Las mujeres ante las demandas del trabajo socialmente necesario (diversidad laboral, heterogeneidad del mercado de trabajo) Araceli Damián1 Introducción Marx asentaba en El Capital “Para su conservación el individuo vivo requiere cierta cantidad de medios de subsistencia. Por tanto, el tiempo de trabajo necesario para la producción de la fuerza de trabajo se resuelve en el tiempo de trabajo necesario para la producción de dichos medios de subsistencia, o, dicho de otra manera, el valor de la fuerza de trabajo es el valor de los medios de subsistencia necesarios para la conservación del poseedor de aquélla”. Sin embargo, esta definición al restringirse a la relación capital-trabajo pasa por alto el tiempo (valor) necesario para producir bienes y servicios que se realizan en el ámbito familiar (trabajo doméstico y cuidado de menores, ancianos y enfermos) y sin los cuales la reproducción de la fuerza de trabajo no sería posible. Esta es una de las razones por las que se tiende a menospreciar el valor del trabajo que realizan las mujeres en el ámbito doméstico. Pero aun cuando esto suceda, es preciso aclarar que la participación de las mujeres en el ámbito laboral2 ha sido una constante a lo largo de la historia, su grado de participación ha dependido de las necesidades y características de los sistemas productivos e ideológicos imperantes En las sociedades esclavistas las mujeres, aun cuando fueran “libres”, eran despreciadas y explotadas. En su obra La Política, Aristóteles señalaba que el único esclavo que un hombre pobre tenía era su esposa. Las mujeres eran contabilizadas como parte de los “bienes” pertenecientes a los ciudadanos y eran equiparadas con el ganado (como lo eran 1 Profesora-Investigadora, Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales, El Colegio de México, [email protected] 2 En el Diccionario de la Real Academia del Español lo laboral es un adjetivo, que califica a lo “perteneciente o relativo al trabajo en su aspecto económico, jurídico y social”, este adjetivo desconoce al trabajo doméstico el cual tiene un sentido económico y social, que le ha sido negado históricamente. 1 también los menores de edad). Las esclavas participaban de manera directa en las actividades “productivas” (como la agricultura y la producción de mercancías para el intercambio), en las “reproductivas”3 (incluyendo trabajo doméstico y cuidad de las personas dependientes en las familias a las que servían), además de ser explotadas sexualmente. Durante el modo de producción feudal se modificó el estatus social de las mujeres. Si bien no eran contabilizadas como ganado, bajo el fetichismo religioso fueron recluidas al ámbito privado-familiar, pero siguieron formando parte de la fuerza de trabajo. No obstante, las actividades productivas no se distinguían claramente de las actividades reproductivas, es decir, los tiempos de “vida” y de “trabajo” formaban una unidad. Al imponerse las relaciones capitalistas de producción, se da una de las grandes transformaciones en la vida de los trabajadores: se escinde el tiempo de vida y de trabajo mediante el despojo de los medios de producción, lo que ocasionó la necesidad en la fuerza de trabajo de asistir a los lugares destinados a la producción con el fin de obtener el ingreso requerido para la reproducción del núcleo familiar. Aun en estas circunstancias, la participación de las mujeres en las actividades “productivas” fue relevante, ya que en su necesidad de extraer plusvalía, el capital explotó a hombres, mujeres, niños y ancianos, a todos por igual. Como relata Marx en los “ramos industriales ingleses sin limitaciones legales a la explotación” del capital, las mujeres trabajaban literalmente hasta la muerte, con jornadas extenuantes y escaso tiempo de descanso, pero su participación no se restringía a las labores propiamente “femeninas” (como ser modistas), sino que 3 Utilizo aquí el calificativo de productivas para denominar a las actividades en las que media una relación de explotación con pago. En esta categoría se encuentran también los trabajadores “sin pago”, ya que éste se da de manera indirecta, si consideramos que, quien ejerce el papel de explotador, asegura la reproducción diaria de los trabajadores que se ostentan como “sin pago”. Desde mi concepción, el trabajo doméstico y el cuidado de menores es igual o más productivo, no obstante, generalmente no se considera dentro de las actividades productivas. Pero ambas actividades suelen definir como reproductivas, debido a que están encaminadas a asegurar la reproducción diaria de la clase dominante y fuerza de trabajo. No obstante, cuando se recibe pago por estas actividades se incluyen dentro de las “productivas”. Cuando no media pago alguno y se hace en el ámbito familiar también se dan relaciones de explotación, las cuales están permeadas por el género, la edad y la posición que se tenga en el hogar. Hecha esta aclaración, en el texto se utilizarán ambos adjetivos sin comillas. 2 también trabajaban en los altos hornos, en la producción de láminas y en las minas. Las luchas obreras, así como la constatación por parte del capital de que de seguir con ese ritmo de explotación el sistema económico se vendría abajo lo que provocó una restricción en la duración de la jornada de trabajo (ver Damián?), lo cual aunado a los desarrollo tecnológico permitió que mujeres y menores de ciertas edades salieran del ámbito productivo. La ideología puritana que acompañó el desarrollo del sistema capitalista confinó a la mayoría de éstas al ámbito privado, aunque muchas de ellas continuaron desarrollando una actividad productiva, pero enfrentando serias limitaciones. En ciertas etapas del capitalismo sólo se permitía a las viudas y mujeres pobres participar en el trabajo remunerado Sccott Durante el siglo XX, la entrada y salida de las mujeres del mercado laboral estuvo asociada a los requerimientos impuestos por los ciclos económicos (auge y crisis) y por las guerras. Por ejemplo, en el siglo pasado, durante la Segunda Guerra Mundial, enormes contingentes femeninos ingresaron al mercado laboral debido a la escasez de mano de obra masculina, pero al final de la guerra fueron expulsadas de nuevo hacia el ámbito familiar. Para justificar lo anterior, en el periodo de la posguerra, la imagen de la feliz ama de casa recluida en los suburbios norteamericanos con sus flamantes refrigeradores, estufas y aspiradoras, fue una constante publicitaria. En los países periféricos la participación femenina en la actividad económica estuvo supeditada también a los requerimientos de la expansión capitalista, no obstante, siempre se mantuvieron formas precapitalista de producción en las que la participación de las mujeres está velada por una cotidianidad en la que todavía no existen fronteras claras entre los tiempos de la vida y de trabajo. El desarrollo industrial en México trajo consigo un proceso de urbanización acelerado, una demanda de mano de obra calificada y la posibilidad de que una proporción de mujeres se incorporara a diversos ámbitos económicos, sobre todo en los servicios, comercio, burocracia y educación. Sin embargo, la participación 3 femenina creció muy lentamente durante todo el Siglo XX. De acuerdo con los censos de población, la participación femenina pasó de 19.0% en 1970 a 31.5% en 2000 (Rendón, 2005). Aunque las Encuestas Nacionales de Empleo (ENE) tienden a reportar tasas de participación más elevadas que los censos, la de las mujeres pasó de 21.5% en 1979 a 36.4% en 2000, y en 2009 ésta fue de 39.4%,4 considerando a la población de 12 años y más. México es uno de los países con tasas de participación femenina más bajas en la región latinoamericana. De acuerdo con datos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL, 2009), México presentaba en 2006 una tasa de participación femenina de la población de 15 años de edad o más de 47% frente a 53% en promedio de la región.5 Aun en las ciudades la participación femenina tiende a ser baja. Por ejemplo, en 1979 la tasa de participación en la población de 12 años de edad o más era en la ciudad de México de 32.5% y en 2009 se ubicaba en 43.2%.6 Es difícil entender las razones por las que se da una menor participación laboral femenina en México en comparación con otros países latinoamericanos. Podemos argumentar que posiblemente las mujeres en México, más que en otros países, enfrentan de manera casi exclusiva la responsabilidad del trabajo doméstico y el cuidado de menores, sobre todo en lo que respecta a este último aspecto en nuestro país se cuentan con escasos espacios para el cuidado de los menores, además de que el reducido número de horas en las que asisten a la escuela es muy reducido.7 4 Para 1970 García 1994 cuadro 1.7, p. 20; para 2000 y 2009 cálculos propios con base en los microdatos de las encuestas de empleo para cada año. 5 la CEPAL basa su cálculo en la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) cuya información está referida al mes pasado, mientras que la ENE tiene como periodo de referencia la semana pasada. 6 Para el dato de 1979, Damián, 2002 (cuadro IV.10, p. 206) y para 2009 cálculos propios con base en la ENOE, segundo trimestre. 7 En México existen escasos servicios públicos para el cuidado de los menores de hasta dos años de edad, cuyo número en 2009 era de 5.6 millones según la ENIGH. Aunque la asistencia a la escuela es obligatoria a partir de los tres años de edad, los horarios de atención a los menores de hasta 12 años es de 8 de la mañana a 12:30 del día, mientras que para los de hasta 15 años de edad es a las 2:00 de la tarde. Por otra parte, habría que considerar que según la ENIGH 1.8 millones de niños de tres a cinco años de edad no asistían a la escuela y si consideramos hasta los 15 años, edad en la que deberían cursar el tercer años de secundaria tenemos que esta cifra se eleva a 3.2 millones de niños que no van a la escuela. Lo anterior no significa que sus familiares, 4 A pesar de la baja participación de las mujeres en el mercado laboral los hombres tienen elevadas tasas, superiores al promedio de América Latina (75.8% frente a 79.3% entre la población de 15 años y más en 2006). A pesar de esta diferencia existe la idea de que son éstas las mujeres quienes tienen la mayor carga de trabajo socialmente necesario. Es por esta razón que es importante conocer cómo se distribuye el trabajo doméstico y extradoméstico entre hombres y mujeres en México, Para ello utilizaremos los datos de las encuestas de uso de tiempo, sobre todo de 1996 y 2002,8 que si bien no son estrictamente comparables entre sí, ni con los datos de empleo, nos permiten evaluar cómo la diferencia por sexo en las cargas de trabajo en nuestro país. Transformaciones sociodemográfica y participación social La vertiginosa transformación económica ocurrida en el siglo XX promovió cambios en el ámbito cultural sobre el que se sustentaban las instituciones consideradas pilares de la sociedad, como la familia. Dichos cambios y el proceso de modernización modificó las pautas demográficas en términos de las características de los hogares, la estructura etaria de la población, etc. Para el historiador Eric Hobsbawm (1995) el modelo de familia ideal nuclear que predominó en el siglo XIX y parte del XX se transformó hacia un espectro más amplio de unidades de parentesco, a consecuencia de las nuevas relaciones burguesas, basadas más en el individualismo, que en la cooperación de grupos de parentesco o de comunidades. México no fue ajeno a esta tendencia, según el INEGI (2003) la tasa de crecimiento de los hogares unipersonales pasó de 0.4% entre 1970 y 1990 a 5.7% entre 1990 y 2000, concentrándose el crecimiento de este tipo de hogares en los grupos de edad de las mujeres más jóvenes (de 15 a 20 años de edad) y el de las sobre todo las mujeres se hagan cargo de ellos, pero si restringe las posibilidades de movimiento de quienes estén a cargo de su cuidado. 8 Utilizaremos algunos datos de la encuesta de 1998, cuya metodología es completamente distinta a las otras dos encuestas, pero que da un panorama distinto de la dinámica del trabajo. 5 de 40 a 54 años de edad. De igual forma, aunque en un periodo más corto, podemos constatar el rápido crecimiento en el número de hogares encabezados por mujeres, que pasó de 17% en 1990 a 23% en 2005 a nivel nacional. El aumento de las uniones libres y de los divorcios es otro de los fenómenos que al parecer están tomando magnitudes considerables. Por ejemplo, de acuerdo al INEGI (2007), en 1970 había 3.2 divorcios por cada 100 matrimonios y en 2005 la cifra casi se cuadruplica llegando a 11.8. El número de personas viviendo en unión libre también aumentó rápidamente, sobre todo en la última década del siglo XX, cuando su porcentaje creció en más de tres puntos porcentuales, para ubicarse en 10.3% de la población de 12 años y más. Asimismo, socialmente cada día son más aceptadas las parejas homosexuales, como lo prueban los recientes cambios en legislaciones locales, como la del Distrito Federal en la que se reconoce legalmente a las sociedades de convivencia. El control natal, por otra parte, transformó la estructura de los hogares, haciéndolos más pequeños, lo que permitió reducir la carga de trabajo doméstico lo que favoreció la participación laboral femenina. Como se muestra en el cuadro 1, de acuerdo con los datos de la ENIGH, el tamaño del hogar se redujo notablemente durante la década de los noventa, pasando de 4.93 a 4.15 personas por hogar. Si bien la tendencia a la baja continúa en la siguiente década, la reducción no es tan notoria, reportándose un tamaño promedio de 3.99 personas en 2008. Cuadro 1. México: Características sociodemográficas y económicas de los hogares Características 1989 2000 2008 A Tamaño del hogar 4.93 4.15 3.99 B De 12 o más años 3.42 3.05 3.06 C Trabajadores por hogar 1.63 1.67 1.70 D Mujeres ocupadas 0.46 0.59 0.65 E Hombres ocupados 1.17 1.08 1.04 F Tasa de participación = (C) / (B)*100 47.66 54.64 55.41 G Menores de 12 1.51 1.10 0.93 H % de niños = G / A *100 30.63 26.57 23.35 Fuente: 1989, INEGI (1992, cuadros I.8, p.9 y II.2, p.14; 2000, INEGI (2001) cuadros 1.15, p. 23 y 2.2 p. 29 y 2008 cálculos propios con base en los microdatos de la ENIGH 6 La reducción en el tamaño del hogar se debió a la baja en el número de menores de 12 años de edad En esta sección, más que analizar las causas por las que aumenta la participación laboral femenina, intentaré establecer cuál es el grado de avance (o retroceso) que presenta México en materia de desigualdad laboral. Comparo las tasas de participación laboral por sexo y la desigualad de ingresos (por trabajo, que incluye ganancias, salarios e ingresos por cuenta propia, y por salario únicamente) entre hombres y mujeres, con los valores observados en Colombia, país que además de tener una de las tasas de participación laboral femenina más altas en América Latina tiene niveles de desigualdad en el ingreso de los más bajos de la región. No obstante, para el caso de la tasa de participación laboral también incluyo a Honduras y a Brasil, siendo el primero el de mayor grado de pobreza en América Latina (sin contar las islas), mientras que el segundo país tiene un nivel de pobreza similar al nuestro. [Entra cuadro 10] Como se deduce del cuadro 10, sólo 35% de las mujeres en edad de trabajar (de 12 años y más) desempeñan alguna actividad económica ya sea remunerada o no. Esta cifra es mucho más baja que en países como Honduras donde la tasa de participación laboral femenina es de 50%, mientras que las tasas de Brasil y Colombia superan en 12 puntos porcentuales a la de México. En contraste, tenemos que las tasas de participación masculina es casi la misma en México en comparación con los países seleccionados. De lo anterior se desprende que en nuestro país la participación laboral femenina está muy por debajo del potencial económico que tienen las mujeres y que, por tanto, no tienen garantizado el derecho al trabajo, el cual forma parte fundamental de los derechos socioeconómicos. [Entra cuadro 11] Otro de los indicadores al que se hace referencia cuando se habla sobre género y pobreza es la desigualdad en los ingresos entre hombres y mujeres. El cuadro 11 presenta la disparidad por sexo en el ingreso total por trabajo 7 (incluyendo ganancias, salarios e ingresos por cuenta propia) y en el ingreso salarial de mujeres y hombres en 1989 y 2002. Como se puede observar durante este periodo, el ingreso total por trabajo y el salarial de las mujeres en comparación con el de los hombres pasó de 55% a 63% y de 73% a 76%, reduciéndose así la desigualdad de género en los ingresos por trabajo. Sin embargo, los datos de la CEPAL (2004, cuadros 7.1 y 7.2 del anexo estadístico) muestran que la disminución en la desigualdad del ingreso total por sexos se debió a una caída en promedio de los hombres, junto con una ligera mejoría en el ingreso de las mujeres. En lo que se refiere a los ingresos por salarios, exclusivamente, los datos muestran que éstos aumentaron ligeramente en ambos sexos, pero fue mayor el aumento en el caso de las mujeres. En el cuadro 11 se presenta el desglose de las disparidades en el ingreso por edad y sexo. Se puede apreciar que tanto en los ingresos laborales totales como en los salariales la disparidad es menor entre la población más joven, además de haber disminuido en casi todos los grupos de edad entre 1989 y 2002. El único grupo que sufrió un retroceso fue el de las mujeres de 55 años de edad y más, mientras que la brecha que más se redujo fue la de las mujeres de 45 a 54 años de edad (ver cuadro 11). [Entra cuadro 12] El cuadro 12 presenta el desglose de la disparidad del ingreso por sexo, pero ahora por el número de años estudiados. Entre 1989 y 2002 se observa que la mayor reducción en la brecha de desigualdad del ingreso se dio para las mujeres con mayor número de años de instrucción (13 y más años). En cambio, la desigualdad en el ingreso aumentó para las que tenían educación secundaria (de 7 a 9 años de instrucción) y hasta tres años de instrucción. Es importante hacer notar que mientras en 1989 la mayor desigualdad de género en el ingreso se presentaba entre la población con el mayor número de años estudiados, para 2002 esta situación se invierte y son ahora las mujeres con menor educación las que padecen mayor desigualdad. 8 [Entra cuadro 13] Finalmente, el cuadro 13 presenta la desagregación de la desigualdad en el ingreso por grupo de edad y por sexo, comparada con los datos para Colombia en 2002 (se excluye la comparación con el número de años estudiados, ya que los resultados son similares). Se observa que la desigualdad en México está por arriba de la de Colombia, pero mientras que en el ingreso por trabajo total la diferencia oscila entre 10 y 16 puntos porcentuales, en los ingresos salariales las diferencias tienen un rango de 16 y 40 puntos. Vale la pena resaltar que la desigualdad en el ingreso salarial de las mujeres de 55 años y más es muy elevada en comparación con la brecha de sus contrapartes colombianas, siendo en este grupo de edad donde la diferencia llega a 40 puntos porcentuales en el ingreso salarial con respecto al de los hombres. Cabe señalar que la desigualdad en el ingreso por salario por sexo en Colombia es casi inexistente. En la mayoría de los grupos de edad (más no en el total de los asalariados) las mujeres ganan más que los hombres. Por tanto, podemos concluir que si bien en México la desigualdad de género en el ingreso se ha reducido, las desigualdades están todavía muy alejadas de la sorprendente situación que se vive en Colombia. Cuadro V.4 Tiempo promedio dedicado a trabajo doméstico y extradoméstico por la población de 15 a 69 años, ENTAUT 1996 y ENUT 2002 1996 Doméstico ª Hombres Mujeres Total Extradoméstico Hombres Mujeres Total Ambas actividades Hombres Mujeres Total Horas a la semana 2002 Diferencia % Promedios con toda la población En jornadas de 48 horas 1996 2002 8.4 48.2 29.5 10.6 45.2 28.6 26.8 -6.3 -3.0 0.17 1.01 0.61 0.22 0.94 0.60 40.1 13.9 26.2 38.5 15.2 26.4 -4.0 9.1 0.5 0.84 0.29 0.55 0.80 0.32 0.55 48.5 62.2 55.7 49.1 60.4 55.0 1.3 -2.8 -1.3 1.01 1.30 1.16 1.02 1.26 1.15 9 Ambas actividades y tiempo de transporte c Hombres 54.2 54.9 Mujeres 64.2 62.6 Total 59.5 58.9 1.3 -2.4 -0.9 1.13 1.34 1.24 1.14 1.30 1.23 Promedios con los que declararon participar en cada actividad b Doméstico ª Hombres 11.8 12.66 Mujeres 50.0 47.01 Total 34.9 31.73 Extradoméstico Hombres 47.9 49.3 Mujeres 37.2 40.1 Total 44.3 46.2 Ambas actividades Hombres 51.0 52.88 Mujeres 63.4 62.27 Total 57.7 57.87 Ambas actividades y tiempo de transporte c Hombres 55.0 58.24 Mujeres 64.7 64.17 Total 60.2 61.38 7.3 -5.9 -9.1 0.25 1.04 0.73 0.26 0.98 0.66 2.9 7.8 4.3 1.00 0.78 0.92 1.03 0.84 0.96 3.7 -1.8 0.4 1.06 1.32 1.20 1.10 1.30 1.21 5.9 -0.8 2.0 1.15 1.35 1.25 1.21 1.34 1.28 a El trabajo doméstico incluye además de las tareas de limpieza, abastecimiento y administración del hogar las relacionadas con el cuidado de otros y las reparaciones en la vivienda (en 2002 también considera la autoconstrucción) b El número de persona sobre las cuales se calculan los promedios es distinto en cada celda (para conocer su número ver cuadro V.5). c Incluye transporte a la escuela, ya que en 1996 no se captó por separado ir el dedicado al trabajo doméstico y extradoméstico Fuente: estimaciones propias con base en los microdatos de la ENTAUT 1996 y ENUT 2002 Report sx 1.0 Mean Median 2.0 Mean Median Total Mean Median Trabajo doméstico y cuidado de otros Extradoméstico 5.8 2.6 31.8 30.8 19.4 10.3 35.3 44.0 12.4 0.0 23.3 12.0 41.1 48.0 44.2 45.6 42.7 47.5 46.4 52.6 46.2 47.0 46.3 50.2 Hombres Mean Median Mujeres Mean Median Mean 5.8 35.3 31.8 12.4 19.4 23.3 2.6 44.0 30.8 0.0 Total Median 10.3 12.0 10 Doméstico, cuidado y extradoméstico Doméstico, cuidado, extradoméstico y transporte 41.1 48.0 44.2 45.6 42.7 47.5 46.4 52.6 46.2 47.0 46.3 50.2 Conclusiones observándose en contrapartida un aumento en otros tipos de arreglos familiares (unipersonales, monoparentales, parejas sin hijos, parejas del mismo sexo y corresidentes). Como mencionábamos al inicio, para el historiador Eric Hobsbawm (1995) la revolución cultural de la segunda mitad del siglo XX puede ser entendida como el triunfo del individualismo sobre la sociedad, o como la ruptura de los hilos que mantenían a los seres humanos en el tejido social. Los hijos no cuidan más de los viejos, los vecinos se desconocen, muchos padres abandonan a sus hijos. En los países desarrollados ello se dio a la par de la evolución del Estado de Bienestar, que brindó protección a muchos de los nuevos desvalidos. Estos cambios además se dieron en una época en la que prevaleció el pleno empleo y altas tasas de crecimiento económico. En la actualidad, nuestro país está viviendo fuertes transformaciones en las estructuras familiares, con ello también están apareciendo los nuevos desvalidos. Sin embargo, esto sucede en el marco de un Estado de Bienestar incompleto (y en franco retroceso), con altos niveles de pobreza y un mercado laboral cuyas características están distantes de un posible pleno empleo. Aunque se dio una reducción en el tamaño de hogar, no parece haber modificado sustancialmente el nivel de bienestar en México, ya que aun con incremento en el número de ocupados por hogar, los niveles de pobreza no se han reducido en las últimas tres décadas. 11