FP.esp 2011-4 Si tienes fuego en casa - Over-blog

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FP.esp 4/2011
Si tienes fuego en casa…
Hans Urs Von Balthasar
Si tienes fuego en casa, cuídalo bien en un hogar incombustible, cúbrelo, pues si una sola
chispa de él sale fuera y tú no lo adviertes, serás tú con todas tus cosas pasto de las llamas. Si
tienes al Señor del mundo en ti, en tu incombustible corazón, cuídalo bien, vete cuidadosamente
con él, que no empiece a exigirte y ya no sepas a donde te lleva. Ten las riendas fuertemente de la
mano. No abandones el timón. Dios es peligroso. Dios es un fuego devastador. Dios ha puesto sus
miras en ti. Escucha su advertencia: “Quien pone la mano en el arado, y vuelve la vista atrás, no
es digno de mí. El que no me ama a mí más que a su padre y a su madre, más que a sus parientes
y a su patria, sí, más que a sí mismo, no es digno de mí.” Presta atención, él disimula, empieza
por un pequeño amor, por una pequeña llama, y antes de que te des perfecta cuenta, te coge por
entero y ya estás preso. Si te dejas coger, estás perdido, pues no hay fronteras hacia arriba. El es
Dios, y está acostumbrado a la infinitud. Te succiona como un ciclón, te mete en el remolino
zarandeándote como una tromba de agua. Sé previsor: el hombre ha sido creado para la medida y
el límite, y sólo en lo limitado encuentra descanso y felicidad; pero éste no conoce la medida. Es
un seductor de corazones.
¿Le ves cómo está sobre las gradas del Templo en medio de la burbujeante multitud?
¿Cómo extiende los brazos y eleva la voz? La cual sólo basta para mover un corazón humano
desde sus cimientos: “Si tenéis sed, venid a mí y quien crea en mí que beba de mí.” Pues dice la
Escritura: “Ríos de vida eterna fluyen de él”. Cuídate de esta bebida. Pues ya lo dijo a aquella
mujer: “Todo aquél que bebe agua de la tierra, volverá a tener sed. Pero el que beba del agua que
yo le daré no volverá a tener sed jamás.” Cuídate; pues también está escrito: “Quien bebe de la
sabiduría, volverá a sentir sed una vez más.” Me temo que quien bebe de esa agua se enterará por
vez primera de qué es sed, y cuanto más insaciablemente empiece a beber, su dolor resultará tanto
más insoportable. Incorporado a la ley de lo infinito, sucumbirá al vértigo. Presta atención al
hecho de que invita a perder el alma para ganarla. Se refiere al amor. Anima a los hombres a
realizar lo imposible. No comprende que han sido creados para la felicidad limitada: un par de
años en común con un ser querido, un paseo por el campo, o sencillamente un plato de fresas. Un
cuadro, un libro, un banco a la sombra. Una estufa agradable. Un paseo a través de la noche. El
rumor de una batalla. La majestad de una muerte. Siempre un sentido eterno, reprimido en la
exacta figura de un momento. Esto es bastante e indescriptible. Aquí es donde madura y se
redondea al mundo como un fruto en sí mismo y con su divino sentido cae a los pies del Eterno.
Pregunta a los poetas.
Pero para nosotros es un peligro. No estuvo bien de su parte el manifestarse de ese modo, pues
sus palabras suenan como una revuelta abierta: “He venido a traer fuego a la tierra, y ¡qué más quiero
sino que arda!” Si hubiera reservado para sí la sobremedida de su alma, o si por mi causa hubiera
hecho inflamarse todo el fuego de artificio de su amor de redención como espectáculo único ante los
maravillados ojos de los espectadores, no habría nada que objetar. Podríamos aplaudir con reconocida
aceptación, podríamos ofrecerle una “aprobación estruendosa y de larga duración” por ese inesperado
y gratuito enriquecimiento de la creación con motivo tan festivo. Podríamos sentirnos orgullosos de
que el reparto artístico del corazón humano, tan rico ya en extraordinarios acróbatas, haya dado fin y
coronado su ejecutoria con el salto mortal de Dios. Pero no se conforma con esto. El presenta su salto
mortal como un prototipo, e invita a los hombres a salir de sus límites para hacer lo mismo, para
arriesgarse a esta aventura infaliblemente mortal. Su fuego debe continuar ardiendo. Algunas veces
resulta que un alma salta por los aires como la dinamita, y en una amplia zona las ventanas saltan
hechas añicos y las paredes de las casas tiemblan.
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¿Qué se hace cuando amenaza un gran fuego? Se le rodea. Se procura limpiar cuanto le
rodea, y si es necesario, se acude a la dinamita y se derrumban barrios enteros. Se abre a través
del bosque una vereda, o si es un valle el que arde, se abre una amplia zanja. También nosotros
tenemos que empeñarnos en poner un dique a este fuego. Se crea en torno a él un espacio sin aire
en el que ni el fuego ni el amor pueden respirar. ¡Ahogadlo - aunque suavemente - !
Cogedle la palabra, es lo mejor que podéis hacer: “Mi reino no es de este mundo.” Ahí
tenéis la llave. Su Reino no es de este mundo, no es este mundo. ¡Qué grandioso! ¡Qué celestial!
Posee un reino superior. ¡Elevadlo, subidlo a ese reino superior! Dejadle con su reino, entonces él
tendrá que dejarnos con el nuestro. No tenéis por qué enseñarle la puerta groseramente; hacedlo
con nobleza: podéis dejar de venerarle, dejar de cumplimentarle en el mejor y menos sospechoso
de los sentidos. No le discutáis nada, más bien concedédselo todo: que procede de arriba y
nosotros de abajo, que El es la luz del mundo, y que las tinieblas no han comprendido que El ha
venido para volver nuevamente a su Padre. Pues entended: El quisiera la proximidad, quisiera
habitar en vosotros y mezclar su respiración con vuestro aliento. Querría estar con vosotros hasta
el fin del mundo. El llama a todas las almas, se hace pequeño e insignificante, para poder
participar de todos vuestros pequeños negocios y preocupaciones. Se presenta suavemente para
no molestar, para no ser conocido, para estar de incógnito, en medio de todo el barullo del
mercado anual. Busca confianza, intimidad, mendiga vuestro amor. Aquí se impone mostrarse
inflexible. No borrar los límites. El es Dios, pues que siga siéndolo. Que no se rebaje. Es temor
de Dios recordarle lo que El se debe a sí mismo. Si de pronto abandona el trasfondo y trata de
apoderarse de vuestro corazón es una de sus famosas incursiones, para que éste se abra
plenamente, arrojadlo fuera y decidle con humildad: ¡Señor, apártate de mí, que soy un pobre
pecador! Una distancia evidente. Y si El os mira dolorosamente y con mudo ademán trata de
haceros ver su soledad: permaneced firmes, mostradle vuestra pleitesía y decid: Señor, no soy
digno de que entres en mi casa (el resto lo podéis dejar). O si El os invita a su casa, ¡deteneos, no
os precipitéis a lavarle los pies, sin respetar distancias y con familiaridades, ni a darle el beso ni
ungir su cabeza con aceite! Si se sienta en el último lugar, decidle: amigo, sube más arriba, y
obligadle a sentarse en el primer puesto. Adoradle, como cuando se transfiguró allá arriba en la
montaña, edificadle trastiendas para que viva con sus íntimos, tened cuidado que no baje de allí.
Todo esto es más fácil de lo que pensáis. Se trata de un pensamiento expresamente
religioso; y ¿qué otra cosa quiere Dios de vosotros sino la religión? El reconocimiento de la
“infinita distinción cualitativa” entre Dios y el mundo. Más dialéctica o más liberal - esto se deja
a vuestra elección.
En la vida pública esto no es difícil. Se impone en ella mantener vigorosamente la línea de
separación que se trazó en otro tiempo. Su Reino no es de este mundo. Por esa razón no ha
perdido nada en los asuntos temporales que nos corresponden. Dejadle sus catedrales, y que él
nos deje nuestros bancos, nuestros negocios, nuestra política, nuestras escuelas, las obras de
nuestra cultura, nuestra patria. Dejadle a él esa zona tan cuidada, el parque nacional de sus
iglesias; nos comprometemos a no cortar árboles ni a cazar allí, nuestras calles tienen que
disponerse en arco en torno a esta zona protegida, y en ella debe permitírsele el llevar hasta la
proximidad de los glaciares a sus pocos animales montañeses y a sus maravillosos enanos. Si
alguna vez alguno de nuestros investigadores, un filósofo de la religión, se pierde en su jardín y
recoge un par de plantas raras, con las que se encuentra allí a cada paso; si las recoge y las
clasifica (de acuerdo con el más reciente estado de la psicología) - se supone que no tomará a mal
este arranque de sentimentalismo. ¡Aparte de esto ni una palabra sobre él! En vuestros asuntos
políticos del estado cuidad de que, de acuerdo con las leyes inmanentes de la razón y de la
humanidad, os adelantéis a practicar la beneficencia y la promoción de la autoconservación. Aun
cuando en el terreno de la moral privada la caridad desinteresada goce de cierta justificación, el
estado como realidad global y la nación deben ser edificados sobre el sólido fundamento del
interés colectivo para que sucumba inmediatamente a una utopía alejada de la realidad. Por
consiguiente ni una sola palabra acerca de él en vuestras asambleas, ni una palabra sobre él en
vuestros editoriales, ni una sola palabra de él en vuestras conferencias de la paz. El mundo es el
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mundo. Será aconsejable el reducir a los clérigos al ámbito de la Iglesia, y no concederles el
derecho o poder en las cuestiones públicas. Además con esto le hacéis un servicio, pues desde
mucho tiempo atrás la política ha corrompido a la Iglesia y ha comprometido su influencia. Será
oportuno preocuparse de la precisa separación den las escuelas de las especialidades profanas y
de la religión; si la “enseñanza de la religión” es una especialidad marginal cuidadosamente
aislada junto a las otras veinte especialidades, entonces el peligro de una invasión no podría ser
ya grande. El alumno comprenderá por sí mismo que aquí se trata de una especie de especialidad
libre sin importancia práctica, y en todo caso sin influjo en la nota de los exámenes. Con esto
tenéis a la juventud de vuestro lado. Por el contrario, en los tiempos de crisis no puede perjudicar
orientar la indigencia religiosa creciente - para no dejarla convertirse en una intranquilidad
peligrosa - hacia las instituciones sacrales levantadas en las calles más frecuentadas para este fin.
En ellas todo el mundo puede recuperar fuerzas nuevamente, casi gratuitamente. Esto pertenece a
la higiene de la vida pública y ahorra además la molestia de resolver las turbias aguas del
problema religioso. ¡En todas las cosas la solución es inmunidad contra el bacilo religioso! Como
vacuna y antídoto: las instituciones eclesiásticas. Entonces tendréis orden.
En la vida cultural hay que llegar a la claridad. Que de lejos pueda reconocerse una librería
religiosa en cuanto tal, y en las restantes librerías en las que cualquiera puede entrar sin
impedimento téngase cuidado que no circulen abiertamente escritos de esa clase. En el arte hay
que cuidarse de que los objetos religiosos puedan caracterizarse como tales, y que de ningún
modo una “atmósfera religiosa” confusa rodee una obra de arte profana. Los artistas religiosos
harán bien en reunirse en un gremio especial hay que fomentar con todas las fuerzas centros
cristianos de formación, con tendencia a representar lo confesional en la cultura pura, por medio
de esto se purificará la restante atmósfera. Debe presentarse por ambas parte como un logro
importante de la nueva era, como la salvación decisiva, la separación de la filosofía y la teología,
la separación de los órdenes naturales y la fe cristiana, la separación del mundo del pecados y el
ámbito de la redención, la separación de humanidad y cruz. Hay que prohibir como peligrosas
para el estado las sociedades que oficialmente desprecian estas leyes de salubridad pública. Por el
contrario, hay que fomentar aquellas asociaciones que consideran el cristianismo como
demasiado sagrado para la calle, demasiado puro para este mundo, y apuntan a esos salones
consagrados que como piadosas reliquias de la Edad Media, bajo la protección de la patria,
adornan la imagen de las calles de nuestras ciudades. (¡Fomentad el turismo!).
Pero todo esto no basta. Parece que todavía le queda el reino interior de las almas. Expulsado
de la vida pública puede desarrollar su poder de seducción en la esfera privada de las conciencias.
¡Redoblad vuestra vigilancia! Aquí hay que advertir a cada uno personalmente. Puede imponerse
como única forma que resulta simple: ateos a la praxis de la aplastante mayoría de los cristianos;
ellos han escogido claramente y de manera instintiva lo recto. Han hallado el dorado equilibrio
entre las inmediatas exigencias de la vida y aquella imposición totalitaria. En vuestra vida cotidiana
erigid en cualquier parte, en una esquina apacible, una capilla. Poned en ella un altar, y en primer
término un reclinatorio. Allí queda reservado; allí, prescindiendo de la importante visita de la misa
del domingo, podéis visitarle un par de momentos durante el día. “Mis cinco minutos diarios”. Para
vosotros la saludable gimnasia matinal del alma, para él una señal de que no le habéis olvidado, de
que contáis con él. Le podéis pedir que bendiga los negocios de vuestro día. Con esto se ha tendido
cierto punto. Con esto podéis obtener lo que se llama “buena opinión” de vosotros, gracias a la cual
le prometéis realizar la labor diaria “para su gloria”. Y entonces fuera, y no olvidéis cerrar con llave
el santuario y tener cuidado. En serio: mirad que no tenga intervención alguna en vuestros asuntos
privados. No dejéis que nadie os intranquilice tratando de demostrar con citas bíblicas y escritos
piadosos que debéis orar en todo tiempo y que tenéis que mantener constantemente trato con él. No,
esto estorbaría vuestro trabajo, que sin duda alguna, es voluntad de Dios y de la naturaleza. Decidle
que le estáis agradecidos de todo corazón si mientras tanto se ocupa de vuestra redención, os
perdona vuestros pecados, os comunica las gracias necesarias, y que será un placer para vosotros el
recibir como conclusión el resultado de sus esfuerzos. Hasta ese momento hay todavía tiempo, y
vosotros no le podéis servir de ayuda.
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Pero con esto todavía no se ha conseguido todo. La separación de oración y la vida diaria es
sólo el principio. Queda el tiempo de oración, en el que te enfrentas a él cara a cara. El tiempo del
examen de conciencia, voluntario o involuntario. El tiempo en el que su inescrutable mirada se
encuentra nuevamente contigo y en el que el fuego domesticado podría arder una vez más. El tiempo
en el que un temor íntimo por ti mismo, un íntimo anhelo de pureza e integridad te sacude y las
lágrimas no están lejos. Momentos peligrosos. El tiempo en que el amor atrae. Manténte fuerte. No
seas una mujer. Dite siempre a ti mismo que sobre sentimientos débiles no se edifica nada duradero.
Estas gracias de blandura no están de acuerdo con tu carácter. ¿Y no has experimentado siempre que
estos sentimientos se mueven sin dejar huella como nubes errantes y que tras ellas las cosas quedan
exactamente como antes? No fundamentes tu religión en cosas tan poco claras y tan difusas. Quizá en
él existe este aspecto sentimental, pero para ti basta que esté representado en forma de una estampa
que llevarás en tu libro de oraciones. Y si aún así no pierdes de vista su mirada, entonces reza durante
tanto tiempo que llegues a ya no verla. Esto se puede hacer. Alejar a Dios con la razón. Rezar con
tanto fervor, que uno queda absorbido por las propias palabras y ya no queda tiempo ni posibilidad
para oír la voz de Dios. Así se logra alejar con la oración al Dios que está cerca de nosotros y
convertirlo en un Dios lejano. Tú le abrumas con tus ruegos, hasta que él enmudece con los suyos.
Usa de él miles de veces, entonces él no podrá presentarte demandas. Gracias al cumplimiento de tus
deberes religiosos, o lo que sería más noble todavía, gracias a los voluntarios ejercicios de piedad, te
has ahorrado el tener que escuchar su pesada voz. Créeme, este método es con mucho el mejor, y si le
eres fiel, a la larga o en breve tiempo llegarás a sustituir con tu propia religión la suya. Entonces
tendrás definitivo reposo. Sólo que todo sucede en nombre de la piedad y del cristianismo. Es esencial
que frente a él estés cubierto. Dile que él es Dios, que él lo sabe todo. Entonces no necesitas hacer
nada juntamente con él. O dile que en definitiva tú no eres más que un hombre, esto le impresionará y
le moverá a compasión. O dile que tienes una confianza ilimitada en su gracia y que con riesgo de tu
salvación aceptarías que todo saliera bien. Esto le impresionará en su amor propio de redentor y le
desarmará. Muéstrale una piedad ingenua, infantil, firme y de una sola pieza, y, abre en dirección a él
unos ojos inocentes, angelicales (“la mirada pura de la criatura”) y no se atreverá a introducirte en sus
trastornadores misterios. Que su Reino no sea de tu mundo. Déjale su obscuridad, tu luz no necesita
comprenderla.
Pero todavía queda la misma Iglesia. Su lugar de refugio. La Iglesia, y las iglesias. Aquí se ha
concentrado él, aquí ha concentrado el poder de su gracia. Aquí hay que darle un golpe decisivo.
Entonces ya no quedará nada de él, entonces habrá perdido el suelo que le quedaba bajo sus pies,
entonces ya de verdad que su Reino no estará entre nosotros. Pero confiad, también esta batalla está
ya casi ganada. Todo se mueve con el propósito de aislarlo en la Iglesia. Pues también aquí, y aquí
sobre todo, querría él tratar humanamente con los hombres. Aquí, en este terreno, ha inventado la
maravilla de su Eucaristía: él está en ti y tú estás en él. Una fiesta de bodas entre tú y él, fiesta que no
tiene fin, matrimonio que comparado con la unión del hombre y la mujer, la supera hasta tal punto
que esta unión no es más que un breve y pobre remedo. Con este ropaje de pan y vino quiere vivir
corporalmente presente entre nosotros, para participar de las alegrías y de los sufrimientos de
nosotros. Pero ¡recordadle la distancia del respeto! El sentido simbólico de la Eucaristía. ¡Enseñadle a
pensar más escatológicamente! Finalmente nosotros estamos en el tiempo, él en la eternidad. Y con
esto entenderá lo que queréis decirle, ¡arrojadle fuera juntamente con su sagrario! ¡Queremos pensar
de él de una manera más espiritual y elevada! Que su presencia sea espiritual, que sea espiritual su
Reino. Y ese cortejo humano, demasiado humano de estatuas, confesionarios, reclinatorios, viacrucis,
pinturas e incensarios: ¡fuera este escándalo de proximidad! ¡Una atmósfera clara entre tú y Dios!
¡Fuera este medium confuso, esta meditación medio humana, medio divina, esta media luz de los
sentidos! ¿No resucitó y no está sentado a la diestra del Padre? ¿Y no va a venir suficientemente
pronto para juzgar a los vivos y a los muertos? Vamos a ser sobrios, y cuando vayamos a la
comunión, no olvidemos el sombrero de copa junto con el devocionario.
También puedes ocultarlo tras las imágenes, tras la Iconostasis. Allá atrás, invisibles al
pueblo profano, los popes realizan su ministerio y sólo desde lejos se oye cómo resuenan los cantos
y campanillas. El misterio es tres veces santo, una imagen y representación del culto divino
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celestial, y todo contacto inmediato con él sería una profanación. Al pueblo le bastan los santos en
las paredes de la iglesia, que se muestran grandes inimitables, en actitudes hieráticas, levantando
sus serias manos reservadas. Podéis dirigir vuestras oraciones a ellos, podéis suplicar su mediación.
La elevada luz del Tabor, en la que se asienta el trono del Señor, podría ofuscaros. Muy pocos
llegan a la dignidad de aproximarse a él en éxtasis y eso después de haberse purificado durante
largos decenios en el Athos. En verdad vale la pena entusiasmarse de la belleza de los iconos, pues
con el mundo espiritual que ella nos revela, nos ha liberado de la importunidad de su amor.
Y tú, católico, le has llamado prisionero del sagrario. Ahí le retienes tú en garantía, en el
obscuro y dorado cofre. La llave de ese cofre está en alguno de los cajones de la sacristía. Ahora
él se encuentra ahí, y tiene que contentarse si durante el día vienen un par de viejos y rezan un
rosario ante él. “¿Tienes tú idea del abandono y de la soledad?” Los hombres que están fuera se
apresuran tras sus ligeros negocios, con carteras bajo el brazo y cartapacios y cestos de compra
pasan frente a la Iglesia, que como una pared muerta irrumpe el colorido de los escaparates.
Ninguno de ellos piensa en él. Pues ahora nadie le necesita. Las máquinas de escribir tabletean,
las chimeneas humean, los alumnos resuelven sus problemas, la mujer de casa tiene una gran
colada: todo esto sigue su curso, un engranaje sin fricciones, en el que él nada ha perdido, en el
que para nada se le tiene en cuenta. En alguna parte, durante una misa tardía suena la campanilla
de la consagración - ¿para quién? -. Entonces el sacristán arregla las cosas, cubre el altar y un
silencio de muerte reina en torno al que se tiene por muerto.
El sagrario tiene su ventaja. Se sabe dónde tiene su morada. Y en consecuencia se sabe
asimismo dónde se encuentra. (Uno se defiende más fácilmente con la presencia general de Dios).
Silenciosamente en su rincón sigue tejiendo la obra de la redención. Y una vez al año, o incluso
doce veces se le da el gusto, se le deja que realice en uno la obra de su amor. Se “practica” (¡Un
aplauso para el que inventó esta palabra!). o más bien se le deja que él practique con nosotros.
Con frecuencia ha intentado escapar de su prisión. Una vez dio a conocer que quería una fiesta
en honor a la Eucaristía. Así lo sacamos y lo llevamos, una vez al año, por las calles y los campos.
Los espectadores se detienen confusos y se quitan silenciosamente sus sombreros. Otra vez dejó ver
su corazón, rodeado de espinas, cargado de la cruz, y una gran llama que ya no podía retener que
asciende saliendo del corazón. Otra fiesta más. Se le consagran las casas, en todas partes luce en los
cuadros al óleo llenos de colorido. Todo esto influye peyorativamente en el buen gusto. No se expresa
en voz alta, pero al menos las personas cultas están de acuerdo en que la cosa tiene una notable
aceptación por parte de las personas chabacanas. Sería mucho mejor que se dejara todo esto en la
obscuridad, por lo menso de ese modo, aun cuando se regalara esta cuestión al olvido, no sería objeto
de profanación. Apenas le da la luz, se cubre de una capa de dulce insipidez. Unos rizos artificiales
caen sobre sus hombros, y el doloroso espectáculo le causa repugnancia al creyente.
No, es mejor que en el futuro se renuncie a tales salidas. Que se contente con su suerte de
redentor. Nos sentimos felices de que haya escogido esta vocación. Sólo que se cuide de construir
su taller fuera de las puertas de nuestra ciudad. Se encuentra en las esquinas de las calles y ofrece
su corazón. Pues está escrito por la Sabiduría que salió a la plaza y que se ofreció como gran
banquete a los invitados, pero en vano. Todos tienen prisa y pasan de largo. Nadie lo necesita. Ha
sacado mal las cuentas. Si se toma en serio, el hombre, que no puede ensalzar bastante claramente
su necesidad de amor, rechaza rotundamente el ofrecimiento del amor. El se entrega a sus brazos.
Una voz interior le advierte: no te des a él. El peligro es demasiado grande. Dile que lo sientes.
Tú has comprado una granja, has alquilado para hoy una yunta de bueyes, has tomado mujer, que
te basta provisionalmente. De veras que los sientes. Los pájaros tienen sus nidos y los zorros sus
madrigueras, pero el Hijo del hombre - y precisamente esto es lo que sientes de veras - no tiene
nada, ni un amigo ni un corazón humano donde apoyar su divina cabeza.
Hans Urs Von Balthasar
EL CORAZON DEL MUNDO
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