La comunicación en tiempos de radicalización política: PERONISMO Y TELEVISIÓN (1973/1976) Por Gustavo Bulla. Tras dieciocho años de proscripción política, el peronismo volvió a ratificar la mayoría social que supo exhibir desde su debut electoral en 1946. Veintisiete años transcurrieron para que el movimiento liderado por Juan Domingo Perón, en un ya mítico 11 de marzo de 1973 se impusiera por tercera vez consecutiva en las tres elecciones presidenciales en las que había podido participar. Pero esta vez sin su conductor indiscutido que fue inhibido de poder postularse a un tercer mandato presidencial por una cláusula restrictiva impuesta por el último personero de la autodenominada “Revolución Argentina” a cargo de la Presidencia de la Nación, el general Alejandro Lanusse. El Frente Justicialista de Liberación (FREJULI) se impuso en las primeras elecciones sin proscripciones partidarias desde 1952 con la fórmula Héctor J. Cámpora / Vicente Solano Lima, obteniendo el 49,5% de los votos, insuficientes para dar por terminada la contienda por la reglamentación del inaugural sistema con segunda vuelta a la no obtener el 50% más uno de los votos emitidos, pero con la suficiente contundencia política como para que la fórmula radical encabezada por Ricardo Balbín desistiera de exponerse a una derrota más que segura en un balotaje. Pese a los esfuerzos explícitos por borrar al peronismo de la faz de la tierra que hicieron los partidarios del golpe de Estado cívico-militar perpetrado en 1955, que incluyeron desde la prohibición legal de mencionar la palabra peronismo y demás vocablos “malditos” hasta la destrucción de las obras públicas que pudieran hacer recordar al Régimen, desde la persecución sindical y política a los fusilamientos de militantes y de militares peronistas, desde el ocultamiento y la manipulación morbosa del cadáver de Eva Perón hasta la proscripción política que se extendió por casi dos décadas; el peronismo no sólo fue capaz de resistir esos embates, sino que, para desvelo de analistas políticos vernáculos y – especialmente- extranjeros, de reinventarse al calor del nuevo contexto histórico y político. A la adhesión mayoritaria de la clase trabajadora al peronismo a través de la participación orgánica del movimiento obrero se le sumó en el transcurso de la década del ’60 la simpatía e incluso la militancia muy comprometida de vastos sectores medios a través de un corte generacional juvenil, proveniente en buena medida de hogares gorilas, denominación popular de los antiperonistas1. Además se referenciaron en esta versión setentista del peronismo actores religiosos como el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, expresiones destacadas del ámbito cultural y también sectores numerosos de la pequeña y mediana empresa, denominados como burguesía nacional en la terminología de época. El frente político y social que conducía el peronismo era visualizado no sólo como el único idóneo para sacar a la democracia argentina de su inestabilidad institucional ya crónica, sino incluso como el instrumento político capaz de profundizar la justicia social, aunque no todos entendieron lo mismo respecto del horizonte utópico así planteado: los partidarios de la Patria Peronista seguían pensando en los términos de la Comunidad Organizada tal cual la definiera el General Perón décadas atrás, mientras que los de la Patria Socialista, más en sintonía con los procesos políticos contemporáneos radicalizados, tenían como marco referencial lo que dio en llamarse Socialismo Nacional. ¿Qué hacer con los medios? Pese a las evidentes, crecientes e irreversibles contradicciones que anidaban en el marco del movimiento peronista, uno de los acuerdos más extendidos seguramente lo constituía la voluntad de poner en manos del Estado el control de los medios de comunicación masiva, especialmente la radio y la televisión2. Un vehículo fundamental para alcanzar tal objetivo lo constituía el vencimiento de las licencias de TV entregadas a empresarios privados en las postrimerías de la Revolución Libertadora. El Decreto 5490/65 del gobierno de Arturo Illia que les otorgó una extensión de hecho de entre dos y tres años, fue derogado parcialmente – artículo 43 – a través del Decreto 6708/72 impuesto por Lanusse como una de las concesiones que el general con ambiciones políticas les hizo a los partidos políticos que fueron convocados para constituir el Gran Acuerdo Nacional (GAN) junto con las Fuerzas Armadas. La nueva realidad jurídica entonces, determinaba que las licencias de los canales 9,11 y 13 de la Ciudad de Buenos Aires, el 7 de Mendoza y el 8 de Mar del Plata, caducaban el 28 de abril de 1973, poco menos de un mes antes de la asunción presidencial de Cámpora, dejando así en manos del gobierno peronista el disponer qué hacer con esas emisoras: si BULLA, Gustavo: “Televisión argentina en los ’60: la consolidación de un negocio de largo alcance”, en Guillermo Mastrini (editor), Mucho ruido, pocas leyes, Buenos Aires, 2005, La Crujía. 2 MURARO, Heriberto: “La comunicación masiva durante la dictadura militar y la transición democrática en la Argentina, 1973-1986”, en Medios, Transformación Cultural y Política, Oscar Landi (Comp.), Legasa, Buenos Aires, 1987. 1 volver a adjudicarlas a empresarios privados comerciales o por el contrario, constituir un servicio público de radiodifusión dejando esas emisoras y las que a futuro fueran caducando sus licencias en la órbita estatal. En pleno proceso judicial al que habían acudido los licenciatarios para reclamar por sus derechos adquiridos a través del Decreto 5490/65, ya finalizada la Primavera Camporista3, y con la fórmula Perón – Perón electa con el 62% de los votos, el 8 de octubre de 1973, cuatro días antes de que el General Perón asumiera sus tercer mandato constitucional, Raúl Lastiri – presidente de la Cámara de Diputados a cargo de la Presidencia provisional de la Nación – firmó el Decreto 1761/73, que declaraba la caducidad de las licencias de los cinco canales de TV que había adjudicado no sin pocos cuestionamientos formales el dictador Pedro Eugenio Aramburu quince años atrás. Ese mismo día, además, Lastiri dispuso la intervención de esos canales de televisión designando para tal fin a Omar Gómez Sánchez en Canal 9, a Jorge Conti en Canal 11 y a Pablo Rodríguez de la Torre en Canal 13, de manera tal que se hicieran cargo de los “equipos técnicos, bienes inmuebles y la planta transmisora asegurando la continuidad de los servicios”. No obstante, dos días después y ante la “intranquilidad” expresada por la Asociación de Teleradiodifusoras Argentinas (ATA), se cambió la figura del “Interventor” por la de “Delegados Veedores” y se extendió por ciento ochenta días la administración de las licencias por parte de los empresarios privados. Por otra parte, a través del Decreto 1764/73 se derogó parcialmente el Decreto-Ley 20180 de febrero de 1973, a través del cual se convocaba a re privatizar las 34 emisoras de radio que estaban en manos del Estado y al Canal 74. Posteriormente, ya con Perón en el Gobierno, los permisionarios volvieron e recibir una prórroga desde abril hasta la finalización de junio de 1974. Durante ese período se intensificaron los debates sobre qué hacer con los canales de TV y se fue consolidando la idea al interior de las organizaciones sindicales de los trabajadores de los medios de comunicación de que había que ir hacia algún formato se servicio público de radiodifusión. Esta decisión implicaba no sólo la estatización de la explotación de las frecuencias, sino también la nacionalización de la producción de los contenidos. Autores como Margarita Graziano y Heriberto Muraro, entre otros, habían enfatizado sobre la pervivencia en Argentina y en buena parte de América Latina de lazos de dependencia cultural con las producciones básicamente norteamericanas. La incorporación de las cadenas BONASSO, Miguel: “El Presidente que no fue”, Planeta, Buenos Aires, 1997. MORONE, Rodolfo y DE CHARRAS, Diego: “El servicio público que no fue. La televisión en el tercer gobierno peronista”, en Guillermo Mastrini (editor), Mucho ruido, pocas leyes, Buenos Aires, 2005, La Crujía. 3 4 norteamericanas a través de las productoras desde la fundación de la TV privada , pese a las restricciones legales, seguirían vigentes pese al alejamiento de éstas del control cotidiano de los canales. Poner los canales de TV al servicio de un proyecto de liberación nacional, implicaba en última instancia, romper con los lazos contractuales y también estéticos que se habían impuesto desde los comienzos de la década anterior. A fines de mayo Perón convocó a los sindicatos a una reunión para analizar la situación de los canales concesionados, allí el viejo líder habría sostenido argumentos contradictorios respecto del camino a seguir. Por una lado habría transmitido una impresión muy elogiosa respecto de las bondades del servicio público europeo con el cual había tomado contacto en su largo exilio y por el otro lado habría relativizado la importancia respecto de que el Estado se hiciera cargo de los canales de TV5. No obstante, haciendo gala de su dotes de conductor político, Perón llenó de confianza y responsabilidad a los representantes de los trabajadores de los medios: “esto lo deben resolver ustedes que son los que conocen el problema”, les dijo, palabras más palabras menos... La frágil salud con la que el General Perón retornó al país finalmente se extinguió el 1 de julio de ese mismo año, con lo cual buena parte de los lineamientos que iban a orientar su tercer gobierno quedaron truncos o al menos en duda, ese contexto crítico en el que entraría no sólo el gobierno asumido por su viuda, Isabel Perón, sino el propio Movimiento Peronista, se devoró las mejores intenciones respecto de los medios de comunicación social. Tras las tomas de los canales de TV llevadas adelante por el Sindicato Argentino de Televisión (SAT), prácticas que habían comenzado durante la corta presidencia de Cámpora, hacia fines de julio el Estado Nacional tomó posesión integral de los bienes de los canales y también de las productoras, pero recién una año más tarde, en junio de 1975, se sancionó la Ley Nº 20.966 de expropiación de los canales de Capital Federal, con sus respectivas productoras y repetidoras del interior del país, así como el Canal 7 de Mendoza y el Canal 8 de Mar del Plata6. 5 Es conveniente señalar que sobre esta supuesta ambigüedad del pensamiento de Perón sobre los medios de comunicación se ha hecho uso y abuso. En los actuales debates sobre la relación entre Gobierno y medios, y sobre la regulación estatal de éstos, hay quienes desde las antípodas ideológicas del peronismo esgrimen como bandera la ya mítica frase del general Perón: “Con todos los medios a favor me derrocaron, y ahora con todos los medios en contra ganamos las elecciones”. Lo primero que hay que decir al respecto es que esa frase ocurrente no puede clausurar de ninguna manera el pensamiento de un líder político excepcionalmente inteligente como Perón, mucho menos si se la utiliza prescindiendo de su contexto de enunciación. Y lo que es más importante, no se puede obviar que la relación entre democracia y medios de comunicación poco y nada tiene que ver con la que implicaba hace casi cuatro décadas. 6 NOGUER, Jorge: “La Radiodifusión en Argentina”, Buenos Aires, 1985, Editorial Bien Común. Consideraciones finales El derrotero que fueron tomando los vertiginosos acontecimientos políticos que se sucedieron a partir de la muerte del General Perón, hoy pueden hacer perder de vista que en esa corta pero intensa como pocas coyunturas políticas argentinas, el sistema de medios audiovisuales a poco tuvo de sufrir una transformación radical. El proyecto enarbolado por los trabajadores de los medios, no del todo definido, no del todo planificado7 con la prolijidad que se podría exigir en tiempos de menor convulsión política, contenía sin dudas algunos rasgos que hoy siguen siendo reivindicables. La opción por el servicio público, la modalidad complementaria de la programación, la participación de los trabajadores, el Poder Legislativo y otras entidades representativas de la sociedad en la conducción de los medios, la limitación del financiamiento publicitario, el incremento de la producción nacional de contenidos y el salto en la calidad cultural de los mismos, constituyen sus aspectos más salientes8. La estatización de los canales se produjo aunque en un sentido profundo no se puede afirmar lo mismo respecto de la “nacionalización” de los mismos. Salvo la incidencia política de diversos sectores internos en disputa del Gobierno en la línea editorial de los noticieros, por citar un ejemplo notorio la influencia del lopezrreguismo durante su primacía, los contenidos televisivos no lograron ser tan radicalmente distintos a los de la TV comercial, como el carácter de los discursos. Por lo demás, el clima de censura, listas negras, persecuciones e intimidaciones a artistas llevadas adelante por la llamada “Triple A”, siniestro órgano parapolicial y paramilitar a las órdenes de José López Rega, ministro de Bienestar Social de gran protagonismo durante el gobierno de Isabel Perón y finalmente desalojado del poder por una imponente movilización de la CGT, terminó siendo un suave preludio de lo que sería el Terrorismo de Estado ejercido sistemáticamente a partir del 24 de marzo de 1976. Respecto del sistema de medios de comunicación audiovisual cabe aquí destacar dos consecuencias si se quiere paradójicas de la estatización producida por el impulso – sobre todo- de los trabajadores de los medios de comunicación: por un lado terminó constituyendo una herencia invalorable para los objetivos de la dictadura militar, el de utilizarlos como una usina a destajo para sembrar el terror entre la población como condición de posibilidad para MESTMAN, Mariano: “Estado y sistema de medios en Argentina (1966-1976)”, Buenos Aires, UBA, (mimeo). 8 MORONE, Rodolfo y DE CHARRAS, Diego: (op.cit.) 7 imponer la reestructuración de la sociedad argentina, y por el otro, retrasó en más de una década la conformación de grupos monopólicos como los que se estaban gestando en los principales países de la región: esa es parte de la explicación de por qué el ahora poderoso Grupo Clarín, llegó tarde a sentarse a la mesa de los cuatro grandes junto a O globo (Brasil), Televisa (México) y Cisneros (Venezuela). BIBLIOGRAFÍA: BONASSO, Miguel: “El Presidente que no fue”, Planeta, Buenos Aires, 1997. BULLA, Gustavo: “Televisión argentina en los ’60: la consolidación de un negocio de largo alcance”, en Guillermo Mastrini (editor), Mucho ruido, pocas leyes, Buenos Aires, 2005, La Crujía. CICMAT (Centro de Integración en Comunicación Masiva, Arte y Tecnología): “Para una Radiodifusión al Servicio del Pueblo. La Radio y la Televisión en Argentina”, Buenos Aires, Cuadernos CICMAT Nº1, 1974. GRAZIANO, Margarita: “Los dueños de la televisión argentina”, en Revista Comunicación y Cultura, Nº3, Buenos Aires, Editorial Galerna, 1974. MESTMAN, Mariano: “Estado y sistema de medios en Argentina (1966-1976)”, Buenos Aires, UBA, (mimeo). MORONE, Rodolfo y DE CHARRAS, Diego: “El servicio público que no fue. La televisión en el tercer gobierno peronista”, en Guillermo Mastrini (editor), Mucho ruido, pocas leyes, Buenos Aires, 2005, La Crujía. MURARO, Heriberto: “La comunicación masiva durante la dictadura militar y la transición democrática en la Argentina, 1973-1986”, en Medios, Transformación Cultural y Política, Oscar Landi (Comp.), Legasa, Buenos Aires, 1987. MURARO, Heriberto: “Neocapitalismo y comunicación de masa”, Buenos Aires, Eudeba, 1974. NOGUER, Jorge: “La Radiodifusión en Argentina”, Buenos Aires, Editorial Bien Común, 1985. SIRVEN, Pablo: “El Rey de la TV”, Buenos Aires, Clarín-Aguilar, 1996.