte de los sujetos, que, al igual que en el caso anterior, el consumo repetido de
material violento ocasionó una pérdida de compasión hacia la víctima del asalto
sexual.
Tomadas ambas investigaciones en conjunto, éstas muestran que la exposición
repetida a la violencia de la televisión puede trivializar o quitar importancia a la
violencia en la vida real, especialmente al sufrimiento que la auténtica violencia
causa a la víctima. De igual forma, las conclusiones sugieren que este efecto no es
transitorio y que puede ser de una considerable duración.
Por otra parte, Gerbner y Gross (1976) propusieron que la continua exposición a
programas de televisión de contenido criminal puede provocar un cierto grado de
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preocupación en el espectador acerca de su seguridad personal. Esta aprensión que
siente el receptor de que pueda convertirse en una víctima de este tipo de crímenes
es tratada por estos autores como una reacción afectiva. De igual forma, consideran
que las respuestas emocionales, consecuencia de la exposición al estímulo televisivo
inductor de miedo, llegan a ser más fuertes conforme la exposición se repite.
No obstante, científicos como Zillmann (1980) mantienen una posición contraria a
la propuesta por Gerbner y Gross. De hecho, consideran que la exposición de los
sujetos a determinadas representaciones televisivas que incluyen escenas que suelen
inducir al miedo en la vida real ha servido para prevenir y aminorar las reacciones
de miedo en circunstancias reales con una consistencia asombrosa. Es más, la
repetida exposición a representaciones seguras de estímulos (como son las de la
televisión) que inicialmente inducen al miedo constituye uno de los elementos clave
en el tratamiento terapéutico de las fobias (Weisbrod y Bryan, 1973).
Así pues, aunque la frecuente exposición televisiva a estos estímulos puede hacer
creer que hechos criminales o violentos están presente en la vida diaria, fuera del
televisor, parece que también puede producir un efecto de trivialización o
disminución del impacto emocional. Es más, parece más probable que la repetida
exposición a crímenes violentos produzca una reducción más que un incremento en
las reacciones afectivas, especialmente aquellas relacionadas con el miedo o la
ansiedad. En este sentido, Zillmann (1980) afirma que existen personas que
experimentan un sentimiento continuo de temor y que se refugian en la
programación violenta de la televisión, debido a que la repetida exposición a estos
argumentos es capaz de aliviar sus temores. Después de todo, en los programas de
esta naturaleza, la violencia y los crímenes no quedan impunes y, en la mayoría de
las ocasiones, la ley y la justicia caen sobre los causantes de estos actos.
4. Los efectos cognitivos de la violencia televisiva
Se habla de efectos de la televisión a nivel cognitivo cuando los contenidos de este
medio de comunicación influyen o configuran las creencias y opiniones de los
individuos sobre el mundo que les rodea. En este contexto, la televisión se concibe
como una entre el gran número de fuentes de información que las personas tienen en
cuenta cuando desarrollan sus opiniones e impresiones sobre la realidad social. Eso
sí, aunque la experiencia directa y las informaciones de otras fuentes siguen
teniendo su importancia, en la actualidad, la televisión constituye, sin duda, uno de
los medios de información que más influye en la audiencia al determinar los temas
sobre los que deben hablar e, incluso, al proponer qué decir.
En un contexto más específico sobre las percepciones de la violencia del público,
podemos decir que la televisión ha adquirido una importancia creciente y
significativa. En este sentido, se plantea el hecho de que la televisión, con su
emisión habitual de imágenes de crímenes y violencia, en un contexto real o ficticio,
puede tener un mayor impacto que cualquier otra fuente de información en las
creencias y preocupaciones sobre la violencia de los receptores.
En los años setenta, salieron a la luz una serie de estudios que pusieron de
manifiesto la existencia de una relación directa entre la cantidad de televisión que
veían los sujetos que formaron parte de estos estudios y sus creencias acerca del
mundo en el que vivían (Gerbner, Gross, Eleey, Jackson-Beeck, Jeffries-Fox y
Signorielli, 1977, 1978). Gran parte de las creencias que se examinaron en estos
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estudios estaban relacionadas con la existencia de criminalidad y violencia en la
sociedad.
Mediante el análisis de contenido de diversos programas se pudo concluir que,
durante el prime-time o franja horaria de mayor audiencia televisiva de los Estados
Unidos, las cadenas de televisión de ese país se encuentran repletas de escenas de
crímenes y violencia. Dos características sobresalientes del análisis de esta
programación son, en primer lugar, que los personajes que aparecen en escena
actúan, de forma violenta, en ambos lados de la ley. En segundo lugar, y quizá más
preocupante, sea el hecho de que, para estos personajes, utilizar la violencia
significa conseguir sus objetivos.
Gerbner, uno de los máximos representantes del estudio de los efectos cognitivos de
la violencia de la televisión y el primer investigador en hablar de la teoría del
cultivo (cultivation analysis), opina que la exposición regular a ese mundo
televisivo dramáticamente violento y repleto de criminales conduce a los receptores
a una impresión exagerada de la amenaza y peligro existentes en la sociedad real y
produce una excesiva ansiedad sobre la seguridad personal. Es decir, lo que la teoría
del cultivo nos viene a exponer, como veremos más adelante, es que la visión del
mundo real que poseen algunos individuos será aquella que transmite la televisión.
En el conjunto de investigaciones realizadas por Gerbner y su grupo de
colaboradores se observa cómo estos científicos consideran que los receptores
aprenden a partir de los patrones o estereotipos de la televisión y que, a partir de
ellos, obtienen conclusiones que generalizan al mundo real. Igualmente, observaron
que aquellos individuos que ven una gran cantidad de televisión tienen opiniones y
creencias sobre el mundo diferentes de aquellos otros individuos que no la ven con
tanta frecuencia. Así, el primer grupo de sujetos (aquellos que en el estudio veían
mucha televisión) presentaba una mayor influencia televisiva en sus percepciones
acerca del crimen y la violencia en la sociedad, así como en sus estimaciones del
número de personas que trabajan para el cumplimiento de la ley. Asimismo, estos
sujetos afirmaban tener más posibilidades de estar envueltos personalmente en
situaciones de violencia y una mayor sensación de miedo a ser víctimas de algún
crimen.
Estos estudios han recibido la crítica de otros científicos implicados en
investigaciones similares, si bien, también han servido de base de investigaciones
posteriores tanto dentro como fuera de los Estados Unidos (Wober y Gunter, 1988).
En este sentido, en un estudio realizado en Toronto (Canadá), Doob y Macdonald
(1979) intentaron reproducir las primeras conclusiones estadounidenses y verificar
que, efectivamente, la televisión causa en los receptores un sentimiento de
sobrestimación de la cantidad de peligro que existe en su propio vecindario. Sin
embargo, en esta ocasión, se trató de controlar un factor que no había sido tenido en
cuenta anteriormente: la incidencia real del crimen en el vecindario de los
participantes en la investigación.
El estudio se realizó mediante encuestas personales que ayudaron a conocer el
hábito televisivo de los sujetos componentes de la muestra así como las
probabilidades de que fueran víctimas de actos violentos. Los vecindarios se
eligieron de forma que quedarían incluidos tanto aquellos de alta tasa de
criminalidad como los de baja; también se incluyeron en el estudio dos barrios del
centro de Toronto y dos áreas de las afueras de la ciudad.
Pues bien, en el estudio no se pudo llegar a la conclusión de que existiera una
relación evidente entre ver televisión y el miedo de ser víctima de algún acto
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violento. No obstante, cuando se cruzaban en el estudio las cuatro áreas de la
ciudad, aquellos individuos que veían más programas de contenido violento
coincidían con aquellos que experimentaban mayor miedo. Sin embargo, no siempre
se mantenía esta relación cuando se tomaban por separado cada una de estas áreas.
El hecho de haber tenido en cuenta las tasas de criminalidad existentes en cada una
de estas zonas sirvió para comprobar que el miedo a ser víctima de la violencia
estaba presente en las áreas de alto índice de criminalidad y que tendía a
desaparecer en otras áreas.
Doob y Macdonald interpretaron estos resultados como una evidencia de la falsa
relación entre ver televisión y el miedo al crimen en la vida real, ya que también
existen factores externos (como la violencia real existente en la sociedad) que
pueden provocar esta relación. Sin embargo, Gerbner, Gross, Morgan y Signorielli
(1980) sugirieron que, para aquellos ciudadanos que vivían en centros de alto índice
de criminalidad, las alusiones violentas en la televisión pueden ser más congruentes
con las percepciones de su vida real. Por ello, las personas que de esta manera
reciben una doble dosis de mensajes de que el mundo es violento muestran una
asociación más fuerte entre recepción y miedo.
No obstante, dejando a un lado la idea de la causalidad como conclusión que puede
extraerse de la relación entre ver televisión y la percepción de los sujetos de la
violencia en la vida real, los investigadores reconocen, cada vez más, que estas
relaciones pueden verse poderosamente mediatizadas por una variedad de factores.
Según Huesmann y Malamuth (1986), son cinco variables las que pueden intervenir
y afectar el mantenimiento de la relación entre ver violencia en la televisión y las
creencias o actitudes agresivas del sujeto: a) la capacidad intelectual; b) la
popularidad social; c) la identificación con los personajes; d) la creencia en el
realismo de la violencia mostrada en televisión; e) el nivel de imaginación o fantasía
del receptor sobre la violencia. Se podría decir, por tanto, que son cuatro las
categorías principales de variables que intervienen, tal y como se detalla a
continuación:
1. El número de programas. La relación entre el nivel de exposición a la
televisión y la percepción de la violencia puede depender de los programas. En
otras palabras, cualquier influencia de la televisión en las creencias acerca de la
violencia o criminalidad puede depender no tanto de la cantidad total de
televisión vista, como de cuántos programas informativamente relevantes se
ven.
2. Interpretación del contenido. La influencia de la televisión puede depender
no solamente de lo que se ve, sino de cómo los receptores perciben e interpretan
el contenido de los programas. Incluso programas cuyo argumento incluye el
crimen, la violencia o el cumplimiento de la ley pueden tener poco impacto en
las creencias sobre el crimen en la vida real, si los receptores no están
preparados para reconocer tales programas como reflejo de la realidad de la
vida.
3. Las conclusiones. Tyler (1984) ha establecido una distinción entre los dos
tipos de conclusiones a las que pueden llegar las personas sobre la violencia. En
primer lugar, se encuentran las conclusiones a nivel social, es decir, aquellas
que hacen referencia a las creencias o ideas generales sobre la frecuencia de la
violencia en la comunidad. En segundo lugar, se encuentran las conclusiones
personales o aquellas que se refieren a las creencias sobre la vulnerabilidad
personal al crimen y a las posibilidades de que uno mismo puede ser víctima de
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un acto violento. Tyler observó en su estudio que estos dos niveles de
conclusiones no estaban relacionados con las experiencias de estos sujetos con
los medios. Así, las estimaciones del riesgo personal estaban principalmente
determinadas por la experiencia personal y directa con la violencia.
4. Las circunstancias personales. Por último, la preocupación acerca de las
posibilidades de verse uno mismo implicado en un acto violento están
relacionadas con las circunstancias personales de cada sujeto. Es decir, no es
igual el miedo a la criminalidad que experimentan los individuos que habitan en
las áreas urbanas que el temor que pueden experimentar los habitantes de las
zonas rurales.
Así pues, parece que, a partir de los años ochenta, el estudio de los efectos de la
violencia en la televisión ha alcanzado progresivamente una mayor sofisticación,
tanto en relación con la naturaleza de la agresión en sí misma como en relación con
el papel que desempeña la televisión en el comportamiento agresivo de los
individuos. Estos estudios intentan igualmente demostrar que ver situaciones de
violencia puede traer consigo la aparición de otros pensamientos agresivos
relacionados con lo que el sujeto ve, teniendo todo ello consecuencias, en ocasiones,
imprevisibles. En este sentido, Berkowitz (1983) realizó una investigación con
niños a quienes se les pidió que leyeran una serie de comics. Un grupo de estos
niños leyó unos comics de contenido bélico y otro grupo unos de contenido neutral.
Posteriormente, se les pidió que completaran por escrito una serie de historias a las
que les faltaba el final. Así, sé pudo observar que aquellos niños que habían leído
los comics bélicos utilizaban un lenguaje más agresivo que aquellos otros que
habían leído los comics calificados como neutrales o no bélicos.
Es, pues, en la década de los ochenta cuando se da un impulso definitivo a las
teorías sobre los efectos cognitivos de la violencia televisiva. Podemos hablar de la
aparición de dos teorías, basadas ambas en modelos cognitivos de conducta:
1. Teoría de los guiones cognitivos.
2. Teoría de la enseñanza cognitiva.
Teoría de los guiones cognitivos
La primera teoría es la denominada teoría de los guiones cognitivos, según la cual,
la observación de la violencia en televisión proporciona el suficiente material para
el aprendizaje de complejos guiones conductuales.
No obstante, en primer lugar, conviene aclarar qué se entiende por guión y cuáles
son sus componentes. El elemento fundamental en un guión es la viñeta, definida
como "la codificación de un hecho de corta duración" (Abelson, 1976, pág 64), y
cuyos elementos integrantes son: una imagen perceptual y una representación
conceptual de un hecho. Una simple viñeta de un acto violento puede consistir, por
ejemplo, en la imagen de una persona irritada o enfadada disparando a otra por algo
que esta última ha hecho. El acto de disparar provee la imagen, y el juicio
relacionado con la razón por la que dispara proporciona la representación cognitiva
o conceptual.
Así pues, se pueden definir un guión como una serie encadenada de viñetas que
pueden llegar a incluir, por ejemplo, distintas escenas de violencia procedentes de
programas de televisión y sus respectivas representaciones conceptuales. Una de las
funciones que desempeñan estos guiones es la de servir de guías para las conductas,
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es decir, una vez que un guión ha sido aprendido, puede recuperarse en futuras
ocasiones, pudiendo conllevar la puesta en marcha de acciones específicas.
En todo caso, la recuperación de un guión depende, en parte, de la similitud
existente entre la situación en el momento de la recuperación y la existente cuando
el guión fue codificado en la memoria. A este proceso se le denomina principio de
especificidad codificadora y consiste en que, conforme el niño va creciendo, puede
observar ejemplos en los cuales la agresión ha sido utilizada para resolver conflictos
interpersonales. Tales circunstancias son muy habituales en los programas de
televisión. La información puede, en ese momento, quedar almacenada en un guión,
para ser quizá recuperada desde la memoria algún tiempo después, cuando el sujeto
se vea personalmente envuelto en una situación de conflicto. La posibilidad de
recuperación del guión dependerá, en parte, del parecido de la situación conflictiva
con aquellas vistas en la televisión.
Ocurre también que ciertos estímulos pueden, mediante la atención directa,
determinar lo que sucede en el proceso de codificación. Así, algunas características
de los programas que hacen destacar una escena en particular pueden condicionar la
codificación y el almacenamiento en memoria de la misma. Entre estas
características pueden encontrarse la intensidad de la violencia o la realidad de la
misma. Respecto a esta última, se considera que cuando el receptor percibe como
real la violencia de la televisión, éste tiende a interpretar esa violencia como un
medio de solucionar situaciones conflictivas, hecho que ocurre en menor medida
cuando la violencia de la televisión se percibe como no real.
No obstante, volviendo al hecho de que un guión cognitivo puede ser recuperado
como guía para una conducta, conviene decir que su representación también puede
servir como simple repetición que, a su vez, ampliará el guión existente ya en la
memoria. Además, el guión se elabora y amplía mediante nuevos escenarios,
propios de la situación donde dicho guión ha sido representado.
Como consecuencia de esta constante repetición y ampliación del guión original, la
respuesta a la violencia de la televisión mediante la activación de guiones agresivos
puede ser un proceso que se perpetúe para siempre en el sujeto.
Teoría de la enseñanza cognitiva
Esta teoría de la enseñanza cognitiva se comprobó por primera vez en
investigaciones relacionadas con las conductas agresivas, en las que se incluían las
críticas negativas que algunas personas hacían de otras (Srull y Wyer, 1979). No
obstante, Berkowitz es el principal representante de esta teoría, desarrollando una
línea de razonamiento similar a la de otros autores. Así, Berkowitz (1984, pág. 41.1)
opina que los pensamientos relacionados con actos de naturaleza agresiva que son
provocados por los programas violentos de la televisión "pueden provocar, a su vez,
otros pensamientos que están semánticamente relacionados, viendo aumentadas así
las posibilidades de que los receptores tengan otras ideas agresivas en ese mismo
período". Berkowitz basa esta teoría del aprendizaje en la noción de activación
contagiosa (spreading activation) propuesta por Collins y Loftus en 1975, según la
cual, ciertos pensamientos activan otros con los que existe cierta relación.
En este sentido, las ideas sobre la agresión que vienen a la mente del receptor no
necesitan ser iguales o idénticas a aquellas observadas en la televisión para que sean
activadas por esta última. Asimismo, la observación de la violencia en la pequeña
pantalla puede dar lugar o generar toda una compleja combinación de ideas
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agresivas, de ciertas emociones relacionadas con la violencia y de un deseo casi
irrefrenable de actuar de forma agresiva.
Ahora bien, existe la posibilidad de que esa combinación sea activada por
determinados estímulos, una vez que el sujeto receptor la ha asimilado y aprendido.
Berkowitz ha propuesto que, en el caso de la agresión, uno de estos estímulos puede
ser, por ejemplo, un determinado estado anímico causado por circunstancias
diversas, entre las que se encuentran la frustración, el dolor físico o situaciones de
ansiedad. De hecho, según Berkowitz, cualquier condición que de lugar a un estado
emocional negativo puede ser la causa de una actitud agresiva.
No obstante, estas situaciones anímicas no sólo provocan pensamientos o actitudes
agresivas. También puede ocurrir que se utilice una fórmula de escape como
evasión de esa realidad afectiva. Ahora bien, si esas combinaciones agresivas se
aprendieron mediante la observación de la violencia, es más probable que el sujeto
opte por una actitud agresiva (fight) que por una de escape o huida (flight).
Hasta 1990, tan sólo había aparecido un estudio en el cual la teoría de la enseñanza
cognitiva se aplicaba explícitamente a los efectos de la violencia en televisión. En
ese estudio, Bushman y Geen (1990) exponen que, tras la exposición de los sujetos
integrantes de la muestra a diversos vídeos que incluían actos violentos, estos
individuos citaban un mayor número de pensamientos violentos que aquellos otros
que habían visto escenas de no violencia.
Con anterioridad, Caprara, Cinanni, D'Imperio, Passerini, Renzi y Travaglia (1985)
habían realizado un estudio similar, pero incluyendo, en esa ocasión, la variable
humor del individuo. Así, aquellos sujetos que puntuaron más alto en la escala de
irritabilidad citaron posteriormente una lista con un mayor número de pensamientos
violentos que los sujetos menos irritados. En ambos casos, a los sujetos se les
habían mostrado vídeos cuyos niveles de violencia se habían calificado como
moderados.
No obstante, cuando se expuso a los sujetos a programas televisivos con niveles de
violencia más altos, las diferencias individuales en cuanto a la irritabilidad no tenían
efecto en el número de pensamientos agresivos citados; bajo esas condiciones, todos
los sujetos tenían más pensamientos agresivos que aquellos que habían visto
programas con un menor índice de violencia.
Esta última conclusión resulta de verdadero interés en tanto que contradice un
argumento ampliamente defendido por los empresarios de los medios de
comunicación. Según ellos, los programas violentos afectan solamente a aquellos
receptores que se caracterizan por su naturaleza agresiva. Este estudio demuestra,
sin embargo, que la audiencia, en general, puede verse afectada por la violencia
proyectada en la pequeña pantalla.
Notas
[1] Serie destinada, fundamentalmente, a la audiencia juvenil cuyos protagonistas
son jóvenes de entre 16 y 20 años que viven en el lujoso barrio californiano de
Beverly Hills. Sus relaciones, problemas y vivencias pueden llevar a muchos
jóvenes de la audiencia a identificarse con ellos
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