EXPERIENCIAS DE SUSTENTABILIDAD: CONTRAHEGEMONÍAS Y RESISTENCIAS AGROECOLÓGICAS David Gallar y Ángel Calle ISEC – Universidad de Córdoba 1 Introducción A partir de la crítica a la modernidad como paradigma hegemónico y modelo de desarrollo actual, diferentes colectivos sociales están planteando la sustentabilidad como paradigma contrahegemónico que genere una nueva forma de entender las relaciones entre la sociedad y la naturaleza, y dentro de la propia sociedad nuevas formas de organización social, más horizontales y equitativas inter e intrageneracionalmente. Quizás sea el terreno medioambiental donde más patentes hayan sido los impactos y las críticas a la razón modernizadora. La modernidad se desarrolló enfrentándose y tratando de dominar a la naturaleza, asumiendo que los recursos naturales eran ilimitados (Naredo, 2006). Una modernidad que tiene en su debe el ser antropocéntrica, al contrario que otras formas socioculturales de estar en el mundo que poseen una visión más biocéntrica. Desde estas aproximaciones biocéntricas se mantiene la conciencia de ser parte de la propia naturaleza en una co-evolución ecológica y social que explicita, a través de diferentes cosmovisiones, la dependencia de los seres humanos con respecto a los recursos naturales (Noorgard, 1999; Redclift y Woodgate, 2007). Antropocentrismo -frente a diferentes formas de biocentrismo- que se desarrolla desde los orígenes de la civilización europea y que acompaña a la evolución de la ciencia y el “progreso”, la individualización, una mayor movilidad social y espacial, cambios en las estructuras sociales, etc . (Beck et al, 2008). Más allá de unas u otras características resaltadas por la tradición sociológica de la modernización, es claro que dicha modernización es el producto de un modelo ideológico de progreso y de desarrollo basado en un grupo particular dentro de la sociedad humana y que ha triunfado como forma dominante de la política, la economía, la sociedad y la cultura para el resto de los grupos, sociedades y países (Beltrán, 1988; Sousa Santos, 2005). Una modernidad etnocéntrica que se ha impuesto como modelo particular de sociedad haciéndose hegemónica usando, en términos gramscianos, tanto el “consentimiento espontáneo” como la coerción que asegura la disciplina de quienes no consienten -Foucault-. Históricamente lo hizo a través de la conquista de América y mediante el proceso de colonización del resto del mundo por parte de lo que se conocerá como mundo civilizado, sociedades occidentales o países desarrollados, pero también haciendo un ejercicio de “invasión cultural” interno contra las propias formas culturales campesinas de su territorio que han sido destruidas o mitificadas y usadas ideológicamente por el romanticismo folclorista y los nacionalismos. Más adelante este etnocentrismo industrial, urbano y capitalista -burgués- continuará imponiéndose en el dominio de las sociedades y los territorios (Harvey, 2007). Así cabe recoger toda la mitología generada a partir del concepto de “desarrollo”, palabra mágica que condensa múltiples significados y recoge las fuerzas de todo un proceso histórico dirigido hacia la modernización -etnocéntrica, antropocéntrica y también androcéntrica, completando con el patriarcado los tres sesgos que justifican la violencia contra otros pueblos, contra la naturaleza y contra las mujeres- como dominación política y social a escala planetaria (Riechmann, 2004; Garrido et al., 2007). Incluyendo la cuestión ambiental, Sevilla Guzmán (2006) reconoce que los conceptos de modernización y desarrollo han sido utilizados durante la segunda mitad del siglo XX para legitimar los procesos de transformación, que los organismos internacionales, han ido imponiendo a las 1 estructuras productivas de las llamadas “sociedades en desarrollo” -pudorosa expresión que sustituye al término subdesarrollo- para obtener un generalizado modo industrial de uso de los recursos naturales –como recoge la corriente de los estudios postcoloniales y del posdesarrollo-. El comportamiento productivo que ha generado la actual crisis ecológica y civilizatoria es sin duda producto, en buena medida, de la aceptación por parte del sistema de ciencia de los conceptos de modernización y desarrollo, hasta aquí esbozados, y de la fe en el poder de la ciencia para resolver los problemas sociales y ecológicos inherentes a los procesos de crecimiento económico. El liderazgo científico de la economía ha permitido que los humanos, a través de los avances tecnológicos y científicos, crea dominar la naturaleza. Consecuentemente, al sentirse fuera de ella creyó que podía artificializar, manipular sus ciclos y reponer el deterioro de energía y materiales a través de la ciencia y de la técnica, manifestando así un supuesto poder omnipotente que la tecnología imprime al progreso. Sin embargo, al final se ha tenido que reconocer que la cuestión ambiental debe ser un elemento esencial en el modelo de desarrollo puesto que compromete el propio futuro social. La imagen fotográfica del planeta tierra tomada desde el espacio supuso un hito en la visibilización de los límites y dimensiones del lugar en que habitamos, pero también los excesos de la modernización han contribuido al despertar de la “conciencia ambiental”: la “sociedad del riesgo” y los peligros nucleares, las crisis alimentarias, el cambio climático, etc., son fruto de esta modernidad (Beck, 2001). El hecho de que, en cierta medida, los efectos negativos se hayan universalizado -sin que la riqueza o el poder personal puedan servir de protección contra el cambio climático o la radiación nuclear, pese a que la distribución de los riesgos concretos siga siendo desigual de acuerdo a la clase social, la raza o el género y sigan siendo deslocalizados de acuerdo a la posición en el sistemamundo-, han servido para que la cuestión ambiental ocupe un lugar protagonista en la agenda política formal. Sea como efecto de los excesos de la modernización, como efecto de la mayor visibilidad de los mismos o por una reconfiguración de los estándares de peligro ambiental, asistimos a un proceso de construcción social de la naturaleza, del medio ambiente y del modelo de desarrollo social (García García, 2004). Las diferentes versiones en lucha por la definición de la realidad ambiental ofrecen sus propios diagnósticos y tratamientos de acuerdo a sus concepciones ideológicas con respecto a la definición de las necesidades básicas y los deseos que promueven dentro de una sociedad determinada. Asistimos, pues, a una lucha por la definición social de la realidad ambiental y a las herramientas necesarias para manejar sus consecuencias: es decir, la lucha por la hegemonía y la imposición del modelo de desarrollo -local y global-. 2 Democracia radical y agroecología: hacia la sustentabilidad En esta lucha por la definición social de la realidad y la capacidad de intervención política, la sociedad civil y los nuevos movimientos sociales globales están tomando el protagonismo a la hora de plantear una crítica global al modelo de desarrollo hegemónico. Esta crítica se realiza desde el paradigma de la sustentabilidad, que entendida en un sentido extenso alberga los dos paradigmas desde los que planteamos en este trabajo el análisis de las resistencias a la modernidad desde el ámbito agroalimentario global: la agroecología y la democracia radical. Las redes antiglobalización han supuesto una renovación de los movimientos sociales tradicionales, adaptándose a los nuevos rumbos de la agenda política neoliberal de la globalización. Han sido una fuente de crítica al sistema y suponen la visibilidad de la resistencia y el enfrentamiento, pero también son una forma de estar en el mundo, en cierto modo, un estilo de vida. Los nuevos movimientos globales, que tienen en las redes “antiglobalización” una de sus expresiones, se caracterizan más por construir nuevos satisfactores de necesidades básicas que por entender una participación orientada hacia la agenda institucional pública, aunque mediáticamente no haya sido 2 ésta la imagen transmitida (Calle, 2005). La democratización de satisfactores básicos -desde el sistema alimentario a las nuevas tecnologías, pasando por los sistemas financieros- constituyen un paraguas que ha permitido la creación de alianzas mundiales sobre problemas que se interconectan y que sitúan el autoritarismo y los oligopolios de empresas transnacionales como epicentro de sus críticas. Así, podríamos definir a los movimientos sociales como “redes formales e informales que ponen en marcha procesos disruptivos de solidaridad, cuestionando la actual satisfacción de necesidades básicas, tanto sus formas y herramientas como aquello que es considerado necesidad en sí” (Calle, 2010). Se trata, pues, no sólo de una impugnación ideológica en el terreno de los discursos sino de la experimentación y construcción de nuevas formas de vida capaces de satisfacer de manera individual y colectiva sus necesidades básicas, sean expresivas, materiales, afectivas o de relación con la naturaleza –de acuerdo a la definición de Max-Neef-. En este sentido, trascendiendo incluso la conformación de nuevas gramáticas de democracia, los movimientos sociales pueden ser vistos como laboratorios que expresan nuevas relaciones sociales, nuevas formas de vida. Este argumento cobra relevancia en el análisis de los fenómenos contemporáneos de protesta: los nuevos movimientos globales, que tienen en las redes “antiglobalización” una de sus expresiones, se caracterizan más por construir nuevos satisfactores de necesidades básicas que por entender una participación orientada hacia la agenda institucional pública, aunque mediáticamente no haya sido ésta la imagen transmitida. De ahí que quepa observarlos como fenómenos en constante revisión de la democracia, no como una actividad per se, que en ocasiones también, si no como estructuras sociales que buscan dotarse de satisfactores para sus necesidades básicas: son laboratorios deliberativos para la organización social (della Porta 2009, ed.); son también constructores de democracias radicales, exploradores integrales de nuestras necesidades expresivas, materiales, afectivas e incluso de relación con la naturaleza (Calle, 2009). Dentro de estos nuevos movimientos globales, las economías solidarias y cooperativistas, en el terreno del consumo, son reflejo de esta problematización conjunta de las necesidades básicas y del trabajo como satisfactor integral del mismo -incluyendo aquí la afectividad, la creación o el entendimiento como parte fundante de esta actividad-. Estas propuestas de democracia radical no son orientaciones cerradas e ideológicas de entender las relaciones sociales. Son, ante todo, lazos y prácticas que tienen en el ánimo de la cooperación social y la horizontalidad su orientación y asiento para la construcción de vínculos sociales dirigidos, activa y globalmente, a la satisfacción conjunta de necesidades básicas, integrando “desde abajo”, de forma participativa, las esferas económicas, políticas, culturales y medioambientales en las cuales nos vamos moviendo. Pensar en democracia es también pensar en y desde nuestras necesidades básicas, medioambientales o sociales. El paradigma de la democracia, como señalan las diversas corrientes ecofeministas -Shiva, Mies, Mellor-, no puede caer en la abstracción, característica del pensamiento filosófico y político occidental, del ser humano sin vínculos y sin cuerpo, sin necesidad de cuidados esenciales y de una casa habitable: debe partir de la conciencia de sentir que como humanos y como especie “estamos en medio” (Calle y Gallar, 2010). Esta manifestación crítica con respecto al sistema alimentario tiene su referencia, como filosofía de acción colectiva, en la agroecología -Altieri, Gliessman, Sevilla Guzmán y otros-. Por agroecología podemos entender, muy sucintamente, una aproximación a la producción agrícola, y al sistema agroalimentario en general, basándose en un enfoque participativo, de desarrollo endógeno en aras de lograr una sustentabilidad ecológica1. Se habla, pues, de democratizar, “desde abajo”, la conformación y el acceso a nuestro sistema agroalimentario; de generar dinámicas que permitan un empoderamiento en el acceso a alimentos dentro de un contexto, como veremos, de creciente insostenibilidad ambiental, social y económica. La agroecología, en tanto que enfoque epistemológico y filosofía de acción, se nutre del hacer 3 constante de redes y movimientos sociales. La crítica, la participación y la construcción de alternativas desde estas redes constituyen re-definiciones de cómo pensamos y estamos en nuestro mundo. En pugna con otros actores, constituyen articuladores fundamentales de cambios sociales “desde abajo”. Su intervención en la arena de debates o en la agenda social se realizará, en buena parte de los casos, a través de su saber-hacer o de su saber-cómo, de su práctica (Heller, 1987). Por ello, las redes agroecológicas pueden ser consideradas como laboratorios agroalimentarios: bien porque ofrezcan nuevas soluciones a viejos o renovados problemas; bien porque son indicadores o referencias para la ciudadanía o los productores agroalimentarios que, descontentos de una situación, buscan nuevas formas de co-responsabilizarse de cómo nos alimentamos. De ahí que, al margen de su presencia cuantitativa, el interés del estudio y acompañamiento de estas redes reside en ir conociendo -y acompañando- aquellos paradigmas agroecológicos que emergen como propuestas agroalimentarias para una sustentabilidad extensa -social y medioambiental-. En materia de producción y consumo, prosperan formas de organización que ligan a agricultores agroecológicos con redes sociales de barrio o familiares. Estas resistencias agroalimentarias tienen su expresión visible en su contestación al avance de mercados oligopólicos, basados en el formato de distribución comercial de grandes superficies, y a la insostenibilidad ambiental de una agricultura convencional (Calle, Soler y Vara, 2009). Al trascender las protestas de pequeños agricultores y ganaderos por la caída de rentabilidad de sus explotaciones o las campañas frente al apoyo gubernamental a la producción transgénicas, nos encontramos que buena parte de estas propuestas tienen su razón de ser en una satisfacción integral de necesidades, que son tanto materiales como de búsqueda de espacios más horizontales de relación, sea en sus formas de articular a productores y consumidores, como en la constitución asamblearia de estas cooperativas en la que se cuestionan otros ejes de poder, como el patriarcado. Más aún, en algunos casos tenemos planteamientos dirigidos a crear nuevas instituciones alimentarias, de apoyo público y gestión comunitaria, como pueden ser los sistemas participativos de garantía que enfatizan la participación de ciudadanos, técnicos y productores como vía fundamental para determinar qué es sostenible, y merece ser fortalecido, desde un punto de vista ambiental, social o económico (Cuéllar y Calle, 2009). 3 Desafecciones y desagrarizaciones A la desafección a las formas tradicionales de la política se une en los países del norte la desafección alimentaria, como respuesta, por una parte, a las alarmas alimentarias -vacas locas, dioxinas, etc.- y, por otra parte, a un modelo de sistema agroalimentario global e industrial, a las políticas nacionales e internacionales agrarias, al modelo de gestión de los recursos naturales y del territorio rural, el modelo de desarrollo urbanístico, etc., que desde los nuevos planteamientos se perciben como un todo que afecta en lo local y en lo global a lo agrario y a lo urbano, al consumidor y al productor. En los países enriquecidos, las alternativas alimentarias agroecológicas están vinculadas a procesos ciudadanos de descontento ciudadano o “desafección alimentaria”. Las expresiones colectivas de esta desafección se concretan en la creación de sistemas agroalimentarios alternativos, canales cortos y nuevos movimientos sociales agroecológicos. Esta “desafección alimentaria hace alusión a un proceso social protagonizado por quienes comen y no producen su propia comida, dependiendo de un complejo sistema agroalimentario, crecientemente industrializado y globalizado, que les ofrece en masa alimentos estandarizados, anónimos y alejados, a través del mercado” (Soler y Calle, 2010). A esto se unen, además, la desagrarización productiva y cultural. La desagrarización productiva proviene de un proceso histórico de modernización agraria y de emigración en los momentos de 4 modernización e industrialización de la sociedad y la economía española que sustituía a la sociedad agraria tradicional (Naredo, 1996). La Política Agraria Comunitaria -PAC- con sus criterios modernizadores y productivistas ha conducido a la concentración, intensificación y especialización dentro de la agricultura, “racionalizando” el sector a través de la competitividad; aunque aquella PAC ha sido corregida social y territorialmente por una nueva política de desarrollo rural europea que, además, incorpora, al menos formalmente, la dimensión de la sostenibilidad. Así, podemos hablar de una realidad dual, en la que el discurso oficial y más visible se remite a la ambientalización de la agricultura mientras que la realidad productivista es la que domina el terreno de las inversiones y la influencia política. Por otro lado, está la desagrarización cultural (Gallar y Vara, 2010). La distancia -entre lo rural y lo urbano, entre la agricultura y la ciudadanía- y el tipo de acercamiento -turismo rural, consumo mediado por el sistema agroalimentario industrial- son elementos fundamentales en la percepción y el imaginario construido en torno a la agricultura y la ruralidad. Igualmente importante es la propia invisibilidad de la agricultura -productivista, intensiva, cada vez menos integrada en el uso del territorio y más en el uso de inputs externos, la agricultura cada vez más como negocio y menos como forma de vida-, dentro de una sociedad rural cada vez más similar y con culturas e imaginarios más compartidos -a través de la educación, los medios de comunicación y los transportes-. La desagrarización cultural responde y conduce a un distanciamiento profundo con respecto a los procesos biológicos y sociales involucrados en la producción de alimentos. De manera concreta y cercana, esta desagrarización cultural nos sitúa en un contexto de alienación sobre nuestra alimentación, sobre el origen y los modos de producción de nuestra comida. Significa desvinculación con respecto al medio rural, territorio de producción de alimentos y de cultura. Además, este distanciamiento con respecto a la agricultura nos aleja de uno de los vínculos esenciales de la especie humana con la naturaleza, con los procesos ecológicos. Todo esto conduce a la creación de unos imaginarios sobre la producción de alimentos que poco tiene que ver con los modos de producción industrial que son efectivamente los que abastecen al sistema agroalimentario. Un sistema en el cual los consumidores estamos inmersos de manera habitual -a no ser que se busquen alternativas específicas de consumo- y que mantienen, en cierto modo, dentro del desconocimiento de esos modos reales de producción, una imagen idealizada e idílica de la agricultura y de la ruralidad; una imagen basada en las imágenes tradicionales, en los recuerdos personales, en los nuevos acercamientos como turistas rurales, en los medios de comunicación pero también influidos por las estrategias de publicidad que pretenden otorgar una imagen de “naturalidad” y calidad a sus productos. Un imaginario agrario de lo rural marcado más por las tendencias post-productivistas de los productos “locales, tradicionales, típicos o con denominación de origen” que por la nueva agricultura industrial, invisibilizada en su producción pero incuestionable en los alimentos transformados del supermercado (Hervieu, 1997; Bové y Dufour, 2002). Este desconocimiento y la pérdida de interés y de referentes sobre la agricultura y la ruralidad es lo que llamamos “desagrarización cultural” (Gallar y Vara, 2010). Nos encontramos, por tanto, en un contexto de crisis agraria y alimentaria en el que los productores se ven atrapados por el círculo vicioso de la modernización y la competitividad -amenazados permanentemente con la exclusión profesional, personal y territorial-, tratando de adaptarse a las dinámicas de la industria agroalimentaria y las lógicas generadas por el poder de la gran distribución globalizada. Mientras que los consumidores se ven acosados por los riesgos alimentarios. La sociedad del riesgo, la modernidad descontrolada y la globalización del sistema agroalimentario industrial llevan a la generación de miedo y desconfianza ante los alimentos, provocando lo que hasta ahora parecía algo paradójico: crisis alimentarias en contextos de abundancia (Guidonet, 2010). 5 Las respuestas asociadas a esta desafección alimentaria son tanto individuales como colectivas. Esta apropiación grupal o elaboración colectiva del sentido que concedemos a la alimentación dará paso a un abanico de estrategias individuales, las cuales a su vez estarán mediatizadas por las estructuras materiales y simbólicas que nos influyan. Con respecto al sistema agroalimentario, los consumidores se moverán entre la integración según las pautas que dicta el gran mercado -integración que puede ser a su vez festiva y aclamada o simplemente interesada por razones económicas-; la adaptación por no tener otras referencias -en muchos casos buscando un ahorro, un llegar a fin de mes a través de la reducción de costes en la cesta de la compra-; o lo que denominaremos resistencias o expresiones alternativas -que serán individuales y colectivas-. El consumo se presenta como conformador de estilos de vida e interacciones sociales; y a la vez como reproductor de dinámicas de acumulación y de legitimación simbólica del capitalismo. Crea referencias para estilos de vida, oponiéndose o cortocircuitando la posibilidad de construir otras formas de sociabilidad. Induce descontentos de matrices materiales, expresivas y afectivas. Y también de relación con la naturaleza. No es de extrañar, por tanto, que, desde los 70, el ámbito del consumo sea “marco de la creación de nuevos movimientos sociales, de formas de convivencia” como afirma Alonso (2005: 81). Para quienes participan en las resistencias agroalimentarias la búsqueda de otras estrategias pone en juego no sólo un agenciamiento político, o meramente productivo, sino social e incluso emocional y afectivo -auto-estima, reconocimiento en un grupo social, eliminación de ciertos desasosiegos-. Las reacciones individuales se reflejan en modificaciones en los hábitos de compra y consumo que muestran una revalorización de ciertos atributos de calidad y seguridad asociados a lo natural, local, artesanal, ecológico o auténtico. Estos valores son fácilmente transformados en nichos de mercado captados y desarrollados por los principales agentes del sistema alimentario globalizado. Las grandes superficies comerciales ofertan productos ecológicos con marca blanca, se crean nuevas franquicias de productos dietéticos, la industria diseña alimentos funcionales, etc. Pero en ocasiones, esta desconfianza tiene otras bases y otras propuestas colectivas y globales en forma de consumo constructivo. El consumo constructivo es una forma de acción colectiva capaz de articular discursos y prácticas enfrentadas al modelo hegemónico de desarrollo, tanto desde los movimientos antiglobalización como desde descontentos más directamente involucrados en la cuestión agraria. Así, todos los movimientos confluyen en plantear una resistencia directa a la globalización capitalista y a sus implicaciones sociales, ecológicas, económicas y culturales en lo local y en lo global. En todos los casos es reconocible un anclaje a la cuestión agroalimentaria desde diferentes ángulos, con distintos intereses y reclamaciones específicas, que confluyen, sin embargo, en una hipersensibilidad al poder y el planteamiento de nuevas formas de consumo y acción social colectiva que afecta a lo individual a través de la creación de polos de opinión y discursos contrahegemónicos capaces de generar imaginarios muy distintos a los dominantes. Los intereses de agricultores y consumidores en el sistema agroalimentario globalizado quedan subordinados, desatendidos, y es desde estos dos colectivos desde donde están surgiendo iniciativas colectivas orientadas a generar estilos agroalimentarios alternativos. Estos estilos agroalimentarios alternativos están guiados por valores y fines distintos a los imperantes en el modelo globalizado e implican formas de manejo agrario, estructuras de comercialización, así como relaciones entre los distintos agentes y actividades alternativas. 3.1 Movimientos globales Desde las redes de protesta más cercanas a lo que se ha venido en llamar “movimiento antiglobalización” surgen redes alternativas de consumo -Xarxa de Consum Solidari, Ideas, etc.- y acciones del movimiento ecologista -Ecologistas en Acción, Greenpeace, plataformas ecologistas 6 locales, etc.- que, principalmente, nos proponen iniciativas que tienen como objetivo la promoción de estrategias individuales y colectivas hacia un consumo guiado por criterios medioambientales, sociales y de reducción del propio consumo. Estos nuevos movimientos globales -con el ecologismo al frente- problematizan el consumo como alienante y reproductor del sistema actual, proponiendo el consumo responsable, el comercio justo y la soberanía alimentaria como ejes de acción y reflexión hacia el desarrollo sustentable. Los nuevos movimientos sociales también tienen también una mirada crítica con respecto a la globalización del sistema agroalimenario desde referentes más novedosos relacionados con propuestas de decrecimiento o deglobalización (ver Calle 2007, 2009). Estos nuevos movimientos sociales son capaces de aglutinar diferentes perspectivas llegando a encontrar “ideas-fuerza” reconocibles por una pluralidad de organizaciones y enfrentándolas con un discurso complejo e integral, como ocurre, por ejemplo, con la cuestión de los transgénicos. Diferentes plataformas locales han proliferado a lo largo del estado español considerando que la entrada de los OGMs significa riesgos para la salud, daños al medio ambiente, una amenaza para la agricultura sostenible y para la propia subsistencia de millones de familias campesinas. Así, el 18 de abril de 2009 se celebró en Zaragoza la primera manifestación estatal contra los transgénicos. Se dieron cita cinco mil personas, productores y consumidores, a título individual o integrantes de colectivos sociales -sindicatos agrarios, organizaciones de consumo y ecologistas, principalmente miembros de Plataforma Rural- para dirigir una fuerte crítica al papel que ejerce el gobierno español como garante e impulsor de una política europea pro-transgénicos, respaldando ensayos y cultivos de transnacionales como Monsanto, en contra del criterio de países como Francia o Alemania. Con ese mismo carácter local-global, multisectorial y de crítica a la mundialización alimentaria aparecen las declaraciones de Zonas Libres de Transgénicos, realizadas en Asturias, País Vasco, Canarias, Baleares y más de cincuenta municipios. Una articulación de actores e intereses que se condensa por ejemplo en dos iniciativas de la Plataforma Rural como son “Supermercados, no gracias” y la construcción de una “Alianza por la soberanía alimentaria de los pueblos” –a partir también del mandato de Vía Campesina en el Foro de Nyelení-. La primera es una clara problematización del sistema agroalimentario desde el consumidor “atrapado” en las grandes superficies que paulatinamente controla más fases y más parte del mercado. Es una campaña que, además, ha contado con la participación de redes sociales del ámbito “antiglobalización” en su desarrollo en poblaciones urbanas como en Barcelona. Allí nos encontramos, al margen de Sodepau, Sodepau, Veterinaris sense Fronteres y la Xarxa de Consum Solidari, con ONGs como Enginyeria sense fronteres, Observatori del Deute en la Globalització -ligado a la campaña ¿Quién debe a Quién? Embarcada en temas de deuda ecológica y deuda externa- y SETEM Catalunya -que coordina la campaña Ropa Sucia frente a las transnacionales del textil-. La segunda es una campaña que está en construcción actualmente de manera regional -auqneu de manera coordinada estatalmente- que reúne a todos aquellos actores locales y regionales que están involucrados en la construcción de la soberanía alimentaria; iniciativa que está apoyando una semana de acciones concretas sobre soberanía alimentaria y contra los trasngénicos de cara a la segunda manifestación estatal -convocada por Plataforma Rural y Greenpeace- en Madrid el día 17 de abril, día de la lucha campesina. 3.2 Articulaciones agroalimentarias alternativas Por parte de los y las productoras, en estas iniciativas alternativas se cuenta con aquellas que no ceden a abandonar la profesión agotados por la espiral productivista ni a incorporarse a ella como tabla perversa de salvación: se cuenta con aquellos productores que, siguiendo una lógica campesina, desarrollan estrategias individuales diferenciadas y autónomas de manejo y comercialización agraria que conforman una heterogeneidad de prácticas invisibilizadas y no 7 valoradas tanto por los análisis académicos como por las políticas institucionales. Son múltiples las estrategias que siguen los agricultores y ganaderos para “buscarse la vida” y mantenerse ligados al campo: estrategias familiares de diversificación de ingresos mediante la pluriactividad y la agricultura a tiempo parcial, sistemas de manejo campesinos asociados a bajos insumos, diferenciación de sus productos como artesanales, naturales, ecológicos, venta directa o canales cortos de comercialización. Pero más aún, hay quienes profundizan en esa resistencia y pasan a la denuncia pública del sistema agroalimentario globalizado a través de las organizaciones profesionales agrarias de discurso neo-campesino y otros movimientos agrarios. E incluso hay quienes forman parte activa de la redefinición de ese mismo sistema agroalimentario; distintas iniciativas de agricultores centradas en la producción campesina y ecológica y la comercialización directa sobre la base de la confianza y relaciones de poder más equilibradas con los consumidores comienzan a darse: la iniciativa ARCo en el seno de la COAG 1 o la comercialización de alimentos ecológicos frescos locales a grupos o redes de consumo son dos claros ejemplos de organización colectiva pero no las únicas. Las propuestas agroecológicas en el ámbito productivo implican relaciones intersectoriales y entre agentes alternativas, así como una inserción en los mercados diferente a la predominante en los mercados convencionales. Estas praxis impulsan así una redefinición y ampliación del objeto de análisis de la agroecología. La agroecología ha pasado de centrar su atención en el ámbito de la producción en finca en el medio rural a considerar el sistema agroalimentario y, por tanto, la alimentación como el objeto de estudio y praxis. Los canales cortos de comercialización alimentaria pueden ser definidos como “las interrelaciones entre actores que están directamente implicados en la producción, transformación, distribución y consumo de nuevos alimentos” (Renting et alt, 2003). El acortamiento del canal implica un acercamiento no sólo o exclusivamente en términos de distancia física, si no en distancia funcional y cultural entre el productor y el consumidor. No se trata exclusivamente de reducir el número de intermediarios que separan la finca del plato de comida, sino sobre todo de reequilibrar el desigual poder entre los agentes implicados en la cadena de valor. De hecho, podríamos afirmar que Carrefour ha “acortado” la cadena respecto a la comercialización tradicional ya que las grandes empresas de distribución comercial desempeñan actualmente tanto las tareas de los mayoristas como de los minoristas, reduciendo los intermediarios entre los productores y los consumidores. Sin embargo, los productores se encuentra muy alejados de los productores, no sólo en distancia física, si no en términos de información y capacidad de interacción. La rearticulación de la producción y el consumo bajo criterios de proximidad, confianza y sostenibilidad a través de canales cortos de comercialización se identifica como pieza clave para los agricultores familiares y, por tanto, para el desarrollo rural (van der Ploeg et alt, 2000, Marsden et alt, 2000, Renting et alt, 2003). La investigación en este tipo de redes alimentarias ha estado muy unida pues a la búsqueda de alternativas para las producciones agroganaderas más vulnerables ante los procesos de globalización alimentaria. Por este motivo, los estudios sobre canales cortos de comercialización se han venido cruzando con el debate sobre la agricultura y ganadería ecológica como alternativa productiva. En el ámbito andaluz nos encontramos con un conjunto plural de iniciativas y experiencias que proponen diferentes alternativas al sistema agroalimentario global. Todas estas experiencias giran en torno a una potente apuesta colectiva por poner en marcha modelos de relaciones en torno a la alimentación que construyan redes e intercambios desde la proximidad. Son creatividades resistentes2 que desde el descontento, la crítica, la protesta y la desconfianza hacia el entramado 1 http://www.coag.org/index.php?s=html&n=40a5ee9d0785b9a0cbfe683903705df1 2 Término propuesto desde las dos estrategias convergentes “resistencia y creatividad” que Shiva (1997) cita como símbolos en su denuncia contra la biopiratería y que Kloppenburg (2008) recoge como necesarias en labor cotidiana 8 agroalimentario dominante pasan a una categoría de acción social colectiva que, con una dosis de creatividad, conforman experiencias de organización – en mayor o menor grado de complejidadbasadas en otros códigos de funcionamiento y principios diferentes al comercio global. Enmarcadas en el ámbito de la agricultura rural -pero también en las antiguas y nuevas formas de agricultura urbana- emergen iniciativas que responden a modelos de articulación de producción y consumo en clave de cooperación social. Se nos presentan multitud de modelos en los que se dibujan diferentes estrategias a la hora de abordar una propuesta alternativa al sistema agroalimentario dentro de unos límites de localidad. Una sistematización de dichos modelos la encontramos en el trabajo de Vázquez y Pérez (2008) en la que nos presentan nueve modelos diferentes, convergentes y compatibles en una o varias experiencias. Formas de organización muy distintas, con niveles de implicación muy diferentes, con mayor o menor contenido y orientación política directa y contrahegemónica, con o sin participación de instituciones públicas, etc. Hay asociaciones y cooperativas de consumidores solos organizados para realizar pedidos de productos ecológicos, y otras que unen a productores y consumidores para consolidar una relación de estabilidad y confianza mutua; hay formas de comercilaización por “cestas” o “pedidos” definidos por los productores y productoras sobre un precio fijo y con un compromiso mutuo de calidad, permanencia, oferta mínima, etc.; también existe la opción del “consumo social” fomentado por las administraciones públicas para el consumo de productos ecológicos en colegios y hospitales; las Bioferias son otra forma de comercialziación y articulación de productores y consumidores, además de cumplir una función propagandística y visibilizadora de estas alternativas; e igualmente se reconocen los canales clásicos de tiendas o puestos de mercado de abastos en los que se pueden adquirir productos ecológicos locales y de fuera. Otra opción más son los huertos de ocio y los huertos escolares en los que se practica la agricultura urbana en la medida de las posibilidades de os públicos con los que cuentan. Por último, consideraríamos las cooperativas y colectivos agroecológicos más politizados, preocupados por los mecanismos de autogestión y vinculación entre lo rural y lo urbano, que veremos en el siguiente epígrafe. 3.3 Cooperativas agroecológicas Partiendo de las iniciativas surgidas en Japón -los grupos Teikei-, la “agricultura apoyada por la comunidad” y otras iniciativas en Estados Unidos -“CSA”: comunnity supported agriculture- y la articulación entre productores y consumidores de los AMAP en Francia -Associations pour le Maintien d’une Agriculture Paysanne- surge en Madrid el colectivo Bajo el Asfalto está la Huerta -BAH!3-. En Andalucía contamos con varias experiencias de este nuevo cooperativismo agroecológico, todas ellas iniciadas después del 2004. Dos estarían aún en su tercer año de andadura: Crestas y Lechuga -Sevilla- y La Rehuerta -Córdoba-. Y otras dos contarían con cuatro y cinco años de experiencia, respectivamente: La Acequia en Córdoba y Hortigas en Granada. Todas ellas son experiencias vinculadas a la agricultura urbana, con una alta carga de militancia política y social, y un discurso sistematizado sobre la “recampesinización” de la agricultura, de lo rural y de lo urbano, y de la sociedad en su conjunto: se trata de “ruralizar la ciudad en el sentido de reintroducir usos y lógicas campesinas del territorio y devolver el espacio a una «escala humana» en donde se fortalezcan las comunidades locales” (López y López, 2003:62) Practican un manejo agroecológico de los recursos naturales -con especial atención a la biodiversidad cultivada, incluyendo prácticas culturales y recuperación de semillas tradicionales a de movimientos como Vía Campesina. 3 http://bah.ourproject.org/ 9 través de bancos de semillas propios- para obtener una producción de, principalmente, verduras y hortalizas, que son distribuidas y consumidas por la colectividad que conforma las cooperativas. El sistema de distribución es conocido como “cestas básicas”, que en este caso, son lotes -de diversos productos de temporada- resultantes de la división de la cosecha semanal en partes iguales para sus integrantes. Toda la producción semanal es repartida, evitando así la obtención de excedentes. El valor monetario de la cesta se decide colectivamente y no depende de la cantidad de verdura recibida sino que es una aportación, en forma de cuota, para posibilitar el sostenimiento del proyecto. Es un intento de integrar y de generar intereses comunes y no contrapuestos entre la producción y el consumo; una forma de economía solidaria. Esta reversión de la lógica del precio y de los excedentes a fin de evitar la acumulación de capital genera un sustrato para establecer la base de la relación económica “producción-consumo” en el apoyo mutuo y en la confianza y no en el beneficio económico a costa de necesidades básicas. Como iniciativas sociales, proponen una práctica de la democracia apostando por la horizontalidad en la toma de decisiones -asambleas, decisiones por consenso-, por un funcionamiento en pequeños grupos -comisiones, grupos de consumo, grupos de producción- y por una comunicación cotidiana y retroalimentación cíclica “grupos-asamblea-grupos”, con efecto multiplicador y participante. El sistema se basa en un compromiso adquirido por todos los cooperativistas: una gestión conjunta y una corresponsabilidad, tanto en la producción como en el consumo. En la mayoría de las cooperativas, el trabajo agrícola es asumido por un grupo específico el cual es retribuido por su labor -independientemente de la producción-, y los consumidores de integran en grupos de consumo dentro de una red de distribución local, de proximidad -principalmente de los barrios urbanos-. Hay una intención de cambiar la forma de vivir las relaciones económicas y de entender la agricultura y la alimentación llevando los ciclos naturales a la mesa de los miembros del colectivo modificando sus hábitos de consumo, involucrándose en la producción desde el manejo colectivo de la huerta hasta la planificación agrícola, posibilitando el consumo de productos ecológicos a personas con menos recursos, promoviendo la participación política, la reflexión crítica y la acción colectiva. Hablamos de entre trescientas veinte y trescientas cincuenta personas y de apenas cuatro grupos. Podría parecer atrevido analizar estas experiencias como nuevos cultivos de cooperación social. Pero, en primer lugar, hablamos desde la perspectiva de una incipiente herramienta que en los últimos siete años ha cobrado un notable auge en el estado español en paralelo, o como continuación, de las protestas globales o de campañas que reclaman “otros mundos” posibles -soberanía alimentaria, huella ecológica, crítica al poder de las transnacionales o la búsqueda de nuevos códigos políticos son temáticas inherentes a estos espacios-. A pesar de juventud, tienen ya un impacto en el apoyo de otras redes sociales críticas: participación en la organización de eventos como la IV Feria de Biodiversidad Andaluza celebrada en Encinarejo -Córdoba- o las Jornadas contra la Co-existencia con cultivos transgénicos en Sevilla, ambas en 2007; iniciativas de sensibilización como “Con la comida también se lucha”; proyectos de investigación relacionados con el manejo agroecológico de huertas, entre otras. En lo que respecta a su praxis, tres son los rasgos significativos que identifican estas cooperativas y nos sirven para diferenciarlas de otras iniciativas (agro)ecológicas. Su organizarse desde una proximidad -global-, su intento de relacionarse desde una horizontalidad -interna y externa-, y su hacer desde una des-mercantilización -manejos comunales y redes de apoyo- en la satisfacción de nuestras necesidades básicas. Al referirnos a una proximidad -global- destacamos la constitución organizativa de estas cooperativas -como asambleas de grupos de afinidad y consumo de entre cinco y quince personas- y la priorización absoluta de la cercanía -renunciando a productos o insumos “lejanos”, potenciando las redes de proximidad en sus contactos-. Todo ello, sin menoscabo de una visión global: integral -se vincula con problemáticas de precariedad, creación de tejido local, urbanismo- y mundial -en contacto con encuentros y discursos alrededor de la soberanía alimentaria y de redes como Vía Campesina-. 10 Su hiper-sensibilidad frente al poder, deja su huella en una búsqueda de horizontalidad a la hora de tomar decisiones, tanto en aspectos organizativos -el trabajo de comisiones o comités está muy supeditado a las asambleas de coordinación y al trabajo en el interior de los grupos- como metodológicos -consensos, apuesta por grupos pequeños para alentar la expresión y la igualdad de género, entre otras-. Y, por último, la des-mercantilización se haya presente en la forma de adquisición de tierras -preferentemente cesión u ocupación, también trueque y alquiler-, en la problematización de las cuotas como elemento que no ha de limitar la participación de otras personas, y en el acceso a los bancos de semillas o a otros insumos. 3.4 Resistencias cotidianas ocultas Hasta aquí hemos hecho un repaso de las alternativas y respuestas que están surgiendo a la modernidad actual -en sus formas de sociedad del riesgo, modernidad reflexiva, posmodernidad, sociedad postindustrial, valores postmaterialistas, etc.- desde los movimientos sociales y articulaciones que se crean en torno a la desafección política y la desafección alimentaria -en un contexto de desagrarización productiva y desagrarización cultural-. Hemos querido profundizar en la visibilidad de procesos sociales que cuestionan desde “lo político” “la política”, construyendo nuevas formas de participación y de acción colectiva desbordando las nociones de socialidad, de necesidades básicas, la relación con la naturaleza; cuál es lugar de la ciudadanía ante una agricultura que sirve de mediadora entre la sociedad y la naturaleza, entre la alimentación y la ruralidad, etc. Más allá de los movimientos sociales tradicionales con sus formas de hacer y su compromiso con el imaginario del modelo de desarrollo hegemónico corregido por el acceso a sus frutos, los nuevos movimientos sociales se establecen como “laboratorios sociales” en los que probar nuevos estilos de vida, nuevas formas de democracia radical y nuevas formas de relacionarse con los recursos naturales y el territorio -local y global- desde lo agroalimentario como forma de cuestionar el modelo de sociedad. En este trabajo hemos querido ofrecer una mirada un tanto distinta a la habitual para observar y comprender estos movimientos sociales globales, interpretándolos no sólo como actores sociales ocupados en la generación de agendas políticas sino que hemos querido reconocer los propios lenguajes radicales que tienen parte de estos movimientos capaces de aglutinar nociones teóricopolíticas a distintos niveles y escalas, y siendo capaces ellos mismos de ser experimentos de sociedad en sus formas de vida. Nos parece importante reconocer las expresiones cotidianas y disruptivas de los nuevos movimientos globales más allá de los hitos mediáticos con que normalmente son identificados (Calle, 2005). Por otro lado, no afirmamos con esta visión más amplia que cualquier “discurso oculto” (Scott, 2003) que mantenga una economía moral o una crítica compartida con respecto a las autoridades haya de pensarse un movimiento social. Lo disruptivo ha de ser manejado explícitamente dentro del campo de lo político, considerado este campo como los flujos simbólicos -decir-, culturales -ser y hacer-, emocionales -sentir- y estructurales -tener y estar- sobre los que los individuos construyen su agencia, individual y colectivamente, para la satisfacción de sus necesidades básicas. Todo esto nos lleva a plantear la necesidad de un marco teórico y epistemológico capaz de reconocer elementos de resistencia, comunidad, articulación de estilos de vida, discursos ocultos y formas de participación política que a priori no se corresponden con las miradas clásicas sobre “lo político”. Hasta este momento hemos hecho el esfuerzo de tratar de reconocer características nuevas y nuevos movimientos sociales, ampliando la noción de movimiento social a través de los 11 paradigmas de la democracia radical y de la agroecología. Es nuestra intención continuar graduándonos las gafas epistemológicas para distinguir elementos de resistencia en aquellos gestos y discursos ocultos que no tienen una vinculación directa con una sistematización de sus propiso contenidos políticos de acuerdo a nuestras propias categorías sociológicas o las que marcan los laboratorios sociales que hemos considerado en este trabajo. Nos interesa valorar la apuesta por el reconocimiento de un cuestionamiento de las certidumbres y la eclosión de discursos latentes o que se están forjando en nuevos sujetos sociales no “convencionales”: “por debajo y detrás de las fachadas del antiguo orden industrial, que en ocasiones todavía están rutilantes, tienen lugar cambios radicales y nuevas rupturas, no de forma completamente inconsciente, pero tampoco plenamente consciente. Estos cambios podrían compararse a un personaje colectivo ciego sin bastón ni perro, pero con olfato para saber lo que es personalmente correcto e importante y que como tal, si se generaliza, no puede ser totalmente falso. Esta no-revolución semejante a un ciempiés está en marcha. Se expresa en el ruido de fondo de las disputas en todos los niveles y en todas las cuestiones y grupos de discusión, en el hecho, por ejemplo, de que ya nada “se dé por sobreentendido”” (Beck, 2001:37-38). Eso incluso en aquellos casos en que no hay más que una “desafección”, un desasosiego cultural o personal, una reinvindicación íntima o puntual. De todos modos, para que se puedan ir forjando nuevos sujetos sociales, un “nosotros”, parece que ha de haber algo más que una mera confluencia de intereses: la comunidad existe -como algo más que una asociación de individuos atomizados- a condición de tener “prácticas básicas compartidas, significados compartidos, actividades rutinarias compartidas implicadas en la consecución de significado” (Beck et al., 2008:182). La mirada sociológica y política debiera ser capaz de reconocer estos gestos, estas lógicas prácticas, para poder comprender el potencial de cambio social que poseen determinadas prácticas, discursos ocultos y formas de acción social opacas si no se poseen las claves de lectura correspondientes. Se trataría de indagar en los discursos ocultos para comprender la infrapolítica y los microforcejeos: “hasta hace poco se ha ignorado la vida política activa de los grupos subordinados porque se realiza en un nivel que raras veces se reconoce como político. (…) quiero distinguir entre las formas abiertas, declaradas, de resistencia, que atraen más la atención, y la resistencia disfrazada, discreta, implícita, que comprende el ámbito de la infrapolítica” (Scott, 2003:277). O incluso en términos gramscianos se trataría de descubrir el “buen sentido” del sentido común de las clases subalternas: buscar en las comunidades de sentido y de acción formas de participación (infra)política que no tengan coherencia ni sistematización dentro de una concepción política. Se puede aprovechar también el análisis de Mary Douglas (1998) acerca de las preferencias de consumo entendidas como forma de expresión cultural, de definición, identificación y confrontación de modelos sociales en pugna por la hegemonía social. Según esta autora, “cada aspecto de la forma de vivir y cada elección se pone a prueba en la lucha por hacer realidad un ideal cultural (…) La teoría de la cultura pone el acento en la capacidad que tienen los individuos de constituir la comunidad. Partimos de la idea de que todos los individuos están interesados de manera vital en el tipo de sociedad en la que viven. Todo acto de elección es también activo entre los intereses que entran en juego. Una elección es un acto de adhesión y una protesta contra un modelo de sociedad no deseado” (Douglas, 1998:40-41). Tampoco hay que infravalorar la capacidad de resignificación de los objetos de consumo cultural por parte de los consumidores, quienes, desde la perspectiva de Michel de Certeau (2000), son capaces de dotarlos de significados propios de acuerdo a sus intereses e interpretaciones de clase y su pertenencia a diferentes comunidades de sentimiento, generando una resistencia a la imposición de significados de la cultura dominante a través de una especie de “antidisciplina” cultural. Antidisciplinas y discursos ocultos de resistencia -como los que revela James Scott (2003)- que 12 deben buscarse a través de una mirada sociológica y política que evite y supere los análisis excesivamente rígidos de la teoría de la reproducción, o análisis que adolezcan del error sociológico del “miserabilismo”, según el cual las clases dominantes no tendrían intereses culturales propios, ejercerían un seguidismo cultural y social absoluto, y no tendrían capacidad de resignificación ni mucho menos de creación cultural- (Grignon y Passeron, 1992). Del mismo modo, tampoco hay que abandonarse al populismo sociológico en busca de sujetos sociales esenciales o ver resistencias donde en realidad lo que puede que haya sea una negociación y (re)construcción de las identidades y las culturas a través de la hibridación (García Canclini, 2008), capaz, de todas maneras, de albergar una construcción ideológica más o menos consciente de acuerdo a un proyecto cultural y político de la cotidianidad y del modelo de sociedad deseable. Así, parece apropiado anclar el escenario social de la lucha por nuevas formas de definición y obtención de las necesidades básicas en el reconocimiento de “nuevos” sujetos sociales: a) nuevos, por no haber sido reconocidos como sujetos y formas de resistencia hasta ahora: al estilo de los discursos de la subpolítica de Beck, de los dominados de Scott, o las elecciones de consumo como estilos de vida según Mary Douglas, donde tratemos de buscar elementos de comunidad y de acción política en la vida cotidiana, donde la sociología y politología clásica no los veía, cautiva de sus propias prenociones miserabilistas y populistas (Grignon y Passeron, 1992); b) nuevos, al estilo de los nuevos movimientos sociales aquí considerados: colectivos sociales de carácter abierto y creadores de estilos de vida: nuevas comunidades específicas con intereses locales, más o menos conscientes y definidos, en torno al consumo, el modo de vida, el medio ambiente, la convivencia y las necesidades básicas. En esa búsqueda de elementos de resistencia para la sustentabilidad, la Agroecología es uno de los enfoques que guían estas líneas acerca del manejo ecológico de los recursos naturales, la cuestión ambiental, la ecología política y las dimensiones técnicas, económicas, sociales y culturales del cambio social hacia una sociedad más sustentable. Entendiendo la agroecología como el manejo ecológico de los recursos naturales basándose en propuestas de desarrollo participativo y endógeno que caminan hacia la sustentabilidad (Sevilla Guzmán, 2006), reconocemos que el enfoque agroecológico es un referente para iniciativas de resistencia frente al contexto neoliberal de la agricultura, la alimentación y el modelo de desarrollo hegemónico. La Agroecología se conforma como herramienta de reflexión y de preocupación analítica del sostenimiento de las comunidades y del entorno natural en el que se desarrollan y del cual obtienen los recursos necesarios para la reproducción de sus propias vidas. De este modo, podemos citar la propuesta del concepto de desarrollo generado desde la agroecología “se basa en el descubrimiento, sistematización, análisis y potenciación de estos elementos de resistencia locales al proceso de modernización, para, a través de ellos, diseñar, en forma participativa, esquemas de desarrollo definidos desde la propia identidad local” (Guzmán et al. 2000:139). 4 Conclusiones La globalización neoliberal y la ampliación de los efectos perversos –a pesar de los progresos que logra- de la modernidad en lo social, lo económico, lo ecológico y lo cultural han llevado a la impugnación del modelo de desarrollo y la creación de imaginarios alternativos. Nuevos estilos y nuevos marcos programáticos que buscan alternativas. Por debajo de las grandes agendas mediáticas, las personas forjan, en sus múltiples interacciones cotidianas, emociones y representaciones acerca del mundo, y de cómo acceden en él a sus necesidades básicas, ya sean de tipo material -subsistencia-, expresivo -libertades-, afectivo -identidades y lazos- o de relación con 13 su entorno físico -medioambientales-. En ocasiones, la insatisfacción de estas necesidades provoca el surgimiento de descontentos sociales. Si esos descontentos no encuentran formas de canalizarse dentro del actual orden social, las personas, a poco que acompañe el contexto cultural y el acceso a algunos recursos, se organizarán en redes sociales críticas, embriones de movimientos sociales o de espacios de socialización alternativos. Nuestro interés en observarlas radica en su papel histórico como herramientas para la construcción de otras “gramáticas” de democracia: otros contenidos, otros derechos, otras esferas de decisión, otras formas de vincularnos e incidir en lo social. Visiones preñadas de descontento pueden conducir a la intensificación de ciertas relaciones sociales con objeto de construir redes críticas que protestan o plantean alternativas en la satisfacción de dichas necesidades. Estas redes sociales críticas son, pues, embriones de movimientos sociales o de espacios de socialización alternativos, a poco que el contexto social y político sea propicio y dé resonancia a sus reivindicaciones. Bibliografía Alonso, L.E. (2005): La era del consumo, Madrid, Siglo XXI. Beck, U., et al (2008). Modernización reflexiva. Política, tradición y estética en el orden social moderno. Madrid: Alianza. Beck, U., (2001). La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Barcelona: Paidós. Beltrán, M. 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