EL EPIGRAMA, LA SÁTIRA Y LA FÁBULA. EL EPIGRAMA El epigrama es un género de la literatura antigua con un encanto especial. Breve, conciso, ingenioso y variado, tiene el arte de lo pequeño y de lo profundo a un tiempo, pues no hay cosa más difícil que decir mucho con pocas palabras, ajustándose además a unos esquemas métricos determinados. Mientras que el epigrama griego fue más bien serio y variado, el romano destacó por su capacidad para la sátira, el pasatiempo y la crítica despiadada. Así, frente al epigrama griego de tipo funerario, erótico o votivo, el epigrama romano es satírico, jocoso e invectivo. Estos aspectos, cercanos al chiste y a la caricatura, fueron del agrado de todos los escritores; de ahí que muchos de ellos no pudieran dejar de sucumbir a la tentación de escribir epigramas a lo largo de su vida. Sólo algunos han dejado una producción de este tipo lo suficientemente relevante. - Catulo, cuya obra se ha estudiado con mayor detalle en la lírica, es el primero que ofrece un número significativo de epigramas de tipo erótico y satírico: es fogoso en el epigrama erótico, y agresivo y constante, en el satírico. - Más llamativos, atrevidos y subidos de tono son los Priapeos, epigramas que tienen que ver con Príapo, guardián de huertos y jardines, divinidad de la fertilidad; la mayoría de esos pintorescos versos son anónimos. - MARCIAL (40-104 d.C). Pero, sin duda, el verdadero maestro del epigrama es un hispano natural de Bilbilis, hoy Calatayud, no lejos de Zaragoza (Caesar Augusta). Nos referimos a Marco Valerio Marcial: el primer humorista poético de la Antigüedad, ácido, incisivo, agudo, contradictorio y tierno, crea todo un género imitado por la posteridad. Personaje pintoresco, inconstante, ingenioso y listo, acomodaticio a las situaciones más extrañas, no tuvo nunca una actividad claramente definida; cliente de patronos distinguidos, adulador de emperadores, añorante por momentos de su tierra natal y de Roma, etc.; un personaje de estas características forzosamente habría de dejar huella en la literatura latina. Por el epigrama de Marcial desfila toda la sociedad romana. En algunos casos se ponderan sus cualidades y se exaltan sus virtudes, pero en la mayoría de las ocasiones se resaltan sus vicios y defectos, especialmente las taras físicas, objeto de caricaturas a veces desgarradoras. Igualmente, aspectos relacionados con el sexo se tratan con claridad. No hay en su obra ninguna intención moralizante; parece disfrutar arremetiendo contra sus contemporáneos. Sin embargo, salvo en contadas ocasiones, esos contemporáneos no aparecen mencionados por su nombre. Si Marcial es un maestro por sus críticas, sus chistes y sus caricaturas, todavía es un maestro más consumado en el acto de la composición y de la versificación. Cinco o seis versos le bastan para decirlo todo con pocas palabras, guardando siempre para el último verso la descarga final, la carcajada, la resolución del epigrama. Su ingenio es desbordante y su humor es más bien intelectual. Marcial hace reír, aunque no todos los epigramas tienen la misma fuerza cómica. Sus versos suelen estar bien elaborados. El poeta de Bilbilis fue ensalzado por unos y denostado por otros; igual suerte corrió en la posteridad. El epigrama, en cambio, estará llamado a tener una importancia muy considerable en las diversas literaturas europeas. EL EPIGRAMA POSTERIOR A MARCIAL En el siglo II escribieron epigramas Floro y Pentadio. Hasta Ausonio no se encuentra una colección titulada Epigrammata, pero tienen poco que ver con los epigramas de Marcial. Formalmente elaborados, se centran en aspectos culturales y más bien escolares; parece más un trabajo de laboratorio, lejos del frescor y de la viveza del contacto directo con la gente de la calle. El polifacético Claudiano incluyó también epigramas sobre temas variopintos dentro de su dilatada producción. Los trabajos de estos y otros autores de época más tardía fueron recopilados (al modo de lo realizado por los griegos en su Anthologia graeca en un grueso volumen) en la Anthologia latina. LA SÁTIRA Sátira “quidem tota nostra est” ("Sin lugar a dudas, la sátira es íntegramente nuestra"), proclamaba Quintiliano. Este género no nace de las letras griegas, pero tampoco es una creación latina. Lo que debe ponerse de relieve, matizando la afirmación de Quintiliano, es que la sátira es un género peculiar, que no deriva directamente de ningún otro género literario, ni del mundo latino ni del griego. Se trata, pues, de un género novedoso, fruto de mezclar elementos muy diversos procedentes de ciertas manifestaciones de carácter popular dramático (sátira dramática) dentro de la propia Italia con otros ya existentes en la Grecia helenística (Menipo de Gádara, siglo III a.C.) y con otros, incluso, de tipo más literario cultivados en Roma (epigrama). Así, la sátira se presenta como una mezcla abigarrada de elementos diversos. Pese a ese carácter variado, algunos estudiosos realizan una clasificación atendiendo a criterios, unas veces de tipo formal, y otras de aspecto ideológico o de contenido; tanto en un caso como en otro, la miscelánea y la crítica son consustanciales a la poesía satírica. En líneas generales, se establece una distinción entre sátira menipea y sátira hexamétrica o romana, propiamente dicha. - LA SÁTIRA MENIPEA Llamada así por tener como referencia la figura de Menipo de Gádara (siglo III a.C.), filósofo cínico que utilizó una mezcla de prosa y verso para exponer su pensamiento ético a partir de una crítica de los diversos tipos que componen la sociedad. En Roma fue M. Varrón quien compuso nada menos que 150 libros de sátiras, que han llegado a nosotros en estado muy fragmentario. Conocemos los títulos y unos 600 fragmentos, aproximadamente, que permiten identificar las peculiaridades del género, si bien Varrón defiende un pensamiento netamente conservador; el culto a los mores maiorum, (las costumbres de los antepasados), como modelo ético que se debe seguir, es algo típico de su pensamiento. Conservamos completa la obra satírica de Séneca, el escritor cordobés, titulada “Apocolocyntosis divi Claudi”, es decir, la “transformación en calabaza del divino Claudio”. El escritor arremete contra el emperador Claudio, que le había desterrado a la isla de Córcega. Empleando gran variedad de metros, el escritor parece no dejar títere con cabeza; la figura física y moral del emperador, así como su gobierno, se fustigan y critican de forma agresiva y, en ocasiones, feroz. Como contrapunto a ese cuadro, el autor saluda con optimismo el incipiente reinado de Nerón. Es posible que ese escrito fuera destinado a la lectura privada, y no a la publicación. - LA SÁTIRA HEXAMÉTRICA El creador de la sátira genuinamente romana, en verso hexamétrico, es C. Lucilio. A su vez, la invectiva, la crítica directa y agresiva se hacen presentes en sus escritos y perdurarán como nota característica y rasgo distintivo del género. Se ha perdido una gran parte de su obra, y lo que nos ha quedado (unos 1.500 versos) permite ver cómo caricaturiza y ridiculiza a sus rivales en el plano de la política. Horacio, estudiado en la lírica, en e! año 30 a.C. compuso dos libros de sátiras que tituló “Sermones”; esto es, "conversaciones". Se reconoce heredero de Lucilio, al que considera fundador del género, pero, sin embargo, su obra reviste aspectos muy distintos. En primer lugar alterna -ya lo hizo también Lucilio- el verso hexamétrico con el yámbico. Son los llamados “Épodos”, basados en los giriegos Arquíloco e Hiponacte, que respiran un aire no muy distinto al de las sermones. En segundo lugar, Horacio rebaja notablemente el tono de la crítica; se vuelve menos mordaz, menos agresivo, menos directo. Por su obra pasa toda la sociedad de la Roma de entonces, pero pretende no tanto agredirla y fustigarla cuanto educarla y corregirla. Los vicios se presentan a veces caricaturizados, deliberadamente exagerados, para poder corregirlos mejor y exaltar las virtudes que se les oponen. Como es natural, el autor muestra sin reparos sus propios puntos de vista y sus ideas, de corte moderado y equilibrado en la mayoría de las ocasiones. La obra resulta un tanto monótona, aunque formalmente es de una gran perfección. Pcrsio Flaco (34-62 d.C.) fue el escritor más joven de la literatura latina; murió a los 28 años. Educado en círculos cultos, asumió con convicción las ideas de los filósofos estoicos. Sus sátiras se reducen a poco más de 600 versos; seis composiciones que alcanzaron en su tiempo un gran éxito. La primera sátira glosa la poesía y la actitud del propio Persio ante ella; la segunda toca aspectos de la religiosidad del individuo. La tercera se dedica a la educación; la cuarta, al pensamiento de Sócrates y a la máxima "conócete a ti mismo"; la quinta, a la libertad y al saber; la sexta nos habla de la ambición humana. Persio fue y sigue siendo considerado un autor farragoso, cuya obra es difícil de comprender. - JUVENAL. (55-130 d.C.), El gran nombre propio en el campo de la sátira es el de Décimo Junio Juvenal. Pintoresco personaje a caballo entre los siglos I y II d.C. cuya existencia azarosa e inquieta fue sin duda determinante en su obra. Al igual que Marcial -de quien fue buen amigo-, ejerció como cliente de patronos hacendados, y no le debió ir muy mal; tuvo casa en Roma y villas en Tívoli y Aquino. Su producción consta de dieciséis sátiras, repartidas en cinco libros. La misma fuerza demoledora que encontrábamos en Marcial salpica toda la obra de Juvenal, que arremete contra todo y contra todos, y, en especial -y aquí sí hay una diferencia importante con Marcial-, contra personajes del pasado, como Tiberio, Claudio, Domiciano, Mesalina, etc. Estos personajes suelen ser caricaturizados con gran acidez y agresividad. Las sátiras de tipo social son igualmente demoledoras. Juvenal es un nacionalista que piensa que sin duda "cualquier tiempo pasado fue mejor". Extranjeros y emigrantes son denostados sin piedad; los griegos son particularmente mal vistos; las mujeres tampoco se libran de sus dardos. Juvenal presenta la imagen de una sociedad degenerada, inmersa en vicios, que desea regenerarse. Contra ese panorama reacciona propugnando una especie de limpieza moral. Juvenal anhela tiempos pasados porque los considera mejores; la sociedad de antaño le parece menos compleja, más sencilla y, por supuesto, más sana. Muchas de sus propuestas, entresacadas de sus escritos, han dado la vuelta al mundo; valga como ejemplo “mens sana in corpore sano” (X, 356). Con Juvenal la sátira alcanza, pues, su máximo esplendor. El género satírico conocerá gran éxito en todos los siglos de la historia, baste como ejemplo Quevedo; ningún autor español ha sabido recrear con más fuerza las sátiras y los epigramas de los antiguos romanos que Francisco de Quevedo (1580-1645). Maestro del conceptismo que economiza palabras, administra silencios y hiere con vocablos directos. Quevedo es demoledor para propios y extraños. LA FÁBULA La fábula es un género de difícil clasificación por su componente didácticomoral y por la enorme importancia e influencia que ha tenido sobre la literatura europea. Asociada con frecuencia a la sátira y al epigrama, la fábula se consideró literatura menor. Existente en el Oriente y dotada de rango propio, de la mano de Esopo, en Grecia, encuentra en Fedro su mejor representante en el mundo romano. La fábula es, antes que nada, una negación del heroísmo. Los hombres corrientes se asimilan y se comparan con los animales, que son los auténticos protagonistas. La fábula pretende hacer mejores a los hombres; fustiga sus vicios e intenta estimular sus cualidades y virtudes. Mientras Esopo compuso en Grecia su obra en prosa, Fedro tuvo el mérito de componer las fábulas en verso. - FEDRO Su producción se compone de 103 fábulas, divididas en cinco libros, que incluyen al comienzo y al final sus correspondientes prólogos y epílogos, que nos permiten conocer algún detalle sobre la vida y el pensamiento del autor. Así, menciona sus problemas con Sejano, jefe del pretorio en tiempos de Tiberio, su amistad con Eutico, famoso auriga contemporáneo del emperador Calígula, y sus pretensiones de elevar la fábula a la categoría de género mayor, pasando él, en consecuencia, a ocupar un lugar preferente en la historia de la literatura latina. Su obra resulta, en ocasiones, un tanto tosca y no muy sencilla desde el punto de vista de la corrección lingüística Después de Fedro, la fábula en lengua latina conoció un imitador a finales del siglo IV, Aviano, que compuso casi medio centenar de fábulas.