La relaci n sociedad medios de comunicaci n en el siglo XXI

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Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación
Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012
El cambio en la relación Sociedad – Medios
en los siglos XX y XXI
Marc Perelló i Sobrepere – Universitat Abat Oliba CEU – [email protected]
Resumen:
Los medios de comunicación han vivido un continuo proceso de cambio a lo
largo de todo el siglo XX y principios del XXI. Entre estos cambios los ha
habido positivos y negativos. Los primeros han facilitado el acceso a la
información, pero los segundos han mermado la calidad periodística.
Paralelamente a este hecho, se ha erigido un nuevo tipo de comunicación en la
sociedad: las redes sociales y los efectos derivados de ellas. Gracias a las
nuevas tecnologías y en particular gracias a la red, cualquier persona,
independientemente de su preparación y sus conocimientos, puede convertirse
en cuestión de segundos en un transmisor de información. En este contexto, el
periodismo ya no es visto como un cuarto poder entre la sociedad y el estado,
sino como un mero canal de información con tintes de entretenimiento. Debido
a esta coyuntura, el ciudadano ha empezado a dialogar con el resto del mundo
o bien sin tomar en consideración la práctica periodística, o bien ejerciendo de
periodista él mismo, con los consiguientes riesgos que ello implica.
Esta comunicación, escrita a modo de ensayo, analizará inicialmente el
contexto mediático-social a lo largo del siglo XX sirviéndose de las monografías
de distintas autoridades académicas. A continuación se ahondará con mayor
interés en las últimas décadas del siglo XX, caracterizadas por los medios
audiovisuales y profundizando en sus consecuencias mediáticas y sociales.
Posteriormente, ahondaremos en los primeros años del siglo XXI y qué se
desprende de ellos, como por ejemplo, el claro declive de los medios
tradicionales en favor de los denominados New Media. Finalmente, lanzaremos
una pequeña hipótesis del futuro de los medios en el siglo XXI, con la mirada
puesta en la red como nuevo medio masivo, y en las redes sociales como
catalizador de un nuevo periodismo más social y democrático.
Palabras clave: Ciudadanía, Sociedad, Medios, Información, Periodismo,
Internet
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1. Mecanización de la Comunicación
Hasta 1840 la información sólo podía recorrer un camino tan rápido como
pudiera hacerlo un ser humano viajando en tren. Ello propiciaba que en un
vasto territorio como el de los Estados Unidos de América, aun teniendo
Constitución desde 1787, cada estado gobernara con sus propias
interpretaciones de la carta magna. El consenso o las reuniones dependían de
los viajes en tren y, por ello, no eran muy frecuentes, a raíz de lo cual se daban
las interpretaciones (Postman, 1991: 69). Pero fue entonces, en 1840, cuando
un medio de comunicación empezaría a cambiar la configuración social de su
entorno: el telégrafo. Este nuevo invento introdujo la utilización de un lenguaje
simplificado y de unas estructuras gramaticales muy reducidas. Debido a las
limitaciones de tiempo y de espacio que acarreaba el uso del telégrafo, a
menudo se transmitían frases irrelevantes e incluso incoherentes. De este
hecho pronto se contagió el mundo de la información. La transmisión de
hechos y eventos noticiosos empezó a volverse cada vez más banal. Detalles
aleatorios que bajo otro medio comunicativo no habrían tenido cabida, sí
podían verse amplificados por el uso del telégrafo. Algunos autores como el
norteamericano Neil Postman consideran tal su influencia en el discurso público
que incluso lo acusan de corromper la toma de decisiones en los ámbitos
sociales y políticos (Postman, 1991: 70).
El telégrafo introdujo dos novedades en el mundo de la comunicación: la
rapidez y la brevedad. En consecuencia, la información empezó un proceso de
banalización que aún hoy arrastramos. En aquél entonces, la invención de la
penny press –que recibe este nombre por su precio de un penique– contribuyó
también, según apuntan varios autores, a la degradación de la información y de
su contenido, sumándose a la larga lista de efectos colaterales de la
mecanización (Innis, 2004: 10). Estos periódicos, basados en las noticias
sociales más escandalosas e irrelevantes para el discurso público, fueron
tomando las calles a una velocidad feroz, convirtiendo la información en un
mero producto de consumo. La intrascendencia fue elevada entonces a la
condición de noticia (Innis, 2004: 71). El uso del dibujo y de la fotografía
produjo un efecto similar, pues ilustraban y contextualizaban el hecho noticioso.
De este modo, el emplazamiento y la vistosidad de un hecho pasaban a formar
parte de los criterios informativos para decidir qué noticia era más relevante, en
detrimento de los tradicionales criterios informativos basados en la relevancia
política o local de los hechos. Fue el inicio de las noticias-espectáculo, una
topología informativa que ha marcado la información hasta nuestros días.
Si el telégrafo y la imagen cambiaron el modo como se priorizaba la
información, el nacimiento de las agencias de prensa llevó al periodismo, y al
mundo de la comunicación en general, a liderar los primeros pasos de una
futura globalización. Las agencias de prensa permitían que lo escandaloso en
la costa norte fuera noticia en la costa este, y que algo banal ocurrido en el sur
pudiera ser leído en el norte e incluso influenciar la toma de decisiones
políticas y sociales (Innis, 2008: 72). De este modo, a finales del siglo XIX los
periódicos se convirtieron en un negocio muy rentable. El interés de Gran
Bretaña por las guerras en África o el de los estadounidenses por la guerra de
Cuba, hizo que editores cómo Hearst y Pulitzer se afianzaran como grandes
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magnates de un negocio en auge gracias también a la publicidad, su único
modo de financiación en aquél entonces. Las noticias dieron un giro hacía lo
sensacionalista y los periódicos vendieron entonces todavía más. Nacían
agencias como The United Press, International News Service y Associated
Press que, como los periódicos, competían entre ellas por conseguir de primera
mano los mejores sucesos con los que entretener a la muchedumbre ansiosa
de consumir historias personalistas y catastrofistas. También los políticos
supieron aprovecharse del auge de la prensa escrita. Theodore Roosevelt, el
que fuera 26º Presidente de los Estados Unidos, fue el primero de todos los
presidentes norteamericanos en disponer una sala de prensa en la Casa
Blanca, habilitando una de sus habitaciones para tal uso. Fue en 1907, y la
prensa, entusiasmada, garantizó una muy buena cobertura a Roosevelt, que no
en vano presidió el país durante dos mandatos enteros, en parte gracias al
trato de favor de los periodistas. Precisamente, la Declaración de Derechos de
los Estados Unidos garantizó la libertad de prensa en aquél país y supuso
además, junto a la mecanización de la comunicación, un amplio despegue del
periodismo. La libertad de prensa en los Estados Unidos surgió como resultado
de un enfrentamiento con las políticas restrictivas que abundaban en la Gran
Bretaña monárquica del siglo XVIII. Los intentos de la madre patria por
extender esas políticas a las colonias fueron recibidas por los colonos
americanos como un intento de controlar la opinión pública. El poder de la
prensa escrita en Estados Unidos fue tal que los editores forzaron la bajada de
precios de las materias primas (papel y tinta) que formaban el proceso de
producción de prensa. Muchas de las fábricas de papel que suministraban esta
materia a toda Norteamérica estaban afincadas en Canadá. Los editores eran
conscientes que bajando los costes de producción podría haber una mayor
impresión y al mismo tiempo una elevada rentabilidad que además se vería
beneficiada por el negocio de la publicidad en la prensa escrita. Cuenta Innis
que los editores hablaban a los anunciantes de los periódicos como un negocio
próspero, y que un gran negocio surgió entonces entorno a la publicidad.
El monopolio de la comunicación nacido a través del auge de los periódicos y
de la libertad de prensa, dio paso a una feroz competitividad entre distintos
magnates del mundo de la comunicación. Los avances tecnológicos
permitieron el nacimiento de un periodismo descentralizado y regionalista que
ensalzaba lo sensacional frente a lo racional. Como hemos comentado
anteriormente, el desarrollo de las ilustraciones a mano y de la fotografía
introdujo una novedad que convertía la vistosidad en una característica más de
las noticias, volviéndolas más atractivas para los lectores lo visual que lo
escrito. La descentralización de la producción de periódicos permitió el control
del espacio y la destrucción del tiempo y de la continuidad en lo que a la teoría
comunicativa se refiere. La economía estadounidense creció en torno al
negoció del periódico y de la publicidad que generaba (Innis, 2007: 188).
Harold Innis califica de desastroso el monopolio de la comunicación basado en
la vista y asegura que fue tal despropósito el que aceleró el desarrollo de una
nueva comunicación basada en el oído: la radio (Innis, 2008: 81). Con el
nacimiento de la radio, el periódico contó por fin con un rival a su altura. Si los
magnates de la prensa escrita acababan de poner el énfasis de sus
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publicaciones en lo visual, la radio cautivaba a través del oído. Como
sucediera en su momento con los periódicos, la economía estadounidense se
vio muy beneficiada del auge de la radio.
El cambio de un medio por otro siempre ha generado turbulencias sociales y
así fue también con la incursión de la radio en un momento de monopolio por
parte de los editores de periódicos (Innis, 2008: 188). El funcionamiento de la
radio, que permitía emitir en directo y sin censura, impedía cualquier tipo de
control sobre él, pues no se podían limitar ni bloquear el gran alcance de las
ondas que transmitían la información y, por consiguiente, no podía someterse a
ningún control político ni a cualquier tipo de frontera física, algo que sí sucedía
con otros medios como los libros o los periódicos. Permitía también a los
políticos ejercer una influencia más directa y en tiempo real sobre la opinión
pública de la época, lo cual establecía una relación muy directa entre la
sociedad y los medios de comunicación de aquella época. La radio volvió a
poner la palabra hablada en el centro de la comunicación y vio como ascendía
rápidamente a ser el medio preferido por los políticos por su fácil y eficaz
explotación como medio de control social. Asimismo, el uso de la radio
eliminaba el problema del analfabetismo, pues con ella no es necesario el
saber leer ni escribir, basta con escuchar y seguir el discurso que la radio
transmite (Innis, 2008: 81). Churchill y Roosevelt fueron algunos de los políticos
que mejor supieron capitalizar el poder de la palabra hablada a través de la
radio, aunque hubo más. Una de las figuras del siglo XX que más supo
beneficiarse de la radio y de este efecto fue Adolf Hitler. A través de ella, la
retórica del Reich podía ser escuchada más allá de las fronteras de Alemania,
pudiendo así apelar a un gran abanico de sectores sociales tanto en su país
como fuera de él, por ejemplo en Checoslovaquia o Austria. El filósofo judeoalemán Walter Benjamin, que criticó duramente el discurso político de Hitler,
investigó las virtudes del lenguaje y se cercioró de su gran poder seductor,
persuasión de la que Hitler sabía aprovecharse en los mítines del Partido Nazi,
aprovechando al máximo el poder de la palabra hablada a través de la radio.
Gracias a ejemplos como los anteriores, debidamente analizados por una
multitud de académicos, sabemos que uno de los principales motores de
cambio en la sociedad es la manera como éstas se comunican con sus
integrantes y entre ellas. Hemos visto cómo el avance de la sociedad industrial
en el siglo XIX propició la mecanización de la comunicación y, con ello, el
desarrollo de nuevos métodos de organización. Desde otras disciplinas
distintas a la comunicación pero al mismo tiempo muy ligadas a ella, varios
autores trataron de dar respuesta a los cambios sociales. Desde la economía,
Marx y Engels lo asociaron al proceso capitalista. Desde la antropología,
Marcuse y Lipovetsky lo relacionaron con el hedonismo y el carácter efímero de
la sociedad. Desde la sociología, Harbemas y Baudrillard lo relacionaron con la
posmodernidad y el espectáculo. Distintas respuestas a un mismo proceso. Y
estos son solo algunos de los muchos autores que trataron esta temática. La
gran mayoría de ellos coincidieron en que la mecanización ha minimizado el
poder del hombre para participar de la sociedad. Los mismos autores han visto
en ello un proceso de unificación de criterio y mentalidad. En cuanto a los
teóricos de los medios de la comunicación, sus opiniones no distan mucho de
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las mencionadas con anterioridad. Uno de los autores que vivió en primera
persona estos cambios fue Harold Innis, profesor del también reconocido
Marshall McLuhan. Para el autor canadiense (Innis, 2008), la aplicación de la
maquinaria industrial a la industria comunicativa atomizó por completo al
mundo occidental. El hedonismo empezó a ganar importancia en la sociedad,
se dibujó una sociedad obsesionada con la ciencia y la libertad de prensa
acabó convirtiéndose en un catalizador de monopolios comunicativos
carecientes de objetividad y convertidos en un producto más. En cuanto a su
discípulo, McLuhan, éste creía que podríamos atribuir a la imprenta el haber
creado hábitos de propiedad privada, aislamiento y muchas formas de
compartimentación (McLuhan, 1998). Para sendos autores, la mecanización de
la comunicación enfatizó la complejidad y la confusión hasta el punto de
favorecer a los monopolios en el campo del conocimiento. En sus conclusiones,
Innis es tajante: Las condiciones de la libertad de pensamiento se encuentran
en peligro de ser destruidas por la ciencia, la tecnología y la mecanización de
los conocimientos y, con ellos, la civilización occidental (Innis, 2008: 190).
2. El triunfo de la Comunicación efímera
Con la mecanización de la industria comunicativa, detallada en el anterior
epígrafe con ejemplos de finales del siglo XIX y principios del XX, llegamos a la
mitad del siglo XX, dónde la superficialidad se convirtió en la característica
general de los medios de comunicación con el fin de satisfacer las demandas
de un público cada vez más consumidor de información, aunque ésta fuera
superficial. A través del nacimiento del cine y la radiodifusión, se hizo necesaria
la búsqueda del entretenimiento y diversión por encima de otras cualidades
comunicativas como la objetividad y el debate. Estas nuevas exigencias
comunicativas, que llegaron de la mano de los nuevos medios de comunicación
de principios de siglo XX, se impusieron con el tiempo a otros soportes ya
conocidos como los periódicos y los libros. La conversión de la información en
algo banal y efímero contribuyó a su propia comercialización hasta el punto que
a día de hoy cuesta distinguir si compramos un periódico de noticias con
algunos anuncios o un catálogo de anuncios con algunas pocas noticias. Al
respecto, el teórico Neil Postman hace la siguiente reflexión:
“¿Con cuánta frecuencia ocurre que la información que recibimos por
la mañana, sea por la radio, la televisión o la prensa, nos obliga a
cambiar nuestros planes del día, o a hacer algo que de otra manera
no hubiéramos hecho, o nos aporta alguna percepción sobre alguna
cuestión que tenemos que resolver? Para la mayoría de nosotros, las
noticias sobre el tiempo algunas veces tendrán tales consecuencias;
para los inversores, las noticias sobre la Bolsa; quizá algún relato
sobre un crimen, si por casualidad ha ocurrido cerca de donde
vivimos o afectado a alguien que conocemos. Pero la mayoría de las
noticias que recibimos diariamente son inertes, consisten en
información que nos proporcionan algo de lo que hablar, pero que no
nos conduce a ninguna acción significativa” (Postman, 1991: 73).
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Treinta años después de que Postman escribiera el anterior párrafo,
encontramos en otro teórico de los medios casi las mismas palabras, lo que
nos indica que, desafortunadamente, el mundo mediático no ha evolucionado
demasiado en materia de entretenimiento versus razón. Así, el periodista
franco-hispano Ignacio Ramonet es igual de claro al aseverar que las noticias,
hoy, están dirigidas por la economía y la publicidad, y que el periodismo no
puede sino rendirse a la tiranía de la audiencia:
“A la pregunta “¿Qué es una noticia?”, hoy los medios de
comunicación, acorralados, tienden a responder únicamente en
términos de audiencia. Una “buena” noticia es aquella que puede
interesar al mayor número de gente. No aquella que, por ejemplo, es
más útil para la población, más decisiva o más esclarecedora”
(Ramonet, 2011: 19).
A través de la industria creada alrededor de las noticias, es decir, de la
información diaria, los mass media modernos han colonizado el tiempo. En este
aspecto, hay que entender el tiempo con significado que le dio el académico de
los medios Harold Innis, es decir, el tiempo en tanto que cronología histórica de
la sociedad humana. Simultáneamente a la creación de esta industria, la
comercialización en red y siempre a gran escala ha condicionado hasta la
fecha los estándares de la producción mediática (William, 1999: 264, 326). Las
causas de esta mala práctica periodística en la que el valor de la información
se reduce a lo meramente económico hay que buscarlas en el núcleo de una
sociedad que idolatra lo efímero. Esta sociedad se materializó con la llegada de
la globalización. Para algunos autores como Francis Fukuyama, la
globalización es un final feliz para la historia humana. Es también un período
que se nos presenta como un paraíso en la tierra, con democracia y libre
mercado. Al menos, así es como lo reflejan los medios (Innis, 2008: 139). En
esta sociedad global, los medios de comunicación juegan un papel
trascendental, al ser ellos los configuradores de una sociedad conectada entre
sí. En el libro La Posmodernidad, teóricos de las ciencias sociales como
Habermas y Baudrillard discurren sobre los rasgos de una era líquida
(Habermas, Baudrillard, 1998). Si Innis habla del tiempo como la capacidad de
una cultura de perdurar a lo largo de los años, en la posmodernidad el tiempo
tiene una definición diametralmente opuesta y se convierte en una
fragmentación de presentes perpetuos:
“La desaparición de un sentido de la historia, la forma en que todo
nuestro sistema social contemporáneo ha empezado poco a poco a
perder su capacidad de retener su propio pasado, ha empezado a
vivir en un presente perpetuo y en un perpetuo cambio que arrasa
tradiciones de la clase que todas las anteriores formaciones sociales
han tenido que preservar de un modo u otro” (Marcuse, 2003: 185).
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McLuhan (1998) tampoco tardaría en cerciorarse que, en la nueva sociedad
que se estaba configurando en el siglo XX, todo giraría alrededor de un
extenso mercado efímero que lo convertiría todo en productos de consumo. El
capitalismo, iniciado en el siglo XIX, tomaba fuerza y se imponía. La literatura y
el arte, por ejemplo, perdieron su papel de guía de la percepción para
convertirse en un artículo de distracción. Al mismo tiempo, ideologías como el
ecologismo pasaron de ser meras convicciones a convertirse en producto de
consumo. Las consecuencias sociológicas del seguimiento de este modelo de
vida globalizado y posmoderno han propiciado una depreciación de los altos
valores, dice Marcuse (2003: 186). Pues en la posmodernidad todo cuanto nos
rodea es desposeído de cualquier trascendencia y cesa con ello una intensa
actividad racional (Canto-Sperber, 2010: 43). Gilles Lipovetsky lo define como
la era del vacío (Lipovetsky, 1992), una época caracterizada por el
individualismo, y todo ello en los albores de una nueva era de la información.
Otro de los teóricos en ejemplificar la perdida de reflexión en la posmodernidad
y la devoción por lo efímero es Baudrillard (1998). El sociólogo francés afirma
que en nuestra época ya no se da la trascendía reflexiva entre un espejo y la
escena que refleja, sino que el espejo es meramente una superficie de
operaciones comunicativas: no existen la escena y el espejo; hay, en cambio,
una pantalla y una red. La arquitectura de nuestra sociedad posmoderna es
definida por Baudrillard como unas grandes pantallas que proyectan átomos,
partículas y moléculas en movimiento, pero sin tratarse de un espacio público
auténtico, sino de gigantescos espacios de circulación y conexiones efímeras.
Lipovetsky, a quien ya hemos hecho referencia anteriormente, comenta en su
libro El imperio de lo efímero (1992) cómo es una sociedad demasiado
preocupada por las apariencias. Si bien no compartimos el tono pesimista de
su crítica, creemos que sus palabras son relevantes para entender la
preocupación académica al respecto de la sociedad moderna:
“(…) En menos de medio siglo la seducción y lo efímero han llegado
a convertirse en los principios organizativos de la vida colectiva
moderna; vivimos en sociedades dominadas por la frivolidad, último
eslabón de la aventura plurisecular capitalista-democráticaindividualista. ¿Hay que sentirse preocupado? ¿Anuncia este hecho
un lento pero inexorable declive de Occidente?” (Lipovetsky, 1992:
13).
3. Espectáculo frente información
Estábamos pendientes del año 1984 –dice Neil Postman en el prefacio de su
obra Divertirse hasta morir. Mil novecientos ochenta y cuatro era la fecha
profetizada por el novelista inglés George Orwell para encontrarnos en un
mundo de prohibiciones y dogmas impuestos por un excesivo control político, el
Gran Hermano. El teórico estadounidense cree que Orwell no iba mal
encaminado, y de hecho, como veremos a lo largo de este estudio, sí hay
resquicios de 1984 en nuestra sociedad actual. Pero Postman concede a otro
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autor, Aldous Huxley, la virtud de haber pronosticado aún mejor la situación
social contemporánea en su novela Un mundo feliz.
“Lo que Orwell temía eran aquellos que pudieran prohibir libros,
mientras que Huxley temía que no hubiera razón para prohibirlos,
debido a que nadie tuviera interés en leerlos. Orwell temía a que los
que pudieran privarnos de información. Huxley, en cambio, temía a
los que llegaran a brindarnos tanta que pudiéramos ser reducidos a
la pasividad y el egoísmo. Orwell temía que nos fuera ocultada la
verdad, mientras que Huxley temía que la verdad fuera anegada por
un mar de irrelevancia” (Postman, 1991: 5).
Huxley imaginó un mundo en el que la cultura no existiría, no por la falta de
libertad que detallaba Orwell en 1984, sino porqué directamente la masa social
no iba a estar interesada en ejercitar su espíritu crítico por falta de interés
(Postman, 1991: 5). Esta ausencia de criticismo ante lo que recibimos de los
medios nos adormece profundamente y hace que se desvanezca la línea entre
ficción y realidad. En la medida en la que la ficción es aceptada como algo real
y gana terreno a la verdad, el hombre se aleja de su cometido en tanto que
hombre, que es la búsqueda misma de la verdad (Enrique Martínez, 2010: 77).
Llegados a este punto, el lector podría pensar que el objeto de esta
comunicación ha virado de las ciencias de la información a la sociología y la
antropología, pero ese sería un craso error. La sociología y la antropología, así
como otras disciplinas, están intrínsecamente ligadas a la teoría de la
comunicación y de la información. Pues todos los medios tienen su público, y
estas disciplinas estudian dichos públicos. En este sentido, los medios
tradicionales han demostrado tener un público con pocas posibilidades de
empatía, en lo general, y poco interés por la información, en lo particular. No ha
sido hasta la llegada de lo que algunos autores han denominado New Media,
que el valor de la información se ha vuelto a poner de relieve, así como
también la participación y el activismo ciudadano.
Sabemos gracias a la historia de los medios, cuyo estudio debemos a grandes
académicos de la rama conocida como Media Ecology, que en las culturas con
una avanzada tradición oral, la transmisión y obtención de información derivaba
en una acción por parte de los receptores. Pero en la actualidad, leer el
periódico, escuchar un informativo radiofónico o ver un programa televisado, es
más una costumbre que un hecho relevante, y que, como hemos visto antes
con palabras de Postman, no nos llevan a realizar ninguna acción específica. A
pesar de que los medios, sobre todo los audiovisuales, se han caracterizado
por una representación ficticia de la realidad, la sociedad tiende a relacionar el
medio audiovisual con una verdad absoluta. Se cumplen así las palabras de
Aldous Huxley, escritas hace más de medio siglo, cuando temía que la
tecnología fuera a controlar las sociedades de tal manera que la gente lo
terminaría aceptando sólo para ser felices (Postman, 1991: 84-85). Y este es el
análisis que planteamos en estas líneas: la victoria de del espectáculo frente a
la información, y cómo hemos asumido esta ficción como parte de la realidad a
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lo largo del siglo XX y principios del XXI. Esta situación, sin embargo, y tal y
como apuntaremos en las conclusiones, ya ha empezado a cambiar.
A menudo somos impactados con noticias que ponen de manifiesto que hoy en
día los informativos televisivos han abandonado el análisis y la reflexión para
centrar-se en el lado humano de las historias, el lado emotivo. La
personalización de las noticias, pues, ha supuesto la más reciente obsesión
para todos los informativos del mundo. La razón tras la cual se esconde el
fenómeno de la personalización es el hecho de que ésta es capaz de atraer a
un número de audiencia mucho mayor que el análisis o la reflexión. A través de
la canalización de una historia por la vía sentimental y conectar con el
espectador a través de las emociones, las noticias se han personalizando cada
vez más, hasta el punto de hacer que muchos espectadores se puedan sentir
reconocidos en algunas de las historias que se explican, y que han posibilitado
la aparición de nuevos formatos televisivos centrados en la información de
sucesos1 y los testigos2 que pasan de la orden al caos (el sesgo del cual
también nos habla Bennett) en poco segundos. A través de personalizar la
información se consigue despersonalizar el espectador, puesto que este deja
este deja de tener criterio propio para pasar a compartir las emociones de
aquello con el que es impactado por los medios.
Tendríamos que darnos cuenta que este hecho, que se ha ido esparciendo
inagotablemente por los informativos de todo el mundo a lo largo de la década
pasada, no se trata de una novedad dentro del campo de los mass media, sino
que a lo largo de buena parte del final del siglo XX ya vendía apoderándose de
cada vez más parte a la parrilla de muchos canales. Uno de los primeros casos
lo encontramos en los Estados Unidos, donde se sustituyó el programa
informativo See it Now del prestigioso periodista Edward R. Murrow, por el
infotaiment (mezcla entre información y entretenimiento) de Oprah Winfrey, que
no en vano llevaba su nombre al título The Oprah Winfrey Show. Esta
banalización de la información que a los Estados Unidos se produjo a los años
80, llegó a España a finales de los 90. Programas divulgativos o de debate
como La Clave fueron sustituidos por toda clase de magazines o reality shows
que anteponen las emociones como vía para conectar con el espectador y
aparcan cualquier brote de inteligencia para conectar con la población. Es
cierto que muchos informativos todavía abren con las noticias políticas en su
portada, pero, si nos fijamos más a fondo, veremos como también las noticias
de política han sido personalizadas hasta un límite que escandalizarían a
Daniel Defoe3. Se trata del periodismo de declaraciones, que como su nombre
indica, pone en el eje de la información las declaraciones de unos y otros,
antes que el hecho informativo en sí mismo.
En la televisión en particular, a este desencanto de lo político le sigue un
destierro de los espacios de máxima audiencia que imposibilita la fomentación
del debate, e incluso entonces se premian las difusiones más encendidas por
1
i.e: Gente, TVE (1995-Actualidad)
i.e: El Diario, Antena3 (2001-2010)
3
Daniel Defoe (1660-1731) fue un periodista internacionalmente reconocido por objetividad
mostrada en sus articlse sobre el parlamento británico de la época.
2
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encima de la dialéctica (Barraycoa, 2008: 27). En la actualidad, los medios
batallan por tener en exclusiva la cobertura de las noticias más recientes y
comunicarlas a la mayor brevedad posible antes que la competencia pueda
hacer lo propio (Bourdieu, 1998: 132). En medio de esta vorágine de velocidad,
la información adquiere un carácter cínico impropio del oficio de periodista
acarreando con ello consecuencias como la infoxicación o el cinismo
(Kapuściński, 2003). Las consecuencias de este proceso de monopolio del
conocimiento nos aceran a implicaciones orwellianas (Klein, 2010: 556).
Con la consolidación de la televisión como medio generalista, los políticos
encontraron en ella un espacio para convertirse en autenticas celebridades
(Postman, 1991: 137). Innis sitúa el inicio de esta revolución en 1948, año en el
que dice que el medio televisivo inició una implacable colonización de la
política y la cultura. Las cámaras permitían deslocalizar a los gobernantes de
su ecosistema político para grabarles en otros quehaceres más cuotidianos y
pintorescos, como los apretones de manos esporádicos o los besos a los
bebés de aquellos que reciben a los políticos en las calles. Algunos autores
apuntan a que esta transformación de político a showman pudiera tener sus
inicios en el periodismo americano de los años 70, cuando presidentes como
Kennedy y Nixon abrieron las puertas de sus casa a distintos programas
televisivos. Los debates televisivos con los propios políticos no son tampoco
mejores que los debates con supuestos comentaristas. El político acude a
televisión a venderse y a calmar los ánimos de la ciudadanía. No presenta sus
credenciales y rara vez habla de su programa político. Tras las cámaras, un
sinfín de asesores le rodean para que en ningún momento diga algo que no
debe decir. La artificialidad de estos debates, muy a menudo con la temática
pactada entre moderador y ponentes, sólo deja lugar al reconcomiendo de la
imagen de cada uno, es decir, a lo superfluo, lo que no añade nada al discurso
político pero sin embargo sí atrae a la audiencia. En la actualidad, el panorama
televisivo y su relación con la política sigue siendo igual. Los programas
actuales buscan un aplauso fácil antes que una buena reflexión. Se imposibilita
así el debate racional y el medio se centra en un único objetivo: entretener a la
audiencia. En su conjunto, el fenómeno se conoce como show politics (la
política del espectáculo). El teórico de los medios Manuel Castells sitúa su
epicentro en Estados Unidos y lo agrupa junto a otras características que
ponen en riesgo la democracia (Castells, 2010: 161).
Los informativos de televisión son siempre el programa más visto del día en
todo el país. Todos juntos suman una audiencia media entre los siete y diez
millones de espectadores, cifra que aumenta todavía más si contamos a los
que han conectado con los informativos “en algún momento de su emisión4,
una cifra que sólo puede ser igualada de manera puntual por algunas
competiciones deportivas. Todos los anocheceres, una cuarta parte de los
españoles conecta con su informativo preferido para estar al corriente de la
información nacional e internacional. ¿Cómo se informa el resto? En los
informativos podemos observar una serie de fenómenos que ponen en
entredicho la calidad de la información que proporcionan al ciudadano, y que a
4
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la vez menguan la credibilidad periodística a un ritmo alarmante. El politólogo y
teórico de los medianos W. Lance Bennett enumera (Bennett, 2007: 36-37)
estos fenómenos de la siguiente manera: personalización, dramatización,
fragmentación y el sesgo del orden-caos. De ahora en adelante me referiré
varias veces a esta clasificación porque la considero una de las más acertadas
dentro del ancho abanico de las clasificaciones con las que distintos teóricos se
han acercado a los mass-media en tiempos recientes.
Que los medios de comunicación manipulan la información según se los
conviene no es ninguna novedad. Cuando Al Gore se tuvo que enfrentar a
George W. Bush, por alguna razón los medios de comunicación ya habían
decidido que Bush sería el vencedor de las elecciones, y la gran mayoría de
medios se dedicaron a tergiversar historias sobre Al Gore a cada cual más
curiosa que el anterior. Por ejemplo, es sabido que Al Gore formó parte del
equipo de investigación que hizo posible que internet pasara de red militar
norteamericana a producto masivo para el mundo entero. Cuando un buen día
Al Gore hizo una pequeña referencia en uno de sus discursos electorales, los
medios citaron sus palabras tergiversándolas por completo, haciendo ver que
él había dicho que había “inventado” internet, cosa que, obviamente, Al Gore
no dijo en ningún momento. La repercusión de aquellas falsas palabras fue
inmediata y la mofa exagerada, y el mal que aquello hizo a su imagen,
irreparable, al menos por aquella campaña electoral que, como bien sabemos,
ganó George W. Bush. Como nos recuerda la socióloga canadiense Naomi
Klein, puede ser que un hecho en sí mismo no cambie la percepción que se
tiene de algo, pero la manera de explicar el hecho sí que influye en la posterior
percepción de todos los agentes que están involucrados (Klein, 2008).
Las noticas de asuntos políticos hacen un gran uso de la personalización y la
dramatización. Los mismos políticos forman parte de este desolador panorama
informativo al haber contribuido en él todos estos años, centrando su discurso
político en el hecho de atacar el rival antes que al plantear algo nuevo para el
ciudadano, y prueba de ello son las campañas electorales. Además, una sola
noticia puede llegar a ser fragmentadas en tres o cuatro noticias diferentes,
cada una de ellas correspondiente a un solo protagonista. Por ejemplo, en la
resolución de un aspecto político, pocas veces se incluyen todas las reacciones
de los políticos dentro de una misma noticia, sino que se suelen hacer varios
cortes correspondientes cada uno a un color político diferente. ¿Por qué? Pues
porque si lo concentraran todo en una sola noticia el espectador perdería
interés en esta, puesto que no está acostumbrado a escuchar noticias de cinco
minutos, sino a ver cinco noticias de un medio minuto cada una. La información
termina entonces convertida en un producto mercantil. Con una televisión cada
vez más fragmentada y unos informativos dramatizados y con la objetividad
perdida, ¿qué podemos esperar del periodismo informativo actual? Algunos
teóricos de los medios como Neil Postman dan la batalla por perdida. Sólo hay
que fijarnos en el título de su libro más célebre Divertirse hasta morir. El autor,
a quien hemos citado con anterioridad, no podría haber sido más claro.
Además, la televisión es uno de los primeros medios electrónicos en suscitar la
pérdida de memoria, o al menos en demostrar que no es el mejor medio para
que el hombre recuerde aquello que el medio comunica. Estudios realizados
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por teóricos como Neuman, Katz o Wilson, corroboran la premisa de que los
medios actuales crean un marco teatral dónde lo importante no es el recuerdo
sino el presente. Sabemos que sólo el 3,5% del total de espectadores de un
estudio fueron capaces de responder correctamente a un test de verdadero o
falso sobre anuncios que acababan de visualizar. El 51% de espectadores de
un informativo televisado son incapaces de recordar una sola noticia unos
cuantos minutos después de haberla visto. Aquellos que sí recuerdan algo de
lo que han visto, sólo recuerdan un 20% (Postman, 1991: 158). Recientes
estudios han demostrado que la capacidad de atención de los telespectadores
es bastante menor cuando tienen más interacción con la pantalla. Para
comprobarlo se formaron dos grupos de universitarios que visionaron un
informativo de la CNN: el primer grupo lo hizo con la pantalla llena de
infografías y teletipos varios –tal y como son la mayoría de informativos– y el
segundo grupo sólo con la imagen principal sin ningún tipo de adorno visual. El
resultado fue que el grupo que había seguido el informativo sin infografías
había retenido mucho mejor la información. Los múltiples mensajes en pantalla
que visionó el otro grupo les pasaron factura al disminuir su capacidad de
atención (Carr: 161). En base a lo expuesto hasta estas líneas, podemos
aseverar que la sobreinformación lleva a la desinformación. Cada vez hay más
información, más conocimiento, pero menos predisposición a que este tenga
algún tipo de efecto en nuestras vidas (Revel, 1993: 26). Neil Postman analiza
la ausencia del debate explicando que los medios actuales lo evitan “como si
se tratara de las diez plagas de Egipto” y añade que:
“De todos los enemigos de la televisión educativa, incluyendo la
continuidad y la perplejidad, ninguno es más formidable que la
explicación.
Argumentos,
hipótesis,
discusiones,
razones,
refutaciones o cualquiera de los instrumentos tradicionales del
discurso razonado convierten a la televisión en radio o, lo que es
peor, en material impreso de tercera categoría” (Postman, 1991:
154).
Podemos establecer un símil de la información en nuestros días con la comida
conocida como fast food: nos levantamos escuchando la radio; almorzamos
mirando la televisión; vamos al trabajo ojeando un periódico -ya se de papel o
digital-; navegamos por la red leyendo entre líneas; y finalmente volvemos a
casa para otra vez ser impactados con más información a través de los
telediarios. Este hecho se ha denominado en los últimos años con la palabra
sobreinformación, y no supone ningún hecho positivo, ni para el ciudadano ni
para el periodismo. En contra de lo que pueda parecer en un primer momento,
tener acceso a toda la información que se quiere no tiene por qué ser
beneficioso e incluso se puede girar en contra del ciudadano que, por carencia
de tiempo y de educación (o inteligencia, como dicen Blumer i Lippmann), no
puede distinguir las fuentes veraces de las erróneas, ni tampoco contrastar
toda la información con la que es impactado, propiciando así un escenario en el
cual se cree estar informado cuando realmente se está desinformado.
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La famosa ciudad estadounidense de Las Vegas puede servirnos como
paradigma del fenómeno mediático actual que definen Postman y otros de los
autores tratados. Las características de la urbe del juego mundial por
excelencia, se asemejan al modo como el ciudadano recibe a diario la
información. Al igual que en Las Vegas, todo truco sensorial es válido para
captar la atención: titulares más grandes, tipografías más espectaculares,
destacados, imágenes, negritas, ráfagas de sonidos, collages audiovisuales,
etcétera. Si analizamos cada medio por separado, vemos como en televisión
los telediarios han acortado su duración para evitar las fugas de espectadores;
los periódicos renuevan su imagen para convertirse en algo visualmente más
atractivo; las radios contratan polemistas de renombre como tertulianos
pensando en las cifras de público que ganará y no en la calidad informativa que
puedan aportar; y en internet, la inmediatez que exige su público da como
resultado muchas veces la producción en cadena de errores informativos,
como la difusión de falsas informaciones. Todo ello en función de un único
objetivo: ser los escogidos por la audiencia. Primero, a mediados del siglo XX,
se optó por sacrificar el debate en pro del espectáculo. Ahora, en la primera
década del siglo XXI, se sacrifica el contenido a favor de unas cifras numéricas
que deciden el futuro de los medios. ¿Qué otros criterios regirán?
Precisamente, la publicidad es un claro ejemplo de cómo un modelo de
comunicación razona por nosotros. La industria publicitaria fue la primera en
utilizar las falacias argumentum ad verecundiam o de la apelación a la
autoridad. Es decir, que porqué un personaje de supuesto renombre diga algo
concreto, ese algo tiene que ser cierto, apelando siempre a la reputación de
quién lo dice. La publicidad en si misma cambió para siempre los hábitos de
pensamiento de los norteamericanos y más tarde de todos los países en los
que se ha desarrollado (Postman, 1991: 97). Postman afirma que lo que
realmente necesita saber el anunciante no es lo que está bien en cuanto al
producto, sino lo que está mal en cuanto al comprador (Postman, 1991: 134).
Una visión similar tiene el sociólogo catalán Joan Ferrés, cuando afirma que la
publicidad se da de la mano de la psicología para desnudar al consumidor y
apelar a sus miedos para venderle cualquier tipo de producto (Ferrés, 1996).
Del mismo modo que un anuncio escasea la información del producto a
propósito y con el fin de realizar un ejercicio psicológico con el consumidor, la
política hace exactamente lo mismo al vaciarse de contenido para poderse
trasladar al campo de la psicología y conseguir apelar al voto mediante las
emociones en lugar de hacerlo con la racionalidad (Postman, 1991: 141).
Cuando esto ocurre, la decisión de voto queda reducida a mero simbolismo. El
hombre no compra unos ideales sino la imagen de unos ideales.
Paradójicamente el hombre se encuentra votando símbolos, representaciones
visuales exactamente iguales a las que utilizaban las sociedades previamente
a la invención del alfabeto y el discurso oral. Es por ello que podemos constatar
tremenda perversión del lenguaje tanto en el campo oral, como en el
tipográfico, como en el visual, que ha existido y existe en los medios.
La prensa escrita también se ha visto contagiada por la personalización,
fragmentación y dramatización de sus noticias. Si bien el medio escrito es algo
mejor para encontrar en él un análisis más profundo de la actualidad
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comparado con el medio televisivo, no tenemos que olvidar que muchos de sus
titulares son mayoritariamente tendenciosos y no buscan resumir o informar
sobre la noticia, sino sencillamente captar la atención del lector. Echando una
ojeada a las cabeceras más antiguas de que dispone una hemeroteca, nos
podemos cerciorar fácilmente que el discurso informativo no es el mismo hoy
que el que era hace diez años, ni hace diez años era el mismo que hace veinte.
Estudios recientes de Daniel C. Hallin y Paolo Mancini (2004), demuestran que
en los países mediterráneos, más que en ninguna otra región de la civilización
occidental, los medios están sumamente polarizados e influenciados por los
cargos públicos. También definen nuestros medios como orientados más a la
opinión que a la información, y con una fuerte tendencia a estar controlados por
las élites. Esto último, dicho sea de paso, validaría las tesis de Habermas de
cómo las élites crean información y opinión pública, al menos en los medios
tradicionales. Ante tal panorama, la pregunta que nos corresponde como
académicos es la siguiente: ¿es realmente la sociedad que pide este bajo nivel,
o son los medios que apuestan por el infotaiment de antemano? Sea como
sea, resulta difícil de refutar el hecho de que el análisis informativo ha sido
relevado del espacio mediático dentro del vertiginoso abismo informativo que
soportamos a diario.
La sociedad del espectáculo propicia que no podamos engullir la información
como sería deseable. Aunque, puede que para algunos en el poder lo deseable
sea precisamente lo opuesto a lo ideal (Revel, 1993: 26). Pues si la sociedad
demanda contenidos poco culturales, los medios pueden bajar su producción.
Si los medios reducen la misma demanda, los políticos tampoco tienen porqué
seguir vociferando discursos intelectuales y les basta con sumarse al
espectáculo que es devuelto a la sociedad a través de los medios. Se crea así
un círculo vicioso, una alimentación recíproca que afecta a nuestra toma de
decisiones tanto públicas como privadas (Carr, 2010: 265). A raíz de lo
expuesto, algunos autores contemporáneos no dudan en definir el nuevo
panorama comunicativo como un estado de esquizofrenia. El hombre está
demasiado cerca de todo cuanto le rodea y no consigue nada bueno de ello,
tan sólo transmitirlo como si el propio hombre fuera también un espejo
electrónico:
“La sucia promiscuidad de todo cuanto toca, sitia y penetra sin
resistencia, sin ningún halo de protección privada, ni siquiera su
propio cuerpo para protegerle (…) No hay defensa ni posible retirada.
Ya no puede producir los límites de su propio ser, ya no puede
escenificarse ni producirse como espejo. Ahora es sólo una pura
pantalla, un centro de distribución para todas las redes de influencia
privadas” (Habermas, 1991: 196-197).
El párrafo citado tiene más de veinte años pero nos evoca directamente a la
actualidad más actual: las redes sociales. En estas redes, el hombre está
conectado con el resto del mundo y forma parte de la globalización. Castells
alerta al respecto de la conectividad de los medios en la sociedad red actual
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que éstos sólo crean la ilusión de estar interrelacionados todos, pero que en
realidad no es más que una mera ilusión producida de forma personalizada:
“Aunque los medios de comunicación están interconectados a escala
global, y los programas y mensajes circulan en la red global, no
estamos viviendo en una aldea global, sino en chalecitos
individuales, producidos a escala global y distribuidos localmente”
(Castells, 1999: 374).
Con su guiño a la aldea global de McLuhan, Castells quiere señalarnos que
esta globalidad no es tan libre como pudiera parecer. Pero lejos de lo que
pudiera parecer, unos medios globalizados no equivalen a una mayor
pluralidad de informaciones, sino que propician todo lo opuesto, y pone como
ejemplo las grandes corporaciones norteamericanas surgidas tras años de
fusiones para hacerse con el control de la información (Barraycoa, 2008: 147).
Como resultado de estos procesos, las empresas editoras de periódicos
pasaron de veinte a once entre los años 80 y 90, mientras que las editoriales
de revistas pasaron de veinte a solamente dos. En la actualidad, seis grandes
corporaciones controlan el 90% de medios de comunicación mundiales.
4. El rol de las grandes corporaciones
Uno de los teóricos más reconocidos de los media, Marshall McLuhan, ha
expuesto varias veces la importancia de la imagen a los medios de
comunicación. McLuhan previó la actual situación de los medios a pesar de
vivir en una época donde estos aún estaban en plena gestación. El hecho de
que las noticias se asemejen cada vez más al tráiler de una película de acción,
no sólo recae en la falta (o aparente falta) de una demanda de mayor calidad
informativa, sino en los puros intereses económicos de los grandes imperios de
la comunicación (Castells, 2009: 71-79). Uno de los ejemplos más recientes de
la información siendo utilizada como herramienta de enriquecimiento por las
grandes corporaciones la encontramos a la guerra de Iraq. Atrás quedan los
días en los cuales las guerras se ganaban o se perdían en los campos de
batalla. Ahora esto es sólo la punta del iceberg, un iceberg creado por los
propios medios. Y es que la predisposición de los medios a servirnos la
realidad no como aquello que es sino como aquello que ellos quieren que sea,
ha propiciado que el arte de informar sea más sofisticado que el mismo arte de
la guerra del cual nos hablaba Maquiavelo en El Príncipe. Así, las noticias no
sólo se han convertido en un sofisticado arte sino en un arma muy poderosa. El
aclamado periodista John Simpson lo relata de la siguiente manera:
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“No es muy fácil, en una democracia avanzada, obtener apoyo
público para una guerra. Se requiere una motivación moral fuerte.
Los gobiernos tienen lograr un caso potente para ir a la guerra, y
tener el respaldo de la mayoría de los medios de comunicación. En
ese momento, una información honesta no es necesaria - ya sea por
el propio Gobierno, o por las personas que apoyan (o algunas veces
por quienes se oponen) a la guerra. Típicamente, la demanda de
información veraz se da sólo cuando la guerra ha terminado; hasta
entonces, se prefieren más las emociones que los hechos” (Simpson,
2011: 515).
Concretamente en las guerras modernas, la propaganda ha sido
constantemente la herramienta preferida de unos y otros para extender el
adoctrinamiento entre la población y dar una forma predeterminada a la opinión
pública, consiguiendo así ganar las guerras incluso antes de hacerlas. Son
muchos los teóricos de los medios que coinciden en apuntar que el sumun de
la propaganda fue en vida de Hitler y a lo largo de su Tercero Reich,
propaganda que coordinaba su ministro Joseph Goebbels (Ferrés, 1996: 212).
En aquellos tiempos, los medios todavía estaban en plena efervescencia y
evolución. Imaginémonos pues, hoy, estos mismos medios. ¿Realmente ha
tocado techo la propaganda? ¿O es que quizás ahora está más muy encubierta
que antes? El que no se puede poner en entredicho es que los mass media
han acontecido en la actualidad el medio por el cual muchos son educados en
los asuntos nacionales e internacionales. Los mass media, por lo tanto,
suponen una herramienta muy suculenta por todos aquellos que quieran o
puedan apropiársela, puesto que saben que al mismo tiempo se estarán
apropiando de la mente humana.
El cine de Hollywood se ha hecho eco de este panorama en ciertas ocasiones.
Por ejemplo, con la película de Dustin Hoffman y Robert De Niro Wag the Dog5
en la cual encargan a un famoso director de cine recrear una guerra inexistente
para ofrecerla por televisión, y no tener que emitir así imágenes de la guerra
real. Un caso sumamente extremo pero que pone de manifiesto el preocupante
uso de los mass media para adoctrinar sobre los buenos y los malos de una
misma guerra. Igualmente, la película de Tom Cruise y Glenn Close Lion for
Lambs6 nos muestra la interrelación entre un profesor universitario, un senador
y una periodista, en una batalla enconada en la cual todos enseñan sus cartas
para justificar sus posturas. Es recomendable prestar atención a la escena en
la cual la periodista reprocha el político haber mentido, y éste reprocha a la
periodista haber difundido la mentira. Y como olvidarse de la magnifica Meet
John Doe7 de Frank Capra, con Barbara Stanwyck interpretando una periodista
traviesa que juega con el lector inventándose un personaje, y Gary Cooper
dando vida a esta invención de la mientras acontece uno de los ciudadanos
más estimados por los lectores del diario que no saben que adoran a un
personaje ficticio. El que nos dicen estas películas es que la relación entre
5
Véase: LEVINSON, Barry, Wag TheDog , New Line Cine, 1997
Véase: REDFORD, Robert, Lions for Lambs, United Artists-MGM, 2007
7
Véase: CAPRA, Frank, Meet John Doe, Warner Bros, 1941
6
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medios y sociedad acontece reciproca, y que a quiénes repercute más es, sin
ningún tipo de duda, a los ciudadanos.
En este contexto nos encontramos cómo los propietarios de los grandes grupos
de comunicación no son profesionales curtidos en los medios, grandes
periodistas como cabría esperar, sino que son mandatarios con mucha ansia
de poder económico y poco interés por la objetividad informativa. A este hecho
de corporativismo desaforado hay que sumarle la inevitable consecuencia de
que quienes dirigen tales operaciones, y consiguientemente las compañías de
medios de comunicación, no son grandes periodistas como quizás cabría
esperar sino magnates de distintos negocios. Ignacio Ramonet, editor jefe de
Le Monde Diplomatique, escribió acerca de este hecho centrándose en el caso
francés. Ramonet menciona a Serge Dassault, conocido mayorista de
empresas de armamento que es también el jefe del grupo Socpresse, que
controla más de 70 diarios incluyendo dos de los más leídos en Francia: Le
Figaro y L'Express. A través de estos modelos empresariales se hace difícil
dotar de credibilidad alguna a sus medios. La calidad informativa se ve
seriamente afectada por los grandes grupos mediáticos, y el pez pequeño es
irremediablemente comido por el pez grande: las grandes corporaciones
compran las más pequeñas para evitar competencia, forzando la reducción de
varios puntos de vista en uno solo y lograr así una polarización en los medios
que se vuelve más subjetivos y opinativos. La concentración de medios no es
buena para que fluya la libertad (Buxton, 1999: 118). Los mecanismos a través
de los cuales funcionan los medios de comunicación actuales, basados en
fusiones, adquisiciones, y grandes corporaciones, propician un estado de
despolitización global en el que la información pierde interés para los medios
de comunicación y para los ciudadanos (Bourdieu, 1998: 132).
La lógica comunicativa nos dice que los presidentes de los grupos de
comunicación tendrían que ser periodistas con nociones de como dirigir una
empresa, pero periodistas al fin y al cabo. Desgraciadamente por el ciudadano
esto no es así. La calidad informativa está seriamente afectada por este hecho,
y el pez grande sigue comiéndose al pequeño: las grandes corporaciones
compran las más pequeñas para evitar competencia, forzando la reducción de
varios puntos de vista en uno sólo y forzando así una polarización de los
medios que están aconteciendo cada vez más extremistas y subjetivos,
dejando todo aquello de la objetividad y el código ético como mero punto de los
libros de periodismo de las facultades, y no como algo a conseguir dentro del
mundo de la comunicación. En 1983, unas 50 corporaciones estadounidenses
controlaban todos los medios mundiales. En 2012, hemos pasado de 50 a 6.
Más datos: al comenzar el nuevo milenio, el 51,8% de los españoles
declaraban no haber leída nunca un libro (Barraycoa, 2008: 150), hecho del
que puede deducirse que la era digital desplaza a la era de la imprenta a una
velocidad vertiginosa. Según el informe anual de la consultora Tatum acerca
del uso de Internet en España y el mundo, el nuestro es el séptimo país
europeo en número de usuarios de Internet; el 85% de los españoles ya está
en una red social y un 28% está en más de cinco. Un hecho que además nos
evoca a la idea del hombre pantalla de Baudrillard y que hemos comentado con
anterioridad. El sociólogo Pierre Bourdieu considera que los nuevos medios
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ponen “en muy serio peligro” diferentes esferas de producción cultural como el
arte, la literatura, la ciencia, la filosofía o el derecho. El autor francés cree en la
posmodernidad la política está condenada a aparecer como un tema ingrato
que debe ser excluido de los media en la medida de lo posible de las horas de
más audiencia. El arte de la política se convierte en algo poco alentador,
incluso deprimente, que hay que alterar para convertirlo en algo interesante.
Bourdieu piensa que los profesionales del sector de la comunicación e
información que se escudan en las expectativas de la propia audiencia para
justificar los bajos contenidos de sus trabajos, no hacen sino proyectar sobre
ellos mismos las propias inclinaciones, carencias, y visiones acerca de un
modelo comunicativo nacido del miedo a aburrir. Prevalece el combate al
debate, la polémica a la dialéctica, y a recurrir a cualquier medio para propiciar
el enfrentamiento (Bourdieu, 1998: 127, 128).
Basta con echar un vistazo a la prensa escrita, la radio o la televisión, para
cerciorarse de que la mayor parte de información política que producen los
medios está basada en un cruce de declaraciones entre los propios políticos
que carece de interés alguno para la política en sí mismo, pero que sin
embargo copan los titulares de todos los medios de comunicación al
representar en sí mismos un polémico combate dialéctico capaz de atraer con
suma facilidad la atención de la sociedad del espectáculo actual (Barraycoa,
2008: 149). Asimismo, las informaciones geopolíticas carecen de sentido
histórico, o como se dice en el argot periodístico, de background. En televisión
y radio no se proporciona a la audiencia la información suficiente que
contextualiza una información concreta por miedo a aburrirle, y en la prensa
escrita este tipo de aportes quedan relegados a las últimas líneas de una
crónica. Otro de los problemas del periodismo actual lo sitúa Javier Barraycoa
en la autocensura propia de los periodistas:
“La capacidad desarrollada por los periodistas de generar
autocensura [es] muchas veces inconsciente, muchas veces intuitiva.
El periodista, uno de los animales más aptos para la supervivencia,
ha desarrollado un fino olfato sobre lo que se puede decir y lo que se
debe callar; sobre qué opiniones le privarán de la nómina y qué
afirmaciones le granjearán amistades. La cacareada objetividad
acaba subordinada a los intereses crematísticos.” (Barraycoa, 2008:
23)
Las redacciones de noticias ya no insisten en la paciencia ni en el
reconocimiento, sino en la inmediatez y en el éxito. La prensa escrita producida
por esta nueva legión de periodistas se caracteriza cada vez más por ofrecer
grandes titulares pero pequeños párrafos de contenido que apenas profundizan
en la información. En su conjunto, hablamos de hechos sumamente
preocupantes que minan la capacidad del hombre para conocer su entorno y
que dificultan el aprendizaje y desarrollo de una sociedad entera. Al respecto,
Innis decía ya en sus textos que la comodidad con la que uno puede
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informarse en la sociedad moderna, la facilidad para acceder al
entretenimiento, y el conocimiento necesario para producir tales contenidos, se
está centralizando en instituciones y poderes muy concretos (Innis, 2004: 8283). Los nuevos grupos mediáticos, de los que hemos hablado anteriormente,
centralizan y monopolizan lo que podríamos llamar el conocimiento cívico. En
el espacio público, el hombre no genera información, sólo la espera,
periódicamente, de su fuente preferida. Ello ha convertido a nuestra sociedad
en una masiva consumidora de información, convirtiendo asimismo a la
información en un mero producto más del extenso mercado de productos
efímeros y posmodernos (Carey, 2008: 129). Pues ahora la especialización de
los medios está a la orden del día, y buscan segmentar sus públicos antes que
dirigirse a todos a la vez. El periodista Ignacio Ramonet ha bautizado este
modelo comunicativo como la “masa de medios” en contraposición a los
“medios de masas” (Ramonet, 2011: 23). Dicho de otro modo, empezamos a
ver cada vez más medios especializados en un u otro tema: medios del mundo
del derecho, medios infantiles, medios locales, etcétera. Esta idea de la “masa
de los medios” nos invita, o al menos así lo creemos desde este estudio, a la
esperanza en cuanto al futuro de los medios.
A tenor de lo expuesto acerca de la prevalencia del espectáculo frente a la
realidad, también en la primera década del siglo XXI, podemos considerar que
la sociedad actual padece ciertas similitudes con el romanticismo. Pues los
comunicadores de esta época histórica se dirigían a su audiencia reduciendo el
hombre a su inconsciente, buscando símbolos y mitos que les permitieran crear
situaciones imaginarias y oníricas con las que vivir en una realidad muy distinta
a la auténtica. (McLuhan, 1998: 385). Así pues, en la era electrónica o era de la
información, la única ciencia o el único método válido es aquél que viene
dictaminado por las corrientes de información simultánea y totalmente
interdependientes de los hombres. A raíz de este efecto, toda la producción
artística de una sociedad como puede ser su literatura o su arte, queda
supeditada a unos cánones regidos por unas pocas personas u empresas. En
lo estrictamente comunicativo, se apunta a que, tras el ataque a las Torres
Gemelas el 11 de septiembre de 2001, el control mediático se ha convertido en
una cuestión de seguridad nacional, un control que se ejerce mucho mejor
cuando los medios están agrupados en pocas corporaciones. Sabemos que
tras el 11-S, tecnología y medios de comunicación se dieron de la mano para
situar hacer de los medios una poderosa herramienta de marketing el centro de
la doctrina militar estadounidense (Klein, 2010: 419). Con la incursión de
valores económicos y políticos en la dirección de los medios de masas, la
pluralidad se extingue y el espíritu crítico no puede desarrollarse,
desamparando así toda una sociedad a merced del tribalismo.
El 11-S y sus repercusiones en los medios es un claro ejemplo de la doctrina
del shock que desarrolla la periodista e investigadora Naomi Klein. En su
teoría, la autora canadiense afirma que los medios de masas aprovechan
shocks como desastres naturales, atentados terroristas o escándalos políticos
para vender e implantar nuevos modelos de comportamiento en sectores como
la educación, el derecho, la economía, y por supuesto en la política.
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“Cuando el Katrina destruyó Nueva Orleans, la red de políticos
republicanos, think tanks y constructores empezaron a hablar de "un
nuevo principio" y atractivas oportunidades; estaba claro que se
trataba del nuevo método de las multinacionales para lograr sus
objetivos: aprovechar momentos de trauma colectivo para dar el
pistoletazo de salida a reformas económicas y sociales de corte
radical” (Klein, 2010: 29-30).
El estudio de Klein, al igual que el resto de autores que estamos sintetizando,
verifica también la hipótesis que el académico canadiense Harold Innis nos
legó: una civilización se construye en base a los medios que utiliza. Unos
medios instaurados en la inclinación de dominar el espacio físico que
prevalecen lo efímero y fácilmente expandible de la información, representan
los medios perfectos para calzar ideologías de corto recorrido y modificarlas o
cambiarlas al paso que se producen shocks. A menos que se produzca una
catástrofe, nos dice McLuhan, la predisposición hacia el medio visual y todo lo
que ello implica, sobre todo el espectáculo descrito en los párrafos precedentes
de este mismo punto, se mantendrá durante largo tiempo, por lo que también
cabe pensar que la sociedad actual basada en lo efímero aún perdurará
algunos años más (McLuhan, 1998: 46).
5. El principio de otra era: El New Media
Los New Media (o nuevos medios, en español) es el modo cómo llámanos a los
medios de comunicación más recientes. Son hijos de la era electrónica y la
revolución tecnológica, es decir, son medios digitales. Se caracterizan por ser
medios interactivos que, de un modo u otro, interactúan con la audiencia. Su
máximo exponente es internet, y de él se desprenden los canales de
información con mayor auge en nuestros días: las redes sociales. El teórico de
los medios Henry Jenkins habla así de la expansión del mundo digital:
“En los años albores del siglo XXI, la gran historia de la tecnología de
las comunicaciones es el crecimiento de las comunicaciones
informáticas. Los titulares anuncian la aparición de servicios en línea
y los cambios y adquisiciones de empresas que implican estos
servicios. Por debajo de estos titulares hay otra historia más
importante. El tráfico de Internet está creciendo a un ritmo
asombroso. Una estimación reciente es que el tráfico de Internet se
duplica en volumen de cada cien días” (Jenkins, 2004: 26)
Curiosamente, los primeros intentos de generar interactividad en los medios de
comunicación fracasaron estrepitosamente. A finales de los ’90, la mayoría de
estudios al respecto habían concluido que la audiencia de un medio audiovisual
como la televisión o el cine prefería sentarse a disfrutar del producto sin
necesidad de interactuar con él. Si bien esos estudios estaban en lo correcto
en aquella época, a día de hoy han tenido que ser repensados (Jenkins, 2006:
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59). El advenir de internet y la interactividad que este medio ha generado, ha
propiciado que ahora sí se de el caso que los espectadores busquen una
mayor interactividad en los medios tradicionales. De ahí que la televisión ahora
sea televisión digital, y la radio se haya convertido al mundo digital, y que todos
los periódicos tengan su versión digital. Existe la discusión académica acerca
de si estos medios (televisión, radio, prensa) pueden considerarse o no nuevos
medios solamente por el hecho de haberse digitalizado. Hay quien lo defiende
y quien lo critica. El teórico norteamericano Paul Levinson ha soslayado esta
cuestión y plantea que los medios tradicionales recientemente digitalizados
puedan quedarse con la nomenclatura New Media y habla de internet y sus
derivados -como las redes sociales- con el nombre New New Media.
La mayor característica de los New Media es que su información se convierte
en números, concretamente en dos: 0 y 1. Es una información recuperable y
puede extraerse en distintos soportes tecnológicos (Liester, 2003: 14). Una de
las premisas de los New Media es que son a la vez causa y efecto de los
cambios sociales. Se trata de un gran cambio social con relación a lo cultural y
a lo tecnológico se refiere. De ahí que algunos académicos lo hayan bautizado
ya como la época de la tecnocultura. En este sentido, los New Media han
acrecentado algunos procesos puestos en marcha en las últimas décadas. Son
ejemplos de ellos los movimientos 15M en España, Occupy Wall Street en
Estados Unidos, o la Primavera Árabe en los países del norte de África.
Lister recoge cuatro puntos: el paso de la modernidad a la posmodernidad, la
intensificación del proceso de la globalización, el cambio de era industrial por la
era post-industrial, y la de-centralización de la geopolítica (Liester, 2003: 10).
Sin embargo, los nuevos medios no están exentos de crítica. Se le atribuyen
determinados factores que rapidez en lugar de confrontación, simpleza,
polarización, preferencia por la imagen antes que por el texto y su
segmentación, entre otros (Jenkins, 2004: 38). Aun así, la mayoría de los
autores siguen reconociendo que las ventajas de los nuevos medios son
mayores que sus desventajas:
“Internet no sólo abarca todas las capacidades de los medios de
comunicación tradicionales (texto, imágenes, gráficos, animación,
audio, video, entrega en tiempo real), sino que además ofrece una
amplia gama de capacidades, incluyendo la interactividad, el acceso
bajo demanda, control de usuario y personalización” (Pavlik, 2001:
3).
El autor del texto precedente, John V. Palik, argumenta en su libro que los
nuevos medios pueden revitalizar las noticias e incentivar la participación
ciudadano tanto en los medios como en la democracia. Propone también que
los new media sean ya los medios principales que se enseñen en las
facultades de periodismo, aseveración con la que coincidimos plenamente.
Solo el tiempo dirá
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6. Conclusiones: Evolución de los medios en el siglo XXI
A través de esta retrospectiva, hemos podido constatar cómo los medios
condicionan el desarrollo social. La relación entre la sociedad y sus medios de
comunicación sigue siendo de vital importancia para entender la evolución
cultural de las sociedades. La irrupción de Internet nos ha abocado de lleno al
cambio comunicativo más importante de los últimos siglos. La era electrónica
devoró insaciablemente las tradiciones oral y escrita, mecanizándolas y
aumentando exponencialmente el efecto de sobreinformación que ya se vivió al
principio de la era de la información como consecuencia de la mecanización. Y
la era digital está catalizando aún más todo aquello que trajo consigo la era
electrónica. Lo bueno y lo malo. Pero culpar a la tecnología y encerrarse en la
nostalgia como hacen mucho autores de las ciencias de la comunicación seria
un error - nótese como gran parte de los autores recogidos en este estudio son
escépticos o incluso pesimistas. En este sentido, lo digital, lo electrónico, la
tecnología en general, forma parte del progreso humano. Rechazarlo no sería
ninguna solución. Desde esta investigación proponemos un mayor estudio
epistemológico y científico –tal y como hace Nicholas Carr– de los nuevos
modelos comunicativos nacidos de la más reciente tecnología para ahondar en
sus posibilidades de colaboración con el hombre que puedan contribuir a una
mejora del discurso público y a una mayor democratización de la sociedad. La
“masa de medios” de la que habla Ramonet en contraposición a los “mass
media” es una idea clave en todo este proceso: cava vez hay más
emprendedúria periodística, más pequeñas iniciativas frente a las grandes
corporaciones. En inglés el termino es “grassroots media”, es decir, medios de
base. Y en ello estamos convencidos que tendrán mucho que decir los New
Media. Si bien es cierto que la mayoría de estudios acerca de los nuevos
medios son divulgativos y no científicos, creemos que el halo de esperanza que
puede entreverse en ellos se materializará tarde o temprano en un nuevo
periodismo capaz de revalorizar la información y, con ello, las sociedades.
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