Anhelos de santidad

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Anhelos de santidad1
Dulcísimo Jesús mío, delicia mía y vida mía, por tu misericordia hazme santa. Te pido, oh
Jesús, por cada latido de tu Corazón adorado, hazme santa. Se trata precisamente de tu
gloria, de la finalidad amorosa de tu Pasión, de tu anhelo más ardiente. Si yo me salvo, quizá
no habrá en el Cielo otra alma que cante eternamente tus alabanzas más... Así que ¡hazme
santa, oh mi Jesús!
Soy un miembro de tu Esposa, la Iglesia, que adquiriste con tu sangre divina; ah, no
toleres en ella una hija mala como yo, pobrecilla, sino que por amor a tu Iglesia hazme santa,
oh Dios mío.
Yo vengo frecuentemente a unirme contigo inefablemente en tu divino Sacramento,
llamado el pan de los ángeles y el testamento de tu dilección, ah, no soportes en mí alguna
mancha o tibieza, sino que por amor de tu carne y de tu sangre divinas hazme santa, oh Dios
mío.
¡Oh Jesús, por tu infinita misericordia, hazme santa!
Tú me impones que edifique a mi familia, a mi prójimo, a mis amistades; me pides que
haga amar la virtud, que atraiga almas a ti; ¿cómo podré lograrlo tan pobre como soy, tan
poco devota, humilde, paciente? Ah, al menos por amor a las almas que cuestan sangre a tu
Corazón hazme santa, oh Dios mío.
Pero, ¿qué necesidad tengo de presentarte tantos motivos? ¿No eres Tú la liberalidad y la
bondad infinitas? ¿Podrías Tú, oh amado de mi alma, dejar postrada ante ti sin escuchar a
una hija tuya que te abre el corazón, te confía sus anhelos y te pide sólo ser santa? ¿No la
escucharás en la grandeza de tu misericordia?
Y aun cuando por mi constante ingratitud me quieras arrojar, ¿podrías negarle esta gracia
a tu bendita Madre María, Madre mía también, que te la pide por mí, presentándote toda su
compasión a tus dolores? ¿Podrías negársela a mi Angel custodio que continuamente te
ofrece sus celestiales adoraciones para obtenérmela?
¡Oh Jesús, por tu infinita misericordia, hazme santa!
Oh Jesús mío, me confieso indigna de cualquier favor, pero cuando te pido ser santa ¿qué
te pido al fin si no que se cumplan en mí los designios de tu Redención y que tu bondad
triunfe sobre mi maldad, mis rechazos y mi indiferencia?
Oh amor mío, Tú eres omnipotente: quémame, incinérame, consúmame en tus llamas, haz
que no te ofenda nunca más. Que yo muera a mí misma, que de este otro poco de mi vida
haga un solo acto de expiación, de agradecimiento, de adoración y de apostolado, un solo
acto de inmolación y de purísimo amor. Oh Jesús, que yo viva en ti toda absorbida, atraída y
arrodillada con el espíritu siempre ante tu majestad sacramental; es más, haz que yo viva, oh
Jesús, de tu misma vida sacramental, eucarística, que es todo un inefable misterio de
escondimiento, laboriosidad y amor.
¡Oh Jesús, por tu infinita misericordia, hazme santa!
1
Ojalá muchas almas se modelaran en estos anhelos de santidad de Luisa hasta llegar a tener los mismos anhelos
y practicarlos, para empezar una vida espiritual seria, pues los sentimientos, actitudes y peticiones aquí
expresados son un compendio de las disposiciones necesarias e indispensables para llegar a vivir en la Divina
Voluntad.
Lo sé... Es necesario hacerme violencia en muchos movimientos de mi espíritu y
vencerme en mil modos, en mil ocasiones...
Es necesario que ame la oración, el silencio, el trabajo, la mortificación.
Es necesario obrar siempre y en todo con espíritu vivo de fe y de santo temor de Dios.
Es necesario hacer el vacío de toda criatura alrededor de mí y dentro de mí.
Es necesario tener mi corazón siempre en alto, guardarlo inmaculado, hacer florecer en él
azucenas, rosas, violetas, jacintos...2
Mas ¿qué es imposible para el amor?
Ah, hazme comprender, oh Señor, cuán fácilmente puedo ser santa sólo con que me
abrace con amor a la cruz del día que tu amor me regala; sólo con que cumpla lo mejor que
pueda las acciones del día que el deber o la caridad me mandan.
Oh, cómo es sublime embriagarse del dolor por amor... Oh cómo perfecciona cumplir todo
con intención purísima, bajo la mirada santísima de mi Dios y en unión con mi Angel
custodio, como si tuviera que hacer sólo esa acción y después de hacerla en seguida tuviera
que comparecer ante el Juicio divino, como si sólo de ella dependiera mi salvación eterna.
¡Oh Jesús, por tu infinita misericordia, hazme santa!
Instrúyeme Tú mismo, oh Jesús mío, como paciente Maestro. Enséñame, te pido, con
Santo Tomás, a que sea sin repugnancias en mi humildad, sin disipación en mis alegrías, sin
abatimientos en mis tristezas, sin inconstancia en mi piedad, sin aspereza en mi conversar,
sin lamentos en mis sufrimientos, sin dilación en mi obediencia, sin preferencias en mi
caridad, sin artificio en mi virtud.
Enséñame, con San Ignacio, a ser generosa hasta el heroísmo, a servir hasta el sacrificio,
a dar sin contar, a luchar sin asustarme de las heridas, a consumarme sin dolerme.
¡Oh Jesús, por tu infinita misericordia, hazme santa!
Oh amor mío, ¿quién me concederá compensarte y satisfacerte sino Tú mismo? Ah, reina
Tú solo en este corazón mío tan mezquino. Que yo te ame solamente a ti, oh Jesús, y que te
ame de igual manera cuando tu amor me acaricie que cuando me flagele. Que mi espíritu
repose solamente en ti oh Jesús; aun cuando el torbellino de mis pasiones o el soplo de tus
pruebas pondrán en agitación mi alma, haz que cada latido de mi corazón sea siempre, oh
Jesús, una alabanza, un agradecimiento, una adoración para tu Corazón Divino. Haz que,
rota toda atadura, yo tenga, de una vez por todas, un impulso generoso que me abisme en tu
Corazón crucificado, centro divino de caridad, de celo, de pureza, de aniquilamiento y de
perfectísima abnegación....
¡Oh Jesús, por tu infinita misericordia, hazme santa!
2
Respecto a las virtudes que en esta parte nombra Luisa, fundamentales e insustituibles para la vida de unión con
Dios, como el firme propósito de no pecar, el desprendimiento de todas las personas y de todas las cosas, la
renuncia a uno mismo; la mortificación y el amor a la cruz; la humildad, la pureza, la caridad, el recogimiento, la
recta intención, la constancia en el bien, la oración interior continua, etc.; de cómo practicarlas y de los efectos
benéficos que producen, Jesús habla mucho en los 11 primeros volúmenes de Luisa, de tal modo que las almas
con sinceros deseos de unirse más a Dios y llegar a vivir en su Voluntad encontrarán en ellos luminosas
enseñanzas y poderosos alicientes.
Oh María, Madre de la dulce esperanza y del amor hermoso, me oculto bajo la piadosa
sombra de tu manto.
San José, mi querido ejemplar perfectísimo de la más alta santidad, sé tú mi especial
protector y sé mi modelo en la vida íntima del santo dolor y del santo amor.
Entre vuestros corazones, oh Jesús, María y José, yo permanezco segura y no temeré
más en mi camino. Oh Jesús, José y María, hacedme santa, os lo suplico, hacedme santa 3...
¡Oh Jesús, por tu infinita misericordia, hazme santa!
3
Una de las primeras enseñanzas de Jesús a Luisa es que tenga como modelos para obrar, para rezar, para
trabajar, para hablar, etc., a Él, a María Santísima y a San José; de esta manera ella vivirá en la casita de Nazaret
entre ellos y obrará como ellos y en unión con ellos, para llegar a ser la repetidora de su vida oculta. Este modo
de hacer nuestros actos diarios, primero pensando cómo los hacían ellos y luego haciéndolos junto con ellos, es
una gran escuela de virtudes y de unión con Jesús y María, y todas las personas, indistintamente de su estado o
circunstancias, lo pueden hacer.
Luego, a lo largo de sus volúmenes, Jesús le revelará a Luisa secretos de su vida oculta de 30 años y el gran
tesoro que encerró para nosotros en sus actos “ordinarios” de ese periodo, para poner esa riqueza a nuestra
disposición, ya que si un tesoro no es conocido, no será apreciado ni se deseará poseerlo, de manera que tal
tesoro quedaría como si no existiese, inútil, sin dar el bien que contiene:
“Hija, la vida oculta que hice en Nazaret no es conocida ni valorizada por los hombres, sin embargo no podía
haberles hecho mayor bien que con esa vida, después de la Pasión” (Vol. 11; 14 de agosto de 1912).
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