Es posible una cultura global

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¿Es posible una cultura global?
Roberto Hernández Montoya
[email protected]
Conferencia dictada en el foro «La cultura frente a los retos de la globalización», el martes
20 de octubre de 1998, organizado por la Secretaría y la Escuela de Artes de la Universidad
Central de Venezuela, en la Sala E de la Biblioteca Central.
Roberto con su hija Hannah en los jardines del
Centro de Arte La Estancia, Caracas, Venezuela.
La humanidad comenzó su diversificación cultural en la diáspora primigenia, cuando los
primeros homini sapientes se dispersaron por el mundo desde la cuna africana de la
humanidad. Esa primera desbandada originó dos fenómenos, uno deseable, otro detestable.
Deseable es que cada comunidad desarrolle su propia experiencia de la vida, su exploración
del mundo, su visión, su saber, su equivocación, su manera de quejarse de los mismos
dolores. Indeseable es desarrollar chauvinismo de grupo, clan, horda, tribu, nación,
continente, color, nariz, creencia, que es origen de discriminaciones, racismo, etnocentrismo,
patrioterismo y otras barbaries, tan vistosas y útiles para los pícaros.
Ha sido largo el proceso que revirtió esta explosión. La implosión reintegradora de la unidad
primigenia debió desarrollar numerosas prótesis: alfabeto, brújula, navegación de alta mar,
imprenta, y aun así tomó tiempo saber que éramos la misma humanidad. Tan difícil ha sido
que la mayoría de la gente habla de razas de lo más pierna suelta, como si se tratara de una
entidad empíricamente verificable. Más recientemente hubo telégrafo, teléfono y radio. Así y
todo tuvimos stalinismo y nazifascismo. Después vinieron televisión, fotocopia, fax,
Internet, pero el horizonte que abren es contrariado por las viejas mañas censoras aprendidas
tal vez desde la pradera africana cuando algo nos hizo infectar al planeta entero y parte del
Canadá. Hay quien con tanta perversidad como ingenuidad quiere censurar a Internet, como
si eso se pudiera como se censuraban libros, cartas, programas de radio o televisión. Juan
Vicente Gómez hizo que el sistema nacional de telégrafos de Venezuela se concentrara en
Miraflores, el palacio de gobierno, para controlar todo lo que por ahí se transmitía. Toda
palabra dicha en público debía tener un mediador, Inquisición, Comité de Censura,
Comisariato Popular. Los libros debían ganarse un nihil obstat eclesiástico, ‘nada obsta’ que
los hacía dignos de imprimirse. Así pasaba también con la radio y la televisión, cuya señal es
aún interferida cuando contiene mensajes que alguna autoridad mediadora considera
indebidos para sus súbditos, tratados como menores de edad. Técnicamente ello es factible
con todos los medios anteriores a Internet. Pero esa es otra historia que no nos interesa para
esta exposición.
La que sí nos interesa es que por Internet trafican diariamente 34 millones de correos
electrónicos y 290 millones de mensajes sincrónicos en los llamados IRC, chat lines, ICQ,
etc. Cantidades mínimas si consideramos la totalidad de la población humana y el monto de
los mensajes que se comunican diariamente de viva voz o por escrito. Sin contar la riqueza
abrumadora de la comunicación cara a cara, con sus gestos, su inflexión de voz y la
presencia viviente de una persona a pocos centímetros y que provoca besar o apalear —a
veces las dos cosas—, acciones físicas que Internet no permite porque es toda espíritu (ver
«Habeas spiritum» en Breve teoría de Internet). Pero ello también nos distrae la disertación
hacia otros confines.
Una sola palabra
En el mundo hay miles de lenguas. Una vez despejado el problema de qué entendemos por
una lengua y cómo la diferenciamos de una mera mera variante dialectal, para no aburrir con
un bizantinismo lingüístico, convengamos en que hay unas 6000 lenguas en el mundo, la
mitad de las cuales está en proceso de extinción. Algunas las conoce solo un último
hablante, ya anciano. Jamás hubo monólogos tan rotundos. Esas lenguas pequeñas dan paso
a las grandes: inglés, español, francés, mandarín, árabe. Aquí mismo en Venezuela hay
lenguas indígenas que agonizan en unas pocas voces, enflaquecidas por el poder del español
que trajo Colón hace 500 años. El trato de España con las lenguas originarias fue ambiguo a
ratos y rotundo lo más del tiempo. Directa o indirectamente las lenguas locales fueron
desvaneciéndose aplastadas por el poder militar, político, económico, cultural, social, legal
de la nueva lengua conquistadora. Fue tan devastadora que absorbió solo las palabras
indígenas para las que no halló traducción, porque no había modo de nombrar el chocolate o
la hamaca en español. Muchas veces arrasó el idioma con la comunidad entera. Así no
sabemos cómo era que los taínos exterminados pronunciaban las palabras canoa o huracán.
Solo quedaron unos pocos términos taínos recogidos por Colón desde el primer día. Aquella
remota lengua sobrevive en unos pocos términos dichos con acento castellano, inglés,
francés, alemán y quién sabe qué otras lenguas. De las africanas quedan apenas unas decenas
de términos, que no mencionaré porque casi todos son discutibles. La lengua española se
instaló y no quiso convivir demasiado con los nativos, como sí ocurrió con el capital
genético y los modos culturales, que dieron hallaca y danzón, productos tan bellos que nos
hacen equivocar al pensar que se originaron en un trato respetuoso y educado de culturas
diversas. Más bien son ecos del pasado que podemos recordar sin amargura, filtrando tantos
incidentes trágicos, muchos de los cuales, dicho sea sin ánimo de alarmar a nadie, no han
concluido aún. Si ese camino sigue, al español le tocará pagar su crimen de lesa diversidad
lingüística con su propia vida, arrasado por el inglés, que a su vez desaparecerá ante el
mandarín, si la China despierta como decía Napoleón. Por ahí se está desperezando, con
globalización y todo.
Si el regreso del camino que comenzó en Kenia continúa, la implosión cultural nos llevará a
pronunciar una sola lengua en pocas décadas, a lo sumo un siglo o dos. Una humanidad
monolingüe y quizás monocultural, comiendo hamburguesas y viendo las mismas series de
televisión. Pero todo esto es imposible, como veremos.

Ver «Languages, Disappearing and Dead», en Scientific American.
Una sola pobreza
Para algunos, la crisis económica asiática de 1998 anuncia el fin del capitalismo global.
Tienen y no tienen razón. No soy economista, lo que me garantiza un mínimo de
comprensión de algunos fenómenos económicos que obedecen a estructuras mucho más
profundas que las tasas de interés y las tarifas aduaneras. Son estructuras que no por poco
conocidas son menos reales. Los economistas padecen de una extraña heurística que los
contrae a tomar las causas por las consecuencias o viceversa. Si los corredores de la City de
Londres o de Wall Street, esos monjes modernos, obedecen a designios particulares, se
declara que esos designios son el estándar, desde la lectura diaria del Financial Times hasta
las hamburguesas de Wendy’s. Chiste: ¿cuántos ingenieros de Microsoft hacen falta para
enroscar un bombillo? Respuesta: ninguno, porque entonces Bill Gates declara la oscuridad
como estándar, y somos tan tontos que la aceptamos, así como aceptamos ese desamparo
cibernético llamado Windows. Así obran los economistas: un nicho humano tiene lo que
ellos estiman es éxito económico y se declara que ese nicho es el estándar y todo lo demás
barbarie, atraso, chiribital y resolana.
Todo el mundo les dijo que no era posible enjaretar al mundo entero la experiencia de
comunidades minoritarias, aunque dominantes. No lo entendieron, empedernidos en ver el
capital como la nueva panacea, reduciendo a todos, desde el campesino del Nepal hasta el
malandro caraqueño, al mismo lecho de Procusto.
Creo que la globalización es inevitable, pero no por las malas. El neoliberalismo rataplán y
cataplún chinchín la está abortando, haciéndola más ardua, económicamente costosa y
dándole mala prensa, con consecuencias que van desde el 27 de Febrero hasta las rebeliones
chiapanecas, pasando por los saqueos londinenses. Así no se hacen las cosas, no solo porque
es moralmente reprensible, por ser una intromisión descortés en la vida ajena, sino porque no
se puede. Ahí están los resultados: Chiapas, caída del peso, crack asiático, crisis económica
venezolana a pesar de todos los paquetes con sus distintas dosis de libre mercado. Si los
neoliberales en lugar de economistas fueran científicos admitirían estos hechos y no harían
tantas convulsiones teóricas para explicar lo que no pueden porque no saben explicar. La
globalización será posible cuando entienda la plenitud de la complejidad humana, cuando
entienda que globalización no es plan y pal cuartel. Cuando sea comunión y no lecho de
Proscusto, es decir, mutilación.
La ignorancia es un fenómeno que no debemos ignorar, valga la paradoja, sobre todo cuando
tiene tanto poder que controla Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional. Parte de la
premisa maniquea de que el capital privado es la cuna de todo bien y la intervención estatal
es la cuna de todo mal. Se les olvida que el gobierno hizo las pirámides de Egipto y
Guatemala, para no hablar de las otras seis maravillas. Hasta viajó a la Luna. En cambio la
empresa privada hizo el Titanic. Lo cual revela que la empresa privada solo tiene éxito en
aquellos casos en que tiene éxito y fracasa en todos aquellos casos en que fracasa. Lo digo
con una verdad de Pero Grullo a ver si los fanáticos me entienden, digo, porque me consta
que a veces no entienden ni las tautologías. Son simples, por eso no entienden los fenómenos
complejos, que son casi todos.
Iridio
La red telefónica Iridium permite usar un inalámbrico desde cualquier parte del mundo, en el
medio de la sabana, en la cima del Everest, en Piccadilly Circus. Un sistema de 66 satélites
de baja altura interconectados sirve de infraestructura a este sistema, que a su vez está
enchufado con la red telefónica terrestre.
Su modo de globalización ha respetado criterios de complejidad. Lo más simple fue instalar
el hardware. Lo más complejo fue el software político. Como en el Metro de Caracas, lo
más difícil no fue el hardware, que total lo instalan llave en mano; lo más difícil de concebir
fue el software social que hizo falta para que respetásemos las normas. En vez de imponer su
negocio Iridium asoció a los demás. Una vez conectados los 66 satélites, era fácil conectar
los inalámbricos, mi novia me llama desde su inalámbrico en Kuala Lumpur; establece la
conexión con su satélite respectivo; la señal va saltando de satélite en satélite hasta que llega
al que está conectado mi inalámbrico y me suena el timbre del amor. No tiene ninguna
gracia, aunque sí mucha ciencia. Gracia tiene poder conectar inalámbricos Iridium con
alámbricos convencionales y con los celulares conocidos. Se necesitaba un portal en tierra.
Con uno solo era suficiente. Pero se necesitaba que las organizaciones mundiales de
telecomunicaciones aprobaran el proyecto. Se asoció a los gobiernos locales, a las
compañías locales. Se armó así lo que David S. Bennahum ha llamado «las Naciones Unidas
de Iridium». No se trataba de imponer un lecho de Procusto a las comunidades locales, sino
que ellas participaran en el negocio tal cual son.
No conozco de Iridium sino un esbozo periodístico. Pero si no me contaron mal el cuento, es
un buen ejemplo del tipo de globalización que imagino, porque es posible.
Molar/molecular
Pierre Lévy, en su libro l’Intelligence collective. Pour une anthropologie du cyberspace
(París: La Découverte, 1997) establece una diferencia entre lo que él llama molar y
molecular.
Técnicas
Control de
las especies
vivientes
arcaicas
Selección
natural
molares
Selección artificial
Finalidad.
Ausencia de
finalidad.
Escala histórica.
Escala
geológica.
Opera sobre
poblaciones
Opera sobre
moleculares
Ingenio
genético
Finalidad.
Tiempo real.
Opera gen
por gen.
poblaciones
Control de
la materia
Mecánica
Control de la
transmisión
y del punto
de aplicación
de las
fuerzas.
Termodinámica
(caliente)
Producción de
energía y
modificación de las
características de la
materia por medio
de calentamientos y
Ensamblajes. mezclas.
Nanotecnología
(frío)
Control de la
transmisión y
del punto de
aplicación de
las fuerzas a
escala
microscópica.
Ensamblaje
átomo por
átomo.
Control de
los
mensajes
Somático
Mediático
Digital
Producción
por cuerpos
vivientes,
variación de
los mensajes
en función
del contexto.
Fijación,
reproducción,
descontextualización
y difusión de
mensajes.
Producción,
difusión e
interacción
en contexto.
Control de
los mensajes
bit por bit.
Regulación
de los
grupos
humanos
Organicidad
Trascendencia
Inmanencia
Los
miembros de
un grupo
orgánico
conocen
mutuamente
sus
identidades y
sus actos.
Los miembros de un
grupo molar están
organizados por
categorías,
unificados por
líderes e
instituciones,
gerenciados por una
burocracia o
fusionados por el
entusiasmo.
Una gran
colectividad
en autoorganización
es un grupo
molecular.
Usando todos
los recursos
de las
tecnologías
finas,
valoriza la
riqueza
humana
cualidad por
cualidad.
Es decir, las cibertecnologías, entre las cuales está Internet, permiten que un conglomerado
humano trascienda la condición de ‘pueblo’, esa entelequia paradójicamente tan inmanejable
como manipulable. Cualquiera habla en nombre del pueblo y lo estiliza según sus intereses y
fines, porque el pueblo está en todas partes pero nadie lo ve. No puede manifestarse de
ningún modo que no sea el de la representación. Ha sido el gran frustrador de la democracia
republicana. La soberanía reside en el pueblo, pero hemos terminado por representarlo ante
entidades que van desde el Estado hasta las grandes corporaciones, que tienen sus propias
necesidades estructurales, ciegas, molares, manipuladoras, como un elefante en una
cristalería. Eres H porque, como decía Barthes, ocupas el lugar de H, no importa lo que
alegues, la estructura es inapelable, como una corte suprema ontológica.
Por Internet no es posible ese tipo de manipulación global y enteriza. No es posible montar
un partido nazi o comunista por Internet y que actúen del mismo modo en que actuaban los
de Hitler o Stalin. Puedes profesar esas ideologías, como cualquier otra, pero la estructura
misma del medio, que es el mensaje, te obliga a respetar al otro porque ninguna estructura
social, por potente que sea, puede aplastar a un individuo. Si pongo una página Web contra
un tirano, ese tirano no puede, si yo no quiero, saber ni siquiera dónde estoy ni quién soy y
muchas veces ni en qué servidor está esa página. Y si lo sabe seguramente el servidor, si está
fuera del área de influencia de ese tirano, no tiene ningún interés en delatarme ni entregarme.
Es más, ni siquiera tiene por qué saber quién soy ni dónde me hallo. Internet permite la
volatilización de mi individualidad en espíritu. Ya no tiene validez el habeas corpus sino el
habeas spiritum. Si me dirijo a una multitud por Internet tengo respetar la individualidad de
cada destinatario cualidad por cualidad.
Y todo ello en un contexto que por más global que sea no anula ninguna provincia. Es
sorprendente cómo las lenguas «grandes», inglés, español, francés, portugués, se están
debilitando en Internet en favor de las lenguas minoritarias, catalán, romanche, maquiritare.
Puedo ser ciudadano de lo que me dé la gana, pues ya la patria no es un accidente geográfico
y genético sino una elección. Puedo leer la prensa diaria de cualquier comarca del mundo.
Vivir las vicisitudes de mi campanario a miles de kilómetros de distancia o ignorarlas porque
me interesan las del otro lado del mundo. Mi escala varía con mi voluntad. El Estado molar
me trata de un modo enterizo: licenciado en letras, nacido en 1947, varón, chivudo,
venezolano, simpatizante de ningún partido político. Por la Internet molecular, además de la
semblanza de la frase anterior, quien me trate tiene que respetar mi placer por el chocolate,
el Beajaulais Nouveau, el whisky Laphroiac, los sandwiches de pernil de La Encrucijada, las
fotos de Cartier-Bresson y la prosa de Jorge Luis Borges. Es decir, cualidad por cualidad. O
puedo inventarme la personalidad, la edad, el sexo y la nacionalidad que me dé la gana.
La globalización que permiten los nuevos medios no está obligada a ser un ejercicio brutal,
sino una globalización inteligente, lúcida, respetuosa, y sobre todo culta porque tendrá que
conocer toda la cultura y todas las culturas del mundo. Será una inteligencia colectiva en que
el colectivo no mata al individuo sino que se alimenta de él. Una globalización que se hace
plaza por plaza, individuo por individuo, en que cada quien conserva de su especificidad lo
que quiera conservar y se enriquece de las especificidades ajenas de las que soberanamente
quiera enriquecerse. Una globalización que nos pone a todos al corriente de lo que hacemos
todos y no un centralismo stalinista, sea que el Big Brother sea el camarada Stalin o Bill
Gates, que da lo mismo porque tirano es tirano y como decía Lord Acton el poder absoluto
corrompe absolutamente.

Ver: «Tiny Machine Made From DNA».
Epílogo preocupado
Quedan algunos asuntos por resolver. Internet requiere de estándares y quien se adueña de
ellos se vuelve Bill Gates. No veo soluciones para esto en el horizonte. Hay estándares de
dominio público, el sistema operativo Linux o el lenguaje HTML que rige las páginas Web.
Pero desde la resucitada Apple Computer hasta Microsoft tienen ambiciones hegemónicas
aterradoras. No sé qué consecuencias puede tener esta ambición despótica. Tal vez en
Internet están ya las alternativas tecnológicas que permitirán armar una resistencia. Y tal vez
también esas tecnologías no pueden afectar a la larga el contenido. Este texto, por ejemplo,
fue escrito en un programa hecho por Microsoft, bajo el sistema operativo 8.5 de Macintosh,
y se transmite por Internet a través del un servidor regido por el sistema operativo Windows
NT, de Microsoft. Ni Apple ni Microsoft pueden impedirlo. Por ahora, como decía no me
acuerdo quién.
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