autobiografia de jorge huertas.

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JORGE HUERTAS. AUTOBIOGRAFIA.
En el principio, y desde siempre, fue la actuación (será por eso que pongo tanta atención
en los personajes y en su desarrollo dramático).
Infancia de actuar en actos escolares, recitar poesías en fiestas patrias e imitar animales.
Luego, contar las películas en los recreos del internado. De tanto repetirlas (con mi madre
veíamos bastantes pero no suficientes) el autor se coló en el actor y las películas iniciales
tenían secuencias y escenas nuevas, y hasta otros finales. Las autoridades querían que
contara la vida de los santos pero yo prefería (y los chicos también) películas de guerra
(“Morite ametrallado”, me pedían: un tour de force), “Quo Vadis” con sus luchas de
gladiadores, y sobre todo Pier Ángeli.
En la secundaria ya abarcaba todo el proceso de la representación: escribía, dirigía y
actuaba: farsas en clave estudiantil sobre algunos clásicos (recuerdo las brujas de
“Macbeth”); y también actuaba obras que salían en libros. Seguían las imitaciones, ahora
de cantantes: Sandro, Johnny Tudesco, Palito, Lito Nebbia, Tito Rodríguez, Leonardo
Favio, Raphael y algunas cantantes en mi inglés inventado. Antes de fumar, la voz me
llegaba al Puma Rodríguez. Hacia el final del secundario, en el colegio ya era la voz
oficial de Radio Colonia. Yo mismo hacía los libretos de noticias en los campamentos de
Bariloche, hacía reír y ejercitaba la ironía filosa. Así coseché amores y odios, seguidores
y detractores, igual que Ariel Delgado. Una vez yendo al ventisquero Frías nos perdimos
cruzando el Tronador por Pasos de las Nubes. Mientras algunos pibes lloraban y todos
estábamos asustados en medio de la bruma de las nubes, yo seguí (fiel a los escuchas)
trasmitiendo desde el lugar de los hechos. Varias veces nombré: “dolor de los familiares”,
“muerte” y “congelamiento”. Cuando llegamos, empapados, al ventisquero Frías me
mantearon. Desde siempre se persigue a la prensa libre.
En la colimba fui al taller de actuación de Rudy Chernicoff, mi primer maestro. Ahora sí,
los textos en serio. Junto a la carrera de Psicología que había empezado, desarrollé una
corta y olvidable carrera de actor. Desde 1972 hasta 1975, mucho teatro en barrios
y escuelas.
En 1975, primera revelación: Roberto Durán. Fui su alumno y luego con otros alumnos y
él formamos Teatro del Sur: Ingmar Bergman, Ibsen. Las clases de Roberto Durán eran
maravillosas, sus ejercicios dramáticos y sus análisis del texto estuvieron después en mis
obras. Primer y enorme gracias. La dramaturgía me clavó su espina.
La psicología copó mi vida hasta 1979, año en que fui al taller del dibujante y grabador
Roberto Páez: segunda revelación. Mucho de lo que sé y trasmito en los talleres acerca
del proceso creativo lo aprendí junto a él. Segundo y enorme gracias.
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En 1981, después de ver “Marathón” y de disfrutar de su texto, comprendí que mi camino
de dramaturgo seguía hacia Ricardo Monti: tercera revelación. De Monti aprendí lo
fundamental de la dramaturgia: imagen, estructura, texto, alma, poesía. Tercer y enorme
gracias.
Hacia 1984 formé parte de un taller autogestivo con Gabriel Díaz, Roberto Pogoriles,
Víctor Winer, Mauricio Kartun, Horacio Del Prado, Eduardo Rovner. Amigos y
fenomenales dramaturgos, cada cual a su estilo. A ellos, salud. Por lo bebido y por beber.
Vinieron algunas pocas obras y luego la televisión con “Hombres de Ley” (la amistad de
Gerardo Taratuto y de Maria José Campoamor, dos excelentes guionistas,
entretenimiento y profundidad al mismo tiempo).
Desde 1990 hasta 2000, la escritura pública se aquietó (la privada nunca: parte de lo
escrito después, nació en esos años), aunque seguí como profesor de talleres de
creatividad y escritura. Fue una etapa de pensar, intentar conceptualizar y desarrollar la
pedagogía de la escritura (teatral) en la que me siento cómodo. También la familia, la
Psicología y otros desarrollos me tomaron entero. Pero en 1990, volví.
También, desde 2001 formo parte del Taller de los Jueves junto a otros dramaturgos:
Susana Gutierrez Posse, Lucía Laragione, Susana Poujol, Susana Torres Molina, Víctor
Winer, y últimamente Héctor Levy-Daniel. A ellos, gracias por su compañía, su talento
para escuchar y comentar, y para compartir, cada tanto, uno que otro champancito.
Desde entonces he escrito tres obras breves (El Inocente, Crac y La Tierra del Cielo); tres
comedias: Una amistad de años, Password y Algo contigo; Antígonas, linaje de hembras,
Andar sin Pensamiento, y una novela: Los Niños Transparentes.
Bueno, ahora, aquí estoy hasta el final.
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