Política, periodismo, verdad. A propósito de Arcadi Espada Alfonso Galindo Hervás1 Resumen: este artículo constituye un ensayo sobre las relaciones entre política y periodismo. El texto toma como referencia el ideal objetivista defendido por el periodista Arcadi Espada, mostrando sus problemas teóricos y sus virtudes normativas, morales y políticas. El artículo sostiene que el objetivo de alcanzar la verdad depende de la existencia de una sociedad democrática y libre, que reivindica el pluralismo frente a la unanimidad de los dogmas. Abstract: this article is an essay about the relationship between politics and journalism. The text refers to the objetivist ideal championed by journalist Arcadi Espada, showing its theoretical difficulties and its normative virtues, moral and political. The paper argues that the object of reaching the truth depends on the existence of a democratic and free society, which claims pluralism against the unanimity of the dogmas. Palabras clave: política, periodismo, verdad, objetividad, democracia liberal Key words: politics, journalism, truth, objectivity, liberal democracy 1. Democracia liberal, opinión pública y periodismo. Es común afirmar la relevancia de la opinión pública en las sociedades contemporáneas. La misma tiene que ver con la contención y racionalización del poder político a los que contribuye2. Por ello no es un asunto menor para una comprensión democrática y liberal del gobierno y, más allá de éste, de la propia vida. La opinión Profesor de “Teoría Política” e “Historia de las Ideas Políticas” en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Murcia. E-mail: [email protected] 2 También con su sostenimiento, si aceptamos la tesis schmittiana (hoy retomada por Giorgio Agamben) que identifica la opinión pública con la gloria y la aclamación popular, legitimante del poder constituido. Cfr. C. Schmitt, Teoría de la Constitución, trad. F. Ayala, Editora Nacional, México, 1952, p. 285; G. Agamben, El reino y la gloria. Para una genealogía teológica de la economía y del gobierno, trad. A. Gimeno, Pre-Textos, Valencia, 2008, pp. 14s., 276. 1 1 pública, junto con estrategias tales como la autocontención del poder (constitucionalismo), su división (legislativo, ejecutivo, judicial) y su dispersión (federalismo) constituyen los procedimientos que han dado forma a esa tipología de gobierno que denominamos democracia liberal. Mientras que la democracia remite de suyo a la homogeneidad y a la igualdad (en concreto, a la igual participación en el gobierno), son los ingredientes liberales de la misma (que suelen sintetizarse remitiéndolos de modo genérico a la defensa de la libertad individual) los que impiden la deriva totalitaria a la que tiende todo poder homogéneo. Es revelador que uno de los más agudos pensadores de la historia, Reinhart Koselleck, demonizase la opinión pública como una moralización de lo político máximamente desestabilizadora del poder estatal. Y ello hasta el punto de remitir a su influencia perniciosa la génesis de la Revolución Francesa y la crisis política permanente3. Con ello aplicaba a la historia (o explicaba desde categorías históricas) lo que antes había predicado de la política su maestro Carl Schmitt, a saber: la disolución de lo auténticamente político –y de su máxima expresión, el Estado— a manos del individualismo y el pluralismo liberales4. Aunque en este contexto puede invocarse la vieja crítica de Habermas, afanosa por mostrar la legitimidad y provecho político del ejercicio público de opinión5, el hecho de que no compartamos las prognosis de pensadores realistas como Koselleck o Schmitt no implica negar la agudeza de sus diagnósticos; incluso el servirse de ellos con fines diametralmente opuestos a los suyos. Y es que en la fuerza desestabilizadora y cuestionante de los poderes constituidos que pueda haber en la opinión pública radica uno de sus principales valores políticos. Por lo demás, ¿por qué negar a priori que también en la opinión pública queda representada y realizada, tal vez a jirones y en formas contradictorias y cambiantes, la voluntad de un pueblo? Sin reducirse a ello, la opinión pública tiene en el periodismo –o en sus productos— un índice de sí a la par que un factor decisivo. Es decir, la opinión pública también se realiza en y por el ejercicio del periodismo. De ahí que baste con aplicar la propiedad transitiva para comprender la enorme relevancia política de éste. Más aún: su naturaleza política –y ello por varios motivos. 3 R. Koselleck, Crítica y crisis, trad. R. de la Vega y J. Pérez, Trotta, Madrid, 2007. La obra de referencia es C. Schmitt, El concepto de lo político, trad. R. Agapito, Alianza, Madrid, 1991. 5 J. Habermas, Perfiles filosófico-políticos, trad. M. Jiménez Redondo, Taurus, Madrid, 1986, pp. 383ss. 4 2 El periodismo se nos muestra hoy como una actividad sin sujeto o, cuanto menos, con un sujeto esquivo y de difícil identificación. Ello afecta a la acción que le es propia, que adquiere perfiles borrosos, acabando por perder también una identidad clara. Sobra decir que pretender garantizar un sujeto y una acción propias invocando algún título de los que expiden nuestras Universidades, sólo puede suscitar una piadosa sonrisa. Hoy periodistas los somos todos y periodismo es cualquier cosa: de los maestros del oficio consagrados por el tiempo, a los oportunistas que sostienen la mayoría de reality shows; de lo que se publica en cualquier diario nacional, a la foto que cuelga el adolescente en su web. Ambas circunstancias deben considerarse un signo relevante, a la par que un factor decisivo, de la imposible existencia, en un mundo globalizado, de referentes de todo tipo dotados de autoridad incuestionable. En esta medida es igualmente un índice y un factor de pluralismo. Pero si no hay un claro sujeto (y una clara actividad propia) del periodismo, tal vez haya que buscarlo. Es, por lo demás, lo que vienen haciendo los filósofos con su disciplina desde el momento mismo de su inicio hasta hoy. 2. Buscando la objetividad del y en el periodismo. La (pre)ocupación de Arcadi Espada por la naturaleza y perversiones del periodismo puede ubicarse en estas coordenadas. La razón de invocarlo en este contexto es que sus tesis sobre el tema del sujeto y la esencia del periodismo son sumamente sugerentes en orden a evidenciar los problemas teóricos y prácticos implícitos en la producción (política) de la verdad; o, para no parecer sesgados, en las relaciones entre política y verdad, esto es, en el régimen político de la verdad –tanto como en la dimensión epistemológica de lo político. En esta medida, es ocasión igualmente para replantear el tema de la función social del periodismo –tal vez incluso el del alcance periodístico-mediático de lo político—, si es que aún existe algo así como un último sujeto del periodismo al que dirigirse y del que esperar previsiblemente algo. Unos de los lugares donde Arcadi Espada publica habitualmente (un blog en la edición digital de El Mundo) se dedica justamente al análisis del periodismo en general y de su periódico en particular. Aunque los temas de reflexión de Espada son muy variados, es posible inferir de la lectura asidua de su blog una perspectiva priorizada sobre las demás: la del tratamiento periodístico de dichos temas. No es que a Espada no le interesen los hechos –todo lo contrario—, sino que su acercamiento a ellos y su 3 tratamiento suele ser inseparable del análisis explícito de los que otros periodistas han efectuado de los mismos. Con ello su escritura logra explicaciones hiper-reflexivas de los sucesos, adquiriendo a menudo su mirada una gran complejidad. Espada explica un acontecimiento cuestionando, por ejemplo, en qué medida es noticia para otro diario. O aludiendo a las preposiciones empleadas por un colega y por las que se filtran los tópicos dominantes. Etc. En ocasiones su escritura concreta y ofrece el destilado de un entrecruzamiento de perspectivas, incluyendo la problematización de la propia, como mejor manera de explicar un acontecimiento. Éste queda con ello doblemente iluminado. También es posible inferir de la lectura de sus blogs y columnas una concreción de esa (pre)ocupación dominante por el devenir del periodismo. Se trata de uno de sus argumentos más recurrentes en orden a desestabilizar determinadas explicaciones de los sucesos. Arcadi Espada ha hecho de la crítica al ficcionalismo en el periodismo un objetivo fundamental de su escritura. Por tal entiende la sustitución, por diversos intereses y circunstancias, de la descripción de hechos (facta) por la creación de ficciones (fictio), con la consiguiente pérdida de la objetividad como referente del ejercicio periodístico, devenido por ello inauténtico y falseador. De este modo, la subjetiva y burguesa novela abría logrado colonizar el espacio (presuntamente) aséptico y neutral del relato periodístico de la realidad6. Espada parece tener muy clara la diferencia entre describir hechos y recrearlos interpretativamente. Y no sólo eso: cree posible distinguir ambas acciones atendiendo a criterios estrictamente gnoseológicos, esto es, relativos a la diversa tipología de conocimiento que supondrían el describir objetivamente y el novelar o interpretar 7. En este artículo sostendré que tal distinción es problemática desde el punto de vista teórico y peligrosa desde el punto de vista político. Sostendré igualmente que la aspiración a la objetividad que refleja y defiende Espada presupone una oculta dimensión normativa, política y moral, que es su mayor valor y a la que difícilmente puede servirse desde una epistemología realista y objetivista como la que él demanda. 6 Cfr. A. Espada, Raval. Del amor a los niños, Anagrama, Barcelona, p. 222. También puede verse el inicio de Diarios (Espasa-Calpe, Madrid, 2002), donde alude a la “infección literaria” que padece el periodismo, echado en brazos de la novelización de los hechos. 7 “La objetividad es la capacidad de narrar los hechos con independencia del lugar, moral, pero también físico, donde uno se halle”. A. Espada, Periodismo práctico, Espasa-Calpe, Madrid, 2008, p. 116. 4 3. La historia de Verdad y de Objetividad. Arcadi Espada explicita dos criterios de diferenciación entre describir e interpretar que son persuasivos. Uno de ellos alude al tipo de pregunta que se plantea quien se aleja de la descripción objetiva y más bien interpreta: pregunta por el por qué de lo sucedido8. Naturalmente, ello conforma un tipo de relato muy diferente del que generan preguntas como cuándo, dónde, cómo, etc. Más aún porque, en el caso de los periodistas, Espada sostiene que se suele satisfacer dicho por qué con explicaciones de tendencia sociologizante (del tipo consistente en remitir una determinada acción a la influencia de la biografía y el contexto). A ello podría argüirse que la complejidad de la pregunta por el por qué de una acción o suceso no la deslegitima necesariamente. Más bien reclama no incurrir en el reduccionismo de responderla privilegiando un sólo tipo de factor: ya sean las motivaciones religiosas, los contextos biográficos o las inercias sociales –pero tampoco las descripciones de tipo bioquímico. El segundo criterio está íntimamente relacionado con éste. Se trata del sentido que poseen los relatos ficticios, aquéllos que no se limitan a narrar objetiva y asépticamente. El texto interpretativo dota de sentido un conjunto de hechos, permitiendo al lector reconciliarse con la realidad y, en esta medida, consigo mismo – fortaleciendo su identidad en suma. Este argumento presupone que la realidad, de suyo, carece de sentido y que, en buena lógica, tal carencia puede servir como criterio para calibrar la objetividad de un determinado relato. Pero el carácter no estrictamente epistemológico, sino igualmente pragmático, de este criterio se evidencia al reparar en que el servirse del sentido que proyecte un relato para discriminar su objetividad exige irremediablemente su comparación con otro relato que describa los mismos hechos. No puede ser de otra forma, ya que no somos capaces de acceder al presunto sinsentido de la realidad sino mediante relatos concretos que le hagan justicia. El planteamiento de Arcadi Espada es remisible al clásico ideal de la verdad como adaequatio intellectus et rei (o cum re). Es imposible recrear el devenir de esta perspectiva realista-objetivista. Baste decir que en el ámbito filosófico se ha consolidado la creencia de que la verdad no es algo que se alcance al descubrir la realidad objetiva(mente) existente. En primer lugar, porque no existe realidad objetiva si 8 Ibid., p. 87. 5 por tal entendemos una realidad dada como ob-iectum (esto es, conocida por nosotros) al margen de nuestras contingentes y cambiantes teorías y conceptos, esto es, independiente de nuestro lenguaje. Es contradictorio pretender comparar la realidad talcomo-es-en-si con lo que se conoce de ella. Nuestras creencias versan “acerca de”, lo cual no pretende señalar algo externo a ellas que esté siendo representado, sino más bien otras creencias9. Las experiencias que quedan recogidas en nuestras categorías y conceptos sólo nos son accesibles por dichos conceptos. Éstos son índices de las mismas, pero también las determinan, puesto que establecen determinados horizontes y límites para la experiencia posible y para la teoría concebible10. La realidad no nos provee de respuestas para cuestiones tales cómo qué elementos de ella deben ser tenidos en cuenta, y cuáles no, para explicar cabalmente lo que sucede; o para saber qué perspectiva (económica, política, religiosa, etc.) debe adoptarse en orden a su adecuada descripción. Éstas son cuestiones que implican decisiones previas de carácter teórico. Sólo tras tomarlas, ya sea consciente o inconscientemente, comienza a “hablar” la realidad. En segundo lugar, la verdad no puede equivaler a la descripción objetiva de la realidad porque nuestro lenguaje incorpora elementos valorativos de los que no puede desprenderse. Ni siquiera las categorías y criterios de cientificidad propios de los saberes considerados más duros y exactos están exentos de implicaciones axiológicas y enjuiciadoras11. Lo que llamamos pretensión de objetividad debe, pues, procurarse no tanto con un imposible desprenderse de tal fardo valorativo, cuanto de hacerlo explícito, ante uno mismo y ante los demás. No existen preservativos para la infección axiológica que padece nuestro lenguaje. Así pues, no parece tan sencillo, cuanto menos, diferenciar entre descripciones neutrales y asépticas de los hechos, por un lado, y recreaciones interpretativas y valorativas de los mismos, por otro. Aplicado al caso de la ciencia histórica – equivalente al periodismo en lo que tiene de atención a hechos ya pasados—, Koselleck ha sostenido que el mero estatuto lingüístico de un relato no permite conocer si se trata de un informe de la realidad o de mera ficción. La experiencia ilustrada de un tiempo genuinamente histórico habría hecho salir las res factae y las res fictae de su mera 9 Es la postura defendida por Richard Rorty en Objetividad, relativismo y verdad, Paidós, Barcelona, 1996. 10 R. Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, trad. N. Smilg, Paidós, Barcelona, 1993, pp. 117s. 11 Cfr. H. Putnam en El desplome de la dicotomía hecho-valor y otros ensayos, trad. F. Forn, Paidós, Barcelona, 2004. 6 relación de oposición, posibilitando una nueva coordinación entre ambas. Desde el siglo XVIII habría ido desvaneciéndose la tradicional diferenciación entre los relatos con pretensiones veritativas (y el periodismo entra en ellos) y la poesía; también a ésta se le exigió referirse a la realidad, y al historiador o al cronista, hacer verídica la posibilidad de su explicación. Los límites se hicieron permeables y se evidenció la común herencia teológica de una providencia creadora de sentido. La conciencia de que la realidad, una vez pasada, no puede ser ya representada sino sólo reconstruida, exige del periodista como del historiador, no tanto ofrecer una realidad pasada, sino más bien la ficción de su facticidad12. 4. Los criterios de Verdad y de Objetividad. Cuestionar la posibilidad de un acceso in recto a la realidad parece llevarnos al relativismo más extremo, a la contingencia permanente, a la fragilidad y provisionalidad de todos nuestros saberes y praxis asociadas, a cierta equiparación de los discursos, a la liquidación del ideal del conocimiento des-interesado y objetivo, a la pérdida de todo criterio sustantivo –esto es, inamovible, seguro, fiable... in-humano— en orden a guiarnos por el mundo. En suma, a la resignación ante las manipulaciones de los hechos en aras de intereses y valoraciones. En cierto modo así es. Ello constituye una prueba más de que los seres humanos somos finitos. Nótese que la gravedad de las consecuencias de las tesis epistemológicas aludidas proviene de su afectación a los órdenes prácticos, esto es, morales y políticos. Naturalmente, afectan a todos. Pero en ámbitos como el de las ciencias naturales las consecuencias del declinar objetivista son menos visibles, dado el relativo alejamiento e inmunidad de las élites y sus discursos. En el campo de los saberes sociales reina una diversidad de teorías que induce a creer que estamos perdiendo algo, que se nos escapa el lecho rocoso de la realidad objetiva(mente) existente, que todo vale. Y ello es abiertamente peligroso tanto para la supervivencia como para la convivencia, ya que parece entregarnos al terror de la arbitrariedad y la ausencia de criterios. Pero que la imposibilidad de un acceso in recto y puro a la verdad de lo real se haga más evidente en el orden de los saberes sociales (política, moral, derecho, 12 R. Koselleck, Futuro pasado, op. cit., pp. 269s. 7 economía, periodismo, historia, psicología, estética, etc.) se debe tan sólo a que en éstos los criterios para alcanzar consensos y unanimidades son más laxos. Ello parece sensato, pues la historia demuestra que todos los que creen poseer la verdad acerca de la realidad objetiva(mente) existente terminan en alguna suerte de terrorismo dogmático, esto es, queriéndola imponer. No obstante, que los criterios sean más laxos no significa que no existan, esto es, no significa que cualquier discurso, teoría o argumento sea igual de bueno que su opuesto –como en ocasiones parece sostener Arcadi Espada13; no significa conceder un privilegio a la perspectiva; no significa que no haya índices de lo real que se dejen describir mejor por unas teorías que por otras; no significa que no se pueda discriminar entre descripciones buenas y malas de las cosas. Naturalmente que se puede. Toda descripción de la realidad se relaciona con ésta, pero no porque la re-presente (más o menos fielmente), sino porque la realidad es siempre su causa, ya que conserva la función de impedirnos hacer determinadas afirmaciones. Refiriéndose a la ciencia histórica, el citado Koselleck sostiene que las fuentes (que para el historiador, y en gran medida para el periodista, constituyen la realidad) tienen derecho de veto, pero no porque nos digan lo que debemos decir, sino porque nos protegen frente a los errores14. En cualquier caso, la calidad e idoneidad del vínculo causal (y no representacional) entre lenguaje y realidad jamás será decidible por alguna suerte de mostración directa del mismo, sino sólo por sofisticadas estrategias indirectas, ya sea la capacidad de predicción o la viabilidad técnica de un artefacto, etc. Y cuando de lo que se trata es de comprender hechos que tienen que ver con la conducta humana, los criterios de verdad apuntan preferentemente a precauciones pragmáticas tales como tender a problematizar las explicaciones de sentido común que se han asumido acríticamente, o procurar adoptar el punto de vista de los vencidos y silenciados por el sistema, o reparar preferentemente en las situaciones que constituyen una excepción frente a lo esperado/esperable y lo proyectado/proyectable, o asumir explícitamente la contingencia, falibilidad y revisabilidad del propio punto de vista, o dejarse interpelar por puntos de vista alternativos, o esforzarse por persuadir a los demás de los propios, o hacerles justicia en la propia vida (esto es, ser coherente con lo que se defiende), etc. Atendiendo a estos criterios, la escritura de Arcadi Espada constituye un paradigma, por cuanto suele detenerse en situaciones y acontecimientos que constituyen 13 14 A. Espada, Periodismo práctico, op. cit., p. 133. R. Koselleck, Futuro pasado, op. cit., p. 201. 8 una excepción frente a la normalidad de las cosas, esto es, frente a lo esperable y previsible –curiosamente, esto es lo propio de la filosofía. Una estrategia habitual para lograrlo consiste en mirar la realidad desde el punto de vista de los perdedores –lo que equivale a mirarla superando (o contra) las opiniones dominantes. Lo que se consigue al localizar y subrayar excepciones a la regla es, justamente, evidenciar la presencia – siempre potencialmente totalitaria— de ésta, contribuyendo de este modo a su desconstrucción. La normalidad aceptada como tal –y nótese la circularidad, ya que la aceptación de la misma es lo que la constituye como normalidad— es cuestionada por un hecho que, tal vez por su modestia o debido a intereses ocultos, ha pasado desapercibido. En este sentido, la tarea de iluminarlo y extraer de él argumentos para golpear los dogmas comúnmente aceptados, puede comprenderse como una tarea de dimensiones políticas y estrictamente morales. El estremecedor libro sobre el caso de pederastia del Raval constituye un ejemplo perfecto de estas cualidades. Un libro que evidencia de forma paradigmática que toda teoría o descripción de unos hechos es índice de los mismos, pero también factor de ellos. Su verdad no le viene de ser objetivo. Muy al contrario, se trata de un texto subjetivísimo y singularísimo (como, por lo demás, sucede habitualmente con la escritura de Espada, que es cualquier cosa menos mero y plano registro). Es verdadero porque nos persuade mediante argumentos escritos de que lo que cuenta no es arbitrario. Es verdadero porque localizó mejor que ningún otro la debilidad del argumento que se imponía (que es tanto como decir la debilidad de la imposición de un argumento), permitiendo problematizarlo. Es verdadero porque adoptó el punto de vista de los vencidos y silenciados por el sistema y su burguesa conciencia –ésta sí ahíta de sentido y de reconciliación consigo misma y con sus valores—, quebrando su aparente y superficial solidez. Es verdadero por multitud de motivos, todos ellos pragmáticos y preñados de ideales normativos, esto es, políticos y morales: su resistencia a los prejuicios y a los tópicos, su reconocimiento de la propia falibilidad –visible al explicitar en el texto los meandros que atravesaron sus propias convicciones—, su voluntad de atender todos los frentes posibles y escuchar cuantos más testimonios mejor, etc. Más aún: la verdad del relato se enriqueció con los efectos normativos y sociales pretendidos, conseguidos y por conseguir. Su relato cambió el caso Raval, lo afectó profunda y convincentemente, y ello es otra prueba de su verdad. Naturalmente, afirmar la verdad del ensayo sobre el Raval es tan sólo proponer un punto de vista más, una convicción a la que se llega, entre otras cosas, gracias a 9 conocer dicho texto. No cabe escapar del círculo hermenéutico y de su naturaleza política. Ello no significa que tal ejercicio sea incompatible con los argumentos racionales; ahora bien, éstos no lo agotan ni lo determinan, ya que lo político implicado en la defensa de lo que se considera verdad exige, como todo lo político, el gesto de tomar decisiones –entre otros. Ello explica el que no haya podido Espada, ni en ese ni en ningún otro caso, impedir la tendencia irrefrenable de todo debate a cierto diferimiento estructural. No pudo ser la suya la última palabra –afortunadamente, pues eso sólo lo puede el dogma, y no precisamente por persuadir. Aunque uno clame haber captado la verdad objetiva(mente) existente, tan sólo hace eso: clamar. Y clamar es algo que tiene que ver con la lenta y dificultosa conquista de consensos, con el difícil arte de persuadir a los demás desde la fidelidad a unos principios que, aún siendo previos, se prueban y se ejercen en todo acercamiento a los hechos y en la confrontación con los demás. 5. Libertad sive verdad. No es casual el que, junto a la desconstrucción del periodismo-ficción dominante y el paralelo elogio de las explicaciones proporcionadas por las ciencias naturales15, Arcadi Espada se haya dedicado con empeño al tema del nacionalismo, catalán en su caso16. Su posicionamiento al respecto podría sintetizarse como crítica ilustrada del mismo. El nacionalismo es visto como una terrorífica y supersticiosa sustitución del Hacer por el Ser17. Por ello, en principio, parece coherente pensar que lo mejor para resistir la irracional teología nacionalista es la racionalidad y neutralidad de la ciencia, de suyo universalista. Pero, junto a la problematicidad teórica ya examinada, el peligro de considerar la ciencia –y a sus expertos— objetiva y racional radica en llegar a creer que ello desaloja la necesidad de la retórica y de su paralelo, la política. De las explicaciones y teorías científicas no se sigue automáticamente ninguna consecuencia normativa ni valorativa, esto es, moral, política o estética. Al igual que sucede con las normas jurídicas, las teorías científicas no incluyen las condiciones para su aplicación a los casos concretos, debiendo ser éstas decididas. Análogamente –y por usar un ejemplo del propio 15 Véase su presentación de la iniciativa Cultura 3.0 en www. terceracultura.net Tal vez el libro que concrete esa dedicación sea Informe sobre la decadencia de Cataluña reflejada en su Estatuto, Espasa-Calpe, Madrid, 2006. 17 Cfr. arcadiespada.es (12-12-2008). 16 10 Espada—, el que al asesino de John Lennon le faltara litio es un dato que debe ser tenido en cuenta (porque así lo hemos decidido) a la hora de enjuiciar su conducta. Pero tal dato (que, no lo olvidemos, es parcial y podría ser rebatido en el futuro por otra explicación científica que subrayara la relevancia de otro elemento bioquímico) no vehicula de suyo el concreto modo en que él debe ser tenido en cuenta en la valoración. Éste debe ser debatido y asumido merced a complejos, históricos e impuros procesos de naturaleza política. Por lo demás, la mayor neutralidad de las ciencias naturales las deja a merced de cualquier uso. Así, también la política del Ser que define el nacionalismo imperante en Europa presupone, y proporciona, una legitimidad ontológica que se funda en la presuposición de que es posible acceder y representar la verdad (de un pueblo), así como inferir de ella una determinada forma de vida. Una estrategia para lograrlo es la exclusión y negación de lo que rompe la pureza de la verdadera identidad nacional, que los gobernantes representan y administran –en ocasiones, incluso encarnan. Para ello se usan diversos procedimientos, todos ellos describibles mediante metáforas sanitarias: inmunización, cordón sanitario, amputación del cáncer (social), etc. Lo que tienen en común –además de mostrar la funcionalidad política de las ciencias naturales cuando se absolutizan como dogmas sus descripciones— es que con ellos el poder revela su objetivo de normalizar la vida (nacional) según la identidad verdadera que afirma representar (que representa realizando, o que realiza representando); una identidad desvinculada de los concretos intereses de los individuos18. No es, pues, frivolidad relativista lo que conduce a separarse del ideal objetivista clásico. Más bien al revés: es interés por custodiar la posibilidad de lo implicado en el ideal de la verdad, a saber: la libertad para buscarla en igualdad. Naturalmente, tal libertad genera de todo menos fluidas unanimidades. Genera conflicto, y éste es el alma de lo político. Genera incluso la perversión de discursos interesados e intencionadamente engañadores –los que nos rodean por doquier. Es el precio que hay que pagar. Pero peor resulta la imposibilidad de que emerja tal riesgo, pues ello sólo se logra, en última instancia, con los tanques. Desde aquí se entiende el valor de una sociedad liberal: pues es la libertad la que permite/posibilita la verdad (ya se considere que ésta se obtiene por construcción, descubrimiento, experimentación, intuición pura, 18 Sobre el tema de la biopolítica, véase, por ejemplo, R. Esposito, Immunitas. Protección y negación de la vida (trad. L. Padilla, Amorrortu, Buenos Aires-Madrid, 2006) y G. Agamben, Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida (trad. A. Gimeno, Pre-Textos, Valencia, 1998). 11 inducción empírica, deducción histórica, inferencia causal, consistencia, gracia de Dios, etc.), y no la verdad la que nos hace libres. El valor de la escritura de Arcadi Espada frente a las exigencias del Ser (ya sea éste la nación catalana, un determinado periódico o un determinado prejuicio) radica ante todo en su contestación de los discursos del poder –tanto como la del poder de los discursos. En esta medida, su escritura es prueba de la vitalidad de una sociedad civil. Frente a todos los monoteísmos y su retórica de la verdad, lo decisivo es impugnar la homogeneidad, lo decisivo es la posibilidad de relatos diferentes y alternativos, de vidas diferentes y alternativas. Es la posibilidad de la libertad –que es tanto como decir la posibilidad de la posibilidad. Que ésta conlleva múltiples peligros es cierto, pero es preferible tener que encarar el problema de armonizar la libertad con la ausencia de conflicto, que habitar una sociedad pacificada en virtud de una homogeneidad lograda por imposición de una verdad. Ésta es la esencia –descrita tan abstractamente como demanda su propio nombre— de un liberalismo que, aún asumiendo que lo político es el ámbito del conflicto y de la toma de decisiones en orden a constituir formas de unidad, también emprende acciones que presuponen lo contrario de lo pretendido por las políticas de quienes creen poseer la verdad, a saber: proteger jurídicamente la libertad individual, arbitrar mecanismos para articular los disensos, promover y custodiar identidades plurales y múltiples. 12