Romano Guardini, un educador para hoy

Anuncio
Romano Guardini, un educador para hoy
ALFONSO LÓPEZ-QUINTÁS
HUMANITAS 53
Introducción .................................................................................................................... 1
Las dos bases de una vida lograda ................................................................................ 1
El asombro ante el poder de la verdad ......................................................................... 2
Nuestro espíritu enferma cuando se aleja de la verdad .............................................. 3
La relación de encuentro................................................................................................ 3
La relación yo–tú y el lenguaje ...................................................................................... 5
Guardini, una figura abierta al futuro ......................................................................... 6
NOTAS: ........................................................................................................................... 7
Introducción
A los 40 años justos del fallecimiento de Romano Guardini (Munich, 1 de
octubre de 1968), la figura de este gran humanista, pedagogo de gran estilo, se
nos presenta como modelo de lo que debe hacerse en tiempos de desconcierto
y apatía espiritual. Imaginemos el temple que habrá necesitado para
consagrarse durante los terribles «doce años» nacionalsocialistas a formar
sólidamente, en cuestiones éticas y religiosas, a los jóvenes del Movimiento de
Juventud. Por no ser ésta entonces una actividad prestigiada en ciertos
ambientes académicos, perdió más de una oportunidad de ocupar puestos
docentes que le hubieran permitido realizar su labor intelectual con el debido
sosiego. Pero Guardini lo puso todo a la carta de descubrir el método óptimo
para formar a los jóvenes de esa época atormentada. No se consagró a fáciles
labores de crítica; quiso ir a lo hondo, lo más hondo posible. Esto explica que
de sus encuentros con los jóvenes y con grupos de mayores afanosos de una
formación adecuada hayan brotado, una a una, sus numerosas obras. Por eso
conservan una sorprendente vitalidad.
Las dos bases de una vida lograda
Desde muy joven intuyó Guardini que el hombre sólo puede edificar Su vida
personal sobre dos bases: la apertura a las realidades valiosas del entorno y el
amor a la verdad, como punto de anclaje que da vigor al pensamiento y a la
capacidad creativa. Por eso cultivó el pensamiento dialógico -afanoso de
mostrar al hombre como un «ser de encuentro»-; fundamentó la vida ética en la
vinculación profunda a los grandes valores –la verdad, la unidad, el bien, la
justicia, la belleza–; consagró sus mejores fuerzas a mostrar que «sólo quien
sabe de Dios conoce al hombre». Al regalarme la conferencia que pronunció,
con este título, en el renombrado «Katholikentag» (el día de los católicos), me
dijo subrayando las palabras: «Aquí está el núcleo de mi pensamiento». La
idea expresada en ese título venía a complementar la frase de Pascal que
Guardini puso como lema a un libro sobre Antropología que no llegó a publicar:
«El hombre supera infinitamente al hombre» (l’homme dépasse infiniment
l’homme).
Estas tres grandes tareas las llevó a cabo sobre todo en estas cuatro obras:
Mundo y persona, Ética, El Señor, La existencia del cristiano. En ellas
condensa buena parte de sus obras más breves. En las dos primeras subraya
la condición dialógica del ser humano, abierto en su raíz a otras personas –
vistas como un tú– y llamado a nutrir su espíritu mediante el cultivo del bien, la
justicia, el amor, la belleza, los grandes valores «sin los cuales su persona
enferma». En la 3ª y la 4ª, nos muestra, con el estilo firme de las convicciones
profundas, que los grandes valores tienen en el Creador su fuente y su plenitud
de sentido. Por eso, en El Señor hace radicar el Bien en el Dios vivo de la
Escritura: «’El Bien’ es uno de los nombres de Aquel cuya esencia es inefable.
Él no exige sólo obediencia respecto al ’Bien’, sino que te sientas vinculado a
Él, el Dios vivo; que te atrevas a ello por amor y con el nuevo tipo de existencia
que surge del amor. De esto se trata en el Nuevo Testamento, y sólo cuando
se lo consigue se hace posible la plenitud de lo ’ético’»1.
Esta plenitud se nos da a conocer en las bienaventuranzas evangélicas, que –a
su entender– no son meros «principios de una moral superior, reconocidos
universalmente desde los tiempos de Jesús». «En realidad, son una invitación
a engendrar una vida nueva. (...) En la medida en que el hombre realiza lo que
supera toda ética, surge también un nuevo êthos. En él queda cumplido y
superado a la vez el Antiguo Testamento»2. Esta fundamentación de la Ética
en el Creador, Ser Supremo y Trascendente que nos creó a su imagen y
semejanza, constituye una clave para entender, por una parte, la oposición de
Guardini al espíritu autosuficiente de la Edad Moderna y, por otra, su tendencia
a entender al hombre como un ser «que se trasciende infinitamente a sí
mismo». Por eso, bien podemos decir que todo el pensamiento de Guardini se
halla condensado en el siguiente párrafo de su obra póstuma, La existencia del
cristiano: «La sede del sentido de mi vida no está en mí, sino por encima de mí.
Vivo de lo que está por encima de mí. En la medida en que me encierro en mí o
–lo que viene a ser lo mismo– me encierro en el mundo, me desvío de mi
trayectoria (...). Mas esto significa que, con anterioridad, debo aceptar el existir,
aunque no se me haya preguntado si lo quiero »3. «... Dios es el ’punto de
referencia’ esencial a partir del cual y para el cual el hombre existe. Si las
relaciones con Él se desordenan, se trastorna el hombre todo. De esta clase
son las secuelas de la culpa de las que habla la Revelación»4.
El asombro ante el poder de la verdad
La figura de Guardini se caracteriza por su «êthos de verdad», su decisión
básica de defender la verdad y vivir de la verdad. A la luz de lo antedicho
sabemos que para él la verdad está muy lejos de reducirse a un concepto
filosófico. Implica la realidad vista en toda su amplitud: su origen, sus
manifestaciones terrenas, su última meta. Por todo ello, podemos muy
justamente considerarlo como un pensador modélico para estos tiempos
sombríos de relativismo y reduccionismo, producto y causa a la vez de un
nihilismo demoledor.
En la personalidad de Guardini resalta, ante todo, su actitud de fidelidad
inalterable a la verdad de realidades y acontecimientos. En sus clases y
homilías, Guardini no intentaba convencer a los oyentes, sino mostrar la verdad
con toda la fuerza que ella posee. «La verdad es compleja, polifónica», como lo
son las realidades del mundo que queremos conocer5. A este concepto
relacional de verdad alude cuando destaca, asombrado, el poderío que a veces
ostenta la verdad cuando la buscamos como una meta, para vivir en ella y de
ella. Con el recuerdo de las conferencias que pronunció en la iglesia de San
Pedro Canisio en el Berlín de 1940, sobrecogido por el terror de los
bombardeos, nos confiesa Guardini la idea profundamente realista que tenía de
la verdad.
«Entre 1920 y 1943 desarrollé una intensa actividad como predicador y he de
decir que pocas cosas recuerdo con tanto cariño como ésta. Lo que desde un
principio pretendía, primero por instinto y luego cada vez más conscientemente,
era
hacer
resplandecer
la
verdad.
La
verdad
es una fuerza, pero sólo cuando no se exige de ella ningún efecto inmediato,
sino que se tiene paciencia y se da tiempo al tiempo; mejor aún: cuando no se
piensa en los efectos, sino que se quiere mostrar la verdad por sí misma, por
amor a su grandeza sagrada y divina». «Aquí experimenté con intensidad lo
que dije antes sobre la fuerza de la verdad. Pocas veces he sido tan consciente
como en aquellas tardes de la grandeza, originalidad y vitalidad del mensaje
cristiano-católico. Algunas veces parecía como si la verdad estuviese delante
de nosotros como un ser concreto»6.
Para hacerse una idea clara y plena de la dignidad que tenemos los seres
humanos, debemos ver los conceptos en toda su complejidad, como nudos de
relaciones, o, si se quiere, como acordes, no como simples notas. Un acorde
musical aún a diversas notas y ofrece una sonoridad peculiar.
Nuestro espíritu enferma cuando se aleja de la verdad
Ahora comprendemos la razón profunda por la que Guardini afirma que el amor
a la verdad nos robustece espiritualmente y la aversión a la misma nos
enferma. «Cuando el hombre rechaza la verdad, enferma.
"Ese rechazo no se da ya cuando el hombre yerra, sino cuando abandona la
verdad; no cuando miente, aunque lo haga profusamente, sino cuando
considera que la verdad en sí misma no le obliga; no cuando engaña a otros,
sino cuando dirige su vida a destruir la verdad. Entonces enferma
espiritualmente"7.
La verdad primaria del hombre es haber sido creado a imagen y semejanza de
Dios. De ahí su inquietud interior por volver a Dios, como su origen y su meta.
Toda la vida y la actividad de Guardini se inspiraron en la invocación de San
Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que
repose en ti»8. Este venir de Dios y volver a Él, como al verdadero Ideal,
genera el dinamismo singular del ser humano, que no es mera agitación, sino
un sereno orientarse hacia las raíces que lo nutren. Se trata de un dinamismo
creador.
La relación de encuentro
Para comprender de forma precisa la riqueza de la persona, orientada
dinámicamente hacia el Creador, Guardini se esfuerza por determinar las
realidades a las que debe unirse. En primer lugar destaca las personas, y
analiza en pormenor el acontecimiento decisivo del encuentro. Si queremos
establecer una verdadera relación de encuentro personal, hemos de crear una
relación reversible, bidireccional, respetuosa de la capacidad de iniciativa que
tiene el otro. Consiguientemente, la relación «sujeto–objeto» debe ser
sustituida por la relación «yo–tú». En el encuentro llevamos a pleno logro
nuestra condición de «seres relacionales». En él creamos un campo de juego
dialógico que constituye el «nosotros». Por eso, al vivir un verdadero
encuentro, tenemos la sensación de haber llegado a una meta y
experimentamos un sentimiento de plenitud y, derivadamente, de felicidad.
Esta fecundidad del encuentro nos plantea, para darse, muy precisas y
exigentes condiciones, que pueden condensarse en una fundamental: optar
incondicionalmente por los grandes valores: la verdad, la bondad, la unidad, la
justicia, la belleza. Guardini destaca insistentemente la necesidad humana de
ob–ligarse a estos altísimos valores, es decir, vincularse a ellos libre y
lúcidamente en lo más profundo del ser.
«Sólo en la realización de la verdad –escribe– alcanza la persona su sentido,
porque está referida por naturaleza a la verdad. Existe para la verdad, como
posibilidad permanente de realizarla. (...).Por eso también es la persona
responsable de la verdad, del mismo modo que tiene en ella su apoyo y su
amparo. La persona y la verdad están vinculadas de raíz. Existe una
contraprueba de ello: la actitud que niega la persona niega también, si actúa en
serio, la verdad. Por ejemplo, todo sistema totalitario, empeñado en destruir la
persona y hacer del hombre una simple célula del Estado (…), tiene que
procurar también acabar con la verdad, porque, al atenerse a ella, la persona
se reafirma una y otra vez»9. «Sin el bien, la persona no puede en absoluto
existir. Su relación con él –a la vez que con la verdad– es la forma esencial de
su constitución y su conducta. Personalidad significa, esencialmente, estar
referido al bien»10.
La convicción de que el «elemento» propio de la vida personal –regida, en
definitiva, por el espíritu- viene dado por los valores de la verdad, el bien, la
justicia, la belleza, la libertad creativa, el amor… lleva a Guardini a subrayar
que el espíritu –y con él, la persona entera– enferma cuando se aleja de esas
fuentes de vida. El espírituc del hombre enferma «cuando deja de lado la
verdad», «se aleja de la justicia», «abandona el amor»11. «…El espíritu tiene
una especial relación con la verdad, el bien, la justicia. (…) El espíritu vive
porque es capaz de conocer la verdad, querer el bien, hacer lo que es justo.
Cuanto más ejercita esta capacidad, más rica y pura es su vida»12. Cuando
nos movemos en esa atmósfera propicia para la vida del espíritu, estamos en
disposición de cumplir exactamente las otras condiciones del encuentro: la
generosidad, la apertura veraz y confiada, la cordialidad y fidelidad, la
comunicación afectuosa, la participación en actividades nobles, el respeto…
Notemos, respecto a esta última condición, que se trata de una actitud que nos
lleva a unirnos guardando las distancias, a fin de evitar fusionarnos para
perdernos o alejarnos para dominar. En el plano del encuentro y la vida
espiritual nadie desea dominar a nadie, sino colaborar en condiciones de
igualdad, a fin de enriquecerse mutuamente. El afán de dominar nos rebaja de
nivel. Todo encuentro auténtico implica una relación de presencia, y ésta no se
logra ni con la mera inmediatez ni con la mera distancia, sino con la integración
de ambas. Tomadas a solas, la inmediatez degenera en fusión, y la distancia
en alejamiento. La fusión es una forma de unión perfecta en el nivel de los
objetos y el manejo de los mismos; es sumamente negativa en el nivel de la
vida personal, porque anula la identidad de quienes se unen. Ensamblando la
inmediatez con la distancia, surge la forma más perfecta de unión: la presencia,
relación luminosa que surge en el encuentro13.
La relación yo–tú y el lenguaje
Al entrar en relación de presencia, se trata a la otra persona como un tú. Para
comprender el alto rango de esta relación, debemos esmerarnos en distinguir
de forma precisa los diversos modos de unión que podemos establecer con el
entorno. Si reparamos en que, al crear auténticas relaciones de encuentro,
superamos la escisión entre el dentro y el fuera, lo interior y lo exterior,
descubrimos la posibilidad de fundar modos de unión muy valiosos,
desconocidos en los niveles inferiores. Si tú y yo nos encontramos en sentido
estricto, tú no estás fuera de mí y yo de ti. Ambos fundamos un campo de libre
juego, en el cual participamos el uno de la vida del otro. Este tipo de
participación da lugar a esa forma entrañable de interrelación que llamamos
intimidad.
Guardini intuye que la necesidad de vivir dinámica y creativamente entre dos
centros –el yo y el tú– se funda en la condición relacional del ser humano. Por
eso hizo suya la idea teológica ya destacada por otros pensadores (entre ellos,
Ferdinand Ebner) de que Dios creó las cosas mandándoles existir, y al hombre,
llamándole por su nombre a la existencia14. Con ello convierte al hombre en su
tú y se convierte a sí mismo en el Tú del hombre. Al ser fruto de una llamada, el
ser humano adquiere un riguroso carácter verbal, dialógico.
«Dios me creó –escribe–, pero no como un objeto (…). Me creó al llamarme a
ser su tú. Ahora bien, la respuesta a la llamada consiste en que yo sea el que
Él me llamó a ser y realice mi vida jugando el papel de ’tú’ respecto a Él. (…)
Esta relación constituye la verdad de mi ser, así como el fundamento de mi
realidad. Un pensamiento se vuelve falso, un sentimiento se torna injusto y una
obra se malogra en la medida en que se salen de esta relación o se rebelan
incluso contra ella». «La persona del hombre es, en su más profundo sentido,
la respuesta al llamamiento que Dios le hace como a un ‘tú’»15. De aquí
arranca el interés constante de Guardini por ahondar en el sentido originario del
lenguaje. El lenguaje auténtico tiene como función primaria servirnos de
vehículo para fundar vínculos personales, no de medio para comunicarnos.
Esta última es una función importante, pero derivada. Dicho con espíritu de
acogimiento amoroso, el lenguaje funda la relación yo–tú. Tal relación
constituye la raíz de la vida espiritual humana. Lo expresa Guardini, en clara
afinidad con Theodor Haecker y Ferdinand Ebner16:
«… El hombre se encuentra esencialmente en diálogo. Su vida espiritual está
orientada a ser compartida. (…) Aquí se indica algo que radica en la esencia de
la existencia espiritual misma: el hecho de que la vida espiritual se realiza
esencialmente en el lenguaje»17.
Por ser autónoma, la persona no está cerrada en sí; se abre al tú. La tendencia
a salir hacia los demás constituye el rasgo propiamente espiritual de toda
persona. Como el espíritu tiene poder creador de relaciones de encuentro, y en
éstas se supera la escisión entre el interior y el exterior, el dentro y el fuera,
cuando una persona sale hacia otra no sale de sí; entra en su verdadero ser,
logra su plena identidad. Todo esto (el yo y el tú, la relación entre ambos, la
superación de la escisión dentro-fuera, interior-exterior…) se expresa en el
lenguaje dicho con amor, con voluntad de crear una verdadera relación de
encuentro. El lenguaje, dicho con afecto, es una fuente de luz y conocimiento
que no sólo condensa el legado de la tradición familiar y social sino que da
origen a nuevos sentidos. El lenguaje es un campo no sólo de múltiples
significados sino de sentido, de afectos, anhelos e intuiciones. En esa trama de
conocimientos es insertado el niño al nacer y ser apelado por sus allegados.
Nacemos acunados espiritualmente por el lenguaje. A todo esto aludimos al
afirmar que «somos seres locuentes», los únicos en todo el inmenso y
admirable universo18.
«El lenguaje –escribe Guardini– no sólo constituye un medio a través del cual
se comunican acontecimientos, sino que la vida y la actividad espirituales se
realizan ellas mismas en el lenguaje. El pensamiento no es un acto pre-verbal
del espíritu que sólo después, en virtud de una decisión o una intención
especial, se manifiesta en palabras, sino que tiene lugar, desde el comienzo,
en forma de lenguaje interior. El lenguaje no es un sistema de signos de
entendimiento por medio del cual entran en comunicación dos mónadas; es el
ámbito de sentido en que todo hombre vive. Es una conexión de formas de
sentido determinables por leyes supraindividuales. En ella nace el hombre y por
ella es formado. Es un todo independiente del individuo, en el cual éste
colabora de algún modo según su capacidad. En este mundo de formas de
sentido vive el hombre. (…) Hablar, en rigor, no puede uno consigo mismo, sino
sólo con otra persona; (…) impulsa, por tanto, a establecer la relación yo–tú. En
este sentido, el lenguaje significa el proyecto previo para la verificación del
encuentro personal»19.
Si cuanto pensamos tiene carácter relacional, nuestro pensamiento debe ir
vinculado necesariamente a la palabra. Al ser relacional en sí misma, la palabra
implica silencio, visto no como mera falta de palabras, sino como la capacidad
de atender, a la vez, a diversas realidades confluyentes, o diferentes aspectos
de una misma realidad. Digo pan con espíritu silencioso, recogido, y pienso en
todas las realidades que han debido confluir para dar lugar al prodigio que es
una espiga de trigo que brota y madura en el campo. La palabra está en la raíz
de nuestra vida concreta, porque somos seres relacionales, ambitales. Los
huérfanos que –por disposición de Federico II de Hohenstaufen– no recibieron
de sus cuidadores ni una palabra ni un gesto expresivo acabaron muriendo, a
causa sin duda del desamparo, pues el lenguaje nos acoge, nos permite
centrarnos como personas al abrirnos a nuestro segundo centro: el tú y la
trama de ámbitos de nuestro entorno20.
El lenguaje es indispensable para un ser relacional, como el hombre. Éste lo
necesita porque proviene de una llamada –inspirada por un encuentro
amoroso, expresado en una palabra de compromiso cordial– y está llamado a
crear nuevos encuentros dentro de una trama complejísima de ámbitos. Si
vemos las realidades como tramas de interrelaciones, hemos de considerar el
lenguaje como el indispensable medio en que podemos vivir como personas,
ya que los estímulos no nos bastan para regir nuestra existencia. Por eso un
lenguaje empobrecido depaupera nuestra vida, y un lenguaje corrompido acaba
destruyendo nuestra mente y nuestra persona. El lenguaje dicho con espíritu
de acogimiento y amor es el «elemento» natural en que germina y se desarrolla
la vida personal del hombre, que hoy es definido por la más cualificada Biología
como un «ser de encuentro», un ser dialógico21.
Guardini, una figura abierta al futuro
Actualmente, la lectura de varios escritos póstumos de Guardini nos permite
descubrir que no fue el triunfador nato que suponíamos sus alumnos; fue el
hombre que, a través de múltiples avatares y sufrimientos, permaneció fiel a la
titánica tarea de defender la libertad frente al poder desmadrado, al relativismo
que se erige en dueño de la verdad y los valores, al reduccionismo que dilapida
la grandeza del hombre, a la altanera pretensión de autonomizarse frente a
todo tipo de trascendencia22.
Su coherencia espiritual le valió a Guardini ser estimado por propios y extraños
y ejercer una forma de magisterio perdurable. En 1963 recibió el «Premio
Erasmo al mejor humanista europeo». Si hoy, en su querido Berlín, la Guardini
Stiftung (Fundación Guardini) acierta a recoger el testigo de este gran valedor
de la mejor Europa, podemos esperar fundadamente que este viejo y admirable
continente siga nutriéndose de las raíces intelectuales y religiosas que lo
alzaron a una gloria secular.
NOTAS:
1 Cf. El Señor, Cristiandad, Madrid 2002, p. 122; Der Herr, Werkbund,Würzburg 1951, p. 92.
2 Cf. El Señor, págs. 92-93; Der Herr,p. 149.
3 Cf. O. cit., BAC, Madrid 1997, págs. 168, 180-181; Versión original: Die
Existenz des Christen, Schöning,Paderborn 21977, págs. 169, 181-182. Véase, además, la breve obra
programática: La aceptación de sí mismo, Cristiandad, Madrid 1983; Versión original: Die Annahme
seiner
Selbst,
Grünewald,
Maguncia
21990.
4 Cf. La existencia del cristiano, p. 203; Die Existenz des Christen, págs. 205-206.
5 Véase el bellísimo texto sobre el carácter polifónico de la verdad en Versuche über die Gestaltung der
heiligen Messe, Hess, Basilea, p. 25.
6 Apuntes para una autobiografía,Encuentro, Madrid 1992, págs. 161-162, 167-169.
7 Cf. Welt und Person, Werkbund, Würzburg 1950, págs. 96-97; Mundo y persona, Cristiandad, Madrid,
págs. 183-184.
8 Cf. Confesiones I
9 Cf. Ética, Lecciones en la universidad de Munich, BAC, Madrid 1999, págs. 160-161; Ethik,
Vorlesungen an der Universität München, M. Grünewald, Maguncia 21994, p. 239.
10
Ética,
p.
162;
Ethik,
p.
205.
11 Cf. Welt und Person, págs. 96-98 (Mundo y persona, págs. 106-108). Véanse, asimismo, La existencia
del cristiano, BAC, Madrid 1997, p.459 (versión original: Die Existenz des Christen, F. Schöning,
Paderborn 1976, p. 467); El poder, Cristiandad, Madrid 1982, págs. 77, 112, 117, 123 (Versión original:
Die Macht, Werkbund, Würzburg 41957).
12 Ética, p. 144; Ethik, p. 180.
13 Este importante tema lo analizo, sobre todo, en El triángulo hermenéutico (Madrid 1971, págs. 59-115)
y en Inteligencia creativa (BAC, Madrid 42003, págs. 160-165).
14 Cf. Welt und Person, págs. 28, 113; Mundo y persona, págs. 36, 123.
15 La existencia del cristiano, págs. 179, 467; Die Existenz des Christen, págs. 180, 475.
16 «La palabra –escribe Ferdinand Ebner– ’creó’ la autoconciencia y la vida espiritual del hombre en su
realidad». «En la palabra está la clave para acceder a la vida espiritual». «Claro que a pocas personas se
les ha concedido el don de que en su palabra se halle latente la fuerza del espíritu de tal modo que, al
hablar de Dios, lo hagan inmediatamente presente a quienes las oigan» (Das Wort und die geistigen
Realitäten, Herder, Viena 1952, págs. 50, 71, 220; La palabra y las realidades espirituales, Caparrós,
Madrid 1993, págs. 45, 62, 178).
17 Welt und Person, p. 107; Mundo y persona, p. 117.
18 Nótese que los términos «locuente», «elocuente», «locuaz», «locutorio» y otros afines proceden del
verbo latino loqui (hablar).
19 Welt und person, p. 107; Mundo y persona, págs. 117-118.
20 Cf. R. Guardini: Welt und person, p. 108 (Mundo y persona, p. 118); Ethik, p. 235 (Ética, p. 183).
21 Cf. Juan Rof Carballo: Urdimbre afectiva y enfermedad, Labor, Barcelona 1961; Violencia y ternura,
Prensa Española, Madrid 31977; El hombre como encuentro, Alfaguara, Madrid 1973; Manuel Cabada
Castro: La vigencia del amor, San Pablo, Madrid 1994.
22 Esta nueva visión de la figura de Guardini inspiró mi obra Romano Guardini, maestro de vida,
Editorial Palabra, Madrid 1998.
Descargar