LAS HERMANAS VILLAR BUCETA: UN OLVIDO INJUSTO PARA UNA MODESTIA TAL VEZ EXAGERADA. Marilyn Bobes La modestia de ciertos y pocos escritores y escritoras no es una cualidad que contribuya a su inclusión en esos tan traidos y llevados cánones que muchas veces privilegian los desesperados esfuerzos de reconocimiento de ciertos autores en busca de una amplia red de plataformas críticas y publicitarias. De esta manera cuando hablamos de los y las olvidadas en una tradición, tendríamos que tener en cuenta, además de otros factores, la timidez y el retraimiento que puede haberlos conducido a una labor íntima y silenciosa, a veces siquiera respaldada por la publicación en libros. De esta manera, figuras valiosas son despojadas del espacio que merecen en la historia de su literatura, la que también, justo es decirlo, reduce a algunos intelectuales a los afanes sociopolíticos de su época poniendo en segundo plano, la obra innovadora y original que fuera realizada en silencio y al margen de las luchas civiles. Entre nosotros el caso más connotado sería el de Rubén Martínez Villena, todavía subestimado como el gran poeta que fue, y pudiera ser el de Aurora y, en menor medida, María del Carmen Villar Buceta, las hermanas que nacieron en Pedro Betancourt, provincia cubana de Matanzas, cuando el Ejército Libertador de las guerras de independencia era disuelto y la naciente República cubana quedaba a merced de la intrusión estadounidense dando lugar a lo que muchos historiadores han llamado la Seudorrepública. Lamentablemente, ni siquiera la participación de estas luchadoras revolucionarias y escritoras en el acontecer histórico de los primeros años del siglo XX ha sido suficientemente destacada. Conocí de la existencia de María mucho antes que de la de Aurora. Mi conocimiento de esta última, tiene apenas un lustro, cuando la ensayista e investigadora Luisa Campuzano me recomendó que revisara su obra para una antología de cuentistas que el Instituto Cubano del Libro me encomendó realizar con motivo del 50 aniversario del triunfo de la Revolución Cubana, Y confieso que hasta entonces era para mi una absoluta desconocida Entonces tropecé con el volumen de 1988 La estrella y otros cuentos, publicado por la Editorial Letras Cubanas y seleccionado y prologado por la fallecida pionera de los estudios de género en nuestro país, Susana Montero, quien, según supe después, acudió a Zoila Lapique para recopilar los innumerables relatos dispersos en publicaciones periódicas y adentrarse, al menos someramente, en la personalidad de la hermana menor de aquella María, algunos de cuyos poemas ya yo había descubierto cuando me iniciaba en los avatares de la poesía en escasas antologías que la incluyen, sin poder comprender aun lo que tenían de novedosos y sui géneris en la época crucial en la que fueran escritos. Aun para preparar esta intervención, la falta de valoraciones críticas y bibliografía pasiva sobre estas escritoras me hizo reflexionar en los motivos por los cuales, María y Aurora apenas son recordadas siquiera en las revisitaciones que las investigadoras dedicadas a los problemas de género realizan actualmente en nuestro país. La realidad es que de María nacida en 1899 y alabada en su época por estudiosos como Max Enríquez Ureña e intelectuales como Martínez Villena, Raúl Roa o Emilio Roig de Leushering, se guardan apenas en contadas bibliotecas su insólito poemario Unanimismo y la importante selección de sus textos que realizara, en 1979, dos años después de su muerte, Helio Orovio, María Villar Buceta: Poesía y carácter donde aparecen, ademas, de su emblemático libro de 1927, poemas inéditos de 1959 a 1976 y trabajos en prosa, así como valoraciones y opiniones sobre su vida y su obra de personas que la conocieron o la leyeron con merecida atención.. Los cuentos y poemas de Aurora, hasta la aparición de la antología de prosas de Montero, están todavía dispersos en publicaciones periódicas del primer tercio del siglo XX y su único manuscrito posterior a 1937, titulado Cielo de Piedra, no fue suficientemente bien conservado por su autora, negada a publicarlo, y terminó encontrado a su muerte devorado por las trazas. ¿Qué hizo a estas hermanas que, como se verá, tuvieron un desempeño importantísimo en la vida política anterior a la Revolución del 30 y cuyos nombres eran ampliamente reconocidos por Fernando Ortiz, Villena, Roa, Dulce María Loynaz y Nicolás Guillén, entre otros, adoptar una actitud tan pasiva como escritoras después de 1940, fecha en que se aislan en las bibliotecas públicas, aun cuando desde las mismas hayan realizado una labor tan importante y desinteresada en función del conocimiento colectivo?. Es una pregunta que yo no me atrevería a responder. Aunque sospecho que la respuesta habría que buscarla en la sicología, a partir del estudio de sus retraidas y melancólicas personalidades, especialmente en el caso de Aurora. Para ello, sería necesario rastrear en sus traumáticas infancias de niñas pobres y huérfanas, autodidactas, más preocupadas por dar algo a los demás que por un afán de notoriedad y protagonismo que desde siempre desdeñaron. Fue María, desde su progenitura, la que tuvo que encargarse del cuidado de su familia cuando los cinco hermanos quedaron huérfanos de madre, lo que la obligó a abandonar muy tempranamente sus estudios. Aun así, su sensibilidad por la literatura la llevó a publicar en El Diario de la Marina, hacia 1915 su soneto “Desilusión” que fue medianamente bien recibido entre los escritores, criticos y lectores de entonces. Pero no es hasta 1921, cuando se traslada con su familia a La Habana, que comenzará su verdadera vida social y literaria. Comienza a trabajar en el diario La Noche donde un artículo titulado “El 24 de febrero y yo” impresiona al legendario Rubén Martínez Villena. A partir de ese momento, la matancera y él anudarán una hermosa amistad que no terminará hasta la muerte de Rubén. Quizás fuera él quien la introdujera en el mundo de la política, siempre a partir de las inquietudes cívicas de aquella muchacha que, ya en los años 30, ingresaría en el Partido Comunista, y que junto a Mariblanca Sabas Alomá perteneció al Grupo Minorista cuestión ésta bastante desconocida por los historiadores que no reparan en este duo de mujeres que lo integraron, único en aquel importante movimiento republicano mayoritariamente masculino. Sin embargo, en 1927, bajo el mecenazgo de Sara Méndez Capote, María Villlar publica Unanimismo que hizo a Raul Roa calificarla como “la voz femenina más pura, honda y culta de la generación de los nuevos”. También fue Roa quien anotara que Villar manejaba la ironía con la levedad de un aguijón untado en miel. Y es que con Unanimismo esta autora introduce en la poesía cubana lo que Enríquez Ureña califica como “ironía sentimental”, característica que la distingue en el más antologado de sus poemas, aquel que reza: En casa todos vamos a morir de silencio. Yo señalo el fenómeno pero me diferencio Apenas del conjunto….Tengo que ser lo mismo Dijérase que estamos enfermos de idiotismo O que constituimos una familia muda… De tal suerte en sí propio cada uno se escuda. Como de nuestros oros nos sentimos avaros De nosotros la gente piensa,,,son entes raros. O egoístas o sabe Dios queTal vez dirán Que solo nos preocupa la conquista del pan Y yo, en medio de todos, señor, con mi lirismo Cuán se agobia mi espíritu de vivir en sí mismo Y ver siempre estos rostros pensativos y huraños Y así pasan los días los meses y los años. Como se verá, la autora despliega aquí un lenguaje que se acerca al coloquio y hace de la poesía el anticipo de lo que sería en la década del 50, despojandola de los afeites y artificios del modernismo y el postmodernismo imperantes. Ello hará también decir a Ureña que nunca antes en la poesía cubana se había manifestado tan hondo y amargo humorismo. Carilda Oliver Labra ha afirmado, por su parte, que pese a su humildad y su menosprecio por las glorias literarias, María Villar Buceta es la más alta de las escritoras matanceras, no solo por los acusados perfiles de originalidad y hondura de su verso sino por el trascendente mensaje de su prosa, la cual se extendió a distintos géneros—versatilidad, afirma Oliver, que nunca alcanzó antes ni después otra mujer de letras nuestra—asi como por el ejemplo de virtud ciudadana que fue su vida dedicada al estudio, al ejercicio del bien, a la defensa de los màs puros intereses de la humanidad. René Mendez Capote, quien la conoció desde su niñez, la llamaba “la guajirita portentosa” y nos ha dejado este elocuente y hermoso retrato: “Unos ojos azules grandes, muy abiertos, con una chispita alegre y una luz de sorprendente penetración iluminados por una inteligencia profunda. Una boca muy fea, de dientes grandes y una encía rosada más presente de lo necesario pero una boca siempre dispuesta a la risa cordial. Dos gruesas trenzas rubias largas, las trenzas que yo soñaba. Un cuerpo bien formado y esbelto, rematado por dos piernas perfectas. Una adolescente huraña al principio y después de una bondad sin límites, un carácter altivo y digno. Hubiese sido una madraza si no se hubiera entregado totalmente a la lucha social y política. Nunca la oí condenar a nadie, con excepción del traidor, para éste era implacable. Yo nunca me he visto frente a una bondad como la suya. María era una muchacha como todas las demás, salvo que ella era muy superior a todas las demás” (Recuerdos de la vieja batalla. Revista de la Biblioteca nacional julio diciembre de 2001). Carilda, quien la conoció por los años cincuenta, afirma que era imposible hablarle de cosas frívolas, de asuntos de salón, de maquillajes o vestidos. Remota, concentrada en algun paraíso adentro, parecía hermética y distante. Sin embargo, nadie más atenta a socorrer al prójimo. Para conocer su mundo interior—dice la autora de Al sur de mi garganta—había que apresarle en los versos. Tan importante era su poesía para sus contemporáneos que, y no solo cubanos, que en 1934, Federico de Onís la incluye en su “Antología de la poesía española y latinoamericana” Allí, expresó el compilador: “Como la mujer no parece tener el sentido del humor que solo en Alfonsina Storni asoma un poco con gesto agrio y forzado, tiene valor excepcional la poesía de esta escritora “ejemplar de una especie asexual, incalificable, según definición propia—que ha llegado por otros caminos que los del amor a encontrar su ingenua y compleja originalidad”. No deja de ser éste un rasgo muy peculiar para la poesía femenina anterior a la segunda mitad del siglo XX. Cintio Vitier ha definido la poesía de Villar Buceta como “centrada en el carácter antes que en el sentimiento” y le atribuye, como Enriquez Ureña ya había hecho “un fino sentido de la ironía y del humor”. Si, como ya hemos visto, antes de la publicación de su único poemario, María Villar se había dedicado al periodismo, no dejó de hacerlo nunca y con especial porfusión hasta 1940. Fue en 1922 que conociera a Rubén Martínez Villena en el periódico La Noche y este hecho le cuesta la cesantía en El Heraldo de Cuba, organo en el que trabajaría después como secretaria de redacción, De allí fue despedida al convertirse el periódico en vocero del dictador Gerardo Machado. Pero si con ello se perdió una periodista, la bibliotecología cubana ganó a una de sus más connotadas representantes de todos los tiempos. Con la ayuda de Fernando Ortiz, Emilio Roig de Leushering y Enrique José Varona, la poetisa comienza a trabajar en la Biblioteca Nacional en 1924 en la catalogación, clasificación y atención a usuarios. Después de esta introducción al mundo de la conservación de los libros, fundaría bibliotecas, compilaría bibliografías y organizaría importantes colecciones, hasta llegar a convertirse en la primera profesora e introductora de la biblioteconomía en Cuba. En 1943 la encontramos como fundadora de la biblioteca de la Escuela de Periodismo Manuel Marquez Sterling donde importantes intelectuales cubanos todavia la recuerdan ayudando y al servicio de cuantos la necesitaran. Al mismo tiempo, María despliega su militancia. Perseguida siempre por la dictadura de Machado, según el investigador Helio Orovio “cada paso de la bibliotecaria, cada libro en sus manos, cada conversación con algún visitante son seguidas por los sabuesos del régimen”. Pero ella no se amilana. Tampoco abandona su actividad literaria publicando en las revistas Bohemia, Social y otras muchas. En 1934, escribe su importante ensayo Vida y Muerte de Rosa Luxemburgo y aunque también es despedida de la Biblioteca Nacional logra trabajar en la Escuela Nocturna Popular del Cerro hasta que a la caida de Machado la hace retornar a su antiguo trabajo, Bajo la dictadura batistiana también hay indicios de cierta actividad política meritoria aunque mucho menos connotada que la que realizara hasta los años 40. María moriría en 1977 en La Habana ( a los 78 años) y su última ocupación fue al frente del Centro de Documentación del Ministerio de Relaciones Exteriores en cuya revista Política Internacional también publicaría algunos artículos. Un año después de su fallecimiento, Helio Orovio se encarga de recoger la obra publicada de María Villar Buceta y sus numerosos poemas no recogidos en libros y escritos entre 1922 y 1976. Para mí resultan inexplicables las razones por las cuales esta mujer innovadora y sensible no publicó esos poemas en vida. Tal vez, si así hubiera ocurrido, hoy no estaría junto a su hermana, en la lista de olvidados que la Fundación Alejo Carpentier ha decidido evocar en un empeño que solo puede calificarse de muy encomiable. Pero si olvidada fue María, Aurora es aun más ignorada. Figura también de la tercera y cuarta década de la República, dejó su obra dispersa en las publicaciones periódicas. En su narrativa puede apreciarse un interés por reflejar las condiciones de vida de los humildes y marginados. Aurora fue una mujer de extrema sensibilidad, melancolía frecuente y enigmático retraimiento, lo que se refleja en los personajes de sus cuentos. Junto a su hermana, también desarrolló, hasta 1940, una intensa actividad política.. Militó en la Unión Revolucionaria Comunista y se ofreció para ir a pelear a España junto a los republicanos. Pero no fue autorizada por la organización a la que pertenecía, quizás por su condición femenina. Le gustaba definirse como “una muchacha arisca y un poco cimarrona” Jamás conoceremos los cuentos que Aurora Villar Buceta recogió en el único libro de prosa suyo del que se tiene noticia, Cielo de piedra…porque se lo comieron las trazas. Así, en ese indolente mutis que contradice toda su incesante actividad entre 1929 y 1937, buscó el olvido esta mujer de expresión delicadísima y magnánima, cuyos relatos, a medio camino entre la poesía y la fabulación, constituyen un hito significativo de la prosa escrita por mujeres en la primera mitad del siglo pasado. Baste decir que con el cuento titulado “La estrella”, obtuvo, en 1928, el primer premio en un concurso convocado por el diario El País-Excelsior, en el que también participaba el imprescindible Luis Felipe Rodríguez, autor notable en la historia de la narrativa cubana. Nacida en Matanzas(Pedro Betancourt) en 1907 y fallecida en Ciudad de La Habana en 1981, esta escritora fue desempolvada de los abarrotados estantes de las publicaciones periódicas de principios de la centuria por la malograda investigadora cubana Susana Montero, cuyo infatigable trabajo a favor de la visibilidad de las mujeres en nuestras letras tuvo, entre otros muchos resultados, la antología La estrella y otros cuentos, publicada, como ya dije, en 1988, por la Editorial Letras Cubanas. Aurora Villar es una narradora “rara” dentro del panorama que le sirvió de entorno. Sus inquietudes sociopolíticas se conjugan en sus cuentos con una mirada compasiva, llena de lirismo, transgresora de los cánones tradicionales, con estructuras que podrían parecer fallidas si nos atenemos a las normas vigentes por aquellos años para clasificar el género. Realizó sus primeros estudios en su pueblo natal y, ya en La Habana, adonde fue traída por sus familiares tras la pérdida de su madre, luchó contra la dictadura de Machado y colaboró, tras el estallido de la Guerra Civil Española, en la Campaña Protección del Niño. Por razones, no del todo claras, se vio impedida de trasladarse a la nación ibérica como parece haber sido su inicial intención. No obstante, participó en la Asociación de Socorro Rojo Internacional y fue miembro del Partido Unión Revolucionaria Comunista hasta 1940, cuando se retiró de toda actividad política. Trabajó, igualmente, como empleada de la Biblioteca Municipal de La Habana hasta 1950, fecha en que su nombre se pierde en la nebulosa de una inexplicable retirada del espacio público, si se piensa en su continua y obligada presencia en periódicos y revistas como Social, Antenas, Revista de La Habana, Carteles, Bohemia, El País, Porvenir, Masas, Polémica, La Palabra, El diario de la Marina, Grafos, América, Martí, Orto y Revista de Oriente. Sus cuentos aparecen también en diferentes antologías como Cuentos Contemporáneos(1937), Cuentos Cubanos. Antología (1945) y Antología del cuento en Cuba (1953). Ganó el Segundo Premio en el concurso de narraciones convocado por el Lyceum de La Habana en 1930. Pero todas estas huellas que testimonian un interés por los asuntos relacionados con la creación literaria y la realidad circundante, se desvanecen en la incógnita del repentino aislamiento y, sobre todo en ese inaudito gesto de descuidar un manuscrito original hasta el punto de que fuera devorado por las trazas. Aurora Villar Buceta es un enigma sólo apresable en sus textos que rezuman una incurable tristeza hacia un mundo del cual, quizás, haya querido huir, cansada de un anhelo de transformación que no fue lo suficientemente perentorio como para obligarla a insistir. Su deseo de partir, la profunda inclinación hacia la evasión, es posible encontrarla en algunos de sus poemas, como aquel en que se pronuncia por Dejar en el día este horror a la sombra y llevarme a la Sombra este amor a la luz. De cualquier manera, su muerte permitió a Susana Montero descubrir para nosotros a una escritora que tal vez no hubiera deseado tal “desenterramiento” de su obra por razones que permanecerán en el misterio de una intimidad que no tenemos derecho a violar por más que lamentemos la pérdida de aquellos textos que dieron alimento a las polillas. Aurora Villar está ya al alcance de nosotros, aunque sea de manera incompleta. Y en esta media luz, en esta periférica mirada hacia un universo que tiene muchos puntos de contacto con el de Dulce María Loynaz, tanto desde el punto de vista estético como biográfico, debemos aceptarla. Lo recuperado es suficiente para que veamos en ella todo lo que quiso decirnos: en su momento, el que ella misma eligiera y por el que perdurará más allá de lo que devoraron las trazas. En definitiva, estas dos hermanas cuya modestia tal vez un poco excesiva haya sido tal vez la causa de un olvido que, para nada debe hacernos pasar por alto su importancia en la historia de la literatura cubana, esperan todavía por una mirada más atenta de nuestra crítica y de nuestras editoriales quienes deben a las nuevas generaciones una valoración opacada por los falsos esplendores de la mundanidad que hicieron de otros privilegiados en detrimento de los que como ellas realizaron más que una obra para “lucir encantos en escenarios de marfil”, como diría el poeta galés Dylan Thomas optaron por un trabajo auténtico, callado y siempre al servicio de los demás.