LA FAMILIA, EDUCADORA DEL BUEN GUSTO Hoy es frecuente asistir impotentes a una cierta invasión ambiental de chabacanería ramplona y de mal gusto. Muchos medios masivos de comunicación social, especialmente de tipo audiovisual son un triste ejemplo de ello. Bastantes personas sucumben a su influencia y se dejan contaminar por esas oleadas de mal gusto. No debemos acostumbrarnos, no hay por qué tolerarlo. El mal gusto no favorece ni ayuda al bienestar ni a la felicidad. La familia, esa instancia privilegiada entre el individuo y la sociedad, la primera responsable de la educación de las personas, no puede quedar indiferente ante esta onda de mal gusto que nos asedia y pretende hacer presa sobre nosotros; ella tiene algo que decir. “La decadencia actual del ‘buen gusto’ reclama una atención especial de parte de las familias, como un espacio privilegiado para cultivarlo”.1 Los aportes de la filosofía (ética, estética, política), de la sociología y pedagogía, de la economía y de las ciencias empresariales, así como los aportes que proceden de los diversos medios de comunicación social, pueden contribuir eficazmente a la creación de esta cultura del buen gusto, necesaria para la construcción de ese mundo mejor que es posible, y que todos deseamos hacer realidad. La educación del buen gusto es necesaria por varios motivos: 1) El buen gusto facilita nuestra convivencia. 2) Favorece la adecuada solución de los conflictos, siempre presentes en toda convivencia humana. 3) Se relaciona con el amor, y este a su vez es necesario para la felicidad. 1. El buen gusto facilita nuestra convivencia A pesar de que es frecuente oír que “de gustos no hay nada escrito”, y que “sobre gustos nada es verdad ni mentira, sino que todo depende del color del cristal con que se mira”, la verdad es que sería injusto atribuir al gusto un carácter meramente individual. En el gusto, especialmente en el buen gusto, hay muchos aspectos que invitan al sentido comunitario, cuya educación es anterior a la educación formal. La primera vida comunitaria se da en la familia; en ella se aprenden los primeros esbozos del sentido social, y después, a medida que nos desarrollamos los vamos proyectando hacia la sociedad extrafamiliar, hacia la polis. En esa educación preformal que vivimos en la familia nos jugamos en gran parte el posterior vivir de una manera más o menos constructiva (o destructiva) en la sociedad; en ella nos educamos en humanidad, siendo muy importante para esta educación la presencia del padre: “... estoy convencido de que la familia se mantiene como microsociedad original cuando ella es el origen de la vida bioafectiva y de la vida humanizada. Por esto mismo es por lo que las cualidades del ‘verdadero padre’ implican que él se convierta en presencia activa.”2 1 Ximo García Roca. (2006). CRESOL. No 67. Valencia. Septiembre 2006 (p. 22). (Texto en catalán) 2 Antoine Vargote (2006). Le père. En rev. Familia. N0 33. Julio 2006. Universidad Pontificia Salamanca. (pp. 5 – 21) 2 Es en la familia sana donde captamos los elementos constitutivos de la vida en convivencia: a) La dimensión objetiva. Desde que nacemos, gracias a la familia nos encontramos con el otro que nos libera de la relación adualista. El otro es un otro real, objetivo, personal, y gracias a él vislumbramos dónde están nuestros derechos y obligaciones; aprendemos a respetar sus derechos y a exigir que se respeten los nuestros. La teoría sistémica de la familia nos hace ver la relativa autonomía en que se mueve cada uno de sus sistemas (pareja, parental, fratría) y a la vez nos advierte sobre la necesidad de que entre ellos exista una cierta permeabilidad. Estos sistemas son autónomos, pero también se comunican entre sí, y de la calidad de esa comunicación dependerá el enriquecimiento o empobrecimiento mutuo. La objetividad, el atenernos a la realidad, el no vivir de fantasías, nos libera de caer en mecanismos neuróticos de defensa y nos ayuda a vivir aspirando a lo mejor, pero siempre de acuerdo a nuestras posibilidades y capacidades. He ahí la base para el estilo de vida de la gente de buen gusto. b) La dimensión crítica. La educación informal, propia de la familia, desempeña una función importante en el desarrollo del sentido crítico por parte de los miembros que la componen. Es en ese ambiente primario del hogar donde la mayoría de las personas han percibido los primeros atisbos del sentido crítico. Este sentido crítico está relacionado con el buen criterio, el cual a su vez es síntoma de buen gusto. Con la gente criteriosa, de buen criterio, nos sentimos bien, nos da gusto estar; al contrario, las personas que carecen de sentido crítico o que son descriteriadas, producen un cierto rechazo y lejanía. Por una especie de absorción en osmosis, los niños van asimilando lo que se respira de valórico en el ambiente familiar. De acuerdo a esos valores van “valorando” lo que conviene o no conviene, lo que conviene más o lo que conviene menos. Van así, de una manera casi imperceptible pero gradual, adquiriendo su conciencia autónoma. Hoy día, cuando tanta gente se deja arrastrar por las corrientes de moda, por el nuevo pan y circo que nos entrega la cultura de la chabacanería, es muy necesario fortalecer todos aquellos medios, especialmente de la educación informal, que nos lleven al crecimiento en el desarrollo del buen y bonito sentido crítico. c) La dimensión de lo importante. Quizá no haya nada como la familia para enseñarnos a valorar lo que es verdaderamente importante. Lo importante en nuestras vidas es aquello que nos hace verdaderamente felices. Entendemos aquí la felicidad como aquello que va más allá del simple placer y que se relaciona con el estado de ánimo que nos invade cuando poseemos de modo sereno y pacífico el bien que amamos, el bien que nos hace sentir realizados. Sabemos que no existe la felicidad absoluta, pero a ella aspiramos como a esa especie de bienestar ideal que nos motiva a seguir adelante, a soñar siempre ilusionados y contentos con sueños que pueden ser algo utópicos pero que son motivo de nuestro dinamismo y crecimiento. 3 No importa que nuestro yo real y yo ideal se aproximen hasta el infinito, siempre en forma asintótica, sin jamás alcanzar el ideal pleno; lo importante es que se aproximen cada vez más. Es la familia la que nos hace percibir de una manera natural y sencilla la dimensión de lo importante. Por medio de la praxis ella nos enseña a amar, y nada hay más importante que el amor. Nada nos hace más felices que el amor: el amor dado y el amor recibido. Y nada hay de más buen gusto y delicado que el amor. Los estudios de la ética, política, estética y filosofía, desde los griegos hasta hoy, lo confirman de consenso. Ya Kant, en su precioso ensayo “Lo bello y lo sublime”, decía que la amabilidad es la belleza de la virtud. El amor nos enseña a ser felices, haciéndonos ver que lo verdaderamente importante va más allá de los intereses individuales y de las necesidades particulares. 2. El buen gusto favorece la adecuada solución de los conflictos, siempre presentes en toda convivencia humana. Según la sabiduría kantiana (op. c.) el buen gusto contribuye a rechazar lo malo y aceptar lo bueno; el buen gusto es como un órgano que nos aproxima a lo justo, a la verdad y al bien común. Esto es lo que necesitamos para enfrentar los conflictos en buena forma. El conflicto es algo consustancial al ser humano; siempre ha habido y habrá conflictos entre las personas. Por eso, hablar de conflictos es hablar de la vida misma. Existen en toda relación de pareja, existen en la familia. Y por eso es en la familia donde aprendemos las buenas o malas formas de enfrentar los conflictos. El buen gusto que brota de la profundidad del ser, es amigo de la verdad, y por eso nos ayudará a darnos cuenta de que el conflicto no se supera negándolo sino enfrentándolo de la mejor manera posible. La sabiduría popular lo expresa bien a través de sus refranes. Cuando la gente sencilla dice “hablando se entiende la gente”, está diciendo una gran verdad: las personas se entienden hablando, y no mordiéndose. Aquellos claveles que en abril de 1974 portaban las mujeres portuguesas, y que acabaron adornando los fusiles de los soldados, dando por resultado la caída del régimen dictatorial más antiguo de Europa, es un formidable ejemplo de lo que estoy diciendo. Cuando los mismos fusiles, hechos para matar, arrojan flores en vez de balas, algo de muy buen gusto ha ocurrido, y la fuerza de la razón se ha impuesto sobre la sinrazón de la fuerza. Cuando en plena guerra civil, en la celebración del 12 de Octubre de 1936, Miguel de Unamuno improvisa su magnífico discurso “venceréis pero no convenceréis”, en valiente respuesta al estúpido grito “necrofílico” vociferado minutos antes por el general jefe de la Legión en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, la audiencia toda, y especialmente sus alumnos, entienden que su Rector es un académico de altura, de máxima excelencia académica, y hombre de muy buen gusto. Ese discurso le costó el rectorado, pero él no perdió la compostura ni la dignidad de gran intelectual. 4 La inteligencia, la razón, y el buen gusto, suelen ir de la mano. Lo cortés no quita lo valiente, dice también otra máxima de nuestra sabiduría popular. Los conflictos hay que tenerlos; no es mejor la pareja, el matrimonio, la familia o comunidad que carece de ellos, sino la que mejor sabe enfrentarlos. Podríamos decir que los conflictos son necesarios para nuestro crecimiento y desarrollo. La familia es la mejor escuela para aprender a enfrentarlos con valentía, amor a la verdad y buen gusto. Es ahí donde nos damos cuenta, desde niños, de que todos somos protagonistas necesarios a la hora de solucionar los conflictos; nadie puede excluirse, pues el conflicto o problema de uno de los miembros de la familia atañe a todos los demás. Es ahí donde hay que aprender que de nada sirve la negación del conflicto, ni su evitación o evasión. En la familia aprendemos que la política de la avestruz es contraproducente; y al revés, en ella vivimos la experiencia cotidiana de que cuando el problema o conflicto se enfrenta con verdad, con amor, sin descalificaciones ni gritos, sin ruidos, con elegancia y buen gusto, todos salimos ganando. Es entonces cuando nos damos cuenta, por propia experiencia, de una gran verdad: nos amamos a pesar de los conflictos, y porque nos amamos tenemos que superarlos cada vez que se presentan. Esta experiencia, vivida desde la infancia, nos afirma en la seguridad y autoestima para toda la vida. En la familia aprendemos que el conflicto no es sinónimo de violencia, y que la solución del conflicto tampoco es sinónimo de ganador y perdedor. Si el conflicto es enfrentado con buen gusto, elegancia, cortesía y amor; es decir, en forma constructiva, todos ganan y nadie pierde. En la familia se aprende a usar la mejor y más elegante de todas las herramientas para enfrentar el conflicto: el diálogo. El diálogo es creativo, se basa en el respeto al otro, construye la unidad respetando la pluralidad, no tiene miedo a las diferencias y refuerza la unidad. San Agustín decía: “in necesariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus charitas”: “En lo necesario haya unidad, en lo dudoso libertad, pero en todos amor”; y eso es lo que se vive continuamente en una familia funcional. El diálogo es liberador, permite la libre comunicación, la apertura de corazones, nos abre a otras perspectivas y posibilidades. El diálogo es también comprometido, es decir, permite al sujeto permanecer al lado del otro sea como sea, sin idealizarlo ni demonizarlo, sino aceptando al otro como el otro es. 5 3. El buen gusto se relaciona con el amor, y este a su vez es necesario para la felicidad. El buen gusto es paradigma universal. Hoy es posible que los seres humanos no nos sintamos convocados por las mismas ideas filosóficas, políticas, religiosas, éticas. Pero hay un lenguaje que todo el mundo entiende y que se relaciona con lo que podríamos considerar una ética de mínimos, una especie de “ética civil” 3, que es el buen gusto. Ese lenguaje a todos atrae, a todos agrada, aunque no todos lo practican. Y si no se practica es probablemente porque nos falta educación en ese campo. “La invocación al buen gusto resulta ineludible cuando se quiere encontrar una instancia universal y una experiencia de verdad para construir la vida en común, más allá de la subjetividad. Pero sobre todo resulta esencial cuando se quieren crear las condiciones sociales para educar en la ciudadanía...”4. El buen gusto se relaciona con el buen criterio del que hablábamos al principio, y que tiene mucho que ver con la sabiduría casi instintiva formada por los sentimientos, emociones, consensos, convicciones, relatos y tradiciones que fundamentan la comunidad; la educación del buen gusto es como una sensibilidad especial hacia todo aquello que es bello y noble, verdadero y justo. “Lo sublime conmueve; lo bello encanta ..... Por otra parte, el sentimiento de lo bello degenera cuando en él falta por completo lo noble, y entonces se le denomina frívolo” (Kant, ib.). El buen gusto, concebido así, es elemental, de una importancia decisiva para vivir juntos, para la convivencia humana. Una actitud así nos lleva de la mano a las exigencias del amor, especialmente a las más elementales, como exigencias de justicia universal; exigencias que son exigibles a todos los seres humanos porque las comparten todos los hombres y mujeres de bien. Supongamos por ejemplo, que al realizar una encuesta nos encontráramos con que algunos de nuestros encuestados no están de acuerdo en que a todos los ciudadanos se les respeten los mismos derechos básicos en cuanto a educación, salud y vivienda. Si somos personas mentalmente saludables, interiormente nos rebelaríamos con dicha respuesta, pues ella ofende al buen gusto, a la justicia y al amor al prójimo. Todo adulto normal es intransigente en lo que considera ofensivo en cuestiones de justicia social; inconscientemente nos rebelamos contra esas actitudes que ofenden los derechos elementales de las personas. Nada hay más fuerte, más exigente, y más revolucionario que el verdadero amor al prójimo; por eso es más fuerte que la muerte. Hasta la vida somos capaces de entregar a causa de las causas justas. 3 4 Adela Cortina. (1994). La ética de la sociedad civil. Madrid. Anaya. Ximo García Roca. ib. 6 El buen gusto, al igual que el amor, se sitúa más allá de los intereses particulares. Si por ejemplo viéramos que un estudiante esconde para su uso personal el único libro que existe en la biblioteca y que lo necesitan todos sus compañeros, nos daríamos cuenta de que esa acción ofende el buen gusto (los demás dicen que es “feo” lo que él acaba de hacer), pero además ha faltado a la justicia. Y por supuesto, ese joven no tiene ni idea de lo que es el amor al prójimo. Al contrario: si se tratara de un joven lleno de amor, jamás habría cometido esa injusticia, ofensiva al amor y al buen gusto. El buen gusto es una facultad espiritual de discernimiento casi automático para todo aquello que se refiere al bien común. Es decir, la persona de buen gusto difícilmente realizará algo ofensivo a los demás porque su misma capacidad de discernimiento se lo impedirá de forma casi automática; como si dijera: ¿me gustaría a mí que alguien me hiciera semejante cosa? Ese es el discernimiento del amor y de la justicia, común a todas las personas de bien. Por eso decimos que el buen gusto, así descrito, se convierte, al igual que el amor, en paradigma universal de entendimiento. El buen gusto, relacionado con el amor, contribuye a la felicidad. Recordemos cómo ya, en el siglo primero, describía el amor el autor bíblico de la primera carta a los Corintios (1 Cor. 13. Versión no literal): El amor es comprensivo. El amor es servicial y no siente envidia. El amor no es orgulloso, ni presumido, ni pedante. No es maleducado ni egoísta, ni va a lo suyo. No se enfada, no se irrita, no guarda rencor. No se alegra de la desgracia ajena, ni de la injusticia. El amor lucha por la justicia, disfruta con la verdad, con la humildad, con la sinceridad. El amor siempre está dispuesto a disculpar. Nunca pierde la confianza. Sabe esperar sin desanimarse. Aguanta hasta lo insospechado sin hacerse la víctima. El amor no se acaba nunca: cuanto más se da más se tiene. Esta educación para el amor y buen gusto nos la da la familia. 7 BIBLIOGRAFÍA 1. Aranguren, Luis (2002). Educar en el compromiso. Valores para vivir en sociedad. Madrid: PPC. 2. Cortina, Adela (1994). Hacer reforma. La ética de la sociedad civil. Madrid: Anaya. 3. Cortina, Adela (1999). Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía. Madrid: Alianza Editorial. 4. De Castro, Juan (1998). La verdad es tu libertad, el amor tu vocación. Santiago: LOM. 5. García Roca, Ximo (2006). Les Families, educar en el bon gust. Revista CRESOL. N0 67. Septiembre 2006. Valencia. 6. González. Díez (1997). Educación en valores. Acción tutorial en la ESO. Madrid: Editorial Escuela Española. 7. Huneeus, Pablo (1981). La cultura Generación. 8. Kant Inmmanuel Lo bello y lo sublime : ensayo de estética y moral. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. /www.cervantesvirtual.com/FichaAutor.html?Ref= 427 9. Romero, Eduard (1997). Valores para vivir. Madrid: CCS. 10. Vergote, Antoine (2006) Le père. En Rev. Familia. N0 33. Julio 2006. Salamanca: Universidad Pontificia. (pp. 5 – 21). José Luis Ysern de Arce Universidad del Bio-Bio. Chile Noviembre 2006. [email protected] huachaca. Santiago: Nueva