2013 - Hermanos de la Sagrada Familia

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La interculturalidad como llamado y horizonte de misión para la Vida Religiosa.
Carlos del Valle, svd, Director de la revista Testimonio. Santiago de Chile
Introducción
La antropología, filosofía, ciencias de la educación, comunicación… son sensibles frente al
creciente paradigma intercultural. Algo relativamente novedoso, que cambia estilos y perspectivas
monoculturales a la hora de afrontar y comprender una realidad compleja. También la teología de la
vida consagrada ha comenzado tímidamente a considerar el diálogo intercultural, sin contar todavía con
una reflexión profunda al respecto. Ciertamente la experiencia vivida aventaja la reflexión sobre la
misma al interior de las comunidades. Cuando hablamos de interculturalidad nos referimos a un saber
experiencial antes que a una teoría: espiritualidad encarnada que invita a una visión más profunda del
mundo actual abierto a la perspectiva de la reciprocidad y alteridad.
La espiritualidad de la comunión nos está llevando por el camino de la interculturalidad.
Realidad que interpela a la vida consagrada como vida cristiana en la frontero. Nuestras comunidades se
sienten hoy urgidas a responder al don y desafío de la interculturalidad, hacia dentro y hacia fuera,
como vida y misión. No es algo marginal; toca la razón de ser de la vida consagrada "En el siglo XXI, el
rostro de la nueva fraternidad y sororidad será intercultural o no será"1.
La interculturalidad es un signo de vitalidad de la acción del Espíritu en la vida consagrada.
Paradigma emergente que entiende la vida del religioso como uno vida de relación con los diferentes, de
encuentro y de cambio. Una realidad que orienta vida y misión. Hilo conductor de revitalización que
llega a todo: formación, gobierno, organización y espiritualidad, economía y relaciones comunitarias,
proyecta misionero... La vida consagrada ha descubierto la multiculturalidad, reconoce la diversidad y
acoge sus consecuencias como oportunidad de riqueza.
1. Consagrados para la misión
Cuando hablamos de misión nos referimos al anuncio del Evangelio o proceso de evangelización
en áreas de incredulidad o de no conversión en creyentes y no creyentes. La frontera entre la fe y la
incredulidad no es geográfica ni jurídica, sino teológica. Pasa por los creyentes, comunidades cristianas,
iglesias, sociedades, culturas... En 1os cristianos también hay zonas no evangelizadas y no convertidas.
Todos somos objeto de misión.
1. 1. La misión... Misión de Dios
Al afirmar que la Iglesia es misionera, quizá estamos pensando que Jesús eligió a los doce
apóstoles y fundó la Iglesia, y luego les dio la misión. Como si primero hubiera existido la Iglesia y
después viniera la misión. El esquema sería: Jesús - Iglesia - Misión. Ahí podría existir una eclesiología
sin misión. No existe la Iglesia sin misión: es la razón de ser de su existencia. Los discípulos de Jesús lo
son para dar continuidad a su forma de vida, a su misión. El esquema correcto es: Jesús - Misión Iglesia. La Iglesia nace desde Otro y para otros. Es misionera, como Jesús mismo. Procede de una
misión y vive para una misión.
El documento de Aparecida sintetiza la vida cristiana en ser discípulos y misioneros. Más
explícito sería hablar de "discípulos-hermanos" y "misioneros-testigos”. Si un misionero no es testigo es
un autoengaño. Uno puede trasladarse de continente, pero si no es testigo, no es misionero. La misión
de la vida cristiana es ser testigos del Evangelio. El centro de la misión no es geográfico: está donde hay
seres humanos dando testimonio de Jesús. Ser testigo hoy nos pone en relación de reciprocidad con
otras convicciones, culturas, visiones de la vida, religiones.
En el origen de la misión no está la Iglesia sino Dios-Trinidad. Ad gentes ve el origen de la
1
D. de Vallescar, Tender puentes, abrir caminos. Vida consagrada y multiculturalidad. Publicaciones Claretianas. Madrid
2006, p. 16.
1
misión de lo Iglesia en el Padre que envía al Hijo y al Espíritu para su plan de salvación universal (AG
1-2,9). La misión no es una actividad de la Iglesia, sino un atributo de Dios: su volcarse hacia el mundo.
La Iglesia es instrumento de esa misión; existe porque existe la misión, y no a la inversa. No es la
Iglesia de Cristo la que tiene una misión, sino la misión de Cristo la que tiene una Iglesia2. La misión es
el permanente diálogo del Dios-Trinidad con la humanidad, un diálogo que invita a los seres humanos a
la comunión en la Trinidad.
Si Dios es un Dios misionero, su pueblo también lo es. Todos en lo Iglesia somos misioneros,
particularmente los religiosos. La misión no es una actividad de la vida consagrada; es su ser: no son
sus actividades caritativas, sino su configuración con Cristo, ser memoria de Jesús. Pero tenemos el
peligro de ser funcionarios de lo sagrado, viviendo la misión como función. Eso nos hacer ser estériles
evangélicamente, aunque las tareas sean eficaces éticamente. La raíz de la misión está en la conciencia
vocacional que nos lleva a vivir y actuar bajo la iniciativa de Dios.
1.2. La misión como diálogo
Ha cambiado el modo de hacer lo misión. En épocas de colonización, la misión era una forma de
conquista. Se consideraba la Iglesia como única poseedora de la verdad; las otras religiones eran
erróneas o demoníacas. La Iglesia se creía con la obligación de conquistar y remplazar esas religiones.
Al ver la misión como la misión de Dios, reconосеmoѕ que Dios ha estado en diálogo con todos
los pueblos. Otras religiones y culturas contienen “semillas del Verbo” (АG 11) El Vaticano II
introduce el tema del diálogo, que implica respeto y valorización de la gente con quien se dialoga. El
Concilio declara que la Iglesia no rechaza nada de lo que es verdadero y justo en otras religiones, y pide
entrar en diálogo y colaboración con ellas3. El diálogo es “la norma y la manera necesaria de cualquier
forma y aspecto de la misión cristiana”4. El diálogo no es una opción libre; es en imperativo de la
misión5.
Los cristianos de Asia nos enseñan que el "diálogo" hoy es sinónimo de "misión". La misión
como diálogo para el encuentro con los diferentes. Lo diverso no es lo adverso, sino lo complementario,
algo que nos enriquece. No podemos соnfundir diferencia y desigualdad: los diferentes serían
desiguales. Los diferentes (por origen, sexo, familia, cultura, riqueza, religión) son iguales en dignidad
y derechos. La diferenсіа es un hecho: la igualdad es un valor, un derecho. Diferencia es un término
descriptivo. Igualdad es un término normativo.
Podemos pensar que el distinto, por serlo, no tiene la misma capacidad de ser humano que yo.
De hecho, la modernidad ha visto en la pluralidad un obstáculo para el progreso y traza un proyecto de
homogeneización del género humano bajo un único modelo cultural, el occidental. La diversidad
cultural y lo particular pasan a ser algo secundario. Por otra parte, desde el 11 de septiembre de 2001 se
agudiza el discurso del “conflicto de civilizaciones”, y la idea de incompatibilidad de las diferentes
identidades culturales con referencia a1 modelo occidental.
Esa presión homogeneizadora contrasta con el escenario de los hechos que se imponen en la
vida. Las diferencias se multiplican como proceso irreversible. Son patrimonio de la humanidad, fruto
del Espíritu creador. En la misión asumimos el desafío del intercambio e interpelación mutua, la
transformación que nos lleva a pasar del centralismo al pluralismo, de un estilo dogmático a otro
dialogal, del exceso de identidad y autosuficiencia a la autocrítica e innovación. De ahí la urgencia del
dialogo entre diferentes para el encuentro. El diálogo implica renunciar a la tendencia expansionista de
absolutizar lo propio, es manifestarse abiertos al hábito de intercambiar y contrastar.
Dialogo significa conocimiento mutuo y enriquecimiento reciproco, en obediencia a la verdad y
respeto a la libertad. No pretende convencer al interlocutor, sino acercar más a todos a la verdad
Cf. S. B. Bevans – R. P. Schroeder, Teología para la misión hoy. Constantes en contexto. Verbo Divino. Estella 2009, pp.
57ss.
3
Cf. Por ejemplo, Nostra aetate, 2; Ad gentes, 11, 12.
4
PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIALOGO INTERRELIGIOSO, La Iglesia y las otras religiones. Diálogo y misión,
29 (10/06/1984)
5
Cf. Ecclesiam Suam, 72; Redemptoris missio, 57.
2
2
siempre mayor y siempre nueva. Cuando dialogamos, nuestra vida se transforma. El diálogo abre el
corazón del que habla y del que escucha. Da humildad; aleja la arrogancia y prepotencia. Disipa
prejuicios y temores. Hace posible la transformación de la persona hacia Dios y a los demás. Si
dialogamos con otros nos acompañarán el gozo y la paz. Si dialogamos, nos comunicamos, estamos
alimentando la vida de otras personas. No hay diálogo cuando se suprimen las diferencias. La sabiduría
de los conflictos de relación está en partir de la identidad de cada uno y aceptarla. De hecho, no es la
diversidad la que dificulta la comunión, sino nuestra afección a la propia versión.
2. Más que odres nuevos... vino nuevo
Nuestro mundo es cada día más plural. Nunca como ahora percibimos con tanta fuerza la
diversidad de la aldea global. Las ciudades son hoy lugares de encuentro, de diversidad, de
multiculturalidad. Si algo las define, es la variedad y la diferencia, además de la tolerancia. Eso nos
lleva a apostar por lo inter. La vida religiosa no tiene miedo a la pluralidad y diversidad, sino a la
uniformidad y clonación. El Espíritu es dinámico y plural, como los carismas; eso exige diálogo y
encuentro, aceptación de lo diverso para construir y no destruir, para acercar y no separar.
2. 1. Desafíos emergentes.
En las dos últimas décadas se viene desarrollando el fenómeno de la globalización, que ha
llegado a convertir muestro mundo en una aldea global. Es el resultado de una época marcada por la
tecnología, ante todo en el campo de la información y el conocimiento, la comunicación y el transporte.
Los seres humanos nos comunicamos y nos trasladamos con mayor facilidad. Pueblos y culturas entran
en una interrelación cada vez mayor, como sucede en la aldea. Se ha reducido el espacio y el tiempo,
acortados por el desarrollo tecnológico de la información y comunicación.
Las potencias mundiales intentan imponer un sistema económico, ideología política, perfil
filosófico, sistema de valores civilizatorios comunes, uniformes. Ante todo en el campo de la economía
la globalización se hace más visible desde el neoliberalismo un neocolonialismo por el cual las
potencias económicas aseguran su influencia en países ricos y pobres. La lógica del mercado favorece
los intereses de los poderosos y lleva a la exclusión de grandes grupos de personas y regiones
geográficas.
Las migraciones son otra expresión de la globalización. Aumentan las personas que emigran.
Las ciudades se convierten en centros multiculturales, en supermercados de confesiones plurales y
valores divergentes. Emerge la diversidad cultural, los cambios en el orden de las ideas, percepciones,
emociones, sentimientos, vivencias, imágenes, símbolos, tradiciones, ritos... Tendencias opuestas de
secularización y resurgimientos religiosos provocan movimientos de secularismo o fundamentalismo,
creando división.
Todo está relacionado con el aumento de la inmigración, la globalización y los conflictos en
sociedades, pueblos y en sus esquemas de vida. La globalización supone contactos e interacciones entre
países, pueblos, culturas y religiones diferentes. En la vida cotidiana las personas entran en contacto con
otras formas de estar, de pensar, de actuar. Hay que aprender a comprender a otros diferentes y revisar
el modo de gestionar los nuevos contextos. Desafío de reconstruir hoy la vida consagrada desde los
nuevos escenarios o de lo contrario, encarnaremos una renovada fuga mundi.
2. 2. Paso de lo multi- a lo inter-cultural
La globalización acelera el proceso de la multiculturalidad, pocas veces асоmраñаdо de un
verdadero diálogo intercultural. Situación que interpela a la vida religiosa, exigiendo un cambio del
modo de “ser y estar en misión” La diversidad ha dejado de ser provisional y evitable en las sociedades
y en nuestras comunidades. Estamos ante el dеѕаfío de convertir la experiencia de lo diverso en camino
de convivencia. Urge un diálogo intercultural, como tabla de salvación de la humanidad y
discernimiento del Espíritu de Dios en el mundo.
3
Multiculturalidad es la coexistencia al interior de una comunidad de grupos étnicos con
expresiones culturales diferentes. En nuestras sociedades existe cierta conciencia de esta realidad y la
necesidad de su aceptación, que implica cultivar actitudes de respeto y tolerancia. No sucede lo mismo
con respecto a la exigencia de construir la interculturalidad, que supone apertura, cooperación explícita
y aceptación del riesgo y del cambio. Es necesario el paso de lo multi- a lo intercultural, que implica
aceptar comunicarse, sentir e interactuar de forma favorable con los que pertenecen a otras culturas,
religiones, etnias… Pero en la vida religiosa tenemos poco claras las cuestiones interculturales, aunque
las vivamos, sin afrontarlas en sus consecuencias. No tenemos mucha formación intercultural, y menos
reflexión teológica al respecto.
Nuestras comunidades internacionales están llamadas a pasar de lo multicultural (varias culturas
en un mismo espacio) a la intercultural (relaciones que interactúan entre culturas en uno o varios
espacios). Eso implica reconocimiento y valoración de las diferencias, respeto y solidaridad, para poder
llegar a una relación significativa. El paso de lo multi- a lo intercultural ha de ser consciente y
concertado en las relaciones comunitarias. Se comunica lo propio y se participa de lo diverso. Nos
abrimos a otras formas de ver, organizar, pensar, sentir, interpretar. La comunicación y el encuentro
suponen la complementariedad humana. el desafío consiste en crear espacios libres para que se pueda
escuchar la polifonía de las culturas en nuestros comunidades. Imaginemos lo que podrían ser nuestras
congregaciones cuando se dejen tocar el corazón por las culturas no occidentales.
El diálogo intercultural al interior de las comunidades religiosas busca la liberación de los
grupos dominados, eliminar discriminaciones institucionales, la visibilización de los agentes promotores
de la desigualdad (ideología, prejuicios, ignorancia…) o las diferentes estrategias de adaptación en
contextos variados.
La interculturalidad es el proceso de comunicación y de interacción deliberada entre diferentes
grupos y sus culturas o esquemas de vida. Posibilita el aprendizaje mutuo mediante el diálogo y el
enriquecimiento reciproco. La interculturalidad, antes que teoría o técnica para adquirir competencias de
relaсіón, es una forma de vida atrevida. Es el resultado de esfuerzos de diálogo y convivencia. Es capaz
de crear esa extraña forma de vida, caracterizada por una mayor receptividad, mayor apertura a los
campos de conciencia y para el arte del diálogo para la integración. Lanza por caminos intuidos, sin
referencias, con una mirada de confianza y profundidad sobre lo concreto y lo cotidiano. En ella se da lo
inédito: el reconocimiento mutuo en vez de la asimilación. Aprendemos a ser otros con el otro y sus
sabidurías.
Interculturalidad es un saber experiencial. Se enraíza en convicciones pensadas y sentidas. “No
es una teoría, es una experiencia de interrelación, reciprocidad, equilibrio, que presupone la capacidad
de apertura interior, escucha sincera, encuentro entre diferentes, aprendizaje mutuo, reconciliación
recíproca, pare buscar el diálogo y la construcción común de un proyecto nuevo de sociedad, de Iglesia
y de una vida religiosa más auténtica”6.
Supera el planteamiento multicultural liberal-democrático de la tolerаnсіа: la presencia en un
mismo lugar de gente de culturas diversas, que no necesariamente se relacionan entre sí. De hecho
existe una confrontасіón entre la interculturalidad abordada desde el neoliberalismo, que gestiona
racionalmente la convivencia de diversidades pare reafirmar sus principios, y la de quienes intentan
valorar las culturas desde la heterogeneidad poniendo de relieve su condición de dominados, generando
tensión de poderes.
2.3. Interculturalidad... Una palabra que narra hoy la Palabra
La sabiduría que brota de una experiencia intercultural es sabiduría de los espacios abiertos y el
horizonte descentrado. Se mueve en el nivel de la convicción y la sensibilidad. Hay dos pilares en todo
programa intercultural: la sensibilidad cultural y la comunicación. Las actitudes de aceptación y
comprensión son indicadores de crecimiento en las relaciones Interculturales.
La sabiduría intercultural es sabiduría del Espíritu. Nos impulsa a abrir fronteras creando una
R. Tomchà Charupà, “Espiritualidades misioneras interculturales”. Testimonio nº 230 (2008) 61. El número entero de la
revista está dedicado a “Interculturalidad y vida religiosa”.
6
4
comunión de iguales, de aceptación y respeto, justicia... el libro de los Hechos muestra que, gracias a la
disponibilidad, creatividad e iniciativas de los apóstoles, el Espíritu va abriendo un camino de apertura
hacia “los de fuera” (misión) y hacia “los de dentro” (comunidad). Esa dinámica entre el ad extra y el
ad intra recrea hoy identidad en los miembros de las comunidades religiosas, generando nuevos lazos y
cohesión, y exige nuevos modos de acercamiento.
La vida religiosa será significativa si asume la riqueza de las diferencias culturales de personas y
grupos en vida y misión. Hoy no puede definir su identidad desde una cultura única sin atender a las
distintas sensibilidades y contextos. Las sendas del profetismo pasan para tender puentes y abrir
caminos de ida y vuelta рarа crear una civilización de diálogo e inclusión a todos los niveles. Aceptar la
diferencia equivale a aceptar esta extraña forma de vida y entrar en el discernimiento para abrimos a
otras formas de vida.
Toda persona tiene una identidad cultural, étnica, lingüística y racial que la lleva a experimentar
el mundo a través de un conjunto de valores, ѕuроѕiciоnеѕ y creencias, cuestionadas en el contacto con
otras culturas. A menudo en la vida religiosa sólo hay yuxtaposición y tolerancia mutua, o interacción
asimétrica. En muchas comunidades internacionales se da con frесuencia una situación de “violencia
simbólica” el grupo más poderoso impone juicios de valor y códigos de relación sobre los demás, que
reaccionan con actitudes y sentimientos de desconfianza, amenaza, repulsa, rebelión, o defensa,
repliegue, resistencia, o inferioridad, exclusión, inhibición.
Vivimos la tensión entre conservar y transformar, mantener lo conocido y emprender el éxodo
hacia tierras nuevas, entre cerrarse y abrirse al desafío de la interculturalidad. Estamos aprendiendo que
vivir expuestos a la diversidad puede significar virtud, oportunidad y enriquecimiento, también
dificultad y conflicto. En la convivencia intercultural son esenciales lo motivación, buena disposición y
espiritualidad; pero no bastan. Hay que afrontar las relaciones, la comunicación y creación de nuevos
espacios integradores interculturales. Hay que examinar alternativas para ser creativos. Las preguntas no
formuladas, las tradiciones no criticadas y los problemas no resueltos asfixian la energía para la
creatividad y los cambios.
El camino de la interculturalidad lleva o repensar la misión y vida sin etnocentrismos. Estamos
invitados a desarrollar una agenda intercultural que de hecho reconfigura la acción pastoral, programas
de formación, ejercicio de la autoridad y vida comunitaria. La vida consagrada tiene una contribución
profética por hacer: mostrar el valor de la diversidad como elemento humano, cultural y teológico.
Descubrir у valorar las diferencias, acercarnos a ellas, comprenderlas, comprometernos en una igualdad,
reconociendo la práctica frecuente de la desigualdad y las diferencias como sinónima de desventaja o
inferioridad. La variedad humana no es un accidente, sino una alternativa más para crear armonía. Para
que podamos encontrarnos. Tenemos que sentirnos, aceptarnos y querernos como distintos. De hecho la
interculturalidad en las comunidades supone darle vida al Evangelio у credibilidad a la vida religiosa.
3. La comunidad religiosa... icono de laboratorio multicultural
Interculturalidad… voluntad y capacidad para interactuar entre personas e instituciones de los
más variadas culturas… voluntad y capacidad de una positiva realización de nuevos espacios comunes
de vida, de sistemas de valores, de mundos de fe, de distintas espiritualidades. La interculturalidad,
como aproximación hermenéutica al mundo que nos circunda, empuja a la vida consagrada a ofrecer
proféticamente al mundo nuevas modelos de vida comunitaria. La comunidad religiosa intercultural
lleva a fomentar un modo de ser sujeto capaz de superar la libertad desvinculada y de encontrar nuevas
fuentes de posibilidad en la relación con los diferentes.
3.1 Interculturalidad.... Antes de ser reflexionada es vivida
En la sociedad hay ciertos fenómenos y problemáticas relacionados con la interculturalidad,
migraciones y minorías étnicas, integrismo y fanatismo religioso, choque de valores y costumbres,
violencia y nuevas fronteras, rechazo de la igualdad de género, políticas de la identidad y políticas de la
diferencia. Asimismo en nuestras comunidades vernos escenarios de tensiones entre la tendencia a la
5
homogenización (nutrida por el carácter globalizante de la Iglesia), y la tendencia a la particularización
(desde una conciencia creciente de la identidad cultural). Esto, si no es trabajado de forma intencional,
origina conflictos, prejuicios, marginación y desencuentro. También puede ser un elemento que
potencie la creatividad y nuevas alternativas de vida.
El carácter internacional de las comunidades genera siempre una preocupación por la
convivencia entre distintos, fortaleciendo en quienes llegaban de otros contextos el deseo de adaptarse a
la cultura local. En América Latina la situación se complica cuando hay indígenas que entran en las
comunidades. Por lo general se intenta resolver con criterios evangélicos de acogida, respeto,
fraternidad, paz, humanidad, corrección fraterno. Sin embargo, partimos de en proyecto de comunidad
occidental, con la posibilidad que los religiosos nativos sean incluidos, acomodándose a la estructura y
esquema de vida. Pero cada vez es más evidente el esfuerzo por lograr que la “confrontación” cultural
descentralice la civilización occidental. La comunidad, para los religiosos, también es lugar donde se
viven los valores del Reino, la diversidad y universalidad.
Si las relaciones interculturales a nivel interpersonal no suelen provocar conflictos mayores
tampoco llegan a beneficiarse del enriquecimiento mutuo que supone un auténtico diálogo intercultural,
ya que normalmente se crean sólo prácticas de tolerancia. En las últimas décadas se viene
intensificando la apertura eclesial a la multiculturalidad desde la inculturación. Sin embargo, su
insuficiencia y su confrontación con la interculturalidad están despertando una reflexión sobre el futuro
de la vida consagrada.
Si la diferencia es uno de los signos de nuestro tiempo, tiene un mensaje por descifrar a partir de
la identificación, la experiencia y la autenticidad. De ahí que la comunidad religiosa internacional sea
hoy un icono de laboratorio intercultural. Las diferencias le ofrecen a la vida religiosa la oportunidad de
re-contextualizar sus carismas y abrirlos a nuevas experiencias interculturales. Afrontamos el desafío de
la interculturalidad como oportunidad de enriquecimiento, creatividad y nuevas alternativas de vida y
misión. La diversidad sólo enriquece cuando “comprendemos que es una oportunidad para aprender;
asumimos que es un еncuеntrо constructivo entre historias, capacidades, culturas, orígenes, estilos de
aprendizaje… adoptamos actitudes, otras formas de relaciones, conocimiento y sociabilidad”
(Ainscow).
3.2. La interculturalidad desencadena dinamismos creativos
Las comunidades multiculturales están generando otra tipo de dinámicas inclusivas de la
diferencia. Son un signo hoy frente al integrismo, la violencia, las fronteras. Deben dar el paso de lo
multi- a lo intercultural, convirtiéndose en unidades interculturales. Pernia señala las características de
una comunidad intercultural: 1. Reconocimiento de otras culturas (las minoritarias en la comunidad);
2. Respeto a la diversidad cultural (no igualar las diferencias culturales: culturas minoritarias en cultura
dominante); 3. Promoción de una sana interacción entre las cultures (enriquecimiento de cada cultura
con las otras)7.
Si la vida consagrada quiere ser presencia testimonial viva del Evangelio en un mundo en
tensiones culturales, tiene que entrar en el camino de la transformación intercultural de sus hábitos,
estructuras y espiritualidad. Aprender a leer su realidad como comunidad consagrada y su carisma a la
luz de la interculturalidad interna que encarna la diversidad de sus miembros con diferentes lenguas,
nacionalidades e historias contextuales.
Pero no se dice sí a la interculturalidad sin una conversión personal, misional, institucional. La
aventura del encuentro entre culturas es un viaje al interior y al exterior de nosotros mismos. Nos lleva a
desprendemos de seguridades, certezas, el ámbito de lo conocido, lo familiar. Se trata de cultivar una
espiritualidad con sabiduría y carácter profético, que confía en que lo mejor para la vida religiosa está
todavía para llegar.
Educarnos para reaprender a pensar y vivir en sociedades y comunidades multiculturales exige
prestar atención al campo educativo, psicológica, religioso, teológico... Exige metodología de
acercamiento y diálogo entre distintos grupos. Conocer la explicación de lo que otros hacen o viven, sin
7
Cf. A. Pernia, “Vida Consagrada apostólica. Identidad y significado”; Testimonio n° 244 (2011) 18.
6
que la información teórica supla el contacto interpersonal. Impide caer en una vida cómoda,
autosuficiente y sin profundidad. De hecho, la relación intercultural es fuente de un fecundo
aprendizaje. Significa conocimiento mutuo, valoración y enriquecimiento reciproco, en obediencia a la
verdad de Dios en cada cultura y respeto a la identidad del otro. Una relación que nos hace más
humanos, nos evangeliza.
3.3. Celebrar Pentecostés en la vida consagrada
La comunidad religiosa será laboratorio intercultural a1 afrontar el diálogo también en su
servicio misionero. Lo hará promoviendo una Iglesia multicultural, que sea: hogar acogedor de
personas de culturas diversos; instrumento de diálogo intercultural en la sociedad; signo de la
diversidad y universalidad del Reino8. Para promover uno Iglesia multicultural en las comunidades
religiosas destacamos tres tareas9:
- Construir vida intercultural al interior de las comunidades: La vida comunitaria bajo el
modelo de la Trinidad es proclamación de la Buena Nueva. Las congregaciones
internacionales tienen esa oportunidad: aprender a vivir la internacionalidad como
interacción de cultures y no sólo tolerancia. Mediante el diálogo intercultural, los miembros
de diferentes culturas enriquecen la vida comunitaria y el servicio misionero.
- Organizar ministerios específicos para los afectados por la globalización y la emigración:
Prestar especial atención a ministerios en favor de los emigrantes, refugiados y gente
desplazada... en favor de las mujeres, el diálogo interreligioso y ecuménica, así como la
pastoral indígena.
- Estudio de las culturas y su interacción: Apoyo de las congregaciones con universidades y
centros de investigación en antropológica y etnología. El diálogo intercultural necesita
estudio investigación para no caer en superficialidad. Especialmente quienes encarnan
ministerios con emigrantes, refugiados, desplazados, indígenas… precisan un conocimiento
adecuado de las culturas e interacción entre ellas.
La identidad, carisma, espiritualidad... no sólo la encontramos escarbando en la historia y
tradición del propio instituto. La descubrimos también cuando salimos al encuentro de gente de otras
culturas. La sal y la levadura sólo aprenden lo que son y para qué sirven cuando se mezclan, cuando se
pierden y se gastan en dar sabor y levantar la masa del pan, la masa de la fraternidad compuesta por
elementos diferentes
Diálogo intercultural... paso del Espíritu por el hoy de la vida de nuestras comunidades, para
hacer de la interculturalidad en la vida religiosa modo de ser, estilo de vida, lugar de encuentro con el
Señor. Nos lleva a reorganizar la vida consagrada en torno a un sentido profundo. Será necesario:
- Relanzar el diálogo intercultural en nuestras comunidades y en nuestras presencias misioneras,
e ir creciendo en sensibilidad intercultural.
- Redefinir la identidad del religioso desde la interculturalidad: Una identidad sólida arriesgada,
relevante, significativa en la Iglesia y en la sociedad hay. Una identidad que mira más al futuro que al
pasado.
- Renovar nuestros instituciones de vida y misión: El vino nuevo de la interculturalidad necesita
odres nuevos, para superar estructuras paralizantes que nos llevan a vivir más preocupados por la
conservación que por la conversión, por la supervivencia que por la vivencia “súper”.
Vivir la interculturalidad para се1еbrar Pentecostés... Al estar reunidos, viene un viento fuerte
que llenó la casa. Los discípulos salen al encuentro de los que estaban fuera partos, medos, elamitas,
judíos y prosélitos, cretenses y árabes… gente de toda raza y cultura. Revientan los muros de la casa,
como los odres viejos con el vino nuevo del Evangelio. Hoy celebramos Pentecostés en la vida
consagrada en la polifonía de lenguajes, culturas, sensibilidades
8
9
Cf. id, « Evangelización y diálogo intercultural » Testimonio n° 230 (2008) 40-41.
Cf. ib. pp. 43-45.
7
4. La interculturalidad... Dinamismo de renovación.
La interculturalidad exige interiorización e integración de lo diverso. Permite dejarnos
enriquecer, corregir, confirmar, cuestionar... por la verdad de Dios que han ido descubriendo los
diferentes a nosotros. Para ello: Vivimos abiertos en el espíritu: no poseedores de la verdad, ni
superiores, sino cercanos a todos y vulnerables como todos; sin actitudes dogmáticas, autoritarias.
Vivimos cultivando nuestro capacidad de diálogo: decir la propia verdad y acoger la de otros;
comprender y acoger la que otros viven, sienten y esperan, dejándonos interpelar por sus búsquedas.
4. 1. La atención a la diversidad. Motor para el cambio
Queremos ir descubriendo cauces de renovación para nuestra vida y misión; mecanismos que
contagien entusiasmo para apasionarnos por Dios y por las seres humanos. Podemos estar encerradas en
lo de siempre: cursos y talleres, encuentras de oración, retiros espirituales, dinámicas de
autoconocimiento y relación. No descubrimos que también el dialogo con diferentes nos renueva,
transforma, nos contagia el entusiasmo por la misión.
El presente con futuro de la vida consagrada pasa hoy por el profetismo de la interculturalidad.
Las lenguas que habla el Espíritu son diversas y cada uno/a necesita acoger su melodía, con
receptividad, entendimiento y corazón. Experiencia de abrir ventanas dejando que entre a formar parte
de nuestros hábitos cotidianos lo inter, el contagio del diferente. La vida consagrada quiere salir al
encuentro, porque sólo en el encuentro se genera vida.
La dinámica del encuentro entre personas de diferentes culturas nos lleva a ser protagonistas
reflexivos y autocríticos; a examinar la mirada que tеnеmoѕ sobre las diferencias y sus implicaciones.
Ayuda a ampliar los campos de conciencia y a que emerja la problemática que surge de la diversidad
sentida. Ayuda a evitar el etnocentrismo que existe en todo grupo humano, porque vemos, sentimos e
interpretamos el mundo de acuerde al marco de significado de la propia cultura, del grupo al que
pertenecemos, con comportamientos excluyentes.
La atención a la diversidad será motor para el cambio. Hará emerger una nueva espiritualidad,
una auténtica comunión. Será factor de renovación y creatividad, de transformación que lleva a pasar
del centralismo al pluralismo, de un estilo dogmático a otro dialogal, del exceso de identidad y
autosuficiencia a la autocrítica e innovación. La diversidad es fuente de renovación porque obliga a
romper hábitos y rutinas adquiridos que generan estabilidad. Lleva a abandonar estructuras cómodas,
paralizantes, y a dejar la rigidez de ciertas tradiciones, vacías y sin sentido, y visiones estáticas de la
realidad.
Necesitamos interpretar y profundizar en la experiencia de la apertura y acogida de lo diverso,
que encarnan nuestros hermanos y hermanas de distintas latitudes, de forma nueva y concreta. Bajar
defensas, dejarnos tocar, para empezar a dialogar desde el fondo de cada uno/a, a través de sus relatos,
símbolos, valores, formas de estar... el monólogo nos hace consсientes de nosotros mismos; el diálogo
nos abre a la realidad y nos cambia en ella y con ella.
Cultivar esta forma de percibir la pluralidad hace de la vida consagrado signo de una humanidad
diferente. Afrontar la diversidad llega a ser factor de renovación y fuerza para trabajar creativamente,
con nuevas presencias y experiencias, lugares teológiсоs inéditos. La interculturalidad aparece hoy
como perspectiva rectora de la transformación de la vida religiosa en el futuro.
4.2. El encuentro intercultural... Cultura en la vida consagrada
Para ser constructores y testigos del carisma de la vida consagrada en el siglo XXI hay que
ponerse en camino de diálogo intercultural. Cuesta pasar del yo al tú, culturalmente diverso, y más al
nosotros de la interculturalidad. Vivimos con una lista completa de relaciones y amistades. Abrimos la
puerta y sentamos a nuestra mesa (tiempo, amistad, bienes, interés…) sólo a quienes expulsan demonios
siendo de los nuestros. Nos amenaza un estrechamiento de mentalidad, de relaciones y experiencias
encerradas en la propia cultura; nos reduce, nos hace repetitivos, atrapados en costumbres, incapaces de
8
abrirnos a algo nuevo. Nos hace sentir inseguros eso de ensanchar la tienda de nuestras relaciones y
dejar que entre gente fronteriza, quizá portadores de enmiendas a la totalidad de nuestra manera de
vivir. Cuando entra gente diferente, nos remueve las seguridades, pero no nos deja instalarnos, ni ser
incoherentes: nos hace acortar la distancia entre lo que somos y lo que decimos. Es como la sal en la
herida: escuece pero sana, no nos deja podrirnos en la mediocridad.
Muchas congregaciones gozan de experiencia internacional. Basta a ver el arcoíris del color de
piel en ciertas comunidades... Profecía, parábola anticipada del Reino. Se ofrece como señal en la
Iglesia. Dependerá de la mirada de quien la contempla. Lo que atrae y asombra en la sociedad es que
haya gente capaz de realizar gestos arriesgados. Al asumir la interculturalidad, nuestros estilos de vida,
formas de presencia, modo de insertarnos en los contextos eclesiales y sociales, obras y actividades...
hacen más visible y significativo el carisma de vida consagrado. La internacionalidad es gesta
arriesgado, algo que da peso carismático.
La misión consiste en el testimonio de una vida entregada al Reino, en diálogo al servicio de los
diferentes, en hacer de la internacionalidad encuentro intercultural, convertirlo en punto que configura
vida y misión, reorganizadas desde el diálogo intercultural como sentido, atravesadas por esa dirección.
Jesús está invitando a la vida religiosa a pasar a la otra orilla, hacia el diferente. Esa nos lleva a10:
Huir de la estrechez de un lugar (Nazaret, Cafarnaúm), de una manera única de pensar y de
sentir la propia cultura.
Apertura o lo nuevo: Jesús cambia constantemente de programa, empujado por la compasión, la
fuerza del corazón del Padre.
En Juan la otra orilla es el lugar dela conversión, del encuentro con Dios: el culturalmente otro
me inicia al totalmente Otro.
El encuentra intercultural es fuente de fecundo aprendizaje. La persona diferente me enriquece,
me ayuda a pasar de la indiferencia al diálogo para encontrarnos. Me ayuda a convivir, no a competir; a
ser humilde, porque los seres humanos necesitamos humildad para convivir, no prepotencia para
competir.
4.3. Vida al Evangelio y credibilidad a la vida consagrada
La interculturalidad es fuerza humanizadora en la vida consagrada. Abrirnos a su empuje nos
transforma y transforma a la vida religiosa. Ayuda a vivir de un modo gozoso hacia dentro y creativo
hacia fuera. Un dinamismo espiritual de renovación de vida y misión.
No intentamos promover ciertas culturas en las comunidades, sino mirar a Jesús, que integra a
los que no cuentan, sentándolos a la mesa para compartir el pan de la fraternidad. Se trata de acoger el
Evangelio que nos viene al encuentro, y no hacerle sombra ni con nuestra cultura, ni con nuestro
protagonismo, ni con nuestros temores. La interculturalidad hay que hacerla espiritualidad, energía,
impulso, creatividad, fuerza, sentido que mueve, pasión que empuja y arrastra, espiritualidad para el
cambio. Que el riesgo de la rutina y el peso de lo existente de la civilización occidental no nos atrapen.
La interculturalidad es vitalidad, y “vitalidad significa buen espíritu, vigor interior y mística del grupo,
crecimiento en cantidad y en calidad evangélica, fecundidad, voluntad decidida de compartir lo mejor
de nosotros mismos y maduración plena11”.
Nos sentimos llamados a construir futuro en la vida consagrada, no con argumentos, sino con
convicciones, que no planifican el futuro, lo preparan. Hagamos de la interculturalidad una convicción,
una creencia, más que una idea. Las ideas se piensan; en las creencias se vive. La espiritualidad de
quien vive en sus creencias es nuestra fuerza. Necesitamos la levadura del Espíritu que haga levantar la
masa de la relación entre culturas. Necesitamos el viento del Espíritu que lleve la hojarasca de
superioridades, imposiciones culturales, lo que no da el fruto de la fraternidad entre diferentes.
Un signo vale si es claro, no necesariamente si es grande. Nuestra vida intercultural… un signo
claro, más que grande; convincente, más que imponente; auténtico, más que triunfalista. Es camino
seguro, icono que nos identifica, concreción del carisma del religioso hoy, seña de identidad, logotipo
10
11
Cf. S. P. Arnold, La otra orilla. Una espiritualidad de la inculturación, CEP, Lima 1997, p. 16.
J. Ma. Arnáiz, Un carisma hecho cultura: para vivirlo con pasión y radicalidad. Ed. Claretiana, Buenos Aires, 2009, p. 45.
9
de nuestro estilo de vida y misión. Kairós, oportunidad de fortalecer identidad y misión carismática. La
interculturalidad hace hoy significativo y fecundo el carisma del ser religioso en la Iglesia y en la
sociedad. Desde ella… nuestros estilos de vida, formas de presencia, modo de insertarnos en los
contextos eclesiales y sociales, obras y actividades… hacen más visible el carisma. Concentrar fuerzas
en el objetivo de la interculturalidad permite ver y sentir presente la vitalidad de la vida religiosa.
Conclusión.
Vivimos tiempos de tender puentes, de interesarnos afectiva y efectivamente por otras culturas,
con sus propias fuentes de sentido y de valor, de arriesgamos a comprender y valorar lo diferente,
renunciando al deseo de ser invulnerables y superiores, sin ese talante seguro de quien se siente distaste
y distinto por estar en la verdad. Porque lo que dificulta la armonía intercultural no es la diversidad, sino
el etnocentrismo que fácilmente genera fundamentalismos.
Consagradas/as hoy... ministros del encuentro. Para encontrarse hay que reconocer el valor de
ser diferentes. Dios no clona, no crea dos realidades iguales. De ahí, no solo la tolerancia pasiva
(aceptación resignada) sino la tolerancia activa o positiva aceptación (deseo) de que el otro sea otro.
Desde el reconocimiento del diferente podremos ir construyendo el nosotros, una humanidad
reconciliada. Ese “nosotros” no será el resultado de la suma del yo y el tú, sino una realidad superior,
que integra a ambos, enriqueciéndolos, transcendiéndolos. Los valores de ambos, o de muchos, no se
suman; se multiplican. Y si el Espíritu entra en el colectivo, la multiplicación llega al infinito.
Brindamos por una vida religiosa con la continua presencia del Espíritu, que multiplica lo
diverso para posibilitar el encuentro. Que el Espíritu no cese de comunicarnos las flores y frutos de la
lucidez, cordialidad, vigor y audacia para el diálogo con otras culturas, de modo que nuestro estilo de
vida intercultural continúe cargándose de potencia creadora para la Iglesia y la sociedad.
10
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