Anita la historia de mi pueblo

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ANITA, LA HISTORIA DE MI PUEBLO
Este es el breve cuento de Anita que, como tal, da inicio con los candentes arrumacos de su
Chichi1. Y yo, siendo su raíz, su tierra, su origen, no tengo más remedio que contarlo.
De tez morena, soberbios ojos negros, mirada tierna, cabello oscuro, hermosos brazos y
manos, de pies pequeños y bien formados, de una alegría inimaginable, con su inseparable
paliacate en la cabeza, Anita nació en lo húmedo del invierno, en uno de los recovecos lugares
serranos de Chihuahua. Así, Anita consideraba que la vida de San Felipe El Real de Chihuahua
estaba moldeada por los hechos pasados, más que por las condiciones actuales, a semejanza de
Fernando Jordán que la describe, nítidamente, con su libro “Crónica de un país bárbaro”.
Cuando nació, ligeros copos de nieve caían blandamente, chocaban contra la ventana y
resbalaban amontonándose. En su cuna sólida, siempre humilde, no hubo tiempo para
proyectos. Ella se aprendió de memoria las dimensiones del cuarto; el único cuarto que
ocupaba la vivienda, las vigas del techo y el vaivén de las luces de las velas.
Estrechamos nuestras almas y después… brotaron unas cuantas palabras. Antes de tomar el
rumbo… platicamos. ¡Sabes que te quiero mucho mi Bato!, dijo Anita. ¡No dudes en regresar!,
le respondí. ¡Y si regreso, será siempre con tu grato recuerdo!, replicó ella. ¡Vamos a tomar el
camión antes de que inicie la marcha!, le murmuré. En el autobús, ella se acompañaba de
algunos recuerdos, gustos, costumbres, acentos, así como de algunas tortillas de maíz que había
preparado con sus manos sin faltarte ese inseparable paliacate amarrado a la cabeza. Se dirigía
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Palabra de origen tarahuamara que significa mamá.
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con rumbo fijo al Consulado Norteamericano, con asiento en Ciudad Juárez, esperando que
por el otro lado se le aparecieran Superman o Mickey Mouse y le dieran, según, la más cordial de
las bienvenidas.
Anita dejó el bitichi2 en medio de la pobreza y el conflicto, ante la imposibilidad de establecer
un estado de derecho con el debido respeto a sus derechos humanos; sin duda que ella era
parte de las mayorías. Pero la única y verdadera causa de Anita era… migrar, a pesar de la
pobredumbre, para huir de la pobredumbre, con la necesidad a cuestas de apoyar a su familia.
Así lo contó entre sollozos y ausencia de aire para poder respirar: ¡Me duele dejarlos, pero
quiero ver a mi gente alegre y contenta! Deseo que puedan comer carne, pescado ó frutas.
Dicen en mi pueblo que “primero como y luego soy cristiana”. Pues creo, mi Bato, que ya ni
cristianos somos, aseverando de manera categórica y nostálgica el enunciado.
Don Juan y Doña Concepción, los padres de Anita, nunca estuvieron de acuerdo con su despedida
nacionalista, es decir con su migración. Doña Concepción le decía: ¡No te vayas hija mía, no nos
abandones! Don Juan le acompañaba: ¡Que Dios te bendiga y que sea tu guía y tu compañero!
Aún así, ellos rompieron su “cochinito” donde tenían ahorrados, por años, unos cuantos
billetes. Jovita, la hermana de 9 años, permaneció en silencio. La conmoción en el bitichi fue
tremenda. Parecía como si su Dios los hubiese abandonado.
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Palabra de origen tarahumara que significa hogar.
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Mi cabeza parecía estallar bajo aquel tropel de emociones. Ella siempre fiel; admiradora de Olga
Arias, mujer duranguense, en quien el lenguaje ha recobrado su natural frescura, su limpidez.
Antes de dirigirse al fin predestinado, el chofer le dio la mano y descendió; no sin antes
despedirse nuevamente pero ahora con un fraternal abrazo. Valor, decisión, entusiasmo,
fueron solo algunas de mis palabras para el nuevo camino.
El tiempo pasó. Hacía ya mucho tiempo que no veía a Anita. Pero uno de esos días, cuando
desperté, tuve la sensación de que tenía los ojos llenos de luz, de una luz que me refrescaba. Y
al abrirlos ella apareció justo en el mismo lugar que otorgaba la asistencia a cientos de
compatriotas migrantes.
Entonces los recuerdos volvieron a agolparse; ella descansó y durmió. Al mediodía, conmovida
de sí misma, se dejó vencer. Aquello que brillaba en sus ojos, con amor y sumisión a pesar de
todo, transformaron su sentimiento en piedad.
Cuantas veces me soñé muerta, desperté con una sensación de plenitud que me inyectaba
energías. No luché contra la muerte. Era contra la vida que yo luchaba. Y en aquellas horas de
agonía física, menos dolientes que las de agonía moral, con los ojos llenos de lágrimas fáciles y,
no obstante, sinceras, pedí perdón, comprendiendo de pronto mi difícil papel de mujer
migrante. Eso me contó Anita.
De pronto, el sonido de la estación de radio en español. Era el anuncio del Gobierno Federal
Mexicano en voz de su Presidente: “En particular, amigas y amigos, prestamos y prestaremos
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especial atención a los niños, a las niñas mexicanas que son deportados sin sus padres. Por eso
yo quiero anunciar que he instruido al Instituto Nacional de Migración, para que ponga en
marcha un programa al que hemos llamado Repatriación Humana, que garantizará un trato
humanitario y digno al medio millón de mexicanos y de mexicanas que cada año son
deportados”.
Terminó el mensaje, oprimí el botón y se apagó la radio.
A las tres de la tarde nos instalamos en la casa de algunos paisanos. Eran conocidos desde la
infancia quienes contaron sus vivencias: “Nosotros trabajamos aquí en Estados Unidos
cargando ladrillos. Debíamos acarrearlos recorriendo una distancia de seiscientos metros a
trote de ugly, como gritaban los gringos”. Bienvenidos a esta su humilde casa. ¡Bienvenida
Anita! ¡Bienvenido, junto a ella, su inseparable Bato! Ahí hay más pan, no olviden comer
frijoles. También hay chilaquiles. Otro gol de las Chivas Rayadas del Guadalajara; de esta manera
el “rebaño sagrado” aseguraba un lugar en la Copa Libertadores. Sobre la pared se hallaba
colgante una fotografía de Frida Kahlo y otra de Diego Rivera. En el librero sobresalían las obras
del escritor Chihuahuense Martín Luis Guzmán: “La Sombra del Caudillo”, así como “Memorias de
Pancho Villa”.
Después del silencio… la algarabía, lo que no impidió que Anita hiciera una llamada telefónica
para comunicarse con su familia. A las once de la noche todos dormían pues tenían que
madrugar.
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Por fin, una mañana soleada de enero, el autobús arrancó en tiempo llevándose dentro de sus
fierros fundidos a la joven Anita, de regreso, llena de esperanzas. Ella se despidió gritando la
breve estancia que sobrellevó en Estados Unidos; el cambio que experimentó en los estilos de
vida, en los valores y en las formas de trabajo, considerando que todo ello restringía
sobremanera su libertad.
Y ahí de nuevo… su apreciable pueblo. Así como Ulises “el navegante”, en La Odisea, que
desea y anhela continuamente irse a su casa y ver lucir el día de su vuelta.
¡Que gusto volver a verte hermana!, gritaba Jovita.
¡Te queremos y hemos extrañado bastante!, dijo Don Juan.
Doña Concepción se quedó sin habla, mientras que entrecogía con sus brazos a Anita.
Ahora Anita piensa estudiar una carrera profesional y me dice que le gustaría ser maestra. Anita
refrenda para sí misma el valor de la educación y no descarta que en el futuro pueda viajar de
una manera más segura a los Estados Unidos, pues ya está tramitando su Visa Láser y dice
también que tratará de prevenir a otras personas para que no sean víctimas de las mentiras que
les cuentan los polleros. Por eso Anita está pensando seriamente en formar parte de una
organización civil que defienda los derechos de los migrantes mexicanos en el extranjero.
De Batopilas, Chihuahua, México, siguen emigrando muchachas y familias; unas huyendo de la
justicia o la venganza, otras yéndose de braceras, la mayor parte buscando un lugar donde la
cosecha y los centavos rindan más. Y yo, que siendo su Bato, les revelo a los lectores del
mundo globalizado que soy su inseparable Batopilas; su tierra, su origen, su raíz, y no tengo
remedio en contarlo.
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