Secuelas psiquiátricas de los traumatismos craneoencefálicos y las infecciones cerebrales en niños Tomàs J. ¿Por qué los traumatismos craneoencefálicos (TCE) y las infecciones cerebrales (IC) atañen al psiquiatra? Tanto los TCE como las IC afectan a gran número de niños anualmente: en los países industrializados predominan los TCE como consecuencia de los accidentes de tráfico y en los países no industrializados predominan las IC, especialmente las meningitis y la encefalopatía por el VIH. Los niños que sobreviven a estas patologías, tanto si sufren déficits neurológicos como si no los sufren, tienen un riesgo mayor de padecer psicopatologías. Las consecuencias psiquiátricas del TCE o IC dependen de varios factores: las características de la lesión cerebral (severidad, localización y edad en el momento de la lesión), las características del niño (edad en el momento de la lesión y en el momento del seguimiento, sexo y características cognitivas y comportamentales premórbidas), las característica de la familia (circunstancias socioeconómicas, funcionamiento familiar premórbido y historia familiar de psicopatología) y otros como los déficits específicos, fracaso escolar, disfunciones familiares posteriores. Hasta los años 70 los estudios sobre secuelas psiquiátricas se limitaban a la observación clínica. De 1970 a 1985 empezaron a aparecer estudios controlados sobre la evolución psiquiátrica en niños con TCE e IC. Desde 1985, junto a la aparición de nuevos métodos de diagnóstico por la imagen (TAC, RNM) y el refinamiento de los instrumentos de diagnóstico psiquiátrico, las investigaciones han mejorado mucho, sobretodo en el campo de los TCE. No obstante, muchos estudios adolecen de carencias metodológicas que los hacen poco comparables entre sí y que conduce a la disparidad de resultados. 1.- TRAUMATISMO CRANEOENCEFÁLICO ¿Cómo definiríamos al Traumatismo Craneoencefálico (TCE)? El TCE se define como un daño físico o un deterioro en la función cerebral secundario a la interacción aguda con una energía mecánica. Esta definición excluye otras lesiones como las fracturas craneales lineares y no deprimidas y las lesiones cerebrales producidas por traumatismo durante el parto, envenenamiento, asfixia, tumores o accidentes cerebrovasculares. ¿Cómo se clasifican los TCE? Los TCE pueden clasificarse según la causa o según su severidad. Según la causa los TCE se clasifican en abiertos o cerrados. Un TCE abierto ocurre cuando el cráneo es penetrado (por ejemplo, en el caso de una bala o una fractura craneal deprimida). Un TCE cerrado ocurre cuando se aplica una carga mecánica sobre un cráneo intacto. La carga puede ser aplicada de forma estática (lesiones aplastantes producidas por objetos pesados) o de forma dinámica (como en el caso de las caídas desde una altura o de los accidentes de tráfico). En los niños el 90% de TCE son cerrados y suelen ser producidos de forma dinámica. No parece que esta clasificación sea útil para determinar el pronóstico de la lesión. Según la severidad los TCE se clasifican según el nivel inicial de conciencia, la duración del coma o la extensión de la amnesia postraumática (PTA). El nivel de conciencia puede oscilar desde el nivel de conciencia completo al estado confusional, el estupor y el coma. El coma es un estado en el que el paciente yace con los ojos cerrados sin evidencia de conocimiento o respuesta a estímulos externos y externos. La Escala de Coma de Glasgow es el instrumento de valoración comúnmente empleado en los adultos para valorar el estado de conciencia, las puntuaciones oscilan entre 3 (coma profundo) y 15 (conciencia normal) y se estiman según la apertura ocular y las respuestas verbales y motoras. La escala ha sido adaptada a los niños por Raimondi sin que se valoren las respuestas verbales. La amnesia postraumática (PTA) se refiere al periodo, tras la recuperación del coma, en el que no se almacena la memoria continua. Habitualmente suele ser cuatro veces más largo que el coma y termina en el momento en que los adultos pueden relatar lo que les ha ocurrido, las circunstancias de su hospitalización y en que día, mes y año se encuentran. En niños el PTA se evalúa según el Children´s Orientation and Amnesia Test. En la actualidad se utiliza ampliamente un sistema de clasificación sobre severidad que combina los parámetros anteriores: El TCE leve es aquel con una valoración de Glassgow inicial de 13 a 15, una pérdida de conciencia de menos de 30 minutos y una PTA de menos de una hora. El TCE moderado es el que inicialmente tiene una valoración de Glasgow de 9 a 12, una pérdida de conciencia de 0,5 a 24 horas y una PTA de 1 a 24 horas. El TCE severo es el que parte con un Glasgow de menos de 8 y una perdida de conciencia y PTA de más de 24 horas. ¿ Cuál es la patofisiología de la lesión cerebral en el TCE? Suele diferenciarse entre la lesión cerebral primaria y la secundaria. La lesión cerebral primaria se inicia en los primeros milisegundos y puede evolucionar durante horas y días. Incluye las lesiones vasculares (como el hematoma subdural y la hemorragia subaracnoidea), la laceración cerebral, la lesión axonal difusa y la contusión cerebral. La laceración cerebral es poco común y suele verse en TCE abiertos aunque en los niños también ocurren en TCE cerrados (es típica la localización temporal y frontal y suele asociarse a desgarros en la duramadre y los grandes vasos). La lesión axonal difusa es la que se identifica con mayor frecuencia en la RNM en TCE cerrados; está producida por fuerzas severas de aceleración-desaceleración que son aplicadas angularmente tras una carga dinámica y clínicamente cursa con pérdida de conciencia. La imagen que se observa en la RNM es de alteraciones pequeñas, ovales y focales en la materia blanca adyacente a la materia gris cortical o al cuerpo calloso. Los niños son más susceptibles que los adultos a este tipo de lesión. Se supone que el traumatismo provoca un estiramiento de los axones con apertura de los canales de membrana, incremento de la actividad proteolítica de los enzimas por el influjo de calcio, disrupción de la arquitectura axonal y finalmente edema e incluso sección axonal. Los TCE ligeros suelen cursar clínicamente con concusión refiriéndose a una pérdida instantánea, amplia y transitoria de la función neuronal con pérdida de conciencia de menos de 30 minutos. Parece que lesiones axonales difusas leves junto a una pérdida de la autorregulación cerebral, son las responsables de este cuadro clínico. Antiguamente se creía que se relacionaba con la ausencia de lesiones estructurales, pero las nuevas técnicas de imagen descartan esta teoría. La contusión cerebral es la segunda en frecuencia que puede visualizarse en RNM. Consiste en hemorragias petequiales en las capas corticales superficiales del área que ha recibido el impacto o del área del contragolpe. Son frecuentes en la región orbital de los lóbulos frontales y en la región inferolateral de los lóbulos temporales debido a las protuberancias óseas. Las lesiones cerebrales secundarias son las que se producen tras la lesión inicial. Estas consisten en una cascada bioquímica de aminoácidos (glutamato y aspartato), citoquinas y complemento que conducen al edema cerebral y este a su vez a la hipertensión intracraneal, isquemia y vasoespasmo. Además en los niños es frecuente que se produzcan episodios de hipoxemia e hipotensión que también contribuyen al edema cerebral. El tratamiento del TCE consiste básicamente en interrumpir la respuesta cerebral secundaria a la lesión y evitar o tratar las condiciones que, como la hipotensión, pueden contribuir al edema cerebral. ¿Son frecuentes las convulsiones tras TCE en niños? Las convulsiones ocurren en un 6% de los TCE leves y en el 35% de los TCE severos. Las convulsiones asociadas a TCE sólo ocurren en la infancia. En niños de menos de 5 años son frecuentes las convulsiones durante las primeras 24 horas, sin que su aparición influya en el pronóstico. El 5% de pacientes desarrollan epilepsia posteriormente, sobretodo aquellos con TCE abiertos y lesiones severas. Las convulsiones parciales son el tipo de epilepsia más frecuente tras un TCE. ¿Qué datos epidemiológicos poseemos sobre el TCE en niños? En EEUU ,15.000 niños sufren anualmente un TCE severo, de ellos aproximadamente el 70% tendrán problemas de comportamiento significativos. La frecuencia, severidad y mecanismo de producción varía con la edad. En cuanto a la tasa de incidencia aumenta progresivamente con la edad y tiene un pico máximo a los 15 años. El 93% de estos TCE son leves y los TCE moderados-severos suelen ocurrir en menores de 1 año y a partir de los 15 años. A partir de los 5 años los TCE suelen afectar más a chicos que a chicas. El mecanismo de producción también varía con la edad. En los lactantes la mayoría de casos se presentan por abuso físico, en los preescolares la principal causa son las caídas, en escolares suelen estar producidos por atropellos, entre los 10 y los 14 años se incrementan los accidentes por bicicleta y otros deportes, y, a partir de los 15 años hay un incremento exponencial de accidentes de tráfico en los que el niño suele ser el pasajero. Se han descrito factores de riesgo para el TCI: las características del niño y algunos factores demográficos como la pobreza, las familias monoparentales y la historia familiar de trastorno psiquiátrico, enfermedad física o abuso de alcohol o drogas. ¿Cómo se mide la psicopatología tras un TCE? Suelen usarse valoraciones utilizadas habitualmente en el resto de la población como el CBCL (Achenbach Child Behavior Checklist) y cuestionarios específicos como el Neuropsychiatric Rating Schedule para valorar los síntomas neuropsiquiátricos y otros cuestionarios de personalidad Una mención específica merece el Síndrome Postconcusional ya que es un diagnóstico no incluido en el DSM-IV. El síndrome se refiere a una constelación de síntomas somáticos y psicológicos que incluyen cefalea, mareo, falta de concentración, fatiga, déficits de memoria, irritabilidad, ansiedad, insomnio, inquietudes hipocondríacas, hipersensibilidad al ruido, fotofobia y síntomas pseudo-epilépticos. Para su valoración se utilizan el Iowa Interview of Partial Seizure-Like Symptoms adaptado para niños, el Pediatric Inventory of Neurobehavioral Symptoms, el Neurobehavioral Rating Scale y el Post-Injury Symptom Checklist. ¿Hasta que punto las características de la lesión cerebral pueden hacer predecibles sus consecuencias? Clásicamente se han utilizado dos factores predictivos en el TCE: la severidad y la localización de la lesión cerebral. La mayor asociación entre TCE y psicopatología posterior se encuentra en los que sobreviven a TCE severos. En la biobibliografía se han constatado tasas del 60% de trastornos psiquiátricos en este grupo de enfermos frente al 24% encontrado entre los TCE ligeros y pacientes traumatológicos. Entre los trastornos diagnosticados se encuentran los emocionales (14%), los de conducta (5%), los mixtos: emocionales y de conducta (10%), las psicosis (5%) y sobretodo los llamados cambios de personalidad (24% a 40%) que corresponden a un patrón de conducta distintivo que ocurre tras una lesión cerebral y cuya especificidad está recogida en el actual DSM-IV. Los cambios de personalidad observados tras el TCE incluyen los siguientes: el desinhibido, el lábil, el agresivo, el apático y el paranoico (este último muy infrecuente).El estado deshinibido incluye el ser excesivamente atrevido, con preguntas u observaciones impertinentes, uso de ropa inapropiado o exhibicionismo, hablar en exceso, ser olvidadizo, descuidado en la higiene personal e impulsivo. Anteriormente este síndrome se había denominado como: Síndrome Orgánico de Personalidad, Síndrome del Lóbulo Frontal, Alteración Compartimental del Aprendizaje, Trastorno Postraumático Crónico del Comportamiento y Síndrome Regional Postfrontal. En muchos casos el cambio de personalidad es un trastorno transitorio (en el cso del tipo apático no suele persistir), habitualmente dura unos 2 años y en algunos casos se asocia a deterioro intelectual persistente y SDAH. Durante muchos años no se había encontrado ninguna asociación entre los TCE leves y psicopatología. Los recientes estudios prospectivos han encontrado pacientes con Síndrome post-concusional que no eran diagnosticados en estudios anteriores y pacientes con cambios de personalidad aunque suelen ser secuelas transitorias. Sobre los trastornos de conducta, las investigaciones concluyen que suelen ser un factor de riesgo pero no una consecuencia de los TCE leves En cuanto a la localización de la lesión cerebral los estudios son discordantes aunque parece que las lesiones difusas tras comas prolongados y las lesiones frontales, tienen un peor pronóstico sobretodo por la frecuente aparición de cambios de personalidad ¿Qué factores se asocian a una mayor presencia de secuelas psiquiátricas? No se ha encontrado asociación con la edad en la que se produce el traumatismo pero si con las alteraciones cognitivas o de comportamiento previas al TCE, tanto en el niño como en su familia. El funcionamiento familiar es un excelente predictor de la evolución del TCE y hay que tener en cuenta que el propio TCE es una causa importante de disfunciones familiares Los niños con déficits neurológicos permanentes son los que mayor riesgo tienen de presentar secuelas psiquiátricas. En el caso de niños con déficits cognitivos y deterioro de su función intelectual es difícil encontrar evidencias científicas que prueben su relación con un aumento de patología psiquiátrica. La aparición del estado desinhibido también es un factor asociado a una mayor presencia de SDAH posterior. ¿Cómo deben tratarse los trastornos psicopatológicos que aparecen tras una lesión cerebral? Tras una lesión cerebral hay que ser muy prudente en la administración de medicamentos ya que los pacientes suelen ser especialmente susceptibles a los psicofármacos: Hay que iniciar el tratamiento con dosis más bajas que las habituales e incrementarlas muy paulatinamente ya que los efectos sedativos y anticolinérgicos son mayores. Hay que evitar el uso de neurolépticos para tratar los cambios de personalidad en ausencia de psicosis documentada tanto por el aumento de efectos secundarios como porque descienden el umbral convulsivante y pueden desencadenar una epilepsia. Entre los fármacos empleados en niños con TCI se encuentra el valproato sódico (muy útil en ausencias), la carbamazepina (utilizada en cambios de personalidad que se asocian a alteraciones EEG) y los beta-bloqueantes (para controlar los arrebatos de agresividad). El resto de medicamentos precisa estudios específicos en niños. Además de la intervención farmacológica son de gran importancia las medidas comportamentales y psicosociales que incluyen asesoramiento a los padres, psicoterapia de soporte al niño y a su familia, logopedia y otras terapias de rehabilitación que pueda precisarse y adaptación curricular en la escuela. Hay que tener en cuenta los factores que pueden influir en la evolución como son las condiciones psiquiátricas premórbidas, los efectos de la hospitalización y los factores secundarios emocionales (frecuentes cuando hay litigios judiciales). En cualquier paciente que presente síntomas persistente, incluido el síndrome postconcusional, se recomienda la practica de EEG y RNM aunque las valoraciones iniciales fueran negativas. ¿Cómo pueden prevenirse los TCE? Es muy importante fomentar el uso de asientos adaptados en menores de 4 años y del cinturón de seguridad en todos los casos. También han resultado útiles loas medidas encaminadas a educar en educación vial, la creación de áreas de juego específicas y el uso de casco en la práctica de los deportes. A nivel institucional debe enfatizarse en las campañas contra los malos tratos y el alcohol en conductores. 2.- INFECCIONES CEREBRALES ¿A qué nos referimos cuando hablamos de infecciones cerebrales (IC)? El Sistema Nervioso Central puede verse afectado por diversos patógenos (bacterias, espiroquetas, hongos, virus y protozoos) pero todos ellos producen una serie de cuadros clínicos diferenciados: Meningitis: Es la inflamación de las meninges y se identifica por la presencia de un número anormal de leucocitos en el líquido cefalorraquídeo (LCR). Puede ser séptica o purulenta cuando encontramos un patógeno en el LCR, o aséptica cuando el patógeno no es detectable. Las meningitis asépticas suelen estar producidas por rickettsias, virus o espiroquetas y por entidades no infecciosas como el Lupus Eritematoso Sistémico, la Esclerosis Múltiple, tumores y otras. Encefalitis: Es la inflamación del cerebro. Meningoencefalitis: Es la inflamación del cerebro acompañada de meningitis. ¿Cuál es el cuadro clínico y las consecuencias de la meningitis bacteriana? La meningitis bacteriana continúa siendo una de las causas de muerte más frecuente en los países no industrializados. Cada año mueren unos 40.000 niños tras meningitis por H.Influenzae tipo B y otros tantos por las causadas por Neisseria meningitidis, Streptococcus pneumoniae y menormente por Streptococcus B-hemolítico y Listeria monocytogenes. En los países industrializados la introducción de las vacunaciones anti-H.Influenzae ha disminuido esta patología pero sigue habiendo un gran número de meningitis por otros gérmenes. Independientemente de la edad del niño la infección suele iniciarse el las vías respiratorias superiores, provoca una bacteriemia secundaria, se asienta en las meninges y provoca su inflamación. El exudado inflamatorio penetra el espacio subaracnoideo y provoca arteritis, trombosis venosas y arteriales, perineuritis y a veces hidrocefalia. Los cambios en el metabolismo neuronal producen edema o predisponer a las convulsiones. Si la progresión del edema es muy rápida conduce a la herniación y muerte. Si el edema progresa más lentamente se produce una proliferación glial con cambios en las células corticales y fibras mielínicas. En los neonatos el cuadro clínico es muy impreciso y consiste en fiebre (50%), letargia, distress respiratorio, ictericia, rechazo del alimento, vómitos, diarreas, irritabilidad (30%), hipotonía, alteraciones de conciencia (40%) y fontanela abombada (30%). En los niños el cuadro clínico inicial es similar a cualquier enfermedad febril y consiste en fiebre, cefalea, fotofobia, nausea, vómitos, confusión, letargia e irritabilidad. La rigidez de nuca, las convulsiones y el coma suelen aparecer posteriormente. El diagnóstico en todos los casos viene dado por el análisis del LCR en el que se realizan cultivos bacterianos, tinción de Gram, recuento de células y determinación de proteínas y glucosa. En algunos centros también se realiza la determinación de antígenos bacterianos, técnica que permite un rápido diagnóstico... Aproximadamente el 50% de niños que sobrevive a una meningitis bacteriana tiene secuelas neurológicas. El 30% presenta secreción inadecuada de hormona antidiurética (que no suele tener repercusiones clínicas), el 40% presenta efusiones subdurales (especialmente los más pequeños), la mayoría presenta alteraciones de los nervios craneales que suelen progresar favorablemente y un 10% presenta sordera, hemiparesia o tetraparesia, hipertonía, ataxia, retraso mental, epilepsia o hidrocefalia permanentes. Los niños con secuelas neurológicas tienen un mayor riesgo de desarrollar trastornos psiquiátricos. No obstante los niños sin secuelas, sobretodo aquellos que sufrieron meningitis a edades muy tempranas o los que tuvieron retrasos diagnósticos o complicaciones neurológicas agudas, tienen el riesgo de desarrollar cocientes intelectuales inferiores a los que les corresponderían si no hubieran tenido la enfermedad. ¿Qué consecuencias tiene la sífilis sobre el cerebro infantil? La sífilis está producida por la espiroqueta Treponema pallidum. Desde los años 60, por la introducción de los antibióticos, su incidencia ha descendido espectacularmente y en algunos países industrializados está en vías de erradicación. Los niños pueden adquirir la sífilis a través de un contacto o abuso sexual pero la mayoría son infectados por inoculación transplacentaria de la madre entre el 4º y el 7ª mes de embarazo. Los hijos de madres sifilíticas no tratadas desarrollan sífilis en un 25% a 80%, y de estos el 2% a 16% adquieren neurosífilis congénita. En los niños con neurosífilis del 50% al 80% poseen al menos uno de los siguientes estigmas: queratitis intersticial, corrió retinitis, defectos dentales, facies anormal (con abombamiento frontal, nariz en silla de montar e hipoplasia de maxilar inferior), osteocondritis y rágades (debido lesiones húmedas verrugosas que cicatrizan linealmente en los ángulos de la boca, nariz o ano). La neuropatología es la misma en el caso de la sífilis adquirida que en la congénita y no difiere en niños y adultos. El treponema invade el SNC entre los 3 y los 18 meses de infectar al paciente. En el primer momento produce una meningitis asintomática que sólo se hace evidente si se practica una punción lumbar. Esta meningitis puede remitir espontáneamente o evolucionar durante 3 a 12 meses y manifestarse con convulsiones, sordera, hidrocefalia, retraso mental u otros síntomas no específicos. La afectación meningovascular se manifiesta más tardíamente y produce diversos síndromes por trombosis o arteritis de los vasos cerebrales. Las formas clínicas más tardías pueden aparecer entre 5 y 25 años después de la infección e incluyen la tabes dorsal (rara en sífilis congénita) y la paresia general (la forma más común en sífilis congénita). La paresia general se caracteriza histológicamente por el llenado de los espacios perivasculares del parenquima cerebral con linfocitos, células plasmáticas y células mononucleares, con la consecuente pérdida y degeneración de neuronas e incremento de la microglia y astroglia, depósitos de hierro y presencia de espiroquetas en el córtex. Los cambios son más pronunciados en los lóbulos frontales y temporales. En la neurosífilis congénita la paresia general suele aparecer entre los 6 y los 21 años, la mayoría de casos suelen presentar graves retrasos mentales y esto dificulta la identificación de la paresia. En los pacientes sin retraso mental marcado el inicio suele evidenciarse por la pérdida de logros adquiridos previamente. En los estados más evolucionados los síndromes neurológicos pueden ser muy variados: déficits cerebelosos (25%), espasticidad de extremidades (50%), epilepsia (40%), movimientos coreiformes, temblores, signos piramidales y otros. Sin tratamiento, la enfermedad progresa hacia la muerte en 2 a 5 años; afortunadamente, la neurosífilis puede tratarse en todos sus estadios con Peni G. ¿Qué conocemos de la Enfermedad de Lyme? La enfermedad de Lyme está producida por la espiroqueta Borrelia burgdorferi. Existen al menos 4 subespecies reconocidas y cada una ellas tiene su propio grado de neurovirulencia. Son transmitidas por diferentes especies de garrapatas según la zona. Las tasas de incidencia más altas se dan en niños de 5 a 9 años, y en adultos de más de 30 años. Tras la mordedura del insecto vector el período de incubación oscila entre 7 y 24 días. Las manifestaciones clínicas se dividen en 3 estadios: la enfermedad localizada temprana, la enfermedad diseminada temprana y las manifestaciones tardías. La enfermedad localizada temprana se manifiesta en forma de “eritema migrans” una lesión maculo-papular que se va agrandando hasta formar una lesión anular eritematosa de más de 5 cm. Esta lesión puede acompañarse de fatiga (54%), mialgias (44%), artralgias (44%) y fiebre o escalofríos (39%). En el 10-20% de pacientes no aparece ningún rash. La enfermedad diseminada temprana se manifiesta como “eritema migrans” múltiple y provoca complicaciones neurológicas en el 15% a 20% de pacientes. Las complicaciones más comunes son las parálisis de nervios craneales y las meningitis asépticas. También son frecuentes las manifestaciones psiquiátricas como la psicosis y otros trastornos esquizofrénicos durante este estadio. Su diagnóstico es difícil en pacientes sin los típicos síntomas cutáneos. El tercer estadio se observa en pacientes no tratados de 1 a 3 años después de la infección inicial. Es una enfermedad crónica que ocurre en el 6% de niños afectados y que suele cursar en forma de encefalopatía subaguda. Provoca déficits neurológicos, problemas de aprendizaje, alteraciones en el humor y en el sueño y cambios en el EEG. El proceso patológico de la neuroborreliosis se caracteriza por una vasculopatía trombótica inflamatoria que causa degeneración axonal de los nervios periféricos y lesiones isquémicas en el SNC. En los casos más graves se encuentran extensas áreas de desmielinización y vasculitis linfocitaria. También influye en la patogénesis el componente autoinmune ya que los anticuerpos IgM antiborrelia reaccionan de forma cruzada con componentes axonales. El tratamiento durante el primer año de infección reduce la incidencia de complicaciones neurológicas y psiquiátricas. En niños que han llegado al tercer estadio de la enfermedad es frecuente encontrar cambios comportamentales, pérdidas de memoria, déficits espaciales y auditivos, declive en los resultados escolares, cefaleas y fatiga. Para el diagnóstico de la enfermedad se emplean parámetros clínicos, estudios de LCR y analíticas que demuestren la presencia de IgM anti-B.burgdorferi con los métodos de Western blot o ELISA, o más recientemente con el método PCR (“polymerasa chain reaction”). En el tratamiento de la enfermedad localizada temprana se emplea doxiciclina en mayores de 8 años y ampicilina en los menores, durante 14 A 21 días. La neuroborreliosis y la mayoría de enfermedades diseminadas tardías deben ser tratadas de forma parenteral con ceftriaxona y penicilina. También se emplean otros psicofármacos (inhibidores de la captación de serotonina, carbamazepina, gabapentina, metilfenidato, modafinil y bupropión) para tratar los síntomas acompañantes. ¿Qué efectos producen los virus sobre el SNC? La incidencia de meningoencefalitis víricas es mucho mayor a la de las meningitis víricas. Las meningitis causadas por enterovirus y coxsackievirus B5 no suelen producir secuelas neurológicas ni psiquiátricas y suelen producirse por extensiones vía hematógena del virus. Las infecciones por herpes virus o rabia suelen tener consecuencias más graves y se contraen por contigüidad desde el sistema nervioso periférico. El espectro de las infecciones virales comprende las meningitis asépticas, las encefalitis, las infecciones crónicas y la neuralgia post-infecciosa. El proceso patológico se manifiesta por proliferación vascular de células mononucleares y destrucción neuronal. Aproximadamente, en el 60% de casos puede identificarse algún virus, ya sea por cultivo o por serología. Los niños con inmunodeficiencias pueden desarrollar encefalitis crónica por enterovirus o leucoencefalitis progresiva multifocal que cursan con demencia y trastornos del movimiento. ¿Qué características especiales tienen las llamadas infecciones por virus lentos? Las infecciones del SNC por virus lentas pueden ser clasificadas entre aquellas causadas por agentes no convencionales (por ejemplo el kuru o la enfermedad de Jakob-Creutzfeldt) y las causadas por agentes convencionales (como la panencefalitis esclerosante subaguda por el virus del sarampión, la encefalitis progresiva de la rubéola o la leucoencefalitis progresiva multifocal por el virus herpes simple). De forma característica los virus lentos se multiplican en el huésped durante periodos prolongados de tiempo sin producir clínica. El mecanismo patológico se produce tanto por la destrucción gradual producida por el virus como por la respuesta autoinmune que suele ocurrir muy tardíamente. Todas estas infecciones se caracterizan por demencia progresiva y síntomas neurológicos como ataxia, movimientos involuntarios y convulsiones. La panencefalitis esclerosante subaguda (PESA) es más probable que ocurra en niños que han sufrido sarampión muy tempranamente. Su incidencia oscila entre el 0,4 y el 1,8 por millón. Afecta más a niños que a niñas (5:1). Los síntomas iniciales aparecen tras un periodo de latencia de 4 a 15 años y se manifiestan con cambios de personalidad y deterioro en el rendimiento escolar, seguidos de mioclonias, movimientos involuntarios, demencia y ataxia. La alteración cerebral consiste en una encefalitis subaguda acompañada de lesiones de desmielinización que afectan al córtex cerebral, el hipocampo, el tálamo, el tronco cerebral y el córtex cerebeloso. Las alteraciones en el EEG pueden verse 4 años antes de la aparición de la clínica y poseen un patrón distinguible de otras patologías. La panencefalitis por rubéola ha sido descrita en niños con rubéola congénita. Clínicamente se parece a la PESA pero aparece mas tempranamente. El kuru es una enfermedad degenerativa progresiva del SNC que se produce en Nueva Guinea donde hasta hace muy poco, se practicaba el canibalismo. ¿Que patología neuropsiquiátrica conlleva la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH)? El VIH tipo 1 es un retrovirus que produce el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIAH), una enfermedad severa caracterizada por infecciones por microorganismos oportunistas. El déficit inmunológico se asocia con la infección viral de algunas poblaciones celulares del sistema inmune, especialmente los linfocitos T4 y los macrófagos. Los primeros casos de la enfermedad en niños se describieron en 1983 y se manifestó como una enfermedad letal con afectación neurológica en la mayoría de casos. Actualmente, gracias a los avances terapéuticos el SiAH es una enfermedad subaguda-crónica y los niños sobreviven en el 50% más de 9 años. En el caso de encefalopatía la media de supervivencia es de 22 meses. Se cree que en el mundo hay entre 1 y 3 millones de niños infectados (1998). En EEUU hay unos 2000 niños afectados y es la sexta causa de muerte entre los 15 y 24 años. Las tasas de crecimiento más altas entre los últimos años se están dando en adolescentes y mujeres heterosexuales. El 80% de casos de SIAH pediátrico son producidos por transmisión vertical (madre-hijo), el 20% por transfusiones y el 1% por contactos sexuales en adolescentes. En la transmisión vertical la infección perinatal suele ser la vía más común y causa el contagio en uno de cada 4 recién nacidos. La administración de zidovudina durante el periodo prenatal y perinatal, ha reducido a la mitad la transmisión vertical. El riesgo de transmisión se ve influenciado por la lactancia materna, la severidad de la infección en la madre, la deficiencia de vit. A y otros factores. El mecanismo patológico por el que el VIH afecta al cerebro es de forma indirecta a través de los mediadores inflamatorios ya que no suele infectar las neuronas. El VIH es transportado al cerebro por monocitos infectados que se convierten en macrófagos en el tejido cerebral, estos macrófagos se activan y liberan sustancias como las citoquinas y las quemoquinas de forma exagerada. La afectación en niños y adultos suele ser subcortical y las imágenes características consisten en infiltrados de células inflamatorias y células polinucleares, nódulos en la microglia, palidez en la sustancia blanca y calcificaciones en los vasos de los ganglios basales y de la sustancia blanca profunda. Entre los niños infectados por el VIH se han descrito tres patrones anormales de desarrollo neurocognitivo: el primero es la rápidamente progresiva encefalopatía (afecta del 13% al 23%) caracterizada por la detención del crecimiento cerebral (microcefalia secundaria), debilidad motora, signos piramidales que progresan a tetraparesia espástica, signos pseudobulbares y pérdida de las funciones adquiridas. El segundo es la progresión subaguda de la encefalopatía que alterna con periodos de estabilidad y el tercero es una encefalopatía estática que impide la adquisición de nuevas habilidades. Entre los parámetros que mejor correlacionan con el desarrollo neurocognitivo tenemos la extensión de las imágenes patológicas que se aprecian en el TAC cerebral y las tasas elevadas de la neurotoxina quinolínica en el LCR. El tratamiento antirretroviral ha mejorado el pronóstico neurológico de los niños infectados. En cuanto a las secuelas psiquiátricas es frecuente encontrar trastornos emocionales en forma de ansiedad y depresión, sobretodo entre adolescentes. Además el 60% de niños con SIAH experimentan .dolor y este afecta negativamente a su calidad de vida y patrones de sueño. La adaptación psicológica del niño a la enfermedad debe focalizarse en la familia ya que es el factor protectivo más importante del niño en estos casos. La revelación o no al niño de su condición de enfermo depende de muchos factores, entre ellos la edad y el temperamento del niño y debe valorarse siempre individualmente. El tratamiento actual se basa en la combinación de varios medicamentos: análogos nucleótidos inhibidores de la transcriptasa inversa (NRTIs), análogos nonucleótidos inhibidores de la transcriptasa inversa (NNRTIs) e inhibidores de la proteasa. Las interacciones con otros medicamentos son frecuentes y complican el uso de sedantes, hipnóticos, antidepresivos, anticonvulsivantes y antihistamínicos ¿Qué consecuencias pueden tener sobre el SNC algunas infecciones congénitas? Las infecciones fetales del CNS pueden producir una gran multiplicidad de lesiones. La extensión y el tipo de alteraciones inducidad depende del momento en el que actúa el agente teratógeno y tras el segundo trimestre las malformaciones congénitas por agentes infecciosos son muy infrecuentes. La vía de transmisión de la infección al feto es la vía transplacentaria y la mayoría de estas infecciones pasan desapercibidas durante el periodo neonatal. Entre las infecciones congénitas mejor estudiadas, se encuentran la rubéola, la infección por citomegalovirus y la toxoplasmosis congénita. 1. rubéola: La frecuencia de la rubéola congénita tras infección materna es superior al 80% en las primeras 12 semanas de embarazo, del 54% entre las semanas 13 y 14, y del 25% al final del segundo trimestre. Las malformaciones congénitas que produce incluyen microcefalia, hidrocefalia, sordera, cataratas, coriorretinitis, espina bífida, espasticidad y retraso mental (24%). La mayoría de pacientes mueren durante los primeros años de vida. Entre los supervivientes es frecuente encontrar cuadros clínicos similares al autismo. 2. Citomegalovirus (CMV): La infección por CMV en el feto puede manifestarse en el momento del nacimiento con ictericia persistente, hepatoesplenomegalia, trombocitopenia, anemia y alteraciones neurológicas, pero, la mayoría de pacientes permanecen asintomáticos durante años. El 10% de neonatos infectados presentan retraso psicomotor, el 1% presenta sordera y muchos de ellos presentan discretos déficits cognitivos aunque estos son más evidentes en grupos socialmente desfavorecidos. 3. Toxoplasmosis: La toxoplasmosis está producida por el protozoo Toxoplasma gondii, que es un agente infeccioso para muchos pájaros y mamíferos. Las mujeres embarazadas pueden adquirir la infección ingiriendo ocistos por carne cruda o heces de gato. Como en otras enfermedades congénitas puede producir coriorretinitis y síntomas neurológicos, no aparentes en el momento del nacimiento. A veces produce epilepsia y retraso mental. Bibliografía: Achenbach T Edelbrook C: Manual for the Child Behaviour Checklist and Revised Child Behaviour Profile, Burlingtong VT, University of Vermont, Department of Psychiatry, 1983. Adams R, Victor M (eds): Principles of Neurology. New York, McGraw-Hill, 1977. Aicardi J: Postnatally acquired infectious diseases. 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