LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA NO ES UN LARGO RÍO TRANQUILO

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LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA
NO ES UN LARGO RÍO TRANQUILO
MAURICE BLANC1
Conflictos y transacciones: Este texto tiene dos objetivos: presentar la teoría de la
transacción social, elaborada en el marco de la Asociación internacional de sociólogos de
lengua francesa, y mostrar su valor heurístico, aplicándola a los conflictos que surgen con
la participación ciudadana y el empoderamiento (la emancipación) en la democracia
participativa local.
Palabras claves: democracia, conflictos sociales.
This paper has two main aims: to introduce social transaction theory as it has been
developed within the framework of the International Association of French-speaking
Sociologist and to demonstrate its heuristic value in understanding the conflicts arising
from the participation of citizen seeking empowerment via grass-roots democracy.
Key words: democracy, social conflicts
Me apoyo en treinta años de investigaciones en Francia y en Europa, sobre las
formas de participación dentro de la planificación urbana2, en particular en el desarrollo
social y urbano, (llamado en francés la “política de la ciudad”). Mi objetivo no es
presentar los resultados empíricos, sino proponer un modelo teórico que de cuenta de la
dimensión conflictiva de la participación de los habitantes. La primera parte presenta
brevemente el concepto de transacción social y la segunda muestra su pertinencia para
abordar la naturaleza de la democracia participativa.
1
Profesor de Sociología. Director del Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales (en francés, CRESS).Universidad
Marc Bloch, Strasbourg. Jefe de la Redacción de le revista Espaces et Sociétés. Correo electrónico:
[email protected]
2
Participando en los programas europeos Civitas-Cost, 1997-2000; Evaluation of Socio-Economic Strategies in
Disadvantaged Areas, ELSES, 1998-99; Urban Governance, social Inclusion and Sustainability, UGIS, 2000-2003.
(Blanc 1999; Elander & Blanc 2001; Blanc & Beaumont 2005).
GENEALOGÍA DE LA TRANSACCIÓN SOCIAL
Esta conceptualización sociológica tiene dos fuentes principales: Unas adopciones
provenientes de la economía y del derecho, y una relectura de la tradición de la sociología
del conflicto, con Georg Simmel y la Ecología Social de la Escuela de Chicago.
CONTEXTO HISTÓRICO
El concepto de transacción social ha sido elaborado en el marco de la Asociación
internacional de sociólogos de lengua francesa (AISLF). La obra fundadora, Producir o
reproducir? (Remy et Voyé 1978) ha sido discutida y profundizada, culminando con la
publicación de obras colectivas (Blanc et al. 1992; 1994 y 1998). Este título es hoy un
poco misterioso y hay que reponerlo en su contexto. En Francia, a fines de los años ’70,
la hegemonía marxista en las ciencias sociales declinó; dos escuelas se disputaron el
escenario: el estructuralismo genético de Pierre Bourdieu y la sociología de los
movimientos sociales de Alain Touraine.
Para Bourdieu, el cambio social se acompaña del mantenimiento de desigualdades
sociales, bajo unas formas renovables; en su título celebre: La Reproducción (1971). Al
contrario, para Touraine, los movimientos sociales se oponen al orden establecido,
permitiendo la emergencia de nuevas formas sociales. El movimiento obrero fue el
principal movimiento social del siglo XIX pues atacaba los fundamentos del sistema
capitalista, la apropiación de la plusvalía. En la modernidad avanzada, el feminismo y la
ecología son los nuevos movimientos sociales que rechazan otros fundamentos: la
igualdad de sexos requiere la abolición del patriarcado, y el desarrollo sustentable el fin
del productivismo. Producción de la sociedad (Touraine 1973) se opone a su
“reproducción”.
Cada una de estas teorías tiene su parte de verdad, pero ellas se oponen. Si se pone
el acento en las determinaciones estructurales, una minoría activa no puede cambiar la
cara del mundo e inversamente. Esta presentación es simplificadora: Touraine toma en
cuenta las estructuras sociales y Bourdieu se queja de ser mal comprendido: El concepto
de “habitus” sería flexible y evolutivo. Pero los discípulos de Bourdieu han rechazado por
mucho tiempo a Touraine, y viceversa.
Michel Crozier y Ehrard Friedberg (1977) han intentado dejar atrás la oposición
entre producción y reproducción. Si el sistema social reduce la libertad de unos
individuos, no lo suprime. Ellos emplean el término de “actor”, allí donde Bourdieu habla
de “agente” (pasivo). Ellos articulan las coacciones estructurales del sistema con el
margen de maniobra del actor. Se inspiran en la teoría de la “racionalidad limitada” de
Herbert Simon (1972): La racionalidad de los actores es relativa al stock de
informaciones a su disposición. Pero, si las racionalidades son más o menos amplias,
emanan de la matriz utilitarista y del análisis de costo y beneficio.
TRANSACCIONES JURÍDICAS, ECONÓMICAS Y SOCIALES
El concepto de transacción social permite superar la oposición entre producción y
reproducción de manera más satisfactoria, tomando en cuenta unas “racionalidades”
realmente diferentes, fundadas en el honor, el respeto, la confianza o la solidaridad, etc.
No reconcilia ingenuamente teorías opuestas, sino que las enlaza sin eliminar sus
divergencias. Para definirlo, hay que partir por los usos más antiguos del término. En el
lenguaje corriente, una transacción es un compromiso negociado. La transacción
inmobiliaria es una negociación que acaba en un compromiso sobre el precio de venta de
un edificio o de un terreno.
En derecho, una transacción es un contrato por el cual los contractuantes terminan
o previenen una contestación renunciando cada uno a una parte de sus pretensiones.
Elaboran una solución mutuamente aceptable, más rápida que de pasar por la vía judicial.
Es una práctica corriente entre aseguradoras, para indemnizar a las víctimas: ¿cuál es la
justa compensación financiera de una herida o de una muerte? Hay que encontrar un
equivalente entre valores inconmensurables. La transacción jurídica permite tener en
cuenta a la vez el valor mercantil y otros valores. En el derecho francés, la transacción es
irrevocable, mientras que una decisión de la justicia puede ser apelada (Mormont, in
Blanc 1992).
En economía, una transacción es un intercambio. Paradojalmente, la teoría clásica
ignora que el intercambio tiene un costo, en tiempo y en dinero. La economía
institucional incorpora el análisis de los costos de la transacción, para ayudar a las
empresas a realizar sus intercambios al menor costo (Williamson 1975). Las
transacciones “externas” pasan por el mercado de la subcontratación. Movilizan a los
servicios jurídicos y esto tiene un alto costo. Una transacción “interna”, entre servicios, es
a veces preferible. Del mismo modo, una autoridad pública que debe suministrar un
servicio (transporte, educación, salud, etc.) tiene dos opciones: realizarlo por sí misma, o
conceder una delegación de servicio público a una empresa o a una asociación sin fin de
lucro. El mercado no es siempre el mejor regulador.
La transacción social toma prestados elementos de la economía y el derecho. Ella
se centra en la regulación de los conflictos. Como la transacción económica, no solo tiene
que ver con el juego del mercado. Como la transacción jurídica, trata de los conflictos
entre individuos o grupos que ponen en juego valores y legitimidades entrelazadas. La
transacción social puede siempre ser cuestionada y el acuerdo ser anulado. Es una
diferencia esencial con la transacción jurídica, que pretende dar la “solución final” a un
conflicto.
Globalmente, los individuos construyen la sociedad en la que ellos y ellas viven y,
al mismo tiempo la sociedad (re)produce a los individuos. Expresado en términos
informáticos, la sociedad “formatea” a los individuos y los individuos llegan a introducir
nuevos formatos, lo que es un proceso largo y complicado. Este proceso transaccional es
flagrante en la historia de las ciudades: los habitantes deben adaptarse a la ciudad que
heredan, aunque la pueden volver a ordenar de mil y una maneras.
TRANSACCIÓN SOCIAL Y TRANSACCIÓN SOCIOLÓGICA
Si el concepto sociológico de transacción es reciente, se arraiga en una larga
tradición. Alexis de Tocqueville (1856) es el primero (hasta donde yo se) en analizar la
paradoja de la libertad y la igualdad. Para él, la Revolución francesa ha puesto el acento
en la igualdad y ha limitado la libertad, desembocando en el Terror. A la inversa, los
Estados Unidos han puesto el énfasis en la libertad, asumiendo desigualdades crecientes.
La libertad y la igualdad son principios fundamentales de igual legitimidad. Sin embargo,
entran en conflicto y tienden a excluirse mutuamente.
Simmel ha recuperado esta paradoja en su teoría del conflicto social. El conflicto es
fuente de dinamismo y de innovación. Las formas sociales pasan por un proceso de
descomposición, y luego se recomponen. Los conflictos son estructurales y no son jamás
resueltos en forma definitiva. Pueden solamente ser provisoriamente reparados. El
conflicto de clases es muy importante, pero no es el único. Los sexos y las generaciones
se oponen en permanencia y la vida social es también estructurada por parejas de
oposición como tradición y modernidad, identidad y alteridad, etc. La paradoja de
Tocqueville se inscribe en este modelo. Para Simmel (1981 pp.145), si la Revolución
francesa no tuvo una conciencia clara de la contradicción entre libertad e igualdad, la
intuía confusamente. Ella añadió la fraternidad, para ligar dos principios que tienden a
apartarse.
La Escuela (sociológica) de Chicago está inspirada en Simmel. Uno de sus
objetivos fue la constitución de una “ecología social”. Ha analizado la instalación de los
inmigrantes3 como un “proceso de sucesión” en tres fases: Primero, conflictos entre
antiguos y recién llegados; en seguida, una fase de acomodación o de adaptación, donde
el conflicto persiste, aun siendo regulado; y finalmente, una fase de integración (Park,
1925).
Una transacción social es un proceso que incluye intercambios, negociaciones e
imposición (o relaciones de fuerzas). El término de transacción sugiere negociaciones
más o menos formales, concesiones recíprocas y etapas sucesivas de acercamiento de
puntos de vista. Una transacción es compleja pues debe dar una respuesta global a
objetivos plurales. Analíticamente, se distinguen las transacciones que conciernen
intereses materiales de aquellas que atañen a principios morales o a legitimidades. En la
práctica, esta tipología tiene poca utilidad pues ambas dimensiones están
inextricablemente presentes al mismo tiempo. Sería relativamente simple de llegar a un
compromiso aceptable en cuestiones puramente materiales. Esto mismo es imposible
sobre principios morales.
“Compromiso” tiene en Francia la connotación negativa de “comprometer” y ella
contamina el concepto de transacción que es así victima de un malentendido. Hay que
volver a dar al compromiso su sentido jurídico de acuerdo con lo que vale
comprometerse, como el “compromiso de venta”, o compromiso en español. La paradoja
de la transacción social es de negociar lo no negociable. El producto transaccional no
puede ser un acuerdo total (un consenso), sino un “compromiso práctico”, inestable y
provisorio (Ledrut 1976).
LA DEMOCRACIA, UN EJEMPLO DE TRANSACCIÓN SOCIAL
La teoría clásica de la democracia está fundada en la representación y ha sido
formalizada por Joseph Schumpeter (1942). Los representantes tienen la legitimidad de
3
“Inmigrante” (activo) es preferible a “inmigrado” (pasivo). La oposición entre Integrados (Established) y Excluidos
(Outsiders) es recuperada por Elias y Scotson (1965).
decidir en nombre de todos, ya que ellos tienen la confianza de la mayoría. Su misión es
de determinar lo que será el interés público, o el bien común, de la nación o de la
comunidad, según la escala. Cuando los electores están descontentos con las decisiones
tomadas en su nombre, esperan la próxima elección para intentar hacer elegir a nuevos
candidatos. La participación de los ciudadanos se limita a la participación electoral. Los
intentos para introducir formas permanentes de participación ciudadana choca con fuertes
resistencias (Smith & Blanc 1997).
LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA, UNA TRANSACCIÓN TÁCITA
Si la elección demuestra que los elegidos tienen la confianza de la mayoría, no
garantiza que éstos tengan las competencias requeridas para tratar cuestiones complejas
de su competencia, la planificación urbana particularmente. Ellos están aconsejados por
técnicos y expertos: los funcionarios y tecnócratas a su servicio. En las entrevistas, sobre
la división del trabajo, elegidos y funcionarios declaran al unísono: “Los tecnócratas dan
su opinión, pero son los elegidos quienes deciden”. Cuando se desarrolla el tema, ellos
admiten que la realidad está alejada de esta ficción. Los políticos no pueden ignorar las
recomendaciones de los expertos: La decisión es una coproducción.
“¡Los alcaldes pueden tener la última palabra si ellos lo quieren, y es esto lo que
dicen. Sin embargo, no quieren jamás lo que no les es posible querer!” (Ledrut 1976 : 98).
La decisión es un producto transaccional que une dos legitimidades: La de los
elegidos (la confianza de los ciudadanos) y la de los tecnócratas. Esta transacción no tiene
nada de chocante. Sin embargo, debe permanecer “secreta” por razones jurídicas. Si un
no electo participa formalmente en la decisión, ésta será tildada de nula. La ficción
jurídica debe ser mantenida a todo precio. La transacción entre elegidos y técnicos
funciona a condición de permanecer informal y tácita.
La misma objeción vale para los simples ciudadanos y esto es una traba para su
participación. Ella debe permanecer como un proceso informal y tácito, que puede
difícilmente recibir una formalización jurídica. Los países escandinavos tienen
institucionalizada la participación residencial para la elección de delegados de los
arrendatarios. Estos delegados son frecuentemente aislados y pocos representativos. No
llegan a mejores resultados que los electos municipales para recolectar y responder a las
necesidades de sus vecinos (Blanc & Beaumont 2005).
REPRESENTACIÓN Y PARTICIPACIÓN
La participación es víctima de una paradoja. La mayoría de los electos se quejan
sobre la ausencia de participación ciudadana y hacen bellos discursos sobre sus virtudes.
Pero son reticentes en ponerla en práctica, pues la perciben como un juego en cantidad
nula: el poder ganado por los participantes aminora necesariamente al de los elegidos
(Blanc 1999). ¿La participación sería entonces un “caballo de Troya” contra el poder de
los elegidos? (Blanc 1994; Smith & Blanc 1997).
En un contexto favorable, la participación puede volverse un juego cooperativo.
Los habitantes piden que sus opiniones sean tomadas en consideración, sobre todo en las
cuestiones que modifiquen sus condiciones de vida. Ellos quieren poder expresarse y ser
comprendidos. Si sus reivindicaciones no pueden ser satisfechas, quieren comprender por
qué. Pero no buscan forzosamente sustituir a los elegidos.
La dinámica de la participación modifica la distribución del poder, pero de manera
informal. Ella exige un debate público amplio y devorador de tiempo, pero permite tener
en cuenta puntos de vista descartados y perfeccionar los proyectos. Los elegidos no
pierden su poder, pero están obligados de ejercerlo diferentemente: actuar en la
transparencia, rendir cuenta periódicamente y justificar públicamente sus decisiones. Sin
poder formal, los habitantes pueden expresarse y negociar el contenido de los proyectos.
La dinámica de la participación es un proceso transaccional que contribuye a la
emancipación o al empoderamiento (empowerment) de los habitantes4. Todos los
habitantes son llamados a expresarse, pero sólo una minoría se presenta, lo que es su
limitante. Sin embargo, la participación incentiva a los ciudadanos en la toma de
iniciativas y en reagruparse para ser escuchados. Protege del centralismo y de la
burocracia (Pateman 1970).
PARTICIPACIÓN Y CONFLICTOS
El conflicto entre representación y participación obstaculiza la puesta en obra de la
participación, pero no es lo único. Mucho de los elegidos y de los tecnócratas observan la
participación como una técnica de relaciones públicas para obtener la adhesión de la
población a sus proyectos, mediante adaptaciones menores. Ellos se ponen inquietos y
4
Jurídicamente, la emancipación habilita a un menor a tener el poder de actuar como adulto.
reticentes cuando constatan que esta participación idealizada es la excepción y no la
regla.
La participación produce efectos paradojales según su origen. A veces, la
participación es una reivindicación de los habitantes. Estos tienen problemas que
envenenan su vida cotidiana, tienen ideas sobre las soluciones posibles y les da rabia ver
que nada se hace, o que los remedios son peores que la enfermedad. Se movilizan y se
congregan en el círculo de la decisión. Esta participación reivindica este conflicto y tiene
a menudo efectos positivos. Los habitantes se organizan, asisten a las reuniones, vigilan si
lo que se está realizando es lo que se les ha prometido, etc. Los elegidos y los tecnócratas
no aprecian este control permanente, parecido a un hostigamiento. Sin embargo, esta
participación conflictiva es productiva.
Habitualmente, la participación viene “de arriba”. A pesar de sus reticencias, las
autoridades locales son contratadas por la ley para insertar en el lugar un mínimo de
participación. Estiman también que vale mejor “prevenir que curar”: Consultando
puntualmente a los habitantes previamente y tomando en cuenta sus demandas, se evitan
quejas y reclamos. Se invita a los habitantes a venir a expresarse. Esta “participación
concedida” tiene poco éxito. En los barrios populares, las relaciones de la municipalidad
y del organismo de vivienda social con los arrendatarios están marcadas por el
paternalismo y la burocracia. La oferta de participación es poco creíble y da la impresión
de ser formal. Los habitantes tienen buenas razones para ser desconfiados, pero en al
mismo tiempo caen en una “profecía auto-cumplida”. Se marginan porque no creen en la
participación; esta ausencia refuerza y confirma la inutilidad de la participación.
Este proceso de autoexclusión del debate público se produce esencialmente en las
capas populares. Los habitantes de clase media son más abiertos a la participación. Se
expresan con más facilidad en público y comparten valores comunes con los elegidos y
los tecnócratas. Sin embargo, también se desaniman cuando constatan que la
participación no llega a resultados prácticos. Decepcionadas por las debilidades de la
participación, las autoridades locales buscan desesperadamente la aprobación de sus
proyectos, y más aun cuando ella emana de una minoría. La participación
instrumentalizada no tiene por objetivo un consenso verdadero, sino un “consenso
supuesto” (Luhmann 1985; Voyé, en Blanc 1992). Esto es una transacción controversial.
Incluso cuando los participantes son poco numerosos, están raramente de acuerdo:
el proyecto va demasiado lejos para unos, pero no suficientemente para otros. Los que se
proclaman “buenos vecinos” critican duramente a los otros. Ellos estiman a veces que lo
primero por hacer es sacar a los malos vecinos. El discurso está estructurado por la lógica
del “nosotros y ellos” (Elias & Scotson 1965). La participación es conflictiva en todos los
niveles. No trae la armonía y el consenso, pero sí el disenso.
Los conflictos de vecindario proceden del famoso “efecto NIMBY” (“no en mi
casa”), utilizado a menudo para descalificar la participación. La participación no es
democrática por esencia, los presentes pueden reclamar una política más selectiva, de más
seguridad, etc. Ellos defienden sus intereses privados, pero quienes ponen la prioridad en
“el interés general”, son tan desinteresados como lo pretenden? Los más pobres están
confrontados a problemas de supervivencia, lo que moviliza toda su energía en: alimentar
a su familia, el tema salud, encontrar trabajo, pagar el arriendo, etc. El debate sobre el
futuro de su barrio no es su prioridad, aunque arriesgan de ser las primeras víctimas de los
proyectos en debate.
La participación es una caja de Pandora de la que lo mejor o lo peor puede salir.
Rechazarla bajo el pretexto que reivindicaciones racistas podrían ser emitidas a partir de
esto, sería como practicar la “política de la avestruz”. La expresión del discurso racista
contribuye a banalizar y reforzar el racismo si éste es aprobado, incluso implícitamente.
Puede al contrario llevar a un debate público que permita, como dicen en francés los
psicoanalistas: “mettre des mots sur les maux” (“ponerle nombre a los males”). En el
mejor de los casos, este debate pone en evidencia que el racismo se equivoca de objeto y
que los extranjeros (o cualquier otro grupo) pueden servir de chivos expiatorios.
LA CULTURA DE LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA
Participando en la toma de una decisión, los habitantes ejercen sus derechos de
ciudadanos, incluso cuando este estatuto no les es reconocido. Para participar
efectivamente, los ciudadanos deben adquirir por la práctica y desarrollar competencias
culturales. “La ciudadanía es un autoaprendizaje del juego de las instituciones” (Storrie,
en Blanc 1994 : 235). Lo mismo para los profesionales de la planificación y para los
elegidos, los “profesionales” de la política. Todos tienen un nuevo rol que jugar y él
presume de nuevas capacidades. En términos de capital social, la participación
“enriquece” a todo el mundo.
Los participantes deben expresarse y defender sus derechos. Tomar la palabra en
público es difícil, hay que tener buenos argumentos y ser convincente. Es también difícil
de defenderse por escrito, con los términos técnicos y jurídicos exactos, etc. Esta
intervención experta es útil a los ciudadanos en la búsqueda del bien común, pero también
a los grupos de presión que defienden intereses específicos. La primera regla de la
argumentación es de pretender que no se defienda un interés categorial por una causa más
amplia, o universal (Boltanski & Thévenot 1991).
También, es indispensable escuchar los puntos de vista y los intereses divergentes,
y de reconocer su legitimidad. Esta incorporación de otros es un ejercicio difícil. Cuando
los intereses y los principios permanecen opuestos, un arbitraje es necesario. Este es un
proceso transaccional en dos etapas: ante todo, se esfuerza en reducir la diferencia; igual
hay acercamiento, aunque habitualmente no acaba en un consenso. Hay un arbitraje que
tiene en cuenta los derechos y los intereses de la minoría, lo que lo vuelve aceptable. La
competencia en negociar y en arbitrar viene con la experiencia y ella no es muy
generalizada.
Llegar a una decisión no es el fin del proceso, hay que pasar al acto. Una decisión
que permanece como letra muerta es inútil. Este compromiso en la realización es
devorador de tiempo. Numerosos acuerdos son guardados en caso y necesidad de
recuperarse las negociaciones, en caso de que aparezcan dificultades imprevistas, etc.
Estas cuatro competencias (expresarse, escuchar, arbitrar y realizar) constituyen la base
de la cultura democrática, necesario a todos, ciudadanos y profesionales. Pero los
profesionales deben adquirir dos capacidades suplementarias: ser “traductores” y
“transmisores”. Entre los interlocutores interprofesionales o interinstitucionales, cada uno
en su lenguaje técnico tiene que hacer la traducción para llegar a un lenguaje común. Se
necesita también una vulgarización, para convertir en asequible el lenguaje técnico a los
habitantes. La traducción no va en un solo sentido, de los expertos hacia los profanos. Por
ejemplo, los jóvenes en las poblaciones tienen cosas que decir a los elegidos, pero tienen
un lenguaje propio, difícilmente comprensible.
Los técnicos debieran convertirse en organizadores del debate público y
democrático. Para hacer proposiciones sólidas en el plan técnico, los habitantes tienen
necesidad del respaldo de expertos. Los grupos más pobres, económicamente y
socialmente, tienen particularmente necesidad de ser respaldados para participar en el
debate. Ellos deben ser envalentonados y ayudados para dominar el miedo al ridículo y
osar tomar la palabra. Los profesionales se convierten en los “transmisores” entre mundos
sociales que se ignoran (Marié 1989).
LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA LOCAL: UNA TRANSACCIÓN TRIPOLAR
La democracia participativa es una transacción tácita, pero más compleja que la
democracia representativa. Esta última es una transacción bipolar, que combina dos
legitimidades. La democracia participativa local introduce una tercera legitimidad, la
movilización ciudadana (Smith & Blanc 1997 p. 298). El paso de “la díada a la tríada” da
más posibilidad de maniobra (Simmel 1908). Ya no hay dos grupos en oposición frontal,
sino grupos fragmentados que pueden pasar alianzas fluctuantes. Una fracción de
habitantes puede apoyarse en una fracción de elegidos y técnicos. La democracia
participativa es más flexible y más informal, lo que es a la vez su fortaleza y su debilidad.
La participación democrática es un proceso de emancipación y un instrumento de
integración en la sociedad, pero es un proceso frágil. La dinámica que conduce a los
individuos y colectivos a abrirse a los otros puede en todo momento detenerse o
retroceder. Las experiencias de democracia participativa son efímeras pues la retracción
sobre si mismas vuelve a tomar la delantera. El producto transaccional es
permanentemente renegociado, a la alza o a la baja. A pesar de sus límites, la
participación democrática es un proceso de socialización por la que los ciudadanos
aprenden a vivir juntos con sus diferencias, sus desacuerdos y sus conflictos.
La participación local responde al modelo de integración de Emile Durkheim
(1893). Él ya desconfiaba del modelo que hoy se llama “republicano”. Aquí, la
incorporación en el Estado-Nación es un proceso abstracto de adhesión a los principios
republicanos, extraídos de lazos familiares, étnicos, religiosos, etc. (Schnapper 1994).
Para Durkheim, la integración en la sociedad pasa por las instituciones intermedias. Él se
equivocó subestimando el rol de las colectividades territoriales y defendiendo las
“corporaciones profundamente renovadas” (1967) La participación al nivel local es uno
de los caminos de emancipación y de integración en la sociedad global, que es local,
nacional y transnacional a la vez.
HACIA UNA DEMOCRACIA TRANSACCIONAL
La democracia es un proceso pacífico para resolver los conflictos y llegar a una
decisión aceptable para todos. Ella proviene de la transacción social pues es un
intercambio de ideas, de bienes y de servicios. Este intercambio es fuente de conflictos
sobre la justa parte de cada uno, donde está la necesidad de negociar. Si esta descripción
es admitida por todas las teorías de la democracia, la transacción social enfoca el
proyector sobre el conflicto. Lejos de ser un accidente, el conflicto es el pan cotidiano de
la vida social. La negociación lo reduce sin suprimirlo. La comparación con dos teorías
recientes muestran bien la diferencia5. El conflicto desaparece en la democracia
deliberativa de Jürgen Habermas (1981), al igual que en la democracia dialógica de
Bruno Latour y Michel Callon (2001).
Para Habermas una deliberación democrática es el producto de un intercambio de
argumentos racionales exentos de violencia, sumidos al principio de universalización de
los intereses y a la regla del consenso. Si el compromiso es suficiente en la esfera privada,
el debate público requiere la unanimidad, en consecuencia la abolición del conflicto.
Habermas recalca los límites del voto. Pasar al voto es una solución de facilidad que
rompe la dinámica de la deliberación y cuaja las posiciones, allá donde la continuación de
la discusión permitiría poder llegar a un acuerdo.
Pero esta teoría tiene sus debilidades: los seres humanos no son exclusivamente
racionales. La solidaridad y la confianza son indispensables. Un intercambio de
argumentos racionales puede surgir de un proceso de dominación (Bourdieu 1998). Los
intelectuales pueden tener los mejores argumentos teóricos sin convencer a las masas
populares que desconfían de los oradores. Sobre todo, la utopía del consenso es
impracticable, tanto en la esfera pública como en la esfera privada.
Callon (2001) critica a Habermas por su fe en la racionalidad. El busca combinar
las diversas lógicas en un “foro híbrido”, una asamblea que mezcla intencionalmente unos
grupos con diferentes racionalidades: expertos, electos, simples ciudadanos, etc. (por
ejemplo una “conferencia del consenso”). Tras una información previa y una preparación
adecuada, las personas comunes discuten en pie de igualdad con los expertos sobre lo que
se debe hacer en el ámbito de la salud, del medio ambiente, de la planificación urbana,
etc. La verdad brota de la confrontación y el autor se entusiasma ante el milagro de las
luces de la sabiduría popular.
Las democracias deliberativas y dialógicas se oponen y son difíciles de conciliar
(Rudolf 2003). Ellas tienen sin embargo la misma debilidad, se basan en el consenso.
Comparten la visión de un mundo armonioso y “apolinio”. Pero la sociedad es atravesada
y estructurada por conflictos y tensiones, y tiene una dimensión “dionisiaca” (Ledrut
1973). La democracia transaccional se inscribe en la dinámica del orden y del desorden.
5
La comparación con las democracias asociativa y agnóstica es esbozada en Blanc & Smith 1997.
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Recibido: Diciembre de 2006
Aceptado: Junio de 2007
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