DEL MAPA ESCOLAR AL TERRITORIO EDUCATIVO CARLOS CALVO MUÑOZ Patricia Iris Viveros Acosta Mtro. Javier Guadalupe Sánchez García REINGENIERÍA EDUCATIVA El presente trabajo tiene la intención de presentar un análisis reflexivo de los dos primeros capítulos de la obra de Carlos Calvo Muñoz “Del mapa escolar al territorio educativo. Disoñando la escuela desde la educación”, escrito en el año 2007. Calvo Muñoz como título profesional es Profesor de Filosofía, Universidad Católica de Valparaíso, Chile; además cuenta con los grados académicos de Ph. D: Educación, Stanford University, USA; Master of Arts: Antropología, Stanford University, USA y · Master of Arts: Educación, Stanford University, USA, 1974. Además de ello tiene los siguientes estudios: Académico postdoctoral, Stanford University, USA; Académico postdoctoral, Universidad de Lovaina, Bélgica; Trainer en Programa de Enriquecimiento Instrumental (PEI) y Evaluación Dinámica de la Propensión al Aprendizaje (LPAD), Hadassah Wiso Research Institute, Jerusalem, Israel. Sus áreas de interés son Antropología educacional, Teoría del Caos y Teorías de la Complejidad, Educación Informal, Relación entre el pensamiento oriental y occidental, así como Etnoeducación. En este texto el autor nos reta a realizar una reflexión en torno a la diferencia entre educación y escuela, reflexión que resulta un tanto compleja dado que equipara los conceptos y los resitúa desde la física cuántica y otras ciencias que no resultan fácil de comprender, sin embargo la esencia de la comparación resulta clara y comprometedora, sino es que ensoñadora. Nos introduce en el tema del proceso educativo explicando su simplicidad y complejidad, así como las incertidumbres que genera, causando con los resultados que se tienen una desilusión, una pérdida de fe y entusiasmo tanto en educandos como en educadores Explica que aun a pesar de las reformas educativas, las propuestas innovadoras, los diseños y rediseños curriculares las prácticas en las escuelas continúan inamovibles, los docentes se refugian en las rutinas, para no dejar escapar el contenido y sus certezas, “certezas” que no son cuestionadas, pues las políticas educativas o públicas tienen misiones específicas que son las revisadas: cobertura, asistencia, permanencia, aprobación, cumplimiento administrativo. El aprendizaje o la ignorancia de los alumnos no es en realidad algo cuestionado, mucho menos los procesos por los cuales se llega a ello. Menciona que dichos planes y programas han sido tomados como “MAPAS” que orientan el hacer educativo, seguidos cabalmente, cumplidos a conciencia, pero desafortunadamente sin mirar el territorio y todo lo que este representa: su diversidad, sus cambios, sus desafíos, sus incertidumbres, su movilidad, etc. Nos hemos perdido en el “tratar de entender” las reformas y “cumplir” con lo que se estipula en el mapa dejando a una lado el contexto, el territorio, la diversidad, la REALIDAD, y más grave aún hemos dejado de ver a la enseñanza y a el aprendizaje como una TENTACIÓN IRRESISTIBLE, por lo que nos hemos dejado de preocupar sobre el COMO enseñar y el COMO aprender. Resalta que la diversidad cultural no se contempla en planes y programas, que la forma en que se aborda es disonante con lo que debiese hacerse pues se aprende más de ella en la vida real que en la escuela –y esto lo aplica a prácticamente toda la currícula-, en nuestro país la atención a la diversidad es una las prioridades de la educación, más sin embargo es algo que esta descimbrado de las prácticas docentes, las adecuaciones curriculares para atender a la diversidad surgieron en los 90´s inicialmente como referenciales a la integración educativa y posteriormente a la diversidad cultural, pero los docentes no tenemos la “cultura” de atender esa diversidad, es más fácil dirigirnos a los alumnos generalizándolos. El autor nos lleva a reflexionar que no se requieren cambios radicales, esto es, no es posible cambiar todo, sino retomar lo “bueno” y resarcir en lo que no estamos bien; esto lo relaciono con la reingeniería educativa. Luz María Chapela, en una conferencia sobre materiales educativos, declaraba que no son los materiales lo que hacen que una práctica docente sea buena o mala, sino la creatividad del docente lo que permite el uso de los recursos que tiene al alcance para propiciar “buenos aprendizajes y experiencias “en sus alumnos. El autor también menciona algo de esto, establece que nos amparamos en la infraestructura escolar para justificar nuestros resultados, pero aun cuando reconozco que tenemos serias inequidades en este aspecto, lo más grave es la carencia de “vocación” esa si es una señal alarmante en la educación. Nos movemos en un círculo de cumplimiento, pero no de entrega, de pasión, de comprensión, de ternura, de dar lo mejor para nosotros y nuestros alumnos. Los docentes “deberíamos” ser investigadores de nuestra propia práctica, el aula es un gran laboratorio donde se promueven cosas inéditas, insólitas, inesperadas, y en donde, si observáramos y nos apasionáramos más, podríamos hacer una intervención más exitosa, por ello el autor nos dice que debemos desescolarizar la escuela. Requerimos de un cambio, que va más allá de los planes y programas, de la infraestructura….es un cambio de actitud, un cambio de fin: escuelas donde se promueve el pensamiento y la reflexión, un cambio en el “ser” docente, un cambio en donde el aprendizaje sea natural considerando lo caótico, lo inesperado, lo cambiante. Nos habla también que en esta nueva escuela se requiere utilizar el análisis como analogía y la intuición, se debe propiciar el uso de los dos hemisferios, y entonces yo concibo, que se debe humanizar la educación, debemos atender no sólo el pensamiento y la reflexión, sino el amor, la ternura, la comprensión, la humanización, pero para ello se requieren personas que se maravillen ante el misterio, que teoricen desde su práctica y practiquen desde la teoría, personas que se muevan hacia niveles superiores de abstracción, personas con sentido común, alegres, inocentes y apasionadas con la tarea de enseñar y aprender. No es necesario diseñar un sistema de formación continua de maestros en contenidos ya tan barajados, es urgente apostar, soñar con un conjunto de docentes con vocación, reflexivos, amantes de su profesión, deseosos de redimensionar o “desescolarizar” la escuela. Y suena como una utopía, y lo es, pero debemos ir tras ella, debemos luchar con toda nuestra fuerza para lograr salvarnos como especie. Hasta ahora somos docentes “alienados” que por consiguiente “alienamos” alumnos y como resultado tenemos sociedades lineales, irreflexivas, carentes incluso de conocimientos, porque lo que les damos son conocimientos inertes, insignificantes, sueltos, descontextualizados; estamos amarrados por la normatividad y peleados con la innovación. Explica que la planeación es y debe ser una guía, pero en la actualidad la asumimos como un decreto, y no permitimos asomarnos a los cambios, a las diferencias entre nuestros alumnos, a las casualidades, a las incertidumbres, a los desaciertos, a la curiosidad, a las preguntas no estipuladas en el programa. Nos explica que en la escuela ideal: El trabajo interdisciplinario escolar como la solución a la parcialidad disciplinaria actual El trabajo grupal como estrategia de aprendizaje colectivo La experiencia personal en el proceso de enseñanza-aprendizaje El trabajo escolar como científico –lo cual me recuerda la aseveración del pedagogo Tonucci cuando dice que los niños nacen con una naturaleza científica que la escuela se encarga de destruir El trabajo escolar como formador de la conciencia cívica, artística o moral La secuencialización de las etapas del proceso de enseñanza-aprendizaje como correspondientes a la evolución natural de los procesos educativos Al profesor como un apóstol siempre amistoso y jamás arbitrario Y es precisamente este último punto el que me parece más complejo, nuestro sistema tan lleno de vicios y enajenaciones y tan lleno de maestros sin vocación y entrega. Posteriormente nos dice que des-escolarizar la escuela significa: Entender a la educación como el proceso de creación de relaciones posibles Valorar el carácter eutópico de la educación Reconocer que los procesos educativos se dan en un tiempo y espacio históricos Aceptar que los procesos educativos son paradojales, holísticos y sinérgicos Reconocer que la pregunta es central y no la respuesta Convertir a la escuela en el lugar y tiempo para equivocarse, antes que un espacio y tiempo para aprender certezas estériles Recuperar el rol de educador para convertir lo posible en probable y lo probable en realidad de tal manera que la escuela deje de ser utópica y se acerque a la eutopía educacional Aceptar tanto las relaciones de causalidad como las sincronicidades en el proceso de enseñanza-aprendizaje Reconocer a la sincronicidad como fuente nutricia del currículum oculto Trabajar con ambos hemisferios cerebrales Reconocer que el aprendizaje informal es polifacético Superar la dicotomización cartesiana entre polos antagónicos: sujeto-objeto, etc. Revalorar la subjetividad, que la escuela considera caótica como pura entropía Reconocer que no hay creatividad sin misterio Recuperar el carácter holográfico del conocimiento Reconocer el carácter de sistema abierto de los procesos educativos. En el segundo capítulo el autor cita lo que requiere un educador para el nuevo mundo, y nos postula una cierta serie de requisitos o condiciones que al leerlas me llevan a disoñar lo que deseamos, sin embargo no son situaciones imposibles, lo que se requiere más que nada es el ímpetu de querer hacerlo. Menciona que el educador debe cambiar radicalmente ya que se encuentra extraviado por causa de la rutina, la repetición de conocimientos ajenos y metodologías verbalistas. Así mismo establece que el principal motivo para que el profesor cambie tiene que ver con la recuperación de su rol educativo y que más allá de un perfeccionamiento en contenidos, metodologías, estrategias, reformas, etc.; el cambio tiene que verse como algo cualitativo, en donde asuma que cada persona es diferente de otra, siente, piensa, construye de manera diferente, por lo que cada uno construye su universo de relaciones holísticas y sinérgicas. Nos presenta al proceso educativo como un acto que consiste en crear diversas relaciones que pudiesen parecer antagónicas, pero no lo son, y se requiere que lo distinto sea acogido en su diferencia, antes que excluido por su oposición, establece que la ignorancia no debe ser concebida como un estigma vergonzoso sino como una expresión de inquietudes. Así plantea que maestros y alumnos deben ir a la escuela a equivocarse, antes que a buscar respuestas estereotipadas y seguras, pero rara vez comprendidas. Y esa, aunque dolorosa, es nuestra realidad, los niños, jóvenes y adultos aprendemos en la escuela, no cabe duda, pero muy pocos comprenden y ese es el gran reto que le queda a la escuela. No requerimos de rehacer y replantear los contenidos y las estrategias, lo que necesitamos es cambiar en esencia nuestro ser docente. El autor también explica que el rol del educador consiste en respetar y promover el derecho a equivocarse, ya que las equivocaciones y las certezas construyen el fino tejido de las redes de relaciones holísticas y sinérgicas que conforman con lo que denominamos realidad. Más adelante explica como la equivocación y la incertidumbre conllevan a una comprensión del conocimiento y a identificar objetividad con verdad y subjetividad con injusticia. También cita que la tentación de la certidumbre amenaza el trabajo educativo, y que puede disminuirse gracias a la inocencia, la cual permite sorprenderse ante el misterio que nos rodea y a cooperar con personas distintas a uno, así como a aceptar a los otros con sus diferencias particulares. Cita que un riesgo es la ingenuidad que define como la ilusión de creer que las personas y el mundo son como uno los imagina. Ante estas aseveraciones que hace el autor, reflexiono sobre la realidad de nuestras aulas, y me estremece el reflexionar que estamos en el plano opuesto: nuestras prácticas se mueven entre las certezas, no aceptamos las equivocaciones, es más cómodo –como ya lo mencioné anteriormente- ver al grupo como una generalidad antes que como una diversidad y somos ingenuos pues creemos que lo que “creemos” es la verdad porque así la imaginamos. Nos lleva a reflexionar que la tarea del educador es además generar un proceso de relaciones posibles y que su rol consiste en ayudar a crearlas más no a imponerlas. Y que la creación de dichas relaciones implica causalidad, sincronicidad, simultaneidad y contradicción entre las distintas relaciones; también establece que el proceso educativo nunca es exclusivamente causal, sino también sincrónico y además no está exento de confusiones, angustias, alegrías y tensiones. Así nos lleva a pensar en la imperiosa necesidad de cambiar, de innovar, pero resaltando que más allá de crear algo nuevo, debemos hacer inédito lo antiguo, esto es, renovar lo viejo, lo cual vinculo con la reingeniería educativa, y como lo he ya mencionado, es necesario identificar lo que está funcionando y potencializarlo, es necesario desechar algunas creencias, mitos, tradiciones que tenemos arraigadas los docentes y repensar el proceso educativo movilizándolo hacia la comprensión a partir de la reflexión, incorporando la diversidad y la incertidumbre, la motivación y la ternura, la pasión por el saber y por el ser. Para finalizar nos plantea que debemos reinventar la evaluación, recrearla, ya que las preguntas que solemos hacer son en búsqueda de respuestas correctas, de conocimientos memorísticos e inertes y nos invita a realizar preguntas inocentes que nos permitan evaluar los procesos, que no presupongan respuestas correctas sino que propicie la generación de nuevas preguntas dando continuidad a un proceso sin término. Menuda tarea nos plantea el autor, disoñar y soñar, des-escolarizar para educar, equivocarnos para conocer y comprender, ser inocentes para ser buscadores de verdades…en educación hay una gran tarea por realizar…más allá de actualizar docentes…hay que profesionalizar al educador…hay que regresar a aquellos tiempos en que el educador era un apóstol, lleno de convicción, amor, pasión y entrega a su labor, el cual vencía todos los obstáculos y el cual creaba sus prácticas más que dedicarse a completar un programa y a seguir un mapa –plan- fuera de su verdadero territorio.