MÚSICA La eleganciaCINE de Andrea Lucchesini ALVARO MARÍAS ha presentado en Madrid el SEjoven pianista italiano Andrea Lucchesini (1), que venía precedido de un reciente pero ya envidiable prestigio, avalado por las más entusiastas críticas. Los escasos madrileños que asistieron a su recital para el Ciclo de Cámara y Polifonía tuvieron ocasión de constatar la exactitud de esta aureola, porque la velada fue un auténtico acontecimiento musical. Lucchesini es un pianista formidable, además de un músico de los pies a la cabeza, de extraña inteligencia y lucidez musical fuera de serie. Se trata de un intérprete de sorprendente virtuosismo, de poderío a toda prueba, pero cuya técnica está puesta al servicio de la música en todo momento. Su sonido es exquisito, con un piano y un mezzopia-no de ensueño, con un forte medido, controlado, pero de gran belleza y penetración; desde el punto de vista sonoro su trabajo es im pecable, con * Madrid, 1953. Crítico Mu- una nitidez sonora sical. Profesor del Real Conserextraordinaria, con una perfecta divatorio de Madrid. versificación de planos, con una tímbrica rica y variada que jamás (1) Martes, 16 de enero de resulta cargante ni excesiva. Toda su 1990. Brahms: Sonata n.° 3 técnica es de ese refinamiento y Op. 5. Schumann: Carnaval coherencia reservado a los grandes Op. 9. Andrea Lucchesini (pia- artistas: flexible, de una total econo). Auditorio de Madrid. Ciclo nomía de medios, tan poderosa como de Cámara y Polifonía. exquisita, que le permite Andrea Lucchesini. abordar el repertorio más exigente con total relajación, sin ninguna servidumbre técnica. Musicalmente, Lucchesini es un músico de ideas claras, que sabe perfectamente lo que quiere y cómo lograrlo. Músico distante, personal, íntimo, inmerso en su propio mundo, ensoñado y poético, nada dispuesto a las concesiones de ningún tipo, posee una elegancia muy poco común, elegancia que procede de un gusto por la exactitud, por la claridad, tanto a nivel técnico como a nivel musical. No por ello se trata de un músico en modo alguno frío o inexpresivo: su Carnaval de Schumann fue rico en contrastes, imaginativo, lleno de fantasía y encanto; su Brahms, profundo, emotivo, trascendente. Todo ello tamizado, eso sí, por su sentido na- tural del comedimiento, de la contención, de la elegancia, que inunda cuanto toca. Bien lo pudimos comprobar en la Rapsodia húngara n. ° 6 de Liszt, regalada fuera de programa, que pudimos escuchar con asombro, no sólo por el alarde de virtuosismo de la mejor ley, sino además por la finura dé la concepción, en la que esta música parecía trascenderse a sí misma, adquirir unas dimensiones «brahm-sianas» del todo insospechadas. A pesar del escaso público presente en la sala —no hay que alarmarse, menos tuvieron Sviatoslav Richter o Baremboim en sus presentaciones madrileñas—, y a pesar de su falta de demagogia, de su distanciamien-to, Lucchesini logró hacerse con su público y obtener un éxito rotundo, sin histerias ni alharacas. La segunda actuación de Lucchesini (2), como solista del Primer Concierto para piano y orquesta de Brahms, junto a la Orquesta Nacional y bajo las órdenes de Enrique García Asensio, tuvo poco que ver con el recital. Lucchesini lució su clase, pero la falta total de sintonización de solista y director, unido a una actuación desafortunada de la ONE, no permitieron una versión redonda, ni la creación del clima íntimo y ensoñado que la versión del solista parecía perseguir. En esto demostró Lucchesini pocas tablas para salir del paso; tal vez por inexperiencia, tal vez por honestidad interpretativa/Los que no lo escucharon en el recital, oyeron a un excelente pianista, pero difícilmente podrían sospechar su verdadera talla. Libros de música Intérpretes Alain París: Diccionario de intérpretes y de la interpretación musical en el siglo XX. Trad. Juan Sainz de los Terreros. 878 págs. Turner Música, Madrid, 1989. este APARECE diccionario, del interesante que estaba muy necesitada la bibliografía en español. Este libro reúne 1.900 biografías de intérpretes y 400 fichas referentes a conjuntos; en el índice onomástico se registran cerca de 5.000 intérpretes. En este simple hecho reside todo el interés de este libro, que no pretende ser más que un diccionario y que, en consecuencia, incluye simples biografías, casi siempre limitadas a datos objetivos, con muy escasos juicios de valor y sólo algunas veces con ligeras referencias a las características técnicas o artísticas de los intérpretes. En este sentido, este libro aporta una información similar a la de una buena enciclopedia musical: concretamente, el Grove Dictionary of Music en muchos casos dedica a los intérpretes artículos mucho más generosos y «personificados». Así pues, el interés de la obra reside fundamentalmente en la cantidad de intérpretes registrados, ciertamente extensa. Ni que decir tiene que en una obra de estas características es imposible que no existan arbitrariedades de todo tipo. Este libro no está libre de ellas. Ciertamente, «ni son todos los que están ni están todos los que son», ni el espacio dedicado a cada artista es proporcional ni a su talento ni a su carrera. Algunos ejemplos significativos: a Alfredo Kraus se le dedican 14 líneas, lo que resulta de una parquedad sorprendente frente a las 37 de (2) 19, 20 y 21 de enero de 1990. Auditorio de Madrid. Louis Devos, las 32 de Simón Estes o las 28 de Antonio Blancas. Las 32 líneas dedicadas a Gustav Leonhardt contrastan violentamente con las 61 dedicadas a Luciano Sgrizzi. Jordi Savall ocupa menos espacio que su escasamente conocido discípulo Jean-Louis Char-bonnier, mientras no se registra a Christophe Coin. Entre un sinfín de violinistas de la más diversa laya —muchos desconocidos— se escamotea a Osear Shumsky. No aparece Bob van Asperen en una lista de clavecinistas que incluye a nombres como Ruggero Gerlin, Já-nos Sébestyen o Brigitte Haude-bourg. Entre los clarinetistas no se cita a Dieter Klócker ni a Sabine Meyer; entre los fagotistas no se nombra a Klaus Thunemann... Arbitrariedades así se podrían contar por centenares: la ecuanimidad es imposible, pero los absurdos son excesivos. Después de tanto dislate, la broma —hecha con bastante mala pata— de incluir a los tres hermanos Marx, uno a uno, como intérpretes de arpa, piano y banjo, difícilmente nos puede hacer gracia. La edición epañola ha sido realizada con la colaboración de Mi-chel Royer, Antonio Ruiz-Pipó y José Luis Sotoca, lo que sin duda ha compensado la escasa representación de intérpretes españoles. El índice onomástico es desastroso, plagado de omisiones y erratas: contrasta la entradilla Abbado a palo seco con las de nuestros Manuel Cid Jiménez o Luis Izquierdo González. No menos pintoresco es que figuren en el índice dos zanfo-ñistas, tres ravelistas, un intérprete de guimbarda, tres de organistrum,. uno de cervela (sic), y hasta uno de espineta de los vosgos. En el texto hay errores de ordenación alfabética (Blancas y Blancafort antes de Barbier, por ejemplo). Personalmente, habría preferido la aparición de la Antología de In- térpretes de Claude Nanquette, menos arbitrario y de carácter muy diferente: mucho más ensayístico, con análisis y juicios críticos de los intérpretes, inclusión de anécdotas, así como selección de declaraciones o citas de los propios músicos. Como ambos son muy diferentes y se complementan, no estaría de más pensar en su traducción. A pesar de tantos pesares, el libro tiene gran utilidad práctica, siempre que no se le tome como la Biblia. Su lectura —o más bien su hojeo— es muy entretenida, curiosa y no poco instructiva. Lástima que los descuidos de la edición desmerezcan de la línea exquisitamente cuidada de la colección Turner Música. Monteverdi Paolo Fabbri: Monteverdi. Trad. Carlos Alonso. 598 págs. Turner Música, Madrid, 1989. falta estaba haciendo la BUENA publicación en español de un libro documentado y puesto al día sobre la vida y la obra de Monteverdi. Una vez más, la colección Turner Música ha tenido el acierto de llenar esta laguna con la edición del libro publicado en 1985 por Paolo Fabbri. Se trata de una obra muy en la línea de la escuela musi-cológica italiana actual. Excelentemente documentado, con gran aparato crítico, Fabbri aborda el estudio de la obra de Monteverdi, con constantes referencias a la vida del compositor. No busque el lector una biografía, una reconstrucción del perfil humano de Monteverdi —aunque se puedan extraer muchos datos de la infinidad de textos recogidos por Fabbri—. El autor analiza la obra de Monteverdi y lo hace con pleno conocimien- to, aunque no sea fácil, sin partitura en mano, seguir su análisis. Esto tiene sus ventajas e inconvenientes, pero hace que el libro sea poco accesible para el lector sin formación musical técnica. Tal vez la vieja fórmula de separar los datos biográficos del análisis musical resulte en definitiva más práctica y útil, tanto para el lector profano como para el estudioso o el musicólogo. El lector podrá encontrar en este libro, ordenado y condensado, un alto porcentaje de lo que hoy se sabe sobre el genial cremonés, como inclusión de un sinfín de textos del propio Monteverdi, de sus contemporáneos o de musicógrafos posteriores. En este sentido, se trata de una obra muy práctica, aunque su manejo no sea demasiado fácil debido a la colocación de las notras al final del texto en lugar de a pie de página, y sobre todo por la costumbre de citar textos de diferentes épocas y de los más diversos autores sin que el lector sepa qué está leyendo hasta que llega al final del texto y consulta una nota no demasiado fácil de encontrar. La gran erudición de Fabbri no se ve enriquecida por el talento literario ni por la capacidad de recreación de un momento histórico que, por lo demás, el autor conoce bien. Esto hace que la lectura no resulte demasiado atractiva; son los inconvenientes del cientifismo que hoy inunda todas las ramas del saber, y que no tendría por qué estar reñido con cierta capacidad narrativa. En este sentido, el libro dedicado a Monteverdi por Leo Schrade —por citar un ejemplo— era mucho más atractivo y legible, más rico en ideas, aunque menos documentado (y desde luego menos actualizado, puesto que data de 1950). El Monteverdi de Fabbri se complementa con un riguroso catálogo, que remite puntualmente al lugar del texto en que se trata de cada obra, y de una detallada bibliografía. La edición y la traducción están muy cuidadas. En suma, una magnífica aportación a la escasa literatura musical en castellano sobre uno de los más grandes genios de la historia de la música.