«Soy un ejemplo de vida artificial»

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«Soy un ejemplo de vida artificial»
Una caída le convirtió hace cinco años en pentapléjico. Desde entonces sobrevive conectado a un respirador del
que no puede separarse. Ahora exige su derecho a morir
ANTONIO CORBILLÓN/”El Diario Vasco”
«Lo que viví, lo hice de forma tan intensa y tan física, con etapas bien distintas
pero con nexos continuos, siempre hacia la búsqueda de la satisfacción de los
placeres fundamentales, del conocimiento; siento que he vivido bastante. Estar en
estas condiciones es una reducción indigna». Cada tres segundos un respirador
artificial bombea oxígeno entubado a la tráquea del pentapléjico Lucas S. y le
recuerda que no puede controlar el más básico de los impulsos vitales: la
respiración.
Por la ventana de su casa, un primer piso de Valladolid, un trozo de cielo proyecta
una tenue luz que se cuela entre los bloques de viviendas vecinos. Es su único
contacto físico con el exterior. «Soy un ejemplo de vida artificial. Sin respirador no
duraría más de media hora, estando en las mejores condiciones, me ahogaría
lentamente mientras agoto los músculos del cuello». Sus labios mantienen una
relajada semisonrisa. El cristal de las gafas no acaba de ocultar el brillo apaciguado
de sus ojos. No hay drama, ni conmiseración. Sólo la constatación de una realidad
que se impuso de golpe en el año 2000. «Jugaba en casa y sufrí una caída. Me salvó
la presencia de una persona que me hizo el boca a boca allí mismo hasta que
llegaron las asistencias». Fue el adiós a casi medio siglo de vida intensa, viajera,
creativa, comprometida con intensidad en muchas facetas. «No me alcanzaba el
tiempo, habría necesitado días de, por lo menos, 36 horas».
Lucas S. (el seudónimo es decisión propia) sufre la misma lesión que Christopher
Reeve (Superman): un traumatismo medular a la altura de la segunda cervical. «En
el mejor de los casos se pueden vivir diez años. Fíjese en Superman, que tenía los
mejores medios», recuerda.
Dispuesto a la solución
'ilegal'
La pentaplejia, relativamente nueva para los médicos, es un paso todavía más
agudo de las lesiones medulares. Prototipo del héroe que se esfuerza hasta el final, Christopher Reeve murió hace
tres meses después de nueve años de lucha. Superman y Lucas son de la misma generación, nacidos hacia la mitad
de siglo XX. Siendo optimista, al lesionado medular vallisoletano podrían quedarle seis años de vida hasta que sus
pulmones digan basta. Junto a la cenital luz exterior, la vida de Lucas durante las seis horas (tres por la mañana,
otras tantas por la tarde) en las que puede estar sentado, se concentra en su ordenador adaptado. «El resto tengo que
estar en la cama para evitar las escaras, es lo que más me hunde psicológicamente», lamenta. Un reloj controla la
temperatura y la humedad de la estancia, otro aparato avisa a sus cuidadores en caso de un acceso de tos. «Una tos
fuerte puede soltar el tubo. Pero estoy en buena racha. Lo normal son mareos, minutos y minutos sin poder
hablar,... y, con los primeros calores, llegan los síncopes. ¿Los pentapléjicos nos ahogaremos en mocos!», vaticina.
Dentro de su sencillez, la habitación es una burbuja climática que obliga a tener siempre cerradas las puertas. Un
calefactor asegura una temperatura constante.
Un pequeño adaptador (headmaster) y un puntero que llega a sus labios gracias a unos cascos son sus brazos. «El
ordenador solo es la sombra de mis manos, mi gran escape comunicativo y creativo. Es mejor que nada». Docenas
de documentos, carpetas con sus cosas, una amplia hemeroteca (que incluye un apartado sobre la eutanasia), el
diario de su dura estancia en el hospital de parapléjicos de Toledo, la prensa... Si sus pulmones están conectados a
un respirador, su vida interior también está enchufada a las posibilidades que le ofrece su ordenador, atiborrado de
programas informáticos «gracias a los amigos expertos en informática».
Vivir o morir
Lucas S. no quiere que la jaula en que se ha convertido su cuerpo atrape a más personas. «Soy un privilegiado si
me comparo con otros lesionados medulares o crónicos. Tengo una pensión alta y he evitado a la familia ese
círculo vicioso de sacrificar el 100% de la vida de alguien para atender la mía. Y, si aún así no llega para cubrir los
gastos básicos, imagínese como pueden apañarse la mayoría». Para cuidarle, minuto a minuto, «las 24 horas del
día», tiene organizado un turno de cuatro personas. Sabe «por experiencia» que ni la residencia del más alto
standing podría mantenerle. «Viví una estancia en un centro de Valladolid de lo más horrible», recuerda.
Cuando se habla de clínicas del dolor y terapias paliativas, se queja de la escasa adaptación sanitaria en España a
enfermos como él. «Cuando la gente sale del accidente, verse en Toledo parecen manos salvadoras. Pero se ha
quedado obsoleto, sobre todo para crónicos como yo».
Este pentapléjico residente en Valladolid no es un defensor sobrevenido en la defensa del derecho a morir con
dignidad. La formación intelectual de toda una vida, antes y después de su accidente, se condensa en una cita del
filósofo alemán Arthur Schopenhauer. Pide que se cite íntegra: «La razón está al servicio de la animalidad, de la
voluntad de vivir; pero, mediante la razón se llega al conocimiento del dolor y del camino para vencer el dolor, es
decir, a la negación de la voluntad de vivir». «Es lo mejor que he encontrado que resuma mi visión de la vida»,
aclara Lucas, que ha concentrado los últimos años en buscar fundamentos para tener clara la más drástica de las
decisiones: prescindir de la vida.
«No tengo pinta de estar deprimido, ni hundido ¿verdad? Y, sin embargo, estoy tan en el terreno de la muerte que,
cuatro o cinco veces, al año tengo que sumirme en ella un ratito». Si su voz tiembla cuando lo dice sólo es
achacable a la tiranía del respirador, que le provoca una especie de espasmo que se manifiesta cada pocos
segundos. Lucas S. sabe que en España aún falta mucho para que le dejen abandonar una vida física contra la que
ya se armado de férreos argumentos morales. «La mayoría de la gente que está como yo vive con fármacos que
reducen sensiblemente su conciencia. Y la gente con menos capacidad racional tiene más fuertes los instintos de
supervivencia, se aferran más a la vida, y se entra en un círculo vicioso de pura indignidad», teoriza.
Trampas
Ha logrado domesticar su propio instinto de supervivencia para que no trace un túnel que haga interminable este
tránsito. «Cuando eliminas la voluntad de vivir, te das cuenta de lo insignificante de la existencia». Aunque no
reclama cuidados paliativos («en mi caso no me pueden ayudar), los rechaza como otra trampa que «en lugar de
ayudar a una muerte digna, pueden prolongar situaciones monstruosas».
El tiempo estipulado de visita hace rato que se ha acabado y las asistentes de Lucas lo recuerdan con sus constantes
visitas para repetirle sus horarios y la necesidad de respetarlos para evitar complicaciones. Su cuerpo lleva dos
horas sentado en su silla y reclama horizontalidad. Y eso que la situación ha mejorado desde que «se me ocurrió
adaptar un flotador de látex circular para el culo hace año y medio y mi comodidad ha mejorado mucho. ¿Ni eso te
dan en el hospital de Toledo!», denuncia.
Una de sus asistentes le ayuda a cruzar el largo pasillo de su casa. La cercana calle está a solo 27 escalones, más
que un Everest para él porque su portal tiene todas las barreras arquitectónicas del mundo. «No me preocupa, no
echo de menos la calle», se despide Lucas S. (siempre con esa especie de sonrisa en los labios).
Dispuesto a la solución 'ilegal'
Lucas S. sabe que el debate sobre la eutanasia no ha madurado en España y al, igual que organizaciones como
Derecho a Morir Dignamente (de la que es socio hace años), teme al «circo mediático».
Se debate entre el silencio que ha mantenido hasta ahora y el deseo de ayudar a que se entiendan los motivos del
que desea morir. No está seguro de que el filme dirigido por Alejandro Amenábar Mar adentro y Ramón Sampedro
lo logren. «Lo de la película y Ramona Maneiro -la mujer que ayudó a morir a Sampedro- se olvidará y yo no creo
que tenga tiempo hasta que haya una regulación decente. Seguramente tenga que recurrir a una salida ilegal»,
augura S.
En esta línea, «intenté la vía que me abría» la clínica Dignitas de Zurich (Suiza), a la que han colocado la etiqueta
de 'turismo de la muerte', al haber sido el destino elegido por europeos que buscaron asistencia para acabar con su
vida. «Se frustró esta posibilidad tras los impactos legales que sacudieron a Europa con el caso de un tetrapléjico
francés».
Por eso, si llega a la solución ilegal, Lucas S. tratará de marcharse como ahora vive, con la mayor discreción. Y,
además, «sin implicar a muchas personas, porque al final sólo van a por una. Basta con que se comprometa una
sola, pero con muchas pistas falsas», concluye.
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