1 Domingo 18 del tiempo ordinario, ciclo B (2012). El cristiano está llamado a despojarse del «hombre viejo» y revestirse del «hombre nuevo», en Cristo, mediante las obras de misericordia y de caridad, la oración y distintas prácticas de penitencia. "Desechando la mentira", deben "rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias". Es necesario redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. Porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios. Efesios 4, 17.20-24: 17 Os digo, pues, esto y os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente. 20 Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, 21 si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús 22 a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, 23 a renovar el espíritu de vuestra mente, 24 y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad. Cfr. Domingo 18 del Tiempo Ordinario, ciclo B, 5 de agosto de 2012. 1. Despojarse del «hombre viejo» y revestirse del «hombre nuevo». Catecismo de la Iglesia Católica1 o El cristiano debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas de penitencia, a despojarse completamente del "hombre viejo" y a revestirse del "hombre nuevo". • n. 1473 El perdón del pecado y la restauración de la comunión con Dios entrañan la remisión de las penas eternas del pecado. Pero las penas temporales del pecado permanecen. El cristiano debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y las pruebas de toda clase y, llegado el día, enfrentándose serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas penas temporales del pecado; debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas de penitencia, a despojarse completamente del "hombre viejo" y a revestirse del "hombre nuevo" (cf. Efesios 4, 24). o El Espíritu transforma espiritualmente para vivir como hijos de la luz. • n. 1695 "Justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1Co 6, 11), "santificados y llamados a ser santos" (1Co 1, 2), los cristianos se convierten en "el templo del Espíritu Santo" (cf 1Corintios 6, 19). Este "Espíritu del Hijo" les enseña a orar al Padre 1 Benedicto XVI, Carta Apostólica «Porta Fidei», con la que convoca el Año de la Fe: Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. (n. 11). A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. (n. 11). El Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. (n. 12). Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hebreos 12,2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. (n. 13). 2 (cf Gálatas 4, 6) y, haciéndose vida en ellos, les hace obrar (cf Gálatas 5, 25) para dar "los frutos del Espíritu" (Gálatas 5, 22) por la caridad operante. Curando las heridas del pecado, el Espíritu Santo nos renueva interiormente por una transformación espiritual (cf Efesios 4, 23), nos ilumina y nos fortalece para vivir como "hijos de la luz" (Efesios 5, 8), "por la bondad, la justicia y la verdad" en todo (Efesios 5, 9). o El rechazo de todo engaño/mentira, de toda malicia III. LAS OFENSAS A LA VERDAD . • n. 2475 Los discípulos de Cristo se han "revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad" (Efesios 4, 28). "Desechando la mentira" (Efesios 5, 25), deben "rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias" (1 Pedro 2, 1). Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, n. 23 o Porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios. 23. « Señor, busco tu rostro » (Salmo 27/26,8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho « brillar su rostro sobre nosotros » (Salmo 67/66,3). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, « manifiesta plenamente el hombre al propio hombre ».11 Jesús es el « hombre nuevo » (cf. Efesios 4,24; Colosenses 3,10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la « divinización », a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.12 (11) Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 22. (12) A este respecto observa san Atanasio: « El hombre no podía ser divinizado permaneciendo unido a una criatura, si el Hijo no fuese verdaderamente Dios », Discurso II contra los Arrianos 70: PG 26, 425 B - 426 G. 2. En el Año de la fe o Es necesario redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. Benedicto XVI, Carta apostólica «Porta Fidei», con la que convoca el Año de la Fe. La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, han de rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud. 2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: 3 «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud». Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús. 3. Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Gracias a la fe, la vida nueva plasma toda la existencia humana. 6. Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Romanos 6, 4). Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. Un nuevo criterio de pensamiento y acción. 6. La «fe que actúa por el amor» (Gálatas 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Romanos 12, 2; Colosenses 3, 9-10; Efesios 4, 20-29; 2 Corintios 5, 17). 7. La fe crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo» (De utilitate credendi, 1, 2). www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana