Derechos Humanos y Justicia Clim tica

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DERECHOS HUMANOS Y JUSTICIA CLIMATICA
por Raquel Núñez
Movimiento Mundial por los Bosques
Buenos Aires
10 de diciembre de 2004
Hoy es el día internacional de los derechos humanos. Querríamos que todos los días
fueran el día internacional de los derechos humanos. Pero están tan perdidos que hubo
que fijar un día para recordarlos. Para acordarnos.
¿De qué hablamos cuando decimos derechos humanos?
Hablamos de las condiciones que como seres humanos necesitamos para vivir en
dignidad, y eso incluye la libertad de expresarnos y desarrollar nuestras potencialidades,
la posibilidad de conservar y transmitir la cultura que hace a nuestra identidad, la
posibilidad de vivir en salud, entre otras. Tenemos como humanidad el derecho
inherente de satisfacer las necesidades básicas, lo cual implica poder acceder a los
recursos naturales que hacen eso posible.
Los derechos conllevan también responsabilidades, y es por eso que tenemos también la
obligación de hacer un uso tal de esos recursos que continúen sirviendo a las
generaciones futuras.
Pero hoy, la realidad mundial nos abruma.
En medio del adormecimiento provocado por la cultura mediática y el consumismo se
ha colado la inmediatez empresarial en ancas del poder de los imperios, la
mercantilización salvaje que se está apoderando de todos los ámbitos de la vida y que
lleva a que, en este caso que nos convoca, el clima, sea violado. Debimos perderlo para
pensar en él como un derecho.
El poder empresarial se ha apropiado del clima; lo negocia, lo compra y lo vende. Y
mientras, lo altera, lo estropea. Irresponsablemente, impunemente.
Las plantaciones de monocultivos de árboles en gran escala forman parte del paquete
destructivo. Son rentables para los grandes capitales. A ellos les generan grandes
ganancias pero a costa de la destrucción de los ecosistemas, de despojar a las
comunidades de sus medios de sustento y hasta de expulsarlas del hábitat en que viven,
como es el caso de los bosques.
El negocio de las plantaciones -generalmente de eucaliptos- gira en gran medida en
torno a la conversión de madera en celulosa para alimentar a la industria del papel. Una
industria del papel dilapidadora, pues el mayor consumo es en propaganda, envases y
empaque, o como insumo de otros sectores industriales. Un engranaje más de la
globalización del comercio.
El Banco Mundial, una institución financiera multilateral influyente, promueve
activamente esos emprendimientos, tanto a través del asesoramiento técnico como de la
concesión de créditos para proyectos nacionales focalizados básicamente en la
forestación y en las plantaciones.
Las hectáreas y hectáreas de filas de árboles todos iguales excluyen toda otra forma de
producción y vida, destruyen paisajes, agotan el agua subterránea, reducen la
biodiversidad. Las poblaciones locales que sufren esas plantaciones les han dado
distintos nombres: “desiertos verdes”, “cáncer verde”, “ejército invasor verde”, “árboles
egoístas”, “desiertos socioeconómicos”. ¿Las autoridades prestan atención a estas
simbologías?
El impacto de los monocultivos industriales de árboles sobre las comunidades, a las que
despojan de sus medios de sustento, es igualmente demoledor. Destruyen el entramado
social de las zonas rurales profundizando la emigración del campo a las ciudades para
engrosar los cinturones de pobreza. Es generalmente desde ese medio donde luego
pasan a trabajar en las plantaciones, en régimen de semiesclavitud, con salarios de
miseria, en condiciones pésimas de salubridad. Allí, los derechos laborales y sindicales
brillan por su ausencia.
El Foro de las Naciones Unidas sobre Bosques (UNFF) y la Convención de Cambio
Climático, aceptaron a las plantaciones como “sumideros de carbono”, es decir, que
supuestamente cumplen la función de absorber el dióxido de carbono emitido por las
actividades industriales. En la misma línea de pensamiento reduccionista sigue que
cuantas más plantaciones haya, menor dióxido de carbono habría en la atmósfera. ¿Esa
fue su gran solución al problema del calentamiento global? Los países quedan eximidos
de la obligación de reducir sus emisiones de dióxido de carbono, basta con que las
contrarresten instalando plantaciones en otro lugar, casi siempre en el Sur. Para comprar
y vender el derecho a contaminar se crearon los Bonos de Carbono, y así la farándula
bursátil se apropió del clima.
En otra trágica vuelta de tuerca, en la última reunión de la Convención sobre Cambio
Climático, a fines de 2003, se autorizó que las plantaciones que actúan como
“sumideros de carbono” estén formadas por árboles manipulados genéticamente, por
árboles transgénicos. Fue una decisión que se adoptó a último momento, prácticamente
sin discusión ni participación de los grupos involucrados y los gobiernos. Las
consecuencias son muy graves. Habría “superárboles” resistentes a los insectos, sin
flores, ni frutos, ni semillas, con la posibilidad de que una vez plantados, contaminen
esas características a otras especies vecinas. Los referidos impactos de las plantaciones
no sólo se verían exacerbados en la medida que serían “más eficientes” para los fines de
la industria, sino que además se agregarían nuevos riesgos e incertidumbres. Nadie
puede predecir en el largo plazo qué comportamiento tendrán los organismos que han
sufrido manipulación genética. Y más aún en los árboles, que viven más tiempo, lo que
implica que los cambios en su metabolismo pueden tener lugar muchos años después de
que han sido plantados.
En la naturaleza todo está entrelazado. Pero está visto que no hay que preguntar de eso a
los expertos, pues muchos seguramente lo olvidaron, perdidos como están en ver apenas
un segmento que confundieron con el todo.
¿En qué momento quedó atrás el sentido común, el sano juicio, la sensatez?
El WRM, que largamente ha denunciado y documentado en varios países del mundo los
estragos de las plantaciones industriales en los ecosistemas y comunidades locales, ve
con enorme preocupación la amenaza de los árboles transgénicos. Por ello,
conjuntamente con Amigos de la Tierra Internacional, han encomendado la realización
de una investigación sobre los árboles transgénicos. Dicho estudio será presentado por
su autor en esta misma Convención, en un evento paralelo que se llevará a cabo el
próximo lunes 13 a la hora 16 en el Salón del Jardín Botánico.
Por otro lado, apostamos a las semillas de esperanza sembradas en los bolsones de
resistencia – la resistencia de los agricultores que conservan las variedades autóctonas,
de los pueblos de la selva que defienden sus territorios y su saber holístico, de las
comunidades que defienden su cultura como signo de identidad, de los que se oponen a
las invasiones verdes y a las plantas de celulosa que muchas veces las acompañan.
Confiamos que esas semillas germinarán.
Debemos reaccionar, como humanidad. Como ciudadanos y ciudadanas planetarias
tenemos que parar la impunidad de las empresas, estados e instituciones internacionales
que aplican políticas de fragmentación que dislocan a las sociedades, generan una
creciente injusticia social, provocan la desintegración de la naturaleza mirada en sus
partes como recursos a ser explotado hasta agotar, con un afán insaciable de lucro.
El saber antiguo de quienes -sin la presión de tener que sacar rápidamente un producto
comercial- se dieron los tiempos para observar y aprender de la naturaleza, sus ciclos y
sistemas que enseñan cómo proliferar en la diversidad, la integración y la cooperación,
sigue vivo. Podrán decir que somos unos pocos los que levantamos estas voces. Pero no
crean. Los pocos somos muchos. Y queremos pensar que la vida podrá más.
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