1 LA VIDA EN 48 ESCAQUES: CINE, COSTUMBRISMO Y ALELUYAS Joaquín Álvarez Barrientos (CSIC) Madrid Otro de los lugares, muy cerca de casa, adonde me llevaba Pepeta era la tienda de las aleluyas de la calle del Buey de la plaza Nueva. Era un establecimiento antiquísimo, y creo que hacía doscientos a_os que vendían aleluyas. Daban como ajilimójilis estampas, cometas, cohetes y objetos de escritorio. A la puerta tenían pegadas dos grandes aleluyas de tama_o natural que representaban dos soldados de caballería, con un uniforme de mucho tiempo atrás. La Mujer de las aleluyas, como yo la llamaba, que regentaba la tienda, era de esas que cuando hablan bufan como un gato [...]. Las aleluyas que le comprábamos eran, por lo general, de animales; las recortábamos y las pegábamos en una libreta, y esto constituía uno de mis placeres máximos. Me gustaba ir a la tienda de las aleluyas (Sagarra, 1998, pp. 248- 249 [Hacia 1900]). Linterna mágica, cine mudo y aleluyas Julio Caro Baroja, en el capítulo que dedica a las aleluyas en su libro sobre la literatura de cordel, hace hincapié en la condición visual de esta expresión artística. Enfatizando este aspecto, hay también quien las ha entendido como precedentes del comic, pero no sé si alguna vez se las ha visto en relación con la linterna mágica y el cine mudo. El hecho del movimiento, desde luego, establece ya una diferencia fundamental entre ambas manifestaciones, pero la cámara, a menudo fija en los comienzos del cine, que mostraba la escena y su complemento textual posterior, breve, a veces incluso en verso, recuerda el recuadro de la aleluya y su pareado al pie, y lo mismo podemos se_alar del sistema de la linterna mágica y de otros formatos precinematográficos estudiados por Frutos Esteban (1996) en los que el encuadramiento de la escena tiene mucho que ver con el formato de la aleluya. Por otro lado, y sólo es una asociación, si una de las primeras y más famosas filmaciones que ofreció el cine fue la de un tren a gran 2 velocidad, también encontramos imágenes similares en tiras de linterna mágica y en las contemporáneas aleluyas tituladas Escenas del ferrocarril, de 1867, elogio del inventor del vapor, cuya última vi_eta recuerda una de las escenas más impactantes de los orígenes del cine, porque se ve la cara de la luna con la boca abierta tragándose el tren, mientras que en la película el Viaje a la luna, el cohete se clava en el ojo del planeta. Más allá de estas semejanzas superficiales, hay otras de mayor calado e interés, que tienen que ver con la narración y el contenido moral. Moral y narratividad unen cine mudo y aleluyas en una forma de entender ambos conceptos que comparten también con otras expresiones de arte visual y más o menos popular. La misma intención inspira a menudo el arte del grabado, las estampas, laicas o religiosas, las series de Hogarth, por ejemplo, que relatan las consecuencias de las vidas (buenas o malas) de sus personajes, y las vidas de jugadores, pretendientes, zapateros y demás profesionales que pueblan los pliegos de aleluyas. En los grabados se encuentra, si bien de forma más elaborada, la misma estructura y similar forma de composición: imagen y breve texto debajo. En el caso de Hogarth, La carrera de la prostituta, La carrera del libertino, Los cuatro momentos del día, El matrimonio a la moda y, por no alargar más la relación, la serie sobre Laboriosidad y pereza, tienen su paralelo más popular en muchas de las aleluyas que conocemos. Es evidente que Hogarth no las inspira, pero es claro que se persigue el mismo objetivo edificante, mediante la sátira, la narración, la atención al detalle significativo y la imagen. Y tal vez no sea descabellado pensar que el grabador, como otros, fue conocido por ciertos autores de aleluyas, como quizá demuestren las tituladas Vida del hombre y de la mujer borrachos, Vida del hombre obrando bien y obrando mal, Vida de la mujer mala y buena, sin desde_ar desde luego que se insertan en una tradición nacional de literatura e imaginería moralizante de la que las estampas, a menudo con su texto al pie, son también ejemplo. En concreto la Vida del hombre obrando bien y obrando mal, de mediados del XIX, 3 recuerda la serie de Hogarth titulada Laboriosidad y pereza. Podríamos pensar en la aleluya como una forma de estampa en movimiento, como un desarrollo de lo que muestra estáticamente la estampa. Y por esta vía relacionaríamos de nuevo las aleluyas con el cine y con los procedimientos previos a su invención. Del mismo modo que por el lado moral: se proponen vidas, biografías visuales, como modelos de conducta. Las aleluyas, igual que el cartelón del ciego (con el que guardan obvia relación), hacen temporal un arte, como es el de la pintura y el grabado, que es básicamente espacial. Y lo hacen mediante la sucesión de escenas y de texto, o gracias a la progresión de cuarteles y a la palabra del invidente que relata. Imagen y texto, lo visual y lo literario, están fuertemente interrelacionadas en las manifestaciones de la cultura popuylar. Las líneas que apoyan y explican muchas veces las imágenes (el mismo tama_o de esas líneas) hacen pensar en una lectura, en un uso privado de la aleluya frente a la exposición pública del cartel del ciego, que necesita un narrador que explicite o dé sentido a lo contenido en las vi_etas. No creo que sea una casualidad que la aparición de esos textos, que antes no existían en las aleluyas (o que estaban sólo de forma larvada), coincida con el momento en que periódicos y revistas comienzan a ilustrarse y, bajo esas ilustraciones, se ponen lo que hoy llamamos pies de foto. Respecto de la forma de venderse las aleluyas, relacionada con el cartel del ciego y los pliegos, existen al menos dos testimonios tardíos, pero valiosos. Uno, en el periódico La Estampa, en el que Martínez Corbalán, con imagen y texto, ofrece la evidencia de que esas aleluyas se anunciaban al público mediante un cartelón con nueve cuarteles, mientras la vendedora, con un sonsonete similar o inspirado en el del vendedor de romances, llama la atención de los posibles compradores. La vendedora comenta al periodista que, con su marido, recorrió casi toda Espa_a con el cartelón y da noticia también de quién se lo pinta, D. Angel R. Vilanova, de quiénes 4 le componen los romances, y enumera varios de sus títulos.1 El otro testimonio lo proporciona Edgar Neville en su película de 1946 El crimen de la calle de Bordadores, cuyo comienzo presenta a un hombre en la Puerta del Sol vendiendo aleluyas con otro cartelón de nueve cuadros. Como en el caso de la vendedora que aparece en La estampa, también da cuenta de un crimen pasional. La película de Neville tiene en ocasiones, además de cierto aire costumbrista muy logrado, un tono narrativo ingenuo de aleluya. Referencias matizadas a la venta y escritura encontramos en El frac azul (Memorias de un joven flaco), de Enrique Pérez Escrich. Aquí, bajo la excusa de un escritor que se busca la vida, se presentan las artima_as de los editores de romances y aleluyas, de esta “biblioteca del pueblo”, como la llama el narrador (p. 190). Son páginas que dan información sobre el tipo de autor de esos pliegos: “el barbero de Torrelodones, muchacho de mucha chispa” (p. 192); sobre el editor, que es caracterizado como alguien que sabe producir oportunamente aleluyas2; sobre el mercado: Orga de Valencia es quien más produce (p. 191), pero en Barcelona publican una “erupción de romances” que cada vez hace menos lucrativo el negocio (p. 194). También se habla del sueldo que recibían los poetas3 y de los expertos en saber si un romance o aleluya había de tener éxito. El barbero era uno de ellos, pero otro es Bruno el ciego, que conoce los gustos del público y qué asuntos son más apropiados para tratarse en pliego o en aleluya: “_se debe hacer aleluya o romance? Eso debe ser romance, con una estampa al principio que represente al cura colgado de un árbol por una pierna y abierto en canal, y al maragato, hombre de pelo en . El artículo se titula "El cartelón de los crímenes". 2. “Escríbame unas aleluyas sobre la guerra de Crimea; creo que serán de buen efecto en estos momentos” (p. 194). 3. “Se me olvidaba decirle que, en el caso de que nos arreglemos, yo no pago más que diez y nueve realaes por cada romance y otro tanto por cada pliego de aleluyas, que se compone de cuarenta y ocho pareados” (p. 194). “Escribió treinta romances y doce pliegos de aleluyas. Este trabajo le valió cuarenta y dos napoleones, cobrados en cuarenta y dos veces; es decire, que pudo comer dos meses” (p. 203). 5 pecho y bizco, con un cuchillo enorme en la mano” (p. 202). El ciego pone de relieve, además, la importancia del componente visual a la hora de atraer la atención del público. Un elemento que, en este caso concreto, es tremebundo y exagerado, que busca la risa o el estremecimiento rápido, como se_ala uno de los personajes (p. 205). Es un género “muy difícil” que se practica sólo por necesidad. Es difícil, tanto por las exigencias del editor como por las normas que codifican la aleluya (o el romance), a las que debe ajustarse el autor. Queda claro, además, que cada práctica humana existe lo que se llama especialista o experto, y que también se daba esta figura en la “literatura de aleluyas”, que reunen los visual y lo textual. Quizá estas características que unen a aleluyas, grabados y cine se deban a su condición de formas de arte que se reproducen y se multiplican. No nos encontramos ante una obra de arte única, sino muchas veces reproducida y dirigida a un público amplio, lo que significa ofrecerle un producto barato que se ajuste a sus supuestos deseos y necesidades y que, en el plano del contenido, narre de un modo concreto --fácil, lineal y sencillo-ofreciendo una educación determinada. Las aleluyas, forma de arte de poca valoración social, fueron gustadas mayoritariamente porque, incluso de manera torpe pero siempre entendible, convencional, reprodujeron valores tradicionales, hasta cuando la crítica parece moderna. Es algo que sucede por la forma básica y general en que se presenta esa crítica. Lo mismo ocurría con las primeras películas de cine mudo: los personajes, como las acciones, estaban claramente delineados, los buenos triunfaban sobre los malos, las jóvenes vírgenes perseguidas alcanzaban su libertad, pero también había personajes libertinos y viciosos que encontraban su merecido final. Estas manifestaciones artísticas, como muchas otras de las populares, hacían gala, a veces desmedida, de un gusto por lo tremendista, por lo maniqueo, por el melodrama y por cierta expresión de erotismo, que, además de tener validez por sí misma, servía para la educación moral. Todos estos rasgos suelen ser propios de expresiones artísticas simples y poco 6 elaboradas. Pero en el cine las imágenes desaparecen, mientras que en las aleluyas quedan y el lector/ visor puede volver sobre ellas y, sobre cada una de las vi_etas, puede dejar volar su imaginación, tanto más si no tienen texto. No así con el cine, cuyo cambio continuo impone unos pensamientos, sensaciones y desarrollos que obligan al espectador. El consumidor de aleluyas tiene esta doble condición de lector y contemplador, y en esto se asemeja también al espectador del cine mudo, con ligera variación, al de teatro, que escucha y contempla, y naturalmente al lector de tebeo. Desde esta perspectiva, quizá podría hablarse de la aleluya como una forma de arte que aspira a la totalidad o que indistintamente se refiere al acto de contemplar una aleluya como “verla” y “leerla”. Esta condición totalizante se articula sin problema, como demuestran entre otros el comienzo de El Cid Campeador: “Verás la historia, lector,/ del gran Cid Campeador”, o el de la Historia de Atala o la flor del desierto: “Aquí puedes ver, lector,/ dos víctimas del amor”, que desde luego recuerdan el recitado y la enunciación del ciego. Es posible que la característica forma en pareados o en rima provenga o sea un eco de los textos y del modo en que los recitaba el ciego, así como de la peculiar manera de redactar los títulos de los romances. Cierto rastro de esto puede haber en los Percances de Valladolid, que comienza: “Oid, lectores, oid,/ los percances de Valladolid”, y en Vida de un gallego o la rueda de la fortuna, que así se inicia: “De un célebre aguador,/ voy a ser historidor”, lo que lleva de nuevo a la forma de anunciar y vender en público las aleluyas. En todo caso, la mayor frecuencia de ver sobre oír y leer quizá se deba a la mayor preponderancia del sentido de la vista sobre los otros y la mayorpotencia de las imágenes frente a la palabra, del mismo modo que, habitualmente, cuando se asiste a un concierto o a un espectáculo, se suele hablar de ver y no de oír. Para terminar estos apuntes sobre la relación entre cine mudo, aleluya y costumbre, recordaré que a veces la segunda 7 sirvió para publicitar al primero, mostrando al mismo tiempo una visión costumbrista del nuevo arte cinematográfico. De 1928, por ejemplo, es el anuncio de la película de Charlot El peregrino, que podía verse en el cine Coliseum de Valencia. En veintisiete aleluyas se da cuenta de algo de lo que el espectador podía encontrar en la “última superproducción” de Chaplin. “Si queréis reír sin tino/ id a ver el Peregrino” (Gayano Lluch, fig. 119). Costumbrismo y aleluya. Hacia una poética Las aleluyas presentan un proyecto moral y educativo que se ancla en la cultura tradicional, mientras a menudo intentan insertar en ese mensaje, para ponerlo al día y mantener su validez, nuevos elementos que aparecen en la sociedad: personajes, conductas, adelantos técnicos. Son, desde luego, una forma de arte costumbrista, que se manifiesta mediante la unión de la imagen gráfica (que se puede encontrar también, aunque con diferencias, en grabados, cuadros y otras representaciones visuales) y el texto, además de servirse en ciertas ocasiones de algunas obras canónicas de la literatura costumbrista, como Los espa_oles pintados por sí mismos (1857), las Escenas matritenses (1867) o la obra de Antonio Flores. El punto de vista de observación costumbrista, que conocemos por los artículos teóricos y las reflexiones de Mesonero, Larra, Estébanez y otros, lo encontramos también en el ojo que elige un tema para el pliego y selecciona unas escenas para las vi_etas, llenándolas de elementos cotidianos, de actitudes, detalles y costumbres de la época. La Vida de un pobre pretendiente, la Vida de un aprendiz de zapatero, la Vida de un jugador, la Vida de un gallego, el Teatro social, Los espa_oles pintados por sí mismos, Costumbres de anta_o y hoga_o muestran esa misma intuición que, desde la literatura costumbrista, quiere dar cuenta de lo que sucede en el siglo, de los cambios sociales y de cómo se intenta, a la vez, mantener una textura moral y cotidiana que se pierde frente al avance del progreso. Como en otros casos, este tipo de expresión tiene en ocasiones un lado crítico posible de 8 percibir en muchas de esas vidas desgraciadas que llevan algunos de sus protagonistas, así como en otras que aluden directamente a problemas concretos del siglo, como en Teatro social. Los tipos, pues de tipos se trata en muchos casos, como muestra el que en la primera vi_eta se nos presente a menudo al personaje -- pretendiente, cesante, criado, aguador (a veces, es cierto, personaje histórico)-- cuya vida se va a historiar, articulan mucha de la producción de aleluyas, aunque, respecto de la literatura costumbrista, existe una diferencia, de enfoque e intensidad, en las formas de presentarlos, que consiste en el mayor énfasis moralista y satírico- burlesco que tiene normalmente la aleluya frente al texto costumbrista, que, como se sabe, también comparte ese rasgo, aunque en menor medida. Este énfasis burlesco suele residir en la imagen más que en el pareado, y también puede llegar desde la primera vi_eta: “He aquí una criatura/ puesta ya en caricatura”, como comienza la vida del aprendiz de zapatero. En estas aleluyas ese aspecto burlesco llega a tener expresiones grotescas muy se_aladas, como en la serie que precisamente lleva por título Escenas grotescas contemporáneas, cuyo segundo pliego se llama “Caricaturas”. Estos cuadros satirizan tanto tipos, escenas, costumbres, conductas nuevos, como asuntos tradicionales -viejas que aún hablan de amores y de afeites, lacras como la esclavitud, las normas de civilización que se imponen a los negros, el nuevo vapor, formas de educación y relaciones familiares, el amor-- de la forma cruda y sombría que da la razón a Baudelaire, cuando se_alaba que la índole de los espa_oles era dada a lo cómico, pero un cómico cruel y francamente grotesco (1989, p. 40). Por ciertos rasgos de los dibujos de esta serie parece que su autor podría ser el mismo (o de la misma escuela) que el de la Vida de don Perlimplín, pero ésta no va firmada y las Escenas grotescas contemporáneas sí, aunque resulta difícil descifrar el nombre. El autor recrea y actualiza los tópicos tratados pero también inventa otros nuevos, que tienen que ver 9 con asuntos contemporáneos, como el vapor. Todo ello ajustado a cierta convención de las aleluyas --que también tienen sus poética--, como parece ser la muerte del protagonista al final del pliego: “Aquí muere este avestruz,/ sin sol, sin sombra y sin luz”. Pero, además de ese elemento deformador que pone mejor de manifiesto los defectos y caracteres de la figura, hay también algunos otros rasgos o actitudes que parecen propios de estos tipos cuyas vidas se narran y sirven para educar. Por ejemplo, suelen tener un golpe de fortuna que les hace ricos y pone a prueba su competencia moral. Consecuencia de eso es, en seguida, un episodio amoroso o sexual, del que no siempre salen bien parados. En la Vida de don Perlimplín, por ejemplo, ese episodio tiene gran trascendencia, puesto que la amada muere y el viudo desconsolado inicia un viaje que le llevará a conocer la esclavitud y, a su vez, a la muerte. Y algo similar se encuentra también, entre otras, en la Vida de un jugador, en los Percances de Valladolid y en los Infiernos de Madrid. El hecho de que sean “vidas” refuerza la presencia del tipo (y puede explicar su muerte final) pero no anula otras formas narrativas, que presentan un abanico de situaciones, como son los percances y las mismas escenas, así Los Isidros en Madrí, ya del siglo XX, que es una muestra del abanico de situaciones y desgracias que le pueden ocurrir a alguien en las fiestas del patrón de la capital, y el Teatro social, que es la ejemplificación de la hipocresía mediante varias historietas. Dado el tono moral de estas aleluyas, junto a los tipos, es frecuente encontrar lo que se llamó “caracteres”. Respecto de la literatura costumbrista se ha se_alado que su aparición se debió al cansancio y agotamiento de los otros tipos. Las aleluyas, en este aspecto, también parecen relacionarse con el movimiento costumbrista. Además de las aleluyas citadas que tienen relación directa con títulos capitales de la literatura costumbrista, hay otras que recuerdan artículos de Larra y de otros escritores del género como Antonio Flores, e incluso de novelistas como Galdós. Así sucede con Vida de un calavera, Un cesante en 10 Nochebuena, Costumbres espa_olas, Percances de Madrid y de Valladolid, Los pobres de Madrid, Costumbres de anta_o y de hoga_o y otras. Los autores de aleluyas encontraron una importante fuente de inspiración en los textos costumbristas. Es evidente que esa literatura aún tenía interés y público, incluso en fechas tan tardías como el último tercio del siglo, cuando la producción costumbrista y sus referentes eran ya algo histórico, carente de la actualidad que caracterizó al género. Debían de compaginar bien el proyecto moral con ciertas imágenes todavía actuales aunque en retirada que servían como portadoras válidas de mensajes. Como el costumbrista, el autor de aleluyas fijaba una idea de su sociedad, la ordenaba y la manipulaba, presentándola bajo un rasgo o un aspecto concreto. Considerando que para muchos eran el primer contacto con las letras y una de las primeras formas de representación, las aleluyas tenían un peso educativo importante, como gran parte de la cultura popular. A diferencia del artículo costumbrista, que se dirigía a un público burgués y urbano, estos pliegos, como se sabe, tenían una proyección más amplia, siendo consumidos tanto por el público más o menos culto que, por ejemplo, acudía a los teatros --cuyas obras se resumían o comentaban en aleluyas, como se_ala Jacinto Benavente--, como por los menos letrados. La tendencia del autor de aleluyas a presentar en los, habitualmente, cuarenta y ocho cuadros la vida de un tipo o personaje hay que ponerla, quizá, en relación con otros modelos narrativos anteriores, de carácter más o menos popular y moralizante, como fueron las vidas de santos y las biografías, que articularon gran parte de la producción novelesca y didáctica precedente y contemporánea de la aleluya. Por contra, los artículos costumbristas nunca reportan una vida, sino un momento de ella o una secuencia, además de retratar el tipo. Resulta tentador suponer que ese interés de la aleluya por mostrar una vida, que suele ir acompañada de determinada conducta moral, es el reflejo de una mentalidad de carácter teológico, que aún no se ha empapado suficientemente de los efectos que producía el "progreso". Lleva a pensarlo el mensaje 11 de muchas de ellas, pero sobre todo la noción trascendente del tiempo, y el hecho de que la variedad de temas y asuntos sin embargo sea sólo la manera de promocionar, mediante ejemplos, una concreta y determinada visión moral del mundo y de la vida en sociedad. A este respecto, Montesinos recuerda que popularmente a las aleluyas se las llamaba “vidas” (1972, p. 129), lo que las relacionaría, de nuevo, con la hagiografía y toda la literatura narrativa de carácter moral y edificante. No conozco muchas opiniones de escritores costumbristas sobre las aleluyas. Mesonero Romanos, cuyas Escenas matritenses posiblemente se llevaron al pliego (incluso Castillo de Lucas piensa que fueron escritas por El Curioso Impertinente, p. 10),4 no tenía muy buena opinión de ellas, al menos de las que se referían a José I. Las caricaturas, o más bien aleluyas groseras, chabacanas y hasta obscenas, no abundaban menos que los folletos chocarreros; y todos, o casi todos, iban encaminados a la persona del pobre José, a quien se pintaba metido en una botella y sacando la cabeza por el cuello de ésta (p. 138). Esta declaración da otra dimensión a las aleluyas, la política, que se aúna con la condición satírica y burlesca. Como se sabe, aleluyas políticas hubo muchas. Pero, además de las más claramente relacionadas con los hechos del momento, a menudo es fácil encontrar crítica política en las que tienen otros temas centrales. Por el número y variedad de tipos que aparecen en las aleluyas cabría pensar en la existencia de un programa costumbrista para dar cuenta de la realidad del siglo. Uno similar al que, más o menos de hecho, tuvieron los escritores costumbristas, al menos desde 1828, expuesto en el Correo literario y mercantil. Después de esa fecha El Curioso Parlante explicitó en diversas ocasiones su intención de dar cuenta de las distintas clases de la sociedad espa_ola, en especial de la clase media. Cabría pensar --y es sólo una hipótesis-- que ese . Lo cual es posible, a juzgar por el tono del texto, más culto y cuidado de lo que era habitual. 12 proyecto fue asumido, en parte y con las variaciones necesarias, por los artistas que se ocuparon de representar el siglo mediante esta expresión artística que es la aleluya. Por otro lado, si la atención a las costumbres y la observación de la realidad fueron objetivo (y medio) de los escritores europeos desde el siglo XVIII, expuesto numerosas veces en los periódicos y en trabajos teóricos, para producir formas artísticas y literarias nuevas y modernas, la aleluya, al asumir ese precepto, estaría poniéndose al día para satisfacer los cambiantes gustos del público. Pero se puede también pensar en sentido inverso. Los estudiosos han demostrado la existencia de ese proyecto costumbrista y su relación con fuentes francesas e inglesas, aunque no se ha estudiado aún la posible influencia de la aleluya en el autor de literatura costumbrista que, desde luego, se dio, como demuestra el que, por ejemplo, Antonio Flores en su artículo “La santurrona”, escriba: “Este artículo ha seguido el mismo orden que las aleluyas del hombre universal, o las del hombre malo” (cit. Montesinos, 1972, p. 129). A modo de primera y superficial orientación hay que decir también que estos escritores reiteraron hasta la saciedad que lo que ellos hacían era “pintar” la sociedad, fabricar una pintura moral, y emplearon sistemáticamente términos del mundo de la pintura y del grabado para calificar y explicar su actividad. Mesonero Romanos se refiere incluso al “daguerrotipo”, de manera que, quizá, no sería muy descabellado retener un posible influjo de esa imaginería visual sobre estos autores. En 1828 el redactor del Correo literario y mercantil escribía: “nuestros cuadros han de tener vida, porque han de ser el retrato de los habitantes, de sus costumbres públicas y de las particulares, de su clase, de sus vicios y de sus virtudes” (pp. 2-3. Cit. por Escobar, 1977, p. 36). La aleluya y la literatura costumbrista coinciden, desde este punto de vista, en hablar de lo cotidiano y actual, y también coinciden en cierto localismo, necesario si se quiere ser cotidiano. La sátira, que está presente en las aleluyas, se 13 vale de esos referentes: extrema el localismo, el pintoresquismo y el tipicismo. Estos rasgos son más notables a partir de los a_os sesenta del siglo XIX, cuando los elementos costumbristas están ya anquilosados y son a menudo una reproducción tópica, vieja y pintoresca. Valeriano Bozal se_ala la existencia de un “segundo costumbrismo” gráfico a partir de la Gloriosa, que quiere recuperar valores antiguos (1979, p. 139). Da la impresión de que muchas aleluyas de carácter costumbrista se habrían hecho eco de este objetivo. A pesar de los trabajos que se han dedicado a la ilustración de libros en el siglo XIX, aún está por estudiar la relación que se dio entre los textos costumbristas y las imágenes que les acompa_aban. A mediados del siglo XIX casi todas las colecciones que se publicaron fueron ilustradas y esa ilustración se consideraba componente importante del producto. “Nos ha parecido asímismo conveniente no dejar ocioso el buril en tan importante asunto. Con efecto, cuando todo se ilustra [...], sería retroceder [...] el pintar a Los espa_oles desnudos de tan brillantes atavíos” (Los espa_oles pintados por sí mismos, 1843, Prólogo, Tomo I, p. VIII). La ilustración era un reclamo para captar lectores, pero además jugaba un papel decisivo a la hora de resaltar un elemento sobre otro, o de ocultarlo, en el momento de configurar tópicos. En ese intento del artista decimonónico de ordenar y representar su sociedad, la imagen desempe_aba un destacado papel al fijar unas formas sobre otras, unos valores sobre otros. Era un modo de inventariar "lo español" que después se repetiría, a principios del XX, con los empeños fotográficos de Ortiz Echagüe y otros, que quisieron recuperar los "restos incontaminados de la Patria" (López Mondéjar, p. 114). En el caso de estos fotógrafos se dio también la reinvención de una perspectiva costumbrista para recrear lo "nacional" idealizando la tradición española y haciendo hincapié en el localismo, continuación en cierto modo de una tendencia que se puede encontrar en muchas aleluyas. Éstas aúnan satisfactoriamente una convención visual que 14 reparte la narración en cuarenta y ocho viñetas con otra que es el comentario en verso de esas escenas. Esa relación y esa convención marcan y limitan a los autores el tiempo y el modo de su relato, preceptiva que no parece tan fuerte cuando se trata de ilustrar con un grabado un artículo costumbrista. El dibujante no solía ser esclavo del texto, aunque siguiera sus líneas generales, mientras que en las aleluyas, los emblemas y estampas, el texto parece estar al servicio de la imagen, aunque esta relación varía según dónde se publique la aleluya. La titulada Aleluyas del petroleo, cuando aparece en pliego, lleva sus pareados, que desaparecen al ser reproducida en el periódico satírico El tío conejo, transformándose en simples rótulos (Bozal, 1988, p. 364). Este detalle pone de relieve otras relaciones y colaboraciones. Por ejemplo, había grabadores de aleluyas que trabajaron también en periódicos, lo que puede explicar contactos temáticos y maneras, recurrencias y reutilización de recursos. El maniqueísmo, el tremendismo, lo popularista, la reivindicación política melodramática se encuentran ilustrados de modo semejante en las novelas de Ayguals de Izco, en aleluyas y en periódicos satíricos, seguramente porque porque el público había de ser básicamente el mismo y porque algunos ilustradores colaboraron para esos diferentes pero relacionados medios. Es el caso de Celesti Sadurní, que empezó grabando aleluyas y romances para ser después uno de los "maestros de la ilustración" preferido por los dibujantes (Menéndez- Pidal, p. 28). Eso puede explicar ciertas diferencias a las que me referí antes, al hablar de los distintos grados de grotesco, sátira y burla que es posible encontrar en la aleluya y en la literatura y grabado costumbristas, no así en la pintura. El medio determina el tono, porque esa burla no se encuentra en grabados como “Los lechuguinos filarmónicos” o “Los elegantes en el salón”, de Cayetano Rodríguez, publicados en revistas serias, donde sí hay una fina ironía, pero sí en otros como "El glotón", aparecido en El Siglo Pintoresco, 1846, que tiene evidentes parentescos con las Escenas grotescas contemporáneas. La observación costumbrista se halla también en aleluyas 15 de carácter literario, es decir, en aquellas que resumen obras literarias. Durante el siglo XVIII fue corriente extraer de las piezas dramáticas que tenían éxito aquellos pasajes o monólogos que contaban con la predilección del público. Del mismo modo, cuando aparecían en pliegos de cordel podían llevar alguna ilustración en la cabecera. Cuando una obra se publicaba, no sólo las teatrales, no era infrecuente, sobre todo a partir de los a_os ochenta, que llevara alguna ilustración. Se encuentran tanto en las obras científicas como en las de bella literatura. En este caso, aludían a algún paso importante del argumento. Ya se sabe que las piezas que tenían éxito se resumían y se vendían: Gil Blas de Santillana, Pablo y Virginia, Las mil y una noches y tantas otras pasaron tanto por las vi_etas de las aleluyas, como por los versos del romance. Cuando llegamos al siglo XIX, a éstas se unen las de obras dramáticas como El trovador, Don Juan Tenorio o el convidado de piedra y muchas zarzuelas, como se_ala Jacinto Benavente en un artículo que les dedicó, que se vendían a la puerta de los teatros. En estas aleluyas literarias, al resumen, relato o comentario de la obra, se mezclan tópicos y valoraciones morales y textuales que se encuentran también en las aleluyas costumbristas "no literarias": un mismo punto de vista las construye. El conde de Montecristo y Gil Blas de Santillana, por ejemplo, retienen comentarios éticos y escenarios similares a los de Los percances de Madrid y otros como en las “vidas”. Esta proyección moral se da también en los casos inversos. Ma refiero a aquellas obras literarias que nacieron de una aleluya o que se inspiraron en su forma. Del mundo de las aleluyas y aucas han salido piezas como la comedia de Teodoro Baró L’auca del fadrí barber, representada en 1886, o la novela de Rusi_ol L’auca del senyor Esteve, en la que algunos capítulos apuntan directamente esa relación: “Auca de la escuela”, “Las aleluyas siguen su curso”, “Siguen las aleluyas”, etc. Son casos en los que, si no hay una aleluya previa que dé origen a la obra, el autor sí tiene una voluntad de relacionar su trabajo con ese modelo de narración visual, con algunas de sus características narrativas y seguramente con 16 los referentes externos e internos de la cosmovisión que las producía. Por su parte, la obra de Rusi_ol daría pie a una aleluya, ilustrada por Ramón Casas con dísticos de Gabriel Alomar, y a otra realizada en cerámica en 1927 (Gayano Lluch, fig. 118bis). En el caso de Amor de don Perlimplin con Belisa en su jardín, de García Lorca, la inspiración primera sí llega de la aleluya, pero pronto el autor se aleja de ese estímulo, aunque manteniendo una impresión e idea de aleluya en la escenografía y la iluminación. Son ejemplos de la mutua alimentación que siempre se ha dado entre las llamadas cultura popular y cultura seria. Salvo en el caso de García Lorca, las obras citadas tienen un considerable peso costumbrista, y las tres narran vidas de personajes, aunque no en cuarenta y ocho vi_etas. En la producción de aleluyas, las de asunto o imitación costumbrista suponen un alto número. Y, a falta de mayores comprobaciones, parece cierto haberse dado una estrecha relación entre los objetivos de unos y otros autores. Si se puede estudiar la relación entre imagen y texto en los artículos costumbristas, de forma más relevante puede llevarse a cabo ese análisis en las aleluyas, en las que la imagen y lo visual tiene más espacio que en los artículos y donde parece ser el elemento predominante, el que impone una interpretación o comentario. Del mismo modo que los artículos costumbristas pueden ser una forma de autorrepresentación de ciertos sectores de la sociedad, la aleluya tiende a ofrecer una imagen, moral y física, que sirva de modelo y en la que puedan reconocerse sectores sociales que, habitualmente, no tienen un pintor de sus pensamientos, deseos, creencias y formas de conducta. BIBLIOGRAFÍA AMADES, Joan. 1951. “Auques y aleluyas”, Bibliofília, 5 (1951), pp. 3- 21. ------. 1955. “Goigs, romanços, estampes i auca de Sant 17 Vicents Ferrer”, Anales del Centro de Cultura Valenciana (1955), pp. 5- 54. BAUDELAIRE, Charles. 1989. Lo cómico y la caricatura, Madrid, La balsa de la Medusa. 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