Lo que no tiene nombre

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LO QUE NO TIENE NOMBRE
Salí a buscarlo con la esperanza de encontrarlo, sin embargo algo dentro de mí que no podría
describir aunque quisiera me decía que no lo volvería a ver.
La última vez que lo vi fue esa fatídica mañana del 2 de octubre de 1968, estaba emocionado
como siempre que hablaba del tema que predominaba en la comunidad estudiantil. Por la tarde
dijo asistiría a un mitin el cual tendría lugar en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco en
donde desde el edificio chihuahua, los miembros del Consejo Nacional de Huelga darían un
discurso, al ver la preocupación en mi cara me dijo – mamá no te preocupes, todo estará bien
terminando el mitin me regreso a la casa.
Yo estaba enterada de que mi hijo era participe de aquel movimiento, pero no le veía nada de
malo en que los jóvenes lucharan por defender sus anhelos e ideales; ahora que lo pienso ¡me
reprocho! tal vez debí frenarlo no dejar que se involucrara tanto, pero acaso no fui yo la que
siempre lo alentó a defender sus ideas y luchar por sus sueños. A fin de cuentas solo eran una
multitud de jóvenes armados con sus ideales.
Cuando llegue a la casa después del trabajo, me entere de la noticia. Me quede en estado de
shock, la angustia e intranquilidad que había sentido todo el día crecieron de manera
exponencial, pase horas de incertidumbre a la espera de ver entrar a mi hijo por la puerta o que
sonara el teléfono, finalmente decidí llamar a los pocos amigos de mi hijo que conocía, pero
algunos al igual que mi hijo estaban desaparecidos y los que ya se encontraban en su casa no
sabían nada pues en el alboroto y el caos se habían separado tomando diferentes rumbos sin
saber que fue de los demás.
Y ahora que haría yo una viuda sola en una ciudad en donde no tenia familia y con dos hijos de
nueve y veinte años ¿por donde empezar a buscar?. Tuve que encargar a mi hijo con los padres
de uno de sus amigos del colegio sabiendo que estaría seguro y salir en busca de mi otro hijo
del cual no sabia su paradero y peor aun en que estado lo encontraría.
Recorrí con un hondo pesar delegaciones y hospitales. En los pequeños trayectos iba
recordando a mi hijo sin duda era un muchacho feliz, buen hijo, buen hermano, y buen amigo.
Nunca desde que murió su padre hace ya siete años me había dado problemas, al contrario se
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mantuvo fuerte y entero aunque solo fuera en apariencia para que yo no me derrumbara, para
que pudiéramos empezar de nuevo, que volviéramos a ser una familia feliz para que
pudiéramos superar esa profunda tristeza y desolación que deja la muerte a su paso y así fue,
nos apoyamos el uno en el otro pero ahora que debía hacer si no lo tenia a mi lado para
compartir el peso de esta angustia con alguien más.
En cada parada siempre la misma respuesta – no tenemos a nadie registrado con ese nombre
ni con esa descripción – a lo cual yo sentía un profundo alivio al escuchar esas palabras,
seguramente estaría en algún lugar escondido esperando a que todo se calmara para poder
regresar a casa como me había prometido. Cuando ya había recorrido todas las delegaciones y
hospitales tuve que optar por buscar en esos lugares que había estado evadiendo toda la noche,
repitiéndome a mi misma no en ese lugar no esta, no tiene caso que lo busques ahí
seguramente esta a salvo, pero acaso tenia mas opciones debía encontrarlo y por ello me dirigí
a los anfiteatros esos lugares lúgubres que había estado evitando.
Pasar por ese proceso fue desgarrador, tener que ver esos cuerpos sin vida que hasta hace
algunas horas tal vez; tenían un brillante futuro por delante, ahora permanecían inertes y con
sus sueños truncados a la espera de ser identificados por sus familiares, que al igual que yo se
encontrarían; seguramente en este mar negro y profundo de desesperación buscando, luchando
por encontrarlos fuera como fuera, pero conociendo su paradero y que no quedaran como
“desaparecidos” condenados al olvido.
Por fin el día 3 de octubre a las 4 de la mañana acabo mi peregrinaje, llegue a la morgue de la
cruz roja, en el instante en que cruce sus puertas sentí una profunda pena, me acerque a
preguntar dando las descripciones que ya había dado tantas veces hombre, veinte años,
delgado, estatura 1.75 m, piel morena clara, pelo negro viste pantalón negro y camisa azul
marino. Tuve que pasar nuevamente entre cuerpos sin vida cuando de repente lo vi, ahí al final
tendido en una plancha antes de acercarme tuve la certeza de que era él, la razón así me lo
decía pero mi subconsciente no quería aceptarlo al acercarme se disipó toda esa niebla que
nublaba mi mente y tuve que aceptarlo, sin lugar a dudas era él aunque más pálido, más
demacrado, con un semblante de profunda tranquilidad, y casi…casi como si estuviera
dormido.
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No puedo expresar lo que sentí en ese momento ¡miedo, terror, indignación, frustración,
confusión, tristeza, enfado!... ¿culpa?.
No comprendo, porque se supone que los hijos no deberían morir antes que sus padres, no es
así como deberían ser las cosas, los padres deberíamos partir antes que nuestros hijos,
deberíamos tener la oportunidad de disfrutarlos por el resto de nuestras vidas. Como puedo
seguir, si con la muerte de mi hijo a muerto una parte de mi, como llenar ese vacío que ahora
siento y que sé que jamás me dejara; por que la vida se ha ensañado de esa forma conmigo
arrebatándome la oportunidad de ver a mi hijo crecer, madurar y forjar un futuro brillante por
que sé que así hubiera sido si se le hubiera permitido vivir.
¿Cómo a frotaría esto otra vez? cómo podía la muerte nuevamente retarme, acaso era una
especie de prueba para saber cuanto dolor podría soportar, para hacer que me rindiera y
lanzara todo por la borda, pero todavía no, no le daría el gusto de regocijarse con mi
sufrimiento yo todavía tenia a alguien por quien recuperar fuerzas y salir adelante y aunque ese
hijo que en el pasado fue mi punto de apoyo ahora no estaba, todavía tenía su recuerdo vivo
que me daba aliento y me reconfortaba sabiendo que el querría, mejor dicho ahora que ellos
querrían que no me rindiera y que saliera adelante por ese hijo que aún me quedaba, haciendo
todo lo posible por que él viviera una vida plena y feliz, verlo realizarse profesional y
personalmente formando una familia y teniendo hijos. Y mientras yo tuviera vida estaría ahí
para verlo cumplir sus sueños, esos sueños que le fueron negados a su hermano y a muchos
otros jóvenes que tenían toda una vida por delante.
Las personas se acercan a darme el pésame y ofrecerme su apoyo moral diciéndome – estamos
contigo – cuenta con nosotros – podemos entender tu dolor, pero sé que no es posible que
puedan imaginar como me siento y deseo que nunca lleguen a pasar este trago tan amargo; sin
embargo, pienso ¿como deberían llamarme?… a quien se ha quedado sin padres le dicen
huérfana, a quien ha sufrido la perdida de un esposo le dicen viuda, pero en mi caso que llevo
este luto en el alma y una herida que no cicatriza tras la perdida de un hijo; ¿como deben
llamarle?... a lo que no tiene nombre.
EBA
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