EL JUEZ FRENTE AL ESTABLECIMIENTO DE LOS HECHOS EN EL PROCESO: ALGUNAS CONSIDERACIONES EN RELACIÓN AL DEBER DE ATENERSE A LO ALEGADO Y PROBADO EN AUTOS Y SUS EXCEPCIONES. Por: Marcos J. Solís Saldivia “… Quede para el dogmático la presunción de poseer verdades imperfectibles, para el escéptico el renunciamiento a toda posible verdad, para el místico la confianza en inmutables verdades. Más respetable que cualquiera opinión metafísica es el valor moral implícito en la investigación de la verdad, por todos los caminos que pueden acercarnos a ella, tal como podemos concebirla en nuestro punto del espacio y momento del tiempo. Hay menos mérito en la ilusión de poseer verdades absolutas que en el esfuerzo puesto en buscarlas relativas, sin asentir a fórmulas consagradas por la rutina de los demás, sin acatar nada que excluya el control de la experiencia y de la crítica…”. José Ingenieros. Las fuerzas morales. Introducción El proceso es, sin lugar a ninguna dubitación, un mecanismo artificial que ha sido creado por el Estado para dar satisfacción a los derechos e intereses jurídicamente relevantes de los justiciables, cuando tal satisfacción no sea posible de alcanzar por un mecanismo distinto; el cual proceso, a título de nexo, de vínculo o de ligamen surge entre los sujetos que en él intervienen (vale decir, entre los “sujetos procesales”: el juez y las partes) con ocasión al ejercicio concreto de dos poderes jurídicos de progenie constitucional que, por lo demás, son correlativos: la jurisdicción y la acción; ejercicio éste que se lleva a cabo a través de los denominados “actos procesales”. Así, pues, tal y como sostenía Alsina, H.1 el proceso no es más que “un organismo sin vida propia que avanza al mismo tiempo que se construye por virtud de los actos de procedimiento que ejecutan las partes y el juez”: no en vano se ha dicho, y con justa razón, que el proceso es tanto el desarrollo de la acción, cuanto de la jurisdicción, y a su vez, deviene en su esencia gracias a la dinámica conjunta de ambas2, en esas múltiples relaciones de necesaria implicación que, precisamente, en el proceso se verifican o constituyen. Abogado. Especialista en Derecho Procesal. Diplomado en estudios avanzados en Derecho Administrativo. Ex profesor de pregrado de la Universidad Gran Mariscal de Ayacucho. Profesor de postgrado de la Universidad Católica Andrés Bello. 1 Cfr. Tratado teórico práctico de derecho procesal civil y comercial. 2ª. ed.. Vol. I. EDIAR. Soc. Anon. Editores. Buenos Aires. 1963. p.448. 2 Cfr. Ramos, F. Derecho y proceso. Librería Bosch. Barcelona. 1978. p.115. 1 En efecto, si nos detenemos a observar el modo en el que normalmente se desarrolla un proceso jurisdiccional cualquiera, podemos apreciar que éste consiste (en su faceta meramente exterior) en una serie de actividades que son realizadas por un conjunto determinado de hombres, que colaboran entre sí, cada uno desde la particular posición que le corresponde asumir dentro del mismo (ora como juez, ora como parte actora, ora como parte demandada) atendiendo al conjunto de poderes –deberes (incardinados en cabeza del juez) de posibilidades, de cargas y de expectativas (incardinadas en cabeza de las partes), para la consecución de un objetivo común que, sólo en principio3, no es más que la obtención de una sentencia que disponga en derecho (o conforme a la equidad, cuando sea expresamente permitido por la ley) a cuál de los justiciables asiste la razón (y su posterior ejecución: de resultar esto procedente y necesario)4 y, con ello, ofrecer en concreto, de modo tangible y efectivo, la satisfacción que el ordenamiento jurídico positivo, en abstracto, ofrece para sus derechos e intereses. Denotada como ha sido la misión (el fin o el objeto) del proceso, que no es otra que dar satisfacción a los derechos e intereses jurídicamente relevantes de los justiciables5, es menester advertir, de una buena vez, que la satisfacción que ha 3 Pronto veremos que la satisfacción de los derechos e intereses de los justiciables puede ser alcanzada mediante la concesión de “garantías jurisdiccionales” de “naturaleza no decisoria”. 4 Con razón afirmaba Satta, S. que “desde que su producción es y no puede ser sino obra de algunos sujetos, el proceso se presenta exteriormente como una serie de actos llevados a cabo por esos sujetos, y ligados uno y otro por un nexo de coordinación a un fin”. Cfr. Manual de derecho procesal civil. Vol. I. Buenos Aires. EJEA. p.197. 5 Tarea ésta que implica, por supuesto, la composición de conflictos intersubjetivos de intereses cualificados por una pretensión resistida (o litigios, en términos estrictamente carneluttianos), pero que no se agota en ella pues, en el proceso, y como titular del poder jurídico de la jurisdicción, mejor dicho, como titular de la potestad jurisdiccional, el papel del Estado no se limita a fungir como un simple componedor de entuertos. En efecto, para nosotros, atendiendo básicamente a la forma en virtud de la cual se produce la “insatisfacción” de los intereses de los justiciables (porque otro se ha opuesto a la realización de una determinada prestación en provecho suyo, o bien porque estime que la previsión de la norma no le alcanza, o porque teme fundadamente que una determinada circunstancia puede infligirle un daño, o, en fin, porque aún estando incluido dentro de los límites del supuesto de hecho previsto en la norma no pueda conseguir por sí sólo el efecto que ese interés persigue) el Estado ha dispuesto que, con el objeto de procurar la satisfacción de los derechos e intereses de los justiciables, la jurisdicción pueda actuar de tres (03) maneras distintas, a saber: a) la actuación jurisdiccional de naturaleza supletoria (cuando el efecto jurídico previsto en la ley no puede alcanzarse en la práctica porque entre las partes falta en necesario acuerdo). La mejor doctrina nos enseña que cada vez que verifica en la realidad la ocurrencia de un hecho concreto que, por lo demás, es subsumible en el supuesto de hecho general y abstracto contenido en una determinada norma jurídica, se produce, de inmediato, la consecuencia jurídica que en dicha norma se prevé. Ese efecto jurídico consiste, regularmente, en la creación, modificación o extinción de una determinada relación jurídica. En este orden de ideas, sucede que, el ordenamiento jurídico ha previsto que, por una parte, en determinadas circunstancias, baste con que el justiciable designado por aquella norma jurídica como “obligado” a efectuar una determinada prestación a favor de otro justiciable (al que usualmente se denomina “derechohabiente”), amolde su conducta al precepto contenido en dicha norma, para que, en la práctica, el derechohabiente disfrute del “beneficio”, de la “prestación”, en suma, del “efecto jurídico” que la norma en abstracto le promete. 2 Empero, debe recordarse que el derecho, en tanto que gravita en el mundo del “deber ser”, es susceptible de ser incumplido o inobservado, debido a la índole de los sujetos a quienes se encuentran destinadas las normas jurídicas: los hombres, quienes (como hemos dicho ya) son seres libres y por lo tanto capaces de escoger entre la violación y la obediencia del mandato contenido en la norma. Así las cosas, cuando los preceptos concretos que nacen de las normas jurídicas no son observados voluntariamente por aquellos justiciables respecto de los cuales se han individualizado, se hace necesario que, en un segundo momento, se ponga en práctica una actividad ulterior que sirva para garantizar que, cuando el derecho no es observado voluntariamente por aquellos a los cuales el mismo, con sus preceptos individuales, se dirige y, por lo tanto, se prive al beneficiario del efecto, beneficio o prestación ordenada legislativamente, el Estado provea lo conducente a hacerlo observar con otros medios (inclusive con el uso de la fuerza) y, en consecuencia, a procurar que el beneficiario de tal efecto, beneficio o prestación la disfrute. Esta actividad ulterior no es otra que la jurisdicción. b) la actuación jurisdiccional de naturaleza necesaria (cuando el efecto previsto en la ley no puede alcanzarse en la práctica, ni siquiera con el acuerdo de las partes). Por otra parte, tenemos que, en el ordenamiento jurídico positivo existe un conjunto de normas cuyas consecuencias jurídicas resultan manifiestamente imposibles de ser disfrutadas por los justiciables en la práctica, aún estando éstos de acuerdo en que ello así suceda, en tanto que, para estos específicos casos, se ha dispuesto que, para que pueda producirse ese efecto jurídico, se verifique, por parte del órgano jurisdiccional, la ocurrencia de las circunstancias de hecho indispensables para que dicho efecto se produzca válidamente. Obsérvese bien que, desde esta perspectiva, resulta verdaderamente irrelevante que los justiciables estén de acuerdo o no pues, a fin de cuentas, el efecto (o consecuencia) prometido por la norma jurídica no habrá verificarse en la realidad sin que se produzca la providencia judicial que lo autorice expresamente. De modo que, en estos casos, el derecho o el interés del justiciable precisa para su satisfacción la actuación (o providencia) del órgano jurisdiccional. Ahora bien, en los supuestos en los cuales sea imprescindible que el Juez intervenga con el fin de proveer a la satisfacción de los derechos e intereses de los justiciables, puesto que, de lo contrario ello no sería posible, hay que distinguir, en nuestra opinión, dos (2) situaciones diversas, a saber: la primera, que los derechos e intereses de los justiciables que hayan de ser satisfechos con la actuación judicial no impliquen la formación o desarrollo de situaciones jurídicas, por una parte, y, la segunda, que los derechos e intereses de los justiciables que hayan de ser satisfechos con la actuación judicial impliquen, ciertamente, la formación y desarrollo de situaciones jurídicas; pues, sólo en esta última hipótesis, de acuerdo con lo establecido en el artículo 895 del Código de Procedimiento Civil, estaremos en presencia de lo que en doctrina se ha denominado jurisdicción voluntaria. En efecto, dispone la norma en cuestión que: “El juez, actuando en sede de jurisdicción voluntaria, interviene en la formación y desarrollo de situaciones jurídicas de conformidad con las disposiciones de la ley y del presente Código”. Así, pues, estimamos pertinente iniciar estos comentarios por el último tópico aludido. b.a) la jurisdicción tuteladora de derechos e intereses relativos a situaciones jurídicas: la denominada jurisdicción voluntaria. Jurídicamente se define a la “situación jurídica” como “el conjunto de derechos y deberes – determinados o eventuales– que el Derecho atribuye a una persona colocada en ciertas condiciones”. Cfr. Du Pasquier, C. citado por Olaso, L. Curso de introducción al derecho. Vol. II. Universidad Católica Andrés Bello. Caracas. 1994. p.240. En el mismo sentido Mouchet, C. y Zorraquín, R. Introducción al derecho. 12ª.ed.. Editorial Perrot. Buenos Aires. 2000. p.138; Torré, A. Introducción al derecho. Abeledo-Perrot. Buenos Aires. 1999. p.290; García, E. y Fernández, T. Curso de derecho administrativo. Vol. II. Editorial Civitas, S.A. Madrid. 1993. p.30. El concepto de situación jurídica implica, ciertamente, una noción más amplia y comprensiva que las de derecho subjetivo, deber y relación jurídica, habida cuenta que no sólo las abarca sino que 3 las integra en una interpretación más realista y ajustada a la vida práctica del derecho, pues esta última no percibe sólo facultades, deberes o relaciones aislados, sino todo un conjunto a la vez complejo y armónico de derechos y obligaciones que se entrecruzan y se complementan, y que muchas veces crean derechos y deberes de carácter permanente. La doctrina más calificada sostiene que las situaciones jurídicas, en determinadas ocasiones, asumen el perfil de “status” o “estado”. Con fines puramente ilustrativos diremos que el estado es: “una cualidad jurídica –por lo general permanente– que se adquiere, aún independientemente de un acto de voluntad del sujeto y del cual derivan, como consecuencia, uno o más derechos subjetivos, y también –eventualmente– deberes, para aquel que tiene tal cualidad”. Cfr. Torré, A. Introducción al derecho. Cit. p.290; Mouchet, C. y Zorraquín, R. Introducción al derecho. Cit. p.137. Así las cosas, serían situaciones jurídicas, la situación de la mujer casada, la del menor de edad, la del heredero, etc., formadas cada una de ellas por un haz de derechos y obligaciones. Se comprende, pues, que la situación jurídica, frente a la relación jurídica, hace la función de lo compuesto respecto de lo simple. En relación a esto explica Carnelutti, F. que la noción de “status” da la idea de la combinación de un conjunto de relaciones jurídicas que tienen en común un hecho constitutivo, modificativo o extintivo; en otras palabras, un conjunto de relaciones jurídicas que se unifican en su constitución, en su modificación o en su extinción. Así las cosas, sostiene el autor objeto de nuestros comentarios que el valor técnico del concepto de “status” se encuentra relacionado con la teoría del hecho jurídico, más en concreto con el análisis de aquellos hechos cuya juridicidad no se explica en el cambio de una relación simple, sino con el de un complejo de relaciones jurídicas. Cfr. Carnelutti, F. Teoría general del derecho. Editorial Revista de Derecho Privado. Madrid. 1955. pp.226 y ss. En este orden de ideas, cada vez que se precise la actuación jurisdiccional para asegurar la vigencia de derechos o intereses que impliquen la formación o desarrollo de una situación jurídica, estaremos en presencia de lo que la doctrina ha denominado, mayoritariamente sin precisión conceptual, jurisdicción voluntaria. b.b) la jurisdicción tuteladora de derechos e intereses relativos a relaciones jurídicas que no se encuentran en situación de conflicto o litigio. Contrariamente a lo que se ha dejado dicho ya, cuando se precise la actuación jurisdiccional para asegurar la vigencia de derechos e intereses de los justiciables que, antes de estar dirigidos a la formación y desarrollo de situaciones jurídicas, estén dirigidos a la creación, modificación o extinción de una concreta relación jurídica que (ni siquiera con el acuerdo de voluntades de los particulares sería posible lograr), entonces, si bien estaremos en presencia de actividad jurisdiccional, ésta no será de jurisdicción voluntaria y, por lo tanto, provisionalmente hemos considerado designarla como actividad jurisdiccional tuteladora de derechos e intereses relativos a relaciones jurídicas que no se encuentran en situación de conflicto. c) la actuación jurisdiccional de naturaleza preventiva. Que se ejercita en supuestos distintos a los señalados previamente, vale decir, en circunstancias tales que la actuación jurisdiccional no es requerida para que el efecto jurídico previsto en la ley sea disfrutado en la práctica por un determinado justiciable porque entre éste y el obligado a ejecutar una prestación en beneficio suyo falte el necesario acuerdo (o porque falte la disposición de este último para hacer cuanto le corresponde legalmente) ni mucho menos que ésta actuación jurisdiccional sea requerida para que se verifique en la práctica un determinado efecto jurídico que, ni siquiera estando de acuerdo los justiciables, podría verificarse sin la necesaria intervención del juez; sino que, por el contrario, se lleva a cabo la actuación judicial antes de que los derechos e intereses de los cuales disfrutan los justiciables (o están en condiciones de ser disfrutados por éstos) hayan sido efectivamente lesionados, esto es, ante la circunstancia de que la lesión de aquellos derechos e intereses que se encuentran efectivamente incorporados a la esfera subjetiva de los justiciables se presente como próxima, inminente o posible y, por lo tanto, sea necesario evitar su concreción. En estos casos, tal y como lo veremos en su debida oportunidad, la tutela jurisdiccional, en lugar de operar en la realidad con la finalidad de eliminar a “posteriori” el daño producido por la lesión de un derecho o de un interés, funciona a “priori”, esto es, con la finalidad de evitar el daño que podría 4 de ser ofrecida a estos derechos e intereses no puede ser una “solución cualquiera”, sino que, por el contrario, ésta ha de ser, impretermitiblemente, una “solución justa”, pues el artículo 257 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela define al proceso como “un instrumento para la realización de la justicia”: lo que no podía ser de otro modo pues, al fin y al cabo, conforme al artículo 2 del mencionado Texto Constitucional, no sólo se proclama a Venezuela como un Estado democrático y social, de derecho y de justicia sino que, además, se postula a la “justicia” como uno de los valores superiores del ordenamiento jurídico. Así las cosas, al juez, en tanto que representante del Estado en el proceso (a título de órgano encargado constitucionalmente de ejercer una de las funciones jurídicas por las cuales se manifiesta el Poder Público) y por lo tanto detentador de la potestad jurisdiccional, le ha sido encomendada la misión de conceder esa satisfacción a los derechos e intereses jurídicamente relevantes de los justiciables concediendo, a tales fines, en caso de que se encuentren satisfechos los extremos legales que lo autoricen, las correspondientes “garantías jurisdiccionales”. En efecto, el ejercicio de la función jurisdiccional en el proceso se concreta, por lo general, en la concesión al justiciable de un determinado tipo de tutela, que sólo es realizable a través del proceso6. Así, pues, siendo la jurisdicción una función jurídica que corresponde ser llevada a cabo por órganos integrantes del Poder Público del Estado (esto es, por los órganos del denominado Poder Judicial), su ejercicio se encuentra sujeto al más riguroso principio de la legalidad, tal y como se desprende del contenido de los artículos 137 y 253, primer aparte, de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. De modo que, la forma en virtud de la cual se habrá de ofrecer al justiciable la tutela jurisdiccional de sus derechos e intereses, en nuestro ordenamiento jurídico positivo, no se deja librada a la discreción del juez, sino que está establecida en la ley, la cual prevé un sistema de “garantías jurisdiccionales”7 cuya actuación sólo puede conseguirse recurriendo al órgano jurisdiccional y, por consiguiente, sólo a través del proceso. derivarse de la lesión de tal derecho o interés (de cuyo daño, de cuya lesión, de cuyo menoscabo, hemos de insistir, debe existir una amenaza todavía no realizada: si bien próxima, inminente y, por lo tanto, posible). Cfr. Calamandrei, P. Introducción al estudio sistemático de las providencias cautelares. Librería El Foro. Buenos Aires. 1996. pp.40 y 41. En el mismo sentido Palacio, L. Derecho procesal civil. Vol. VIII. Abeledo-Perrot. Buenos Aires. 1994. p.46; Berizonce, R. Tutela anticipada y definitoria. Derecho procesal civil en vísperas del siglo XXI. Temas actuales en memoria de los profesores Isidoro Eisner y Joaquín Alí Salgado. EDIAR. 1997. p.55. Cabe hablar, en estos casos, en contraposición a la “tutela sucesiva” o “represiva” (que es la hipótesis planteada en el epígrafe distinguido “a”) y a la tutela “permisiva” o “constitutiva” (que es la hipótesis planteada en el epígrafe distinguido “b”) de “tutela jurisdiccional preventiva”, en la cual, el interés en obrar surge, insistimos, no del daño o de la lesión infligida a los derechos e intereses de los justiciables, ni mucho menos de la necesidad de que se verifique en la práctica un efecto jurídico que sin la intervención del juez no podrá concretarse, sino del peligro de un daño jurídico a los derechos e intereses de un justiciable que se presenta como inminente. 6 Micheli, G. Curso de derecho procesal civil. Vol. I. Ediciones Jurídicas Europa América. Buenos Aires. 1970. p.47. 7 Aunque algunos otros las denominan como “remedios”, “tipos de sanción” o “formas de la tutela jurisdiccional”, etc. 5 Estas garantías jurisdiccionales, es necesario advertir, no constituyen algo intrínseco que forme parte del contenido de los derechos e intereses que se hacen valer en el proceso (y respecto de los cuales se pide la tutela jurisdiccional) sino que son medios, mejor dicho, instrumentos técnicos que la ley pone a disposición del justiciable para conseguir la satisfacción de su derecho o interés, cuando tal satisfacción no sea realizable de manera distinta o bien cuando la actuación del órgano jurisdiccional se hace absolutamente indispensable, por mandato de la ley, para alcanzar la generación de un determinado efecto jurídico que comporte, a la postre, la satisfacción que ese justiciable espera8. Con cargo en ello, el Estado ha diseñado un complejo conjunto de garantías jurisdiccionales que tienden a brindar la tutela específica que requieren, en la práctica, los derechos e intereses de los justiciables; cuyas garantías jurisdiccionales, en algunas ocasiones revisten carácter eminentemente decisorio y, en otros, el pronunciamiento de una específica decisión no es requerido sino, por el contrario, una actuación diversa9. Razones de tiempo y espacio nos impiden efectuar consideraciones en relación a las diversas modalidades (decisorias y no decisorias) que pueden asumir las garantías jurisdiccionales. Empero, respecto de las garantías jurisdiccionales de naturaleza decisoria, que de acuerdo con el objeto de nuestra investigación serían las que nos incumbiría tratar en esta oportunidad, diremos que éstas propenden fundamentalmente a declarar, mediante la correspondiente decisión del juez proferida sobre el mérito del asunto sometido a su consideración, la existencia o inexistencia del derecho o interés invocado a su favor por el justiciable y, en cada 8 Micheli, G. Curso de derecho procesal civil. Cit. Vol. I. p.47. Dentro de este contexto, es imperativo destacar que las garantías jurisdiccionales que se ofrecen al justiciable, en tanto que están previstas y reguladas expresamente por la ley, bien pueden designarse como “típicas”, empero, éstas tienen, en general, un ámbito de aplicación que no es rígido ni mucho menos formal, habida cuenta que su concesión no presupone el ejercicio de “acciones típicas”, como ocurría en los primitivos estadios de la evolución histórica del derecho procesal, sino del poder jurídico de la acción, entendido como poder jurídico (de naturaleza instrumental) que está dirigido a hacer actual el deber jurídico del juez de proveer en relación a la pretensión procesal que ha sido deducida, y conceder la tutela jurisdiccional que le ha sido requerida por el justiciable, en tanto que se encuentren satisfechos los extremos legalmente exigidos para ello. Cfr. Micheli, G. Curso de derecho procesal civil. Cit. Vol. I. p.47; Satta, S. Manual de derecho procesal civil. Vol. II. EJEA. Buenos Aires. 1971. p.256; Chiovenda, G. Instituciones de derecho procesal civil. Vol. I. Editorial Revista de Derecho Privado. Madrid. 1936. p.202. Debe advertirse, además, que los diversos modos de garantía jurisdiccional que son reconocidos en un determinado ordenamiento jurídico positivo, tienen un valor que no es absoluto ni mucho menos invariable, sino que, por el contrario, son históricamente mutables y, por lo tanto, contingentes, de modo que la particularidad de cada uno de estos modos de garantía jurisdiccional se refleja sobre la estructura de los diversos procedimientos que han sido regulados en la ley, con el objeto de hacer efectiva la tutela jurisdiccional de los derechos e intereses de los justiciables. Micheli, G. Curso de derecho procesal civil. Cit. Vol. I. p.48. Cfr. Calamandrei, P. Instituciones de derecho procesal civil. Vol. I. EJEA. Buenos Aires. 1973. p. 140. 9 Tal y como sería, por ejemplo, la evacuación de un determinado medio de prueba porque se tiene el temor de que, con el tiempo, éste pueda desaparecer, que se solicita al juez llevar a cabo instruyendo, a tales fines, el procedimiento denominado “retardo perjudicial” regulado en los artículos 813 y siguientes del Código de Procedimiento Civil. 6 caso, a procurar, mediante la determinación correspondiente, que éste disfrute del bien jurídico que le ha sido reconocido o concedido, en los términos y condiciones que el ordenamiento jurídico positivo tenga expresamente previsto para ello. Ahora bien, resulta que, tal y como ha sostenido Frank, J.10: “ninguna decisión es justa si está fundada sobre un acertamiento errado de los hechos” y éste es, precisamente, el asunto que nos concierne: el deber insoslayable del juez, que participa activamente en el proceso, de producir una decisión que esté soportada sobre una afirmación cierta, verdadera respecto de los hechos controvertidos, que han constituido el “tema de prueba”11 en el proceso, como requisito indispensable para que éste pueda alcanzar su fin: que no es otro que hacer justicia, y el papel que ese juez ha de asumir frente a la “determinación” de tales hechos, en un proceso civil (como el nuestro) que se encuentra informado por el “principio dispositivo”. En muy pocas palabras: se trata de precisar cuál ha de ser la posición que debe asumir el juez frente a la misión de establecer los hechos en un proceso en el cual se le ha impuesto el deber de atenerse a lo alegado y probado en los autos. Para alcanzar este cometido, es necesario, claro está, evaluar la vigencia y alcance de los principios dispositivo y de aportación de parte, evaluar, asimismo, la distinta posición de las partes y del juez en el proceso, y el análisis conjunto de las cargas de las partes y de los poderes – deberes del juez en orden a la introducción del material probatorio. A enfrentar esta misión se encuentran dirigidas las siguientes líneas. El principio dispositivo y el principio de aportación de parte: una necesaria distinción En la doctrina ha existido una marcada tendencia a confundir estos dos principios pues, tal y como nos enseña Lluch, X.12, algunos autores interpretan de un modo tan amplio el principio dispositivo, que llegan a incorporar dentro de su ámbito al principio de aportación de parte, otros tantos, en sentido opuesto, interpretan de un modo tan extenso el principio de aportación de parte que llegan a diluir el principio dispositivo y otros, con mejor tino, atribuyen al principio dispositivo la posibilidad de deducir pretensiones, defensa y excepciones (y con ellas los hechos principales sobre los cuales habrá de recaer el debate judicial) y al de aportación de parte la introducción de los “hechos secundarios” y de los “medios de prueba. 10 Cfr. Courts on trial. Myth an reality in american justice. Princeton. 1950. p.95. El tema de prueba “está constituido por aquellos hechos que es necesario probar, por ser los supuestos de las normas jurídicas cuya aplicación se discute en un determinado proceso. Lo anterior significa que la noción de tema de prueba resulta concreta, ya que no se refiere sino a los hechos que se deben investigar en cada Proceso”. Cfr. Parra, J. Manual de derecho probatorio. 16ª. ed. Librería Ediciones del Profesional LTDA. Bogotá. 2008. p.143. En el mismo sentido Devis, H. Teoría general de la prueba judicial. Vol. I. Víctor P. De Zavalía. Buenos Aires. 1981. p.186. 12 Cfr.. Reflexiones sobre la iniciativa probatoria del juez civil. En Problemas actuales de la prueba civil. J.M. Bosch Editor. Barcelona. 2005. p.74. 11 7 En fin, puesto que estimamos que la distinción de estos dos principios es posible hacerla conforme a las previsiones del ordenamiento jurídico positivo venezolano, creemos conveniente llevar a cabo una muy somera labor en este sentido pues, habiendo dado cuenta de ella, pensamos nosotros, aparecerá mejor delineada la función que a jueces y partes corresponde cumplir en el proceso en relación al tema de la aportación de los hechos sobre los cuales habrá de recaer el debate y sobre la prueba que de los mismos debe llevarse a cabo. El principio dispositivo, que según Serra, M.13 “comprende todas aquellas facultades procesales derivadas de la titularidad afirmada en el proceso de los derechos sustanciales”, está directamente vinculado con la naturaleza misma de los derechos subjetivos y a su ejercicio. Así las cosas, este principio presupone condicionar la tutela jurisdiccional y, con ella, la misma existencia del proceso, a la petición del justiciable que esté interesado en obtener aquella tutela toda vez que, deducir un derecho en sede judicial implica, sin lugar a ninguna duda, una de las muchas maneras posibles de disponer del mismo14. De manera tal pues que, junto con la mejor doctrina puede afirmarse que, el principio dispositivo comporta: a) Que la actividad jurisdiccional sólo puede iniciarse ante la petición del justiciable que requiera de la actuación jurisdiccional para obtener la satisfacción de sus derechos e intereses15: el justiciable ha de ser libre para ponderar el interés que le mueve a luchar por su derecho o a dejarlo ignorado o insatisfecho. El ordenamiento jurídico positivo, en los Estados Occidentales, parte de la consideración de que quien mejor sabe cuáles son sus verdaderos intereses es el particular y que, por lo tanto, es él quien debe decidir qué es lo mejor para los mismos. b) La determinación concreta del interés cuya satisfacción se reclama a los órganos jurisdiccionales es una facultad exclusiva de los justiciables; dicho en otros términos: la determinación del objeto del proceso corresponde a las partes, mediante la pretensión16, la defensa o la excepción esgrimidas17. c) Los órganos jurisdiccionales al satisfacer los derechos e intereses de los justiciables, mediante la sentencia, deben ser congruentes con la pretensión, la 13 Liberalización y socialización del proceso civil. Revista de Derecho Procesal Iberoamericana. N°.2 y 3. 1972. pp.520 y 521. 14 Montero. J. La prueba en el proceso civil. 2ª. ed. Civitas. Madrid. 1998. pp.275 y 276. Calamandrei, P. sostenía enfáticamente que “… no sólo el ejercicio de la acción, sino, además, la alegación de los hechos y la propuesta de los medios de prueba se consideran como la proyección en el proceso de aquel poder de disponer de la propia esfera jurídica que es la característica del derecho privado…”. Cfr. Instituciones de derecho procesal civil. Vol. I. Ediciones Jurídicas Europa América. Buenos Aires. 1973. p.405. Devis, H. Teoría general de la prueba judicial. Cit. Vol. I. p.79. 15 Vid. Artículo 11 del Código de Procedimiento Civil. Cfr. Peyrano, J. El proceso civil (principios y fundamentos). Editorial Astrea. Buenos Aires. 1978. p.56. 16 Vid. Artículo 340 del Código de Procedimiento Civil. Cfr. Peyrano, J. El proceso civil (principios y fundamentos). Cit. pp. 56 y ss. 17 Vid. Artículo 361 del Código de Procedimiento Civil. Cfr. Peyrano, J. El proceso civil (principios y fundamentos). Cit. pp. 56 y ss. 8 defensa o excepción que hayan sido deducidas18; de modo que han de pronunciarse única y exclusivamente sobre aquello que haya constituido el objeto del proceso. d) Que si las partes tienen plena disponibilidad del contenido de sus relaciones materiales y, por ende, de sus derechos subjetivos, de modo tal que son las únicas que pueden incoar la actuación jurisdiccional, es perfectamente posible, entonces, que a ellas corresponda también poner fin al proceso, sin esperar a la sentencia de mérito, a través de los denominados medios de autocomposición procesal, disponiendo, en consecuencia, tanto de los derechos materiales como de la existencia misma del proceso19. Así enunciado el principio dispositivo, es fácil advertir que éste informa a plenitud el proceso civil venezolano, en el cual se parte de la existencia de relaciones materiales privadas, de las cuales nacerían derechos subjetivos y, consecuencialmente, deberes y obligaciones. El principio de aportación de parte, que suele identificarse con el aforismo “iudex iudicare debet secundum iusta allegata et probata partium”, consiste en que la ley asigna en esencia a las partes la función de aducir y traer al proceso el material de hecho, limitando básicamente la función del juez a recibirlo, para valorarlo posteriormente, en la oportunidad procesal dispuesta a tales fines; por lo tanto, en nuestra opinión, por lo menos en una primera impresión, este principio constituye un fiel reflejo del reparto o distribución de las facultades materiales de dirección del proceso entre el juez y las partes, y, además, está referido a la relación jurídica procesal, mejor dicho, al proceso: que se caracteriza por ser de derecho público y estar regido fundamentalmente por normas imperativas y necesarias de ius cogens. Como se podrá apreciar, conforme al principio que nos ocupa, las facultades de dirección material del proceso recaerían, mayormente, sobre los hombros de las partes20, puesto que: a) Son las partes las que han de aportar los hechos al proceso, de modo que, el juez carece, por completo, de facultades en este sentido. Corresponderá al actor afirmar los hechos que constituyan la causa de pedir de su pretensión y, al propio tiempo, corresponderá al demandado afirmar los hechos constitutivos de su defensa o excepción. b) Las partes tienen la facultad de admitir como existentes los hechos alegados por la contraria, quedando de este modo fijados para el juez21: de tal suerte que 18 Vid. Artículo 243, ordinal 5°, del Código de Procedimiento Civil. Cfr. Peyrano, J. El proceso civil (principios y fundamentos). Cit. pp. 63 y ss. 19 Vid. Capítulos II y III del Título V del Libro Primero del Código de Procedimiento Civil, referidos tanto a la “la transacción y la conciliación” como al “desistimiento y el convenimiento” respectivamente. 20 Tal y como sostiene Montero. J. La prueba en el proceso civil. Cit. pp.15 y 16. 21 Vid. Artículo 397 del Código de Procedimiento Civil. 9 son las partes quienes determinan los hechos controvertidos y, por ende, constitutivos del tema de prueba en el debate judicial. c) Consecuencia de lo anterior, es que sobre las partes recae, en un doble sentido, la carga de la prueba de los hechos controvertidos: por cuanto de ellas ha de partir la iniciativa de que el proceso se abra (o se reciba) a pruebas22 así como para proponer los medios de prueba correspondientes23, por una parte, y porque sobre ellas recaerán las consecuencias que se derivarían de que los hechos alegados no llegaran a ser probados24. Ahora bien, junto con el correcto decir de Montero, J.25, es menester destacar, que mientras la necesidad de que los hechos sean aportados por las partes pertenece a la esencia misma del proceso civil, no puede decirse lo mismo en relación a su prueba pues, teóricamente, nada se opondría a que tal facultad de dirección material (relacionada con la iniciativa para probar los hechos controvertidos y para determinar los medios de prueba que deben evacuarse a tales fines) se atribuya también al juez. Por lo tanto, es dable afirmar que no existe entre estos dos principios (dispositivo y de aportación de parte) una correlación ineludible pues, tal y como sostiene Calamandrei, P.26: “… mientras para el ejercicio de la acción y para la concreta determinación del tema de la demanda todo poder de iniciativa reconocido al juez sería incompatible con la naturaleza misma del derecho privado, no se puede decir igualmente que el carácter disponible de la relación sustancial controvertida lleve necesariamente a hacer de la iniciativa de parte la elección y la puesta en práctica de los medios de prueba”. Pensamos que esto debe ser así, pues, como se proclama en la Exposición de Motivos del Código de Procedimiento Civil, el proceso, una vez que ha sido iniciado a requerimiento del justiciable interesado en obtener tutela jurisdiccional para sus derechos e intereses, ya no es, ni puede ser considerado como un asunto exclusivo de las partes contendientes “… pues al requerirse el ejercicio de la función jurisdiccional, entra en juego también el interés público en una recta y pronta administración de justicia, lo que justifica el aumento de los poderes del juez para la dirección del proceso”27. 22 Vid. Artículo 389 del Código de Procedimiento Civil. Vid. Artículo 506 del Código de Procedimiento Civil. 24 Vid. Artículo 254 del Código de Procedimiento Civil. 25 Cfr. La prueba en el proceso civil. Cit. p.16. 26 Cfr. Instituciones de derecho procesal civil. Cit. Vol. I.p.406. 27 Peyrano, J. con mucho tino enseña que “la comprobación de que la completa prescindencia del órgano jurisdiccional durante el desarrollo del proceso no siempre desemboca en una resolución justa, sumada al hecho de que el estado tiene interés en que la litis sea dirimida equitativamente, interés de rango superior al de los contradictores, motivó la multiplicación de los institutos morigeradotes de los postulados del principio dispositivo”. Cfr. Peyrano, J. El proceso civil (principios y fundamentos). Cit. p. 71. 23 10 Así, pues, presentado este esquema general que nos definen los principios dispositivo y de aportación de parte y la influencia que éstos ejercen en el proceso civil venezolano, corresponde ahora pasar revista, en sus contornos más generales, a la actividad que debe ser desempeñada por el juez para el establecimiento de los hechos en el proceso, conforme al deber de “atenerse a lo alegado y probado en autos” que, de los principios arriba mencionados, se deriva. El juez de instancia y la determinación de los hechos Ya hemos tenido la oportunidad de mencionar que, para dictar el fallo, acogiendo la pretensión procesal, el juez está en el deber de tener certeza respecto de la real ocurrencia de los hechos, puesto que la producción de las consecuencias previstas en las normas jurídicas se encuentra condicionada a la verificación de aquellos hechos que, en esas mismas normas, en calidad de presupuesto general y abstracto, se indican. De allí el adagio: narra mihi factum, dabo tibi ius28. Sin embargo, para el conocimiento de los hechos, apegándonos a las consecuencias derivadas de la influencia que los principios dispositivo y de aportación de parte ejercen en el proceso, el juez se encuentra sometido a una triple limitación, a saber: En primer lugar, debe atenerse a los hechos que han sido alegados por las partes como jurídicamente relevantes (iudex allegata decidere debet). En este sentido, se tiene que el juez se encuentra de tal modo vinculado a las alegaciones de las partes que no puede tomar en cuenta sino los hechos constitutivos de las pretensiones, defensas y excepciones que hayan sido expresamente invocados por éstas, de modo que le está vedado suplir excepciones o alegaciones de hecho, resolver cuestiones que no le hayan sido expresamente sometidas a su consideración ni, mucho menos, alterar el verdadero sentido del problema sometido a su conocimiento o plantearlo de manera diversa a la formulada por los litigantes, pues esto supondría crear una controversia distinta a la que originalmente habría sido planteada. Chiovenda, G.29, sobre este particular, ha dicho que: “no sólo el juez debe mantenerse en los límites de la demanda, sino que debe incluso abstenerse de apreciar de oficio determinados hechos, aún no implicando modificación de la demanda: secundum allegata et probata partium iudicare debet. Podemos decir, pues, que en aquello en que está prohibido a la parte apartarse de la demanda inicial, le está prohibido, con mayor razón al juez, y una divergencia tal, que en las demandas supondría para la segunda quedar libre de la excepción de cosa juzgada, ciertamente no podrá contenerla la sentencia del juez con relación al petitum”30. 28 Cfr. Chiovenda, G. Instituciones de derecho procesal civil. Cit. Vol. II. p.57. Cfr. Instituciones de derecho procesal civil. Cit. Vol. II. p.56. 30 La Sala de Casación Civil del Tribunal Supremo de Justicia, en la sentencia dictada el día 21 de septiembre de 2.000 en el juicio de carlos Ramírez López contra Aerovías Venezolanas S.A. (AVENSA) dejó dicho que: el vicio de incongruencia que constituye infracción del artículo 12 y 243 ordinal 5° del Código de Procedimiento Civil, tiene lugar cuando el sentenciador no decide todo lo 29 11 Satta, S.31, por su parte, enseña acertadamente que lo que limita el poder del juez es el principio dispositivo “por el cual la falta de deducción de un hecho implica exclusión de él en el terreno de la realidad; el juez que pusiera de manifiesto un hecho no deducido se pondría contra esta realidad, creando por su arbitrio una situación jurídica diversa de la afirmada por la parte”. En segundo lugar, el juez debe servirse, para formar su convicción respecto de la certeza de los hechos, de las pruebas aportadas por las partes (iudex secundum probata decidere debet). De modo que no puede el juez sustituir a las partes en la promoción o en la evacuación de las pruebas y debe apreciar y valorar todas aquellas pruebas que hayan sido evacuadas en el proceso, puesto que al dejar de apreciar alguna, incumplirá con el deber de atenerse a lo alegado y probado en los autos32. alegado o no decide sólo sobre lo alegado por las partes, en las oportunidades procesales señaladas para éllo: en principio, en el libelo de la demanda, en la contestación o en los informes cuando en éstos se formulen peticiones, alegatos o defensas que, aunque no aparezcan contenidas en la demanda o en su contestación, pudieran tener influencia determinante en la suerte del proceso, como serían los relacionados con la confesión ficta, la reposición de la causa y otras similares, que de acuerdo con reiterada jurisprudencia, se está en el deber de resolver en forma expresa, positiva y precisa a objeto de producir una sentencia congruente con los alegatos de hecho, formulados por las partes, en las oportunidades establecidas para ello”. Esta sentencia está disponible en http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scc/Septiembre/306-210900-RC00059.htm. Criterio éste que fue ratificado, entre otras, en la sentencia dictada el día 25 de septiembre de 2.006, en el juicio de Jacobo García Galindo contra Luís Humberto Vargas Gámez y otro. Disponible en http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scc/Septiembre/RC-00695-250906-06071.htm. 31 Cfr. Manual de derecho procesal civil. Cit. Vol. I. pp.169 y 170. 32 Vid. Artículo 509 del Código de Procedimiento Civil. Es importante destacar, sin embargo, que la Sala de Casación Civil del Tribunal Supremo de Justicia, en la sentencia dictada el día 05 de abril de 2.001, en el juicio de Eudocia Rojas contra Pacca Cumanacoa, dejó establecido que, a los fines de que prospere la denuncia en casación del “silencio de prueba”: “… Corresponderá a la Sala determinar en cada caso, la influencia del examen de la prueba en la decisión. A título de ejemplo, puede mencionarse los siguientes casos: 1.) La prueba silenciada se refiere a hechos manifiestamente impertinentes con los discutidos en el proceso, como ocurre si en el interdicto por despojo, el juez no examina la factura de compra de una nevera. 2.) El medio probatorio es ineficaz, pues no fue promovido y evacuado de conformidad con los requisitos exigidos en la ley, como sucede, cuando de las pruebas documentales promovidas por los litigantes, omite el análisis de un recibo antiquísimo que fue consignado como modelo de una cancelación, idéntica a la pretendida, el cual es emanado de un tercero ajeno al juicio y no fue ratificado. En consecuencia, se denuncia el vicio de silencio de prueba con lo cual habría que casar la sentencia de alzada para que el juez de reenvío la valore y determine que al no ser ratificada en el proceso, la misma queda desestimada, de esta manera se estaría profiriendo una nueva decisión para señalar tan evidente declaratoria. 3.) La prueba que no fue analizada se refiere a hechos que resultaron establecidos por el juez, con base en otra prueba que por disposición legal tiene mayor eficacia probatoria, como ocurre si en un juicio por reivindicación el juez hubiese silenciado un documento privado, y si hubiese valorado un documento público ambas referidas a la propiedad del inmueble, pues en ningún caso el primero podría enervar la fuerza probatoria del segundo; y, 4.) La prueba silenciada es manifiestamente ilegal, pues la ley dispone que los hechos no pueden ser establecidos por un determinado medio de prueba; por ejemplo, el artículo 1.387 del Código Civil, prevé que no es admisible la prueba de testigo para probar la existencia de una convención 12 Finalmente, en tercer lugar, el poder de decisión del juez se encuentra vinculado a aquellos alegatos y pruebas que aparecen o constan formal y expresamente en el expediente judicial (quod non est in actis non est in mundo)33. Todas estas limitaciones del poder de decisión del juez en relación a los hechos, se encuentran contenidas en el artículo 12 del Código de Procedimiento Civil que ordena a los jueces “atenerse a lo alegado y probado en los autos, sin sacar elementos de convicción fuera de éstos, ni suplir excepciones o argumentos de hecho no alegados ni probados”34. Precisado lo anterior, tenemos que en la labor concerniente al establecimiento de los hechos35 el juez debe atenerse a lo siguiente: celebrada con el fin de establecer una obligación o de extinguirla, cuando el valor del objeto excede de dos mil bolívares (Bs.2.000,oo). 5) Los casos en los cuales se promueve una prueba sin indicar el objeto de la misma, lo cual impide al contrario cumplir el mandato del artículo 397 del Código de Procedimiento Civil, y al juez acatar lo previsto en el 398 eiusdem. En los casos mencionados, existe una razón de derecho que impide el examen de la prueba, lo cual pone de manifiesto su ineficacia probatoria y, por ende, la imposibilidad de influir de forma determinante en el dispositivo del fallo. Por último, es oportuno señalar que si el juez valora la prueba y le otorga un valor probatorio que no le corresponde por ley, no existe silencio de prueba, pues el juez si se pronuncia sobre el medio incorporado al proceso, lo que existe es un error de juzgamiento, por haber infringido el juez una regla de valoración de la prueba, que es otra de las modalidades previstas en el artículo 320 del Código de Procedimiento Civil…”. Esta sentencia está disponible en http:// www. tsj. gov. ve/ decisiones/scc/Abril/RC-0062-050401-99889.htm. 33 Vid. Artículo 25 del Código de Procedimiento Civil. 34 En inmejorables términos lo ha dejado establecido la Sala de Casación Civil del Tribunal Supremo de Justicia, en la sentencia dictada el día 18 de enero de 2.006, en el juicio de Florinda Valero Briceño contra Pro Vivienda Unexpo, al efectuar algunas consideraciones en relación al principio dispositivo que informa al proceso: “…Respecto a algunas consideraciones sobre el referido principio (dispositivo) el autor VÉSCOVI Enrique, en su obra Teoría General del Proceso, Editorial Temis Librería, Bogotá, 1984, pp. 52, señala que: “La mejor forma de analizar el principio dispositivo es la de considerar diversos subprincipios que lo componen y que, en cada caso, se oponen al sistema inquisitivo. (...OMISSIS...) El objeto del proceso (thema decidendum) lo fijan las partes, y es dentro de esos límites que el juez debe decidir. Hasta las pruebas son aquellas que las partes soliciten. Si el tribunal dispone alguna, para mejor proveer, lo será respecto de los hechos que las partes han invocado. En consecuencia, el tribunal deberá fallar de conformidad con lo alegado y probado por las partes (secundum allegata e probata). Él no conoce otros hechos fuera de los que las partes invocan, ni otras pruebas que las que éstas presentan. Su sentencia debe fijarse dentro de los límites de las pretensiones deducidas por el actor y aquello que reconoce o controvierte el demandado; si va más allá, será ultra petita o extra petita (según resuelva más de lo pedido o fuera de lo pedido) y esto no es admisible en el proceso dispositivo. Este principio es el llamado de congruencia de las sentencias, y de acuerdo con él, el tribunal debe resolver todo lo que las partes piden, pero no más; en otra palabras, conforme (congruente) a lo solicitado por las partes...”. 35 Establecer un hecho, nos dice la mejor doctrina, “es constatar su existencia, la labor del juez civil consiste en verificar si los hechos alegados por las partes, sobre los cuales se sustenta la pretensión o excepción, quedaron demostrados”. 13 Debe considerar establecidos, sin necesidad de prueba respecto de ellos, los hechos que, habiendo sido debidamente alegados por las partes, tengan la calidad de notorios, hayan sido admitidos por la parte a quien perjudiquen (o sea, hayan sido confesados) o respecto de los cuales exista acuerdo entre las partes. Respecto de aquellos que no hayan quedado establecidos de este modo, el juez deberá atenerse al resultado de las pruebas. Para determinar cuál sea ese resultado, el juez debe efectuar una triple operación, a saber: 1) debe revisar que se hayan satisfecho las exigencias que imponen las reglas relativas al establecimiento de las pruebas, vale decir: debe verificar que se hayan satisfecho los requisitos indispensables para que se garanticen los derechos de los justiciables en cuanto concierne a la promoción y evacuación de las pruebas; 2) debe interpretar las pruebas, es decir, debe determinar cuál sea el significado de lo declarado por la parte, por el testigo o por el experto o lo que aparece del texto de un documento, etc. y 3) debe valorar las pruebas, o sea, determinar si los datos revelados a través de la práctica de los diversos medios de prueba han de considerarse ciertos o no36. Es perfectamente posible que, como resultado de estas operaciones, hayan quedado establecidos hechos que no sean inmediatamente relevantes para fundar la consecuencia jurídica perseguida por las partes, pero que, sin embargo, puedan servir de base para la determinación de aquellos hechos que sí resulten inmediatamente relevantes, bien sea mediante la elaboración de una presunción judicial, bien sea mediante la aplicación de una presunción legal relativa o iuris tantum. En definitiva, unos hechos habrán quedado determinados y otros no y ello habrá de repercutir en las posibilidades de aplicación de las diversas normas favorables a cada una de las partes, constituyendo el punto de partida de la decisión de acuerdo con las reglas de la carga de la prueba37. Por tanto, establecer los hechos, generalmente consiste en determinar si los que fueron alegados quedaron fijados en la fase probatoria, con determinadas características propias”. Cfr. Abreu, A. y Mejía, L. La casación civil. Editorial Jurídica Alva, S.R.L. Caracas. 2005. p.471. 36 Calamandrei, P. La génesis lógica de la sentencia civil. En Revista Critica di Scienze Sociale. Pádova. 1930. pp. 12 y ss. Furno, C. sostiene que “el juez debe conocer el supuesto de hecho dado mediante una reconstrucción histórica de los elementos particulares que han concurrido a formarlo”. Cfr. Teoría de la prueba legal. Revista de Derecho Privado. Madrid. 1954. p.25. En la búsqueda de la verdad, nos dice Couture, E., “el juez actúa como un verdadero historiador. El magistrado es el historiador de los hechos que han dado origen al juicio. Su método es análogo y son también análogos sus resultados. Pero la asimilación del juez al historiador no será nunca completa, conforme se tenga en cuenta que la prueba en el juicio civil es, como se ha recordado, un modo de verificación y no una investigación de verdad. El juez no conoce más verdad que la que las partes le han comunicado, lo que no está en el expediente no está en el mundo, salvo las excepciones especialmente consentidas; etc...”. Cfr. Fundamentos del Derecho Procesal Civil. 3ª. ed.. Ediciones De Palma. Buenos Aires. 1981. p.282. 37 La jurisprudencia española, nos dice Montero, J. ha entendido que la doctrina de la carga de la prueba tiene como función principal señalar las consecuencias que se derivarían de la falta de prueba de un determinado hecho. En efecto, señala expresamente el autor objeto de nuestros 14 De las excepciones al deber del juez de atenerse a lo alegado y probado en autos No obstante que los principios dispositivo y de aportación de parte informan el proceso civil venezolano, el artículo 2 del Texto Fundamental de la República consagra a la justicia como un valor superior del ordenamiento jurídico y de la actuación de los órganos del Poder Público, el artículo 26 eiusdem reconoce a la “tutela judicial efectiva” como un derecho fundamental de todos los ciudadanos y el artículo 257 ibidem proclama al proceso como un instrumento para la realización de la justicia. De este cuadro normativo se desprende que, en todo proceso, aunque se deduzcan derechos subjetivos de los particulares de progenie eminentemente privada, se requiere que se produzca una sentencia que resulte ser esencialmente “justa”, y para que ello sea así, se precisa que la decisión que se contenga en la misma esté adecuada a cómo ocurrieron los hechos en la realidad38. Es por ello que, en los actuales momentos, más que nunca, se justifica que el ordenamiento jurídico positivo imponga al juez tener por norte de sus actos la verdad, y se le conmine a que procure conocerla dentro de los límites de su oficio39, tal y como efectivamente lo hace el artículo 12 del Código de Procedimiento Civil. comentarios que: “En el momento de dictar sentencia el juez ha de preguntarse, cuando una afirmación de hecho no ha sido probada, a cuál de las partes perjudicará esa circunstancia y, por ese camino, cuál debió probarla”. Cfr. La prueba en el proceso civil. Cit. p. 58. En nuestro país, la jurisprudencia, al analizar el artículo 1.354 del Código Civil ha dejado establecido, entre otras, en la sentencia dictada por la Sala de Casación Civil del Tribunal Supremo de Justicia el día 30 de noviembre de 2.000, en el juicio de Seguros La Paz, C.A. contra Banco Provincial de Venezuela, Saica, que: “… el artículo en comento se limita a regular la distribución de la carga de la prueba, esto es, determina a quien corresponde suministrar la prueba de los hechos en que se fundamente la acción o la excepción, de allí que incumbe al actor probar los hechos constitutivos, es decir, aquellos que crean o generan un derecho a su favor y se traslada la carga de la prueba al demandado con relación a los hechos extintivos, modificativos e impeditivos, ya que éste puede encontrarse en el caso de afirmar hechos que vienen a modificar los del actor, a extinguir sus efectos jurídicos o a ser un impedimento cuando menos dilatorio para la exigencia de los efectos”. Esta sentencia está disponible en http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scc/noviembre/389-301100rc00261.htm. Este criterio ha sido reiterado, entre otras, en la sentencia dictada por la Sala de casación Civil el día 12 de abril de 2.005, en el juicio de Banco Provincial S.A., Banco Universal contra Omar`S Trading Company S.A., y otro (disponible en http:// www. tsj. gov. ve/ decisiones/scc/abril/rc-00105-120405-04905.htm.) y en la sentencia dictada el día 3 de junio de 2.009 en el juicio de Rafael Martínez León contra Yolanda Peña De Angulo (que está disponible en http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scc/junio/rc.00305-3609-2009-08-449.html) 38 Parra, J. Manual de derecho probatorio. Cit.. p.159. Morello, A. La prueba. Tendencias modernas. Librería Editora Platense – Abeledo-Perrot. La Plata – Buenos Aires. 2001. p.41. De la Rúa, J. La facultad del art. 429. I,II y III Lec y la preclusión probatoria. En Problemas actuales de la prueba civil. J.M. Bosch Editor. Barcelona.2005. p.257. 39 Si se observa la literatura jurídica sobre las pruebas en los distintos ordenamientos jurídicos positivos, es habitual encontrase con la proclamación de que el proceso está dirigido hacia la determinación de la verdad de los hechos. Nosotros somos partidarios de esta tesis pues creemos que tanto desde el punto de vista teórico, como del ideológico y del práctico existe la posibilidad real de alcanzar la verdad de los hechos en el proceso. Para todo lo relacionado con este tema consúltese Taruffo, M. La prueba de los hechos. 2ª. ed. Editorial Trotta. Madrid. 2005. pp. 56 y ss. 15 Se impone, pues, un salto cualitativo del juez en la esfera del proceso civil, que le obligue a dejar esa actitud pasiva (o de libertad negativa, como también se le designa) puesto que obrar de ese modo implica incumplir con lo que es uno de sus mayores deberes: acceder, dentro de los límites de su oficio, ejerciendo efectivamente sus poderes - deberes en materia probatoria, a la verdad (sin adjetivos), sin cuya verdad puesta de manifiesto se reduciría a la sentencia a una mera solución formal, aparente, desde todo punto de vista inadecuada y axiológicamente disvaliosa, puesto que no estaría conforme con los fines constitucionalmente impuestos a la jurisdicción: que no es otro que hacer justicia. Precisamente por ello, y porque se ha hecho conciencia respecto de que la voluntad de las partes ejercida sin controles de ninguna especie podría dar vida, casi sin límites, a acuerdos probatorios tales que, incluso, podrían vincular al juez a poner como base de la sentencia hechos que de ninguna forma han ocurrido o que son imposibles40, se ha previsto la posibilidad (si bien excepcional) de que el juez se aparte de lo alegado y probado en autos, con el objeto de procurarse un adecuado conocimiento de los hechos controvertidos y, a partir de allí, producir una decisión que esté adecuada a cómo ocurrieron los hechos en la realidad, puesto que no es posible aplicar las normas jurídicas de un modo justo y convincente en un caso concreto si no es a partir de la verdad de los hechos que lo constituyen; dicho de otro modo: si no es posible establecer si se ha verificado realmente el supuesto fáctico abstractamente calificado en una norma jurídica cualquiera, quedará igualmente incierto que esa norma jurídica haya sido actuada o aplicada adecuada o correctamente. Así, pues, tal y como se anuncia en el epígrafe, en nuestro ordenamiento jurídico positivo, las limitaciones que son impuestas al juez a la hora de decidir encuentran merecidas excepciones, que serán analizadas muy someramente a continuación. a) Las máximas de experiencia. En efecto, las limitaciones que impone la ley al juez, de atenerse a la hora de decidir a lo alegado y probado en autos, encuentran una excepción en el primer aparte del artículo 12 del Código de Procedimiento Civil, que permite a aquel fundar su decisión en los conocimientos de hecho que se encuentran comprendidos en la experiencia común, o máximas de experiencia. Se trata, como se sabe, de la doctrina del saber privado del juez que, a partir de la obra “El Conocimiento Privado del Juez” de Stein, F.41, ha puesto de manifiesto la trascendencia que tienen en la labor decisoria del juez las máximas de experiencia, que según Stein, F.42 pueden ser entendidas como: “definiciones o juicios hipotéticos de contenido general, desligados de los hechos concretos que se juzgan en el proceso, procedentes de la experiencia, pero independientes de los casos particulares de cuya 40 Capeletti, M. El proceso civil en el derecho comparado. Las grandes tendencias evolutivas. EJEA. Buenos Aires. 1973. pp.47 y ss. 41 El conocimiento privado del juez. Editorial Temis, S.A. Bogotá. 1999. 42 Cfr. El conocimiento privado del juez. Cit. p.27. 16 observación se han inducido y que, por encima de esos casos, pretenden tener validez para otros nuevos”. Couture, E.43, por su parte, las define como: “El conjunto de conclusiones empíricas fundadas sobre la observación de lo que ocurre habitualmente y susceptible de adquirir validez general para justipreciar las pruebas producidas en un proceso”. La Sala de Casación Civil del Tribunal Supremo de Justicia, entre otras, en la sentencia dictada el día 11 agosto de 2.000, en el juicio de Humberto Contreras Morales contra Jorge Joaquin Ribeiro Bertao44, en relación a las máximas de experiencia ha dejado dicho que: “…Conforme a la doctrina de la Sala, las máximas de experiencia son conocimientos normativos que pertenecen a la conciencia de un determinado grupo de personas, espacio o ambiente; en fin, son definiciones o juicios hipotéticos de contenido general desligados de los hechos concretos que se juzgan en el proceso, procedentes de la experiencia, pero independientes de los casos posteriores de cuya observación se han incluido y que, por encima de esos casos, pretendan tener validez para otros nuevos.”. La exposición de Motivos del Código de Procedimiento Civil, justifica la introducción de esta disposición del artículo 12 eiusdem: “a fin de no colocar al juez de espaldas a la realidad y a los conocimientos que le son dados por la ciencia y por la experiencia y pueda fundar su decisión en los conocimientos de hecho que se encuentran comprendidos en la experiencia común”. Ahora bien, deben comprenderse como características de las máximas de experiencia las siguientes: a’) son conocimiento o saber privado del juez, lo que quiere decir, pues, que no le vienen dadas al juez oficialmente como resultado de las pruebas producidas en el proceso en el cual conoce, sino adquiridas de cualquier otro modo, ya por su propia experiencia, por la observación de lo que ocurre generalmente en la vida en casos semejantes, o bien si la máxima le ha sido comunicada ya elaborada por peritos u otras personas. Lo relevante en esta diferenciación entre el conocimiento privado y el conocimiento oficial del juez radica en lo que concierne al modo de procurarse ese conocimiento45: respecto del conocimiento privado, el juez es completamente libre de procurárselo, ya por propia experiencia, ya acudiendo a la ciencia o a la técnica en cualquiera de sus fuentes, o bien recurriendo a peritos, 43 Cfr. Vocabulario Jurídico. Ediciones Depalma. Buenos Aires. 1997. p. 402. Disponible en http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scc/agosto/r.c.%20304%20110800%2000011.htm. Este criterio ha sido ratificado, entre otras, en la sentencia dictada el día 07 de octubre de 2.009, en el juicio de Eduardo y Gustavo Alberto Sánchez Romero contra Melba Cristina Cárdenas viuda de Sánchez y otros (que está disponible en http:// www. tsj. gov. ve/ decisiones/ scc/ octubre /rc.00260-71009-2009-09-260.html). 45 Stein, F. El conocimiento privado del juez. Cit. p.91. 44 17 mientras que, por lo que corresponde al conocimiento oficial, debe el juez atenerse a lo probado en los autos, por los medios legalmente establecidos para ello, y nada más. b’) las máximas de experiencia no son hechos concretos o hechos relevantes para el proceso previstos en hipótesis en una norma general, sino reglas, juicios hipotéticos o lógicos, máximas generales, extraídas de la experiencia 46, más no por ello hechos capaces de configurar la quaestio facti. Por eso se les ha denominado también premisas mayores fácticas en las cuales deben subsumirse los hechos relevantes del proceso, para la construcción o calificación del hecho específico concreto, supuesto en abstracto por la norma general. Por ello afirma Calamandrei, P. que las máximas de experiencia pueden tener una función importante, tanto en el ámbito de la quaestio facti (cuestión de hecho) como en el de la quaestio iuris (cuestión de derecho). De ellas puede servirse el juez en diversos momentos de la génesis de su sentencia: “Ellas pueden servirle para valorar los resultados de las pruebas o para interpretar el significado de una declaración de voluntad emitida por las partes, con eficacia restringida al ámbito de la quaestio facti; o bien pueden ser adoptadas por el juez como medio para interpretar el significado técnico de ciertas expresiones de la ley o para establecer mejor las relaciones que se dan entre la ley y el hecho, y en este caso entran en el ámbito de la quaestio iuris”. c’) por su naturaleza de juicio hipotético o lógico, de regla o máxima general a la cual se llega por inducción, partiendo de la experiencia, la máxima de experiencia no requiere ser probada. Lo que es decisivo es si el juez conoce la máxima o no, lo que resulta irrelevante el modo por el cual llegó a su conocimiento47. Ahora bien, ¿deben ser alegadas por las partes las máximas de experiencia para que deban ser tomadas en cuenta por el juez?. Dado que las máximas de experiencia no constituyen nunca hechos relevantes engendradores de derecho y, por lo tanto, no se integran a la premisa menor del silogismo judicial, tenemos que no deben ser necesariamente alegadas por las partes y, por ende, tampoco son objeto de prueba en el proceso 48. Ahora bien, alegada por una parte la existencia de una máxima de experiencia, la cual sin embargo no es probada, ¿tiene el juez el deber de ignorarla si no la conoce? o, por el contrario, ¿debe el juez investigarla o acudir a la prueba pericial?. Al respecto, Stein, F. sostiene que: “ya que el juez tiene un derecho de inquisición en todos los sentidos respecto de las máximas de experiencia, se deduce de ello la fuerte presunción de que también le corresponde en este ámbito la investigación de 46 Stein, F. El conocimiento privado del juez. Cit. pp.59 y ss. Stein, F. El conocimiento privado del juez. Cit. p.27. 48 Arazi, R. La prueba en el proceso civil. Ediciones La Rocca. Buenos Aires. 1991. pp. 50 y ss. 47 18 oficio de la verdad; lo contrario sería incompatible con la facultad expresamente reconocida de aplicar su propio saber”. Esta afirmación resulta perfectamente aplicable a nuestro ordenamiento jurídico positivo, pues el artículo 12 del Código de Procedimiento Civil faculta al juez no sólo para hacer uso de las máximas de experiencia, sino que, además, la norma en cuestión le impone el deber de “tener por norte de sus actos las verdad que procurarán conocer en los límites de su oficio”. d’) las máximas de experiencia son controlables en casación. En efecto, el artículo 313, ordinal 2º, del Código de Procedimiento Civil somete las máximas de experiencia al control de casación, en cuanto tienen carácter de juicios abstractos y generales. Cuando el error del juez se produce en la máxima de experiencia a la cual remite una norma contentiva de un concepto indeterminado, la regla de experiencia se integra y se hace parte de la norma misma por la subsunción de la máxima en la norma, de tal modo que la violación de la máxima de experiencia constituye una verdadera violación de ley. Así las cosas, la violación o mal gobierno de la máxima de experiencia constituye un error in iudicando, que puede ser objeto de control en casación por violación de ley o por falsa aplicación de ley, en los siguientes casos: d’.a’.) cuando la máxima de experiencia es utilizada por el juez para integrar la norma jurídica que contiene un concepto indeterminado. En este caso el error consiste en que el juez desnaturaliza el sentido de la máxima de experiencia o desconoce su significado, en cuyo supuesto, el juzgador, aun reconociendo la existencia y validez de la máxima de experiencia (y la norma a la cual ella se integra que, por lo demás, es la apropiada a la solución del caso concreto), yerra en su alcance general y abstracto, haciéndose derivar de ella consecuencias que no resultan de su contenido. La Sala de Casación Civil ha dicho que el error de interpretación puede ocurrir tanto en lo que se refiere a la hipótesis abstractamente prevista en la norma como en la determinación de sus consecuencias reales. d’.b’.) cuando la máxima de experiencia es utilizada por el juez en la conclusión y yerra en la determinación de los caracteres específicos del hecho concreto que subsume en la norma, motivo por el cual aplica entonces la norma a un hecho no regulado en ella49. 49 Con relación al control en casación de la violación de las máximas de experiencia, la Sala de Casación Civil del Tribunal Supremo de Justicia en sentencia dictada el 09 de agosto de 2.006, en el juicio de Cristina Parada Mendoza y Evelio Corzo Samoano contra Alberto Leopoldo Pierini Bonaiuto49, dejó establecido lo siguiente: “De acuerdo con el artículo 12 del Código de Procedimiento Civil el juez “puede fundar su decisión en los conocimientos de hecho que se encuentren comprendidos en la experiencia común o máximas de experiencia”; y de conformidad con lo previsto en el artículo 23 eiusdem, “Cuando la ley dice “El Juez o Tribunal puede o podrá”, se entiende que lo autoriza para obrar según su prudente arbitrio consultando lo más equitativo o racional, en obsequio de la justicia y de la imparcialidad”. De lo antes expuesto se infiere que por mandato de la ley los jueces pueden, según su prudente arbitrio, fundar su decisión en las llamadas máximas de experiencia; y de allí se deduce que 19 Concretándonos en el tema que nos ocupa, y siguiendo de cerca lo que nos enseñan Stein, F. y Calamandrei, P., puede afirmarse que, en el proceso, las máximas de experiencia constituyen unas herramientas extraordinarias que pueden ser utilizadas por el juez: a’’) para valorar los medios de prueba: por ejemplo, para juzgar si un testigo sujeto a especiales condiciones (de edad, de salud, etc.) pudo o no apreciar un determinado hecho que ocurrió a cien metros (100 mts.) de distancia del sitio en el cual éste afirma que se encontraba; cuando el juez no basa su decisión en ellas, mal puede infringirlas, criterio que ha sido sostenido hasta el momento por esta Máxima Jurisdicción, como se evidencia de la jurisprudencia transcrita precedentemente. Ahora bien, aun cuando la decisión del juzgador no esté fundamentada o apuntalada en una máxima de experiencia, puede suceder que en su sentencia éste emita pronunciamientos o criterios que estén reñidos con elementales máximas de experiencia, situación en la cual éstas se estarían violando por omisión, al dar por cierto el juzgador un criterio contrario al conocimiento común, lo que denota una conducta que debe ser impugnable o controlable por la Sala. De manera que, desde la fecha en que se publique la presente decisión, la violación de las máximas de experiencia se configurará en los casos siguientes: a) cuando el juez base su decisión en una máxima de experiencia y la viole o infrinja; y, b) cuando el juez no aplique en su decisión una máxima de experiencia y, sin embargo, emite pronunciamientos o criterios que están reñidos con ella, todo lo cual se traduce en que el quebrantamiento de las máximas de experiencia se puede producir por acción u por omisión, respectivamente. De lo antes expuesto se colige, que el juez continúa facultado por la ley para fundar su decisión en máximas de experiencia, según su prudente arbitrio, sólo que cuando no las aplique en su decisión éste deberá abstenerse de emitir pronunciamientos o criterios que las contraríen, so pena de incurrir en violación por omisión de máxima de experiencia, con la consiguiente infracción de lo contemplado en el artículo 12 del Código de Procedimiento Civil. Sobre la determinación de la imposibilidad de un hecho, que corresponde a una de las funciones de las máximas de experiencia, autorizada doctrina ha señalado lo siguiente: “...Una tercera e independiente función de las máximas de la experiencia, que por un lado todavía se refiere al derecho probatorio y por otro pertenece al enjuiciamiento del supuesto de hecho material, es la determinación de la imposibilidad de un hecho... …omissis… La imposibilidad en el sentido del proceso y en el de la prueba histórica procesal no tiene nada que ver con la imposibilidad lógica: no se trata de la contradicción conceptual de unos enunciados, sino de la exclusión apriorística de la realidad de unos hechos o, más precisamente, de la verdad de unos juicios narrativos. Esta exclusión no es, como yo mismo creía antes, lo contrario de lo notorio, es decir, de lo conocido universalmente como verdadero. Estaba mal pensado: en este caso, lo opuesto es, más bien, lo conocido universalmente como falso, lo notoriamente falso, el hecho notorio negativo, algo semejante a la afirmación de que no existe ferrocarril entre Leipzig y Berlín. En cambio, imposible es todo hecho que, bien absolutamente, bien bajo circunstancias dadas, no puede ser verdadero, porque su verdad entraría en contradicción con una máxima de la experiencia reputada como cierta. En este sentido, hay que hablar de imposibilidad absoluta... (Omissis).” (Stein, Friedrich. El Conocimiento Privado del Juez. Editorial Temis, Bogotá- Colombia, 1988, págs. 47-48). Afirmaciones del Juez que contraríen una máxima de experiencia, no pueden pasar inadvertidas al control de la Sala de Casación Civil. Por tal motivo, la Sala reconsidera su doctrina y establece, como antes se expresó, que a partir de la publicación del presente fallo una máxima de experiencia puede ser violada, bien sea por acción u omisión, dependiendo de las circunstancias del caso. Así se decide…”. 20 b’’) para que se puedan indicar los hechos que están fuera del proceso, por medio de otros (lo que se conoce como indicios) a los cuales se refiere Stein, F. del modo siguiente: “Los indicios son hechos, es decir, acontecimientos o circunstancias, a partir de los cuales y por medio de la experiencia, se puede concluir en otros hechos que están fuera del proceso y constituyen el objeto de la prueba”; c’’) para la determinar de si un hecho es imposible. Efectivamente, tal y como Stein, F. nos indica, una “… independiente función de las máximas de la experiencia, que por un lado todavía se refiere al derecho probatorio y por otro pertenece al enjuiciamiento del supuesto del hecho material, es la determinación de la imposibilidad de un hecho”; y d’’) para la formación de la sentencia, sirviendo para interpretar el significado de una declaración de voluntad emitida por las partes, con eficacia restringida al ámbito de la quaestio facti; o bien para interpretar el significado técnico de ciertas expresiones de la ley o para establecer mejor las relaciones que se dan entre la ley y el hecho, y en este caso entran en el ámbito de la quaestio iuris. b) Los hechos notorios Por lo que respecta a los hechos notorios, hemos de indicar, siguiendo a Stein, F.50 que: “existe notoriedad fuera del proceso, cuando los hechos son tan generalmente percibidos o son divulgados sin refutación con una generalidad tal, que un hombre razonable y con experiencia de la vida puede declararse tan convencidos de ellos como el juez en el proceso con base en la práctica de las pruebas”. Couture, E.51 sostiene que “pueden considerarse hechos notorios, aquellos que entran naturalmente en el conocimiento, en la cultura o en la información normal de los individuos, con relación a un lugar o a un círculo social y a un momento determinado en el momento en que ocurre la decisión”. En nuestro país, Escobar, R.52 entiende por hecho notorio “aquel que forma parte del conocimiento común de una pluralidad de sujetos de instrucción media, en el lugar y en el tiempo en los cuales se toma la decisión y que, por estar dotado de certeza, está exento de prueba”. Antes de continuar hemos de precisar, siguiendo a Fenech53, que la notoriedad no es el hecho mismo, ni forma parte de éste, ni es un requisito esencial para su 50 Cfr. El conocimiento privado del juez. Cit. p.177. Cfr. Fundamentos del derecho procesal civil. Cit. p.235. El mismo Stein, F. ha dicho que lo notorio no es más que una peculiaridad de un hecho. Cfr. El conocimiento privado del juez. Cit. p. 172. 52 Cfr. Los hechos notorios, las máximas de experiencia y las reglas de la sana crítica. En Estudios de derecho procesal civil. Libro homenaje a Humberto Cuenca. Colección Libros Homenaje. Nº.6. Tribunal Supremo de Justicia. Fernando Parra Aranguren Editor. Caracas. 2002. p.331. 53 Cfr. Derecho procesal penal. Vol. I. Editorial Labor. Barcelona. 1960. p.599. 51 21 existencia, sino algo distinto y separado del hecho, que se produce en el entendimiento de las personas que lo han presenciado o que posteriormente lo llegan a conocer, debido a la divulgación que del mismo se hubiere efectuado; de modo que, aunque ocurran dos hechos semejantes uno puede llegar a adquirir notoriedad y el otro no. Con cargo en lo que se acaba de decir, cabe destacar que de dos maneras distintas se convierte un hecho en notorio, a saber: por la forma como el hecho ha ocurrido y por el modo en virtud del cual aquel hecho ocurrido se ha divulgado. Así las cosas, en primer lugar (atendiendo a la forma como el hecho ha ocurrido), es perfectamente posible que un hecho, al ocurrir o acontecer, sea percibido por muchos hombres y mujeres (un terremoto, una inundación, la elección del presidente, el referendo revocatorio); sin embargo, en la mayoría de los casos, el hecho es percibido por un pequeño grupo de personas al momento de acontecer y, posteriormente, se hace notorio gracias a su divulgación; de modo tal pues que en estos casos es la transmisión la que engendra la notoriedad, ya mediante la publicación oficial, la ciencia histórica o los periódicos (o la prensa en general); pero, debe advertirse que, en atención a la posibilidad de errores en tales publicaciones, algunos autores exigen “que la transmisión sea incontrovertible” 54. Ahora bien, en términos bien generales, la doctrina55 llega al concepto de notoriedad por exclusión, así, pues: a’) se enseña que notoriedad no es conocimiento general, puesto que un hecho puede ser notorio sin ser conocido por todos; b’) la notoriedad no supone conocimiento absoluto, pues basta la posibilidad de verificar la existencia del hecho acudiendo a una sencilla información; c’) notorio no quiere decir conocimiento efectivo, habida cuenta que no se requiere la percepción directa del hecho, basta su difusión en el medio respectivo, la pacífica certidumbre; d’) notorio no abarca el conocimiento por todos los hombres de un mismo país o de un mismo lugar. De cuanto se ha dicho puede concluirse, pues, que existe notoriedad suficiente para eximir de prueba un determinado hecho cuando, en el medio social donde éste haya ocurrido, y en el momento de su apreciación por parte del juez, sea conocido generalmente por las personas de cultura media en la rama del saber humano al cual corresponda, siempre y cuando el juez conozca esa general o especial divulgación de la ocurrencia de tal hecho, en forma tal que no le deje dudas sobre su existencia (presente o pasada), mediante sus conocimientos previos o la investigación privada que sobre el particular hubiere efectuado56. Ahora bien, conviene señalar que los hechos notorios son específicos sucesos que han de ser establecidos en el proceso, en tanto que éstos constituyen el presupuesto indispensable para la aplicación de las consecuencias jurídicas que, de las normas, se derivan para el caso concreto, precisamente por ello, siguiendo 54 Stein, F. El conocimiento privado del juez. Cit. p.173. Couture, E. Fundamentos del derecho procesal civil. Cit. pp.233 y 234; Devis, H. Teoría general de la prueba judicial. Cit. Vol. I. pp.229 y ss. 56 Devis, H. Teoría general de la prueba judicial. Cit. Vol. I. p.230. 55 22 la nomenclatura generalmente utilizada, se afirma que tales hechos aparecen en el proceso como premisas menores del silogismo en que consiste la sentencia; a diferencia de las máximas de experiencia que, por ser reglas generales extraídas de la experiencia, aparecen en las premisas mayores generales no jurídicas denominadas también “premisas mayores fácticas”. Y si bien las máximas de experiencia (lo mismo que los hechos notorios) constituyen una excepción a la regla de que el juez no debe utilizar en el proceso su conocimiento privado y tienen en común la notoriedad, porque ambas figuras entran en la cultura normal propia de un determinado círculo social en el tiempo en que se dicta la decisión, esto no las convierte en un fenómeno único, en ambos casos, sólo tiene trascendencia en cuanto es tomada en cuenta por la ley para eximir a unos y otros de la prueba correspondiente. b.a) Algunas cuestiones sobre el hecho notorio, el hecho notorio comunicacional y el hecho notorio judicial. El hecho notorio comunicacional había sido concebido por Kisch57, como un hecho conocido por todos, o por un gran círculo de personas, con seguridad, por ser generalmente perceptible, histórico o por ser difundido por medios suficientemente acreditados, como la noticia de sucesos diarios, dada coincidentemente por los periódicos. La Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, en sentencia dictada el 15 de marzo de 2.000, en el juicio de Oscar Silva58, ha entendido que: “… El hecho publicitario o comunicacional no es un hecho notorio en el sentido clásico, ya que puede no incorporarse como permanente en la cultura del grupo social; sin embargo, su publicidad lo hace conocido como cierto en un momento dado por un gran sector del conglomerado, incluyendo al juez; y desde este ángulo se puede afirmar que forma parte durante épocas, de la cultura, así luego desaparezca, ya que su importancia o trascendencia era relativa, y tenía importancia sólo en un espacio y tiempo limitado y a veces breve…”. Escobar, R.59 sostiene que, al revisar la decisión de la Sala Constitucional que estamos comentando, se observa que “el hecho notorio comunicacional es aquel hecho que llega a ser conocido por la publicidad que del mismo hacen los medios de comunicación”, de modo que, agregamos nosotros, ninguna diferencia ostensible podría hallarse entre esta noción y la del “hecho notorio clásico” pues, 57 Citado por Bello, H. Tratado de derecho probatorio. Vol. I. Livrosca. Caracas. 2002. p.76. Disponible en http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scon/Marzo/98-150300-0146.htm. Este criterio ha sido ratificado, entre otras, por la sala de Casación Civil del Tribunal Supremo de Justicia el día 07 de noviembre de 2.003, en el juicio de Gloria Lizarraga de Capriles contra Luís Pérez Mena y otros (disponible en http:// www. tsj. gov. ve/ decisiones/ scc/Noviembre/RC-00675-07110302106%20.htm) y por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia en la sentencia dictada el día 16 de marzo de 2.009 en el juicio de Laritza Marcano Gómez http:// www. tsj. gov. ve/decisiones/scon/marzo/210-16309-2009-09-0014.html. 59 Cfr. Los hechos notorios, las máximas de experiencia y las reglas de la sana crítica. Cit. p.360. 58 23 al fin y al cabo, según se ha dejado dicho ya, una de las formas en virtud de las cuales un hecho llega a hacerse notorio es, precisamente, debido a su divulgación: que bien podría llegar a verificarse por la prensa escrita, por la radio, por la televisión, etc. Adviértase, no obstante, que la Sala Constitucional pretende darle al hecho notorio comunicacional una naturaleza distinta a la del hecho notorio general (o clásico), argumentando que aquel podría no incorporarse como permanente en la cultura del grupo social; sin embargo, para que un hecho sea notorio no se requiere de tanto pues, si bien éste puede ser permanente o transitorio, lo verdaderamente importante es que las personas de mediana cultura y el juez lo conozcan60. Por lo tanto, coincidimos con Escobar, R.61 en que “en realidad el denominado hecho notorio comunicacional no es otra cosa que el hecho notorio que ha adquirido tal categoría gracias a la publicidad que le han dado los medios de comunicación”. Sostiene la Sala Constitucional que en virtud de que todos conocen o pueden conocer lo mismo respecto de los hechos publicitarios, mal puede hablarse de que, en estos casos, se trate de un conocimiento personal del juez incontrolable para las partes y que, por lo tanto, la prohibición del artículo 12 del Código de Procedimiento Civil, con su sentido protector de las partes, no opera en este tipo de hechos, producto de los tiempos actuales y del desarrollo de la comunicación. Asimismo, se ha dejado dicho en la sentencia objeto de nuestros comentarios que no todo hecho que haya sido objeto de divulgación publicitaria (por prensa, por radio, por televisión, etc.) puede ser catalogado como un “hecho notorio comunicacional” sino que, por el contrario, éste tiene determinados caracteres, a saber: a’) se trata de un hecho, no de una opinión o un testimonio, sino de un evento reseñado por el medio como noticia; b’) su difusión es simultanea por varios medios de comunicación social escritos, audiovisuales o radiales, lo cual puede venir acompañado de imágenes; c’) es necesario que el hecho no resulte sujeto a rectificaciones, a dudas sobre su existencia, a presunciones sobre la falsedad del mismo, que surjan de los mismos medios que lo comunican, o de otros, y es lo que esta Sala ha llamado antes la consolidación del hecho, lo cual ocurre en un tiempo prudencialmente calculado por el juez, a raíz de su comunicación; y d’) que los hechos sean contemporáneos para la fecha del juicio o de la sentencia que los tomará en cuenta. De modo que, para que el juez pueda acoger y fijar en el fallo un hecho como notorio comunicacional, debe constatar que éste reúna las condiciones antes mencionadas, en tanto que la concurrencia de éstas será lo que permita al “hecho comunicacional” considerarse “notorio”. 60 Cfr. Devis, H. Teoría general de la prueba judicial. Cit. Vol. I. pp. 229; Parra, J. Manual de derecho probatorio. Cit. p.144; Escobar, R. Los hechos notorios, las máximas de experiencia y las reglas de la sana crítica. Cit. p.334. 61 Cfr. Los hechos notorios, las máximas de experiencia y las reglas de la sana crítica. Cit. p.360. 24 Por notoriedad judicial se quiere indicar, nos dice Micheli, G.62, “aquella particular notoriedad de hechos, que están en conocimiento del juez en cuanto tal, esto es, hechos que atañen al desarrollo de la actividad jurisdiccional del juez mismo”. Rosenberg, L.63 por su parte, estima que los hechos notorios judiciales son aquellos conocidos por el juez como institución, no solamente como autoridad de fallo, sino por su actividad oficial; sea por los procesos penales o civiles anteriores y ejecuciones, sea por actos de jurisdicción voluntaria o de administración de justicia. Stein, F.64 al respecto, sostiene que la notoriedad judicial está referida a aquellos hechos que el juez conoce en su carácter de juez, por lo que resulta absolutamente indiferente que tales hechos sean conocidos o no por otras personas fuera del Tribunal. En nuestro país65, se ha admitido que la noción de notoriedad judicial está referida a esos hechos que el juez conoce con ocasión al ejercicio de la actividad jurisdiccional; que tales hechos no pertenecen a su saber privado, puesto que él no los adquiere como particular, sino como juez, actuando dentro de la esfera de sus funciones y que, por lo tanto, ha de resultar indiferente que tales hechos sean conocidos o no por otras personas fuera del Tribunal, incluso, de los justiciables partes de la relación procesal. En efecto, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia en la sentencia dictada el 24 de marzo de 2.000, en el juicio de José Gustavo Di Mase 66, definió la notoriedad judicial en los siguientes términos: 62 La carga de la prueba. Temis. Bogotá. 1989. p. 106. En el mismo sentido, Muñoz, L. Fundamentos de prueba judicial civil. J.M. Bosch Editor. Barcelona. 2001. pp.132 y ss. 63 Cfr. Tratado de derecho procesal civil. Vol. II. Ara Editores. Lima. 2007. p.232. 64 Cfr. El conocimiento privado del juez. Cit. pp.183 y ss. 65 Cfr. Bello, H. Tratado de derecho probatorio. Cit. Vol. I. p.83. 66 Disponible en http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scon/Marzo/150-240300-0130.htm. Este criterio ha sido ratificado por la misma Sala Constitucional en la sentencia dictada el 05 de mayo de 2.005 en el juicio de Eduardo A. Pabuence, dejó establecido lo que seguidamente se transcribe: “advierte esta Sala que por remisión expresa del artículo 48 de la Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos y Garantías Constitucionales, resultan de aplicación supletoria las disposiciones y principios consagrados en el Código de Procedimiento Civil, en diversos procedimientos judiciales, como en el caso de marras, siempre y cuando su contenido no sea contrario a los principios de celeridad y brevedad que rigen en materia de amparo constitucional. En tal sentido, debe citarse lo dispuesto en el artículo 12 del mencionado Código, el cual dispone: “Los jueces tendrán por norte de sus actos la verdad, que procurarán conocer en los límites de su oficio. En sus decisiones, el Juez debe atenerse a las normas del derecho a menos que la Ley lo faculte para decidir con arreglo a la equidad. Debe atenerse a lo alegado y probado en autos, sin poder sacar elementos, ni suplir excepciones o argumentos de hecho no alegados ni probados. El juez puede fundar su decisión en los conocimientos de hecho que se encuentren comprendidos en la experiencia común o máximas de experiencia (...)”. (Negrillas de esta Sala). En atención a la disposición mencionada y conforme al principio dispositivo, el Juez no puede suplir argumentos de las partes que no hayan sido alegados, promovidos, ni evacuados en el expediente judicial, salvo en resguardo del orden público o las buenas costumbres (Vid. Artículo 11 del Código 25 “La notoriedad judicial consiste en aquellos hechos conocidos por el juez en ejercicio de sus funciones, hechos que no pertenecen a su saber privado, ya que él no los adquiere como particular, sino como juez dentro de la esfera de sus funciones. Es por ello que, los jueces normalmente hacen citas de la de Procedimiento Civil), la lealtad y probidad procesal (Vid. Artículo 17 eiusdem), así como la supremacía constitucional (Vid. Artículo 7 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela), por lo que en salvaguarda de los derechos, principios y garantías constitucionales puede actuar de oficio dado sus poderes inquisitivos en materia de amparo, siempre y cuando esa actividad no vulnere a su vez el derecho a la igualdad, a la defensa y al debido proceso de las partes. En estos supuestos de actuaciones de oficio, es donde tiene acogida la notoriedad judicial, la cual consiste en aquellos conocimientos que tiene el Juzgador por el mismo ejercicio de sus funciones, hechos los cuales no forman parte de su conocimiento privado, sino que pueden ser incorporados al proceso por formar parte del ejercicio del núcleo de sus funciones. En resguardo de una eficaz administración de justicia, cercana a la realidad por parte de los órganos jurisdiccionales, es como se concibió la esencia del premencionado artículo 12 del Código de Procedimientos Civil, el cual concede a éstos la posibilidad de incorporar y complementar los fallos judiciales, con fundamento en el conocimiento de diversas decisiones que se produzcan en el marco de determinados casos dentro del desarrollo de su actividad jurisdiccional, en aras de salvaguardar y propugnar un correcto mantenimiento del Estado de Derecho y de Justicia y en la búsqueda de la verdad jurídica. (Vid. Sentencia de la Sala Político Administrativa de la extinta Corte Suprema de Justicia del 29 de noviembre de 1990, caso: “Cristopher Anthony Robinson”). Así pues, interesa destacar el espíritu del legislador cuando dispuso en la Exposición de Motivos del Código de Procedimiento Civil que: “(...) el juez puede fundar su decisión en los conocimientos de hechos que se encuentran comprendidos en la experiencia común, principio éste de un alto valor dogmático y práctico, que conduce a una mejor administración de justicia”. (Negrillas de esta Sala). Al efecto se observa, que al igual que nuestro Derecho Continental, se fundamenta en una correcta resolución de los casos, complementando los mismos con decisiones judiciales precedentemente decididas y que forman parte del conocimiento del Juez que puede incorporarlas aun cuando no hayan sido invocadas por las partes, en aras de garantizar una tutela judicial efectiva, y así evitar posibles contradicciones entre las decisiones que se dicten. En este mismo sentido, resulta relevante destacar lo dispuesto respecto de la notoriedad judicial por esta Sala en decisión N° 150 del 24 de marzo de 2000, caso: “José Gustavo Di Mase", en la cual se dispuso: (…) En consecuencia, del fallo precitado se observa que la notoriedad judicial no es un precedente aislado o una norma excepcional que permite su aplicación, sino que por el contrario, se transmuta en un deber del Juez de atender a los fallos judiciales emitidos en su Tribunal para así evitar posibles contradicciones en las decisiones de casos similares. No obstante lo anterior, se observa que la notoriedad judicial pareciera encontrarse circunscrita al conocimiento que pueda tener el Juzgador en su propio Tribunal, sin embargo se observa que lo mismo no es completamente una regla legal tasada, carente de excepción alguna, ya que mediante la consagración del artículo 335 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, todo Juez debe atender a las sentencias vinculantes que sean emanadas de esta Sala. Asimismo, se observa que en aras de uniformar la jurisprudencia, si el mismo tiene conocimiento de una decisión emanada de un órgano jurisdiccional dentro de su ámbito de competencias, por medio de la página web del Tribunal Supremo de Justicia, el cual ha sido concebido como un medio auxiliar de divulgación de la actividad jurisdiccional de este Tribunal (Vid. Sentencia de esta Sala N° 982 del 6 de junio de 2001, caso: “José Vicente Arenas Cáceres”), o por cualquier otro mecanismo de divulgación (Vgr. Copias fotostáticas), éste – Juzgador- puede traer a colación el referido precedente al caso concreto, aun de oficio. …”. Disponible en http:// www. tsj. gov. ve/ decisiones/ scon/ Mayo/724-050505-05-0070.htm. 26 doctrina contenida en la jurisprudencia, sin necesidad de traer a los autos copias (aún simples) de las sentencias, bastando para ello citar sus datos. Suele decirse que como esos aportes jurisprudenciales no responden a cuestiones fácticas, ellos no forman parte del mundo de la prueba, lo que es cierto, y por lo tanto, no se hace necesario consignar en el mundo del expediente, copia del fallo invocado. Sin embargo, si bien es cierto que la observación anterior es válida, no es menos cierto que varias leyes de la República permiten al juez fijar hechos con base a decisiones judiciales que no cursan en autos, y a veces en ellos no constan. Así, los artículos 105 y 115 de la Ley Orgánica de la Corte Suprema de Justicia autorizan al Juzgado de Sustanciación a no admitir demandas si existiese cosa juzgada sobre lo que pretende la demanda. Como tal conocimiento es anterior al auto de admisión de la demanda, ya que en él se plasma no admitiendo, el mismo se adquiere fuera de autos y no prevé la citada ley que se deje constancia en el expediente, o en el auto, de la fuente del conocimiento del fallo firme. Esta fuente, tratándose de sentencias judiciales que contienen la cosa juzgada, no pueden ser producto sino de la notoriedad judicial que adquiere el tribunal sobre esos fallos. Igual situación prevé el numeral 8 del artículo 6 de la Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos y Garantías Constitucionales, cuando como causal de inadmisibilidad de la acción de amparo señala la existencia previa de otro amparo con el mismo objeto. Sólo la notoriedad judicial permite al juez de amparo, de oficio, inadmitir la acción por existir pendiente otro proceso de amparo. En los casos señalados, el tribunal no admite cuando aún no hay una parte demandada, por lo que es el Tribunal quien aporta su saber sobre la existencia del otro u otros procesos de amparo, y fija tal hecho debido a su conocimiento proveniente de la función judicial. Las normas citadas demuestran que en Venezuela funciona la notoriedad judicial, y ella –que atiende a una realidad- no puede quedar circunscrita a los casos expresamente contemplados en la ley, ya que atiende a una situación más general, cual es que el juez, por su cargo, conoce de una serie de hechos que tienen lugar en el tribunal donde presta su magisterio, y que le permiten conocer qué juicios cursan en su tribunal, cuáles sentencias se han dictado, y cuál es su contenido; identificar a los abogados que representan a las partes y otros hechos semejantes. La situación es aún más clara cuando los fallos tienen efectos erga omnes, y el juez debido a esos efectos, sí conoce la decisión, se ve en lo personal atado al contenido de la determinación judicial. Son las sentencias del proceso penal de ese carácter. Si el juez del amparo tiene iniciativas probatorias y además, por notoriedad judicial conoce hechos típicos de la función judicial, no hay ninguna razón para qué en materia de amparo no haga uso de la notoriedad judicial, incluso, debido a la naturaleza notoria del conocimiento, sin necesidad de consignar en autos la fuente de su saber, bastando identificarla. 27 Si el juez de amparo, puede de oficio, no admitir la acción porque conozca la existencia de otra acción de amparo relacionada con los mismos hechos (numeral 8 del artículo 6 de la Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos y Garantías Constitucionales), de lo cual deja constancia, sin necesidad de producir en autos los recaudos, no hay ninguna razón, ni lógica ni técnica, que le impida aportar a los autos con los mismos fines (inadmisión de la demanda) su conocimiento sobre un fallo que incide en la admisibilidad de la acción. Es más, si sobre esa sentencia existe algún dato en el escrito de amparo, lo que la hace conocido por el accionante, no hace falta consignarla en autos…”. Devis, H.67, en una interesante posición, que nosotros compartimos, entiende que no es conveniente aplicar la noción de notoriedad judicial como algo diferente de la notoriedad general y que, en consecuencia, la notoriedad judicial debe ser aceptada sólo como una modalidad de la notoriedad general o clásica (como la hemos denominado nosotros en este trabajo), vale decir, cuando reúna los requisitos de divulgación y certidumbre que para esta última se exigen, lo cual ocurrirá si esos hechos o antecedentes judiciales son conocidos no sólo por el juez de la causa en el desempeño de sus funciones, sino por los abogados, jueces y demás personas vinculadas al foro en cada lugar, de modo tal que en ese medio no pueda haber duda razonable sobre su existencia. De otra manera, sostiene el autor objeto de nuestros comentarios68 que, al asumir una noción de notoriedad judicial como la que se ha bosquejado, sería: “… difícil distinguirla del conocimiento privado del juez que (…) no puede servir de fundamento a su decisión, sin que desconozca el derecho de defensa y el principio de la contradicción, puesto que si tales hechos no son conocidos por las partes o sus apoderados, éstos no dispondrán de oportunidad para discutirlos y para probar en contrario…”. b.b.) La consideración de si un hecho es notorio (o no) depende única y exclusivamente del juez que conoce de la causa. Puesto que el principio general sobre el cual se fundamenta la exención de efectuar prueba de los hechos notorios se encuentra en los brocardos “notorium non egent probatione” (lo notorio no necesita prueba) y “non potest ignorari quod publice notum est” (no puede ser ignorado lo que públicamente es notorio), se ha discutido que los hechos notorios precisen ser alegados por las partes69. Sin embargo, la mejor doctrina70 nos enseña que la notoriedad de un hecho (máxime 67 Devis, H. Teoría general de la prueba judicial. Cit. Vol. I. pp. 232 y 233. Devis, H. Teoría general de la prueba judicial. Cit. Vol. I. pp. 232 y 233. 69 En efecto, Rosenberg, L. sostiene que “el Tribunal puede y debe tener en cuenta hechos evidentes también cuando ninguna de las partes los ha invocado o cuando su afirmación fuese inadmisible en la instancia de revisión”. Cfr. Tratado de derecho procesal civil. Cit. Vol. II. p.232. 70 Sentis, S. La prueba. EJEA. Buenos Aires. 1979. p.137; Arazi, R. La prueba en el proceso civil. Cit. pp. 50 y ss.; Muñoz, L. Fundamentos de prueba judicial civil. Cit. pp.132 y ss. Escobar, R. Los hechos notorios, las máximas de experiencia y las reglas de la sana crítica. Cit. p.333. 68 28 si es determinante de la pretensión procesal) no dispensa a las partes de la carga de su afirmación; sólo las libera de la carga de hacer prueba de él. Tradicionalmente, la Casación71 venezolana había estimado que: “el hecho notorio, si bien es cierto que está libre de carga de prueba, sin embargo, el mismo debe ser alegado por las partes, ya sea, en el libelo de la demanda, o en el escrito de reconvención o en alguna otra oportunidad del proceso, de modo, pues, que el mismo forme parte de los elementos de hecho que circunscriben el problema judicial a debatir. Entendemos así que el hecho notorio no puede ser traído al proceso de oficio por el sentenciador, sino que debe necesariamente ser traído al proceso por las partes. Así, el hecho notorio de la inflación podrá ser objeto de tipificación por el sentenciador y, seguidamente, objeto de subsunción, a la norma jurídica o fáctica que trate sobre ella”. Empero, recientemente72, se ha establecido el criterio de acuerdo con el cual, el juez que tiene conocimiento del hecho notorio: “debe utilizarlo como parte del material de los hechos del juicio, sin que exista necesidad de que las partes lo aleguen y menos que lo demuestren”. Nosotros no estamos de acuerdo con esta posición, pues, por una parte, tal y como hemos visto ya, en un proceso informado por el principio dispositivo, la alegación de los hechos determinantes de las pretensiones, defensas y excepciones habrá de corresponder siempre a los justiciables pues, al fin y al cabo, el principio dispositivo no es más que la proyección en el campo procesal de la autonomía de la voluntad (de los particulares) en los límites señalados por la ley73. Por otra parte, como bien observa Calamandrei, P., no existe un deber del juez de conocer de oficio los hechos notorios y de tenerlos en cuenta aun sin que las partes se lo sugieran74, sino la expresión de una facultad que se reconoce al juez, solamente en cuanto a la categoría de los hechos que se denominan notorios, de sustraerse a la prohibición de juzgar “secundum suma scientiam” que sí se impone en cuanto a las demás categorías de hechos. En otras palabras, no existe al lado de la máxima “iura novit curia” otra paralela “notoria novit curia”75. Para Stein, F. semejante obligación resulta por completo inimaginable si se piensa en la variabilidad que tienen los límites de la notoriedad según el lugar, tiempo y las circunstancias ambientales. El mencionado deber de conocer los hechos forma parte de esos restos inconscientes de la teoría de la prueba legal que no se daba 71 Cfr. Sentencia dictada por la Sala de Casación Civil de la Corte Suprema de Justicia el día 03 de agosto de 1.994, en el juicio de Banco Exterior. En Pierre, O. Jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia. Vol. 8-9. Caracas. 1994. pp.363 y ss. 72 Cfr. Sentencia dictada por la Sala de Casación Civil del Tribunal Supremo de Justicia el día 07 de noviembre de 2003, en el juicio de Venezolana Internacional de Aviación C.A. (VIASA). Disponible en http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scc/Noviembre/RC-00654-071103-01487.htm. 73 Peirano, J. El proceso civil. Editorial Astrea. Buenos Aires. 1978. pp.55 y ss. 74 En contra de esta posición, Allorio, E. Observaciones sobre el hecho notorio. En Problemas de derecho procesal. Vol. II. EJEA. Buenos Aires. 1963. pp. 399 y 400. 75 Arazi, R. La prueba en el proceso civil. Cit. pp. 50 y ss. 29 por satisfecha permitiendo que el resultado de la prueba dependiera de la personalidad del juez. Dicha teoría intenta introducir, por medio de rodeos, una regla negativa de pruebas. En todo caso, lo que sí debe destacarse es que la consideración de si un hecho es notorio (o no) depende única y exclusivamente del juez que conoce de la causa, lo que implica que el justiciable (litigante) que produce la afirmación de tal hecho (catalogándolo como notorio) queda sujeto al criterio que, en la sentencia definitiva, sea consignado por el juez76; de manera tal pues que conviene, ciertamente, tomar algunas precauciones y no asumir el riesgo de desdeñar hacer prueba del mismo (tanto cuando del mismo depende la resolución de la cuestión fáctica como cuando de él fuese posible desprender algún indicio de respetable valía para construir alguna presunción77). Otro tanto debe decirse en relación a la negación que de tal hecho (notorio) hubiera efectuado el demandado en la contestación de la demanda. En principio, tal negación no elimina la posibilidad de abstenerse el demandante (en este caso quien efectuó su alegación) de hacer prueba del mismo, toda vez que, como ha quedado dicho ya, la valoración de la notoriedad de los hechos depende única y exclusivamente del juez; sin embargo, en estos casos, la parte dispensada no sólo queda a merced de lo que finalmente determine el juzgador, sino que, además, habrá precluido fatalmente para ella toda posibilidad de prueba78. Sentís, S. sostiene que “establecido el carácter notorio del hecho, la prueba queda eliminada, realizándose la fijación fáctica mediante o en virtud del conocimiento que el juez tiene de esa notoriedad”. Cfr. La prueba. Los grandes temas del derecho probatorio. EJEA. Buenos Aires. 1979. p.131. 77 Muñoz, L. Fundamentos de prueba judicial civil. Cit. pp.132 y ss. 78 Muñoz, L. Fundamentos de prueba judicial civil. Cit. pp.132 y ss. En relación al tema que ahora nos ocupa, interesa señalar que la Sala de Casación Civil, en sentencia dictada el 07 de noviembre de 2.003 en el juicio de Carlos Luis Lugo Borges y Marisamil Coromoto Itanare Lugo contra Corporación Dialvar C.A., dejó establecido: “Desde la época de los romanos se ha venido aceptando que el hecho notorio no requiere pruebas; de ahí las máximas latinas “si factum est notorium, non eget testium depositionibus declari”; “notoria no egent probatione”. El artículo 506 del Código de Procedimiento Civil consagra el viejo principio romano, al señalar: “Los hechos notorios no son objeto de pruebas”. Así, el hecho notorio es aquel cuyo conocimiento forma parte de la cultura normal y propia de un determinado grupo social, y por tanto, el juez que tiene conocimiento de él debe utilizarlo como parte del material de los hechos del juicio, sin que exista necesidad de que las partes lo aleguen y menos que lo demuestren. Ahora bien, el hecho notorio no es una prueba, sino un hecho que debe ser incorporado por el juez al cuadro fáctico, sin exigir su demostración en juicio. Por ello, si se califica erróneamente o se desconoce su notoriedad, a pesar de haber sido alegado, no se viola el principio de exhaustividad probatoria, ni se comete el vicio de silencio de pruebas, sino que se infringe una norma de establecimiento de los hechos, distinta del artículo 509 del Código de Procedimiento Civil: la prevista en el 506 eiusdem, que establece que los hechos notorios están exentos de prueba, del cual, en modo alguno puede derivarse una obligación para los jueces de valorar, como ocurre con las pruebas, el hecho notorio alegado, y de expresar tal valoración en la sentencia como pretende el formalizante, pues del referido artículo simplemente se infiere la obligación de eximirlo de prueba e incorporarlo al cuadro fáctico, una vez constatada su notoriedad. 76 30 c) La iniciativa probatoria del Juez Civil No cabe la menor duda de que la autonomía de la voluntad individual se ha debilitado progresivamente por el intervencionismo cada vez mayor del Estado en todos los órdenes de la vida, y ello no ha dejado de influir ostensiblemente en el campo del proceso79, de modo que, ha sido absolutamente necesario fijar un nuevo orden de límites entre los poderes del juez y los poderes de las partes dentro del proceso civil80. Límites éstos que, reconociendo el carácter público que tiene la función jurisdiccional, sin embargo, respeten la libertad individual de los justiciables sobre la relación jurídico privada deducida. Así, pues, tenemos que, en el proceso, en realidad, se impone al juez la obligación de resolver “secundum allegata partium”, como límite verdaderamente insalvable de la declaración de certeza judicial que habrá de contenerse en la sentencia, empero, en relación al “probata partium”, es un hecho incuestionable el que se tienda a disminuir su importancia al otorgar al juez el poder de encontrar por sí mismo los medios más idóneos para alcanzar la certeza sobre los hechos controvertidos, toda vez que carece de toda lógica que se prive al juez de la facultad de decidir cuándo el proceso está necesitado de prueba y qué medios probatorios son los más adecuados, si la prueba tiene por objeto, principalmente, convencer a aquél de la realidad de una afirmación de hecho efectuada por los justiciables81. Tal y como lo señala Devis, H.82: El deber del juez de señalar en su sentencia las razones por las cuales considera que un determinado hecho es o no notorio, se desprende de la obligación contenida en el artículo 243 ordinal 4º del Código de Procedimiento Civil, según el cual toda sentencia debe contener los motivos de hecho y de derecho de la decisión, y su omisión acarrea la nulidad del fallo, por contener el vicio de inmotivación, de conformidad con el artículo 244 eiusdem; denuncia que sólo podría ser analizada por la Sala en el marco de un recurso por defecto de actividad. En cambio, si lo que se alega es que un determinado hecho está exento de prueba por ser notorio, y el tribunal no resuelve tal alegato, el vicio de forma cometido por el juzgador es el de incongruencia negativa, por incumplimiento del deber establecido en el ordinal 5º del artículo 243 del Código de Procedimiento Civil, de dictar decisión expresa positiva y precisa con arreglo a la pretensión deducida y a las excepciones o defensas opuestas”. Disponible en http:// www. tsj. gov. ve/decisiones/scc/noviembre/rc-00653-071103-01646.htm. 79 Cordón. En torno a los poderes de dirección del juez civil. Revista de Derecho Privado. Nº.9. pp. 809 y ss. 80 Montero, J., Ortells, M. y Gómez, J. nos enseñan que “el fenómeno que viene denominándose <<publicización del proceso>> ha puesto de manifiesto que éste, aunque en él se discuta de intereses privados, es un instrumento por el que se ejerce una función pública en cuyo mejor resultado está interesado el Estado tanto como las partes. Si la potestad jurisdiccional es de carácter público y el juez representa esa potestad del Estado, el problema consiste en cómo compatibilizarla con la autonomía de la voluntad de las partes y la relación jurídico material privada que se lleva al proceso. Es un problema de límites…”. Cfr. Derecho jurisdiccional. 2ª. ed.. Vol. I. José María Bosch Editor, S.A. Barcelona. 1991. p.512. 81 Ríos, Y. La función directiva del juez en la determinación de la certeza de los hechos. En Aspectos prácticos de la Prueba Civil. J. M. Bosch, Editor. Barcelona. 2006. pp. 133 y 134. 82 Cfr. Teoría general de la prueba judicial. Cit. Vol. I. pp.81 y 82. 31 “Refutado el viejo concepto privatista del proceso civil, caen por su base los argumentos de quienes desean mantener maniatado al juez ante el debate probatorio. Porque si hay un interés público en que el resultado del proceso sea justo y legal, el Estado debe dotar al Juez de poderes para investigar la verdad de los hechos que las partes afirman en oposición, y nadie puede alegar un derecho a ocultar la verdad o a engañar al juez con pruebas aparentes u omisiones de otras; la imparcialidad del funcionario consiste en aplicar la ley al dictar la sentencia, sin que en su criterio pesen otras razones que sus conocimientos jurídicos y a las conclusiones a que llegue después del examen de los hechos y las pruebas”. En este orden de ideas, tenemos que, en nuestro ordenamiento jurídico positivo, el artículo 12 del Código de Procedimiento Civil estatuye a la verdad como el norte de los actos del juez y, al propio tiempo, le impone a éste el deber de alcanzarla dentro de los límites de su oficio. A tales fines, los artículos 401 y 514 del Código de Procedimiento Civil83, otorgan al Juez poderes probatorios concretos, que han de ser utilizados por éste con el objeto de verificar las afirmaciones controvertidas entre las partes, pues el juez, en tanto que sujeto procesal y, por lo tanto, involucrado con su actuación en la necesaria colaboración que ha de brindarse para alcanzar los fines del proceso, no puede ser indiferente ante tales afirmaciones, no sólo porque su sentencia no puede ser injusta, como resultado de una falsedad, sino porque la sentencia debe ser la expresión genuina de la verdad (sin cortapisas ni adjetivos de ninguna especie). Precisamente por ello es que la actividad probatoria no ha sido consagrada como exclusiva de las partes, y se ha dispuesto como una obligación del juez, en tanto que director del proceso y en cumplimiento su función de administrar justicia, comprobar los alegatos de aquellas, haciendo uso de su facultad de ordenar la evacuación de determinadas pruebas84. Como se ve, las normas antes mencionadas confieren al juez una importante potestad probatoria que puede ser ejercida de oficio, para la práctica de diligencias que propendan, por encima de cualquier otra cosa, a la búsqueda de la verdad en el asunto sometido a su conocimiento, y de esa manera cumplir con la obligación de impartir justicia como valor esencial del proceso consagrado en el artículo 257 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Esta potestad, que duda cabe, lleva consigo el deber del juez de no ser un mero espectador en el proceso, sino su conductor, mejor dicho, su director y, en razón de ello, está habilitado para ejercer prudencialmente tal facultad probatoria de oficio (y de manera discrecional), en los términos establecidos por la ley, sin que pueda 83 Así como también lo hace el artículo 15 del Decreto con Fuerza de Ley del Procedimiento Marítimo, el artículo 21, décimo cuarto aparte, de la Ley Orgánica del Tribunal Supremo de Justicia, el artículo 202 de la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario y el artículo 71 de la Ley Orgánica Procesal del Trabajo. 84 Cfr. Sentencia dictada por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia el día 13 de diciembre de 2.005, en el juicio de Carlos Julio Ramírez Sánchez. Disponible en http:// www. tsj. gov. ve/decisiones/scon/diciembre/4585-131205-04-3304%20.htm. Duque, R. Apuntaciones sobre el procedimiento civil ordinario. Vol. I. Ediciones Fundación Projusticia. Caracas. 2000. p.41. 32 obligársele a proveer en alguna forma, respecto del uso de tal potestad, cuando alguna de las partes así lo requiera, pues no se trata de pruebas que éstas puedan promover ex tempore, ni de defensas que ellas puedan utilizar, sino de actos privativos y discrecionales del juez, que le permitan esclarecer, verificar o ampliar por sí mismo determinados hechos relevantes de la litis, que considere necesarios para la formación de su convicción, a los fines de poder emitir una decisión justa85. No cabe duda de que un juicio de insuficiencia probatoria, como el que le permiten hacer al juez las disposiciones contenidas en los artículos 401 y 514 del Código de Procedimiento Civil, puede ser un recurso extraordinariamente positivo en aras de asegurar una recta, adecuada y sana administración de justicia, cuando éste se encuentra en manos de un juez bien formado y además prudente, que, con la responsabilidad debida, estudia las alegaciones de los justiciables, fija los hechos controvertidos, depura la admisión de los medios de prueba y presencia y dirige los actos de evacuación de los mismos. Sin embargo, ese mismo juicio de insuficiencia puede resultar absolutamente pernicioso (por decir lo menos) en manos de un juez despreocupado, pasivo, indiferente o incapaz, que desconoce las alegaciones de las partes, prescinde de determinados hechos controvertidos o que los da por probados sin estarlo86. Para explicar mejor la esencia de lo que se pretende dejar dicho, nos valdremos de un símil de la medicina 87: este juicio de insuficiencia constituye, ciertamente, un delicado bisturí que requiere para su empleo que el cirujano esté dotado de específicas destrezas, de modo tal que pueda ser utilizado con la precisión que requieren sus presupuestos básicos, sus límites y sus garantías. Y exige también un templado debate doctrinal que, fundado en la confianza en los jueces (que ha de ser merecida por éstos con cargo en lo que ha sido el resultado objetivo de su actuación, y no confianza declarada, como si de un salto al vacío se tratara), tienda a estimular no sólo su rigor intelectual sino su disposición en el actuar, para que, sin hacerse dueño del proceso en la búsqueda de la verdad, haga uso debido de los poderes probatorios que le han sido conferidos para conducir la actividad procesal hacia su consecución, para que en las sentencias se pueda armonizar el valor justicia (que, como hemos dicho, sólo puede alcanzarse si ésta es expresión genuina de la verdad) reconocido en el artículo 2 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela como un valor superior del ordenamiento jurídico positivo venezolano y por el artículo 257 de ese Texto Constitucional como el fin último del proceso, con el valor seguridad jurídica que, en nuestro ordenamiento jurídico positivo, tiene progenie constitucional88. 85 Cfr. Sentencia dictada por la Sala de Casación Civil del Tribunal Supremo de Justicia N°.392 de fecha 15 de junio de 2005, en el juicio de Interbank, C.A. Banco Universal. Que está disponible en http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scc/junio/rc-00392-150605-04871.htm 86 Lluch, X. Reflexiones sobre la iniciativa probatoria del juez civil. Cit. p.74. 87 Que ya había sido utilizado por Lluch, X. Cfr. Reflexiones sobre la iniciativa probatoria del juez civil. Cit. p.74. 88 En relación al principio de “seguridad jurídica”, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, en la sentencia dictada el día 15 de diciembre de 2.004 en el juicio de Rafael Ángel Terán 33 Barroeta y otros, dejó establecido, lo siguiente: “… El principio de seguridad jurídica como tal no se encuentra establecido en la vigente Constitución. Pero a pesar que el Texto Fundamental expresamente no lo define, el artículo 299 Constitucional, en lo relativo al sistema económico, señala: ‘(...) El Estado, conjuntamente con la iniciativa privada, promoverá el desarrollo armónico de la economía nacional con el fin de generar fuentes de trabajo, alto valor agregado nacional, elevar el nivel de vida de la población y fortalecer la soberanía económica del país, garantizando la seguridad jurídica, solidez, dinamismo, sustentabilidad, permanencia y equidad del crecimiento de la economía, ...’. La seguridad jurídica aparece ligada al fortalecimiento de la economía del país, pero considera la Sala, que ella obedece a un criterio más amplio, que se derivaría del propio Texto Constitucional y que se convierte en un principio constitucional. Seguridad Jurídica se refiere a la cualidad del ordenamiento jurídico, que implica certeza de sus normas y consiguientemente la posibilidad de su aplicación. En ese sentido en Venezuela existe total seguridad jurídica desde el momento que la normativa vigente es la que se ha publicado, después de cumplir con los diversos pasos para su formación, en los órganos de publicidad oficiales, por lo que surge una ficción de conocimiento para todos los habitantes del país, y aún los del exterior, de cuál es el ordenamiento jurídico vigente, el cual no puede ser derogado sino por otra ley, que a su vez, tiene que cumplir con los requisitos de validez en su formación, y con los de publicidad. Pero, a juicio de esta Sala, este no es sino un aspecto de la seguridad jurídica, ya que el principio lo que persigue es la existencia de confianza por parte de la población del país en el ordenamiento jurídico y en su aplicación, por lo que el principio abarca el que los derechos adquiridos por las personas no se vulneren arbitrariamente cuando se cambian o modifican las leyes; y porque la interpretación de la ley se hace en forma estable y reiterativa, creando en las personas confianza legítima de cuál es la interpretación de las normas jurídicas a la cual se acogerán. Estos otros dos contenidos generales de la seguridad jurídica (a los cuales como contenido particular se añade el de la cosa juzgada), se encuentran garantizados constitucionalmente así: el primero, por la irretroactividad de la ley sustantiva, lo que incluye aspectos de las leyes procesales que generan derechos a las partes dentro del proceso (artículo 24 constitucional); y el segundo, en la garantía de que la justicia se administrará en forma imparcial, idónea, transparente y responsable (artículo 26 constitucional), lo que conduce a que la interpretación jurídica que hagan los Tribunales, en especial el Tribunal Supremo de Justicia, sea considerada idónea y responsable y no caprichosa, sujeta a los vaivenes de las diversas causas, lo que de ocurrir conduciría a un caos interpretativo, que afecta la transparencia y la imparcialidad. Corresponde al Tribunal Supremo de Justicia la mayor responsabilidad en la interpretación normativa, ya que es la estabilización de la interpretación lo que genera en la población y en los litigantes, la confianza sobre cual sería el sentido que tiene la norma ante un determinado supuesto de hecho (a lo que se refiere la uniformidad de la jurisprudencia). Tan ello es así, que las interpretaciones de la Sala Constitucional tienen carácter vinculante, en materia constitucional (artículo 335 constitucional); las de la Sala de Casación Civil, si bien es cierto que no son vinculantes, sin embargo los jueces de instancia procurarán acoger la doctrina de dicha Sala, para defender la integridad de la legislación y la uniformidad de la jurisprudencia, tal como lo exige el artículo 321 del Código de Procedimiento Civil; y durante la vigencia del derogado Código de Enjuiciamiento Criminal, un efecto análogo al de la Casación Civil, producía la sentencia de la Sala de Casación Penal cuando casaba en interés de la ley, ya que advertía a los jueces de instancia (sentenciadores) la infracción o infracciones cometidas, para que no vuelvan a incurrir en ellas (artículo 347), a lo que se aunaba la publicación del fallo (artículo 354 del derogado Código de Enjuiciamiento Criminal). La uniformidad de la jurisprudencia es la base de la seguridad jurídica, como lo son los usos procesales o judiciales que practican los Tribunales y que crean expectativas entre los usuarios del sistema de justicia, de que las condiciones procesales sean siempre las mismas, sin que caprichosamente se estén modificando, sorprendiéndose así la buena fe de los usuarios del 34 Es por ello que, dentro de los límites fijados al juez por la ley para desarrollar la actividad probatoria de oficio, se encuentran entre otros: a) el ser imparcial en su utilización, puesto que no puede con ella favorecer a la parte negligente en el proceso; b) el deber de limitarse a las afirmaciones controvertidas o que aparezcan relacionadas con otra prueba, cuestión que está íntimamente ligada a la carga probatoria, consagrada en el artículo 506 del Código de Procedimiento Civil89; c) el deber de respetar el derecho a la defensa, para lo cual habrá de permitir, bilateralmente, el control efectivo de la evacuación del medio probatorio y, de ser necesario, el derecho a hacer contraprueba en relación al mismo y, en definitiva, a permitir la alegación de las partes en relación a los medios probatorios dispuestos (u ordenados evacuar)90. En conclusión, las diligencias realizadas en ejercicio de la potestad probatoria, deben ser entendidas como los medios de que puede valerse el juzgador para formar su convicción, ante la imposibilidad de formarla sólo con las pruebas suministradas por las partes; por lo tanto, la emisión de estos autos depende exclusivamente del criterio judicial, esto es, proceden sólo cuando el juez lo estime necesario, puesto que entiende que existe insuficiencia probatoria, y obra del modo indicado para lograr así formar su convicción. Empero, lo que acaba de decirse no puede ser entendido fuera de contexto: en el proceso se encuentra involucrado el interés público en una sana y recta administración de justicia y, en tal virtud, la prueba de los hechos tiene asignada una función de eminente interés público, puesto que ella es, precisamente, la que forma la convicción del juez para producir su decisión conforme a la verdad y, de este modo, hacer que la satisfacción otorgada a los derechos e intereses de los justiciables esté conforme a los postulados constitucionales: que sea justa. Así las cosas, tenemos que, ese interés público superior, imprime a esta potestad probatoria oficiosa un carácter particular, que excede, con creces, a su proclamación de utilización discrecional pues, en determinados casos, el juez no puede soslayar hacer uso de su iniciativa probatoria para producir en el proceso determinadas pruebas, si pretende que el funcionamiento del servicio público de la justicia sea realmente eficiente. Palabras finales Ya hemos tenido la oportunidad de decir que la autonomía de la voluntad individual se ha venido debilitando progresivamente, debido al intervencionismo cada vez más acentuado del Estado en todos los órdenes de la vida, y que ello ha repercutido también de manera considerable en el campo del proceso, vale decir, en el ámbito en el cual se ejercita la potestad jurisdiccional del Estado; de modo que, en los actuales momentos, se impone la necesidad ingente de fijar un nuevo orden de límites entre los poderes del juez y los de las partes dentro del proceso. sistema”. Esta sentencia está disponible en http:// www. tsj. gov. ve/ decisiones/ scon/ Diciembre/ 3180-151204-04-1823%20.htm 89 Cfr. Sentencia dictada por la Sala Político Administrativa del Tribunal Supremo de Justicia el día 28 de junio de 2.006, en el juicio de Sural, C.A. contra Almacenadota Caracas, C.A. Disponible en http://www.tsj.gov.ve/decisiones/spa/Junio/01668-280606-2001-0662.htm. 90 Morello, A. La prueba. Tendencias modernas. Cit. p.7. 35 Estos nuevos límites deben, por supuesto, continuar reconociendo el carácter público que tiene la función jurisdiccional que en el proceso se ejercita y deben, al propio tiempo, respetar la libertad individual de los justiciables tienen respecto de la relación jurídica material (de derecho privado) que ha sido llevada al conocimiento del juez, reclamando que sea tutelado judicialmente un específico derecho o interés. Dentro de este contexto, nos parece, lo que resulta conveniente es reconocer que, si bien los principios “dispositivo” y de “aportación de parte” deben continuar rigiendo el proceso civil venezolano, el primero, por obvias razones, debe hacerlo de manera absoluta, empero, el segundo, debe ser morigerado de un modo tal en el que se logre que los poderes de los justiciables y el juez alcancen un punto de equilibrio tal que permita que éste quede de tal modo vinculado a la actuación de las partes que le haga posible impedir la realización y desarrollo de conductas fraudulentas, ilícitas, inútiles o estériles a los fines del proceso en particular y del servicio de justicia en general. Así, pues, entendiéndose que la actividad probatoria no es (ni puede ser) exclusiva de las partes, ha de entenderse, además, que tal equilibrio sólo será posible de alcanzar confiriendo al juez poderes probatorios que, sin embargo, sean estrictamente “complementarios” de la actividad de las partes (y no “sustitutivos” de ésta), vale decir, poderes que le permitan al juez salir de su pasividad y, respetando siempre la iniciativa y libre responsabilidad de las partes, colabore con ellas en la búsqueda de las condiciones indispensables que permitan ofrecer satisfacción a sus derechos e intereses, pero, tal y como insistentemente se ha dicho a lo largo de este trabajo: ofrecer no una satisfacción cualquiera, sino aquella que sea esencialmente justa. Hay que proclamar enérgicamente que, independientemente del mayor o menor cúmulo de poderes probatorios que les hayan sido conferidos por el ordenamiento jurídico positivo, nada excusa la indiferencia de los jueces frente a las afirmaciones de las partes y a la actividad probatoria desplegada por éstas, ni existen razones que sirvan para justificar que no actúen del modo que reclaman las circunstancias, puesto que es precisamente de esta manera como se puede satisfacer el resultado de la función que ejercen: la jurisdicción. De modo que, en nuestra opinión, ha alcanzado categoría de deber para los jueces el tener que ponderar con el cuidado y rigor deseables la aplicación de los principios jurídicos que se recogen en las leyes procesales, con el objeto de no incurrir en una aplicación de la ley que resulte ser mecánica, evasiva o estática y, por lo tanto, dañina para la justicia. Por lo tanto, es axiológicamente susceptible de descalificación la actitud de un “director del proceso” que no asuma una posición razonable y suficiente, ni disponga lo conducente, dentro de los límites de su oficio, a la comprobación real de los hechos controvertidos: constitutivos del tema de prueba. Adviértase que no se trata, de ninguna manera, de sustituir ni la iniciativa ni el estímulo del interés individual que mueve a cada una de las partes a probar los elementos fácticos que son útiles a la posición que ha asumido en el proceso y 36 con ello lograr que, mediante la dialéctica contradicción de verdades parciales, se integre, al final, el resultado del esclarecimiento, de la demostración, en suma: de la prueba hecha durante el trámite procedimental correspondiente (que no es otro que la certeza respecto de la ocurrencia de los hechos) cuya eficacia ha sido puesta de manifiesto por una experiencia de siglos. Todo lo contrario, se trata, en realidad, de algo mucho más importante, en tanto que ha de tomarse debida conciencia que el conocimiento por parte del juez no puede quedar en las tinieblas o en la incerteza, puesto que su actuación en el proceso se ve estimulada por un interés objetivo, infinitamente superior al de las partes y, por lo tanto, absolutamente subordinante: el de administrar justicia91. Así las cosas, los poderes-deberes del juez en relación a la prueba, obligan a que su ejercicio sea tan amplio e independiente como lo reclamen las exigencias de la causa y sin subordinarse a la actividad que hayan podido cumplir u omitir las partes, por supuesto, cuidándose siempre de cumplir con la obligación de no traspasar la frontera que desaprueba cualquier improcedente modificación de las pretensiones, defensas o excepciones de las partes, pues eso atentaría directamente contra la vigencia de los principios dispositivo, de aportación de parte, de igualdad y de congruencia92 que informan el proceso. Es menester entender que no son vacíos esquemas conceptuales, ni mucho menos referencias ocasionales, aquellos criterios que deja establecidos la jurisprudencia emanada del Supremo Tribunal de la República, cuando proscribe y reprocha la realización de un determinado procedimiento del cual se tenga conciencia que habrá de conducir nada más que a la condena de un justiciable sobre la base de la apariencia formal de la defensa; pues, al fin y al cabo, la garantía constitucional del debido proceso no se agota simplemente con otorgar a los justiciables ocasión adecuada para la audiencia y prueba, con las solemnidades dispuestas por las leyes de rito respectivas93, habida cuenta que, Hace algunos años proclamaba Carnelutti, F. que “la finalidad de las partes es tener la razón; la finalidad del proceso es dar la razón a quien la tenga. En las dos fórmulas, voluntariamente sencillas, está la antítesis entre el interés interno y el interés externo: que se de la razón a quien la tenga, no es un interés de las partes, sino un interés de la sociedad entera. Por tanto, no es el proceso quien sirve a las partes, sino las partes al proceso”. Cfr. Sistema de derecho procesal civil. Vol. I. UTEHA. Buenos Aires. 1993. p.255. Precisamente por ello, junto con Morello, A., es dable afirmar que “si las partes pueden desempeñar mal y a su interés y costo (principio dispositivo) el papel que les corresponde, el juez, en cambio, debe atender y satisfacer el suyo –que es el de la jurisdicción y concierne al un Servicio Público- de manera efectiva y eficaz”. Cfr. La prueba. Tendencias modernas. Cit. p.186. 92 El principio de congruencia puede entenderse como un importante “requisito interno de la sentencia” o como un “principio del proceso” y, en este último sentido, puede inclusive considerársele como un principio autónomo o como una derivación del principio dispositivo. Cfr. De la Oliva, A., Diez-Picaso, I. y Vegas, J. Derecho Procesal Civil. Conforme a la Ley 1/200 de 7 de enero, de enjuiciamiento civil. El proceso de declaración. 2ª.ed. 1ª. reimp. Editorial Centro de Estudios Ramón Areces, S.A. Madrid. 2002. p.4001. Consúltese también Peyrano, J. El proceso civil. Cit. pp.63 y ss. 93 Hoyos, A, sostiene que el debido proceso “… encierra una idea común y objetiva e implica la subordinación de una pluralidad de normas y actos de inferior jerarquía a sus exigencias objetivas 91 37 muy a pesar del cumplimiento de las circunstancias apuntadas, el tema se resuelve en que en el proceso se asegure la efectiva primacía de la verdad jurídica objetiva, que tiene fundamento constitucional, conforme con el adecuado obrar del servicio de justicia. Por ello, la pasividad del órgano judicial, cuando habiendo podido hacerlo, sin embargo, no accede a la verdad: bien por no haber desplegado la actividad oficiosa que el cuadro de la situación específica le reclamaba, o por no haber considerado adecuadamente como notorio un hecho incorporado al debate judicial (o viceversa, por haber considerado como notorio un hecho que, en realidad, no lo era), o hubiese valorado inadecuadamente una prueba, haciendo uso indebido, errático o interesado de una máxima de experiencia, equivale al supuesto más frecuente en el que el juez, en la sentencia, ha prescindido de considerar elementos de prueba conducentes a la solución profunda y debida de la causa, y ello implica, claro está, que si bien de este modo se habrá otorgar satisfacción a los intereses jurídicamente relevantes de los justiciables: tal satisfacción se habrá ofrecido sin justicia y, por lo tanto, contrariando expresos postulados constitucionales, en una actitud que desde todo punto de vista es reprochable. Compréndase bien que lo que se postula en estas líneas no es un aumento de simples facultades de aplicación oficiosa y discrecional, sino de verdaderos poderes-deberes, así como su necesaria ejercicio en aquellas situaciones en las cuales el juez estime su racional utilización, siempre en la medida en que ello fuere necesario para satisfacer las exigencias que emanan de los propios intereses de la justicia. A estos elevados fines y preservando una dinámica posición de equilibrio o de igualdad dentro de los parámetros de las pretensiones, defensas o excepciones94 y la observancia del principio de congruencia, el magistrado serio, templado y comprometido con los fines de su oficio, debe valerse, sin temores ni complejos de ninguna especie, del conocimiento privado que de los hechos tenga (en los precisos límites que le autoriza la ley) así como de las medidas de prueba que a su juicio sean razonables y suficientes para lograr certeza respecto de la verdadera ocurrencia de los hechos controvertidos, procurando, en todo momento, que no medie agravio sustancial al derecho a la defensa de los justiciables. Sólo así podrá afirmarse que se ha cumplido cabalmente con el cometido impuesto a la administración de justicia y a nada menos que esto se puede aspirar que deben verse estrechamente con su finalidad, consistente en que el haz de protecciones instrumentales que aquella comprende, sirvan a las personas como un medio efectivo para la defensa y realización de sus derechos. Estos últimos pueden derivar se diversas fuentes (constitucionales, legales, convencionales, etc.), y todos merecen la tutela judicial que debe ofrecer el Estado por medio de un proceso rodeado de una serie de reforzamientos y protecciones institucionales que apuntalan el ejercicio y defensa efectivos de los derechos materiales, sin perjuicio de la jerarquía que pueda establecerse entre los diversos derechos y la protección prioritaria que consecuentemente les pueda ofrecer a algunos derechos el ordenamiento jurídico nacional”. Cfr. El debido proceso. Temis. Santa Fe de Bogotá. 1998. p.55. 94 Tal y como manda el artículo 15 del Código de Procedimiento Civil. 38 en un Estado que se proclame ser democrático y social, de derecho y de justicia: como el nuestro. 39
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