* Step outside Posh Boy. De inocentada del The Guardian a marketing electoral de Gordon Brown, de S. Toledano, ULL

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Actas – II Congreso Internacional Latina de Comunicación Social –
Universidad La Laguna, diciembre de 2010
Step outside Posh Boy. La inocentada del the Guardian convertida en marketing electoral de
Gordon Brown
Dr. Samuel Toledano
Sociedad Latina de Comunicación Social
Universidad de La Laguna
[email protected]
I. Introducción
En una sociedad caracterizada por la irreversible conversión de ciudadanos en consumidores, la
política se presenta como una víctima -nada inocente- de la mercantilización que se apodera de todo
el espacio público. El servicio al ciudadano acorde a unos valores éticos e ideológicos, esencia de
una práctica política democrática, se ve hoy relegado por una espectacularización donde los
candidatos y partidos se venden al consumidor.
Los medios de comunicación, más interesados en su rentabilidad económica que en la función de
cuarto poder que antaño les caracterizaba, no solo refuerzan la conversión de esos mismos
ciudadanos -en su rol de receptores- en consumidores del producto informativo, sino que
contribuyen a afianzar una opinión pública que legitima las elecciones como el espacio ideal -y
único- de participación política.
Ante la apatía y descrédito de la política y la información, la solución no parece venir,
paradójicamente, de una profundización del rol de ciudadano, sino de incrementar aún más su
condición de consumidores, ofreciéndoles un espectáculo que, para que resulte efectivo, tiene que ir
incrementando gradualmente su dosis de sensacionalismo. Los contenidos serios y rigurosos se ven
así sustituidos o aderezados por altas dosis de amarillo, donde el sexo, la violencia o el morbo se
convierten en los nuevos protagonistas de la información.
Las campañas electorales, ya elementos convertidos en un auténtico espectáculo informativo,
suponen uno de los ejemplos más evidentes de esa transformación de la información -.y también de
la política- en un producto destinado a consumidores, y no a ciudadanos. Un simple análisis del
contenido informativo publicado durante varios días evidencia el rumbo que, voluntariamente, han
tomado medios y políticos, contribuyendo a la irreversible conversión de la política e información
en un espectáculo.
II. El consenso de las elecciones
El afianzamiento de los modelos representativos, como el sistema más extendido para garantizar la
participación del ciudadano en el diseño y ejecución de las políticas que sustentan una convivencia
en sociedad, no es ajeno a la crisis de la democracia. Numerosas voces se alzan contra un modelo en
el cual el ciudadano ve limitada su participación en la vida colectiva a los puntuales procesos
electorales, marginado o automarginándose del posterior desarrollo de la política y convirtiendo su
participación en poco más que un acto simbólico.
La participación en procesos electorales, a pesar de ser cada día más escasa y confirmar el
descrédito general con la política y con, precisamente, los llamados representantes de los
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ciudadanos, se presenta sin embargo como un consentimiento general del ciudadano a todo el
posterior proceso político, que en sus versiones legislativas y ejecutivas parecen actuar de espaldas
al ciudadano.
Los representantes de la ciudadanía se escudan así en los procesos electorales para defender su
legitimidad para hacer y deshacer la política hasta la siguiente cita electoral, escudándose en la
participación electoral, donde la "legitimidad democrática" es consecuencia de las "elecciones
democráticas" (Anderson et al., 2007: 183). De esta forma se justifica la identificación entre el voto
y la obligación de consentir cualquier actuación política posterior y, consecuentemente, obedecer la
ley.
Since there is a good deal of empirical evidence which demonstrates that electoral participation is not a
meaningful and effective form of popular political participation and that elections are increasingly becoming
ritualistic excercises in symbolic participation, it is clearly evident that it is highly distorting to claim that such
elections constitute a means by which citizens voluntarily consent, in a morally meaningful sense, to obey the
law. (Steinberg .1978: 115)i
El rechazo de Steinberg a equiparar la participación electoral con una expresa manifestación de
consentimiento no provoca sin embargo un avance hacia modelos participativos, donde se
garantizase un consentimiento efectivo de la ciudadanía. La limitación de derechos políticos que
supone participar sólo en procesos electorales, es de facto alentada por los representantes políticos,
estrechamente vinculados en su mayoría a los sectores dominantes y responsables, gracias a los
medios, del peso simbólico de las elecciones, convertidas hoy más en un mito que un efectivo
instrumento de participación ciudadana..
Si a los enfoques anteriores [como la inmediata relevancia informativa de eventos políticos] agregamos que lo
político se funda en la sacralización del poder y de quien lo ejerce, apoyado por complejas ceremonias repletas
de gestos rituales, debemos concluir que el mito es uno de los componentes esenciales del discurso político,
aunque a veces se enmascare y se nos escape. El mito siempre ha sido utilizado desde el poder para afianzar
una situación de dominio. (Galindo, 2009: 217)
Resulta evidente la necesaria colaboración de los medios en la mistificación de las elecciones y la
negación (sutil o patente según el contexto) de cualquier legitimidad ciudadana para expresarse
políticamente más allá de los procesos electorales. Manifestaciones o cualquier evento que se
realice al margen de los espacios o actores institucionalizados son, en el mejor de los casos,
presentados como expresiones de una preocupación social o, de forma más recurrente, como una
expresión de violencia o mera radicalidad, buscando la eliminación de estos actores y la completa
deconstrucción de sus planteamientos políticos. (Toledano, 2010a)
Focalizar toda la práctica política y, en definitiva, toda la concepción de la política en torno a un
proceso electoral supone, en última instancia, ahondar en la mercantilización de la política,
convertida ya en un mercado de ideas, partidos y candidatos que se presentan como un producto.
Como causa o consecuencia de este proceso, el destinatario deja de ser un ciudadano para
convertirse en un consumidor.
La influencia de los medios y del conjunto de la industrias culturales acrecienta además esa
tendencia, trasladando el sensacionalismo y trivialización que caracterizan la información actual al
ámbito de la política, donde la atención se centra en los partidos y candidatos principales, mediante
un proceso en el que el gatekeeper y la agenda setting refuerzan una visión de la política como un
coto privado.
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En la línea con la privatización de la política, deseada por los actores dominantes (no políticos ni
elegidos, como los incorrectamente personificados mercados -bancos, inversores, etc.), el amplio
espectro de la política acaba reducido a unas pocas opciones, con unos partidos o candidatos que
acaparan todo el espectro informativo. Se afianza así un sistema bipartidista que garantiza el control
externo de la política por esos actores económicos pero que genera un evidente malestar en aquellos
ciudadanos que apoyan otras propuestas políticas.
III. Campañas electorales
Las campañas electorales, en este marco consumista, se presentan como un escaparate para vender
un producto. Las agencias de publicidad se han afianzado como un actor influyente y las grandes
cantidades de dinero que se mueven suponen, al mismo tiempo, el afianzamiento de una forma de
hacer política sustentada en las posibilidades económicas de los actores.
Obviamente este tipo de concepción no favorece el debate. Es más, se favorece la simplificación de
los mensajes donde el slogan se convierte en el eje de toda una campaña, sustituyendo la necesaria
reflexión política. Sin embargo, no debe sorprender la simplificación de ideas que hoy caracterizan
las campañas, teniendo en cuenta la “baja calidad intelectual de la retórica pública de los políticos
democráticos”, especialmente cuando se tienen que enfrentar, según Hobsbawm (2009: 137) a los
medios de comunicación y a la opinión pública directa, como los dos elementos que han adquirido
un rol más central en la democracia y que hoy ha derivado en una perfecta “simbiosis” entre los
media y la política, con la consecuente transformación de las “fronteras de la política” (Couldry,
2010: 84)
Al mismo tiempo, y como o consecuencia del desprestigio de la política, gran parte de las campañas
se centran en destacar el lado negativo de los candidatos opositores, en lugar de destacar los valores
positivos de una candidatura. Las campañas agresivas permiten, sin embargo, un doble éxito en la
movilización de los consumidores, tanto de medios como de política, aunque, obviamente,
favorecen unos modelos políticos que optan por la imposición y no la construcción colectiva.
Movilizar al votante parece hoy supeditado a una campaña electoral que ofrece productos (partidos
y candidatos) que se dedican primordialmente a destacar el lado negativo de sus adversarios,
siguiendo prácticas iniciadas en Roma, -"que se levanten contra tus rivales los rumores de crímenes,
desenfrenos y sobornos" (Tulio Cicerón, 2009: 81). Los consumidores (votantes) optan entonces por
priorizar sus sentimientos sobre la razón en el momento de decidir su voto.
IV. Reino Unido, mayo de 2010
Las elecciones generales en el Reino Unido llegan en un momento marcado por la crisis económica,
iniciada en el sector financiero y extendida a diferentes niveles de la economía, llegando incluso a
la economía real. Ante este contexto, el discurso de los partidos políticos es casi coincidente,
trasladando a los ciudadanos la necesidad de la estabilidad política, reiterada desde los llamados
portavoces del mercado, y convertida en el centro de todas las propuestas electorales.
Más allá de este problema, y otros planteamientos mayoritariamente económicos que marcan la
agenda, la campaña continua la tendencia occidental de centralizar toda la atención en pocos
partidos, ahondando en un sistema bipartidista y beneficiado, además, por una legislación electoral
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que perjudica otras formaciones cuyo apoyo en número de votos nunca conlleva una pareja
representación de diputados.
A pesar de ser un sistema parlamentario, donde los nuevos diputados eligen al presidente, se sigue
afianzando una política presidencialista, resaltando la figura del líder, del candidato final a la
presidencia, como centro e imagen de la campaña. Una personalización excesiva que propicia la
entrada en campaña de elementos triviales que, a priori, poco o nada tendrían que ver con el
ejercicio de la política y la aplicación de unas determinadas propuestas ideológicas.
La personalización propicia, además, el uso de las características personales de los candidatos como
un activo electoral, intentando resaltar las cualidades propias y los defectos de los adversarios. El
esfuerzo, sin embargo, parece centrarse exclusivamente en minar la imagen del contrincante, en una
tendencia que parece invitar al ciudadano a votar al menos malo. Solo así se entiende las criticas
laboristas y conservadoras al origen elitista de Cameron y la falta de legitimidad de Brown al haber
heredado la presidencia de Tony Blair sin previamente pasar por las urnas.
La negatividad de la campaña continúa aquí la línea abierta por la agencia Saatchi & Saatchi,
cuando contribuyó a la victoria de Margaret Thatcher con el ya famoso lema labour is not working.
Curiosamente, tres décadas después, esta agencia se ha convertido en el protagonista doble de la
campaña, asesorando a conservadores y laboristas pero, en esta ocasión, como dos empresas
diferentes (Saatchi & Saatchi, y M&C Saatchi), surgidas de las desavenencias internas y posterior
ruptura que se produjo en la compañía.
Conservadores y laboristas optan por ahondar en ese enfoque negativo remarcando,
respectivamente, la ineficacia del gobierno frente a la crisis o los graves daños sociales que
provocaría la llegada al poder de los tories. El objetivo evidente de ambos partidos era aumentar
(conservadores) o disminuir (laboristas) el apoyo del electorado que, poco antes de la elecciones, no
permitía un mayoría absoluta, lo que finalmente propició un hung parliament, una mayoría simple
que, a pesar de permitir un gobierno, era vista por partidos políticos y, especialmente, los
portavoces no oficiales de los llamados mercados, como una situación insostenible, exigiendo
insistentemente un pacto que acabara con el parlamento colgado, como de hecho se produjo en
escasos días.
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V. Brown the bully y el fin de la fiesta laborista
La necesidad de tomar medidas drásticas para afrontar las consecuencias de la crisis económica,
reforzaba en esta ocasión la exigencia de contar con un líder fuerte, que, paradójicamente, se
plegara a la voluntad de los llamados mercados de implementar unos severos recortes de gasto
público (siempre centrados en los apartados sociales), a pesar del consiguiente daño que eso
generaría en su imagen y en la de su partido.
La urgencia de un pacto inmediato cobraba aquí especial importancia, puesto que se deseaba un
líder que no estuviera limitado por la búsqueda de apoyos políticos en un escenario de mayoría
simple. Los llamados mercados veían esa posibilidad como un serio contratiempo, pese a que,
lógicamente, un intento de consensuar políticas entre todas las opciones políticas hubiera sido un
proceso más representativo de la voluntad del conjunto de la sociedad.
En este contexto tan complicado y de continuas interferencias externas, la personalidad y el carácter
de Gordon Brown juega un papel paradójicamente contradictorio, ya que la mala imagen que genera
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su conocida agresividad se compensa con una sensación de firmeza, presentándolo como un líder
fuerte capaz de tomar el control del gobierno y de la situación económica, demostrando la vigencia
de la fuerza o la rudeza como medios para lograr el consenso entre sus seguidores:
Closely related to the type of basis of consensus provided by force and authority is the consensus that rests
upon a common identification with great heroes or leaders, of which the charismatic leader, depicted by Max
Weber is perhaps the fittest example. There are many roads that lead to leadership, although they are not the
same roads in all societies. Force and ruthlessness, law and authority, the sacred sanctions of religion or of
tradition, or the wisdom or personality of the leader himself, or even the belief in his wisdom or personal
qualities, separately or in combination, may establish a man or a group in a position of leadership which can
evoke consensus of the part of the followers. (Wirth, 1948: 6)ii
Aunque el carácter agresivo de Brown era sobradamente conocido en el entorno de Downing Street,
fue precisamente un libro publicado por Andrew Rawnsley, periodista de the Observer (edición
dominical de the Guardian) lo que llevó a la opinión pública un comportamiento injustificable y
perjudicial, especialmente a pocos meses de las elecciones, forzando a su equipo de campaña a
lidiar con una imagen de rudeza que difícilmente se podría suavizar antes de los comicios.
The end of the party (El final de la fiesta) se presentaba como un libro de investigación de los
gobiernos laboristas desde 2001, retratando a un Gordon Brown torturado, volátil y desbordado en
su función de primer ministro. Sin embargo, más allá de los conflictos internos, especialmente
intensos en momentos de crisis, el libro saca a la luz cómo su carácter robusto se asemeja más al
bullying, un acoso asociado al comportamiento de niños en la escuela pero que se ya se utiliza
abiertamente para referirse al acoso laboral, incluido aquí en la sede un gobierno.
El libro de Rawnsley, jefe de opinión del dominical the Observer, recoge numerosos ejemplos de
ese comportamiento agresivo, llegando a empujar -o apartar con el brazo según las versiones- a
algunos de sus ayudantes. Las constantes intimidaciones de Brown, relatadas por altos funcionarios
de Downing Street y políticos cercanos, llegaron hasta el punto de que "fue advertido de su
comportamiento por el secretario del Gabinete, Sir Gus O'Donnell" (Helm, 2010)
VI. El April Fool y the Guardian
En el amplio espectro de la prensa británica, the Guardian siempre ha ocupado un lugar destacado
dentro los periódicos calificados como broadsheet, que más allá de su formato sábana, están
identificados como prensa de calidad, frente a los llamados tabloides que, con un tamaño más
reducido, han optado por una línea sensacionalista que les asocia con la prensa amarilla y en España
calificado como prensa rosa.
Al margen de la calidad, el periódico ha representado desde sus inicios una línea cercana a los
movimientos obreros, vinculada al socialismo o a sus versiones más modernas, situadas hoy
abiertamente en el centro izquierda. Como causa o consecuencia de esta línea editorial, el periódico
ha mantenido un apoyo constante al partido laborista, sin que ello les impidiese criticar
abiertamente numerosas políticas desarrolladas durante los mandatos de Tony Blair y
posteriormente de Gordon Brown.
El cuestionado liderazgo de Brown en los laboristas británicos, criticado en el seno del partido y
cuyo último episodio antes de las elecciones tuvo lugar en el mes de enero, intentando situar a
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David Milliband como candidato a primer ministro, también tuvo su constante cobertura en el
periódico, con el consiguiente daño que supondría para las expectativas laboristas. Asimismo, y
poco tiempo antes de que comenzara la campaña electoral, el periódico recogió ampliamente el
retrato que Rawnsley hacía de Brown, expandiendo aún más la mala imagen del candidato en la
opinión pública.
VI.1. La broma
A pocos días del comienzo de la campaña electoral, y con la publicación del libro de Rawnsley
reciente, el periódico revela la intención del partido de sacar un nuevo póster electoral -frecuentes
en las calles desde muchos meses antes del inicio oficial de la campaña- con el que se intentaba
convertir la fama de rudeza y agresividad de Brown en un elemento positivo, obviamente dirigiendo
ese carácter hacia el candidato Cameron: Step outside posh boy
Con el título "Labour's secret election strategy: bring on no non-sense, hardman, Gordon Brown", la
noticia revela los pósters y el conjunto de la estrategia que seguirían los laboristas en el inminente
inicio de la campaña electoral. Escrita por Olaf Priol, ya en su primer párrafo resume perfectamente
las razones y los objetivos de la "audaz" estrategia laborista.
In an audacious new election strategy, Labour is set to embrace Gordon Brown's reputation for anger and
physical aggression, presenting the prime minister as a hard man, unafraid of confrontation, who is willing to
take on David Cameron in "a bare-knuckle fistfight for the future of Britain", the Guardian has learned iii. (Priol,
2010)
La reputación de Brown, como se recogía en la noticia, y como ya se había señalado
constantemente en los meses previos a las elecciones, preocupaba a los estrategas laboristas, que
veían en su carácter un elemento negativo. Sin embargo, la ligera recuperación de Brown en las
encuestas -real- se atribuía, según asistentes de Brown citados en el artículo -ficción-, precisamente
a ese carácter, con lo que la estrategia pasaba por ahondar en esa "personalidad de macho alfa"
incluso hasta el punto de provocar algún incidente, similar al que aumentó el apoyo del laborista
John Prescott cuando en 2001 golpeó a un manifestante que le había lanzado un huevo.
Entre las ideas planeadas por los laboristas, según el artículo, destacaba la intención de buscar una
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confrontación física con Cameron, aprovechando alguno de los debates televisivos de la campaña.
Golpear la cara del conservador y llevarlo a un hospital cercano, donde se demostrase, además, la
eficiencia y compasión del servicio británico de salud bajo el gobierno laborista.
La estrategia, sin embargo, tenía su visibilidad en la producción de pósters dónde se mostrará ese
lado duro de Brown. Así, junto al step outside posh boy, desde la agencia de publicidad Saatchi &
Saatchi se anunciaban otros similares, utilizando la imagen de El Padrino, Terminator o Reservoir
Dogs. De hecho, como parte de la estrategia, y así se recoge en el artículo, se "animaba a los
simpatizantes a diseñar sus propios posters", por ser una estrategia "que es barata, aumenta la
involucración de los votantes y, por encima de todo, nada podría ir mal" (Priol, 2010).
Ante esta iniciativa, los asesores conservadores estarían ciertamente preocupados, ya que daban por
hecho que ni Cameron ni otros miembros de la cúpula de su partido responderían con un "ven aquí
y dímelo a la cara", sino que se quedarían pálidos, se asustarían o pedirían a un hermano mayor que
fuera a las puertas del Parlamento para atacar a Brown cuando menos se lo esperase.
La estrategia detallada en esta noticia encaja perfectamente con el tipo de publicidad negativa que
prima en la campaña electoral y especialmente con el estilo de Saatchi & Saatchi, marcado siempre
por su toque agresivo. El objetivo de este cartel, obviamente, está en ahondar en la imagen de pijo
de Cameron, construida tras situaciones como verle presumir de ir al Parlamento en bicicleta y ser
descubierto a las pocas manzanas de su casa subiéndose a su coche oficial mientras un
guardaespaldas introducía la bicicleta en el maletero.
Minar la imagen de Cameron, criticando su origen elitista en Eton, permitía además contraponerla a
la imagen de Brown, ofrecida ante su tradicional electorado, el de las clases trabajadoras, y que,
además de rescatar el enfrentamiento de clases, lo hacía aprovechando su carácter agresivo,
idealizando así su rol de chico duro, pero siempre frente a conservadores y clases privilegiadas.
Detrás de esta estrategia, además, se escondía una desesperada situación para los laboristas,
necesitados urgentemente de acortar la ventaja, rozando la mayoría absoluta, que tenían los
conservadores.
VI.2. La confesión
La misma tarde del 1 de abril, en la edición digital y al día siguiente en la impresa, ya se recoge la
información de que, efectivamente, el nuevo póster era una broma. Ni el periodista Olaf Priol, ni el
cartel ni la estrategia laborista eran como se habían se había publicado anteriormente. Era, como
muchos lectores comenzaron a percatarse, el April Fool, una noticia falsa, una tradición de la prensa
con la que se pretende "entretener" a los lectores del periódico. (Topping, 2010)
La inocentada, similar a lo que en España se realiza el 28 de diciembre, tiene como objetivo llamar
la atención del lector con hechos sorprendentes, pero que tengan una cierta verosimilitud. Esta
tradición, sin embargo, parece hoy ligeramente desfasada, en la medida en que se ve
constantemente superada por hechos que se presentan al receptor como reales cuando no son más
que meras informaciones virtuales o ficticias, cuyo único objetivo es engañar al lector para que se
sume posteriormente al llamado consenso mayoritario con una realidad creada a medida de los
intereses dominantes (Toledano, 2010b).
El primero de abril, mientras algunos periódicos publicaban noticias falsas sobre la utilización de
una línea de metro para experimentos nucleares o el uso de tinta con sabores para imprimir los
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ejemplares, e invitaban a los lectores a lamer una página determinada, the Guardian opta por
aprovechar la campaña electoral para presentar al lector la suya: step outside posh boy.
La noticia, ya en la misma tarde del miércoles, se convirtió en una "sensación" en Internet, una de
las "principales historias" de Twitter y posteriormente colgada en Flickr, según detalla la
información, ya seria y real, publicada esa misma tarde. A las reacciones buscadas por el periódico
con comentaristas que, presentados como un panel de expertos hablaran sobre la estrategia
laborista, aparentemente sin conocer que se trataba de una bromaiv, se suma la de los lectores, que
aplauden la iniciativa pero que también muestran su malestar por el comportamiento de los
principales partidos:
I was about to write protesting against Labour's supposed campaign poster "Step outside posh boy" (1 April),
but then noticed the date. Unfortunately, the joke is close to the reality. […] At least we shall have the
possibility on election day of voting for candidates, Greens and others, who are intent on discussing and
solving the issues of our society, and their global dimensions; candidates who are not merely motivated to give
the other guy (posh or plebeian) a bloody nose. (Avis, 2010)v
O lectores que irónicamente protestan contra los otros dueños de la política (los grandes líderes
empresariales)
Can we take seriously the letter from 23 business leaders supporting the Tory policy of scrapping national
insurance increases? – published on April Fool's Day. (Bramall, 2010)vi
VI.3. La camiseta
El juego de reacciones, como objetivo del periódico de entretener a los lectores, toma un rumbo
diferente cuando, como inocentada política que es, recibe el apoyo de los laboristas, que se suman a
la broma y fomentan su difusión durante varios días.
The story took a further turn when Labour big hitter John Prescott, entered the debate calling on the Guardian
to take the gag further to produce a T-shirt with the fake campaign poster. "Would anyone be interested in
buying a Step Outside Posh Boy T shirt? Got a feeling they'd be very popular!", he tweeted, calling on
followers to bombard Guardian deputy editor Ian Katz with emails. Not a newspaper to disappoint, it was
announced that 100 SOPB T-shirts could be won in this Saturday's Guardian. (Topping, 2010)vii
La decisión del periódico de seguir la iniciativa del alto dirigente laborista, permite alargar el
impacto de la falsa noticia durante unos días más, con la lógica de dar seguimiento a cualquier
exclusiva del medio y, al mismo tiempo, sumarla a la invitación a los lectores de crear su propio
cartel slogan mostrando el lado agresivo de Brown.
Así, el periódico anuncia que para marcar el cambio de imagen del primer ministro del primero de
abril, "tenemos ahora una edición limitad de 100 camisetas Posh Boy" para regalar, e invita a los
lectores a entrar en la página web y dejar los detalles personales. Para aquellos que no resulten
ganadores, el periódico señala que la camiseta se podrá comprar por 14.99 librasviii
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VII. El post April Fool. La señora bigoted y los liberales
Superado el April Fool, y con las elecciones a escasas semanas, la campaña electoral continua
marcada por la segura victoria de los conservadores y la posibilidad de que, en el caso de no llegar a
la mayoría absoluta, se produjera una situación aparentemente incómoda en la política británica, es
decir, un gobierno en minoría. El sistema electoral británico, que condena a los liberales
demócratas, como tercer partido en apoyos, a tener una representación en escaños muchos puntos
por debajo del número de votos, afianza un sistema bipartidista en el país, con marcado carácter
presidencialista.
La imagen de Brown, vital en un sistema que, de facto, es presidencialista, sigue jugando un papel
esencial. Los debates televisados, en los que los tres principales candidatos se enfrentaban ante las
cámaras, obviamente no depararon ninguna de las escenas imaginadas en la falsa noticia del the
Guardian, aunque acabaron por demostrar el poco carisma que desprendía el candidato laborista,
comparado con Cameron y especialmente con el liberal Nick Clegg.
Sin embargo, el carácter agresivo de Brown volvió a salir a la luz, tampoco esta vez contra los
rivales conservadores sino contra sus propios simpatizantes. En un aparente encuentro pactado con
militantes laboristas en Rochdale, cerca de Manchester, la insistencia de una mujer por preguntar a
Brown sobre economía e inmigración molestó tanto al laborista que momentos después del
encuentro, ya en el interior de su vehículo, calificó a la señora de intolerante sin percatarse de que
tenía aún los micrófonos de Sky News conectados. Brown y altos dirigentes de la campaña laborista
pidieron públicas disculpas a la señora y lo justificaron en el carácter humano de todos los políticos,
que a veces dicen cosas que no quieren decir (Curtis, 2010).
Resulta evidente que las pocas simpatías que despertaba Brown contribuyeron en cierta medida a
que the Guardian, poco antes de las elecciones, pidiera el voto en su editorial para el partido Liberal
Demócrata de Nick Clegg, en una clara declaración de intenciones: un descontento hacia ciertas
políticas de los laboristas y su candidato y, por otra parte, un apoyo al revulsivo y la aparentemente
nueva política, más ética, que planteaba el candidato liberal.
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Con los resultados de las elecciones ya confirmados, el Reino Unido vivía una situación novedosa,
donde no se contemplaba un gobierno de minoría de los conservadores y las dos únicas opciones
viables pasaban por un acuerdo de liberales, bien con laboristas o con conservadores. Ante esta
situación, y con los llamados mercados exigiendo un inmediato acuerdo de gobierno, the Guardian
apuesta en su editorial por acuerdo entre liberales y laboristas, siempre y cuando se superara el
obstáculo que para todos suponía la figura de Brown. La decisión del todavía primer ministro, en
funciones, de renunciar a ser primer ministro y al liderazgo de los laboristas, no impidió el pacto
final entre Clegg y Cameron, propiciando, sin embargo, la salida de Brown de Downing Street con
una imagen totalmente diferente a la mostrada hasta entonces: acompañado de su mujer e hijos
pequeños y con un aparentes sonrisas de tranquilidad en sus caras.
VIII. Conclusiones
El sentido del humor con el que se puede observar el Step outside posh boy demuestra la saludable
tradición de buscar las risas o sonrisas de los receptores, rompiendo lo políticamente correcto
aunque siempre con la dificultad de saber cuándo se cruza la frontera de lo ofensivo. El problema
reside, sin embargo, en que no es un late show ni una revista satírica, sino un periódico de calidad,
elaborado por periodistas, en el que se da cabida a una broma -identificada como noticia- que
ahonda en la trivialización y banalización de la política, convertida ya en elementos fundamentales
de un espectáculo que ha convertido las campañas electorales en un mero trámite, donde las
camisetas y frases ocurrentes sustituyen a un debate serio, a la espera de que los ciudadanos
recuperen su protagonismo frente a los consumidores de votos y camisetas.
Más allá de la broma, el cartel irrumpe en una campaña donde, a pesar de la agresividad reinante
todavía se aboga por una corrección política. El mérito del cartel, sin embargo, estriba en que the
Guardian traslada aquí a la opinión pública una idea clave del discurso laborista, que no arriesga la
imagen de Brown con una estrategia que cruzara la débil frontera que separa la agresividad de la
violencia, algo que, por otra parte, no hubiera extrañado teniendo en cuenta la publicidad negativa y
agresiva que caracteriza las campañas en el Reino Unido.
Es obvio que ni el cartel ni las camisetas iban a dar la vuelta a las encuestas, pero con apenas un
mes para las elecciones, los laboristas tenían la urgente necesidad de recortar la ventaja
conservadora, con mucha dificultad para ganar en las circunscripciones indecisas e incluso con
serias dificultades para mantener el apoyo en las tradicionalmente laboristas. En ese contexto, el
falso cartel encajaba a la perfección con la necesidad de elevar el tono del mensaje, sin
ambigüedades y con el objetivo de provocar una reacción inmediata en el público.
La alusión a la condición posh de Cameron permite minar la imagen pública del candidato
conservador, aludiendo a un estilo y forma de ser, e incrementar la sensación que había en la
opinión pública de que Cameron intentaba infructuosamente mostrarse como un ciudadano
corriente, con su bicicleta incluida. El falso cartel hace el trabajo sucio de los laboristas y los salva
de las posibles críticas de los conservadores por utilizar este calificativo en público y empañar así la
aparente limpieza de la campaña.
Sin embargo, más allá de la imagen de Cameron, el cartel ataca directamente a su origen elitista,
contrastado además con la condición socialista del partido de Brown, y evidentemente desesperado
de afianzar el apoyo de las clases trabajadoras. Una línea discursiva que, sin embargo, choca de
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lleno con las políticas desarrolladas por los laboristas bajo la llamada tercera vía, que les ha situado
más cerca de la City y de los neocons de la Administración Bush que de los sindicatos y las
tradicionales bases laboristas.
Recuperar la defensa de los derechos sociales no resultaría creíble sino fuera porque la opción que
presentan los conservadores parece ir mucho más allá en el recorte del estado del bienestar. Es aquí
donde el posh adquiere una apoyo esencial en la estrategia del voto del miedo, alertando a las clases
trabajadoras del peligro de esas élites surgidas en Eton, colegio por excelencia de las clases altas
británicas.
El cartel, a pesar de su falsedad, es absolutamente creíble -destacado por los propios lectores- y
encaja en la estrategia de alertar del peligro de los conservadores en lugar de destacar los logros de
los años de gobierno laborista. Es un recurso cargado de negatividad, al más puro estilo de los
Saatchi, en cualquiera de sus escisiones, y que en las páginas del the Guardian tiene a un lector
ideal, laborista, aunque frecuentemente desencantado con la tercera vía.
Brown y su carácter agresivo no solo es el sustento del cartel, sino que su conocida agresividad
permiten proyectar el cartel más allá de una mera inocentada. El éxito llega cuando la condición de
matón del laborista, imposible de ocultar a la opinión pública, se revierte en un elemento positivo,
parejo a una firmeza y carácter fuerte que, llegado el momento, justifica una violencia denigratoria
que ya está plenamente idealizada, siempre y cuando la víctima sea previamente presentada como
un objeto de burla. Y un pijo, y además conservador, es la víctima ideal.
Lo inapropiado de este carácter, comprobado posteriormente cuando la víctima es una señora mayor
y además laborista, está lejos de ser el detonante de la derrota laborista, pero obviamente no
contribuyó a construir un líder que captara votos en una época de crisis económica y ante el
descrédito laborista. Todo lo contrario, como era notorio antes, durante y después de la campaña, los
votos finalmente obtenidos no fueron gracias a Brown sino a pesar de Brown. El cartel parece
entonces surgir de la resignación laborista: vale, Brown es un matón, pero es nuestro matón. Ni los
Saatchi lo hubieran hecho mejor.
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i
Con el conjunto de pruebas empíricas que demuestran que la participación electoral no es un forma de particpación
política significativa y efectiva y que las elecciones se han convertido gradualmente en unos actos rituales de
participación simbólica, es una clara distorsión afirmar que esas elecciones constituyen una forma por la cual los
ciudadanos aceptan voluntariamente, en un sentido signficativamente moral, obdecer la ley.
ii Estrechamente relacionado con el tipo de consenso obtenido por la fuerza y la autoridad, aparece el consenso que
reside en la común identificación con grandes héroes o líderes, de los cuales, el líder carismático, expuesto por Max
Weber, es quizás el ejemplo más preciso. Hay muchos caminos que llevan al liderazgo, a pesar de que no siempre
son los mismos en las diferentes sociedades. La fuerza y la rudeza, la ley y la autoridad, las sagradas doctrinas de la
religión o la tradición, o la sabiduría y la personalidad del mismo líder, en incluso la creencia en su sabiduría y sus
cualidades personales, ya sea separada o conjuntamente, pueden situar a un hombre o a un grupo en una posición de
liderazgo que suscite el consenso de parte de sus seguidores.
iii En una audaz estrategia electoral, el Partido Laborista está preparado para aprovecha la reputación de Brown como
hombre enfadado y físicamente agresivo, para presentar al como un tipo duro, sin miedo a la confrontación, que está
dispuesto a enfrentarse a David Cameron en una pelea a puño descubiero por el futuro de Gran Bretaña, según ha
sabido the Guardian.
ISBN: 978-84-938428-0-2
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Actas – II Congreso Internacional Latina de Comunicación Social –
Universidad La Laguna, diciembre de 2010
iv Bindel, Julie et. al. "Bruiser Brown. A winning strategy'", en the Guardian online, 1 de abril de 2010.
v Estaba a punto de escribir para protestar por el supuesto nuevo póster de los laboristas "Step outside posh boy" (1 de
abril) cuando me di cuenta de la fecha. Desafortunadamente, la broma es demasiado cercana a la realidad. [...] Al
menos deberíamos tener la posibilidad de votar, en el día de las elecciones, por candidatos, verdes y otros, que
intentan discutir y solucionar los problemas de nuestra sociedad y sus dimensiones globales, candidatos que no están
simplemente motivados por propinar al otro tío (pijo y plebeyo) una nariz sangrante.
vi ¿Podemos tomarnos en serio la carta de los 23 líderes empresariales apoyando la política de los tories de descartar
un incremento de la seguridad social? -publicada el April Fool.
vii La historia tomó un giro posterior cuando el gran pegador laborista John Prescott se introdujo en el debate pidiendo
a the Guardian que llevara la gracia más lejos y fabricara una camiseta con el poster de la falsa campaña. ¿Estaría
interesado alguien en comprar una camiseta "Step Outside Posh Boy? Tengo la impresión de que serían muy
populares", escribió en Twitter, pidiendo a sus seguidores que bombardearan con emails al director adjunto del the
Guardian, Ian Katz. No será un periódico el que los decepcione, se anunció que se regalarán cien camisetas SOPB
con la edición del sábado del the Guardian.
viii Publicidad en la página 3 del the Guardian en su edición del 3 de abril de 2010.
ISBN: 978-84-938428-0-2
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