HISTORIA DE LAS CONSTELACIONES Por Daniel Marín Arcones [email protected] Tomado de http://www.geocities.com/aratos_es/ T odo astrónomo u observador casual del cielo sabe que cada constelación lleva asociada una leyenda correspondiente a la mitología grecolatina. El origen de las constelaciones, así como los mitos asociados a ellas, es un tema mucho más complejo del que pudiera parecer a primera vista. Basta con mirar unos cuantos libros de astronomía para comprobar la multiplicidad de mitos asociados a cada constelación, muchos de ellos incongruentes entre sí. Esto es debido a que, en la mayor parte de obras la mitología e historia de las constelaciones no pasa de ser una mera anécdota introductoria. Como consecuencia, muchos autores se limitan a copiarse unos a otros sin consultar las fuentes clásicas, con lo que se explica en parte el gran número de historias relacionadas con cada constelación. Y digo sólo en parte porque tales divergencias se deben también a las diferentes explicaciones sobre el tema que nos dan las obras de la época que han sobrevivido, así como al complicado origen de muchas constelaciones (y mitos), cuyo origen es en realidad ajeno a la cultura griega. Origen de mitos y constelaciones Las fuentes greco-latinas en astronomía Resulta pues imprescindible recurrir a las fuentes clásicas si queremos realizar un análisis mínimamente serio de la historia de las constelaciones. Las constelaciones clásicas aparecen descritas detalladamente por primera vez en la cultura occidental en la obra Fenómenos (Φαινόμενα) de Arato de Soloi (también Solos: ciudad de Cilicia, en la costa sur de Anatolia). Arato (Aratos en griego) vivió desde el 310 a.C. hasta el 240 a.C., aproximadamente. Fue un profundo conocedor de la obra de Hesiodo y Homero, y escribió una versión de la Ilíada y otra de la Odisea. Al parecer fue en la corte del rey macedonio Antígono II Gonatas (276-239 a.C.) donde compuso esta obra por encargo del monarca entre los años 274-276 a.C.. Aunque descrito como poema astronómico en1154 hexámetros, Fenómenos es una obra muy descriptiva, donde aparte de citar las constelaciones, Arato describe diversos fenómenos metereológicos y las divisiones de la esfera celeste. Se supone que Arato se basó (algunos dicen que simplemente copió) en obras anteriores similares, en concreto en el Espejo (Cátoptron) de Eudoxo de Cnidos (ciudad de Caria, también en la costa meridional de Anatolia), escrita alrededor del 370 a.C.. Lamentablemente, la obra de Eudoxo no ha llegado directamente hasta nosotros, con lo cual es imposible saber qué partes de Fenómenos son debidas a Arato, y cuáles a Eudoxo (u a otros autores anteriores). Por las críticas que Arato recibió de otros autores clásicos (Hiparco) que conocían la obra de Eudoxo se infiere que la mayor parte de su obra era original. De todas formas, desde un punto de vista práctico, y aunque sea un poco injusto para la figura de Eudoxo, es preferible considerar los Fenómenos como la primera obra clásica que describe las constelaciones. Los Fenómenos fue una de las obras más populares de la antigüedad, traducidos al latín por diversos autores, entre los que destaca Germánico (sobrino del emperador Tiberio), Varrón (autor también de Disciplinarum libri, donde aborda temas astronómicos), Avieno, Cicerón o el poeta Ovidio, el cual dirá del sabio Cilicio “Arato siempre vivirá con el Sol y con la Luna” (Amores I: 15,16). Otro autor influido por Arato fue Gémino (siglo I a.C.), autor del que se desconoce si era griego o romano, que escribió Introducción a los Fenómenos. Esta tremenda popularidad en la época clásica y medieval contrasta con lo poco conocida que es su figura en la actualidad, quizás porque tanto astrónomos como astrólogos prefieren remitirse a las obras de Eratóstenes, Hiparco o Ptolomeo, carentes de esas divergencias con las constelaciones actuales que contiene la obra de Arato. La siguiente figura histórica a tener en cuenta es Eratóstenes de Cirene (276-195 a.C., aprox.), quien fue el segundo director de la famosa Biblioteca de Alejandría, y de él se puede decir que fue un verdadero genio. Su obra más famosa es Geografía (Γεογραφικά), en la cual describe el primer método conocido para calcular la circunferencia de la Tierra midiendo las sombras proyectadas por palos situados en Alejandría y Siene (Asuán), obteniendo un valor sólo equivocado en un quince por ciento con respecto al actual. En esta obra se introducirá por primera vez la técnica de usar determinados paralelos y meridianos para situarse en el mapa. Además, según Suetonio, fue el primer φιλόλογος. Otra obra famosa es su Cronología (Χρονογραφίαι) en la que relata la historia desde la caída de Troya hasta Alejandro Magno, intentando no tener en cuenta los mitos históricos tradicionales. Sin embargo, la obra que a nosotros más nos interesa es Catasterismos (Καταστερισμοί), es decir “transformación en estrellas”. Esta obra se convertirá en referencia obligada para todos los astrónomos posteriores, hasta la actualidad. En Catasterismos, Eratóstenes explica los orígenes de las distintas constelaciones y asterismos según la mitología griega, indicando el porqué de esta transformación en estrellas de los diversos héroes y dioses representados en el cielo. Además fija la nomenclatura de las constelaciones, variable hasta ese momento, lo que explica ciertas divergencias con respecto a Arato. Las fuentes en las que se basó Eratóstenes para sus Catasterismos nos son desconocidas (a parte de Arato), aunque sabemos que muchos de los mitos recogidos ya formaban parte del acerbo cultural heleno desde hacía siglos, hay ciertas evidencias de que Eratóstenes creó muchos de estos mitos, en un intento de sistematizar las historias de las constelaciones. Tras Eratóstenes, destacará Hiparco de Nicea (190-125 a.C., aprox.), quizás el astrónomo más famoso de la antigüedad. Hiparco se dedicó también a la geografía, siendo el creador del sistema de coordenadas de latitud y longitud para describir un punto de la superficie de la Tierra, así como de las zonas climáticas en función de la latitud. Además introdujo en Occidente la costumbre mesopotámica de dividir la circunferencia en 360º (Eratóstenes la había dividido en sesenta partes), introduciendo así la dimensión de un grado, pues no en vano a Hiparco se le concede el mérito de ser el creador de la trigonometría. Su obra más importante es Explicaciones de los fenómenos de Arato y Eudoxo (των Άράτου και Ευδόξου φαινομένων εξηγήσεις), que incluye un apéndice ilustrativo de la salida y ocaso de todas las constelaciones, entre las que se incluyen algunas nuevas respecto a Eratóstenes, para una latitud de 36º, así como un catálogo de un millar de estrellas y la descripción de solsticios y equinoccios. Hiparco es además el descubridor de la precesión de la esfera celeste, hito clave de la ciencia clásica. En Roma, un autor importante fue Higino, bibliotecario del emperador Augusto, famoso por su obra de cuatro volúmenes Astronomía, redactada basándose en Arato y Eratóstenes. Un autor latino posterior fue Manilio, quien compuso una serie de poemas astrológicos al emperador Tiberio llamados Astronómicas. La última gran figura de la antigüedad clásica fue Claudio Ptolomeo (o Tolomeo, 87-170 d.C. aprox.), que vivió en tiempos del emperador Marco Aurelio. Sería conocido en los siglos posteriores por su obra Geografía, en las que recopilaba el saber de Eratóstenes, Hiparco y Estrabón, entre otros. Introdujo la primera técnica para representar la superficie curva de la Tierra en una superficie plana, así como las subdivisiones del grado, los minutos y segundos (que luego se aplicarían al tiempo cronológico), además de la costumbre de representar los mapas con el norte hacia arriba (costumbre que no sería seguida por los árabes, los mayores difusores de la obra de Ptolomeo en la Edad Media). Su representación del mundo, tras ser olvidada en Occidente durante siglos, inspiraría a los exploradores del Renacimiento, como Colón, convencido de que se podía alcanzar Asia viajando hacia el este, ya que Ptolomeo había calculado un valor para la circunferencia de la Tierra mucho menor que el asignado por Eratóstenes. Otra obra que le reportó gran fama fue su Tetrabiblos, de carácter astrológico. Su obra principal obra astronómica fue Coordinación Matemática (μαθηματικη σύνταξις), también descrita como μεγίστη σύνταξις , de donde procede el término árabe Al Magisti (castellano Almagesto) por el que es conocida en la actualidad. Tolomeo realizó un estudio sistemático del cielo entre marzo del 127 d.C. y febrero del 141 d.C., perfeccionando aún más la obra de Hiparco, compilando un cuerpo de conocimientos impresionante. Además de la descripción de estrellas, Tolomeo creó un refinado sistema para explicar los complejos movimientos de los planetas, suponiendo la Tierra como centro del universo, gracias al uso de epiciclos, ecuantes y otros artificios teóricos. Desarrolló estos estudios en otras obras como Hipótesis de los planetas (υποθέσεις των πλανωμένων ) y Planisferio (τετράβιβλος), donde se representa la esfera celeste en proyección estereográfica, aplicando los conocimientos desarrollados para su Geografía. Esta visión del cosmos tendría más éxito que sus representaciones de la Tierra, y sería conocida durante toda la Edad Media. Puesto que Europa conoció la obra de Tolomeo en gran medida a través de traducciones medievales árabes, se explica que prácticamente todas las estrellas visibles en el hemisferio norte tengan nombres en árabe antiguo. El trabajo de Ptolomeo sólo sería superado más de un milenio después con los trabajos teóricos de Copérnico y Kepler, y las observaciones de Tycho Brahe. La mitología griega y las constelaciones Como hemos señalado, es en la obra de Arato en la que aparecen las constelaciones clásicas, algunas ya identificadas con mitos griegos. La base de la mitología griega se remonta como es sabido a las obras de Homero y Hesiodo. Homero vivió en el siglo VIII o IX a.C. y sería eternamente famoso por ser el autor de La Ilíada y La Odisea, consideradas el fundamento de la cultura griega. La Ilíada narra en veinticuatro cantos o 15.537 versos una parte de la guerra entre griegos (aqueos) y troyanos. La Odisea está constituida por otros tantos veinticuatro cantos y 12.000 versos, donde se narra la búsqueda de Ulises (Odiseo en griego) por parte de su hijo Telémaco, así como las diversas aventuras de Ulises para llegar a su patria en la isla de Ítaca. Hesiodo vivió en el siglo VIII a.C. y sus obras más importantes fueron la Teogonía y Trabajos y días. En la primera, y como indica su nombre, Hesiodo nos explica el origen del mundo y de los dioses, intentando racionalizar el panteón heleno. En la segunda incluye varios mitos de carácter social o moral, algunos de ellos, como el de Pandora, serán fundamentales en la cultura griega. Hesiodo vivió aparentemente en Ascra, Grecia continental, aunque nació en Asia menor, un hecho de decisiva importancia porque pone de relieve la influencia de religiones y mitologías orientales en la base de la mitología griega. De la vida de Homero prácticamente no sabemos nada, lo que ha dado pie a diversas hipótesis que sugieren que se trata de una figura ficticia creada por los griegos para aglutinar varias obras clásicas bajo un mismo autor. Y es que no debemos olvidar que los griegos en la época de ambos autores eran analfabetos y que su obra se creó para la transmisión oral. Origen de las constelaciones Desde el punto de vista de la arqueoastronomía surge el problema de relacionar el cielo de época homérica con el de Ptolomeo. Efectivamente, en las obras de Homero y Hesiodo sólo se describen unos cuantos astros: la Osa (también descrita como el Carro), Orión, las Pléyades, las Híades, Arturo y Sirio. ¿De dónde proceden el resto?. Para responder a esta pregunta, los arqueastrónomos han analizado las constelaciones de Ptolomeo. Y es que si se representan las constelaciones clásicas, éstas no están distribuidas teniendo como centro el polo celeste, sino que se hayan desplazadas. Sin duda esto es debido a la precesión, lo que indica que las constelaciones de Arato fueron descritas en una época anterior. Los diversos estudiosos sobre el tema proponen unas fechas alrededor del 2000 3000 a.C. (Ovenden), para una latitud de unos 36º N. En cuanto al lugar de origen, la cuestión es más complicada. Aunque muchos arqueoastrónomos sitúan su origen en Creta (influidos por muchos escritores clásicos, como el propio Eratóstenes, que atribuía un origen cretense a las Osas), lo cierto es que desde el punto de vista histórico, tal hipótesis es difícil de sostener. Más probable parece situar su origen en la costa levantina, en concreto a los fenicios (Belmonte), ya que por su posición geográfica estaban en contacto con la astronomía y mitos mesopotámicos, así como los procedentes de Siria, Egipto o Anatolia. Además son conocidos los contactos culturales entre griegos y fenicios en la primera mitad del primer milenio a.C., gracias a los cuales los primeros conocieron, entre otras cosas, la navegación de altura y el alfabeto. A este respecto conviene recordar que tanto Arato como Eudoxo eran originarios del sur de Anatolia, por lo que sin duda conocían las tradiciones astronómicomitológicas de la zona, así como las mesopotámicas, sirias, cananeas y por supuesto, griegas. Está claro que para analizar el origen de las constelaciones hay que referirse obligatoriamente a la astronomía mesopotámica. Astronomía Mesopotámica Los Sumerios fueron, junto con los antiguos egipcios, los fundadores de las primeras civilizaciones. Su cultura tuvo su apogeo en el tercer milenio a.C.. Entre otras cosas, a ellos les debemos la rueda, el carro o la escritura (también a los egipcios, pues no está claro que cultura la desarrolló primero). De todas formas es más adecuado hablar de cultura sumerio-acadia, pues los acadios fueron ya en tiempos históricos un porcentaje importante de la población que con el tiempo sería mayoritario. Determinar sus conocimientos astronómicos es más complicado debido a la escasez y fragmentación de las fuentes que han sobrevivido. Destaca la mención en un texto de gramática que data del 2500 a. C. de Mul-Mul (en sumerio, “estrellas”), es decir, las Pléyades. Es el nombre más antiguo que conocemos para designar a un astro. La cultura y civilización sumeria fueron progresivamente asimiladas por pueblos semitas que vivían en la zona (acadios primero, más tarde amorritas, cananeos, arameos, caldeos…), como resultado, casi todas las fuentes sobre los conocimientos astronómicos mesopotámicos son semitas, con lo que resulta complicado averiguar qué datos son estrictamente sumerios, y cuáles fueron añadidos por pueblos posteriores. De todas formas, los nombres de estrellas y constelaciones que aparecerán en épocas posteriores serán sumerios, lo que puede indicar un origen de tales constelaciones en esta época, aunque es difícil asegurarlo, pues el sumerio se siguió usando como lengua sagrada siglos después de haber desaparecido como lenguaje hablado. Del periodo acadio (2350-2150 a.C. aprox.), y la primera época de Babilonia (1950-1500 a.C. aprox.) nos han llegado numerosos cilindros sellos con representaciones de lo que parecen ser muchas de las constelaciones clásicas (Águila, Acuario, Tauro, Leo…), cada una representando a un dios. Algunos de estos cilindros son sumerios y se remontan a épocas anteriores, aunque algunos datan del “renacimiento sumerio” correspondiente a la III Dinastía de Ur (2050-1950 a.C. aprox.), tras la caída de Acad, con lo que no sabemos si están influenciados por el periodo acadio. Del periodo Cassita (1530-1160 a.C.), llamado así por la tribu de invasores procedentes de Irán que invadió Babilonia, tras su destrucción (alrededor del 1600 a.C.) por el rey hitita Murshil I, y que asimilaron su cultura, procede gran parte de textos que nos hablan del saber astronómico de la época. Uno de los textos más famosos que se pueden remontar a esta época son los conocidos como Enuma Anu Enlil (Cuando An y Enlil…: Anu o An, Enlil y Ea eran los tres dioses sumerios más importantes. Ver el apéndice). Los Enuma Anu fueron encontrados en setenta tablillas de la biblioteca de Nínive, del rey asirio Asurbanipal (668-626 a.C.), aunque parece que fueron redactados bajo el rey babilonio Nabucodonosor I (1124-1103 a.C.). Es conveniente no confundir el Enuma Anu con el Enuma Elish (Cuando en lo alto…), el poema de la creación del mundo que se reúne en siete tablillas (unas mil líneas) encontradas en Nínive, Asur, Kish y Sultantepe. En los Enuma Anu encontramos más de 7000 observaciones de fenómenos celestes (salidas de estrellas, conjunciones planetarias, meteorología…), que se sumaron al corpus de conocimientos astronómicos babilonio anterior a la época cassita, como las Tablas de Venus redactadas bajo Ammi-saduqa (1646-1626 a.C. aprox., uno de los sucesores de Hammurabi), donde se recogían varias salidas y puestas heliacas de Venus, así como varios eclipses de Sol, que se han usado para fechar el reinado de Hammurabi, y en relación con éste, el de la mayor parte de eventos en la Mesopotamia del segundo y tercer milenio a.C.. En este periodo hacen su aparición las primeras representaciones clásicas de constelaciones, especialmente en los kudurrus (kudurreti en plural acadio, que significa “límite”, “frontera” o “territorio”). Un kudurru es una estela con valor de acta referida a donaciones de terrenos e inmuebles en beneficio de una comunidad o personaje importante. En estas estelas se representan los dioses mesopotámicos (semitizados) bajo símbolos propios de cada uno garantizando la validez del documento. Estos símbolos introducidos durante esta época permiten una identificación directa de cada dios, incluso por parte del pueblo, la mayor parte analfabeto. En algunos de estos kudurrus los símbolos de los dioses aparecen distribuidos aparentemente como las constelaciones. En estos kudurrus podemos ver algunas de las representaciones más antiguas confirmadas de las constelaciones, como Águila, Hidra, Escorpio, Tauro, Triángulo, Leo, Sagitario, Capricornio o Acuario. En concreto, se puede decir que seis de las constelaciones zodiacales clásicas tal y como las conocemos, provienen claramente de este periodo (aunque su origen es seguramente muy anterior): Tauro, Leo, Escorpio, Sagitario, Capricornio y Acuario. Como resultado, los arqueoastrónomos han credo una verdadera disciplina, la “kudurrrología”, intentando descifrar cada símbolo que aparece en estos monumentos. Naturalmente, es preciso destacar que las interpretaciones basadas en kudurrus, por no hablar de las basadas en los cilindros sellos, son muy subjetivas, y varían enormemente de un autor a otro. Es en esta época, además, cuando se describen por primera vez las distintas estrellas asociadas a cada mes, así como las divisiones de la bóveda celeste: el norte para Enlil, la región comprendida entre los trópicos (el trópico de Cáncer sería el sendero de Enlil y el de Capricornio, el de Ea) para An, y la parte inferior para Ea. A cada división celeste le correspondería una división geográfica: Enlil con Acad, An con Elam y Ea con Amurru. Los astrónomos babilonios se vieron obligados a realzar el papel de Marduk, el dios supremo de Babilonia, en la astronomía heredada de los sumerios y acadios, por lo que denominaron estaciones de Marduk (o de Júpiter, pues éste era el planeta que se identificaba con el dios) a los equinoccios, como podemos ver en el siguiente texto (según Belmonte): Él construyó las estaciones para los grandes dioses, fijando a sus iguales astrales como constelaciones. Él determinó el año por el nombre de las regiones: él designó tres astros para cada uno de los doce meses. Tras definir los días del año por las figuras celestes, él estableció las estaciones de Júpiter para determinar sus bandas. A su lado estableció las estaciones de Enlil y Ea. Las bandas son la eclíptica y el ecuador celeste, también denominado Camino de An. Durante el periodo asirio (883-612 a.C. aprox.) se redactan las tablillas Mul-Apin (“estrella arado”, se llaman así por comenzar con el nombre de esta constelación, equivalente a nuestro Triángulo). La más antigua es del 687 a.C., aunque fueron compuestas con seguridad alrededor del año 1000 a.C.. dichas tablas incluyen entre otras cosas (según John Rogers): *Catálogo de estrellas: 33 estrellas de Enlil, 23 de An y 15 de Ea. Se incluyen asterismos, constelaciones y planetas. *Fechas de salidas heliacas: los cálculos de estas fechas sugieren una redacción que se remonta a finales del II milenio a.C.. *Pares de constelaciones (mientras una sale, otra se pone). *Intervalos de tiempos entre salidas heliacas. *Pares de constelaciones que se hallan al mismo tiempo en el cenit y en el horizonte, de acuerdo para el año 1000 a.C. (latitud 36º N, la correspondiente a Assur, la capital del Imperio Asirio). *El camino de la Luna, es decir, el zodiaco. *Uso del gnomon para dar la hora. *Calendario solar. *Planetas y sus ciclos. Todo este compendio de conocimientos no sería igualado hasta Ptolomeo, por lo que está claro que tuvo que jugar un papel fundamental en el origen de las constelaciones clásicas de Arato. El camino de la Luna, o sea, la eclíptica, es muy importante para nosotros, pues se puede decir que el zodiaco tal y como lo conocemos (salvo un par de constelaciones), tuvo su origen en Mesopotamia. El zodiaco (del griego kyklos zoidion, el “círculo de animales”) que aparece en las tablas Mul-Apin contiene 18 constelaciones con nombre sumerio y es el siguiente: Nombre sumerio Traducción (dios asociado) Constelación actual Mul-mul Gud-an-na Siba-zi-an-na Las estrellas (Enlil) El Toro Celeste (Adad/Ishkur) El Verdadero Pastor Celeste (Papsukkal) El Antepasado (Enmesharra) La Azada (Gamlum) Los Grandes Gemelos (Lugalgirra y Meslamtea) Pléyades Tauro Orión Šu-gi Gam Mas-tab-ba-gal-gal Sur de Perseo Parte de auriga Géminis Al-lul Ur-gu-la Ab-sin2 Zi-ba-ni-tum Gir-tab Pa-bil-sag Suhur-maš Gu-la Zibatti-meš Sin2-mah A-nu-ni-tum Lu2-hun-ga El Cangrejo El Gran León (Latarak) El Surco de siembra (Shala) Las Balanzas (Shamash/Utu) Escorpión (Ishhara) El Flechador (un dios) La Cabra-Pez (Ea/Enki) El grande (Ea/Enki) Las Colas de Pez La Golondrina La Señora del Cielo (una diosa) El Gañán o Aparcero (Dumuzi) Cáncer y Proción Leo y… Virgo Libra Escorpión Sagitario Capricornio Acuario y… Parte de Pisces Pez SW y S de Pegaso Pez NE y Andrómeda Parte de Aries Notas: Gud-an-na también aparece como Gu4-an-na, Gu4=Gud, “res”. Zibatti-meš aparece como Kun-meš, Kun, “cola”. Posteriormente, bajo el reinado del caldeo Nabucodonosor II de Babilonia (604-562 a.C.), las 18 constelaciones zodiacales se redujeron a 12 para igualar el número de constelaciones al de meses (entendiendo aquí mes como lunación), con lo que cada mes lleva asociada una constelación. Las 12 constelaciones, asociadas a cada mes, son las siguientes (según Belmonte): Mes Traducción Constelación actual Nisanu Ayaru Simanu Du’uzu Abu Ululu Tashritu Arajsamna Kislimu Tabetu Shabatu Adaru El Aparcero (Luhunga) (Gudanna) Pastor celeste y los gemelos El Cangrejo (Allul) El León (Urgula) La Espiga (Absin) La Balanza (Zibanitum) El Escorpión (Girtab) (Pabilsag) La Cabra-Pez (Suhurmash) El Grande (Ea) El campo (Iku) y las colas de pez Aries Tauro + Pléyades Orión + Gémini Cáncer Leo Virgo Libra Escorpio Sagitario Capricornio Acuario Parte de Pisces Como vemos, en este zodiaco babilónico han desaparecido cuatro constelaciones del camino de la Luna de la época asiria y aparece una nueva, Iku (“El campo”, el Cuadrado de Pegaso). Posteriormente, en el siglo V a.C. hará su aparición un zodiaco ligeramente modificado respecto al anterior, sin las Pléyades, Orión y el Cuadrado de Pegaso. Este zodiaco será el que se incorporará a la cultura griega y llegará hasta nuestros días. Sin embargo, basta un vistazo a la tabla anterior para comprobar que algunas constelaciones zodiacales no aparecen, como es el caso de Aries, ya que en su lugar figura el Aparcero (ver Aries). Otras discrepancias son las Colas de Pez en vez de dos peces completos, y la Espiga en vez de Virgo (ver Virgo y Pisces). Con la aparición de este zodiaco, también haría su aparición la astrología, tal y como la conocemos en día. El primer horóscopo personalizado, basado en las constelaciones zodiacales babilonias (sin Aries) data del 409 a.C.. Tras Alejandro Magno, esta práctica se extendería por todo el mundo heleno primero, y por el romano después. Resumiendo, podemos definir dos grupos importantes de constelaciones, uno de clara procedencia mesopotámica situado principalmente alrededor de la eclíptica (y otras como el Águila o el Dragón), creado desde los orígenes de la civilización sumeria o antes, abarcando un periodo de tiempo que va del 3000 a.C. al 500 a.C., y el otro formado por el resto de constelaciones clásicas, de las cuales tenemos las primeras referencias directas con Arato. De dónde viene este segundo grupo no está claro. Ya vimos arriba que algunos investigadores proponen la civilización minoica, los asirios, los hititas o los fenicios como origen posible, poniendo una fecha de creación del 3000 a.C. hasta el 2000 a.C., aunque la fecha exacta es muy difícil de precisar, pues es posible que haya sido un proceso continuado en el tiempo, más que uno puntual. Tanto el origen fenicio como el minoico (o quizás compartido) se enfrentan a un problema, y es lo poco que sabemos de los conocimientos astronómicos de estos pueblos. Además es posible también que haya varios orígenes posibles para este grupo de constelaciones. De todas formas, investigaciones actuales relacionan a los minoicos con otros pueblos preindoeuropeos como los etruscos, iberos y los vascos, que serían los restos de un sustrato de pueblos relacionados lingüísticamente que habitaron por todo el Mediterráneo antes del segundo milenio a.C., por lo que quizás estaríamos ante la cultura creadora de parte de las constelaciones. Posteriormente serían los griegos, u otro pueblo (¿los fenicios?), los que fundirían ambas tradiciones alrededor del siglo VI a.C.. Así, parece que las constelaciones más antiguas tendrían su origen en Mesopotamia durante el cuarto milenio a.C., pero surge la pregunta: ¿no es posible remontarse más atrás en el tiempo?. Naturalmente, al hacer esto nos introducimos en la prehistoria, por lo que la falta de documentos que ello conlleva parece un obstáculo prácticamente insuperable. Pese a todo, numerosos autores han intentado ver vestigios de constelaciones en culturas prehistóricas. A este respecto destaca el gran número de pueblos distribuidos por todo el hemisferio norte que ven en la constelación de la Osa Mayor este animal, por lo que sugieren que su origen se remonta al menos hasta unos 15000 años a.C, cuando los primeros seres humanos cruzaron a América por el estrecho de Bering. Algunos van más lejos y proponen la fecha del 50000 a.C. como origen, coincidiendo con el culto paleolítico al oso de las cavernas. Otra constelación que podría tener un origen prehistórico es Tauro, pues algunos investigadores relacionan las pinturas de las cuevas de Altamira o Lascaux con mapas celestes, en los que destaca la figura de un toro (en realidad un auroch). Otros autores como Gurshtein, sugieren un origen prehistórico (16000 a.C.), no sólo de unas cuantas constelaciones, sino de un gran número de ellas. Se basa Gurshtein en la aparente distribución de las constelaciones en la bóveda celeste según representen a animales aéreos, terrestres o acuáticos, estando los primeros alrededor del polo celeste (Cisne, Águila,…), y los últimos (Pisces, Acuario,…) cerca del ecuador. Para explicar este hecho propone una distribución según tres estratos (aire, tierra y agua) que dividirían la esfera celeste. Hace 16000 años, debido a la precesión, los signos del zodiaco encajarían perfectamente en esta división. Asimismo, se hace eco de la división parecida, arriba mencionada, del cielo en Mesopotamia (de donde proceden las constelaciones zodiacales, según vimos), donde la región alrededor del polo estaba dedicada a Enlil (dios de la atmósfera, entre otras cosas), la ecuatorial a Anu, y la sureña a Enki (dios de las aguas). Aunque en la zona asignada a Anu no concuerda con la hipótesis de Gurshtein, lo cierto es que ambas divisiones son bastante parecidas. De todas formas esta hipótesis, y otras semejantes, van muy lejos teniendo en cuenta los escasos datos que tenemos a nuestra disposición, aunque no dejan de ser sugerentes. Las constelaciones después de Ptolomeo El Almagesto de Ptolomeo fue la obra cumbre de la astronomía hasta el Renacimiento, cuando las nuevas investigaciones y rutas marítimas cambiarían el aspecto del cielo. Los Fenómenos y el Almagesto fue traducido por los árabes en numerosas ocasiones durante los siglos X-XV, los cuales desarrollaron una importante actividad astronómica, en la que destacan los astrónomos Al Battani (Albatagenius, 958-929, aprox.) y Al Sufi (903-986), así como las Tablas Toledanas del siglo XI, confeccionadas por Al Zarqali, o las famosas Tablas Alfonsinas, redactadas por orden de Alfonso X de Castilla (1226-1284) gracias a los conocimientos aportados por los musulmanes de Al Ándalus, que ayudaron a diseminar por toda Europa el saber astronómico que se había perdido tras la caída del Imperio Romano. Aparte de la descripción de constelaciones, durante la antigüedad ya se intentó representar gráficamente las estrellas, aunque pocas obras nos han llegado. Destacan entre ellas las esferas celestes, globos donde las constelaciones se representaban al revés, es decir, como si el observador estuviera situado fuera de la esfera. Es representativo el Globo de Farnese, que data del año 70 a.C., en el que aparece Atlas sosteniendo los cielos. Otra forma de representar el cielo fue la esfera armilar, que en vez de un globo sólido, era una estructura abierta en la que sólo figuraban círculos de coordenadas. Uno de los primeros intentos de realizar un mapa celeste con cierta exactitud fue llevado a cabo por el artista alemán Albrecht Dürer en 1515, aunque la primera vez que se plasmó la esfera celeste en un mapa de forma precisa con métodos de proyección fue con Johann Bayer (1572-1625), abogado y aficionado a la astronomía bávaro. Esta tarea es más complicada de lo que pudiera parecer, ya que representar una esfera (tres dimensiones) en un mapa (dos dimensiones), requiere unos conocimientos matemáticos mínimos si se quiere obtener un resultado no muy distorsionado. Bayer se basó en las observaciones del astrónomo y noble danés Tycho Brahe (1546-1601), el cual obtuvo posiciones más precisas (hasta un minuto de arco) que las del Almagesto, pese a trabajar también a simple vista. Tycho dio a la Cabellera de Berenice la categoría de constelación (aunque el asterismo era conocido desde la antigüedad). Tycho entraría en la historia por la puerta grande al suministrar los datos necesarios para que Kepler desarrollase su revolucionaria teoría acerca del movimiento de los planetas. Realizó sus observaciones desde un palacio al que denominó Uraniborg (“Castillo Celeste”), en la isla danesa de Hven, cedida por el rey Federico II. Los datos de sus observaciones fueron publicados en el catálogo Progymnasmata (1602), que incluía 777 estrellas, luego ampliado con 223 estrellas más. La obra de Bayer fue denominada Uranometria (publicada en 1603) e incluía doce nuevas constelaciones sureñas (aunque no tenían la misma precisión, ya que para éstas Bayer carecía de datos de Tycho), en gran medida gracias a las observaciones que los navegantes holandeses Pieter Diricksz Keyzer y Frederick de Houtman realizaron en sus expediciones de los años 1595-97. Las nuevas constelaciones eran: Phoenix (Fénix), Columba (Paloma), Grus (Grulla), Doradus (Carpa Dorada), Volans (Pez Volador), Musca (Mosca), Triángulo Austral, Pavo, Indio, Tucán, Hidra Austral o Serpiente de Agua, Camaleón y Apus (Ave del Paraíso). Bayer también introdujo la costumbre de denominar a las estrellas más brillantes de cada constelación con letras del alfabeto griego. Aunque en la mayor parte de casos siguió un orden decreciente de magnitud (α más brillante que β, etc.), para ciertas constelaciones Bayer siguió el orden según la forma del asterismo, como es el caso de la Osa Mayor, o bien utilizó el criterio de denominar α a la estrella situada más al norte, como es el caso de Orión. Hay que destacar que Bayer no fue el primero en distinguir a cada estrella con una letra. Este honor le corresponde al italiano Alessandro Piccolomini (1508-1578), quien en su atlas De le Stelle Fisse (1540) introdujo letras latinas para cada estrella. El designar a cada estrella con una letra marcó una gran diferencia frente al método tradicional de describirlas según su posición respecto a la figura imaginaria de la constelación (por ejemplo, “la estrella en la punta de la cola”). Esto explica el interés puesto en todos los mapas celestes por dibujar las figuras mitológicas de forma detallada, ya que cada astrónomo debía conocer bien la “anatomía” asociada cada constelación para identificar las estrellas correctamente. En 1624, el astrónomo alemán Jacob Bartsch añadió cuatro constelaciones nuevas: Reticulum (Retículo) (Bartsch la denominó “Rombo”, y fue introducida con el nombre de Retículo por Lacaille), Monoceros (Unicornio), Camelopardalis (Girafa) y Vulpecula (Zorrilla, constelación popularizada por Hevelius). Posteriormente, el alemán Johannes Hevelius publicó en 1687 el atlas Firmamentum Sobiescianum, basado en las mediciones de alta precisión realizadas por él mismo a simple vista desde la ciudad de Danzig (actualmente en Polonia), que publicó en un catálogo de 1564 estrellas llamado Prodromus Astronomiae, publicado en 1690. El atlas de Hevelius introdujo numerosas constelaciones: Canes Venatici (Perros de Caza), Lacerta (El Lagarto), Leo Minor, Lynx (Lince), Sextans (Sextante), Scutum (Escudo). El siguiente atlas celeste destacable fue el Atlas Coelestis de John Flamsteed (1646-1719), el primer Royal Astronomer, basado en las posiciones medidas con telescopio publicadas en el Britannic Catalogue, también de Flamsteed. El astrónomo francés Joseph Jerome de Lalande (1732-1807) introdujo el “número de Flamsteed” en una edición francesa del atlas. Este número se le asigna a las estrellas más brillantes de una constelación en orden de ascensión recta, y es independiente de la clasificación de Bayer. Lalande introdujo también una constelación que no tuvo éxito posterior: Felis (el Gato). En 1750 el abad Nicolas Louis de Lacaille realizó una visita al Cabo de Buena Esperanza para cartografiar con precisión las estrellas del hemisferio sur. Introdujo numerosas constelaciones: Sculptor (originalmente Taller del Escultor), Fornax (Horno), Caelum (Buril), Pictor (originalmente se denominó Caballete del Pintor), Pyxis (Brújula), Antlia (Máquina Neumática), Telescopium, Microscopium, Norma (Regla), Reticulum, Horologium (Reloj), Circinus (Compás), Mensa (Monte de la Mesa, situado al sur de la Ciudad del Cabo, donde Lacaille realizó sus observaciones) y Octans (Octante, la constelación donde está situado el polo sur celeste). Es destacable también el trabajo del alemán Johann Elert Bode (1747-1826), autor del atlas Uranographia. Esta fue la primera obra en la que aparecieron fronteras para delimitar las constelaciones. Hasta ese momento, había muchísimas regiones en el cielo que no se sabía a que constelaciones pertenecían, dándose el caso que muchas estrellas podían pertenecer a dos o más constelaciones a la vez. Bode introdujo varias constelaciones que no tuvieron aceptación posterior como Officina Typographica (La Imprenta), Globus Aerostaticus, Machina Electrica, Lochium Funis (Cuaderno de Bitácora), Sceptrum Branderburgicum o Quadrans Muralis (de donde procede el nombre de la lluvia de meteoros de las Cuadrántidas). Estas constelaciones corrieron la misma suerte que muchas otras que se intentaron introducir a lo largo de los siglos XVIII y XIX por diversos astrónomos como la Gloria Frederica, Fluvius Jordanus, Tigris Fluviu, Musca Australis, Sceptrum (el Cetro), el Arpa del Rey Jorge III o el Telescopio de Herschel, así como varias cruces celestes. En 1922 la Unión Astronómica Internacional (IAU), fijó la lista definitiva de 88 constelaciones en la primera asamblea general de la organización. En 1930, gracias al trabajo del belga Eugene Delporte, se delimitaron claramente las fronteras entre ellas (en muchos casos, de forma inevitable, el criterio fue bastante subjetivo), siguiendo las coordenadas de ascensión recta y declinación correspondientes al equinoccio 1875.0, con lo cual dichas fronteras se van desplazando respecto al sistema de coordenadas actual debido a la precesión