PALABRA QUE DA VIDA SAQUEMOS LAS PERLAS, LOS TESOROS… ¡LA ALEGRÍA!

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PALABRA QUE DA VIDA
-Reflexionemos-
SAQUEMOS LAS PERLAS, LOS TESOROS…
¡LA ALEGRÍA!
EL TESORO DEL REINO ES LA ALEGRÍA PERPETUA, LA FELICIDAD QUE SE
BRINDA PARA TODA LA HUMANIDAD SUMIDA EN LA TRISTEZA Y LA OSCURIDAD.
ESTÁ ALLÍ, ESTÁ AQUÍ, SÓLO HAY QUE ENCONTRARLO.
MIÉRCOLES 31 DE JULIO DE 2013
Del Evangelio según san Mateo 13, 44-46
Dijo Jesús a la gente:-«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría,
va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se
parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de
gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.»
LECTURAS COMPLEMENTARIAS:
ÉXODO 33, 7-11; 34, 5B-9. 28 – LOS ISRAELITAS VEÍAN LA PIEL DE SU CARA
RADIANTE, Y MOISÉS SE VOLVÍA A ECHAR EL VELO POR LA CARA, HASTA QUE VOLVÍA
A HABLAR CON DIOS.
SALMO 98 - SANTO ERES, SEÑOR, DIOS NUESTRO
CONTEXTO – Reúne aquí Mateo dos parábolas gemelas. El acento
recae en la reacción de los protagonistas ante un hallazgo maravilloso. Mateo invita a los cristianos, que ya han descubierto el reino,
a que vivan su opción con radicalidad y con alegría, pues una vez
descubierto el reino, todo lo demás carece de valor.
EL MAESTRO NOS INVITA A BUSCAR Y ENCONTRAR LO
MEJOR – Encontrar la mejor perla invita a tomar una decisión, sitúa ante una nueva escala de valores. Construir el Reino fue
la pasión de Jesús, a ella se entregó con todas sus fuerzas. Nos
invita a ser sus colaboradores, a formar parte de los constructores
del Reino. Es nuestra tarea y nuestra alegría. Hacer Reino de
Dios es colaborar con lo que Dios quiere: la felicidad de las
personas, que no le falte pan ni sonrisa a nadie.
PARA REFLEXIONAR
TENEMOS QUE SENTIRNOS ATRAÍDOS POR DIOS
Jesús trataba de comunicar a la gente su experiencia de Dios y
de su gran proyecto de ir haciendo un mundo más digno y dichoso para todos. No siempre lograba despertar su entusiasmo. Estaban demasiado acostumbrados a oír hablar de un
Dios sólo preocupado por la Ley, el cumplimiento del sábado o los sacrificios del Templo.
Jesús les contó dos pequeñas parábolas para sacudir su indiferencia. Quería despertar en ellos el deseo de Dios. Les quería
hacer ver que encontrarse con lo que él llamaba "reino de
Dios" era algo mucho más grande que lo que vivían los
sábados en la sinagoga del pueblo: Dios puede ser un descubrimiento inesperado, una sorpresa grande.
En las dos parábolas la estructura es la misma: se encuentra
algo fascinante, que está escondido y que es valioso. Algo por
lo que vale la pena desprenderse de lo actualmente poseído.
Algo así sucede con el «reino de Dios» escondido en Jesús, su
mensaje y su actuación. Ese Dios resulta tan atractivo,
inesperado y sorprendente que quien lo encuentra, se
siente tocado en lo más hondo de su ser. Ya nada puede
ser como antes.
Por primera vez, empezamos a sentir que Dios nos atrae de
verdad. No puede haber nada más grande para alentar y orientar la existencia. El "reino de Dios" cambia nuestra forma
de ver las cosas. Empezamos a creer en Dios de manera
diferente. Ahora sabemos por qué vivir y para qué.
A nuestra religión le falta el "atractivo de Dios". Muchos cristianos se relacionan con él por obligación, por miedo, por costumbre, por deber..., pero no porque se sientan atraídos por
él. Tarde o temprano pueden terminar abandonando esa religión.
A muchos cristianos se les ha presentado una imagen tan
deformada de Dios y de la relación que podemos vivir con
él, que la experiencia religiosa les resulta inaceptable e
incluso insoportable.
No pocas personas están abandonando ahora mismo a Dios
porque no pueden vivir ya por más tiempo en un clima religioso
insano, impregnado de culpas, amenazas, prohibiciones o castigos.
Gracias a Dios ha venido el Papa Francisco a hacernos repensar
nuestra religiosidad. Ya está bueno de seguirles la corriente
a “los mismos bien persignados de siempre” que ni entran ellos ni dejan entrar a los demás.
PARA ORAR
Padre del Reino de los Cielos:
Gracias por habernos enviado tu tesoro mejor
y tu perla más preciosa:
tu Hijo y hermano nuestro: Jesús de Nazareth.
Permite que sigamos buscando
y que encontremos al fin la alegría de saber
que podemos contar contigo para todo.
Que podamos vender “todo lo que tenemos”
para encontrarte a ti y darte a conocer
a los que más te necesitan. Amén.
PARA ACTUAR
– Tenemos un tesoro… pero velado. Nos
hemos encargado de ponerle velos y velas… y lo hemos ocultado a los que más lo necesitan. Es hora de develar el tesoro
del Reino al pueblo de Dios...
ME ENCONTRÉ UN TESORO
Era yo pequeño y me encontré un tesoro. Empleé todos mis
ahorros en conseguirlo, lo disfruté durante un tiempo y luego se
me acabó la diversión, el tesoro dejó de interesarme.
Después me propuse construir un tesoro a medias con otros;
me ilusioné, puse manos a la obra, pero al final nos cansamos
de él y vendimos la patente.
Más tarde los medios de comunicación anunciaron la llegada de
un gran tesoro en el que se podría participar con un módico esfuerzo, y me apunté. Durante años fui uno de los privilegiados,
la gente me saludaba por la calle, me querían,… pero pronto el
tesoro dejó de tener fama y aprecio, y lo mismo los que lo poseíamos.
Pregunté a un sabio y me enseñó el secreto de su tesoro; practiqué, me hice un maestro en aquella técnica y llegue a tener
discípulos. Pero me aburrí de estar siempre pendiente de las
normas, las pautas, las reglas…
Al fin, un día volvía a mi casa y al entrar, instintivamente, como
me había enseñado mi madre, hice la señal de la Cruz. Y se me
abrieron los ojos. Y comprendí cuál es el tesoro por el que merece la pena vivir y al que se supeditan todos los demás valores.
Ahora tengo muchos tesoros, infinitos. Cada persona, cada mo-
mento, cada gesto, cada acción, es un tesoro que tengo que
cuidar y disfrutar. Porque son reflejos, manifestaciones, del auténtico Tesoro, del Centro de mi vida, del Salvador que me ama
con toda su fuerza divina.
«Vende todo lo que tiene y compra el campo»
Lo mejor que podemos hacer por otro
no es sólo compartir con él nuestras
riquezas, sino mostrarle las suyas.
Benjamín Disraeli
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