LA REBELIÓN DE LAS Introducción MASAS

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LA IDEA DE CONSUMO EN LA REBELIÓN DE LAS
MASAS DE ORTEGA Y GASSET
Introducción
Esta comunicación toma como referencia el modelo de individuo descrito en La
rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset, para contrastarlo con el modelo que
parece caracterizar al capitalismo de consumo. El objetivo es mostrar que el ensayo de
Ortega ya anticipa algunas de estas características; aunque no lo hace de manera
sistemática, sino con su peculiar estilo. Por otra parte, el breve recorrido sobre algunos
puntos seleccionados de la trayectoria de Ortega permitirá situar algunos de los aspectos
de su propuesta en el campo filosófico y académico, para tratar de comprender, desde
esta clave, las limitaciones y potencialidades del texto.
Ortega y Alemania
Las categorías de élite, nobleza y masa que usa Ortega en su ensayo proceden,
como gran parte de su bagaje intelectual, de su formación alemana. En su primera
estancia becada en Alemania, Ortega asistió a las clases impartidas por Simmel (Gil
Villegas, 1996: 117). Aunque la experiencia fue muy breve, la obra del pensador alemán
ejercerá una gran influencia sobre Ortega. Para lo que aquí nos interesa, el concepto de
masa es perfectamente ubicable en la obra de Simmel; también lo es la idea de la
tragedia de la cultura, aunque su formulación en Ortega tiene unos orígenes mucho más
complejos (Gil Villegas, 1996: 214-224).
Gil Villegas (1996: 285-300) plantea una interesante valoración de Ortega como
outsider en el medio intelectual y académico alemán. Esta especial condición le habría
hecho más proclive a objetivar las contradicciones del campo, pero, a la vez, le impidió
desarrollar una filosofía sistemática “a la alemana”. De hecho, la metáfora que aplicó
Ortega a su maestro Simmel –otro outsider-, comparándolo con una especie de “ardilla
filosófica” (Gil Villegas, 1996: 127), serviría también para ilustrar las tradicionales
críticas al estilo y a la obra de Ortega. Pero el español no era sólo un outsider en el
campo académico alemán, sino que también se sentía extraño a la propia filosofía. Esta
consciencia de la incompatibilidad entre su identidad española y su vocación filosófica
fue muy temprana, ya en 1906 escribe a su padre: «Ahora estoy en, de, con, por, sin,
sobre Kant y espero ser el primer español que lo ha estudiado en serio» (Zamora
Bonilla, 2002: 51). La contradicción entre el yo filosófico y la circunstancia española
tuvo como vía de expresión la vocación pedagógica de Ortega. No obstante, la
pedagogía, como relación con su circunstancia, nunca encontró acomodo, quizás porque
el mismo Ortega no terminó de creer en ella: no fue capaz de renunciar a su ambición de
elaborar una filosofía sistemática, lo que no le permitió sentirse a gusto en el papel
pedagógico que se había impuesto.
Una de las consecuencias de lo expuesto es la elección de Ortega del formato
periodístico y del ensayo. Estos formatos obligan a dejar muchos cabos sueltos y,
debido a la misma libertad formal que permiten, los temas se suceden con vertiginosa
rapidez y vuelven a tocarse una y otra vez a lo largo del texto, confundiéndose los
enfoques en ocasiones, sin que quede muy claro si era esa la intención del autor o no.
Esta ambigüedad, que sirvió a Ortega para reivindicar ciertas ideas y afirmar con
desencanto: “ni siquiera los más próximos tienen una noción remota de lo que yo he
pensado y escrito” (Gil Villegas, 1996: 389), también dio pie a que fuera reclamado por
tradiciones intelectuales y políticas opuestas. Cuando Bourdieu (1991: 13-17) aplica la
noción de “pensamiento bizco” a la obra de Martin Heidegger, pretendía explicar cómo
las características singulares del campo filosófico alemán de la época condicionaban el
discurso, otorgándole una ficción de autonomía respecto a posibles interpretaciones
“profanas”. Bourdieu defendía que era imprescindible analizar la obra de Heidegger
desde la clave de la variación que introducía el campo filosófico, para poder relacionar
así el discurso filosófico y el discurso político que convivían en ella. En el caso de
Ortega, los condicionantes del discurso filosófico no son los mismos, dado que el estilo
del discurso, como ya hemos comentado, es muy diferente. Pero sigue siendo cierto que
la elección de los conceptos de análisis por Ortega no sigue criterios exclusivamente
filosóficos, sino también ideológicos y políticos. El “pensamiento bizco” que plantea
Bourdieu nos permite además penetrar en la ambigüedad de La rebelión de las masas
aceptando que, por ejemplo, el concepto de “masa” pueda significar varias cosas a la
vez, o en distintas partes del texto.
Sirva este pequeño excursus para situar el peculiar estilo y la espontaneidad con
que se expresa Ortega en La rebelión de las masas. Y también para justificar que, si
bien existían otros modos de expresarse y otras metodologías –no sólo filosóficas, sino
sociológicas y antropológicas-, estos registros no estaban al alcance de Ortega.
Delimitando el concepto de masa
Aterrizando ya en el texto de Ortega, conviene aclarar, en primer lugar, a qué se
refiere Ortega cuando habla de masas, ya que éste ha sido uno de los principales puntos
de conflicto para las distintas interpretaciones de la obra.
Ortega (1955: 41-43) señala como hecho más importante de su época la toma de
poder por parte de las masas. Esta rebelión de las masas se asocia intuitivamente a la
percepción de la aglomeración, de la invasión de los lugares antes reservados a minorías
por las masas. Aquí encontramos ya un primer apunte sobre consumo, ya que los
ejemplos con que Ortega ilustra el proceso (hoteles, ferrocarriles, teatros...) están
claramente asociados al consumo de ocio. Sin embargo, este concepto intuitivo y
cuantitativo de muchedumbre es tan sólo una primera aproximación visual que pronto
traslada Ortega a la sociología mediante lo que define como una transformación
cualitativa. Así, llega a la definición de “masa” como hombre-medio que no se
diferencia de los demás para, más tarde, extender al campo de la psicología la división
entre masa y élite (Ortega, 1955: 44). Ya hemos señalado anteriormente que la
aplicación del mismo término a los distintos campos induce a confusión, sobre todo
porque se alternan sus usos durante toda la obra y sólo a veces Ortega explicita a qué se
refiere. Sin embargo, la síntesis de estas distintas categorías es la disciplina y la
exigencia a uno mismo como oposición a la masa: “Lo característico del momento es
que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la
vulgaridad y lo impone dondequiera” (Ortega, 1955: 47). En este sentido, Ortega (1955:
84) presenta después una nueva acepción de masa: “De aquí que llamemos masa a este
modo de ser hombre –no tanto porque sea multitudinario, cuanto porque es inerte”. Es
importante la referencia de esta definición de masa como inercia, porque permite
conectar dos cuestiones aparentemente dispersas en el ensayo de Ortega. Este uso del
término “masa” procede de Simmel, como vimos anteriormente. Este pensador alemán
empleó dicho término asociado a la “tragedia de la cultura” (Gil Villegas, 1996: 176181), relacionando el proceso de nivelación social de las masas con la tendencia de la
modernidad a objetivar la cultura de forma alienante para el ser humano. De esta
manera, las masas no serían más que una manifestación de la inercia propia de una
cultura objetivada. Situar a Simmel como fuente de Ortega nos permite comprender por
qué la crítica a la especialización –concretamente en el hombre de ciencia- juega un
papel importante en La rebelión de las masas. La crítica al científico como prototipo de
hombre-masa permite reunir los dos problemas planteados (el hombre-masa y la
objetivación de la cultura) en una misma persona y relacionarlos directamente entre sí.
Como veremos en las causas de la rebelión de las masas, la relación entre ciencia y
técnica ocupa un primer plano en las contradicciones que originan la situación descrita
por Ortega, y no es casual su vinculación con la experiencia vital propia de la época.
En el terreno psicológico, la práctica del hombre masa queda definida por dos
rasgos fundamentales: “la libre expansión de sus deseos vitales [...] y la radical
ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia” (Ortega, 1955:
78), ya que las condiciones que le permiten esa libre expansión de sus deseos le parecen
“naturales”, no históricas: el hombre masa ha perdido su relación con el pasado. Ambos
rasgos guardan relación con lo expuesto acerca de la ciencia: la técnica posibilita un
desarrollo material único en la historia, lo que permite al ser humano superar su relación
de pura necesidad con respecto al medio; pero, por otra parte, esas mismas facilidades le
hacen desentenderse de las condiciones históricas (la cultura adquirida) que posibilitan
tal grado de desarrollo y que tan difíciles son de mantener. Conviene señalar que la
oposición masa-nobleza no define tipos de hombres distintos, sino tendencias
psicológicas presentes en el ser humano de la época: “ya somos dueños de lo que, a mi
juicio, es la clave o ecuación psicológica del tipo humano dominante hoy” (Ortega,
1955: 85). Conforme avanza el ensayo, Ortega (1955: 118) va aclarando más esta
cuestión y extiende su matización a las clases sociales: “Por “masa” [...] no se entiende
especialmente al obrero; no designa aquí una clase social, sino una clase o modo de ser
hombre que se da hoy en todas las clases sociales”1.
A efectos de su intervención en la vida pública, Ortega (1955: 109) señala una
estructura psicológica para el hombre-masa que tiene tres rasgos:
1. “una impresión nativa y radical de que la vida es fácil, [...] por tanto, [...] una
sensación de dominio y triunfo”.
2. “[esta sensación] le lleva a afirmarse tal cual es”.
1
La cursiva es mía.
3. “intervendrá en todo imponiendo su vulgar opinión sin miramientos, [...] es
decir, según un régimen de “acción directa””.
Causas de la rebelión de las masas
Ortega (1955: 53) combina en el origen del cambio social, motivos políticos y
económicos: “dos siglos de educación progresista de las muchedumbres y [...] un
paralelo enriquecimiento económico de la sociedad”. Estas nuevas condiciones de vida
harían que el europeo sintiera su existencia libre de trabas y limitaciones, tanto en lo
económico como en lo moral. La rebelión de las masas, el hecho de que éstas ejerciten
el poder que antes les estaba vedado –también porque ellas mismas se sentían incapaces
de ejercerlo-, está determinada estructuralmente, según Ortega (1955: 108-109), por el
modelo de vida que se desarrolla en el siglo XIX: “Esta resolución de adelantarse al
primer plano social se ha producido en él, automáticamente, apenas llegó a madurar el
nuevo tipo de hombre que él representa”. El siglo XIX era crucial para comprender el
proceso de especialización científica y sus repercusiones sociales, como el momento en
que se articulan una serie de procesos que existían previamente. Así, la tesis de Ortega
(1955: 77) vendría a afirmar lo siguiente: “tres principios han hecho posible ese nuevo
mundo: la democracia liberal, la experimentación científica y el industrialismo. Los dos
últimos pueden resumirse en uno: la técnica. Ninguno de esos principios fue inventado
por el siglo XIX, sino que proceden de las dos centurias anteriores. El honor del siglo
XIX no estriba en su invención, sino en su implantación.” Queda claro, por tanto, que la
correlación entre ciencia, capitalismo y liberalismo es la base de la contextualización
histórica que Ortega introduce en su análisis: el problema de la especialización es una
consecuencia estructural de la Modernidad, no una anomalía coyuntural que pueda
resolverse de forma aislada.
Por otra parte, la enorme eficiencia que tiene la nueva organización de la vida
que Ortega adjudica al siglo XIX –el liberalismo capitalista, según su perspectivaproduciría un efecto de naturalización. Esto tiene dos consecuencias: por un lado el
sistema se hace incuestionable, puesto que es natural; por otro, los fundamentos reales –
las condiciones de posibilidad- de dicho sistema dejan de tener importancia. De esta
manera, la sociedad ya no es un producto histórico, sino que es de la única forma que
puede ser, no tiene sentido cuidarse de ello (Ortega, 1955: 79). Esta desvinculación del
pasado, manifestación específica de la fragmentación de la vida moderna, y la
alienación del hombre tanto del proceso de producción como del proceso de consumo
impiden que tome conciencia global de la situación. Y no en sentido marxista –Ortega,
evidentemente, no lo es-: el hombre-masa se interesa por los productos modernos que se
le ofrecen, pero es incapaz de comprender el sistema completo que los hace posibles
porque no tiene una perspectiva de conjunto. No se ha esforzado en construirlo, le viene
dado: “En el fondo de su alma desconoce el carácter artificial, casi inverosímil, de la
civilización, y no alargará su entusiasmo por los aparatos hasta los principios que los
hacen posibles” (Ortega, 1955: 97). Al resultarle ajeno el esfuerzo, el proceso histórico
que hay detrás de toda conquista cultural, reclama los beneficios de ésta sin conocer su
coste real; pero incluso los beneficios le son ajenos: él no los crea, no los sostiene,
simplemente están ahí. La consecuencia de esta alienación desemboca así en una forma
de vida que tiene al capricho por norma y que, por tanto, “no es creación desde el fondo
substancial de la vida; no es afán ni menester auténtico” (Ortega, 1955: 180), es decir,
no es propiamente humana.
El ascenso de las masas y el modelo de individuo en la
sociedad de consumo
Una vez delimitado el uso del concepto, cabe preguntarse la amplitud del campo
al que se aplica. Cuando Ortega habla de las masas como un problema reciente, no
pretende que éstas sean una novedad. Lo novedoso es su acceso al poder, su primacía
social. Siguiendo la tesis de Ortega, si las masas han existido siempre y lo que las
caracteriza es el sentirse a gusto siendo como los demás, no destacando por nada, el
problema del ascenso de las masas no es su condición, sino el hecho de tratar de
imponérsela a unas minorías a las que antes reconocían su función rectora, sin poder, a
cambio, ocupar con garantías ese lugar: el peligro es la “masificación” de toda la
sociedad por la presión de las masas. “Ahora “todo el mundo” es sólo la masa”, escribía
Ortega (1955: 47). Por eso su descripción deja al margen –y es mucho margen- al
mundo campesino, centrándose en el mundo urbano. Esta restricción a lo urbano
(Ortega, 1955: 65) y lo que hemos visto anteriormente acerca de las causas de la
rebelión de las masas, nos permite ya ubicar claramente dicho suceso en el marco de la
crisis del capitalismo industrial. Pero, ¿quiénes son estas masas? Hemos dicho ya que
Ortega juega bazas, al mismo tiempo, en varios registros. Si queremos ceñir nuestro
estudio al consumo, debemos limitar los rasgos del hombre masa para tratar tan sólo los
que se refieran a este tema, aunque, de esta forma, entremos en contradicción con
algunas otras partes del texto.
Un primer factor fundamental que se puede observar desde el mismo comienzo
de La rebelión de las masas es la satisfacción de las necesidades básicas de gran parte
de la población. Este hecho no es nada trivial, por cuanto que abre la puerta al consumo
de otro tipo de bienes (Bocock, 1995: 76). Ortega afirma repetidas veces que el progreso
científico-técnico ha permitido unas condiciones materiales de vida impensables en
otras épocas. Esta circunstancia ha permitido que espacios antes reservados a las
minorías se vean ocupados ahora por nuevos usufructuarios. En este sentido, afirmar
que nuevos grupos sociales se incorporan al consumo de élites no equivale a decir que
se adoptan patrones de comportamiento antes exclusivos de las élites, sino tan sólo que
nuevos grupos acceden a productos antes reservados a ellas (Ortega, 1955: 50). El juego
simbólico, el papel que adquieren el consumo y esos bienes en la construcción de una
identidad social no es el mismo que para las élites en la época en que tal disfrute les
estaba reservado. Ahora bien, el acceso de estos grupos también transforma el
significado que el consumo tiene para las propias élites. En esta frase, Ortega (1955: 46)
señala que los cambios en los patrones de consumo son un síntoma más de un proceso
general que no se agota en esta actividad: “esta decisión tomada por las masas de asumir
las actividades propias de las minorías no se manifiesta, ni puede manifestarse, sólo en
el orden de los placeres, sino que es una manera general del tiempo”.
Las diferencias con lo que se denomina capitalismo de consumo son evidentes.
En la descripción de Ortega, al margen de la oposición élite-noble/masa, las clases
sociales siguen siendo categorías fundamentales en la percepción de la sociedad. En este
sentido, hay frases que “delatan” a Ortega (1955: 45-46): “en cambio, no es raro
encontrar hoy entre los obreros, que antes podían valer como el ejemplo más puro de
esto que llamamos “masa”, almas egregiamente disciplinadas”. El rol laboral sigue
siendo aquí el factor más influyente en la construcción de la identidad social de un
individuo. Sin embargo, que Ortega opte por una caracterización psicológica,
transversal a las clases sociales, da que pensar: en primer lugar, su propia elección le
permite anticipar tendencias que tan sólo son atisbos en el período descrito, pero que
después se desarrollarán ampliamente (es el caso del consumo); en segundo lugar, y a la
inversa, indica que, para ciertas cuestiones que quería resolver Ortega, este esquema
teórico se presentaba más apropiado. En resumen, la conexión entre una teoría sobre el
consumo y la sociedad realmente existente ya era posible –en realidad, lo era desde
principios de siglo en algunas zonas muy concretas (Bocock, 1995: 76), pero Ortega
generaliza esta situación a toda Europa-.
También el deseo, uno de los pilares que sustenta el consumo (Bocock, 1995:
112), aparece relacionado explícitamente con el nuevo orden social descrito por Ortega.
Así, una vez satisfechas las necesidades básicas, la sociedad no deja de fomentar el
deseo por incrementar el consumo: “El mundo que desde el nacimiento rodea al hombre
nuevo no le mueve a limitarse en ningún sentido, no le presenta veto ni contención
alguna, sino que, al contrario, hostiga sus apetitos, que, en principio, pueden crecer
indefinidamente.” (Ortega, 1955: 78). No es ésta la única mención al deseo en La
rebelión de las masas: aparece repetidas veces como medida de la “altura de los
tiempos” históricos (Ortega, 1955: 58-59), aunque este último uso tiene implicaciones
filosóficas que nos alejarían de nuestro tema. Al respecto, tan sólo como sugerencia,
sería interesante rastrear la idea del “crecimiento de la vida” que plantea Ortega (1955:
62-65), según la cual, las posibilidades que se abren al hombre del siglo XX son
inconmensurables y la vida efectiva que éste lleva a cabo es siempre una mínima parte
de esas posibilidades. Es la doble cara de la emancipación de la necesidad: la
independencia del entorno ofrece unas posibilidades reales inabarcables, por lo que la
necesidad de elección y la insatisfacción son constantes.
La generalización de la juventud como categoría social merece también mención
especial para Ortega (1955: 185): “Las gentes, cómicamente, se declaran “jóvenes”
porque han oído que el joven tiene más derechos que obligaciones, ya que puede
demorar el cumplimiento de éstas hasta las calendas griegas de la madurez”. Aunque
aquí no se muestra en relación al consumo, sí podemos observar ya algunas de las
características que harán de la juventud el grupo consumidor por excelencia a partir de
la segunda mitad del siglo XX.
¿Es posible concretar al hombre masa?
Ya hemos comentado anteriormente que el concepto de masa define una
tendencia psicológica, no un modelo cerrado de ser humano en la práctica. No obstante,
sí podría ser legítimo ver qué limitaciones ofrece en lo que respecta al consumo.
Dejando a un lado al hombre de ciencia, que responde, como hemos visto, a
otros intereses para la exposición, nos queda, a primera vista, el “señorito satisfecho”
como exponente del hombre masa. Sin embargo, aún admitiendo que la elección de tal
denominación tiene unas claras alusiones sociales, la descripción que se hace del
“señorito satisfecho” (Ortega, 1955: 108-117) parece ser más la de una manifestación
del hombre masa como tendencia: el “niño mimado”. Tratándose de Ortega, no
conviene desdeñar las alusiones que contiene el texto: si rastreamos significados
acordes con el tipo ideal “señorito satisfecho” (joven burgués acomodado que ha
heredado bienes, pero no responsabilidades), encontramos múltiples referencias en el
texto:

Entre los rasgos del hombre masa –que además Ortega considera comunes a la
aristocracia- destacan: “la propensión a hacer la ocupación central de la vida los
juegos y los deportes; el cultivo de su cuerpo –régimen higiénico y atención a la
belleza del traje-, falta de romanticismo en la relación con la mujer [...]” (Ortega,
1955: 111).

El hombre selecto apela a una instancia superior que lo trasciende. La elección de
esta instancia es libre dentro de su circunstancia, pero implica sometimiento. El
hombre masa no reconoce ninguna norma porque él es la norma (Ortega, 1955: 82).

En el apartado en que Ortega (1955: 110) ataca al hombre masa, presenta una
defensa más o menos velada de una moral ascética frente al lujo y al bienestar
material que la persona no es capaz de administrar.
¿Significa esto que Ortega estaba definiendo al “señorito satisfecho”, como tipo
ideal, cuando hablaba del hombre masa? No, probablemente tan sólo entreveía en él
algunas de las características de una tendencia que generalizaba a toda la sociedad, al
igual que en el campo político apuntaba a fascismo y bolchevismo como movimientos
de hombres masa. Lo cierto es que, tras la Segunda Guerra Mundial, el acceso de capas
de la población cada vez más extensas a una cada vez mayor variedad de bienes de
consumo, hizo que se extendieran los rasgos de un modelo de individuo que se
prefiguraba en una sociedad en la que, a pesar de estar en crisis –y precisamente por
eso-, se gestaba también un nuevo modelo social.
Conclusión
Ortega concluye La rebelión de las masas de un modo que le es muy
característico: el capítulo titulado “Se desemboca en la verdadera cuestión” (Ortega,
1955: 184-187) finaliza aplazando dicha cuestión para una ocasión más propicia. Tan
sólo apunta, reforzando una idea ya expuesta, que “Europa se ha quedado sin moral”: la
solución pasaría por trasformar a unas masas indisciplinadas en verdaderos seres
humanos que afronten su destino y se autoimpongan una disciplina. En cuanto a la
materialización de dicho programa, Ortega no es nada claro: su vocación pedagógica, de
marcado carácter elitista, nunca se acomodó a su circunstancia. No encontró ninguna
solución viable (Elorza, 2002: 180-187).
Pese a su enorme interés cultural, este ensayo es representativo del escaso
desarrollo de la sociología en la España de la época. Una sociología que quedaba en
manos de filósofos –y Ortega era indiscutiblemente el más destacado- que ejercieron de
maestros de una generación cuyos intereses, ya en el franquismo, se fueron desplazando
desde una filosofía que para entonces ofrecía menos posibilidades, hacia una sociología
como
dominio
menor
aún
por
explorar
(Moreno
Pestaña,
2008:
17-41).
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