La flatulencia periodística Por Leonardo Sai “... Y en un mismo lodo: ¡Todo manoseao!” Enrique Santos Discepolo “Los contemporáneos estamos todos escribiendo el mismo libro” Jorge Luis Borges “La verdad es que no nos convence el artículo. La metáfora gástrica es ruidosa pero de lectura desagradable. Gracias de todos modos Abrazo” Flavia y Quintín La lectora Provisoria Blog Se produce flatulencia periodística cuando existe exceso de gas en los aparatos masivos de información. Es un problema de digestión semiótica, de metabolismo informativo. Distingo diferentes tiempos en la producción del alimento periodístico. Existe un tiempo de construcción del bolo alimenticio-informativo. Involucra fuentes, contactos, grupos de poder y sectores dentro del poder que pasan datos contra quienes compiten, presionan, friccionan. La construcción de la noticia no involucra al periodismo sino al juego del poder, de los poderosos y de sus colmillos. Aquí el rol del periodista se reduce al del vampiro, al poder de un extorsionador, de una vieja conventillera, es decir, es un oportunista atento en la cadena de intercambios de poderes, relevos, resistencias y contraoperaciones. Esto hace a la circulación de la materialidad significante bajo el modo del secreto. El secreto no es lo que el Otro sabe y no me dice. El secreto es rumores, pasillos, viajes, ascensores, fuentes reservadas, cabarulos, operadores de prensa. Es una industria de la traición creadora, de la sospecha productiva, de las campañas de reconocimiento y asco, marketing de la seriedad y del prestigio: una cosmética de poderes imaginarios. Toda esta maquinaria del engaño es una lengua, la boca filosa de una guerra. Este bolo alimenticio se mide por la magnitud de su efecto, por su resonancia, por el tiempo que le lleva a la sociedad digerirlo en su estómago. El segundo tiempo es el tiempo de la diseminación virósica. El periodismo entero es este tiempo: opinión, comentario, agencias, cronistas, víctimas, verdugos, cables, etc. Al periodismo le toca la ardua y difícil tarea de rumiar al poder, de masticar sus operaciones reales, en suma: informar. No digo que el periodista deba ser un científico. No se trata de una tarea hercúlea de gimnasia cognitiva, de levantamiento de pesas conceptuales. Digo que el periodista tiene la ardua tarea de ser un intestino, un intestino delgado. El estómago de una sociedad, esto es, todo aquello con lo cual se alimenta y produce exceso, fabrica un material predigerido (algo de lo cual es y no es plenamente consciente) y lo delega a su intestino delgado, al periodista, la bilis del saber: “no pienso, el “pensador” piensa = pago al “pensador” que me sirve” El periodista le da a la sociedad algo que ya tiene, nada nuevo. Hay fruta para todos en la verdulería periodística. Determinar el tipo de fruta es estudiar la clientela. A la mañanera radial que despunta el día con maté y galletita: la fruta moral. Magdalenas, Nelsons Castros, Negros Oros, Pepes Eliacheffs, Leucos, Santos Biasattis,etc. Se venden indignaciones sobre la corrupción inmanente y genética del argentino de base, policiales varios y quejas sobre el mal funcionamiento de los servicios. Proporcionan material de sobra para quejarse y putear todo el día, con cita rigurosa, de esos evangelistas de la pesquisa buena. A la tarde hay frutas para adolescentes y amas de casas desesperadas. Oscilan entre el autismo y la imbecilidad absoluta, son el gran hermano de la política y de la conciencia social: Las Piernas de Cristina, La Rubiedad de Menem, El Autoritarismo del Presidente, La impotencia de los argentinos, El Aborto, La Droga, La Sexualidad, El Abuso, etc. Y hay muchas más. Por la noche, por ejemplo, existen frutas espiritistas: hay psicología del estilo “Te escucho”, adivinación al estilo “te leo las runas” o tiradas de cartas al estilo “te hicieron un trabajo, una brujería, sí: tu cuñada”. Volvamos: la bilis del saber. Decíamos que el periodista es el intestino delgado de lo que Durkheim llamaba “representaciones colectivas”. El periodismo tiene una función ácida, líquida, densa. Su función nos ayuda a digerir lo que sucede, lo inexplicable de lo social, esto que pasa, aquí y ahora, y que solo la historia intuye (aceptando que podemos vislumbrarla) La completa asimilación de este bolo alimenticioinformativo fortalece a la sociedad, sacia su voluntad de saber, calma su apetito de muerte, es decir, proporciona las grasas que fortalecen el conocimiento que tiene de sí misma, de sus instituciones y sus representantes. Es una oxidación simbólica y el resultado de llama memoria colectiva. Sucede que no todo el material es digerido. El material no digerido por la sociedad se convierte en heces. Estas heces permanecen al interior del campo social hasta que se excretan a través de su ano, también conocido como “amarillismo” “periodismo amarillo” o, simplemente, Chiche Gelblum. Chiche es el nombre propio de una intensidad. Su boca es el culo por donde caga la sociedad argentina. Su programa es pura mierda1. Es el signo de todo lo que resulta imposible de digerir o de simbolizar, como dicen los lacanosos. Chiche es el ano mediático, el ano sublimado. Desde este punto de vista, una buena noticia es una buena cagada. Como dice Buda Shopenhauer: Existe el sufrimiento, el mal cagar, la indigestión. Cuando la digestión es incompleta se producen gases. Son momentos críticos en el periodismo. El periodismo dispone de un caudal, de un acervo reducido de inmunidad frente a la incertidumbre de los juegos del poder. Empieza a producir un blablabla interminable, un goce de la palabra. Todos se pregunta lo mismo, y a la misma gente: ¿Va a ser Macri candidato a Presidente? ¿Si o no? ¿Se va afeitar el bigote de oficinista si no le dan la policía? ¿Si o no? ¿Macri que es Mauricio Presidente o Mauricio que es Macri Jefe de Gobierno? ¿Vuelve el Cuco, el Neoliberalismo? ¿Si o no? Empieza el crecimiento del gas. ¡MERCOSUR o MUERTE! Grita el progresismo trucho. De existir infraestructura, de entubarlo, no habría necesidad alguna de importar. Crece el olor, la flatulencia periodística se disemina. Hacen la entrada entonces los teóricos, el análisis académico. Si el bolo alimenticio no se puede digerir pasa algo mal, hace falta un doctor, un diagnóstico. Los politólogos, sociólogos, psico-sociólogos y economistas son la parte aristocrática del cuerpo social. Son quienes olfatean el eructo periodístico. Con un librito de Nietzsche, van los foucaultitos de pasiones tristes, alabando a Tulio Halperín Donghi, de lectura siempre 1 ¡Efectista! ¡Efectista! ¡Efectista! inconclusa; otros, los de la secta del Pete, con los seis tomos de “El Capital” todo subrayadito, como corresponde; y otros con esos modestos títulos de Lic. para la envidia del calvo Telerman. Dejo aparte a los filósofos y todos esos rituales de virtuosas discapacidades: la mirada de águila, la montaña nietzscheana, los aires del filosofo caminante. El filósofo respira aire puro, se tiran por una deleuziana ventana. Los analistas políticos, sociales, gustosos, hunden su nariz en las ventosidades del poder. La cosa en sí —¿Qué es Macri? ¿Quién es Kirchner? ¿Cuál es la identidad de los argentinos? ¿Estamos condenados al éxito o hace tiempo que fracasamos?— nunca se les revela, aferrados, tenazmente, al arte de algún disfraz2. Nuestro sabios bien certificados, y en uso legal y legítimo de los títulos, entre flatulencias periodísticas, inventan algunas lógicas: Esas chispitas que acontecen en la carne humana, destellos, que, acaso, nos saquen de toda esta ¡Bip! 2 El perro Borges tiene razón: los contemporáneos estamos husmeando todos lo mismo... más allá de la forma de la nariz.