Nuestro trabajo en América Latina Mandela y las indepilables

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Nuestro trabajo en América Latina
Mandela y las indepilables
La agenda y el discurso oficial en materia de políticas de género de estos días, extraña, desconcierta y/o alarma.
Si el efecto buscado por el Gobierno es despistar, hay que reconocer que lo logra a menudo. Lo que no es tan fácil
determinar es si se trata de una estrategia o de simples desencuentros e incoherencias al interior de la coalición
gobernante, expresada en la confusión de hechos y conceptos. O en una intencional mezcla de peras con
manzanas.
Por empezar, el Gobierno conformó la comisión “Mujer, Trabajo y Maternidad” cuyos objetivos podrían
entusiasmar a casi cualquier persona civilizada: mejorar el cuidado de hijos e hijas, desligar el costo de la
maternidad de la contratación de mujeres y aumentar la corresponsabilidad de padres y madres. Aunque son
varios los puntos en debate, el que concita mayor atención general es la posibilidad de extender el postnatal a seis
meses. En principio, todo suena bastante razonable y justo, el problema, una vez más, está en la letra chica.
Por empezar, la posibilidad de extender el postnatal conllevaría la revisión de todos los derechos adquiridos hasta
ahora, incluido el permiso por enfermedad del hijo y el fuero maternal. Segundo, en 2009, por dar un ejemplo
reciente, sólo un 34 por ciento de las mujeres que tuvo hijos accedió al derecho al pre y postnatal, ya que quienes
tienen trabajos más precarios, como las temporeras, no gozan de ese beneficio. Tercero, hoy las salas cunas de
las empresas con más de 20 mujeres deben ser financiadas por el empleador, mientras que el subsidio maternal
corre por cuenta del Estado (es decir, de la ciudadanía). Esto implica que la ampliación del postnatal significaría
mayor gasto y responsabilidad para… adivinen: ¿el Estado o el mercado? Quien marque “mercado”, vive en un
Tupperware o en cualquier rincón del planeta, fuera del territorio chileno.
Como si esto fuera poco, la extensión de la licencia postnatal a seis meses tendría carácter obligatorio, lo que para
muchas mujeres representa un anhelado sueño y para otras, una espantosa pesadilla que aniquila toda posibilidad
de carrera laboral. Si este Gobierno se presenta como ferviente partidario de la corresponsabilidad, deberá
plasmarlo en políticas públicas que distribuyan efectivamente las responsabilidades familiares entre hombres y
mujeres, así como entre Estado y empresarios.
Desde ya que hacer estas distinciones es entrar a hilar fino en el tema, por lo que requiere contar con
informaciones y análisis específicos que, casualmente, no tienen mucha prensa en estos días aciagos. Muy por el
contrario, las noticias circulantes en materia de políticas de género pregonan un nuevo amanecer para la mujer
moderna que, ajena a las minucias señaladas en párrafos anteriores, avanza a paso triunfal hacia el mercado
laboral.
Corroborando el inicio de esta nueva era, Carolina Schmidt, Ministra del Sernam anunció hace pocos días el fin de
la guerra de los sexos. Podría pensarse que se trata de una taquillera película de Hollywood, tal vez parte de una
saga de la Guerra de las Galaxias, si no fuera porque la ministra, como corresponde a su cargo, se refería a las
relaciones de género. La extraña alusión a tal guerra, hace suponer que Schmidt habría caído en una vieja
trampa, consistente en confundir conceptos como vía directa para desacreditar las luchas por los derechos de las
mujeres. En ese sentido, un recurso clásico es la caricaturización del feminismo, presentándolo, matices más o
menos, como un conjunto de locas indepilables que, ante todo, odian a los hombres. Como contrapartida, quienes
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temen ser clasificadas en esa trinchera, han acuñado necedades antológicas como la frase “soy femenina, no
feminista”.
En realidad, es bastante sencillo despejar tan burda confusión: el feminismo como opción política busca subvertir
relaciones de subordinación y discriminación consideradas injustas, ya que se basan en la mera pertenencia a un
sexo. Interpretar esto como el deseo de eliminar a los hombres de la faz de la tierra es tan absurdo como lo sería
entender la lucha de Nelson Mandela contra la discriminación racial como una guerra contra los blancos. Cierto es
que no todo el mundo debe conocer estas distinciones, demasiado específicas para un público masivo y
demasiado básicas para especialistas en la materia, como seguramente lo son quienes están al frente del Servicio
Nacional de la Mujer.
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