LA DIMENSIÓN AXIOLÓGICA DEL HOMBRE

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LA DIMENSIÓN AXIOLÓGICA DEL HOMBRE. LOS VALORES
LA DIMENSIÓN AXIOLÓGICA DEL HOMBRE. LOS VALORES
De “Revelación Axiológica y Formación Humana”
Autor: Dr. Jorge Valmaseda Valmaseda
Profesor Titular de la Universidad de La Habana, Cuba
La Axiología es la ciencia que estudia los valores, ya que en griego, axios, significa lo que es valioso o estimable, y
logos, ciencia, teoría del valor o de lo que se considera valioso. La axiología no sólo trata de los valores positivos, sino
también de los contravalores, analizando los principios que permiten considerar que algo es o no valioso, y
considerando los fundamentos de tal juicio. La investigación de una teoría de los valores ha encontrado una aplicación
especial en la ética y en la estética, ámbitos donde el concepto de valor posee una relevancia específica. Algunos
filósofos como los alemanes Heinrich Rickert o Max Scheler han realizado diferentes propuestas para elaborar una
jerarquía adecuada de los valores. En este sentido, puede hablarse de una “ética axiológica”, que fue desarrollada,
principalmente, por el propio Scheler y Nicolai Hartmann.
Debemos a Francisco Brentano (1917-1938) que la axiología se considere en nuestros días disciplina filosófica. Su
pensamiento sirvió de base a los más diversos exponentes de esta rama de la Filosofía como Husserl, fundador de la
Fenomenología inspirada en la teoría de las intencionalidades del mismo Brentano; Nicolai Hartmann; Alexius
Meinong; Crhistian Von Enfrenfles. Paradójicamente le debemos a Nietzsche (1884-1900) el gran interés que tomó
este tema, porque al proclamar en su filosofía la transmutación de los valores causó alarma, escándalo y llamó la
atención de su época convirtiéndose así, sin quererlo, en el principal instigador para que el mundo de los valores fuera
tratado de una manera ordenada y se constituyera en una rama de la Filosofía.
La axiología, en tanto ciencia de los valores, se integra orgánicamente al saber filosófico y expresa una de sus
determinaciones esenciales. El saber filosófico, en su expresión sintética, integra momentos de carácter
gnoseológico (cognoscitivo), axiológico (valorativo), práctico y comunicativo. Esto se fundamenta en el hecho de que
la filosofía como autoconciencia de la cultura sociohistóricamente determinada, y núcleo teórico de la concepción del
mundo, resulta al mismo tiempo aprehensión práctico-espiritual de la realidad, en su esencialidad y concreción. Se
trata de un proceso complejo que reproduce creadoramente la realidad y la aprehende en su síntesis por sujetos
reales y actuantes.
Este proceso de asunción y aprehensión de la realidad se funda en la actividad humana. De ahí que la actividad en su
dimensión filosófica se determine y exprese como relación sujeto-objeto y como relación sujeto-sujeto. En la primera
relación, los momentos gnoseológicos y axiológicos encarnan la propia práctica social, es decir, en la asunción práctica
de la realidad (objeto) al hombre (sujeto) no le interesa sólo qué son las cosas, cómo revela su esencia y devela la
verdad, sino, además, para qué le sirven, qué necesidad satisfacen, qué interés realizan. El sujeto no sólo busca
conocimiento, en tanto, modo de existencia, sino también valores, en tanto ser de las cosas para el hombre, y modo en
que existen sus necesidades e intereses. En la segunda relación (sujeto-sujeto), tiene lugar el proceso de comunicación
como intercambio de actividad y sus resultados, conductas y relaciones sociales. En esta relación, que solo es aislable
por medio de la abstracción, los aspectos gnoseológicos, valorativos y prácticos aparecen en síntesis, como trato
humano, actividad intersubjetiva e interacción humana, social en esencia.
El componente valorativo de la actividad y de todo el proceso del devenir humano, comprendido en sus diversas
expresiones y niveles, como valor y valoración; y en la relación dialéctica de lo objetivo-subjetivo, lo absoluto-relativo
y lo general-particular, posee una gran importancia teórico-metodológica y práctica para la comprensión del hombre
y la sociedad. Si bien el momento valorativo de la actividad humana resulta imposible que exista al margen de los
momentos práctico, gnoseológico y comunicativo, pues constituyen una totalidad orgánica indisoluble y posee, como
los restantes momentos estructurales, una relativa autonomía. Esto determina que en algunos discursos filosóficos
prime o tenga más fuerza la axiología, o en otros, la gnoseología, la ontología, etc. Esto, por supuesto, no niega en
modo alguno la presencia de los restantes momentos que les son inherentes y, más aún, inmanentes a todo quehacer
humano, incluida la filosofía como autoconciencia teórica.
Los valores, en tanto determinación primaria de las necesidades e intereses del hombre, sirven de mediación
esencial entre los momentos gnoseológico y práctico, entre conocimiento y práctica. El hombre conoce la
realidad impelido por las necesidades y aplica los conocimientos en la técnica y la práctica para realizar su ser
esencial, que es, al mismo tiempo, proyectar su ser hacia el deber-ser, es decir, realizar lo por venir, completando lo
que le falta: satisfacer sus necesidades. De ahí que el fenómeno designado con la palabra valor, constituya una
compleja formación que está contenida no sólo en las estructuras cognoscitivas, sino, fundamentalmente, en los
profundos procesos de la vida social y la cultura, en la concepción del mundo del hombre. De aquí que la categoría que
designa o expresa este fenómeno, puede ser tratada, por lo menos, en tres significados fundamentales: como concepto
sociocultural, como concepto psicológico y como concepto lógico-gnoseológico. Esta amplia dimensión de la categoría
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valor evidencia que ella concentra en sí una serie de problemas heterogéneos por su contenido y, al propio tiempo, en
algo idéntico.
La dimensión valorativa de la actividad humana, en todas sus mediaciones, condicionamientos y
determinaciones, deviene fuerza propulsora y motivación esencial del despliegue constante del hombre que
se sabe sujeto del acontecer histórico. Ciertamente, conocimiento y práctica en su interacción recíproca están
mediados por los valores, la propia comunicación intersubjetiva, en tanto intercambio de actividad y trato humano,
discurre como proceso, también internamente mediado por los valores. Todo el desenvolvimiento del proceso
humano, que de una forma u otra, encarna las necesidades e intereses del hombre, los valores como ser de la realidad
para éste y forma de existencia de sus aspiraciones, deseos, anhelos; tiene un carácter proyectador, en el sentido en
que impulsan los fines con sus respectivos medios de realización. En este contexto los valores, incluida la valoración,
los juicios de valor, se integran como el eslabón que media el tránsito del devenir ser al deber-ser, del presente al
futuro.
Como al hombre no sólo le preocupa qué son las cosas, cuál es su esencia (conocimiento), sino ante todo, para qué le
sirven, qué necesidades satisfacen o qué le falta para realizarlas (valor, valoración, juicios valorativos) en la
aprehensión práctico-espiritual de la realidad, la dimensión valorativa de su actividad cumple una función
orientadora-reguladora en la realización de su ser esencial. Los valores y la valoración humana, al ser
desprendimiento de la praxis misma, le imprimen vialidad, (vitalidad) energía creadora, imaginación para superarse a
sí mismo y transitar a nuevos peldaños de realización. No es lo mismo conocer una necesidad, la carencia de algo, que
esforzarse por darle realidad efectiva, por convertir el en sí, en para sí, e integrarlo al devenir humano en formas
nuevas y superiores de realización. Por eso el componente cognoscitivo de la actividad humana se completa y hace
realidad efectiva, en estrecha interacción con el componente valorativo.
Conocer la realidad, hacerla objeto y valorarla, que es al mismo tiempo, evaluarla, superarla e integrarla en función de
las necesidades e intereses del hombre y la sociedad, comporta realizar el ser esencial del hombre, en tanto sujeto. Es
identificar su naturaleza humana, en esencia social, e integrarla al cuerpo de la cultura como contenido y medida de su
desarrollo. En esta misma dirección de análisis, elucidación y discernimiento del valor, como concepto sociocultural,
como concepto psicológico y como concepto lógico-gnoseológico, se integra en su expresión sintética a la concepción
del mundo y, por consiguiente, como una totalidad sistémica inserta en la subjetividad humana. La dimensión
axiológica de la actividad humana concedida como valor y valoración, y como proceso y resultado, en tanto momento
esencial del devenir humano, deviene atributo cualificador de la subjetividad humana, como lo son también los
momentos gnoseológicos, prácticos y comunicativos de la actividad humana.
Sin embargo, en el discurso filosófico en torno a la subjetividad humana existen diversos estilos y modos de expresión
del problema, en correspondencia con la concepción del mundo, el sentido de la vida, misión y oficio del hombre que
reflexiona sobre la realidad, las circunstancias sociales en que desarrolla su pensamiento y acción y otras mediaciones
y condicionantes; pues como se dijo anteriormente, existen múltiples discursos que privilegian o enfatizan más el
aspecto gnoseológico, otros el axiológico-valorativo, etc. Esto no significa que se soslayen de modo absoluto los otros
momentos, pero se da primacía a uno específico.
En el caso del pensamiento sociofilosófico de José Martí, la subjetividad humana ocupa un significativo lugar, y la
axiología, su núcleo cualificador central; en torno al cual despliega gran parte de su pensamiento y su obra. Pero no se
trata de una axiología del libre albedrío y al margen de condicionamientos y determinaciones, pues como bien señala
J. Marinello, “está en Martí un concepto capital […] Para él ser es antes que el crear y por ello dijo más de una vez que
la América Latina, su América, debía ser, existir en plenitud, para crear plenamente y la existencia de su mundo –
madre de la posibilidad creadora-, sólo se alcanza con el ejercicio de una voluntad sin coerciones ni acechanzas”. La
primacía del existir sobre el crear, la realidad como fundamento de la imaginación, fundado en el sentido de lo real e
histórico en tanto proceso, imprime un sello especial a su axiología en los marcos de la subjetividad humana.
En Martí, la bondad, la belleza, la verdad, -valores que concibe en estrecha conexión y condicionamiento- no
constituyen esencias a priori, sino que “los encuentra” en la naturaleza humana, y los proyecta como modelos a seguir,
y no como arquetipos a los cuales tiene que adecuarse la conducta humana. Valores que encuentra porque están en él
y porque cree en el hombre. La tesis, según la cual, los valores humanos son camino y no llegada constituye, más que
una premisa, una clave interpretativa para aprehender la esencia de su axiología. Es una vía de acceso y penetración
en sus atributos cualificadores y fundamentalmente hermenéutico para discernimiento, elucidación y comprensión de
nuevas aristas del objeto de análisis que, por supuesto, rebasan los límites de este trabajo.
La asunción de esta tesis en calidad de principio lógico estructurador de la axiología martiana y premisa insoslayable
para su comprensión, en tanto sistema, posee fundamentos de naturaleza cosmovisiva, sociocultural y antropológica.
Por eso, no es posible olvidar la concepción filosófica general de Martí, sobre el carácter del ser, compuesto universal
y su dinamismo y evolución constante. Esto lo conduce a ver el carácter del mundo y la sociedad, en tanto proceso, y al
hombre y su subjetividad como proyecto en constante avance y perfeccionamiento.
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La axiología martiana es un culto al devenir humano, en estado perpetuo de superación y perfeccionamiento.
Es una fuente inagotable de utopías, pero no en la acepción de irrealización, sino en el sentido de proyección humana,
trascendencia y esfuerzo y trabajo para su realización efectiva. Una evidencia clara la palpamos cuando destacando el
papel del maestro en la formación de valores, sentencia: “La cruzada se ha de emprender ahora para revelar a los
hombres su propia naturaleza, y para darles, con el conocimiento de la ciencia llana y práctica, la independencia
personal que fortalece la bondad y fomenta el decoro y el orgullo de ser criatura amable y cosa viviente en el magno
universo. He ahí, pues, lo que han de llevar los maestros por los campos. No sólo explicaciones agrícolas e
instrumentos mecánicos, sino la ternura, que hace tanta falta y tanto bien a los hombres”.
La proyección axiológica de Martí, núcleo central de su cosmovisión filosófica, dignifica al hombre, como sujeto que
piensa, razona y siente. En su intelección, revelar la propia naturaleza humana es una premisa para cultivar la
independencia personal y fomentar valores que cualifican lo humano. Bondad, decoro y orgullo de ser como se es,
exigen conocimiento, ciencia y práctica, pero no se reduce a ello, pues sin cultura de los sentimientos, tal y como
enseñaron Varela, Luz y Mendive, entre otros, no es posible realizar proyecto humano alguno. De ahí la necesidad de
“la ternura que hace tanta falta y tanto bien a los hombres”.
Es una axiología que sin reducirse al psicologismo, ni al intelectualismo, ni al pragmatismo utilitarista, integra, en los
valores, razón y sentimiento, ciencia y conciencia, teoría y práctica. Esto en gran medida explica el porqué los valores
en Martí más que llegada son camino, proceso, devenir humano, realización y proyección de fines, en resumen,
dignificación de la condición humana.
No sólo Martí anuncia valores y atributos cualificadores de su existir y desenvolvimiento, sino además
establece normas y principios reguladores de su devenir. En esta empresa, los valores ético-morales adquieren un
lugar jerárquico especial, prioritario, en relación con los restantes valores humanos. Hay en la axiología martiana un
fuerte acento ético, lo que no significa, en modo alguno, una total reducción.
Es indudable la organicidad y coherencia presente en la axiología martiana. Es cierto que junto al proceso
ininterrumpido de evolución de su pensamiento, su concepción de los valores ascendió en concreción y definiciones.
Sin embargo, desde su juventud, bajo la influencia de la tradición cubana se va a gestar un enfoque nuevo
sociocultural, de corte antropológico, de los valores que culmina con la concepción del quehacer humano como hecho
cultural de las grandes masas. Esto le posibilita concebir los valores como valencias sociales insertas en la cultura y la
historia, así como privilegiar y determinar la dimensión ético-moral como núcleo integrador de la axiología en toda su
plenitud y despliegue.
Para Martí, si los valores en su generalidad conceptual refieren al ser de las cosas para el hombre, en tanto modo de
existencia de sus necesidades e intereses, los valores ético-morales, no sólo expresan el ser, sino el ser en su
esencialidad humana, y por ello poseen mayores posibilidades para transitar al deber-ser, para realizar lo
verdaderamente humano del hombre y la sociedad. Él está consciente, porque lo vive, lo piensa, lo razona y lo siente,
que sin una fuerte carga de eticidad, los restantes valores con sus respectivos atributos cualificadores, no realizan el
proyecto humano, resultan estériles.
Como la axiología martiana emana de una concepción integradora, fundada en la cultura, los valores en que deviene, le
son consustanciales y resultan expresiones suyas, en tanto resultado de la actividad humana y medida de su
desarrollo. Esto le posibilita revelar lo social y lo individual, en su interacción recíproca, incluidos los eslabones
mediadores en que transcurre el proceso. En este sentido, atribuye un papel esencial a la acción humana y a la
educación, la cual Martí no reduce sólo a la escuela, sino que la extiende al trabajo, la familia y, en fin, a la sociedad. Si
bien destaca y exalta la naturaleza social del hombre y sus valores, también reconoce lo individual del hombre pero
siempre visto como proyecto y proceso que de una forma u otra, refleja las circunstancias sociales en que se
desarrolla.
“El Martí que conocemos, axiólogo por antonomasia, no surge por generación espontánea. Su discurso que integra, en
unidad inseparable, misión y oficio, aunque como problema central la ley del progreso humano, la ascensión del hombre,
su trascendencia, encuentra en los valores vías de acceso y cauces culturales de revelación y cultivos humanos. Tanto su
oficio de artista, creador y maestro, como su misión, encarnada en un ideal de redención humana, determinan en gran
medida el fundamento axiológico de su pensamiento”.
Retomando el concepto concepción del mundo, es preciso aclarar que los criterios y nociones de la axiología ética
siempre forman parte de la concepción del mundo, incluso puede afirmarse que son uno de sus componentes más
importantes. Eso se ha evidenciado en la misma medida que han ido desprendiéndose del saber propiamente
filosófico ámbitos más concretos de la ciencia y que dentro de la propia conciencia social y filosófica se han operado
una serie de diferenciaciones de sus distintas formas. Así van apareciendo distintas esferas o regiones de
especialización y el propio concepto de concepción del mundo va adquiriendo cada vez más una diversidad de planos
y matices distintivos.
Aún manteniéndose como núcleo teórico de la concepción del mundo, la filosofía comenzó a compartir estas funciones
cosmovisivas con otros modos de reflejar la realidad como la conciencia política, jurídica, moral, estética, científica,
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religiosa y con otras disciplinas afines al pensamiento filosófico, precisamente, por la amplitud con que abordaban la
realidad y por el papel que cumplían en la vida del hombre y de la sociedad. De modo que la ética alcanza su propio
sentido específico en el ámbito de la concepción del mundo, pues su base se configura precisamente a partir de ideas
generales sobre la naturaleza, la sociedad y también sobre el hombre, su conciencia y su conducta moral.
En el quehacer actual este sistema incluye ideas y valores morales y también las concepciones éticas que la explican y
fundamentan. Por eso, el propio aspecto valorativo de la ética es reflejo y producto del carácter valorativo de la
conciencia moral y, tanto uno como otro aspecto, aproximan la ética a la axiología, es decir; al quehacer filosófico que
estudia específicamente los valores, su origen, estructura, clasificación, esencia y funcionamiento en distintos ámbitos
de la vida social.
Esta dialéctica se expresa en el hecho de que los seres humanos establecen relaciones con el medio natural y social en
que ellos se desenvuelven y, a través de su actividad productiva, intelectual, artística, deportiva y otras, se ponen en
contacto con objetos materiales e ideales (un producto tangible, una cualidad de la personalidad, una concepción, un
sentimiento, etc.). En este proceso de la actividad humana, en permanente comunicación social, surgen en el ser
humano necesidades materiales y espirituales, que al concretarse en objetos materiales y espirituales que las
satisfacen, se convierten en valores.
Los valores se forman en el proceso de socialización bajo la influencia de diversos factores (familia, escuela, medios
masivos de comunicación, organizaciones políticas, sociales, religiosas, etc.) No son inmutables ni absolutos, ya que se
tornan vulnerables porque su contenido puede modificarse por circunstancias cambiantes y pueden expresarse de
manera diferente en condiciones concretas también diferentes. En la medida en que los seres humanos se socializan y
la personalidad se regula de modo consciente, se va estructurando una jerarquía de valores que se va haciendo
estable, aunque puede variar en las distintas etapas de desarrollo.
Los valores son significaciones sociales positivas que poseen las cosas, las personas, etc. Dicha significación se refiere
al grado en que se expresa el progreso y el redimensionamiento humano en cada momento histórico o circunstancia
particular. Son cualidades reales externas e internas al sujeto. Al decir de Xavier Zubiru:”No es un objeto, ni una
persona, sino que está en ellas”.
Como importantes formaciones motivacionales, los valores no se enseñan, no se insertan, ni se trasmiten de una
personalidad a otra; aunque indiscutiblemente es innegable la influencia de un modelo digno de imitar. Los valores,
por el contrario, se educan, se forman, hasta llegar a convertirse en convicciones y luego revelarse en conductas en el
proceso de su vida personal y profesional.
Más que teorizar sobre los valores, nos preocupa encontrarlos, cultivarlos en la conducta del hombre como medio de
ascensión humana, para revelar un conjunto unitario de cualidades humanistas, coherentemente estructuradas en
torno a la persona, su razón de ser y los modos de conducir la creación de condiciones sociales favorables, ya que los
valores son también modos esenciales del devenir del hombre en su naturaleza social, integrados en la cultura, a
manera de formas de existencia del ser humano y sus necesidades materiales y espirituales.
Si pretendemos formar valores, partiendo de la intuición hipotética de que estos se revelan en la actuación del sujeto
en su vida personal y profesional, debemos sustentarnos de las cualidades morales positivas porque son las que
devienen en valor. Esta idea es muy importante, ya que compartimos la opinión de que no es posible la construcción
de nuevos valores si no tomamos en cuenta el desarrollo de cualidades morales positivas, pues el hecho mismo de que
el individuo en todo el proceso de su formación, juzgue la importancia de poseer cualidades como humanismo,
patriotismo, lealtad, honradez, solidaridad, etc., por encima de las de egoísmo, traición, deslealtad, deshonestidad; así
lo confirma, al constatarse en la práctica la inclinación a desarrollar más las primeras que las segundas, en las que se
pone de manifiesto el desprecio y el rechazo, por los integrantes del grupo o el colectivo, según sea el caso que nos
ocupe.
Así, los valores, encarnados en la cultura, constituyen el contenido esencial del ideal de racionalidad humana
puesto de manifiesto en el conjunto de ideas o de creencias de alguien que siempre luchó por alcanzarlos. Se
trata de una axiología de la acción, en el decir de Cintio Vitier, que va a la raíz del hombre porque sabe de su grandeza
interior; de una eticidad concreta que busca el hombre futuro en el hombre actual, con sorprendente consagración,
animada por una tarea fundada en el pueblo, cuyo resultado identifica la belleza con la humanidad y la virtud con el
único bien, que solamente reside en la felicidad.
En el paradigma que sustentamos, los valores éticos y políticos se integran en un nivel tal de concreción que
prácticamente se identifican. Por eso, más que encarnación individual, son conciencia de su necesidad y eficacia. Esto
impregna optimismo, fuerza y vitalidad al proyecto que emprendemos, como expresión de nuestro pueblo que lo
siente. La existencia de un sistema de valores conformados en la cultura, hechos conciencia, como valencias sociales
expresados en términos ideopolíticos, matizan una idea, configuran un ideal, que impulsa, orienta y regula el hacer
práctico-espiritual en la realidad que nos embarga. Este paradigma, marcado por su visión del mundo, del hombre,
por la experiencia cubana y, sobre todo, por su sabiduría política, traza caminos, crea confianza, cultiva razón,
sentimiento y prepara a las nuevas generaciones para realizar el ideal de nuestra nación.
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Los valores ético-morales penetran lo político, hasta concebirlo como empresa cultural humana de las grandes masas.
Lo ético y lo estético, encarnando racionalidad conceptual propia, imprimen una determinada especificidad a la
axiología, ya que su vinculación estrecha en los marcos de una concepción unitaria de la cultura, en tanto resultado de
la actividad humana y medida del desarrollo del hombre y la sociedad, abren perspectivas nuevas para acceder a la
realidad humana y conformar un ideal de racionalidad, como proyecto formador que integra y sustancia el sistema
orgánico de la bondad, la verdad, la belleza y, junto con ello, la virtud, el amor, la valentía; así como, la felicidad, la
justicia, la razón, la libertad; en fin, la dignidad plena del hombre.
La inserción de los valores en la cultura, hecho que (en opinión de mi tutor), ya casi nadie niega; así como la
concepción de esta última como resultado social del pueblo, funda una idea nueva que determina una connotación
especial que se pone de manifiesto no sólo en la relación ética-política, sino además, en la relación ética-estética y sus
mediaciones.
Nuestra concepción de los valores, penetrada de un sentido de lo real e histórico, la expresamos como un
proceso que evita que los pensemos y abordemos como arquetipos o a priori, sino como hacer humano. Por
eso la bondad no es tal, porque es algo presupuesto como verdadero, sino porque es buena en la praxis social. La
belleza no es tal en tanto establecida externamente, sino en tanto acción bella dimanante del comportamiento
humano. Al igual que la verdad no es tal, como esencia válida en sí misma, sino como expresión de la realidad para el
hombre. Esto no es practicismo, ni negación de lo universalmente dado, sino sentido práctico-valorativo, que busca,
encuentra y proyecta los valores en el hombre, haciendo historia, en su acción y en la cultura, en que toma cuerpo.
Este concepto de buscar los valores en la realidad, en su despliegue, como devenir cultural, en y por el hombre, como
sujeto social; explica el sustrato ético-moral de la estética y política encarnada en la tradición humanista cubana, ya
que los motivos de carácter artístico siempre aparecen vinculados a la conducta cívica del hombre, en próceres como
José Martí, en quien subyace un mensaje de carácter moral, al abordar la esencia y las formas de creación humana con
arreglo a las leyes de la belleza, porque su motivo central es el hombre en toda su integridad. Él sabe que la belleza en
sí, aislada del verdadero ser existencial del hombre, resulta superflua, estéril. En Martí la “belleza” externa,
desvinculada de una cultura de los sentimientos, fundada en el amor y la bondad, no constituye un valor definidor de
la naturaleza humana. Una persona, aunque “bella externamente” si no es portadora de sentimientos nobles, de
solidaridad humana, desinterés, justicia y dignidad personal, no se realiza como hombre, genéricamente hablando y su
conducta resulta rechazada por la propia sociedad en que vive.
Al maestro, sin soslayar otros problemas, le interesa el hombre, su subjetividad en relación con la naturaleza
y la sociedad. Esto confiere a su filosofía un sello especial. Los valores, los ideales, se reiteran en toda su obra, pero no
al margen de su conocimiento y la práctica social. Cree en el hombre, en los valores. La verdad, el bien y la belleza,
adquieren en él una sustanciación tal que devienen entes, en unidad indisoluble y relación recíproca. Ama la verdad
por sobre toda las cosas y cree en los valores universales y en la forma de afianzarlos a través del amor. Esto imprime
optimismo a su concepción del hombre y del mundo, así como medios para analizarlos y cambiarlo.
En la Edad de Oro, obra martiana dedicada a formar hombres creadores, con ciencia y con conciencia, la intención del
maestro se hace patente. “El niño -escribe Martí- ha de trabajar, de andar, de estudiar, de ser fuerte, de ser hermoso: el
niño puede hacerse hermoso aunque sea feo; un niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso. Pero nunca es
un niño más bello que cuando trae en sus manecillas de hombre fuerte una flor para su amiga o cuando lleva del brazo
a su hermana para que nadie se la ofenda…”.
Es perfectamente comprensible que en este lenguaje simple, sencillo, para niños, el mensaje ético-humanista no falta.
¿Cómo formar al hombre como sujeto, con ciencia, creatividad y con conciencia, si no se cultiva lo esencialmente
humano: el sentido del deber, la bondad, el amor al trabajo, en fin la sensibilidad humana, capaz de transformar lo feo
en bello? Más que un simple mensaje es una clave cultural paradigmática, que con visión preclara y de meridiana
lucidez, deviene obra fundadora. “Las cosas buenas -dice Martí a los niños en el último número de la Edad de Oro- se
deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente
como un gusto –continúa Martí, identificando lo moral con lo estético– cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo
útil a los demás. Eso es mejor que ser príncipe; ser útil. Los niños debían echarse a llorar, cuando ha pasado el día sin
que aprendan algo nuevo, sin que sirvan de algo”.
Con esto, Martí, no sólo evoca y predica la necesidad de sembrar y cultivar humanidad en el hombre para que nazca,
eche raíces y se multiplique, sino además, funda una cultura de los valores, imprescindible para la convivencia social y
para el propio despliegue de las energías creadoras que el hombre lleva en sí y desarrolla en función de la sociedad.
Así, refiriendo a Buda, enseña a los niños que, “(…) no se ha de reposar hasta que el alma sea como una luz de aurora,
que llene de claridad y hermosura al mundo, y llore y padezca por todo lo triste que hay en él, y se vea como médico y
padre de todos los que tienen razón de dolor: es como vivir en un azul que no se acaba, con un gusto tan puro que
debe ser lo que se llama gloria y con los brazos siempre abiertos”.
Es que en Martí se capta el bien y la esfera humana en general como medio y fin que supone e impulsa la voluntad, y
toda la subjetividad humana en el devenir social. Los valores morales devienen motivos catalizadores de creación,
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originalidad y proyección. Es como si los valores éticos y también estéticos se fundieran en un todo único,
ínterconexionado, al igual que los restantes valores como componentes de la cultura.
La plasmación de la axiología como conducta, inserta en la cultura en todos sus componentes estructurales (valores) y
sus expresiones jerárquicas, no resulta una tarea fácil. Nosotros estamos conscientes de ello, y por eso damos razones
de la necesidad de que los valores morales se conciban como medios, y fines intrínsecos al devenir humano, como
móviles de perfección del hombre. Con esto, el bien, el deber, no aparecen sólo como mandatos de la razón, como a
priori, sino que su realización y proyección deben asumirse con satisfacción, con gusto, deseo, pasión, amor y con
espíritu de consagración. Por eso deben mover y despertar sensibilidad, que es al mismo tiempo encontrar belleza,
placer por la acción o el deber cumplido; de lo contrario no deviene cultura diaria, ni norma de actuación, ni se
encarnan en convicción.
De ahí la necesidad de comprender la dimensión del devenir humano como hecho cultural, como empresa
eminentemente moral, porque incluso, las expresiones políticas, jurídicas, etc., si se fundan en la cultura y son
expresión auténtica del pueblo, resultan bellas, despiertan sensibilidad y gusto estético. Se debe tratar de
develar en la realidad, sobre todas las cosas, humanidad, que es al mismo tiempo encontrar el lado bueno a las cosas;
es decir, descubrir bondad y belleza en los actos humanos y asumir lo bueno, lo justo, lo heroico, como
manifestaciones bellas a plenitud, en tanto realizan la naturaleza social humana.
En este sentido, la acción esencialmente humana es heurística y adquiere una dimensión estética, porque “sólo lo que
del alma brota..., en elocuencia, en poesía, llega al alma”. No son renglones que se suceden, sino valores que penetran
la razón y los sentimientos porque nacen del hombre y su entorno social y son apropiación humana; encontrando
recepción porque despiertan sabiduría, conceptos e ideas humanistas. Con ello se convierten en resortes para la
acción y nuevos modos creadores y originales de aprehensión.
Esta concepción de integrar los valores en la cultura, asumida del quehacer martiano como producción del hombre, en
función de la sociedad, sienta premisas teórico-metodológicas para establecer jerarquías y niveles en cuanto a
determinaciones del quehacer humano se refiere. La unidad indisoluble entre lo ético y lo estético y el lugar que
ocupan en los marcos de la axiología, responden en gran medida a la necesidad de formar hombres de pensamiento y
acción, capaces de unir en su diario hacer misión y oficio.
Hay que comprender los valores, hacerlos concretos en el instante mismo en que se traen al quehacer humano-social,
y se le trasmiten sentido práctico, razón, inspiración y sensibilidad. Por eso, al revelarlos y cultivarlos no podemos
convertirlos en entes abstractos, sino integrarlos a una cultura de la razón y los sentimientos, consustancial al
despliegue humano.
Esta proyección implica no sólo invocar y buscar valores humanos, sino descubrirlos; pero en un “encontrar”, que es
más que todo un ininterrumpido tránsito del ser al deber-ser, como proyección humana, como remisión a la
imaginación y a la creatividad cultural del hombre. En esta dirección no interesa tanto qué es el hombre y cuáles son
sus valores, sino más que todo cómo deviene el hombre y su naturaleza humana constituida en un sistema de valores
dinámicos, fluidos, en tanto expresión social. Sólo a partir de esta concepción, los valores adquieren trascendencia y
vigencia. Trascienden porque son valencias sociales y formas aprehensivas de conductas sociales hechas cultura.
Esto no significa la existencia de una actitud nihilista hacia los valores universales, ni una concepción, pragmáticoutilitarista de los mismos. Todo lo contrario, en la axiología hay optimismo y como humanistas que confiamos en el
hombre, en sus posibilidades de perfeccionamiento, lo percibimos; pero no con un optimismo exacerbado que soslaya
los atributos negativos de las acciones y conductas humanas. Estos atributos son asumidos de modo crítico y
estigmatizado, al mismo tiempo, como no inherentes a lo verdaderamente humano y como males que no se integran a
la cultura.
Sin embargo, no basta con criticar el mal, sino además y sobre todo, proclamar el bien y cultivarlo para que
prevalezca, así como actuar con respeto y humanidad para no herir sensibilidades. Cuando se le ofende al
hombre su decoro y dignidad que es al mismo tiempo vejar su integridad, más que cultivar en él el bien, lo bello, lo
verdadero; valores permanentes de su existencia, se mata su naturaleza. Se trata entonces de obrar con humanidad
para que crezcan y se impongan sobre la maldad, el egoísmo y todo lo que lo deshumanice.
La bondad, la verdad, la belleza, la virtud, el amor y la valentía, no resultan cualidades positivas abstractas o separadas
de la realidad y la época en la cual vivimos; por eso, evocamos el bien y buscamos las causas y los medios para
transformar el mal en pos de la libertad y la dignidad del hombre, demostrando la validez de estas cualidades, al regir
la integración de la conducta axiológica en la sociedad humana.
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LA DIMENSIÓN AXIOLÓGICA DEL HOMBRE. LOS VALORES
Bibliografía
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