CLIFFORD Richard J. – La verdad de las Escrituras

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La verdad de las Escrituras
Historicidad de la Biblia
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RICHARD J. CLIFFORD
Profesor de Estudios Bíblicos en Weston School of Theology en Cambridge (MA)
Mensaje, 546 (enero–febrero 2006) 16–18.
Hace varios años di una conferencia sobre el libro del Génesis en un salón parroquial repleto.
Después de explicar que los capítulos 2 al 11, más que textos históricos son relatos tradicionales, fui confrontado
por un interrogador enojado: Si estas historias son fábulas, entonces ¿qué podemos creer? ¿Qué pasa con
Moisés? ¿Qué con la resurrección? ¿Es la Biblia verdad o no? Más recientemente, me dirigí a un grupo de
profesionales teólogos. Para mi sorpresa, varios hicieron la misma pregunta, aunque con menos angustia y con
distintas palabras.
Primero, no hay un único presupuesto de interpretación que cubra todos los casos de historicidad
disputada. Lo que un principio afirma sobre Adán y Eva o sobre el diluvio no se aplica necesariamente a la
historia de Abraham, las plagas del Éxodo, los milagros de Jesús o la resurrección. En consecuencia, no hay que
temer necesariamente un ‘efecto dominó’. La Biblia, por usar otra metáfora, no es un castillo de naipes.
Segundo, se debe poner atención al tipo o género literario. Cuando leemos un diario, un artículo en
una revista o un libro, sabemos instintivamente su género porque estamos en casa, en nuestra propia cultura.
Detectamos la diferencia entre la página de deportes y los editoriales, entre un cuento corto y un análisis político,
entre un libro de texto y una novela de misterio. No sucede así con la literatura del pasado. Como escribió L. P.
HARTLEY, “el pasado es un país extranjero; allí hacen las cosas de distinta manera”. Debemos detenernos en el
umbral de un texto antiguo y descubrir su género literario; sólo entonces podremos saber qué podemos esperar.
Por obvio que esto parezca, los lectores de la Biblia a menudo lo olvidan. En un momento crítico de la moderna
interpretación católica de la Biblia, el Papa Pío XII insistió en este mismo punto: los intérpretes deben “con
precisión determinar qué modo de escribir, por así decirlo, probablemente usarían y de hecho usaron los autores
de ese antiguo periodo” (Divino Afflante Spirítu, N° 20).
Tercero, los autores bíblicos prefieren la narrativa por sobre el razonamiento analítico; contar una
historia en vez de hacer un tratado. Incluso los símbolos aparentemente atemporales de la Biblia –el pastor
divino, la ciudad de Sión, la cruz– han implicado narrativas que los fundan y les dan su poder. En nuestra cultura,
contamos historias para entretener o ilustrar un punto. En la cultura bíblica, los pensadores construyeron su
filosofía y teología a través de entretenidas narraciones. Para ilustrar estos tres principios, he seleccionado un
texto del Antiguo Testamento y uno del Nuevo.
EXPLORACIÓN NARRATIVA DE LOS ORÍGENES
Un texto controvertido del Antiguo Testamento es Génesis, capítulos 2 al 11. Presenta a Adán y Eva y
su pecado (Gn 2—3), Caín y Abel y el origen de la cultura (Gn 4), una genealogía de longevos héroes (Gn 5), el
diluvio y el repoblamiento de la tierra (Gn 6—10), la Torre de Babel (Gn 11), y una genealogía final que desciende
hasta Abraham. A través de las épocas, judíos y cristianos han recurrido a estos capítulos para entender el
propósito que tuvo Dios al crear el mundo, la naturaleza y el destino de los seres humanos y también las raíces o
causas del pecado y del desorden. Durante gran parte de ese tiempo, los lectores asumieron irreflexivamente
que los capítulos eran “históricos”, o sea, que describían creación real del mundo.
En el periodo del Renacimiento, sin embargo, la Biblia, como otros textos antiguos, fueron sujetos de
escrutinio crítico e incluso de escepticismo. Los críticos dijeron que la Biblia era contradictoria y fraudulenta; sus
defensores afirmaron audazmente que era “histórica” porque describía con precisión los acontecimientos del
pasado. Quizás el más memorable de aquellos defensores fue el arzobispo anglicano JAMES USSHER, quien en
1650 calculó a partir del Génesis y otras fuentes que Dios creó el mundo el domingo 23 de octubre del año 4004
a.C., comenzando en la puesta de sol del día 22. La interpretación literal de USSHER sigue hasta hoy solo en
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círculos cristianos y judíos ultra-conservadores. Mientras la mayoría de la gente lee el Génesis por sus inspiradas reflexiones teológicas, ellos siguen todavía de alguna manera desconcertados por cuestiones de
historicidad: ¿existieron Adán y Eva? ¿Hubo un diluvio? ¿Vivió realmente Abraham hasta la edad de 175 años?
El Catecismo de la Iglesia Católica es sorprendentemente, y no característicamente, literal en su
análisis de estos capítulos. Aunque insistiendo correctamente en el significado del pecado de Adán “para toda la
historia humana”, el catecismo asume que fue un “acontecimiento primigenio” (390). ¿Qué tipo de literatura es
Génesis 2—11? ¿Cuál es su género literario? Hoy podemos responder con seguridad que estos capítulos son un
“relato de creación–diluvio”. Varios ejemplos de estos relatos han sido encontrados en la antigua Mesopotamia
(hoy Irak) y en otras partes, incluyendo la historia del diluvio sumerio, el relato de ATRAHASIS, la tabla XI de
GILGAMESH, y un relato en el trabajo del escritor griego BEROSSOS. Los diagramas de las historias son similares:
los dioses crean un mundo; algún tipo de falta (divina o humana) estropea las cosas, con el resultado de que los
dioses mandan un diluvio para destruirlo; el dios de la sabiduría advierte a su cliente (llamado ZIUSUDRA,
UTNAPISHTIM, ATRAHASIS o NOÉ) para que construya un barco y pueda capear la inundación; después del diluvio,
los dioses construyen un mundo nuevo sin los cálculos erróneos que arruinaron el primero. (En la Biblia no hay
errores de cálculo divinos.)
Para los autores bíblicos, la historia de la creación-diluvio sirvió de ‘plantilla narrativa’ para expresar su
visión distintiva de Dios y del mundo. Al diseñar su propia versión, fueron notoriamente originales, afirmando que
Dios libremente creó el mundo y dio a la raza humana un puesto de honor dentro de él, que los seres humanos
representan (eso es “imagen”) a Dios en el mundo, y que Dios honra la fidelidad de los humanos y castiga sus
pecados. Los capítulos entonces no son históricos en el sentido de que los acontecimientos relatados no ocurrieron realmente. En cambio, sí ofrecen un relato inspirado de los orígenes, una exploración narrativa que
considera preguntas profundas al hablar de la primera aparición de las realidades humanas y sus instituciones.
ASCENSIÓN: DOS HISTORIAS DIFERENTES
“Entonces Jesús los sacó hacia Betania y alzando las manos, los bendijo. Y, mientras los bendecía, se
separó de ellos y era llevado al cielo. Ellos se postraron ante Él y se volvieron a Jerusalén muy contentos. Y
pasaban el tiempo en el templo bendiciendo a Dios” (Lucas 24,50-53). La historicidad de la resurrección de
Jesús es una cuestión moderna disputada. Lucas 24,50-53 puede suscitar problemas a los lectores modernos no
sólo porque describe la resurrección (en su aspecto de “ascensión”), sino también porque difiere de otro relato de
Lucas en Hechos 1,1-12 sobre la ascensión.
¿Podemos confiar en el texto? Para los estándares modernos de la escritura de la historia, la
ascensión de Jesús en su Gloria a la derecha del Padre es indescriptible, esto trasciende la historia humana.
Aparentemente detectando esto, Lucas buscó medios no históricos de representarla. Encontró una analogía
escriturística útil en la ascensión en un torbellino de Elías en el libro 2° de Reyes: “El Señor estaba por llevarse a
Elias al cielo” (2 Reyes 2,1). Antes de irse, Elías le asegura a su discípulo su petición: “¿puedo recibir una doble
porción de tu espíritu?” (2,9). El acontecimiento venerable de Elías siendo “llevado” se convierte en una manera
de validar el acontecimiento de la ascensión de Jesús. También sirve como medio para interpretar el significado
del nuevo acontecimiento. Como lo explica BRENDAN BYRNE en The Hospitality of God: A Reading of Lukes
Gospel (2000), “el ministerio personal de Jesús en la tierra llega a su fin... Pero su poder y presencia continuará
en la tierra cuando, a su debido tiempo, el Espíritu autorice a sus discípulos para tomar su misión”. Al escribir a
partir de la historia de Elías, Lucas subraya el don del Espíritu a los discípulos. Continúa BYRNE: “Esto es lo que
señala el episodio –que leído de otra manera podría parecer fantasioso– a los lectores empapados en la tradición
bíblica. Aquí no estamos frente a una narrativa que pretenda representar un acontecimiento histórico”.
Según lo observado, el otro texto de Lucas de la ascensión, en Hechos 1,9-11, relata una historia
diferente. La ascensión en vez de suceder el mismo día de la resurrección, como en Lucas 24,50-53, sucede
después de 40 días. ¿Por qué la discrepancia? Sugiero que las diferencias son el resultado del empleo por parte
de Lucas de diferentes tradiciones con distintos propósitos. Hechos de los Apóstoles usa el número simbólico 40,
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el número de años que Israel pasó en el desierto preparándose para entrar a la tierra prometida. Esta alusión
sugiere que Jesús ha preparado a sus discípulos para vivir en una nueva etapa del plan divino, el tiempo de la
Iglesia. La intención del Evangelio, por otra parte, es que el don del Espíritu es lo que permite a los discípulos
hacer lo que el maestro hizo. En ambas versiones, Lucas no está escribiendo historia en el sentido moderno sino
alineando el nuevo acontecimiento con los relatos del venerado Antiguo Testamento para validar e interpretar el
nuevo acontecimiento. Él selecciona libremente, omite y altera detalles, todo para a su audiencia a entender lo
que significa la ascensión para los discípulos.
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