Rosado, José Ángel selector y prologuista. El rostro y la máscara: Antología alterna de cuentistas puertorriqueños contemporáneos. San Juan / Santo Domingo: Isla Negra / Universidad de Puerto Rico, 1995: 200 págs. Antología alterna / Lenguaje alterno Hace algunos años recibí desde Barranquitas, junto con una extensa nota hermosamente abarrocada del poeta Edgardo Nieves Mieles, el volumen que ahora me mueve a redactar estas palabras. A Edgardo yo le había conocido hacía ya más de diez años cuando su nombre comenzaba a mencionarse en las pequeñas tertulias de esquina que, alrededor del Certamen Literario del Instituto Comercial de Puerto Rico de Mayagüez fundado por el fenecido poeta añasqueño Sotero Rivera Avilés, se formaban en aquella ciudad. Luego supe que Edgardo había obtenido algún premio en el certamen literario de la revista Mairena, publicación de Manuel de la Puebla que tanto ha estimulado la literatura joven de este país en que, a veces, los grupos y los comandos intelectuales no se dan cuenta de que ellos también envejecen y pretenden responder los problemas de los tiempos nuevos con los mismos esquemas con que enfrentaron los problemas del suyo. En los inicios de la década del '80, también supe de Luis Raúl Albaladejo y, me consta por las notas de mis libros, que llegamos a compartir los esfuerzos de las primeras novatadas que pagamos casi al unísono. Eran los momentos de El ramalazo de semen en la mejilla ortodoxa (1987) de Edgardo, y de El revés de la caricia (1986) de Luis Raúl. Por entonces creo que todos mirábamos la realidad con los ojos de aquéllos a quienes llegamos a admirar con fanática pasión de muchachería y que, por lo menos a mi, hoy me parece que conducen sólo al callejón sin salida del estancamiento ideológico y de la caducidad. Claro que a la altura del 1985 todavía era difícil que muchos de nosotros nos pudiéramos enfrentar con la vorágine de ideas consagradas por los escritores de '60 y del '70, porque aquella re-escritura de los mitos del '30, que así la veo hoy, comenzaba a canonizarse como se canoniza a un santo moribundo. Es posible que en los '80 no fuéramos capaces todavía de distinguir, como decía Machado, "las voces de los ecos" y que los ecos nos estuvieran obnubilando o imponiendo criterios que no respondían nuestras preguntas: las preguntas de los escritores más jóvenes. Por eso, entre otras cosas, me ha agradado la lectura de El rostro y la máscara. Sucede que en sus páginas hallo buena parte de las voces de mi "generación", aún sabiendo que esa palabra es peligrosa en la crítica contemporánea tal y como me insinuó un distinguido amigo en 1994 en la Universidad de Puerto Rico al final de una conferencia sobre historia y literatura que yo dictaba. En El rostro y la máscara también hallé otras voces como la de Diego Deni a quien había conocido en las páginas de Cupey, Ingrid Cruz Bonilla y Maru Antuñano de las cuales conocía algunos textos que se habían publicado en Claridad y su suplemento cultural En rojo. Después de todo, yo también había pasado la prueba de fuego de aquellos foros antes de disponerme a la empresa del libro que siempre nos llama desde su más remoto infierno. Las demás voces de este texto fueron nuevas para mi. Estos relatos, tan mal tratados por la crítica desde que salieron a la luz pública, hablan un lenguaje distinto al del '60 y del '70, un lenguaje alterno, porque los productores del discurso han caminado una ruta vital distinta a la de aquellas promociones. Quizá quien muestra más ecos del momento grande de la literatura social lo sea precisamente Nieves Mieles quien, en caótico pastiche, trata de reordenar el mundo de la coca sobre el fondo musical de "Lucy in the sky", homenaje a la creación bajo los efectos del LSD que los Beatles hicieron famoso a mediados de los años '60, o del "Yellow submarine" o los "Strawberry fields". Empero, el valor del relato de Nieves Mieles está más allá del parentesco con "Papo Impala" o del rejuego de agregados que recuerda ciertos momentos de la narrativa del '60. Aquí se trata de ver cuales elementos agrega Nieves Mieles a su relato que hubiese sido imposible conseguir en un texto protestatario de los mejores momentos de la "generación comprometida". Preocupación soberana de estos narradores parece ser la función del escritor en una realidad amenazante a la naturaleza del mismo y en la cual los metarelatos y los agresivos programas que parecían conducir a una utopía paradisíaca se han roto. El tema se reitera en Marcelino Resto, en particular en "La hidalguía de mi ingenio," cuenton en donde lo que nos parece más notable es su relajo con la imagen que se construyen de sí los escritores y no precisamente el motivo del personaje que cobra vida para asaltar la vida del escritor. Resto juega con la estupidez del cuentero en un tiempo en que no sabemos si estos especimenes que garrapatean papeles son pertinentes y, sin embargo, seguimos escribiendo. Escritor, relato y realidad también aparecen imbricados en "La cuarta esquina del triángulo" de Luis Raúl Albaladejo. Aquí la imaginación produce lo real, negando de paso aquel materialismo imprudente que había adoptado cierta literatura social. Es por demás interesante que estas cosas ocurran precisamente cuando los historiadores nos estamos cuestionando los procesos de creación del personaje histórico con procedimientos lo mismo históricos que sociológicos que literarios. La reevaluación de la función de la escritura conduce a estos autores al abandono de los grandes temas que sirvieron de base a los escritores que les antecedieron. Aquí los ambientes construidos son piezas cerradas, los interiores, en cierto modo, predominan sobre la calle o sorprenden más al lector que mira con cuidado el discurso. Ejemplo de ello pueden ser "Los pasos en la noche" de Luis Raúl Albaladejo en el cual la amante imaginada aparece sólo como un producto del poder imaginativo del redactor; o "Olor a sábanas" en el cual el absurdo de la vida familiar invita a Sara D. Irizarry a convertir el absurdo mismo en el protagonista del relato. Algo del concepto de lo siniestro como lugar de la angustia de Freud hay en esa actitud. Notable por demás es el impacto de los medios de comunicación masiva, en especial el cine y la televisión. En Diego Deni me parece hallar, como en algunas buenas obras de Gabriel García Márquez, el impacto de esos medios en donde la palabra y la imagen se tuercen para producir escenarios difíciles de traducir a la sola escritura. Es como si Buñuel invadiese la escritura, otra vez, para darnos un "Simón del desierto" que se ufanara de su falta de lógica. Pero aquí no se trata de los moldes de un realismo fantástico o mágico tradicional. Aquí se trata de obtener de la realidad cotidiana el absurdo, lo irreal o lo caótico que aquella contiene de por sí. Algunos de estos redactores piensan los relatos a la manera de un Kundera o de un Süskind. Este es otro tipo de realismo y otro tipo de magia que se mira desde el crisol de un yo atrapado en un mundo que trafica sueños de neón desde el extremo de las estructuras de propaganda comercial hasta el de los placeres del celuloide. "Sin título # 1" de Ingrid Cruz Bonilla, nos trae un juego que el cine ha producido del mismo modo que lo produjeron las mitologías: el encuentro definitivo con el fenómeno de la muerte. ¿Son comprometidos estos textos? A mi me parece que ese no es el problema que nos invitan a mirar. A fin de cuentas el compromiso ocurre de un modo distinto. Roto el maniqueísmo filosófico de los años '60, leemos en estos trabajos una visión mucho más fluida de la realidad social. La mirada inquisitiva de estos escritores está puesta en otro lugar que también es conflictivo y que, en cierto modo está, pienso en Nietzsche, más allá del bien y del mal. Es como si las tradicionales observaciones que Occidente ha hecho de lo social y de lo moral se hubiesen roto en un instante y ahora le diésemos una mirada no-occidental a los problemas humanos. Por eso se incide en la soledad de la voz narrativa como si no se quisiera hablar la voz de nadie más sino la del individuo azotado por un mundo complejo. Así ocurre en "Jorge" de Ingrid Cruz Bonilla, cuento de profundo contenido sicológico que no requiere de los espacios abiertos para decir lo que pretende decir o para criticar abiertamente procesos educativos caducos. Yo creo que detrás de estos textos está la esperanza de una narrativa nueva. Pero esa narrativa nueva requiere también de una crítica comprensiva que se haya liberado de los cánones que la han congelado. El rostro y la máscara es una colección de cuentos nuevos en el mejor sentido de la palabra que le plantean un reto a la narrativa de los últimos treinta y seis años y eso es un logro que invita a la lectura, a la reflexión y a la reevaluación de principios. Esperemos que los lectores sean capaces de ello. Mario R. Cancel Escritior y Profesor Universitario