Nuestro trabajo en América Latina

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De la presidencia de la FIFA al baile del caño
Hace pocos días y a raíz de las acusaciones surgidas entre jugadores de la máxima categoría de fútbol inglesa, el
presidente de la FIFA, Joseph Blatter, negó la existencia de actitudes racistas en las canchas de fútbol. En opinión
de Blatter “el racismo sólo existe si hay discriminación fuera del juego” y agregó haber visto en Sudáfrica cómo ha
desaparecido tal problema ya que la Copa del Mundo habría probado que se puede conectar a la gente. Como el
dirigente profundizó en el tema señalando que los insultos racistas eran, prácticamente, parte del juego que se
resolvían con un apretón de manos al término del mismo, la FIFA se vio obligada a emitir un comunicado
expresando que las palabras de Blatter se habían malinterpretado. “Lo que quería decir es que durante un partido,
los futbolistas tienen batallas con sus oponentes y a veces hacen cosas equivocadas”, argumentó la institución en
una versión libre del texto original.
Sobre la base de ésta y otras contradicciones entre ciertas declaraciones y propuestas de Blatter, se podría
sospechar que el máximo dirigente de la FIFA no tiene cabal idea del significado de palabras como discriminación,
racismo o sexismo, de modo tal que en ocasiones él mismo borra con el codo lo que escribe con la mano. Así por
ejemplo, el 7 de octubre pasado, Blatter recibió a la directora ejecutiva de ONU Mujeres, Michelle Bachelet. “Es un
placer para mí discutir las posibilidades de colaboración entre ONU Mujeres y la FIFA, con el fin de vincular el
fútbol y la promoción de la igualdad de género”, señaló Bachelet, en tanto que la máxima autoridad de la FIFA dijo
entender las necesidades expuestas por la ex presidenta de Chile y anunció que “abordaremos los aspectos
socioculturales en estrecha colaboración con ONU Mujeres”.
Pocos días antes de formular estas declaraciones, a fines de septiembre, Joseph Blatter había propuesto que las
jugadoras de fútbol cambien shorts por hot-pants porque “con pantalones cortos más ajustados, las mujeres lucen
más lindas y ellas ya tienen hasta reglas diferentes de las de los hombres, como por ejemplo la utilización de una
pelota más liviana”. Como se trata del mismo Blatter que el del párrafo anterior, surge una curiosidad: ¿le habrá
comentado esta propuesta a la directora de ONU Mujer durante su encuentro? Presumiblemente no, y resulta
lamentable que haya desperdiciado la oportunidad, porque la ex presidenta de Chile habría podido explicar con
claridad a Blatter la diferencia entre una cancha de fútbol y un teatro de revistas.
Desde los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia, en donde las mujeres estaban excluidas, en adelante, el mundo
deportivo ha tenido un sesgo claramente masculino. Las mujeres llegamos al deporte después, en menor
proporción, con menor difusión, menos público y, por ende, con premios y remuneraciones más bajas que las
masculinas en el caso del deporte profesional. Aun cuando las mujeres accedan poco a poco a la práctica de
deportes que durante siglos las han marginado, resulta evidente que los hombres han tenido más estímulos para
integrarse a ámbitos deportivos. Los supuestos sobre qué nos resulta “natural” nos han jugado en contra y, para
muestra, sobra un botón.
Hace algunos años, la diputada Diana Maffía fue a la colonia de vacaciones de su hijo a plantearle al profesor de
educación física cierta preocupación: el nene le había contado que mientras los varones jugaban al fútbol, las
nenas se quedaban sentadas en las gradas. El profesor corroboró la versión infantil. “A ellas no les gusta el
fútbol”, dictaminó el pretendido docente, olvidando que su rol era abrir horizontes deportivos y no lo contrario. Para
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rematar, cuando Diana objetó que las nenas se quedaran una hora sin hacer nada, el profesor, confundido, le
preguntó: “¿Pero usted no tiene un varón?”. De esta forma, el docente era hacedor de la profecía autocumplida:
las nenas son malas para el fútbol. “Pero pueden festejar las jugadas de los varones”, sugirió, aventurando que
algunas llegarían a porristas. Es decir, con cierto talento y bastante entrenamiento, podrían aspirar a
desempeñarse como claque sexy de los que son legítimos deportistas, rol que en esa escena se presenta
inalcanzable para ellas.
Hasta hace no muchos años el fútbol todavía estaba vedado para las niñas, e incluso hoy la práctica de varios
deportes sigue siendo privilegio de pocas. Lo lamento por tantas mujeres, más allá de que muchas pueden preferir
otros menesteres, tal como puede sucederles a tantos hombres. La diferencia es que en demasiados casos
femeninos no existió la opción y esto conlleva limitaciones en el acceso a cierta dimensión lúdica que ofrece la
práctica deportiva, un particular disfrute en donde se mezclan el despliegue del propio cuerpo con el juego grupal.
Que pueda haber otras, sin duda, pero eso es harina de otro costal.
Si Blatter considera que esta situación se revierte mostrando más glúteos, cabría revisar su propia idea sobre qué
es deporte. Como complemento de su propuesta, y en declaraciones de alto vuelo estético, el directivo señaló:
“Moda y deporte no tienen por qué ir separados”. Cierto, no necesariamente deben ir separadas, ni arbitrariamente
juntas. Obligar a una deportista a exhibirse para ciertos señores que equivocaron el escenario es un acto de
violencia. En todo caso, si Blatter tiene competencias para definir el look de las mujeres deportistas, las mujeres
deportistas podríamos tenerlas para determinar el look óptimo del presidente de la FIFA y proponer una
intervención indiscutiblemente fashion: depilación completa con cera caliente para Blatter ya.
* Directora de proyectos de la Fundación Ebert en Chile.
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