LOS FRANCESES ANTE LAS CUESTIONES SOCIOECÓNOMICAS

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LOS FRANCESES ANTE LAS CUESTIONES SOCIOECÓNOMICAS
Pr. Eguzki Urteaga
Universidad del País Vasco
Departamento de Sociología 1
Los Apraiz, 2
01006 Vitoria
Tel: 945 01 42 60
Fax: 945 01 33 08
[email protected]
Resumen: Este artículo se interesa por los valores que orientan las percepciones,
opiniones y actitudes de la población gala sobre las cuestiones socioeconómicas. Dicho de
otra forma, quiere saber qué relación mantienen los ciudadanos franceses con las cuestiones
socioeconómicas, sobre la base de los resultados de la encuesta Valores realizada por un
equipo de sociólogos y de politólogos reunidos en la Asociación para la investigación sobre
los sistemas de valores. Defiende la hipótesis según la cual esta relación se caracteriza por: 1)
una cierta desconfianza hacia las empresas y los sindicatos, 2) una predilección creciente por
la economía regulada, 3) una clara conciencia del incremento de los precios, 4) una atención
prestada al sentido del dinero, y 5) una preocupación por la injusticia social.
Palabras clave: ciudadanía – Francia – percepción – opinión - actitud – socioeconomía
Abstract: This article is interested in the values that orientate the perceptions, opinions
and attitudes of the French population on the socioeconomic questions. Saying in another
form, it wants to know what relation the French citizens have with the socioeconomic
questions, on the base of the results of the poll Values realized by a team of sociologists and
of political experts assembled in the Association for the investigation on the systems of
values. It defends the hypothesis according to which this relation is characterized by: 1) a
certain suspicion towards the companies and the syndicates, 2) an increasing predilection for
the regulated economy, 3) a clear conscience of the increase of the prices, 4) an attention to
the sense of the money, and 5) a worry for the social injustice.
Key words: citizenship – France – perception – opinion - attitude – socio-economy
Eguzki Urteaga es Profesor de Sociología en la Universidad del País Vasco e Investigador en el Centro
de investigación IKER, laboratorio asociado al CNRS francés. Este Doctor y Licenciado en Sociología por la
Universidad Victor Segalen Buerdos 2 y Licenciado en Historia mención Geografía por la Universidad de Pau y
de los Países del Adur, es autor de 21 libros entre los cuales se encuentran: Sociología moderna y
contemporánea (2002), La politique linguistique en Pays Basque (2004), La nouvelle gouvernance en Pays
Basque (2004), La question basque en France (2004), Sociología de la complejidad (2005), La coopération
transfrontalière en Pays Basque (2007), La politique d’immigration du gouvernement basque (2007) y Les
Plans Locaux d’Immigration en Espagne (2008) así como de más de 60 artículos universitarios tanto en Europa
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como en Canadá. Es igualmente Director de Colección en la editorial de París Mare et Martin y Vice-presidente
de la Sociedad de Estudios Vascos.
Introducción
“Dime cuáles son tus valores y te diré quién eres”. Según esta fórmula, el conocimiento
de lo que motiva y orienta profundamente a un individuo permite comprender su identidad.
Esta identidad individual se expresa en un conjunto de creencias y de valores, que gozan de
cierta estabilidad y que constituyen unas guías para la acción. Cada persona decide, cada día,
implementar una acción en función de sus valores, a veces tras dudar entre varias
orientaciones más o menos contradictorias. Si los valores son importantes al nivel individual,
lo son también socialmente. Cada sociedad es el fruto de una larga historia, de modo que, de
generación en generación, una sociedad transmite unos valores y los hace evolucionar. Estos
principios y valores constituyen la trama de las sociedades.
Para conocer los valores de una sociedad, se pueden utilizar numerosos métodos, desde
la observación participativa en un grupo, para comprenderlo mejor desde dentro, utilizando un
enfoque más cualitativo y subjetivo, hasta la observación de todas las huellas dejadas por una
cultura a través de sus edificios, textos jurídicos u obras literarias. Los métodos modernos de
encuestas cuantitativas constituyen una metodología, utilizada desde la mitad del siglo XX,
que se adapta perfectamente a la identificación de los rasgos característicos de une sociedad y
a la comparación con otras. Las grandes encuestas internacionales se han desarrollado a partir
del final de los años 1970. La encuesta sobre los valores de los europeos European Values
Survey (EVS) es sin lugar a duda la más novedosa y pertinente.
Nace en un contexto de preocupación sobre el futuro de las sociedades y su evolución.
Desde el final de los años 1960, las sociedades desarrolladas han entrado en un proceso de
profundos cambios y mutaciones. Un abismo parecía haberse creado entre las generaciones,
puesto que los más jóvenes adherían a unos valores que diferían claramente de los de sus
mayores. Los principios fundamentales sobre los cuales se fundamentaban nuestras
sociedades parecían vacilar. Unos sociólogos y politólogos, reunidos en Francia en la
Asociación para la investigación sobre los sistemas de valores, han querido mejorar su
comprensión de los procesos de transformación a la obra, poniendo en marcha la encuesta
Valores para evaluar, en cada país europeo, las evoluciones de los valores en los principales
ámbitos.
Realizada por primera vez en 1981, la encuesta ha sido repetida cada 9 años, de modo
que ha tenido cuatro ediciones (1981, 1990, 1999 y 2008). Si el intervalo entre dos encuestas
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puede parecer grande, se explica por el hecho de que los valores evolucionan lentamente, de
modo que no sea necesario reproducirlos cada 4 o 5 años. Sin embargo, es necesario disponer
de muestras representativas de tamaño suficientemente importante si se quiere poder, no
solamente comparar los resultados nacionales, sino también realizar un diagnóstico preciso de
los valores de una sociedad, aprehender las dinámicas internas a un país y distinguir las
variaciones entre los grupos sociales.
El cuestionario elaborado por un equipo internacional de sociólogos y de politólogos es
muy completo. Permite aprehender los valores de los europeos en todos los ámbitos de la
existencia, entre los cuales se encuentra la relación que mantienen los ciudadanos con las
cuestiones socioeconómicas. Numerosas preguntas de 1981 han sido replanteadas en las
siguientes ediciones, mientras que otras han sido abandonadas, reformuladas o añadidas, con
la aparición de nuevas problemáticas.
Centrándose en el caso francés, este artículo se interesa por los valores que orientan las
percepciones, opiniones y actitudes de la población gala sobre las cuestiones
socioeconómicas. Dicho de otra forma, quiere saber qué relación mantienen los ciudadanos
franceses con las cuestiones socioeconómicas. Defiende la hipótesis según la cual esta
relación se caracteriza por: 1) una cierta desconfianza hacia las empresas y los sindicatos, 2)
una predilección creciente por la economía regulada, 3) una clara conciencia del incremento
de los precios, 4) una atención prestada al sentido del dinero, y 5) una preocupación por la
injusticia social.
La desconfianza en las empresas y en los sindicatos
La confianza de los franceses en las instituciones parece variar mucho de una institución
a otra. Si las instituciones que encarnan el Estado de bienestar gozan de un cierto apoyo, no
sucede lo mismo con los actores privados de la vida económica y social, tales como las
empresas y los sindicatos. La encuesta sobre los valores de 2008 ofrece un punto de vista
sobre la confianza que tienen los franceses en estas organizaciones.
En primer lugar, menos de la mitad de los franceses declaran confiar en las empresas y
en los sindicatos, puesto que solamente el 44% y el 41% respectivamente dicen confiar mucho
o bastante en las empresas y en los sindicatos. A título comparativo, el 80% de los galos
declaran confiar en el sistema sanitario y el 76% en el sistema educativo. Las únicas
instituciones que recaudan un nivel de confianza inferior que las empresas y los sindicatos son
el gobierno (31%), la prensa (37%) o los partidos políticos (18%).
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En segundo lugar, el nivel de confianza en los sindicatos y las empresas ha conocido
unas inversiones de tendencia a lo largo de las últimas tres décadas. Así, la confianza en los
sindicatos siempre ha sido relativamente moderada, oscilando entre el 30% y el 42%. Después
de un retroceso inicial en los años 1980, la confianza en los sindicatos aumenta poco a poco,
pasando del 30% en 1990 al 33% en 1999, antes de conocer un incremento de 8 puntos para
alcanza el 41% en 2008. Por el contrario, la confianza en las grandes empresas ha conocido
unos niveles más altos en el pasado, estableciéndose en el 60% en 1990. El final de los años
1980 parece haber correspondido a una imagen positiva de la empresa, puesto que su capital
de confianza ha aumentado de 18 puntos entre 1981 y 1990. Sin embargo, posteriormente, ha
registrado un retroceso significativo, estableciéndose en el 45% en 1999, es decir una
descalabro de 15 puntos en una década. Los años 2000 confirman esta rebaja, puesto que el
nivel sigue siendo estable.
¿Cuáles son las características de las personas que confían más en las instituciones
económicas? Un primer criterio distintivo es la categoría socio-profesional. Así, los franceses
que tienen un estatus de autónomo manifiestan una mayor desconfianza hacia los sindicatos
que hacia las empresas, ya que son únicamente el 29% a confiar en las centrales sindicales
frente al 45% que dice confiar en las empresas. Las diferencias de nivel de confianza en las
empresas y en los sindicatos son mucho más claras entre los obreros, los empleados o los
cuadros. De la misma manera, los niveles de confianza en los sindicatos son relativamente
similares entre un obrero y un directivo, lo que muestra que la imagen de estas organizaciones
ha dejado de diferenciarse entre las categorías de trabajadores, contrariamente a una imagen
tradicional según la cual los obreros estarían a favor de los sindicatos y los cuadros se
sentirían más próximas a las direcciones de las empresas.
Conviene igualmente subrayar que los niveles de confianza se diferencian menos en
función de las renta que de la profesión. La confianza en las empresas solo aumenta de 1
punto, entre el 44% y el 45%, cuando se pasa de una renta situada abajo de la escala (menos
de 1000 euros mensuales) a una renta situada arriba de la escala (más de 3750 euros
mensuales). Asimismo, solo una diferencia de 5 puntos en la confianza de los sindicatos
separa los hogares de abajo y de arriba de la escala.
Las actitudes hacia los sindicatos y las empresas recubren, en una gran medida, las
divisiones políticas. Los electores potenciales de la izquierda son el 60% en no confiar en las
grandes empresas, frente a solamente el 37% de los del UMP. La imagen es inversa a
propósito de la valoración de los sindicatos, a los que el 60% de los electores potenciales de la
izquierda conceden su confianza frente al 24% entre los del UMP.
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Una última característica interesante se refiere a la edad. El proceso de
desindicalización está asociado a menudo a la aparición de nuevas generaciones sobre el
mercado laboral. De la misma manera, su precariedad superior en el mercado laboral podría
acompañarse de una mayor desconfianza hacia las empresas. No obstante, los jóvenes confían
más en los sindicatos que los mayores: la confianza pasa del 48% entre los 18-34 años al 43%
entre los 35-54 años, para situarse en el 36% para los más de 55 años. Una explicación
potencial de este resultado es que los jóvenes serían por naturaleza más optimistas. Esta
explicación no es convincente, puesto que, durante la encuesta sobre los valores de 1999, los
2/3 de los jóvenes decían desconfiar de los sindicatos, un resultado casi idéntico al de los 3554 años. Por último, los jóvenes tienen el mismo nivel de confianza en las empresas que los
mayores. Este resultado merece ser subrayado, puesto que los jóvenes desconfían más que los
mayores de las instituciones públicas, tales como la justicia, el parlamento o el gobierno.
Economía liberal o regulada
Símbolo del colbertismo, Francia es percibido a menudo como el país de la regulación.
¿En qué medida, esta reputación está fundada? La encuesta ofrece un nuevo punto de vista
sobre este punto, a partir de numerosas cuestiones sobre la economía de mercado y el lugar
del Estado en la economía.
Una primera cuestión clásica mide la percepción de la competencia entre dos posiciones
opuestas: “la competencia es una buena cosa. Incita la gente a trabajar duro y a encontrar
nuevas ideas”, o, al contrario, “la competencia es peligrosa, conduce a desarrollar lo que hay
de peor en la gente”. Los encuestados están invitados a responder sobre una escala que va de
1 (la competencia es buena) a 10 (la competencia es nefasta): el 40% de los franceses se dicen
bastante a favor de la competencia (escala de 1 a 4), el 29% se considera relativamente hostil
(escala de 7 a 10) y el 30% tiene una opinión muy marcada (respuesta 5 y 6).
Una cuestión específica a Francia permite precisar este punto de vista. Cada uno debe
situarse de nuevo frente a dos afirmaciones diferentes: “la competencia favorece el
consumidor y el crecimiento económico” y “la competencia conduce al despilfarro y provoca
unos graves problemas sociales”. Las respuestas se escalonan de nuevo del 1 al 10: el 36%
asocian competencia y crecimiento, el 31% de los franceses asocian competencia y desorden,
y el 31% tiene una opinión indefinida. Estos resultados parecen sugerir la existencia de tres
grupos distintos de tamaño relativamente equivalente a propósito de las actitudes hacia el
liberalismo.
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Una imagen complementaria es ofrecida por las cuestiones relativas al rol del Estado en
la economía. A la cuestión: “¿la propiedad privada de las empresas y de las industrias debería
ser desarrollada?, o, al contrario, “¿la nacionalización de las empresas y de las industrias
debería ser desarrollada?”: el 36% de los franceses se pronuncian a favor del fortalecimiento
de la privatización, el 21% es favorable a una nacionalización creciente de las empresas, y el
42% prefiere el estatus quo actual. Si los franceses no hacen un llamamiento en su mayoría a
la nacionalización de las empresas, están sin embargo a favor de un incremento de la
regulación del Estado. Es lo que resalta de la cuestión: “¿el Estado debería conceder más
libertad a las empresas?”, o, al contrario, “¿el Estado debería controlar más severamente a las
empresas?”, el 46% de los franceses son favorables a un incremento del control de las
empresas por el Estado, el 20% están a favor de una libertad superior para las empresas y el
33% se pronuncian para el estatus quo.
No obstante, las actitudes de los franceses hacia la intervención del Estado no están
exentas de una cierta ambigüedad. Tres franceses sobre cuatro están totalmente o bastante de
acuerdo con la aserción según la cual “para que la economía funcione bien, es preciso que las
empresas realicen beneficios”. Aun más notable, es el dato según el cual el 96% de los
franceses responden por la afirmativa a la cuestión: “¿piensa que la capacidad emprendedora
debe ser fomentada?”. No obstante, esta cuestión puede ser interpretada como una demanda
creciente de toma de iniciativa y de responsabilización en lugar de un apoyo a la economía de
mercado.
La relación de los franceses con el liberalismo ha evolucionado sensiblemente a lo largo
de las últimas décadas como consecuencia de las profundas transformaciones del capitalismo.
Así, la parte de las opiniones favorables a la competencia ha disminuido del 59% en 1990 al
45% en 1999, para llegar al 40% en 2008. La parte de las opiniones favorables a la
nacionalización de las empresas parece conocer una evolución contraria. Tras haber
disminuido del 17% al 11% a lo largo de los años 1990, ha aumentado de 10 puntos entre
1999 y 2008.
¿Cómo interpretar estas evoluciones? ¿Cuáles son los determinantes de las actitudes
hacia la competencia y la regulación?” Para responder a estas preguntas, es preciso distinguir
las actitudes de los franceses hacia la economía en función de sus características demográficas
y socio-profesionales. La economía liberal es efectivamente susceptible de ser diferentemente
valorada según que saque provecho de las oportunidades ofrecidas por la competencia o que
forme parte de los abandonados.
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Las características demográficas parecen ser relativamente discriminatorias. En primer
lugar, las mujeres son en general mucho más críticas que los hombres hacia la economía
liberal, incluso cuando los niveles de estudio y de renta son equivalentes. Así, para unos
estudios de nivel DEUG o Licenciatura, las mujeres tienen un nivel de confianza en la
economía liberal de 10 puntos inferior al de los comparsas masculinos. En segundo lugar, las
actitudes ante la competencia están igualmente vinculadas a la edad, con el 52% de opiniones
favorables entre los 18-25 años. La visión de la economía de mercado es la más negativa entre
los 25-55 años y mejora ligeramente entre los mayores.
Por el contrario, y de manera más sorprendente, las características socio-profesionales
parecen ser muy discriminantes. No obstante, la disparidad de las situaciones ante la
competencia podría estar influenciada por la educación. Los más cualificados pueden estar
mejor equipados para una economía de mercado y menos afectados por los recientes procesos
de mundialización y de desindustrialización. Excepto los titulares de un doctorado, que tienen
una visión mucho más positiva de la competencia aunque representen una población muy
poco numerosa, las diferencias entre los niveles de educación son poco significativas. Así, los
diplomados de un Master son el 48% a tener una visión positiva de la competencia, frente al
40% entre los que tienen el nivel de educación más bajo. El segundo resultado sorprendente
es que, con un nivel de estudio equivalente, los individuos que han seguido una carrera de
formación profesional tienen una visión más negativa de la competencia que aquellos que han
elegido una carrera generalista. Este punto puede traducir la mayor vulnerabilidad de los
individuos que tienen un capital humano específico, que no pueden valorizar con la
modificación del aparato productivo. Otra explicación es que la renta de los individuos difiere
notablemente en función de su formación, profesional o generalista.
Esta vez también, las actitudes hacia la competencia difieren poco entre los franceses en
función de sus características económicas. Sean cual sean los niveles de renta, de menos de
1000 euros a más de 3750 euros, los franceses son cerca del 40% a tener una visión positiva
de la competencia. La diferencia es únicamente significativa para los hogares que pertenecen
al último nivel de la renta superior a 3750 euros. Pero, solamente una pequeña mayoría tiene
una visión positiva de la economía liberal (52%). La desconfianza de los franceses en la
economía de mercado parece, por lo tanto, transcender las categorías socio-profesionales.
Este resultado notable sugiere que la rebaja de cerca de 20 puntos desde 1990 de las
opiniones favorables a la competencia es un verdadero fenómeno nacional y no es debido a la
evolución de unas categorías particulares de la población. Tras adherir al liberalismo al final
de los años 1980, en un contexto de desarrollo de las políticas neo-liberales en Estados
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Unidos y en varios países europeos, y en un contexto en el cual la política económica de la
izquierda en el poder ha decepcionado, el reflujo de las ideas liberales parece producirse
desde hace algunos años al beneficio de unas visiones sociales e igualitarias.
Aumento de los precios y sentido del dinero
Antes de la crisis financiera de septiembre de 2008, la actualidad económica francesa se
había desplazado del problema del desempleo a la cuestión de la vida cara, de la inflación o
de la bajada del poder adquisitivo. La encuesta se hace el eco de estas preocupaciones de los
franceses a partir de la siguiente pregunta: “se dicen muchas cosas a propósito de los objetivos
que los franceses deberían esforzarse en alcanzar a lo largo de los diez próximos años. ¿Entre
los objetivos que figuran sobre esta lista, indíqueme cuál le parece el más importante? ¿Y
posteriormente?
- ¿Mantener el orden en el país?
- ¿Aumentar la participación de los ciudadanos en las decisiones del gobierno?
- ¿Combatir el incremento de los precios?
- ¿Garantizar la libertad de expresión?”
La lucha contra el incremento de los precios se sitúa claramente en la primera posición
de las preocupaciones de los franceses en 2008. Son el 52% en considerar que este combate es
el objetivo más importante que Francia debe esforzarse de alcanzar. Esta preocupación llega
lejos por delante del mantenimiento del orden (18%), la participación ciudadana (17%) o la
protección de la libertad de expresión (13%). Los encuestados están igualmente invitados a
formular el segundo objetivo más importante del país: el 25% de las personas que no
mencionan la lucha contra la inflación en primer lugar lo indican en segundo lugar. Por lo
tanto, la defensa del poder adquisitivo representa el reto principal de los franceses.
La preocupación de los franceses por la vida cara y la defensa del poder adquisitivo es
nueva. Se trata ante todo de un efecto contextual, vinculada a la aparición de una fuerte
inflación a partir del final del año 2007 y un incremento del pesimismo social. Efectivamente,
la lucha contra el incremento de los precios estaba considerada como una de las prioridades
por el 32% de los franceses en la oleada de 1981. Correspondía a un periodo de fuerte
aumento de los precios, ya que la tasa de inflación superaba el 13%. Por el contrario, la puesta
en marcha de una política de desinflación competitiva a partir de la mitad de los años 1980 y
posteriormente de una política de estabilidad de los precios por el Banco central europeo,
parecían haber apaciguado este tipo de preocupaciones. Así, solamente el 19% de los
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encuestados hacia de la lucha contra la inflación una prioridad en 1999, lejos por delante de la
cuestión del mantenimiento del orden que recaudaba el 43% de los sufragios.
No obstante, la reaparición muy marcada de la cuestión del poder adquisitivo en 2008
genera ciertas interrogaciones. Esta preocupación ha aumentado efectivamente de más de 33
puntos entre las encuestas de 1999 y de 2008, mientras que los datos oficiales de la inflación
indican un aumento moderado de la inflación alrededor de 3%. Esta cifra no tiene
comparación alguna con la tasa de inflación a dos dígitos del inicio de los años 1980. No
obstante, el porcentaje de individuos que consideran la lucha contra el incremento de los
precios es de 20 puntos superior hoy en día en comparación con la oleada de 1981.
Para comprender este fenómeno, es preciso descomponer la evolución de las
preocupaciones de los franceses en función de su estatus socioeconómico. En 2008, el 64% de
los obreros hacen de la lucha contra el incremento de los precios su prioridad frente al 34%
para los cuadros y profesiones intelectuales, es decir una diferencia de 30 puntos. El objetivo
de lucha contra el incremento de los precios se ha desarrollado de manera mucho más fuerte
entre los obreros que entre los cuadros. ¿Este fenómeno se explica por la existencia de unos
mecanismos de indexación de los salarios en 1981, antes de su abandono progresivo a partir
de 1983, lo que habría limitado las inquietudes obreras? O ¿esta evolución es el síntoma de un
pesimismo social mucho más marcado hoy en día en ciertas categorías socio-profesionales
afectadas más duramente por las modificaciones del entorno económico? Las dos hipótesis no
son contradictorias y pueden contribuir a explicar la focalización actual sobre el objetivo de
lucha contra el incremento de los precios.
En complemento de las cuestiones sobre el aumento de los precios, le encuesta permite
igualmente medir el sentido del dinero entre los franceses. Los encuestados están invitados a
decir si piensan que “sería una buena o una mala cosa que se conceda menos importancia al
dinero y a las necesidades materiales”. Son el 63% en considerar que sería algo positivo, el
17% piensa que sería una mala cosa y el 20% no tiene ninguna opinión al respecto. Eran cerca
del 70% en considerar algo positivo el hecho de conceder menos importancia al dinero en las
tres encuestas anteriores. La evolución sugiere une preocupación sensiblemente más
importante para las cosas materiales. Pero, una amplia mayoría de los franceses dice en
permanencia aspirar a vivir en un entorno en el cual el dinero y las cosas materiales tendrían
menos importancia.
El sentido del dinero de los franceses puede igualmente ser aprehendado a través del
tipo de valores que los franceses desean transmitir a sus hijos. En una lista de cualidades que
los padres intentan fomentar entre sus hijos, el porcentaje de sondeados que mencionan “el
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espíritu de ahorro y de no derrochar el dinero ni las cosas” como una cualidad importante
aumenta sensiblemente a lo largo de las últimas tres décadas. Son el 43% en mencionar esta
cualidad en 2008, frente al 32% en 1981, el 36% en 1990 y el 38% en 1999. No obstante, este
cualidad está lejos de ser la más importante entre los valores que los franceses consideran
como fundamental de transmitir a sus hijos. Así, “el espíritu de ahorro se corresponde en 2008
a la 5 elección por orden de prioridad en cuanto a las cualidades esenciales, lejos por detrás de
la tolerancia y el respeto de los demás (85%), los buenos modales (71%) o el sentido de la
responsabilidad (68%). Por el contrario, el espíritu de ahorro es situado por delante de la
generosidad (39%).
Estas diferencias sugieren una cierta ambigüedad de los franceses con respecto al
dinero. Cuando son interrogados sobre la importancia del dinero en general, como manera de
vivir o tipo de educación, los franceses presentan un desapego notable. Por el contrario,
cuando el dinero es contemplado bajo el ángulo de la vida diaria y del poder adquisitivo, su
importancia de convierte en crucial. Tienen unos sentimientos generosos de tipo postmaterialista pero viven la vida diaria de manera muy material y realista, incluso con una
fuerte inquietud por su nivel de vida.
No obstante, este panorama de conjunto sobre el sentido del dinero oculta una cierta
disparidad según el estatus socioeconómico de los franceses. Los individuos que disponen de
un estatus privilegiado en términos de empleo, de renta o de educación, presentan un
desapego mucho más marcado hacia el dinero. La diferencia entre los grupos es del orden de
20 puntos, sabiendo que los obreros son los más favorables al espíritu de ahorro y los cuadros
son los más desapegados de los bienes materiales.
Contrariamente a lo que se habría podido pensar, las variables más culturales, tales
como la religión, apenas influyen sobre el sentido del dinero. El porcentaje de personas que
quieren luchar contra el aumento de los precios o que desearían que se conceda menos
importancia al dinero en la vida es la misma entre los católicos, los protestantes y los
musulmanes. Además, los católicos son un poco más numerosos que los protestantes y mucho
más que los musulmanes en mencionar la importancia de transmitir el espíritu de ahorro a sus
hijos. Parece ser que las grandes representaciones culturales del dinero, vinculadas a las
tradiciones religiosas, sean hoy en día menos importantes que las realidades socioeconómicas
a la hora de explicar el sentido del dinero.
La injusticia social en cuestión
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El tema de la responsabilidad individual ocupa actualmente un lugar central en el debate
público. Aparece tanto en el ámbito de la política de la renta, en donde la responsabilidad es
asociada a la implicación en el trabajo y hace referencia sobre todo a una forma de
recompensa por el valor producido, como en el ámbito de las políticas públicas denominadas
de “activación”, cuyo objetivo es responsabilizar los beneficiarios por unos dispositivos de
contractualización y de condicionamiento de la concesión de las ayudas sociales. ¿En este
contexto, los franceses cómo explican en 2008 la situación de las personas que conocen
dificultades?
Desde 1990, la encuesta Valores propone a los encuestados expresar dos elecciones con
el fin de jerarquizar cuatro explicaciones posibles de la pobreza: “la gente vive en la
necesidad porque no ha tenido suerte; por pereza o mala voluntad; porque existe mucha
injusticia en la sociedad; es inevitable con la evolución del mundo moderno”. Se observa, en
las tres oleadas de la encuesta, una misma estructuración de las respuestas. Esta constancia de
los resultados señala la estabilidad de las opiniones sobre las causas de la pobreza; estabilidad
que contrasta con la interrupción de la bajada de la pobreza en Francia desde una década. Para
los franceses, la injusticia social constituye la explicación principal: el 67% de los
encuestados la mencionan hoy en día en primer o en segundo lugar. La evolución del mundo
moderno llega en segunda posición: el 57% de las personas interrogadas retienen esta opción
en primera o segunda posición. El hecho de no haber tenido suerte, con el 37% de las
respuestas, se sitúa en tercera posición.
En total, cerca del 61% de los franceses imputan la pobreza a unas causas externas al
individuo, que estas causas sean de origen social (injusticia y evolución del mundo) o de
origen natural e incluso sobre-natural (la mala suerte). Los franceses que adoptan una postura
más voluntarista y que atribuyen la pobreza a unas causas internas a los individuos son
claramente marginales: el 18% citan la pereza y la mala voluntad como primera explicación;
el 17% los cita en segunda posición. Así como la mediatización de los temas de la nueva
pobreza y de la exclusión social había erosionado esta respuesta de algunos puntos entre 1990
y 1999, la fuerte visibilidad mediática que conoce hoy en día el tema de la responsabilidad
individual no es extranjera a su aumento de 7 puntos entre 1999 y 2008.
Los resultados de la encuesta Valores convergen con los resultados del seguimiento
barométrico de la opinión de los franceses hacia la sanidad, la protección social, la
precariedad, la familia y la solidaridad. Este barómetro registra también una fuerte estabilidad,
desde los años 2000, de la jerarquía de las causas de la pobreza percibida por los franceses:
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las causas vinculadas a la situación económica general (despido, sobreendeudamiento, escasez
del empleo) y adelantan de lejos la falta de suerte y la escasa voluntad a trabajar.
Pero, ¿en qué medida las valoraciones de los franceses sobre la pobreza están
influenciadas por su lugar en la sociedad o por sus opiniones sobre la sociedad? Para algunos,
las sociedades liberales conducirían los individuos a pensar que son la fuente de su situación y
los únicos responsables tanto de sus éxitos como de sus fracasos. Para otros, esta tendencia a
internalizar las causas de su propia situación sería desigualmente repartida en el espacio
social. Así, las personas que han accedido a un estatus relativamente elevado serían las más
proclives a pensar que la situación de los individuos se sustenta en unos factores que son
susceptibles de controlar (la voluntad, la perseverancia, la inversión, la tenacidad) y que
depende, por consiguiente, de su única responsabilidad. Por el contrario, las personas cuyas
probabilidades de éxito social son más débiles serían más dadas a explicar la posición de los
individuos subrayando el peso de las causas externas y minimizando, por lo tanto, sus
responsabilidades.
Se observa que el factor mala suerte es más invocado por los encuestados poco dotados
en recursos económicos (nivel de renta) y culturales (nivel de títulos académicos) y por
aquellos que se han beneficiado de las ayudas sociales a lo largo de los últimos cinco años, así
como por los independientes. Los que explican la pobreza por la pereza y la mala voluntad se
parecen en varios puntos a los que la atribuyen a la mala suerte: son sobre todo unas personas
poco cualificadas, que han conocido un episodio de dependencia hacia unas ayudas sociales y
unos independientes. Parece, por lo tanto, que una misma situación objetiva de vulnerabilidad
social puede generar dos opiniones divergentes sobre las causas de la pobreza. Los
encuestados más expuestos a la precariedad y a los riesgos socio-profesionales son
susceptibles tanto de convertir a “la gente que vive en la necesidad” en responsable de su
situación como de aduanarla de su responsabilidad.
Las encuestas que prefieren explicar la pobreza por la injusticia social o por la evolución
del mundo moderno presentan unos perfiles sociológicos sensiblemente diferentes. Se trata de
personas diplomadas de la enseñanza secundaria o superior, e incluso, en una menor medida,
de unos individuos tendencialmente situados entre la mitad y la cima de la jerarquía de las
profesiones y de las rentas. ¿Cómo explicar esta serie de atracciones? Se admite generalmente
que un nivel elevado de instrucción o de renta permite movilizar a unas representaciones
matizadas del mundo social. Así, se podría avanzar la hipótesis según la cual los encuestados
favorecidos en estos dos planes serían más sensibles que los demás a las explicaciones de la
pobreza poniendo en juego unas formas aparentemente complejas de causalidad social.
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El auto-posicionamiento sobre una escala política de 10 puntos y las opiniones que
conciernen el rol del Estado de bienestar permiten completar esta interpretación. La injusticia
social aparece como la explicación privilegiada por los encuestados que declaran situarse a la
izquierda del mapa político, mientras que la pereza y la mala voluntad son sobre todo
mencionados por las personas situadas a la derecha. Los factores “mala suerte y evolución del
mundo moderno” no están tan determinados por la posición política, incluso si estas dos
explicaciones son retenidas por los encuestados que se posicionan en el centro. Por extensión,
la manera de explicar la pobreza está claramente vinculada a la concepción del Estado de
bienestar y a su perímetro de intervención legitima. Los encuestados que insisten sobre la
injusticia social atribuyen al Estado la responsabilidad de garantizar las necesidades básicas,
mientras que los que subrayan la pereza y la mala voluntad de los pobres hacen pesar esta
responsabilidad sobre los individuos mismos.
Conclusión
Recordemos que este artículo se ha interesado por las percepciones, opiniones y
actitudes de la población gala sobre las cuestiones socioeconómicas. Dicho de otra forma, ha
querido saber qué relación mantienen los ciudadanos franceses con las cuestiones
socioeconómicas, sobre la base de los resultados de la encuesta Valores realizada por un
equipo de sociólogos y de politólogos reunidos en la Asociación para la investigación sobre
los sistemas de valores. Ha defendido la hipótesis según la cual esta relación se caracteriza
por: 1) una cierta desconfianza hacia las empresas y los sindicatos, 2) una predilección
creciente por la economía regulada, 3) una clara conciencia del incremento de los precios, 4)
una atención prestada al sentido del dinero, y 5) una preocupación por la injusticia social.
En este sentido, la encuesta 2008 hace aparecer un incremento notable de la
preocupación de los franceses por la defensa del poder adquisitivo; la lucha contra la aumento
de los precios se ha convertido en un objetivo elegido por tres franceses sobre cuatro y se
sitúa muy lejos por delante de todos los demás. Esta preocupación ha conocido un incremento
considerable desde 1999, en donde era evocada por menos de la mitad de los franceses. Esta
evolución está vinculada a la coyuntura económica y a los temores de un retorno de la
inflación. Pero, el objetivo de defensa del poder adquisitivo ha cobrado una importancia
considerable, incluso con respecto a los inicios de los años 1980, marcados por una inflación
a dos dígitos. El fuerte rebrote de esta preocupación parece traducir, por lo tanto, el
pesimismo económico y social de los franceses, que se ha reforzado últimamente.
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Los franceses conceden efectivamente una confianza limitada a las instituciones
económicas. La confianza en las empresas y sobre todo en la competencia se ha erosionado
sensiblemente a los largo de las últimos décadas, ya que las opiniones favorables a la
competencia han perdido cerca de 20 puntos entre 1990 y 2008. Por el contrario, la confianza
en los sindicatos ha aumentado, aunque siga siendo relativamente modesta, ya que un poco
menos de la mitad de los franceses confían en las centrales en 2008. Simultáneamente, la
demanda de regulación del Estado sobre las empresas y la protección social, especialmente
hacia los desempleados, se ha incrementado sensiblemente. Y el incremento de la
desconfianza de los franceses hacia la economía de mercado, al provecho de más regulación,
parece transcender ampliamente las categorías socio-demográficas, tales como la renta, la
educación o la profesión, sugiriendo un verdadero fenómeno nacional. Estamos muy lejos de
ciertos discursos sobre la derechización de la sociedad francesa.
Más generalmente, la demanda de intervención del Estado parece estar vinculada al
sentimiento de injusticia social. La injusticia social constituye la explicación de la pobreza
mejor compartida por los franceses. La importancia concedida a esta explicación parece estar
poco influenciada por la interrupción del retroceso de la pobreza en Francia desde una década
o por la aparición reciente del tema de la responsabilidad individual en el debate ciudadano.
Así como la desconfianza creciente hacia la economía de mercado no está fuertemente
diferenciada según los grupos sociales, la sensibilidad hacia la injusticia parece variar más
claramente en función de las opiniones públicas de los franceses que según su profesión y su
nivel de estudio o de renta. La voluntad de justicia social así como la confianza en los
sindicatos, siguen estando determinadas por la orientación política. Los problemas
económicos y sociales que atraviesa el país podrían, por lo tanto, dar lugar a un rebrote de la
conflictividad social. Pero, las dinámicas sociales no coinciden siempre con la evolución de
los valores.
Bibliografía
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