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Chile-Brasil. Final del campeonato mundial de fútbol mixto sub-13. El partido
está empatado y en el último minuto acaban de cobrar un penal a favor de Chile. Mi amigo Simón está frente a la pelota. Hay miles de personas en el estadio
y hay muchas cámaras de televisión. Pobre. Debe estar sudando y con su guata
apretada como siempre.
– No voy a poder, no voy a poder patear nunca un penal en público, Lucy – me
decía siempre. Eso debe estar pensando, – No voy a poder.
– Tú puedes amigo, lo sé. Si lo haces somos campeones. Campeones mundiales.
Conocí a Simón, un sábado en la mañana hace 2 años en el Club Deportivo
Amanecer de Iquique. Llegó de la mano de su papá con cara de asustado porque
no le había dicho donde lo iba a llevar.
Miraba todo con ojos de huevo frito. Parece que nunca hubiera jugado con más
niños, pero sobre todo nunca había visto jugar fútbol a mujeres. Se veía que
tenía vergüenza, pero su papá lo animaba.
– Quédate a probar, si no te gusta no importa, pero si te gusta vendremos todos
los sábados, ¿sí?
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Y Simón se quedó…, ¿saben por qué? Porque a él le encantaba el fútbol, lo
amaba por sobre todas las cosas desde chiquitito. Su mamá me contó que su
juguete favorito cuando bebé era una pelota de fútbol que le regalaron. Dormía
con ella en su cuna y la abrazaba siempre, pero sobre todo se escondía detrás
de ella cuando alguna visita o familiar se asomaba a la cuna. Miraban hacia
adentro y lo único que veían eran unos ojitos asomándose trás la pelota, porque
Simón desde bebé era muy tímido. Y no le gustaba que lo miraran.
Un sábado el profesor lo hizo hacer muchos ejercicios, pero sobre todo que jugara con sus nuevos compañeros y compañeras, porque los equipos en el club
de don José eran mixtos. Lo probó al arco. Lo probó al ataque, cabeceando y
dominando el balón. Simón lo hacía muy bien como delantero, hasta que llegó un momento terrible para él. Lo hizo patear un penal. O más bien intentó
que pateara uno. Todos lo mirábamos cuando puso la pelota en el punto penal.
Retrocedió unos pasos para preparar la carrera pero de pronto se quedó paralizado.
– ¡VAMOS! – le gritábamos todos – ¡DALE!
– No…no puedo profesor –dijo en voz baja.
– Dale hombre, tú puedes…sé que puedes.
Yo lo miraba de frente, desde el arco, esperando su disparo. Simón tomó aire
y por su cara me parecía que estaba a punto de ponerse a llorar. Corrió y pateó
con mucha fuerza la pelota…y un montón de pasto. El pobre salió volando de
cabeza y la pelota se fue para cualquier parte. Todos rieron pero el profesor dio
la orden de seguir jugando inmediatamente.
¡Es seca nuestra nueva contratación! – se burló Marco, uno de nuestros buenos
delanteros.
Pero se quedó y el profesor, don José Zuleta, que es nuestro entrenador, lo presentó al grupo:
– Escuchen todos, tenemos un nuevo integrante en nuestro Club Amanecer.
¿Cuál es tu nombre?
– Simón – dijo muy bajito.
– Bien Simón – ¿En qué puesto te gusta jugar?
–…
– ¿En qué lugar juegas cuando juegas a la pelota?
– Yo juego solo – dijo bajito de nuevo. Algunos rieron.
– ¡Ah! – exclamó el profesor – entonces te vamos a probar en distintos puestos y vas a saber lo que es formar parte de un equipo. ¡SIEMPRE CRECER!...
– ¡AMANECER! – contestamos todos como siempre.
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–No importa Simón –dijo – después lo practicaremos. Ahora ¡¡¡ A jugar!!!!
Me acuerdo que Simón se quedó parado en el punto penal de puro avergonzado,
así que le dije que fuera mi líbero, es decir, el último hombre del equipo de los
reservas que iba a detener los delanteros del equipo contrario, el de los titulares.
Y así fue.
La patota de jugadores venía hacia nuestro arco, con Marco el mejor 10 del
Club Amanecer. Simón se dio cuenta que él era el único que se interponía entre
el arco y el atacante que traía el balón. Así que tomó aire y concentrándose en
el balón trató de despejar o lanzarlo lejos. Marco, el bromista, le hizo una finta,
es decir, lo esquivó. Pero Simón, como poseído por un deseo incontrolable, lo
persiguió por unos metros como un pitbull y justo cuando el atacante remataba
contra mi arco, Simón se barrió, es decir, se lanzó al piso con las piernas por
delante, interponiendo su pie en la trayectoria del balón e hizo que éste se desviara del arco. Marco, el bromista, le echó una mirada desconfiada.
–Eeeso Simón, muy bien. Sin nervios. Sangre fría. USTED TIENE EL CONTROL – le gritó el profesor. Aún nervioso, pero alegre por su jugada, Simón
lo miró y vio la gran sonrisa bajo los bigotes. El profesor movía su cabeza en
señal de aprobación y anotaba algo en una pequeña libreta. Había encontrado
el puesto perfecto para Simón. Líbero. Atrás, “quitado de bulla”, lejos de las
miradas, pero con la fuerza interior que aquella vez solo el profesor vio en él.
Luego la descubriríamos los demás.
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Así pasaron 2 años y, desde ese día, todos los sábados por la mañana Simón
llegaba temprano con su papá a la academia. Ahora somos muy amigos.
– ¡Hola, compañero! ¿Cómo está el mejor líbero de la región de Tarapacá?
Simón se especializaba en su tarea de líbero, que es muy importante ya que
cubre a los demás defensores y evita que el delantero del otro equipo dispare o
llegue al arco. ¿Y de los penales? El profesor nunca más lo presionó a tirar un
penal frente a todos. Lo intentó pero ya ni siquiera se atrevía a patear. Se quedaba mirando la pelota pasmado. Marco, siempre lo molestaba.
– Oye, ¿y a ti, qué te pasa con los penales? – le dijo un día Marco al finalizar
la clase.
– No sé, no me gustan.
– Eres muy leso. ¿Cómo no te va a gustar si todo el mundo te está mirando,
haces el gol y eres la estrella? – Marco gesticulaba como saludando y lanzando
besos a una multitud imaginaria con cara de estrella de cine.
– Muacks, muacks, gracias, gracias, chicas.
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– ¡Eres un presumido machista! Las mujeres ya no están solo en la galerías
¡estamos en la cancha!
– Sí, hay algunos puestos para ustedes…pero ¿los puestos importantes? Solo
nosotros, ¿cierto Simón?
– Eeeeh…no – contestó mi amigo, para mi sorpresa. Todos los niños parecían
decir que sí a las tonteras que hablaba Marco – No creo. Ahora Lucy es la
arquera del equipo titular, es mejor que todos los otros arqueros del club…y
un arquero es tan importante como un delantero, eso dice siempre el profesor,
todos son importantes en un equipo…
– Ja – me reí yo, disimulando mi sorpresa por la larga respuesta del tímido Simón – ¿Cómo te quedó el ojo?
Ya, ya – dijo el profesor acercándose – Todo el mundo a las duchas – Lucy,
necesito que te quedes un rato más practicando penales después de la clase.
– ¿Penales? – le contesté extrañada – pero si atajar penales es mi especialidad…
– Anda – me interrumpió serio y finalmente antes de retirarse dio una última
orden – Simón, ayúdala.
– ¿Yo? – dijo Simón extrañado –pero el profesor ya se había ido.
Así que desde ese día nos quedábamos solos en la cancha, sin que nadie mirara,
solo el profesor desde lejos. Y así fue que vi por primera vez a Simón pateando
penales. Pero cuando alguien se acercaba, como su papá o mi mamá que nos
venían a buscar, él se detenía. Había aprendido a patear penales pero solo conmigo.
Un buen día, cuando llegamos a la práctica notamos que algo especial pasaba.
Los compañeros y compañeras cuchicheaban y el profesor conversaba muy
serio con dos personas que nadie había visto antes.
–Muy bien – nos dijo de pronto el profesor – ¡¡¡A jugar!!!
Yo atajé como nunca, Simón detuvo casi todos los ataques contrarios y Marco,
en su empeño por meter todos los goles, no le daba muchos pases a sus compañeros. Quería lucirse. Y aunque anotó varios goles, hubiéramos anotado más si
no hubiese sido tan egoísta.
Después de observar atentamente el partido, los misteriosos visitantes se retiraron sin decir nada. Y no supimos de ellos hasta unas semanas después.
Ese sábado, al final de la práctica, Simón y yo vimos a su papá y a nuestras
mamás, conversando con el profesor y aquel extraño hombre que había venido
hace algunas semanas. También estaba un hermano de Marco, porque su papá
y su mamá nunca venían a las prácticas. Todos tenían una gran expresión de
alegría en el rostro. Nos acercamos extrañados.
–Muchachos, les presento a don Claudio Bórquez –dijo el profesor – él tiene
algo que decirles.
– A veces creo que el profesor lo hizo a propósito, porque después de un tiempo puso a Simón en el equipo titular.
–Eeeso Simón, muy bien. Sin nervios. Sangre fría. USTED TIENE EL CONTROL – le decía siempre y a Simón le gustaba escucharlo.
– Yo tengo el control se decía en voz baja antes de patear cada penal.
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–Queridos niños –nos dijo el desconocido – como ustedes saben en unos meses
más se realizará en Chile el primer mundial sub-13 de fútbol mixto. ¡El primero
en el mundo! –recalcó orgulloso – Yo soy el seleccionador nacional y los he
elegido a ustedes tres para formar parte de la primera selección nacional mixta
de fútbol sub-13.
– ¡Genial! – grité. El hermano mayor de Marco lo abrazó orgulloso. Pero Simón se quedó pasmado. Miraba a sus padres con cara de incredulidad y sentía
que no sabía si reír o llorar. No sabía si la noticia lo alegraba o lo entristecía.
– Ya Simón – le dije – alégrate. Hasta que al fin habló:
–Papá, Mamá –dijo – yo no quiero irme de aquí.
–No tienes que decidirlo hoy –le dijo el profesor a Simón – convérsenlo en
casa. Don Claudio necesita que el próximo fin de semana sus convocados estén
en Santiago. Tienen varios días para pensarlo.
Como siempre, las palabras del profesor fueron un alivio para Simón. Después
de las felicitaciones me fui feliz a mi casa. Mi mamá me hizo panqueques para
celebrar. Simón se fue con cara de susto.
Simón había decidido no ir. No había cómo sacarlo de ahí.
– No puedo Lucy – me decía – va a haber mucha gente. A mi me gusta jugar
aquí en el club y sabes que me pongo torpe con mucha gente mirando.
Se veía que le dolía la guata de solo pensarlo. Me contó que su papá y su mamá
lo apoyaron cuando él les había contado del pánico que sentía. Simón estaba
aliviado. Cientos, quizás miles de personas mirándolo. Eso lo aterraba. Marco
era otra cosa, el muy presumido cambió de corte de pelo y ahora se hacía como
que no pescaba mucho a nuestros viejos compañeros.
–Barcelona – decía en voz alta para que lo escucharan los demás – ¡¡allá voy!!
Unos días después, al final de la práctica el profesor nos llamó a Simón y a mí a
la oficina. También llamó a Marco que había comenzado a faltar a las prácticas,
decía que él ya no las necesitaba.
–Hola, profesor – lo saludó.
–Hola, Simón ¿Cómo estás?
–Bien –contestó tímido – al final, no voy a ir a Santiago.
–Está bien –dijo el profesor – no te preocupes. Tienes que hacer lo que tú consideres mejor. Nadie te puede obligar a hacer algo que tú no quieras hacer. Y tú
Lucy, ¿cómo estás?
– Emocionada profesor, preparándome para el largo viaje.
– De eso les quería hablar, les mandaron pasajes en avión para ustedes y su
acompañante.
–En avión… –dijo Simón, sacando la voz – ¿Van en avión?
–Sí, en avión –contestó el profesor – ustedes son seleccionados. No es un regalo. Es un premio. Ustedes se lo han ganado.
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– Profesor, si una selección empata con otra y luego del alargue continúan
empatados…¿hay definición a penales, cierto?
–Te felicito campeón –le dijo el profesor acercándose a su oído– recuerde, sin
nervios, sangre fría...
– Cierto Simón, pero don Claudio me comentó que convocó a cinco muchachos expertos en patear penales –dijo como leyéndole la mente a Simón, – son
excelentes, nunca fallan. Por ese lado, me dijo él que estaba tranquilo, lo que le
preocupa es el sector defensivo. – Y le dio una mirada de reojo a Simón.
–Sí –dijo Simón –YO TENGO EL CONTROL.
Se hizo un largo silencio y pareció que todos tratábamos de adivinar lo que
pasaba por la cabeza de Simón. Hasta que al fin habló:
–Bueno, voy a ir.
– ¡Genial! – grité.
Y así, al otro día, después de haber hecho los preparativos, el pequeño grupo,
Simón y su papá, yo y mi mamá y Marco con su hermano subíamos al avión.
Ninguno de nosotros había volado antes. Excepto en sueños, porque a mí me
encanta soñar que vuelo. Pero sin avión. Yo solita, como una superheroína.
– Es como un ballena voladora– me dijo Simón, medio asustado mientras subíamos.
Y aunque Marco decía que no sentía miedo ni nervios, todos nos quedamos
callados un momento mirando esa enorme “ballena voladora”. A lo mejor todos
pensábamos lo mismo: ¿qué nuevas historias nos esperaban?
Y saben, esas historias hasta salieron en los diarios…
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