E D T

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EL DESEADO DE
TODAS LAS GENTES
Ellen G. White
1
Prefacio
EN EL corazón de todos los seres humanos, sin
distinción de raza o posición social, hay un
indecible anhelo de algo que ahora no poseen. Este
anhelo es implantado en la misma constitución del
hombre por un Dios misericordioso, para que el
hombre no se sienta satisfecho con su presente
condición, sea mala o buena. Dios desea que el ser
humano busque lo mejor, y lo halle en el bien
eterno de su alma. En vano procuran los hombres
satisfacer este deseo con los placeres, las riquezas,
la comodidad, la fama, o el poder. Los que tratan
de hacerlo, descubren que estas cosas hartan los
sentidos, pero dejan el alma tan vacía y
desconforme como antes.
Es el designio de Dios que este anhelo del
corazón humano guíe hacia el único que es capaz
de satisfacerlo. Es un deseo de ese Ser, capaz de
guiar a él, la plenitud y el cumplimiento de ese
deseo. Esa plenitud se halla en Jesucristo, el Hijo
del Dios eterno, "Porque plugo al Padre que la
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plenitud de todo residiese en él;" "Porque en él
habita toda la plenitud de la divinidad
corporalmente." Y es también verdad que "vosotros
estáis completos en él" con respecto a todo deseo
divinamente implantado y normalmente seguido. El
profeta Ageo llama con justicia a Cristo "el
Deseado de todas las gentes". Es el propósito de
este libro presentar a Jesucristo como Aquel en
quien puede satisfacerse todo anhelo. Se han
escrito muchos libros titulados "La vida de Cristo,"
libros excelentes, grandes acopios de información,
elaborados ensayos sobre cronología, historia,
costumbres, y acontecimientos contemporáneos,
con abundante enseñanza y muchas vislumbres de
la vida multiforme de Jesús de Nazaret. Sin
embargo, no se ha dicho de ella ni aun la mitad.
No es tampoco el propósito de esta obra
exponer una armonía de los evangelios, o
presentar en orden estrictamente cronológico los
importantes sucesos y las maravillosas lecciones
de la vida de Cristo; su propósito es presentar el
amor de Dios como ha sido revelado en su Hijo, la
divina hermosura de la vida de Cristo, de la cual
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todos pueden participar, y no simplemente
satisfacer los deseos de la mera curiosidad ni las
observaciones de los críticos. Pero como por el
encanto de su propia belleza de carácter Jesús
atrajo a sus discípulos a sí mismo, y por su toque y
sentimiento de simpatía en todas sus dolencias y
necesidades, y por su constante asociación,
transformó sus caracteres de terrenales en
celestiales, de egoístas en abnegados, y trocó la
mezquina ignorancia y prejuicio en el
conocimiento generoso y el amor profundo por las
almas de todas las naciones y razas, es el
propósito de este libro presentar al bendito
Redentor de modo que ayude al lector a acudir a él
como a una realidad viviente, con la cual pueda
tenerse comunión íntima y vital, y hallar en él,
como los discípulos de la antigüedad, al poderoso
Jesús, que "salva hasta lo sumo," y transforma de
acuerdo con su propia imagen divina a los que
acuden a Dios por su intermedio.
Rogamos que la bendición del Altísimo
acompañe a esta obra, y que el Espíritu Santo
haga de las palabras de este libro palabras de vida
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para muchas almas cuyos anhelos y deseos no
están aún satisfechos; para que puedan
"conocerle, y la virtud de su resurrección, y la
participación de sus padecimientos," y finalmente,
en una eternidad bienaventurada, compartir a su
diestra la plenitud de su gozo y la dicha
inconmensurable que disfrutarán todos los que
hayan hallado en él el todo en todo, "el más
señalado entre diez mil," Aquel que "es del todo
amable," "todo él codiciable."
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Capítulo 1
"Dios con Nosotros"
"Y SERÁ llamado su nombre Emmanuel; . . .
Dios con nosotros."* "La luz del conocimiento de
la gloria de Dios," se ve "en el rostro de
Jesucristo." Desde los días de la eternidad, el Señor
Jesucristo era uno con el Padre; era "la imagen de
Dios," la imagen de su grandeza y majestad, "el
resplandor de su gloria." Vino a nuestro mundo
para manifestar esta gloria. Vino a esta tierra
obscurecida por el pecado para revelar la luz del
amor de Dios, para ser "Dios con nosotros." Por lo
tanto, fue profetizado de él: "Y será llamado su
nombre Emmanuel."
Al venir a morar con nosotros, Jesús iba a
revelar a Dios tanto a los hombres como a los
ángeles. El era la Palabra de Dios: el pensamiento
de Dios hecho audible. En su oración por sus
discípulos, dice: "Yo les he manifestado tu
nombre"- "misericordioso y piadoso; tardo para la
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ira, y grande en benignidad y verdad, "-"para que el
amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en
ellos." Pero no sólo para sus hijos nacidos en la
tierra fue dada esta revelación. Nuestro pequeño
mundo es un libro de texto para el universo. El
maravilloso y misericordioso propósito de Dios, el
misterio del amor redentor, es el tema en el cual
"desean mirar los ángeles," y será su estudio a
través de los siglos sin fin. Tanto los redimidos
como los seres que nunca cayeron hallarán en la
cruz de Cristo su ciencia y su canción. Se verá que
la gloria que resplandece en el rostro de Jesús es la
gloria del amor abnegado. A la luz del Calvario, se
verá que la ley del renunciamiento por amor es la
ley de la vida para la tierra y el cielo; que el amor
que "no busca lo suyo" tiene su fuente en el
corazón de Dios; y que en el Manso y Humilde se
manifiesta el carácter de Aquel que mora en la luz
inaccesible al hombre.
Al principio, Dios se revelaba en todas las
obras de la creación. Fue Cristo quien extendió los
cielos y echó los cimientos de la tierra. Fue su
mano la que colgó los mundos en el espacio, y
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modeló las flores del campo. El "asienta las
montañas con su fortaleza," "suyo es el mar, pues
que él lo hizo." (Salmos 65:6, 95:5) Fue él quien
llenó la tierra de hermosura y el aire con cantos. Y
sobre todas las cosas de la tierra, del aire y el cielo,
escribió el mensaje del amor del Padre.
Aunque el pecado ha estropeado la obra
perfecta de Dios, esa escritura permanece. Aun
ahora todas las cosas creadas declaran la gloria de
su excelencia. Fuera del egoísta corazón humano,
no hay nada que viva para sí. No hay ningún pájaro
que surca el aire, ningún animal que se mueve en el
suelo, que no sirva a alguna otra vida. No hay
siquiera una hoja del bosque, ni una humilde brizna
de hierba que no tenga su utilidad. Cada árbol,
arbusto y hoja emite ese elemento de vida, sin el
cual no podrían sostenerse ni el hombre ni los
animales; y el hombre y el animal, a su vez, sirven
a la vida del árbol y del arbusto y de la hoja. Las
flores exhalan fragancia y ostentan su belleza para
beneficio del mundo. El sol derrama su luz para
alegrar mil mundos. El océano, origen de todos
nuestros manantiales y fuentes, recibe las
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corrientes de todas las tierras, pero recibe para dar.
Las neblinas que ascienden de su seno, riegan la
tierra, para que produzca y florezca.
Los ángeles de gloria hallan su gozo en dar, dar
amor y cuidado incansable a las almas que están
caídas y destituidas de santidad. Los seres
celestiales desean ganar el corazón de los hombres;
traen a este obscuro mundo luz de los atrios
celestiales; por un ministerio amable y paciente,
obran sobre el espíritu humano, para poner a los
perdidos en una comunión con Cristo aun más
íntima que la que ellos mismos pueden conocer.
Pero
apartándonos
de
todas
las
representaciones menores, contemplamos a Dios en
Jesús. Mirando a Jesús, vemos que la gloria de
nuestro Dios consiste en dar. "Nada hago de mí
mismo," dijo Cristo; "me envió el Padre viviente, y
yo vivo por el Padre." "No busco mi gloria," sino la
gloria del que me envió.(Juan 8:28, 6:57, 8:50,
7:18) En estas palabras se presenta el gran
principio que es la ley de la vida para el universo.
Cristo recibió todas las cosas de Dios, pero las
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recibió para darlas. Así también en los atrios
celestiales, en su ministerio en favor de todos los
seres creados, por medio del Hijo amado fluye a
todos la vida del Padre; por medio del Hijo vuelve,
en alabanza y gozoso servicio, como una marea de
amor, a la gran Fuente de todo. Y así, por medio de
Cristo, se completa el circuito de beneficencia, que
representa el carácter del gran Dador, la ley de la
vida.
Esta ley fue quebrantada en el cielo mismo. El
pecado tuvo su origen en el egoísmo. Lucifer, el
querubín protector, deseó ser el primero en el cielo.
Trató de dominar a los seres celestiales,
apartándolos de su Creador, y granjearse su
homenaje. Para ello, representó falsamente a Dios,
atribuyéndole el deseo de ensalzarse. Trató de
investir al amante Creador con sus propias malas
características. Así engañó a los ángeles. Así
sedujo a los hombres. Los indujo a dudar de la
palabra de Dios, y a desconfiar de su bondad. Por
cuanto Dios es un Dios de justicia y terrible
majestad, Satanás los indujo a considerarle como
severo e inexorable. Así consiguió que se uniesen
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con él en su rebelión contra Dios, y la noche de la
desgracia se asentó sobre el mundo.
La tierra quedó obscura porque se comprendió
mal a Dios. A fin de que pudiesen iluminarse las
lóbregas sombras, a fin de que el mundo pudiera
ser traído de nuevo a Dios, había que quebrantar el
engañoso poder de Satanás. Esto no podía hacerse
por la fuerza. El ejercicio de la fuerza es contrario a
los principios del gobierno de Dios; él desea tan
sólo el servicio de amor; y el amor no puede ser
exigido; no puede ser obtenido por la fuerza o la
autoridad. El amor se despierta únicamente por el
amor. El conocer a Dios es amarle; su carácter
debe ser manifestado en contraste con el carácter
de Satanás. En todo el universo había un solo ser
que podía realizar esta obra. Únicamente Aquel
que conocía la altura y la profundidad del amor de
Dios, podía darlo a conocer. Sobre la obscura
noche del mundo, debía nacer el Sol de justicia,
"trayendo salud eterna en sus alas."(Malaquías 4:2)
El plan de nuestra redención no fue una
reflexión ulterior, formulada después de la caída de
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Adán. Fue una revelación "del misterio que por
tiempos eternos fue guardado en silencio."* Fue
una manifestación de los principios que desde
edades eternas habían sido el fundamento del trono
de Dios. Desde el principio, Dios y Cristo sabían
de la apostasía de Satanás y de la caída del hombre
seducido por el apóstata. Dios no ordenó que el
pecado existiese, sino que previó su existencia, e
hizo provisión para hacer frente a la terrible
emergencia. Tan grande fue su amor por el mundo,
que se comprometió a dar a su Hijo unigénito "para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
tenga vida eterna."(Juan 3:16)
Lucifer había dicho: "Sobre las estrellas de
Dios ensalzaré mi trono, . . . seré semejante al
Altísimo."(Isaías 14:13,14) Pero Cristo, "existiendo
en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios
como cosa a que debía aferrarse; sino que se
desprendió de ella, tomando antes la forma de un
siervo, siendo hecho en semejanza de los
hombres."(Filipenses 2:6,7)
Este fue un sacrificio voluntario. Jesús podría
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haber permanecido al lado del Padre. Podría haber
conservado la gloria del cielo, y el homenaje de los
ángeles. Pero prefirió devolver el cetro a las manos
del Padre, y bajar del trono del universo, a fin de
traer luz a los que estaban en tinieblas, y vida a los
que perecían.
Hace casi dos mil años, se oyó en el cielo una
voz de significado misterioso que, partiendo del
trono de Dios, decía: "He aquí yo vengo."
"Sacrificio y ofrenda, no los quisiste; empero un
cuerpo me has preparado.... He aquí yo vengo (en
el rollo del libro está escrito de mí), para hacer, oh
Dios, tu voluntad."(Hebreos 10:5-7) En estas
palabras se anunció el cumplimiento del propósito
que había estado oculto desde las edades eternas.
Cristo estaba por visitar nuestro mundo, y
encarnarse. El dice: "Un cuerpo me has preparado."
Si hubiese aparecido con la gloria que tenía con el
Padre antes que el mundo fuese, no podríamos
haber soportado la luz de su presencia. A fin de que
pudiésemos contemplarla y no ser destruidos, la
manifestación de su gloria fue velada. Su divinidad
fue cubierta de humanidad, la gloria invisible tomó
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forma humana visible.
Este gran propósito había sido anunciado por
medio de figuras y símbolos. La zarza ardiente, en
la cual Cristo apareció a Moisés, revelaba a Dios.
El símbolo elegido para representar a la Divinidad
era una humilde planta que no tenía atractivos
aparentes. Pero encerraba al Infinito. El Dios que
es todo misericordia velaba su gloria en una figura
muy humilde, a fin de que Moisés pudiese mirarla
y sobrevivir. Así también en la columna de nube de
día y la columna de fuego de noche, Dios se
comunicaba con Israel, les revelaba su voluntad a
los hombres, y les impartía su gracia. La gloria de
Dios estaba suavizada, y velada su majestad, a fin
de que la débil visión de los hombres finitos
pudiese contemplarla. Así Cristo había de venir en
"el cuerpo de nuestra bajeza,"(Filipenses 3:21)
"hecho semejante a los hombres." A los ojos del
mundo, no poseía hermosura que lo hiciese desear;
sin embargo era Dios encarnado, la luz del cielo y
de la tierra. Su gloria estaba velada, su grandeza y
majestad ocultas, a fin de que pudiese acercarse a
los hombres entristecidos y tentados.
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Dios ordenó a Moisés respecto a Israel:
"Hacerme han un santuario, y yo habitaré entre
ellos,"(Éxodo 25:8) y moraba en el santuario en
medio de su pueblo. Durante todas sus penosas
peregrinaciones en el desierto, estuvo con ellos el
símbolo de su presencia. Así Cristo levantó su
tabernáculo en medio de nuestro campamento
humano. Hincó su tienda al lado de la tienda de los
hombres, a fin de morar entre nosotros y
familiarizarnos con su vida y carácter divinos.
"Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre
nosotros (y vimos su gloria, gloria como del
unigénito del Padre), lleno de gracia y de
verdad.'(Juan 1:14)
Desde que Jesús vino a morar con nosotros,
sabemos que Dios conoce nuestras pruebas y
simpatiza con nuestros pesares. Cada hijo e hija de
Adán puede comprender que nuestro Creador es el
amigo de los pecadores. Porque en toda doctrina de
gracia, toda promesa de gozo, todo acto de amor,
toda atracción divina presentada en la vida del
Salvador en la tierra, vemos a "Dios con nosotros."
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Satanás representa la divina ley de amor como
una ley de egoísmo. Declara que nos es imposible
obedecer sus preceptos. Imputa al Creador la caída
de nuestros primeros padres, con toda la miseria
que ha provocado, e induce a los hombres a
considerar a Dios como autor del pecado, del
sufrimiento y de la muerte. Jesús había de
desenmascarar este engaño. Como uno de nosotros,
había de dar un ejemplo de obediencia. Para esto
tomó sobre sí nuestra naturaleza, y pasó por
nuestras vicisitudes. "Por lo cual convenía que en
todo fuese semejado a sus hermanos."(Hebreos
2:17) Si tuviésemos que soportar algo que Jesús no
soportó, en este detalle Satanás representaría el
poder de Dios como insuficiente para nosotros. Por
lo tanto, Jesús fue "tentado en todo punto, así como
nosotros."(Hebreos 4:15) Soportó toda prueba a la
cual estemos sujetos. Y no ejerció en favor suyo
poder alguno que no nos sea ofrecido
generosamente. Como hombre, hizo frente a la
tentación, y venció en la fuerza que Dios le daba.
El dice: "Me complazco en hacer tu voluntad, oh
Dios mío, y tu ley está en medio de mi
16
corazón."(Salmos 40:8) Mientras andaba haciendo
bien y sanando a todos los afligidos de Satanás,
demostró claramente a los hombres el carácter de
la ley de Dios y la naturaleza de su servicio. Su
vida testifica que para nosotros también es posible
obedecer la ley de Dios.
Por su humanidad, Cristo tocaba a la
humanidad; por su divinidad, se asía del trono de
Dios. Como Hijo del hombre, nos dio un ejemplo
de obediencia; como Hijo de Dios, nos imparte
poder para obedecer. Fue Cristo quien habló a
Moisés desde la zarza del monte Horeb diciendo:
"YO SOY EL QUE SOY.... Así dirás a los hijos de
Israel: YO SOY me ha enviado a vosotros.'(Éxodo
3:14) Tal era la garantía de la liberación de Israel.
Asimismo cuando vino "en semejanza de los
hombres," se declaró el YO SOY. El Niño de
Belén, el manso y humilde Salvador, es Dios,
"manifestado en carne.'(1 Timoteo 3:16) Y a
nosotros nos dice: " 'YO SOY el buen pastor." "YO
SOY el pan vivo." "YO SOY el camino, y la
verdad, y la vida." "Toda potestad me es dada en el
cielo y en la tierra."(Juan 10:11, 6:51, 14:6, Mateo
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28:18) " YO SOY la seguridad de toda promesa."
"YO SOY; no tengáis miedo.'" "Dios con nosotros"
es la seguridad de nuestra liberación del pecado, la
garantía de nuestro poder para obedecer la ley del
cielo.
Al condescender a tomar sobre sí la
humanidad, Cristo reveló un carácter opuesto al
carácter de Satanás. Pero se rebajó aun más en la
senda de la humillación. "Hallado en la condición
como hombre, se humilló a sí mismo, hecho
obediente hasta la muerte, y muerte de
cruz."(Filipenses 2:8) Así como el sumo sacerdote
ponía a un lado sus magníficas ropas pontificias, y
oficiaba en la ropa blanca de lino del sacerdote
común, así también Cristo tomó forma de siervo, y
ofreció sacrificio, siendo él mismo a la vez el
sacerdote y la víctima. "El herido fue por nuestras
rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo
de nuestra paz sobre él."(Isaías 53:5)
Cristo fue tratado como nosotros n merecemos
a fin de que nosotros pudiésemos ser tratados como
él merece. Fue condenado por nuestros pecados, en
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los que no había participado, a fin de que nosotros
pudiésemos ser justificados por su justicia, en la
cual no habíamos participado. El sufrió la muerte
nuestra, a fin de que pudiésemos recibir la vida
suya. "Por su llaga fuimos nosotros curados."*
Por su vida y su muerte, Cristo logró aun más
que restaurar lo que el pecado había arruinado. Era
el propósito de Satanás conseguir una eterna
separación entre Dios y el hombre; pero en Cristo
llegamos a estar más íntimamente unidos a Dios
que si nunca hubiésemos pecado. Al tomar nuestra
naturaleza, el Salvador se vinculó con la
humanidad por un vínculo que nunca se ha de
romper. A través de las edades eternas, queda
ligado con nosotros. "Porque de tal manera amó
Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito."(Juan 3:16) Lo dio no sólo para que
llevase nuestros pecados y muriese como sacrificio
nuestro; lo dio a la especie caída. Para asegurarnos
los beneficios de su inmutable consejo de paz, Dios
dio a su Hijo unigénito para que llegase a ser
miembro de la familia humana, y retuviese para
siempre su naturaleza humana. Tal es la garantía de
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que Dios cumplirá su promesa. "Un niño nos es
nacido, hijo nos es dado; y el principado sobre su
hombro." Dios adoptó la naturaleza humana en la
persona de su Hijo, y la llevó al más alto cielo. Es
"el Hijo del hombre" quien comparte el trono del
universo. Es "el Hijo del hombre " cuyo nombre
será llamado: "Admirable, Consejero, Dios fuerte,
Padre eterno, Príncipe de paz."(Isaías 9:6) El YO
SOY es el Mediador entre Dios y la humanidad,
que pone su mano sobre ambos. El que es "santo,
inocente, limpio, apartado de los pecadores," no se
avergüenza de llamarnos hermanos.(Hebreos 7:26,
2:11) En Cristo, la familia de la tierra y la familia
del cielo están ligadas. Cristo glorificado es nuestro
hermano. El cielo está incorporado en la
humanidad, y la humanidad, envuelta en el seno
del Amor Infinito.
Acerca de su pueblo, Dios dice: "Serán como
piedras de una diadema, relumbrando sobre su
tierra. ¡Porque cuán grande es su bondad! ¡y cuán
grande es su hermosura!"(Zacarías 9:16,17) La
exaltación de los redimidos será un testimonio
eterno de la misericordia de Dios. "En los siglos
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venideros," él revelará "la soberana riqueza de su
gracia, en su bondad para con nosotros en
Jesucristo." "A fin de que . . . sea dado a conocer a
las potestades y a las autoridades en las regiones
celestiales, la multiforme sabiduría de Dios, de
conformidad con el propósito eterno que se había
propuesto en Cristo Jesús, Señor nuestro."(Efesios
2:7, 3:10,11)
Por medio de la obra redentora de Cristo, el
gobierno de Dios queda justificado. El
Omnipotente es dado a conocer como el Dios de
amor. Las acusaciones de Satanás quedan refutadas
y su carácter desenmascarado. La rebelión no
podrá nunca volverse a levantar. El pecado no
podrá nunca volver a entrar en el universo. A
través de las edades eternas, todos estarán seguros
contra la apostasía. Por el sacrificio abnegado del
amor, los habitantes de la tierra y del cielo
quedarán ligados a su Creador con vínculos de
unión indisoluble.
La obra de la redención estará completa. Donde
el pecado abundó, sobreabundó la gracia de Dios.
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La tierra misma, el campo que Satanás reclama
como suyo, ha de quedar no sólo redimida sino
exaltada. Nuestro pequeño mundo, que es bajo la
maldición del pecado la única mancha obscura de
su gloriosa creación, será honrado por encima de
todos los demás mundos en el universo de Dios.
Aquí, donde el Hijo de Dios habitó en forma
humana; donde el Rey de gloria vivió, sufrió y
murió; aquí, cuando renueve todas las cosas, estará
el tabernáculo de Dios con los hombres, "morará
con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios
será su Dios con ellos." Y a través de las edades sin
fin, mientras los redimidos anden en la luz del
Señor, le alabarán por su Don inefable:
Emmanuel; "Dios con nosotros."
22
Capítulo 2
"El Pueblo Elegido"
DURANTE más de mil años, los judíos habían
esperado la venida del Salvador. En este
acontecimiento habían cifrado sus más gloriosas
esperanzas. En cantos y profecías, en los ritos del
templo y en las oraciones familiares, habían
engastado su nombre. Y sin embargo, cuando vino,
no le conocieron. El Amado del cielo fue para ellos
como "raíz de tierra seca," sin "parecer en él ni
hermosura;" y no vieron en él belleza que lo hiciera
deseable a sus ojos. "A lo suyo vino, y los suyos no
le recibieron."(Isaías 53:2, Juan 1:11)
Sin embargo, Dios había elegido a Israel. Lo
había llamado para conservar entre los hombres el
conocimiento de su ley, así como los símbolos y
las profecías que señalaban al Salvador. Deseaba
que fuese como fuente de salvación para el mundo.
Como Abrahán en la tierra donde peregrinó, José
en Egipto y Daniel en la corte de Babilonia, había
23
de ser el pueblo hebreo entre las naciones. Debía
revelar a Dios ante los hombres.
En el llamamiento dirigido a Abrahán, el Señor
había dicho: "Bendecirte he, . . . y serás bendición,
. . . y serán benditas en ti todas las familias de la
tierra."(Génesis 13:2,3) La misma enseñanza fue
repetida por los profetas. Aun después que Israel
había sido asolado por la guerra y el cautiverio,
recibió esta promesa: "Y será el residuo de Jacob
en medio de muchos pueblos, como el rocío de
Jehová, como las lluvias sobre la hierba, las cuales
no esperan varón, ni aguardan a hijos de
hombres.'(Miqueas 5:7) Acerca del templo de
Jerusalén, el Señor declaró por medio de Isaías:
"Mi casa, casa de oración será llamada de todos los
pueblos."(Isaías 56:7)
Pero los israelitas cifraron sus esperanzas en la
grandeza mundanal. Desde el tiempo en que
entraron en la tierra de Canaán, se apartaron de los
mandamientos de Dios y siguieron los caminos de
los paganos. En vano Dios les mandaba
advertencias por sus profetas. En vano sufrieron el
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castigo de la opresión pagana. A cada reforma
seguía una apostasía mayor.
Si los hijos de Israel hubieran sido fieles a
Dios, él podría haber logrado su propósito
honrándolos y exaltándolos. Si hubiesen andado en
los caminos de la obediencia, él los habría
ensalzado "sobre todas las naciones que ha hecho,
para alabanza y para renombre y para gloria."
"Verán todos los pueblos de la tierra – dijo
Moisés– que tú eres llamado del nombre de Jehová,
y te temerán." Las gentes "oirán hablar de todos
estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y
entendido es esta gran nación."(Deuteronomio
26:19, 28:10, 4:6) Pero a causa de su infidelidad, el
propósito de Dios no pudo realizarse sino por
medio de continua adversidad y humillación.
Fueron llevados en cautiverio a Babilonia y
dispersados por tierras de paganos. En la aflicción,
muchos renovaron su fidelidad al pacto con Dios.
Mientras colgaban sus arpas de los sauces y
lloraban por el santo templo desolado, la luz de la
verdad resplandeció por su medio, y el
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conocimiento de Dios se difundió entre las
naciones. Los sistemas paganos de sacrificio eran
una perversión del sistema que Dios había
ordenado; y más de un sincero observador de los
ritos paganos aprendió de los hebreos el significado
del ceremonial divinamente ordenado, y con fe
aceptó la promesa de un Redentor.
Muchos
de
los
sacerdotes
sufrieron
persecución. No pocos perdieron la vida por
negarse a violar el sábado y a observar las fiestas
paganas. Al levantarse los idólatras para aplastar la
verdad, el Señor puso a sus siervos frente a frente
con reyes y gobernantes, a fin de que éstos y sus
pueblos pudiesen recibir la luz. Vez tras vez, los
mayores monarcas debieron proclamar la
supremacía del Dios a quien adoraban los cautivos
hebreos.
Por el cautiverio babilónico, los israelitas
fueron curados eficazmente de la adoración de las
imágenes esculpidas. Durante los siglos que
siguieron, sufrieron por la opresión de enemigos
paganos, hasta que se arraigó en ellos la convicción
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de que su prosperidad dependía de su obediencia a
la ley de Dios. Pero en el caso de muchos del
pueblo la obediencia no era impulsada por el amor.
El motivo era egoísta. Rendían un servicio externo
a Dios como medio de alcanzar la grandeza
nacional. No llegaron a ser la luz del mundo, sino
que se aislaron del mundo a fin de rehuir la
tentación de la idolatría. En las instrucciones dadas
por medio de Moisés, Dios había impuesto
restricciones a su asociación con los idolatras; pero
esta enseñanza había sido falsamente interpretada.
Estaba destinada a impedir que ellos se
conformasen a las prácticas de los paganos. Pero la
usaron para edificar un muro de separación entre
Israel y todas las demás naciones. Los judíos
consideraban a Jerusalén como su cielo, y sentían
verdaderamente celos de que el Señor manifestase
misericordia a los gentiles.
Después de regresar de Babilonia, dedicaron
mucha atención a la instrucción religiosa. Por todo
el país, se erigieron sinagogas, en las cuales los
sacerdotes y escribas explicaban la ley. Y se
establecieron escuelas donde se profesaba enseñar
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los principios de la justicia, juntamente con las
artes y las ciencias. Pero estos medios se
corrompieron. Durante el cautiverio, muchos del
pueblo habían recibido ideas y costumbres
paganas, y éstas penetraron en su ceremonial
religioso. En muchas cosas, se conformaban a las
prácticas de los idólatras.
Al apartarse de Dios, los judíos perdieron de
vista mucho de lo que enseñaba el ritual. Este ritual
había sido instituido por Cristo mismo. En todas
sus partes, era un símbolo de él; y había estado
lleno de vitalidad y hermosura espiritual. Pero los
judíos perdieron la vida espiritual de sus
ceremonias, y se aferraron a las formas muertas.
Confiaban en los sacrificios y los ritos mismos, en
vez de confiar en Aquel a quien éstos señalaban. A
fin de reemplazar lo que habían perdido, los
sacerdotes
y
rabinos
multiplicaron
los
requerimientos de su invención; y cuanto más
rígidos se volvían, tanto menos del amor de Dios
manifestaban. Medían su santidad por la multitud
de sus ceremonias, mientras que su corazón estaba
lleno de orgullo e hipocresía.
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Con todas sus minuciosas y gravosas órdenes,
era imposible guardar la ley. Los que deseaban
servir a Dios, y trataban de observar los preceptos
rabínicos, luchaban bajo una pesada carga. No
podían hallar descanso de las acusaciones de una
conciencia perturbada. Así Satanás obraba para
desalentar al pueblo, para rebajar su concepto del
carácter de Dios y para hacer despreciar la fe de
Israel. Esperaba demostrar lo que había sostenido
cuando se rebeló en el cielo, a saber, que los
requerimientos de Dios eran injustos, y no podían
ser obedecidos. Aun Israel, declaraba, no guardaba
la ley.
Aunque los judíos deseaban el advenimiento
del Mesías, no tenían un verdadero concepto de su
misión. No buscaban la redención del pecado, sino
la liberación de los romanos. Esperaban que el
Mesías vendría como conquistador, para
quebrantar el poder del opresor, y exaltar a Israel al
dominio universal. Así se iban preparando para
rechazar al Salvador.
29
En el tiempo del nacimiento de Cristo, la
nación estaba tascando el freno bajo sus amos
extranjeros, y la atormentaba la disensión interna.
Se les había permitido a los judíos conservar la
forma de un gobierno separado; pero nada podía
disfrazar el hecho de que estaban bajo el yugo
romano, ni avenirlos a la restricción de su poder.
Los romanos reclamaban el derecho de nombrar o
remover al sumo sacerdote, y este cargo se
conseguía con frecuencia por el fraude, el cohecho
y aun el homicidio. Así el sacerdocio se volvía
cada vez más corrompido. Sin embargo, los
sacerdotes poseían aún gran poder y lo empleaban
con fines egoístas y mercenarios. El pueblo estaba
sujeto a sus exigencias despiadadas, y también a
los gravosos impuestos de los romanos. Este estado
de cosas ocasionaba extenso descontento. Los
estallidos populares eran frecuentes. La codicia y la
violencia, la desconfianza y la apatía espiritual,
estaban royendo el corazón mismo de la nación.
El odio a los romanos y el orgullo nacional y
espiritual inducían a los judíos a seguir
adhiriéndose rigurosamente a sus formas de culto.
30
Los sacerdotes trataban de mantener una
reputación
de
santidad
atendiendo
escrupulosamente a las ceremonias religiosas. El
pueblo, en sus tinieblas y opresión, y los
gobernantes sedientos de poder anhelaban la
venida de Aquel que vencería a sus enemigos y
devolvería el reino a Israel. Habían estudiado las
profecías, pero sin percepción espiritual. Así
habían pasado por alto aquellos pasajes que
señalaban la humillación de Cristo en su primer
advenimiento y aplicaban mal los que hablaban de
la gloria de su segunda venida. El orgullo
obscurecía su visión. Interpretaban las profecías de
acuerdo con sus deseos egoístas.
31
Capítulo 3
El Cumplimiento del Tiempo
"MAS venido el cumplimiento del tiempo,
Dios envió a su Hijo, . . . para que redimiese a los
que estaban debajo de la ley, a fin de que
recibiésemos la adopción de hijos."(Gálatas 4:4,5)
La venida del Salvador había sido predicha en
el Edén. Cuando Adán y Eva oyeron por primera
vez la promesa, esperaban que se cumpliese pronto.
Dieron gozosamente la bienvenida a su
primogénito, esperando que fuese el Libertador.
Pero el cumplimiento de la promesa tardó. Los que
la recibieron primero murieron sin verlo. Desde los
días de Enoc, la promesa fue repetida por medio de
los patriarcas y los profetas, manteniendo viva la
esperanza de su aparición, y sin embargo no había
venido. La profecía de Daniel revelaba el tiempo
de su advenimiento, pero no todos interpretaban
correctamente el mensaje. Transcurrió un siglo tras
otro, y las voces de los profetas cesaron. La mano
32
del opresor pesaba sobre Israel, y muchos estaban
listos para exclamar: "Se han prolongado los días,
y fracasa toda visión."(Ezequiel 12:22)
Pero, como las estrellas en la vasta órbita de su
derrotero señalado, los propósitos de Dios no
conocen premura ni demora. Por los símbolos de
las densas tinieblas y el horno humeante, Dios
había anunciado a Abrahán la servidumbre de
Israel en Egipto, y había declarado que el tiempo
de su estada allí abarcaría cuatrocientos años.
"Después de esto -dijo Dios, – saldrán con grande
riqueza."(Génesis 15:14) Y contra esta palabra se
empeñó en vano todo el poder del orgulloso
imperio de los faraones. "En el mismo día"
señalado por la promesa divina, "salieron todos los
ejércitos de Jehová de la tierra de Egipto."(Éxodo
12:41) Así también fue determinada en el concilio
celestial la hora en que Cristo había de venir; y
cuando el gran reloj del tiempo marcó aquella hora,
Jesús nació en Belén.
"Mas venido el cumplimiento del tiempo, Dios
envió a su Hijo." La Providencia había dirigido los
33
movimientos de las naciones, así como el flujo y
reflujo de impulsos e influencias de origen
humano, a tal punto que el mundo estaba maduro
para la llegada del Libertador. Las naciones
estaban unidas bajo un mismo gobierno. Un idioma
se hablaba extensamente y era reconocido por
doquiera como la lengua literaria. De todos los
países, los judíos dispersos acudían a Jerusalén
para asistir a las fiestas anuales, y al volver adonde
residían, podían difundir por el mundo las nuevas
de la llegada del Mesías.
En aquel entonces los sistemas paganos estaban
perdiendo su poder sobre la gente. Los hombres se
hallaban cansados de ceremonias y fábulas.
Deseaban con vehemencia una religión que dejase
satisfecho el corazón. Aunque la luz de la verdad
parecía haberse apartado de los hombres, había
almas que buscaban la luz, llenas de perplejidad y
tristeza. Anhelaban conocer al Dios vivo, a fin de
tener cierta seguridad de una vida allende la tumba.
Al apartarse los judíos de Dios, la fe se había
empañado y la esperanza casi había dejado de
34
iluminar lo futuro. Las palabras de los profetas no
eran comprendidas. Para las muchedumbres, la
muerte era un horrendo misterio; más allá todo era
incertidumbre y lobreguez. No era sólo el lamento
de las madres de Belén, sino el clamor del inmenso
corazón de la humanidad, el que llegó hasta el
profeta a través de los siglos: la voz oída en Ramá,
"grande lamentación, lloro y gemido: Raquel que
llora sus hijos; y no quiso ser consolada, porque
perecieron."(Mateo 2:18) Los hombres moraban
sin consuelo en "región y sombra de muerte." Con
ansia en los ojos, esperaban la llegada del
Libertador, cuando se disiparían las tinieblas, y se
aclararía el misterio de lo futuro.
Hubo, fuera de la nación judía, hombres que
predijeron el aparecimiento de un instructor divino.
Eran hombres que buscaban la verdad, y a quienes
se les había impartido el Espíritu de la inspiración.
Tales maestros se habían levantado uno tras otro
como estrellas en un firmamento obscuro, y sus
palabras proféticas habían encendido esperanzas en
el corazón de millares de gentiles.
35
Desde hacía varios siglos, las Escrituras
estaban traducidas al griego, idioma extensamente
difundido por todo el imperio romano. Los judíos
se hallaban dispersos en todas partes; y su espera
del Mesías era compartida hasta cierto punto por
los gentiles. Entre aquellos a quienes los judíos
llamaban gentiles, había hombres que entendían
mejor que los maestros de Israel las profecías
bíblicas concernientes a la venida del Mesías.
Algunos le esperaban como libertador del pecado.
Los filósofos se esforzaban por estudiar el misterio
de la economía hebraica. Pero el fanatismo de los
judíos estorbaba la difusión de la luz. Resueltos a
mantenerse separados de las otras naciones, no
estaban dispuestos a impartirles el conocimiento
que aún poseían acerca de los servicios simbólicos.
Debía venir el verdadero Intérprete. Aquel que
fuera prefigurado por todos los símbolos debía
explicar su significado.
Dios había hablado al mundo por medio de la
naturaleza, las figuras, los símbolos, los patriarcas
y los profetas. Las lecciones debían ser dadas a la
36
humanidad en su propio lenguaje. El Mensajero del
pacto debía hablar. Su voz debía oírse en su propio
templo. Cristo debía venir para pronunciar palabras
que pudiesen comprenderse clara y distintamente.
El, el Autor de la verdad, debía separar la verdad
del tamo de las declaraciones humanas que habían
anulado su efecto. Los principios del gobierno de
Dios y el plan de redención debían ser definidos
claramente. Las lecciones del Antiguo Testamento
debían ser presentadas plenamente a los hombres.
Quedaban, sin embargo, entre los judíos, almas
firmes, descendientes de aquel santo linaje por
cuyo medio se había conservado el conocimiento
de Dios. Confiaban aún en la esperanza de la
promesa hecha a los padres. Fortalecían su fe
espaciándose en la seguridad dada por Moisés: "El
Señor vuestro Dios os levantará profeta de vuestros
hermanos, como yo; a él oiréis en todas las cosas
que os hablare."(Hechos 3:22) Además, leían que
el Señor iba a ungir a Uno para "predicar buenas
nuevas a los abatidos," "vendar a los quebrantados
de corazón," "publicar libertad a los cautivos" y
"promulgar año de la buena voluntad de
37
Jehová."(Isaías 61:1,2) Leían que pondría "en la
tierra juicio; y las islas esperarán su ley," como
asimismo andarían "las gentes a su luz, y los reyes
al resplandor de su nacimiento."(Isaías 42:4, 60:3)
Las palabras que Jacob pronunciara en su lecho
de muerte los llenaban de esperanza: "No será
quitadlo el cetro de Judá, y el legislador de entre
sus pies, hasta que venga Shiloh."(Génesis 49:10)
El desfalleciente poder de Israel atestiguaba que se
acercaba la llegada del Mesías. La profecía de
Daniel describía la gloria de su reinado sobre un
imperio que sucedería a todos los reinos terrenales;
y, decía el profeta: "Permanecerá para
siempre.'(Daniel 2:44) Aunque pocos comprendían
la naturaleza de la misión de Cristo, era muy
difundida la espera de un príncipe poderoso que
establecería su reino en Israel, y se presentaría a las
naciones como libertador.
El cumplimiento del tiempo había llegado. La
humanidad, cada vez más degradada por los siglos
de transgresión, demandaba la venida del Redentor.
Satanás había estado obrando para ahondar y hacer
38
insalvable el abismo entre el cielo y la tierra. Por
sus mentiras, había envalentonado a los hombres
en el pecado. Se proponía agotar la tolerancia de
Dios, y extinguir su amor por el hombre, a fin de
que abandonase al mundo a la jurisdicción
satánica.
Satanás estaba tratando de privar a los hombres
del conocimiento de Dios, de desviar su atención
del templo de Dios, y establecer su propio reino. Su
contienda por la supremacía había parecido tener
casi completo éxito. Es cierto que en toda
generación Dios había tenido sus agentes. Aun
entre los paganos, había hombres por medio de
quienes Cristo estaba obrando para elevar el pueblo
de su pecado y degradación. Pero eran
despreciados y odiados. A muchos se les había
dado muerte. La obscura sombra que Satanás había
echado sobre el mundo se volvía cada vez más
densa.
Mediante el paganismo, Satanás había apartado
de Dios a los hombres durante muchos siglos; pero
al pervertir la fe de Israel había obtenido su mayor
39
triunfo. Al contemplar y adorar sus propias
concepciones, los paganos habían perdido el
conocimiento de Dios, y se habían ido
corrompiendo cada vez más. Así había sucedido
también con Israel. El principio de que el hombre
puede salvarse por sus obras, que es fundamento de
toda religión pagana, era ya principio de la religión
judaica. Satanás lo había implantado; y doquiera se
lo adopte, los hombres no tienen defensa contra el
pecado.
El mensaje de la salvación es comunicado a los
hombres por medio de agentes humanos. Pero los
judíos habían tratado de monopolizar la verdad que
es vida eterna. Habían atesorado el maná viviente,
que se había trocado en corrupción. La religión que
habían tratado de guardar para sí llegó a ser un
escándalo. Privaban a Dios de su gloria, y
defraudaban al mundo por una falsificación del
Evangelio. Se habían negado a entregarse a Dios
para la salvación del mundo, y llegaron a ser
agentes de Satanás para su destrucción.
El pueblo a quien Dios había llamado para ser
40
columna y base de la verdad, había llegado a ser
representante de Satanás. Hacía la obra que éste
deseaba que hiciese, y seguía una conducta que
representaba falsamente el carácter de Dios y le
hacía considerar por el mundo como un tirano. Los
mismos sacerdotes que servían en el templo habían
perdido de vista el significado del servicio que
cumplían. Habían dejado de mirar más allá del
símbolo, a lo que significaba. Al presentar las
ofrendas de los sacrificios, eran como actores de
una pieza de teatro. Los ritos que Dios mismo
había ordenado eran trocados en medios de cegar la
mente y endurecer el corazón. Dios no podía hacer
ya más nada para el hombre por medio de ellos.
Todo el sistema debía ser desechado.
El engaño del pecado había llegado a su
culminación. Habían sido puestos en operación
todos los medios de depravar las almas de los
hombres. El Hijo de Dios, mirando al mundo,
contemplaba sufrimiento y miseria. Veía con
compasión cómo los hombres habían llegado a ser
víctimas de la crueldad satánica. Miraba con
piedad a aquellos a quienes se estaba
41
corrompiendo, matando y perdiendo. Habían
elegido a un gobernante que los encadenaba como
cautivos a su carro. Aturdidos y engañados
avanzaban en lóbrega procesión hacia la ruina
eterna, hacia la muerte en la cual no hay esperanza
de vida, hacia la noche que no ha de tener mañana.
Los agentes satánicos estaban incorporados con los
hombres. Los cuerpos de los seres humanos,
hechos para ser morada de Dios, habían llegado a
ser habitación de demonios. Los sentidos, los
nervios, las pasiones, los órganos de los hombres,
eran movidos por agentes sobrenaturales en la
complacencia de la concupiscencia más vil. La
misma estampa de los demonios estaba grabada en
los rostros de los hombres, que reflejaban la
expresión de las legiones del mal que los poseían.
Fue lo que contempló el Redentor del mundo. ¡Qué
espectáculo para la Pureza Infinita!
El pecado había llegado a ser una ciencia, y el
vicio era consagrado como parte de la religión. La
rebelión había hundido sus raíces en el corazón, y
la hostilidad del hombre era muy violenta contra el
cielo. Se había demostrado ante el universo que,
42
separada de Dios, la humanidad no puede ser
elevada. Un nuevo elemento de vida y poder tiene
que ser impartido por Aquel que hizo el mundo.
Con intenso interés, los mundos que no habían
caído habían mirado para ver a Jehová levantarse y
barrer a los habitantes de la tierra. Y si Dios
hubiese hecho esto, Satanás estaba listo para llevar
a cabo su plan de asegurarse la obediencia de los
seres celestiales. El había declarado que los
principios del gobierno divino hacen imposible el
perdón. Si el mundo hubiera sido destruido, habría
sostenido que sus acusaciones eran ciertas. Estaba
listo para echar la culpa sobre Dios, y extender su
rebelión a los mundos superiores. Pero en vez de
destruir al mundo, Dios envió a su Hijo para
salvarlo. Aunque en todo rincón de la provincia
enajenada se notaba corrupción y desafío, se
proveyó un modo de rescatarla. En el mismo
momento de la crisis, cuando Satanás parecía estar
a punto de triunfar, el Hijo de Dios vino como
embajador de la gracia divina. En toda época y en
todo momento, el amor de Dios se había
manifestado en favor de la especie caída. A pesar
43
de la perversidad de los hombres, hubo siempre
indicios de misericordia. Y llegada la plenitud del
tiempo, la Divinidad se glorificó derramando sobre
el mundo tal efusión de gracia sanadora, que no se
interrumpiría hasta que se cumpliese el plan de
salvación.
Satanás se estaba regocijando de que había
logrado degradar la imagen de Dios en la
humanidad. Entonces vino Jesús a restaurar en el
hombre la imagen de su Hacedor. Nadie, excepto
Cristo, puede amoldar de nuevo el carácter que ha
sido arruinado por el pecado. El vino para expulsar
a los demonios que habían dominado la voluntad.
Vino para levantarnos del polvo, para rehacer
según el modelo divino el carácter que había sido
mancillado, para hermosearlo con su propia gloria.
44
Capítulo 4
Un Salvador os es Nacido
EL REY de gloria se rebajó a revestirse de
humanidad. Tosco y repelente fue el ambiente que
le rodeó en la tierra. Su gloria se veló para que la
majestad de su persona no fuese objeto de
atracción. Rehuyó toda ostentación externa. Las
riquezas, la honra mundanal y la grandeza humana
no pueden salvar a una sola alma de la muerte;
Jesús se propuso que ningún halago de índole
terrenal atrajera a los hombres a su lado.
Únicamente la belleza de la verdad celestial debía
atraer a quienes le siguiesen. El carácter del Mesías
había sido predicho desde mucho antes en la
profecía, y él deseaba que los hombres le aceptasen
por el testimonio de la Palabra divina.
Los ángeles se habían maravillado del glorioso
plan de redención. Con atención miraban cómo el
pueblo de Dios iba a recibir a su Hijo, revestido
con el manto de la humanidad. Vinieron los
45
ángeles a la tierra del pueblo elegido. Las otras
naciones creían en fábulas y adoraban falsos
dioses. Pero los ángeles fueron a la tierra donde la
gloria de Dios se había revelado y había
resplandecido la luz de la profecía. Vinieron sin ser
vistos a Jerusalén, se acercaron a los que debían
exponer los Sagrados Oráculos, a los ministros de
la casa de Dios. Ya había sido anunciada al
sacerdote Zacarías la proximidad de la venida de
Cristo, mientras servía ante el altar. Ya había
nacido el precursor, y su misión estaba corroborada
por milagros y profecías. Habían cundido las
nuevas de su nacimiento y del maravilloso
significado de su misión. Y sin embargo, Jerusalén
no se preparaba para dar la bienvenida a su
Redentor.
Los mensajeros celestiales contemplaban con
asombro la indiferencia de aquel pueblo a quien
Dios llamara a comunicar al mundo la luz de la
verdad sagrada. La nación judía había sido
conservada como testigo de que Cristo había de
nacer de la simiente de Abrahán y del linaje de
David; y sin embargo, no sabía que su venida se
46
acercaba. En el templo, el sacrificio matutino y el
vespertino señalaban diariamente al Cordero de
Dios; sin embargo, ni aun allí se habían hecho los
preparativos para recibirle. Los sacerdotes y
maestros de la nación no sabían que estaba por
acontecer el mayor suceso de los siglos. Repetían
sus rezos sin sentido y ejecutaban los ritos del culto
para ser vistos de los hombres, pero en su lucha
para obtener riquezas y honra mundanal, no
estaban preparados para la revelación del Mesías.
Y la misma indiferencia reinaba en toda la tierra de
Israel. Los corazones egoístas y amantes del
mundo no se conmovían por el gozo que
embargaba a todo el cielo. Sólo unos pocos
anhelaban ver al Invisible. A los tales fue enviada
la embajada celestial.
Hubo ángeles que acompañaron a José y María
en su viaje de Nazaret a la ciudad de David. El
edicto de la Roma imperial para empadronar a los
pueblos de sus vastos dominios alcanzó hasta los
moradores de las colinas de Galilea. Como antaño
Ciro fue llamado al trono del imperio universal
para que libertase a los cautivos de Jehová, así
47
también Augusto César hubo de cumplir el
propósito de Dios de traer a la madre de Jesús a
Belén. Ella era del linaje de David; y el Hijo de
David debía nacer en la ciudad de David. De
Belén, había dicho el profeta, "saldrá el que será
Señor en Israel; cuya procedencia es * desde el
principio, desde los días de la eternidad."(Miqueas
5:2) Pero José y María no fueron reconocidos ni
honrados en la ciudad de su linaje real. Cansados y
sin hogar, siguieron en toda su longitud la estrecha
calle, desde la puerta de la ciudad hasta el extremo
oriental, buscando en vano un lugar donde pasar la
noche. No había sitio para ellos en la atestada
posada. Por fin, hallaron refugio en un tosco
edificio que daba albergue a las bestias, y allí nació
el Redentor del mundo.
Sin que lo supieran los hombres, las nuevas
llenaron el cielo de regocijo. Los seres santos del
mundo de luz se sintieron atraídos hacia la tierra
por un interés más profundo y tierno. El mundo
entero quedó más resplandeciente por la presencia
del Redentor. Sobre los collados de Belén se
reunieron innumerables ángeles a la espera de una
48
señal para declarar las gratas nuevas al mundo. Si
los dirigentes de Israel hubieran sido fieles, podrían
haber compartido el gozo de anunciar el
nacimiento de Jesús. Pero hubo que pasarlos por
alto.
Dios declaró: "Derramaré aguas sobre el
secadal, y ríos sobre la tierra árida." "Resplandeció
en las tinieblas luz a los rectos."(Isaías 44:3,
Salmos 112:4) Para los que busquen la luz, y la
acepten con alegría, brillarán los esplendentes
rayos del trono de Dios.
En los campos donde el joven David apacentara
sus rebaños, había todavía pastores que velaban.
Durante las silenciosas horas de la noche, hablaban
del Salvador prometido, y oraban por la venida del
Rey al trono de David. "Y he aquí el ángel del
Señor vino sobre ellos, y la claridad de Dios los
cercó de resplandor; y tuvieron gran temor. Mas el
ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy
nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo:
Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un
Salvador, que es Cristo el Señor."
49
Al oír estas palabras, las mentes de los atentos
pastores se llenaron de visiones gloriosas. ¡El
Libertador había nacido en Israel! Con su llegada,
se asociaban el poder, la exaltación, el triunfo. Pero
el ángel debía prepararlos para reconocer a su
Salvador en la pobreza y humillación. "Esto os será
por señal –les dijo:– hallaréis al niño envuelto en
pañales, echado en un pesebre."
El mensajero celestial había calmado sus
temores. Les había dicho cómo hallar a Jesús. Con
tierna consideración por su debilidad humana, les
había dado tiempo para acostumbrarse al
resplandor divino. Luego el gozo y la gloria no
pudieron ya mantenerse ocultos. Toda la llanura
quedó iluminada por el resplandor de las huestes
divinas. La tierra enmudeció, y el cielo se inclinó
para escuchar el canto:
"Gloria en las alturas a Dios, y en la tierra paz,
buena voluntad para con los hombres."
¡Ojalá la humanidad pudiese reconocer hoy
50
aquel canto! La declaración hecha entonces, la nota
pulsada, irá ampliando sus ecos hasta el fin del
tiempo, y repercutirá hasta los últimos confines de
la tierra. Cuando el Sol de justicia salga, con
sanidad en sus alas, aquel himno será repetido por
la voz de una gran multitud, como la voz de
muchas aguas, diciendo: "Aleluya: porque reinó el
Señor nuestro Dios Todopoderoso."(Apocalipsis
19:6)
Al desaparecer los ángeles, la luz se disipó, y
las tinieblas volvieron a invadir las colinas de
Belén. Pero en la memoria de los pastores quedó el
cuadro
más
resplandeciente
que
hayan
contemplado los ojos humanos. "Y aconteció que
como los ángeles se fueron de ellos al cielo, los
pastores dijeron los unos a los otros: Pasemos pues
hasta Bethlehem, y veamos esto que ha sucedido,
que el Señor nos ha manifestado. Y vinieron aprisa,
y hallaron a María, y a José, y al niño acostado en
el pesebre."
Con gran gozo salieron y dieron a conocer
cuanto habían visto y oído. "Y todos los que
51
oyeron, se maravillaban de lo que los pastores les
decían. Mas María guardaba todas estas cosas,
confiriéndolas en su corazón. Y se volvieron los
pastores glorificando y alabando a Dios."
El cielo y la tierra no están más alejados hoy
que cuando los pastores oyeron el canto de los
ángeles. La humanidad sigue hoy siendo objeto de
la solicitud celestial tanto como cuando los
hombres comunes, de ocupaciones ordinarias, se
encontraban con los ángeles al mediodía, y
hablaban con los mensajeros celestiales en las
viñas y los campos. Mientras recorremos las sendas
humildes de la vida, el cielo puede estar muy cerca
de nosotros. Los ángeles de los atrios celestes
acompañarán los pasos de aquellos que vayan y
vengan a la orden de Dios.
La historia de Belén es un tema inagotable. En
ella se oculta la "profundidad de las riquezas de la
sabiduría y de la ciencia de Dios."(Romanos 11:33)
Nos asombra el sacrificio realizado por el Salvador
al trocar el trono del cielo por el pesebre, y la
compañía de los ángeles que le adoraban por la de
52
las bestias del establo. La presunción y el orgullo
humanos quedan reprendidos en su presencia. Sin
embargo, aquello no fue sino el comienzo de su
maravillosa condescendencia. Habría sido una
humillación casi infinita para el Hijo de Dios
revestirse de la naturaleza humana, aun cuando
Adán poseía la inocencia del Edén. Pero Jesús
aceptó la humanidad cuando la especie se hallaba
debilitada por cuatro mil años de pecado. Como
cualquier hijo de Adán, aceptó los efectos de la
gran ley de la herencia. Y la historia de sus
antepasados terrenales demuestra cuáles eran
aquellos efectos. Mas él vino con una herencia tal
para compartir nuestras penas y tentaciones, y
darnos el ejemplo de una vida sin pecado.
En el cielo, Satanás había odiado a Cristo por la
posición que ocupara en las cortes de Dios. Le odió
aun más cuando se vio destronado. Odiaba a Aquel
que se había comprometido a redimir a una raza de
pecadores. Sin embargo, a ese mundo donde
Satanás pretendía dominar, permitió Dios que
bajase su Hijo, como niño impotente, sujeto a la
debilidad humana. Le dejó arrostrar los peligros de
53
la vida en común con toda alma humana, pelear la
batalla como la debe pelear cada hijo de la familia
humana, aun a riesgo de sufrir la derrota y la
pérdida eterna.
El corazón del padre humano se conmueve por
su hijo. Mientras mira el semblante de su hijito,
tiembla al pensar en los peligros de la vida. Anhela
escudarlo del poder de Satanás, evitarle las
tentaciones y los conflictos. Mas Dios entregó a su
Hijo unigénito para que hiciese frente a un
conflicto más acerbo y a un riesgo más espantoso,
a fin de que la senda de la vida fuese asegurada
para nuestros pequeñuelos. "En esto consiste el
amor." ¡Maravillaos, oh cielos! ¡Asómbrate, oh
tierra!
54
Capítulo 5
La Dedicación
COMO cuarenta días después del nacimiento
de Jesús, José y María le llevaron a Jerusalén, para
presentarle al Señor y ofrecer sacrificio. Ello estaba
de acuerdo con la ley judaica, y como substituto
del hombre, Jesús debía conformarse a la ley en
todo detalle. Ya había sido sometido al rito de la
circuncisión, en señal de su obediencia a la ley.
Como ofrenda a favor de la madre, la ley exigía
un cordero de un año como holocausto, y un
pichón de paloma como ofrenda por el pecado.
Pero la ley estatuía que si los padres eran
demasiado pobres para traer un cordero, podía
aceptarse un par de tórtolas o de pichones de
palomas, uno para holocausto y el otro como
ofrenda por el pecado.
Las ofrendas presentadas al Señor debían ser
sin mácula. Estas ofrendas representaban a Cristo,
55
y por ello es evidente que Jesús mismo estaba
exento de toda deformidad física. Era el "cordero
sin mancha y sin contaminación.'(1 Pedro 1:19) Su
organismo físico no era afeado por defecto alguno;
su cuerpo era sano y fuerte. Y durante toda su vida
vivió en conformidad con las leyes de la
naturaleza. Tanto física como espiritualmente, era
un ejemplo de lo que Dios quería que fuese toda la
humanidad mediante la obediencia a sus leyes.
La dedicación de los primogénitos se
remontaba a los primeros tiempos. Dios había
prometido el Primogénito del cielo para salvar al
pecador. Este don debía ser reconocido en toda
familia por la consagración del primer hijo. Había
de ser dedicado al sacerdocio, como representante
de Cristo entre los hombres.
Cuando Israel fue librado de Egipto, la
dedicación de los primogénitos fue ordenada de
nuevo. Mientras los hijos de Israel servían a los
egipcios, el Señor indicó a Moisés que fuera al rey
de Egipto y le dijera: "Jehová ha dicho así: Israel es
mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes
56
ir a mi hijo para que me sirva, mas no has querido
dejarlo ir: he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu
primogénito."(Éxodo 4:22,23)
Moisés dio su mensaje; pero la respuesta del
orgulloso monarca fue: "¿Quién es Jehová, para
que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no
conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a
Israel."(Éxodo 5:2) Jehová obró en favor de su
pueblo mediante señales y prodigios, y envió
terribles juicios sobre el faraón. Por fin el ángel
destructor recibió la orden de matar a los
primogénitos de hombres y animales de entre los
egipcios. A fin de que fuesen perdonados, los
israelitas recibieron la indicación de rociar sus
dinteles con la sangre de un cordero inmolado.
Cada casa había de ser señalada, a fin de que
cuando pasase el ángel en su misión de muerte,
omitiera los hogares de los israelitas.
Después de enviar este castigo sobre Egipto,
Jehová dijo a Moisés: "Santifícame todo
primogénito, . . . así de los hombres como de los
animales: mío es." "Porque . . . desde el día que yo
57
maté todos los primogénitos en la tierra de Egipto,
yo santifiqué a mí todos los primogénitos en Israel,
así de hombres como de animales: míos serán: Yo
Jehová."(Éxodo 13:2, Números 3:13) Una vez
establecido el servicio del tabernáculo, el Señor
eligió a la tribu de Leví en lugar de los
primogénitos de todo Israel, para que sirviese en su
santuario. Pero debía seguir considerándose a los
primogénitos como propiedad del Señor, y debían
ser redimidos por rescate.
Así que la ley de presentar a los primogénitos
era muy significativa. Al par que conmemoraba el
maravilloso libramiento de los hijos de Israel por el
Señor, prefiguraba una liberación mayor que
realizaría el unigénito Hijo de Dios. Así como la
sangre rociada sobre los dinteles había salvado a
los primogénitos de Israel, tiene la sangre de Cristo
poder para salvar al mundo.
¡Cuánto significado tenía, pues, la presentación
de Cristo! Mas el sacerdote no vio a través del
velo; no leyó el misterio que encubría. La
presentación de los niños era escena común. Día
58
tras día, el sacerdote recibía el precio del rescate al
ser presentados los niños a Jehová. Día tras día
cumplía con la rutina de su trabajo, casi sin prestar
atención a padres o niños, a menos que notase
algún indicio de riqueza o de alta posición social en
los padres. José y María eran pobres; y cuando
vinieron con el niño, el sacerdote no vio sino a un
hombre y una mujer vestidos como los galileos, y
con las ropas más humildes. No había en su
aspecto nada que atrajese la atención, y
presentaban tan sólo la ofrenda de las clases más
pobres.
El sacerdote cumplió la ceremonia oficial.
Tomó al niño en sus brazos, y le sostuvo delante
del altar. Después de devolverlo a su madre,
inscribió el nombre "Jesús" en el rollo de los
primogénitos. No sospechó, al tener al niñito en sus
brazos, que se trataba de la Majestad del Cielo, el
Rey de Gloria. No pensó que ese niño era Aquel de
quien Moisés escribiera: "El Señor vuestro Dios os
levantará profeta de vuestros hermanos, como yo; a
él oiréis en todas las cosas que os hablare."(Hechos
3:22) No pensó que ese niño era Aquel cuya gloria
59
Moisés había pedido ver. Pero el que estaba en los
brazos del sacerdote era mayor que Moisés; y
cuando dicho sacerdote registró el nombre del
niño, registró el nombre del que era el fundamento
de toda la economía judaica. Este nombre había de
ser su sentencia de muerte; pues el sistema de
sacrificios y ofrendas envejecía; el tipo había
llegado casi a su prototipo, la sombra a su
substancia.
La presencia visible de Dios se había apartado
del santuario, mas en el niño de Belén estaba
velada la gloria ante la cual los ángeles se postran.
Este niño inconsciente era la Simiente prometida,
señalada por el primer altar erigido ante la puerta
del Edén. Era Shiloh, el pacificador. Era Aquel que
se presentara a Moisés como el YO SOY. Era
Aquel que, en la columna de nube y de fuego,
había guiado a Israel. Era Aquel, que de antiguo
predijeran los videntes. Era el Deseado de todas las
gentes, la Raíz, la Posteridad de David, la brillante
Estrella de la Mañana. El nombre de aquel niñito
impotente, inscrito en el registro de Israel como
Hermano nuestro, era la esperanza de la humanidad
60
caída. El niño por quien se pagara el rescate era
Aquel que había de pagar la redención de los
pecados del mundo entero. Era el verdadero "gran
sacerdote sobre la casa de Dios," la cabeza de "un
sacerdocio inmutable," el intercesor "a la diestra de
la Majestad en las alturas."(Hebreos 10:21, 7:24,
1:3)
Las
cosas
espirituales
se
disciernen
espiritualmente. En el templo, el Hijo de Dios fue
dedicado a la obra que había venido a hacer. El
sacerdote le miró como a cualquier otro niño. Pero
aunque él no vio ni sintió nada insólito, el acto de
Dios al dar a su Hijo al mundo no pasó inadvertido.
Esta ocasión no pasó sin algún reconocimiento del
Cristo. "Había un hombre en Jerusalem, llamado
Simeón, y este hombre, justo y pío, esperaba la
consolación de Israel: y el Espíritu Santo era sobre
él. Y había recibido respuesta del Espíritu Santo,
que no vería la muerte antes que viese al Cristo del
Señor."
Al entrar Simeón en el templo, vio a una
familia que presentaba su primogénito al sacerdote.
61
Su aspecto indicaba pobreza; pero Simeón
comprendió las advertencias del Espíritu, y tuvo la
profunda impresión de que el niño presentado al
Señor era la Consolación de Israel, Aquel a quien
tanto había deseado ver. Para el sacerdote
asombrado, Simeón era un hombre arrobado en
éxtasis. El niño había sido devuelto a María, y él lo
tomó en sus brazos y lo presentó a Dios, mientras
que inundaba su alma un gozo que nunca sintió
antes. Mientras elevaba al Niño Salvador hacia el
cielo, exclamó: "Ahora despides, Señor, a tu
siervo, conforme a tu palabra, en paz; porque han
visto mis ojos tu salvación, la cual has aparejado en
presencia de todos los pueblos; luz para ser
revelada a los Gentiles, y la gloria de tu pueblo
Israel."
El espíritu de profecía estaba sobre este hombre
de Dios, y mientras que José y María permanecían
allí, admirados de sus palabras, los bendijo, y dijo a
María: "He aquí, éste es puesto para caída y para
levantamiento de muchos en Israel; y para señal a
la que será contradicho [blanco de contradicción,
V. M.]; y una espada traspasará tu alma de ti
62
misma, para que sean manifestados
pensamientos de muchos corazones."
los
También Ana la profetisa vino y confirmó el
testimonio de Simeón acerca de Cristo. Mientras
hablaba Simeón, el rostro de ella se iluminó con la
gloria de Dios, y expresó su sentido
agradecimiento por habérsele permitido contemplar
a Cristo el Señor.
Estos humildes adoradores no habían estudiado
las profecías en vano. Pero los que ocupaban los
puestos de gobernantes y sacerdotes en Israel,
aunque habían tenido delante de sí los preciosos
oráculos proféticos, no andaban en el camino del
Señor, y sus ojos no estaban abiertos para
contemplar la Luz de la vida.
Así sucede todavía. Pasan inadvertidos para los
dirigentes religiosos y para los que adoran en la
casa de Dios, acontecimientos en los cuales se
concentra la atención de todo el cielo. Los hombres
reconocen a Cristo en la historia mientras se
apartan del Cristo viviente. El Cristo que en su
63
Palabra invita a la abnegación, el que está en los
pobres y dolientes que suplican ayuda, en la causa
justa que entraña pobreza, trabajos y oprobio, no es
recibido más ávidamente hoy que hace mil
ochocientos años.
María reflexionó en la amplia y profunda
profecía de Simeón. Mientras miraba al niño que
tenía en sus brazos, y recordaba las palabras de los
pastores de Belén, rebosaba de gozo agradecido y
alegre esperanza. Las palabras de Simeón le
recordaban las declaraciones proféticas de Isaías:
"Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago
retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el
espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de
inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de conocimiento y de temor de Jehová.... Y
será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad
ceñidor de sus riñones." "El pueblo que andaba en
tinieblas vio gran luz: los que moraban en tierra de
sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos....
Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y
el principado sobre su hombro: y llamaráse su
nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre
64
eterno, Príncipe de paz."(Isaías 11:1-5, 9:2-6)
Sin embargo, María no entendía la misión de
Cristo. En su profecía, Simeón lo había
denominado luz que iba a ser revelada a los
gentiles, y gloria de Israel. Así también los ángeles
habían anunciado el nacimiento de Cristo como
nuevas de gozo para todos los pueblos. Dios estaba
tratando de corregir el estrecho concepto de los
judíos respecto de la obra del Mesías. Deseaba que
le contemplasen, no sólo como el libertador de
Israel, sino como Redentor del mundo. Pero debían
transcurrir muchos años antes de que la madre de
Jesús comprendiese la misión de él.
María esperaba el reinado del Mesías en el
trono de David, pero no veía el bautismo de
sufrimiento por cuyo medio debía ganarlo. Simeón
reveló el hecho de que el Mesías no iba a encontrar
una senda expedita por el mundo. En las palabras
dirigidas a María: "Una espada traspasará tu alma,"
Dios, en su misericordia, dio a conocer a la madre
de Jesús la angustia que por él ya había empezado
a sufrir.
65
"He aquí -había dicho Simeón, – éste es puesto
para caída y para levantamiento de muchos en
Israel; y para señal a la que será contradicho."
Deben caer los que quieren volverse a levantar.
Debemos caer sobre la Roca y ser quebrantados,
antes que podamos ser levantados en Cristo. El yo
debe ser destronado, el orgullo debe ser humillado,
si queremos conocer la gloria del reino espiritual.
Los judíos no querían aceptar la honra que se
alcanza por la humillación. Por lo tanto, no
quisieron recibir a su Redentor. Fue una señal
contradicha.
"Para que sean manifestados los pensamientos
de muchos corazones." A la luz de la vida del
Salvador, el corazón de cada uno, aun desde el
Creador hasta el príncipe de las tinieblas, será
revelado. Satanás presentaba a Dios como un ser
egoísta y opresor, que lo pedía todo y no daba
nada, que exigía el servicio de sus criaturas para su
propia gloria, sin hacer ningún sacrificio para su
bien. Pero el don de Cristo revela el corazón del
Padre. Testifica que los pensamientos de Dios
66
hacia nosotros son "pensamientos de paz, y no de
mal."(Jeremías 29:11) Declara que aunque el odio
que Dios siente por el pecado es tan fuerte como la
muerte, su amor hacia el pecador es más fuerte que
la muerte. Habiendo emprendido nuestra
redención, no escatimará nada, por mucho que le
cueste, de lo que sea necesario para la terminación
de su obra. No se retiene ninguna verdad esencial
para nuestra salvación, no se omite ningún milagro
de misericordia, no se deja sin empleo ningún
agente divino. Se acumula un favor sobre otro, una
dádiva sobre otra. Todo el tesoro del cielo está
abierto a aquellos a quienes él trata de salvar.
Habiendo reunido las riquezas del universo, y
abierto los recursos de la potencia infinita, lo
entrega todo en las manos de Cristo y dice: Todas
estas cosas son para el hombre. Úsalas para
convencerlo de que no hay mayor amor que el mío
en la tierra o en el cielo. Amándome hallará su
mayor felicidad.
En la cruz del Calvario, el amor y el egoísmo se
encontraron frente a frente. Allí fue hecha su
manifestación culminante. Cristo había vivido tan
67
sólo para consolar y bendecir, y al darle muerte,
Satanás manifestó la perversidad de su odio contra
Dios. Hizo evidente que el propósito verdadero de
su rebelión era destronar a Dios, y destruir a Aquel
por quien el amor de Dios se manifestaba.
Por la vida y la muerte de Cristo, los
pensamientos de los hombres son puestos en
evidencia. Desde el pesebre hasta la cruz, la vida
de Jesús fue una vocación de entrega de sí mismo,
y de participación en los sufrimientos. Reveló los
propósitos de los hombres. Jesús vino con la
verdad del cielo, y todos los que escucharon la voz
del Espíritu Santo fueron atraídos a él. Los que se
adoraban a sí mismos pertenecían al reino de
Satanás. En su actitud hacia Cristo, todos iban a
demostrar en qué lado estaban. Y así cada uno
pronuncia juicio sobre sí mismo.
En el día del juicio final, cada alma perdida
comprenderá la naturaleza de su propio
rechazamiento de la verdad. Se presentará la cruz y
toda mente que fue cegada por la transgresión verá
su verdadero significado. Ante la visión del
68
Calvario con su Víctima misteriosa, los pecadores
quedarán condenados. Toda excusa mentirosa
quedará anulada. La apostasía humana aparecerá en
su odioso carácter. Los hombres verán lo que fue
su elección. Toda cuestión de verdad y error en la
larga controversia quedará entonces aclarada. A
juicio del universo, Dios quedará libre de toda
culpa por la existencia o continuación del mal. Se
demostrará que los decretos divinos no son
accesorios al pecado. No había defecto en el
gobierno de Dios, ni causa de desafecto. Cuando
los pensamientos de todos los corazones sean
revelados, tanto los leales como los rebeldes se
unirán para declarar: "Justos y verdaderos son tus
caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá,
oh Señor, y engrandecerá tu nombre? . . . Porque
tus juicios son manifestados."(Apocalipsis 15:3,4)
69
Capítulo 6
"Su Estrella Hemos Visto"
"Y COMO fue nacido Jesús en Bethlehem de
Judea en días del rey Herodes, he aquí unos magos
vinieron del oriente a Jerusalem, diciendo: ¿Dónde
está el Rey de los Judíos, que ha nacido? porque su
estrella hemos visto en el oriente, y venimos a
adorarle." Los magos del Oriente eran filósofos.
Pertenecían a la clase numerosa e influyente, que
incluía hombres de noble alcurnia y poseía gran
parte de las riquezas y del saber de su nación. Entre
ellos había muchos que explotaban la credulidad
del pueblo. Otros eran hombres rectos que
estudiaban las manifestaciones de la Providencia
en la naturaleza, y eran honrados por su integridad
y sabiduría. De este carácter eran los magos que
vinieron a Jesús.
La luz de Dios está siempre resplandeciendo
aun en medio de las tinieblas del paganismo.
Mientras estos magos estudiaban los cielos
70
tachonados de estrellas, y trataban de escudriñar el
oculto misterio de sus brillantes derroteros,
contemplaban la gloria del Creador. Buscando un
conocimiento más claro, se dirigieron a las
Escrituras hebreas. En su propia tierra, se
conservaban escritos proféticos que predecían la
llegada de un maestro divino. Balaam era uno de
esos magos, aunque fuera en un tiempo profeta de
Dios; por el Espíritu Santo había predicho la
prosperidad de Israel y la aparición del Mesías; y
sus profecías se habían transmitido por la tradición
de siglo en siglo. Pero en el Antiguo Testamento, el
advenimiento del Salvador se revelaba más
claramente. Con gozo supieron los magos que su
venida se acercaba, y que todo el mundo iba a
quedar lleno del conocimiento de la gloria de
Jehová.
Los magos habían visto una luz misteriosa en
los cielos la noche en que la gloria de Dios inundó
las colinas de Belén. Al desvanecerse la luz,
apareció una estrella luminosa que permaneció en
los cielos. No era una estrella fija ni un planeta, y
el fenómeno excitó el mayor interés. Esa estrella
71
era un distante grupo de resplandecientes ángeles,
pero los sabios lo ignoraban. Sin embargo, tenían
la impresión de que la estrella era de especial
importancia para ellos. Consultaron a los
sacerdotes y filósofos, y examinaron los rollos de
los antiguos anales. La profecía de Balaam
declaraba: "Saldrá estrella de Jacob, y levantaráse
cetro de Israel.'(Números 24:17) ¿Podría haber sido
enviada esta extraña estrella como precursora del
Prometido? Los magos habían recibido con
gratitud la luz de la verdad enviada por el cielo;
ahora esa luz se derramaba sobre ellos en rayos
más brillantes. En sueños, recibieron la indicación
de ir en busca del Príncipe recién nacido.
Así como por la fe Abrahán salió al
llamamiento de Dios, "sin saber dónde
iba;"(Hebreos 11:8) así como por la fe Israel siguió
la columna de nube hasta la tierra prometida, estos
gentiles salieron para hallar al Salvador prometido.
En el Oriente abundaban las cosas preciosas, y los
magos no salieron con las manos vacías. Era
costumbre ofrecer presentes como acto de
homenaje a los príncipes u otros personajes
72
encumbrados, y los magos llevaron los más ricos
dones de su tierra como ofrenda a Aquel en quien
todas las familias de la tierra iban a ser bendecidas.
Era necesario viajar de noche a fin de poder ver la
estrella; pero los viajeros pasaban el tiempo
repitiendo sus dichos tradicionales y oráculos
proféticos relativos a Aquel a quien buscaban. En
cada descanso, escudriñaban las profecías; y se
afirmaba en ellos la convicción de que eran
guiados divinamente. Mientras tenían la estrella
por delante como señal externa, tenían también la
evidencia interna del Espíritu Santo que estaba
impresionando sus corazones, y les inspiraba
esperanza. El viaje, aunque largo, fue para ellos
muy feliz.
Cuando llegaron a la tierra de Israel, y mientras
bajaban del monte de las Olivas, teniendo a
Jerusalén a la vista, he aquí que la estrella que los
había guiado durante todo el camino se detuvo
sobre el templo, y después de un momento
desapareció de su vista. Con avidez aceleraron el
paso, esperando con toda confianza que el
nacimiento del Mesías sería el motivo de toda
73
conversación. Pero preguntaron en vano al
respecto. Entrando en la ciudad santa, se dirigieron
hacia el templo. Para su gran asombro, no
encontraron allí nadie que pareciese saber nada del
recién nacido Rey. Sus preguntas no provocaban
expresiones de gozo, sino más bien de sorpresa y
temor, y hasta de desprecio.
Los sacerdotes repetían tradiciones, Hacían
alarde de su religión y de su piedad personal,
mientras denunciaban a los griegos y romanos
como paganos, y más pecadores que los demás.
Los magos no eran idólatras, y a la vista de Dios
ocupaban una posición mucho más elevada que
aquellos que profesaban adorarle; y sin embargo,
los judíos los consideraban paganos. Aun entre
aquellos que fueron designados guardianes de los
Santos Oráculos, sus ávidas preguntas no
despertaron simpatía.
La noticia de la llegada de los magos cundió
rápidamente por toda Jerusalén. Su extraña misión
creó agitación entre el pueblo, agitación que
penetró hasta en el palacio del rey Herodes. El
74
astuto idumeo quedó perturbado por la insinuación
de que pudiese tener un rival. Innumerables
crímenes habían manchado el camino de su
ascensión al trono. Por ser de sangre extranjera, era
odiado por el pueblo sobre el cual reinaba. Su
única seguridad estribaba en el favor de Roma.
Pero este nuevo príncipe tenía un derecho superior.
Había nacido para el reino.
Herodes temió que los sacerdotes estuviesen
maquinando con los extranjeros para excitar un
tumulto popular que lo destronase. Sin embargo,
ocultó su desconfianza, resuelto a hacer abortar sus
planes por una astucia superior. Reuniendo a los
príncipes de los sacerdotes y escribas, los interrogó
acerca de lo que enseñaban sus libros sagrados con
respecto al lugar en que había de nacer el Mesías.
Esta investigación del que usurpara el trono,
hecha a petición de unos extranjeros, hirió el
orgullo de los maestros judíos. La indiferencia con
que se refirieron a los rollos de la profecía airó al
celoso tirano. Pensó que estaban tratando de
ocultarle su conocimiento del asunto. Con una
75
autoridad que no se atrevían a despreciar, les
ordenó que escudriñasen atentamente y le
declarasen el lugar donde debía nacer el Rey que
esperaban. "Y ellos le dijeron: En Bethlehem de
Judea; porque así está escrito por el profeta:
"Y tú, Bethlehem, de tierra de Judá,
no eres muy pequeña entre los príncipes de
Judá;
porque de ti saldrá un guiador,
que apacentará a mi pueblo Israel."
Herodes invitó entonces a los magos a
entrevistarse privadamente con él. Dentro de su
corazón, rugía una tempestad de ira y temor, pero
conservaba un exterior sereno, y recibió
cortésmente a los extranjeros. Indagó acerca del
tiempo en que les había aparecido la estrella, y
simuló saludar con gozo la indicación del
nacimiento de Cristo. Dijo a sus visitantes: "Andad
allá, y preguntad con diligencia por el niño; y
después que le hallareis, hacédmelo saber, para que
yo también vaya y le adore." Y así diciendo, los
despidió para que fuesen a Belén.
76
Los sacerdotes y ancianos de Jerusalén no eran
tan ignorantes acerca del nacimiento de Cristo
como aparentaban. El informe de la visita de los
ángeles a los pastores había sido llevado a
Jerusalén, pero los rabinos lo habían considerado
indigno de su atención. Ellos podrían haber
encontrado a Jesús, y haber estado listos para
conducir a los magos al lugar donde naciera; pero
en vez de ello, los sabios vinieron a llamarles la
atención al nacimiento del Mesías. "¿Dónde está el
Rey de los Judíos que ha nacido? -dijeron;- porque
su estrella hemos visto en el orientes y venimos a
adorarle."
Entonces el orgullo y la envidia cerraron la
puerta a la luz. Si los informes traídos por los
pastores y los magos habían de ser aceptados, eso
colocaba a los sacerdotes y rabinos en una posición
poco envidiable, pues desmentía su pretensión de
ser exponentes de la verdad de Dios. Esos sabios
maestros no querían rebajarse a recibir
instrucciones de aquellos a quienes llamaban
paganos. No podía ser, razonaban, que Dios los
hubiera pasado por alto para comunicarse con
77
pastores ignorantes y gentiles incircuncisos.
Resolvieron demostrar su desprecio por los
informes que agitaban al rey Herodes y a toda
Jerusalén. Ni aun quisieron ir a Belén para ver si
esas cosas eran así. E indujeron al pueblo a
considerar el interés en Jesús como una excitación
fanática. Así empezaron a rechazar a Cristo los
sacerdotes y rabinos. Desde entonces, su orgullo y
terquedad fueron en aumento hasta transformarse
en odio arraigado contra el Salvador. Mientras
Dios estaba abriendo la puerta a los gentiles, los
dirigentes judíos se la estaban cerrando a sí
mismos.
Los magos salieron solos de Jerusalén. Las
sombras de la noche iban cayendo cuando pasaron
por las puertas, pero para gran gozo suyo volvieron
a ver la estrella, y ella los encaminó hacia Belén.
Ellos no habían recibido ninguna indicación del
humilde estado de Jesús, como la que había sido
dada a los pastores. Después del largo viaje, se
quedaron desilusionados por la indiferencia de los
dirigentes judíos, y habían salido de Jerusalén con
menos confianza que cuando entraron en la ciudad.
78
En Belén, no encontraron ninguna guardia real para
proteger al recién nacido Rey. No le asistía
ninguno de los hombres honrados por el mundo.
Jesús se hallaba acostado en un pesebre. Sus
padres, campesinos sin educación, eran sus únicos
guardianes. ¿Podía ser aquel niño el personaje de
quien se había escrito que había de "levantar las
tribus de Jacob" y restaurar "los asolamientos de
Israel;" que sería "luz de las gentes," y "salud hasta
lo postrero de la tierra"?(Isaías 49:6)
"Y entrando en la casa, vieron al niño con su
madre María, y postrándose, le adoraron." Bajo el
humilde disfraz de Jesús, reconocieron la presencia
de la divinidad. Le dieron sus corazones como a su
Salvador, y entonces sacaron sus presentes, "oro e
incienso y mirra." ¡Qué fe la suya! Podría haberse
dicho de los magos del Oriente, como se dijo más
tarde del centurión romano: "Ni aun en Israel he
hallado fe tanta."(Mateo 8:10)
Los magos no habían comprendido el designio
de Herodes hacia Jesús. Cuando el objeto de su
viaje fue logrado, se prepararon para volver a
79
Jerusalén, y se proponían darle cuenta de su éxito.
Pero en un sueño recibieron una orden divina de no
comunicarse más con él. Evitando pasar por
Jerusalén, emprendieron el viaje de regreso a su
país por otro camino. Igualmente José recibió
advertencia de huir a Egipto con María y el niño. Y
el ángel dijo: "Estáte allá hasta que yo te lo diga;
porque ha de acontecer, que Herodes buscará al
niño para matarle." José obedeció sin dilación,
emprendiendo viaje de noche para mayor
seguridad.
Mediante los magos, Dios había llamado la
atención de la nación judía al nacimiento de su
Hijo. Sus investigaciones en Jerusalén, el interés
popular que excitaron, y aun los celos de Herodes,
cosas que atrajeron la atención de los sacerdotes y
rabinos, dirigieron los espíritus a las profecías
concernientes al Mesías, y al gran acontecimiento
que acababa de suceder.
Satanás estaba resuelto a privar al mundo de la
luz divina, y empleó su mayor astucia para destruir
al Salvador. Pero Aquel que nunca dormita ni
80
duerme, velaba sobre su amado Hijo. Aquel que
había hecho descender maná del cielo para Israel, y
había alimentado a Elías en tiempo de hambre,
proveyó en una tierra pagana un refugio para María
y el niño Jesús. Y mediante los regalos de los
magos de un país pagano, el Señor suministró los
medios para el viaje a Egipto y la estada en esa
tierra extraña.
Los magos habían estado entre los primeros en
dar la bienvenida al Redentor. Su presente fue el
primero depositado a sus pies. Y mediante este
presente, ¡qué privilegio de servir tuvieron! Dios se
deleita en honrar la ofrenda del corazón que ama,
dándole la mayor eficacia en su servicio. Si hemos
dado nuestro corazón a Jesús, le traeremos también
nuestros donativos. Nuestro oro y plata, nuestras
posesiones terrenales más preciosas, nuestros
dones mentales y espirituales más elevados, serán
dedicados libremente a Aquel que nos amó y se dio
a sí mismo por nosotros.
Herodes
esperaba
impacientemente
en
Jerusalén el regreso de los magos. A medida que
81
transcurría el tiempo y ellos no aparecían, se
despertaron sus sospechas. La poca voluntad de los
rabinos para señalar el lugar del nacimiento del
Mesías parecía indicar que se habían dado cuenta
de su designio, y que los magos le evitaban a
propósito. Este pensamiento le enfurecía. La
astucia había fracasado, pero le quedaba el recurso
de la fuerza. Iba a hacer un escarmiento en este
niño rey. Aquellos altivos judíos verían lo que
podían esperar de sus tentativas de poner un
monarca en el trono.
Envió inmediatamente soldados a Belén con
órdenes de matar a todos los niños menores de dos
años. Los tranquilos hogares de la ciudad de David
presenciaron aquellas escenas de horror que seis
siglos antes habían sido presentadas al profeta.
"Voz fue oída en Ramá, grande lamentación, lloro
y gemido: Raquel que llora sus hijos; y no quiso
ser consolada, porque perecieron."
Los judíos habían traído esta calamidad sobre sí
mismos. Si hubiesen andado con fidelidad y
humildad delante de Dios, de alguna manera
82
señalada él habría hecho inofensiva para ellos la ira
del rey. Pero se habían separado de Dios por sus
pecados, y habían rechazado al Espíritu Santo que
era su único escudo. No habían estudiado las
Escrituras con el deseo de conformarse a la
voluntad de Dios. Habían buscado profecías que
pudiesen interpretarse de manera que los exaltaran
y demostraran que Dios despreciaba a todas las
demás naciones. Se jactaban orgullosamente de que
el Mesías había de venir como Rey, para vencer a
sus enemigos y hollar a los paganos en su ira. Así
habían excitado el odio de sus gobernantes, y por
su falsa presentación de la misión de Cristo,
Satanás se había propuesto lograr la destrucción del
Salvador; pero en vez de ello, esto se volvió sobre
sus cabezas.
Este acto de crueldad fue uno de los últimos
que ensombrecieron el reinado de Herodes. Poco
después de la matanza de los inocentes, cayó bajo
esa mano que nadie puede apartar. Sufrió una
muerte horrible.
José, que estaba todavía en Egipto, recibió
83
entonces de un ángel de Dios la orden de volver a
la tierra de Israel. Considerando a Jesús como
heredero del trono de David, José deseaba
establecerse en Belén; pero al saber que Arquelao
reinaba en Judea en lugar de su padre, temió que
los designios del padre contra Cristo fuesen
llevados a cabo por el hijo. De todos los hijos de
Herodes, Arquelao era el que más se le asemejaba
en carácter. Ya su advenimiento al gobierno había
sido señalado por un tumulto en Jerusalén y la
matanza de miles de judíos por los guardias
romanos.
Otra vez fue José dirigido a un lugar de
seguridad. Volvió a Nazaret, donde antes habitara,
y allí durante casi treinta años habitó Jesús, "para
que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas,
que había de ser llamado Nazareno." Galilea se
hallaba bajo el dominio de un hijo de Herodes,
pero tenía mayor proporción de habitantes
extranjeros que Judea. Por eso había menos interés
en los asuntos relacionados especialmente con los
judíos, y los derechos reales de Jesús propenderían
mucho menos a excitar los celos de los
84
gobernantes.
Tal fue la recepción del Salvador cuando vino a
la tierra. Parecía no haber lugar de descanso o de
seguridad para el niño Redentor. Dios no podía
confiar su amado Hijo a los hombres, ni aun
mientras llevaba a cabo su obra a favor de la
salvación de ellos. Comisionó a los ángeles para
que acompañasen a Jesús y le protegieran hasta que
cumpliese su misión en la tierra y muriera a manos
de aquellos a quienes había venido a salvar.
85
Capítulo 7
La Niñez de Cristo
JESÚS pasó su niñez y juventud en una aldea
de montaña. No había en la tierra lugar que no
habría resultado honrado por su presencia. Habría
sido un privilegio para los palacios reales recibirle
como huésped. Pero él pasó por alto las mansiones
de los ricos, las cortes reales y los renombrados
atrios del saber, para vivir en el obscuro y
despreciado pueblo de Nazaret.
Es admirable por su significado el breve relato
de sus primeros años: "Y el niño crecía, y
fortalecíase, y se henchía de sabiduría; y la gracia
de Dios era sobre él." En el resplandor del rostro de
su Padre, Jesús "crecía en sabiduría, y en edad, y
en gracia para con Dios y los hombres.'(Lucas
2:52) Su inteligencia era viva y aguda; tenía una
reflexión y una sabiduría que superaban a sus años.
Sin embargo, su carácter era de hermosa simetría.
Las facultades de su intelecto y de su cuerpo se
86
desarrollaban gradualmente, en armonía con las
leyes de la niñez.
Durante su infancia, Jesús manifestó una
disposición especialmente amable. Sus manos
voluntarias estaban siempre listas para servir a
otros. Revelaba una paciencia que nada podía
perturbar, y una veracidad que nunca sacrificaba la
integridad. En los buenos principios, era firme
como una roca, y su vida revelaba la gracia de una
cortesía desinteresada.
Con profundo interés, la madre de Jesús miraba
el desarrollo de sus facultades, y contemplaba la
perfección de su carácter. Con deleite trataba de
estimular esa mentalidad inteligente y receptiva.
Mediante el Espíritu Santo recibió sabiduría para
cooperar con los agentes celestiales en el desarrollo
de este niño que no tenía otro padre que Dios.
Desde los tiempos más remotos, los fieles de
Israel habían prestado mucha atención a la
educación de la juventud. El Señor había indicado
que, desde la más tierna infancia, debía enseñarse a
87
los niños su bondad y grandeza, especialmente en
la forma en que se revelaban en la ley divina y en
la historia de Israel. Los cantos, las oraciones y las
lecciones de las Escrituras debían adaptarse a los
intelectos en desarrollo. Los padres debían enseñar
a sus hijos que la ley de Dios es una expresión de
su carácter, y que al recibir los principios de la ley
en el corazón, la imagen de Dios se grababa en la
mente y el alma. Gran parte de la enseñanza era
oral; pero los jóvenes aprendían también a leer los
escritos hebreos; y podían estudiar los pergaminos
del Antiguo Testamento.
En los días de Cristo, el pueblo o ciudad que no
hacía provisión para la instrucción religiosa de los
jóvenes, se consideraba bajo la maldición de Dios.
Sin embargo, la enseñanza había llegado a ser
formalista. La tradición había suplantado en gran
medida a las Escrituras. La verdadera educación
debía inducir a los jóvenes a que "buscasen a Dios,
si en alguna manera, palpando, le hallen."(Hechos
17:27) Pero los maestros judíos dedicaban su
atención al ceremonial. Llenaban las mentes de
asuntos inútiles para el estudiante, que no podían
88
ser reconocidos en la escuela superior del cielo. La
experiencia que se obtiene por una aceptación
personal de la Palabra de Dios, no tenía cabida en
su sistema educativo. Absortos en las ceremonias
externas, los alumnos no encontraban tiempo para
pasar horas de quietud con Dios. No oían su voz
que hablaba al corazón. En su búsqueda de
conocimiento, se apartaban de la Fuente de la
sabiduría. Los grandes hechos esenciales del
servicio de Dios eran descuidados. Los principios
de la ley eran obscurecidos. Lo que se consideraba
como educación superior, era el mayor obstáculo
para el desarrollo verdadero. Bajo la preparación
que daban los rabinos, las facultades de la juventud
eran reprimidas. Su intelecto se paralizaba y
estrechaba.
El niño Jesús no recibió instrucción en las
escuelas de las sinagogas. Su madre fue su primera
maestra humana. De labios de ella y de los rollos
de los profetas, aprendió las cosas celestiales. Las
mismas palabras que él había hablado a Israel por
medio de Moisés, le fueron enseñadas sobre las
rodillas de su madre. Y al pasar de la niñez a la
89
adolescencia, no frecuentó las escuelas de los
rabinos. No necesitaba la instrucción que podía
obtenerse de tales fuentes, porque Dios era su
instructor. La pregunta hecha durante el ministerio
del Salvador "¿Cómo sabe éste letras, no habiendo
aprendido?"* no indica que Jesús no sabía leer,
sino meramente que no había recibido una
educación rabínica. Puesto que él adquirió saber
como
nosotros
podemos
adquirirlo,
su
conocimiento íntimo de las Escrituras nos
demuestra cuán diligentemente dedicó sus primeros
años al estudio de la Palabra de Dios. Delante de él
se extendía la gran biblioteca de las obras de Dios.
El que había hecho todas las cosas, estudió las
lecciones que su propia mano había escrito en la
tierra, el mar y el cielo. Apartado de los caminos
profanos del mundo, adquiría conocimiento
científico de la naturaleza. Estudiaba la vida de las
plantas, los animales y los hombres. Desde sus más
tiernos años, fue dominado por un propósito: vivió
para beneficiar a otros. Para ello, hallaba recursos
en la naturaleza; al estudiar la vida de las plantas y
de los animales concebía nuevas ideas de los
medios y modos de realizarlo. Continuamente
90
trataba de sacar de las cosas que veía ilustraciones
con las cuales presentar los vivos oráculos de Dios.
Las parábolas mediante las cuales, durante su
ministerio, le gustaba enseñar sus lecciones de
verdad, demuestran cuán abierto estaba su espíritu
a la influencia de la naturaleza, y cómo había
obtenido enseñanzas espirituales de las cosas que le
rodeaban en la vida diaria. Así se revelaba a Jesús
el significado de la Palabra y las obras de Dios,
mientras trataba de comprender la razón de las
cosas que veía. Le acompañaban los seres
celestiales, y se gozaba cultivando santos
pensamientos y comuniones. Desde el primer
destello de la inteligencia, estuvo constantemente
creciendo en gracia espiritual y conocimiento de la
verdad.
Todo niño puede aprender como Jesús.
Mientras tratemos de familiarizarnos con nuestro
Padre celestial mediante su Palabra, los ángeles se
nos acercarán, nuestro intelecto se fortalecerá,
nuestro carácter se elevará y refinará. Llegaremos a
ser más semejantes a nuestro Salvador. Y mientras
contemplemos la hermosura y grandiosidad de la
91
naturaleza, nuestros afectos se elevarán a Dios.
Mientras el espíritu se prosterna asombrado, el
alma se vigoriza poniéndose en contacto con el ser
infinito mediante sus obras. La comunión con Dios
por medio de la oración desarrolla las facultades
mentales y morales, y las espirituales se fortalecen
mientras cultivamos pensamientos relativos a las
cosas espirituales.
La vida de Jesús estuvo en armonía con Dios.
Mientras era niño, pensaba y hablaba como niño;
pero ningún vestigio de pecado mancilló la imagen
de Dios en él. Sin embargo, no estuvo exento de
tentación. Los habitantes de Nazaret eran
proverbiales por su maldad. La pregunta que hizo
Natanael: "¿De Nazaret puede haber algo de
bueno?"(Juan 7:15) demuestra la poca estima en
que se los tenía generalmente. Jesús fue colocado
donde su carácter iba a ser probado. Le era
necesario estar constantemente en guardia a fin de
conservar su pureza. Estuvo sujeto a todos los
conflictos que nosotros tenemos que arrostrar, a fin
de sernos un ejemplo en la niñez, la adolescencia y
la edad adulta.
92
Satanás fue incansable en sus esfuerzos por
vencer al Niño de Nazaret. Desde sus primeros
años Jesús fue guardado por los ángeles celestiales;
sin embargo, su vida fue una larga lucha contra las
potestades de las tinieblas. El que hubiese en la
tierra una vida libre de la contaminación del mal
era algo que ofendía y dejaba perplejo al príncipe
de las tinieblas. No dejó sin probar medio alguno
de entrampar a Jesús. Ningún hijo de la humanidad
tendrá que llevar una vida santa en medio de tan
fiero conflicto con la tentación como nuestro
Salvador.
Los padres de Jesús eran pobres y dependían de
su trabajo diario para su sostén. El conoció la
pobreza, la abnegación y las privaciones. Esto fue
para él una salvaguardia. En su vida laboriosa, no
había momentos ociosos que invitasen a la
tentación. No había horas vacías que preparasen el
camino para las compañías corruptas. En cuanto le
era posible, cerraba la puerta al tentador. Ni la
ganancia ni el placer, ni los aplausos ni la censura,
podían inducirle a consentir en un acto
93
pecaminoso. Era sabio para discernir el mal, y
fuerte para resistirlo.
Cristo fue el único ser que vivió sin pecar en
esta tierra. Sin embargo, durante casi treinta años
moró entre los perversos habitantes de Nazaret.
Este hecho es una reprensión para los que creen
que dependen del lugar, la fortuna o la prosperidad
para vivir una vida sin mácula. La tentación, la
pobreza, la adversidad son la disciplina que se
necesita para desarrollar pureza y firmeza.
Jesús vivió en un hogar de artesanos, y con
fidelidad y alegría desempeñó su parte en llevar las
cargas de la familia. Había sido el generalísimo del
cielo, y los ángeles se habían deleitado cumpliendo
su palabra; ahora era un siervo voluntario, un hijo
amante y obediente. Aprendió un oficio, y con sus
propias manos trabajaba en la carpintería con José.
Vestido como un obrero común, recorría las calles
de la pequeña ciudad, yendo a su humilde trabajo y
volviendo de él. No empleaba su poder divino para
disminuir sus cargas ni aliviar su trabajo.
94
Mientras Jesús trabajaba en su niñez y
juventud, su mente y cuerpo se desarrollaban. No
empleaba temerariamente sus facultades físicas,
sino de una manera que las conservase en buena
salud, a fin de ejecutar el mejor trabajo en todo
ramo. No quería ser deficiente ni aun en el manejo
de las herramientas. Fue perfecto como obrero,
como lo fue en carácter. Por su ejemplo, nos
enseñó que es nuestro deber ser laboriosos, y que
nuestro trabajo debe cumplirse con exactitud y
esmero, y que una labor tal es honorable. El
ejercicio que enseña a las manos a ser útiles, y
prepara a los jóvenes para llevar su parte de las
cargas de la vida, da fuerza física y desarrolla toda
facultad. Todos deben hallar algo que hacer
benéfico para sí y para otros. Dios nos asignó el
trabajo como una bendición, y sólo el obrero
diligente halla la verdadera gloria y el gozo de la
vida. La aprobación de Dios descansa con amante
seguridad sobre los niños y jóvenes que
alegremente asumen su parte en los deberes de la
familia, y comparten las cargas de sus padres. Los
tales, al salir del hogar, serán miembros útiles de la
sociedad.
95
Durante toda su vida terrenal, Jesús trabajó con
fervor y constancia. Esperaba mucho resultado; por
lo tanto intentaba grandes cosas. Después que hubo
entrado en su ministerio, dijo: "Conviéneme obrar
las obras del que me envió, entretanto que el día
dura: la noche viene, cuando nadie puede
obrar."(Juan 9:4) Jesús no rehuyó los cuidados y la
responsabilidad, como los rehuyen muchos que
profesan seguirle. Y debido a que tratan de eludir
esta disciplina, muchos son débiles y faltos de
eficiencia. Tal vez posean rasgos preciosos y
amables, pero son cobardes y casi inútiles cuando
se han de arrostrar dificultades y superar
obstáculos. El carácter positivo y enérgico, sólido y
fuerte que manifestó Cristo, debe desarrollarse en
nosotros, mediante la misma disciplina que él
soportó. Y a nosotros se nos ofrece la gracia que
recibió él.
Mientras vivió entre los hombres, nuestro
Salvador compartió la suerte de los pobres.
Conoció por experiencia sus cuidados y penurias, y
podía consolar y estimular a todos los humildes
96
trabajadores. Los que tienen un verdadero concepto
de la enseñanza de su vida, no creerán nunca que
deba hacerse distinción entre las clases, que los
ricos han de ser honrados más que los pobres
dignos.
Jesús trabajaba con alegría y tacto. Se necesita
mucha paciencia y espiritualidad para introducir la
religión de la Biblia en la vida familiar y en el
taller; para soportar la tensión de los negocios
mundanales, y, sin embargo, continuar deseando
sinceramente la gloria de Dios. En esto Cristo fue
un ayudador. Nunca estuvo tan embargado por los
cuidados de este mundo que no tuviese tiempo o
pensamientos para las cosas celestiales. A menudo
expresaba su alegría cantando salmos e himnos
celestiales. A menudo los moradores de Nazaret
oían su voz que se elevaba en alabanza y
agradecimiento a Dios. Mantenía comunión con el
Cielo mediante el canto; y cuando sus compañeros
se quejaban por el cansancio, eran alegrados por la
dulce melodía que brotaba de sus labios. Sus
alabanzas parecían ahuyentar a los malos ángeles,
y como incienso, llenaban el lugar de fragancia. La
97
mente de los que le oían se alejaba del destierro
que aquí sufrían para elevarse a la patria celestial.
Jesús era la fuente de la misericordia sanadora
para el mundo; y durante todos aquellos años de
reclusión en Nazaret, su vida se derramó en
raudales de simpatía y ternura. Los ancianos, los
tristes y los apesadumbrados por el pecado, los
niños que jugaban con gozo inocente, los pequeños
seres de los vergeles, las pacientes bestias de carga,
todos eran más felices a causa de su presencia.
Aquel cuya palabra sostenía los mundos podía
agacharse a aliviar un pájaro herido. No había nada
tan insignificante que no mereciese su atención o
sus servicios. Así, mientras crecía en sabiduría y
estatura, Jesús crecía en gracia para con Dios y los
hombres. Se granjeaba la simpatía de todos tos
corazones, mostrándose capaz de simpatizar con
todos. La atmósfera de esperanza y de valor que le
rodeaba hacía de él una bendición en todo hogar. Y
a menudo, en la sinagoga, los sábados, se le pedía
que leyese la lección de los profetas, y el corazón
de los oyentes se conmovía al ver irradiar una
nueva luz de las palabras familiares del texto
98
sagrado.
Sin embargo, Jesús rehuía la ostentación.
Durante todos los años de su estada en Nazaret, no
manifestó su poder milagroso. No buscó ninguna
posición elevada, ni asumió títulos. Su vida
tranquila y sencilla, y aun el silencio de las
Escrituras acerca de sus primeros años, nos
enseñan una lección importante. Cuanto más
tranquila y sencilla sea la vida del niño, cuanto más
libre de excitación artificial y más en armonía con
la naturaleza, más favorable será para el vigor
físico y mental y para la fuerza espiritual.
Jesús es nuestro ejemplo. Son muchos los que
se espacian con interés en el período de su
ministerio público, mientras pasan por alto la
enseñanza de sus primeros años. Pero es en su vida
familiar donde es el modelo para todos los niños y
jóvenes. El Salvador condescendió en ser pobre, a
fin de enseñarnos cuán íntimamente podemos
andar con Dios nosotros los de suerte humilde.
Vivió para agradar, honrar y glorificar a su Padre
en las cosas comunes de la vida. Empezó su obra
99
consagrando el humilde oficio del artesano que
trabaja para ganarse el pan cotidiano. Estaba
haciendo el servicio de Dios tanto cuando trabajaba
en el banco del carpintero como cuando hacía
milagros para la muchedumbre. Y todo joven que
siga fiel y obedientemente el ejemplo de Cristo en
su humilde hogar, puede aferrarse a estas palabras
que el Padre dijo de él por el Espíritu Santo: "He
aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en
quien mi alma toma contentamiento."(Isaías 42:1)
100
Capítulo 8
La Visita de Pascua
ENTRE los judíos, el año duodécimo era la
línea de demarcación entre la niñez y la
adolescencia. Al cumplir ese año, el niño hebreo
era llamado hijo de la ley y también hijo de Dios.
Se le daban oportunidades especiales para
instruirse en la religión, y se esperaba que
participase en sus fiestas y ritos sagrados. De
acuerdo con esta costumbre, Jesús hizo en su niñez
una visita de Pascua a Jerusalén. Como todos los
israelitas devotos, José y María subían cada año
para asistir a la Pascua; y cuando Jesús tuvo la
edad requerida, le llevaron consigo.
Había tres fiestas anuales: la Pascua,
Pentecostés y la fiesta de las Cabañas, en las cuales
todos los hombres de Israel debían presentarse
delante del Señor en Jerusalén. De estas fiestas, la
Pascua era la más concurrida. Acudían muchos de
todos los países donde se hallaban dispersos los
101
judíos. De todas partes de Palestina, venían los
adoradores en grandes multitudes. El viaje desde
Galilea ocupaba varios días, y los viajeros se unían
en grandes grupos para obtener compañía y
protección. Las mujeres y los ancianos iban
montados en bueyes o asnos en los lugares
escabrosos del camino. Los hombres fuertes y los
jóvenes viajaban a pie. El tiempo de la Pascua
correspondía a fines de marzo o principios de abril,
y todo el país era alegrado por las flores y el canto
de los pájaros. A lo largo de todo el camino, había
lugares memorables en la historia de Israel, y los
padres y las madres relataban a sus hijos las
maravillas que Dios había hecho en favor de su
pueblo en los siglos pasados. Amenizaban su viaje
con cantos y música, y cuando por fin se
vislumbraban las torres de Jerusalén, todas las
voces cantaban la triunfante estrofa:
"En tus atrios descansarán
nuestros pies ¡oh Jerusalem! . . .
Reine la paz dentro de tus muros,
y la abundancia en . . . tus palacios."
(Salmos 122:2-7)
102
La observancia de la Pascua empezó con el
nacimiento de la nación hebrea. La última noche de
servidumbre en Egipto, cuando aun no se veían
indicios de liberación, Dios le ordenó que se
preparase para una liberación inmediata. El había
advertido al faraón del juicio final de los egipcios,
e indicó a los hebreos que reuniesen a sus familias
en sus moradas. Habiendo asperjado los dinteles de
sus puertas con la sangre del cordero inmolado,
habían de comer el cordero asado, con pan sin
levadura y hierbas amargas. "Así habéis de
comerlo – dijo,– ceñidos vuestros lomos, vuestros
zapatos en vuestros pies, y vuestro bordón en
vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente: es la
Pascua de Jehová."(Éxodo 12:11) A la
medianoche, todos los primogénitos de los egipcios
perecieron. Entonces el rey envió a Israel el
mensaje: "Salid de en medio de mi pueblo; . . . e id,
servid a Jehová, como habéis dicho."(Éxodo 12:31)
Los hebreos salieron de Egipto como una nación
independiente. El Señor había ordenado que la
Pascua fuese observada anualmente. "Y– dijo él,–
cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué rito es este
103
vuestro? vosotros responderéis: Es la víctima de la
Pascua de Jehová, el cual pasó las casas de los
hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los
Egipcios." Y así, de generación en generación,
había de repetirse la historia de esa liberación
maravillosa.
La Pascua iba seguida de los siete días de panes
ázimos. El segundo día de la fiesta, se presentaba
una gavilla de cebada delante del Señor como
primicias de la mies del año. Todas las ceremonias
de la fiesta eran figuras de la obra de Cristo. La
liberación de Israel del yugo egipcio era una
lección objetiva de la redención, que la Pascua
estaba destinada a rememorar. El cordero
inmolado, el pan sin levadura, la gavilla de las
primicias, representaban al Salvador.
Para la mayor parte del pueblo que vivía en los
días de Cristo, la observancia de esta fiesta había
degenerado en formalismo. Pero ¡cuál no era su
significado para el Hijo de Dios!
Por primera vez, el niño Jesús miraba el
templo. Veía a los sacerdotes de albos vestidos
104
cumplir su solemne ministerio. Contemplaba la
sangrante víctima sobre el altar del sacrificio.
Juntamente con los adoradores, se inclinaba en
oración mientras que la nube de incienso ascendía
delante de Dios. Presenciaba los impresionantes
ritos del servicio pascual. Día tras día, veía más
claramente su significado. Todo acto parecía ligado
con su propia vida. Se despertaban nuevos
impulsos en él. Silencioso y absorto, parecía estar
estudiando un gran problema. El misterio de su
misión se estaba revelando al Salvador.
Arrobado en la contemplación de estas escenas,
no permaneció al lado de sus padres. Buscó la
soledad. Cuando terminaron los servicios
pascuales, se demoró en los atrios del templo; y
cuando los adoradores salieron de Jerusalén, él fue
dejado atrás.
En esta visita a Jerusalén, los padres de Jesús
desearon ponerle en relación con los grandes
maestros de Israel. Aunque era obediente en todo
detalle a la Palabra de Dios, no se conformaba con
los ritos y las costumbres de los rabinos. José y
105
María esperaban que se le pudiese inducir a
reverenciar a esos sabios y a prestar más diligente
atención a sus requerimientos. Pero en el templo
Jesús había sido enseñado por Dios, y empezó en
seguida a impartir lo que había recibido.
En aquel tiempo, una dependencia del templo
servía de local para una escuela sagrada, semejante
a las escuelas de los profetas. Allí rabinos
eminentes se reunían con sus alumnos, y allí se
dirigió el niño Jesús. Sentándose a los pies de
aquellos hombres graves y sabios, escuchaba sus
enseñanzas. Como quien busca sabiduría,
interrogaba a esos maestros acerca de las profecías
y de los acontecimientos que entonces ocurrían y
señalaban el advenimiento del Mesías.
Jesús se presentó como quien tiene sed del
conocimiento de Dios. Sus preguntas sugerían
verdades profundas que habían quedado
obscurecidas desde hacía mucho tiempo, y que, sin
embargo, eran vitales para la salvación de las
almas. Al paso que cada pregunta revelaba cuán
estrecha y superficial era la sabiduría de los sabios,
106
les presentaba una lección divina, y hacía ver la
verdad desde un nuevo punto de vista. Los rabinos
hablaban de la admirable exaltación que la venida
del Mesías proporcionaría a la nación judía; pero
Jesús presentó la profecía de Isaías, y les preguntó
qué significaban aquellos textos que señalaban los
sufrimientos y la muerte del Cordero de Dios.
Los doctores le dirigieron preguntas, y
quedaron asombrados al oír sus respuestas. Con la
humildad de un niño, repitió las palabras de la
Escritura, dándoles una profundidad de significado
que los sabios no habían concebido. De haber
seguido los trazos de la verdad que él señalaba,
habrían realizado una reforma en la religión de su
tiempo. Se habría despertado un profundo interés
en las cosas espirituales; y al iniciar Jesús su
ministerio, muchos habrían estado preparados para
recibirle.
Los rabinos sabían que Jesús no había recibido
instrucción en sus escuelas; y, sin embargo, su
comprensión de las profecías excedía en mucho a
la suya. En este reflexivo niño galileo discernían
107
grandes promesas. Desearon asegurárselo como
alumno, a fin de que llegase a ser un maestro de
Israel. Querían encargarse de su educación,
convencidos de que una mente tan original debía
ser educada bajo su dirección.
Las palabras de Jesús habían conmovido sus
corazones como nunca lo habían sido por palabras
de labios humanos. Dios estaba tratando de dar luz
a aquellos dirigentes de Israel, y empleaba el único
medio por el cual podían ser alcanzados. Su orgullo
se habría negado a admitir que podían recibir
instrucción de alguno. Si Jesús hubiese aparentado
tratar de enseñarles, habrían desdeñado escucharle.
Pero se lisonjeaban de que le estaban enseñando, o
por lo menos examinando su conocimiento de las
Escrituras. La modestia y gracia juvenil de Jesús
desarmaba sus prejuicios. Inconscientemente se
abrían sus mentes a la Palabra de Dios, y el
Espíritu Santo hablaba a sus corazones.
No podían sino ver que su expectativa
concerniente al Mesías no estaba sostenida por la
profecía; pero no querían renunciar a las teorías
108
que habían halagado su ambición. No querían
admitir que no habían interpretado correctamente
las Escrituras que pretendían enseñar. Se
preguntaban unos a otros: ¿ Cómo tiene este joven
conocimiento no habiendo nunca aprendido? La
luz estaba resplandeciendo en las tinieblas; "mas
las tinieblas no la comprendieron."*(Juan 1:5)
Mientras tanto, José y María estaban en gran
perplejidad y angustia. Al salir de Jerusalén habían
perdido de vista a Jesús, y no sabían que se había
quedado atrás. El país estaba entonces densamente
poblado, y las caravanas de Galilea eran muy
grandes. Había mucha confusión al salir de la
ciudad. Mientras viajaban, el placer de andar con
amigos y conocidos absorbió su atención, y no
notaron la ausencia de Jesús hasta que llegó la
noche. Entonces, al detenerse para descansar,
echaron de menos la mano servicial de su hijo.
Suponiendo que estaría con el grupo que los
acompañaba, no sintieron ansiedad. Aunque era
joven, habían confiado implícitamente en él
esperando que cuando le necesitasen, estaría listo
para ayudarles, anticipándose a sus menesteres
109
como siempre lo había hecho. Pero ahora sus
temores se despertaron. Le buscaron por toda la
compañía, pero en vano. Estremeciéndose,
recordaron cómo Herodes había tratado de
destruirle en su infancia. Sombríos presentimientos
llenaron sus corazones; y se hizo cada uno amargos
reproches.
Volviendo a Jerusalén, prosiguieron su
búsqueda. Al día siguiente, mientras andaban entre
los adoradores del templo, una voz familiar les
llamó la atención. No podían equivocarse; no había
otra voz como la suya, tan seria y ferviente, aunque
tan melodiosa.
En la escuela de los rabinos, encontraron a
Jesús. Aunque llenos de regocijo, no podían olvidar
su pesar y ansiedad. Cuando estuvo otra vez
reunido con ellos, la madre le dijo, con palabras
que implicaban un reproche: "Hijo, ¿por qué nos
has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos
buscado con dolor."
"¿Por qué me buscabais? -contestó Jesús.- ¿No
110
sabíais que en los negocios de mi Padre me
conviene estar?" Y como no parecían comprender
sus palabras, él señaló hacia arriba. En su rostro
había una luz que los admiraba. La divinidad
fulguraba a través de la humanidad. Al hallarle en
el templo, habían escuchado lo que sucedía entre él
y los rabinos, y se habían asombrado de sus
preguntas y respuestas. Sus palabras despertaron en
ellos pensamientos que nunca habrían de olvidarse.
Y la pregunta que les dirigiera encerraba una
lección. " ¿No sabíais –les dijo– que en los
negocios de mi Padre me conviene estar?" Jesús
estaba empeñado en la obra que había venido a
hacer en el mundo; pero José y María habían
descuidado la suya. Dios les había conferido
mucha honra al confiarles a su Hijo. Los santos
ángeles habían dirigido los pasos de José a fin de
conservar la vida de Jesús. Pero durante un día
entero habían perdido de vista a Aquel que no
debían haber olvidado un momento. Y al quedar
aliviada su ansiedad, no se habían censurado a sí
mismos, sino que le habían echado la culpa a él.
111
Era natural que los padres de Jesús le
considerasen como su propio hijo. El estaba
diariamente con ellos; en muchos respectos su vida
era igual a la de los otros niños, y les era difícil
comprender que era el Hijo de Dios. Corrían el
peligro de no apreciar la bendición que se les
concedía con la presencia del Redentor del mundo.
El pesar de verse separados de él, y el suave
reproche que sus palabras implicaban, estaban
destinados a hacerles ver el carácter sagrado de su
cometido.
En la respuesta que dio a su madre, Jesús
demostró por primera vez que comprendía su
relación con Dios. Antes de su nacimiento, el ángel
había dicho a María: "Este será grande, y será
llamado Hijo del Altísimo: y le dará el Señor Dios
el trono de David su padre: y reinará en la casa de
Jacob por siempre."(Lucas 1:32,33) María había
ponderado estas palabras en su corazón; sin
embargo, aunque creía que su hijo había de ser el
Mesías de Israel, no comprendía su misión. En esta
ocasión, no entendió sus palabras; pero sabía que
había negado que fuera hijo de José y se había
112
declarado Hijo de Dios.
Jesús no ignoraba su relación con sus padres
terrenales. Desde Jerusalén volvió a casa con ellos,
y les ayudó en su vida de trabajo. Ocultó en su
corazón el misterio de su misión, esperando sumiso
el momento señalado en que debía emprender su
labor. Durante dieciocho años después de haber
aseverado ser Hijo de Dios, reconoció el vínculo
que le unía a la familia de Nazaret, y cumplió los
deberes de hijo, hermano, amigo y ciudadano.
Al revelársele a Jesús su misión en el templo,
rehuyó el contacto de la multitud. Deseaba volver
tranquilamente de Jerusalén, con aquellos que
conocían el secreto de su vida. Mediante el servicio
pascual, Dios estaba tratando de apartar a sus hijos
de sus congojas mundanales, y recordarles la obra
admirable que él realizara al librarlos de Egipto. El
deseaba que viesen en esta obra una promesa de la
liberación del pecado. Así como la sangre del
cordero inmolado protegió los hogares de Israel, la
sangre de Cristo había de salvar sus almas; pero
podían ser salvos por Cristo únicamente en la
113
medida en que por la fe se apropiaban la vida de él.
No había virtud en el servicio simbólico, sino en la
medida en que dirigía a los adoradores hacia Cristo
como su Salvador personal. Dios deseaba que
fuesen inducidos a estudiar y meditar con oración
acerca de la misión de Cristo. Pero, con demasiada
frecuencia,
cuando
las
muchedumbres
abandonaban a Jerusalén, la excitación del viaje y
el trato social absorbían su atención, y se olvidaban
del servicio que habían presenciado. El Salvador
no sentía atracción por esas compañías.
Jesús esperaba dirigir la atención de José y
María a las profecías referentes a un Salvador que
había de sufrir, mientras volviese solo con ellos de
Jerusalén. En el Calvario, trató de aliviar la pena de
su madre. En estos momentos también pensaba en
ella. María había de presenciar su última agonía, y
Jesús deseaba que ella comprendiese su misión, a
fin de que fuese fortalecida para soportar la prueba
cuando la espada atravesara su alma. Así como
Jesús había estado separado de ella y ella le había
buscado con pesar tres días, cuando fuese ofrecido
por los pecados del mundo, lo volvería a perder
114
tres días. Y cuando saliese de la tumba, su pesar se
volvería a tornar en gozo. ¡Pero cuánto mejor
habría soportado la angustia de su muerte si
hubiese comprendido las Escrituras hacia las cuales
trataba ahora de dirigir sus pensamientos!
Si José y María hubiesen fortalecido su ánimo
en Dios por la meditación y la oración, podrían
haberse dado cuenta del carácter sagrado de su
cometido, y no habrían perdido de vista a Jesús.
Por la negligencia de un día, perdieron de vista al
Salvador; pero el hallarle les costó tres días de
ansiosa búsqueda. Por la conversación ociosa, la
maledicencia o el descuido de la oración, podemos
en un día perder la presencia del Salvador, y
pueden requerirse muchos días de pesarosa
búsqueda para hallarle, y recobrar la paz que
habíamos perdido.
En nuestro trato mutuo, debemos tener cuidado
de no olvidar a Jesús, ni pasar por alto el hecho de
que no está con nosotros. Cuando nos dejamos
absorber por las cosas mundanales de tal manera
que no nos acordamos de Aquel en quien se
115
concentra nuestra esperanza de vida eterna, nos
separamos de Jesús y de los ángeles celestiales.
Estos seres santos no pueden permanecer donde no
se desea la presencia del Salvador ni se nota su
ausencia. Esta es la razón por la cual existe con
tanta frecuencia el desaliento entre los que profesan
seguir a Cristo.
Muchos asisten a los servicios religiosos, y se
sienten refrigerados y consolados por la Palabra de
Dios; pero por descuidar la meditación, la
vigilancia y la oración, pierden la bendición, y se
hallan más indigentes que antes de recibirla. Con
frecuencia les parece que Dios los ha tratado
duramente. No ven que ellos tienen la culpa. Al
separarse de Jesús, se han privado de la luz de su
presencia.
Sería bueno que cada día dedicásemos una hora
de reflexión a la contemplación de la vida de
Cristo. Debiéramos tomarla punto por punto, y
dejar que la imaginación se posesione de cada
escena, especialmente de las finales. Y mientras
nos espaciemos así en su gran sacrificio por
116
nosotros, nuestra confianza en él será más
constante, se reavivará nuestro amor, y quedaremos
más imbuidos de su Espíritu. Si queremos ser
salvos al fin, debemos aprender la lección de
penitencia y humillación al pie de la cruz.
Mientras nos asociamos unos con otros,
podemos ser una bendición mutua. Si
pertenecemos a Cristo, nuestros pensamientos más
dulces se referirán a él. Nos deleitaremos en hablar
de él; y mientras hablemos unos a otros de su amor,
nuestros corazones serán enternecidos por las
influencias divinas. Contemplando la belleza de su
carácter, seremos "transformados de gloria en
gloria en la misma semejanza."(2 Corintios 3:18)
117
Capítulo 9
Días de Conflicto
DESDE SUS más tiernos años, el niño judío
estaba rodeado por los requerimientos de los
rabinos. Había reglas rígidas para cada acto, aun
para los más pequeños detalles de la vida. Los
maestros de la sinagoga instruían a la juventud en
los incontables reglamentos que los israelitas
ortodoxos debían observar. Pero Jesús no se
interesaba en esos asuntos. Desde la niñez, actuó
independientemente de las leyes rabínicas. Las
Escrituras del Antiguo Testamento eran su
constante estudio, y estaban siempre sobre sus
labios las palabras: "Así dice Jehová."
A medida que empezó a comprender la
condición del pueblo, vio que los requerimientos
de la sociedad y los de Dios estaban en constante
contradicción. Los hombres se apartaban de la
Palabra de Dios, y ensalzaban las teorías que
habían inventado. Observaban ritos tradicionales
118
que no poseían virtud alguna. Su servicio era una
mera repetición de ceremonias; y las verdades
sagradas que estaban destinadas a enseñar eran
ocultadas a los adoradores. El vio que en estos
servicios sin fe no hallaban paz. No conocían la
libertad de espíritu que obtendrían sirviendo a Dios
en verdad. Jesús había venido para enseñar el
significado del culto a Dios, y no podía sancionar
la mezcla de los requerimientos humanos con los
preceptos divinos. El no atacaba los preceptos ni
las prácticas de los sabios maestros; pero cuando se
le reprendía por sus propias costumbres sencillas
presentaba la Palabra de Dios en justificación de su
conducta.
De toda manera amable y sumisa, Jesús
procuraba agradar a aquellos con quienes trataba.
Porque era tan amable y discreto, los escribas y
ancianos suponían que recibiría fácilmente la
influencia de su enseñanza. Le instaban a recibir
las máximas y tradiciones que habían sido
transmitidas desde los antiguos rabinos, pero él
pedía verlas autorizadas en la Santa Escritura.
Estaba dispuesto a escuchar toda palabra que
119
procede de la boca de Dios; pero no podía obedecer
a lo inventado por los hombres. Jesús parecía
conocer las Escrituras desde el principio al fin, y
las presentaba con su verdadero significado. Los
rabinos se avergonzaban de ser instruidos por un
niño. Sostenían que incumbía a ellos explicar las
Escrituras, y que a él le tocaba aceptar su
interpretación. Se indignaban porque él se oponía a
su palabra.
Sabían que en las Escrituras no podían
encontrar autorización para sus tradiciones. Se
daban cuenta de que en comprensión espiritual,
Jesús los superaba por mucho. Sin embargo, se
airaban porque no obedecía sus dictados. No
pudiendo convencerle, buscaron a José y María y
les presentaron su actitud disidente. Así sufrió él
reprensión y censura.
En edad muy temprana, Jesús había empezado
a obrar por su cuenta en la formación de su
carácter, y ni siquiera el respeto y el amor por sus
padres podían apartarlo de la obediencia a la
Palabra de Dios. La declaración: "Escrito está"
120
constituía su razón por todo acto que difería de las
costumbres familiares. Pero la influencia de los
rabinos le amargaba la vida. Aun en su juventud
tuvo que aprender la dura lección del silencio y la
paciente tolerancia.
Sus hermanos, con o se llamaba a los hijos de
José, se ponían del lado de los rabinos. Insistían en
que debían seguirse las tradiciones como si fuesen
requerimientos de Dios. Hasta tenían los preceptos
de los hombres en más alta estima que la Palabra
de Dios, y les molestaba mucho la clara
penetración de Jesús al distinguir entre lo falso y lo
verdadero. Condenaban su estricta obediencia a la
ley de Dios como terquedad. Les asombraba el
conocimiento y la sabiduría que manifestaba al
contestar a los rabinos. Sabían que no había
recibido instrucción de los sabios, pero no podían
menos que ver que los instruía a ellos. Reconocían
que su educación era de un carácter superior a la de
ellos. Pero no discernían que tenía acceso al árbol
de la vida, a una fuente de conocimientos que ellos
ignoraban.
121
Cristo no era exclusivista, y había ofendido
especialmente a los fariseos al apartarse, en este
respecto, de sus rígidas reglas. Halló al dominio de
la religión rodeado por altas murallas de
separación, como si fuera demasiado sagrado para
la vida diaria, y derribó esos muros de separación.
En su trato con los hombres, no preguntaba: ¿Cuál
es vuestro credo? ¿A qué iglesia pertenecéis?
Ejercía su facultad de ayudar en favor de todos los
que necesitaban ayuda. En vez de aislarse en una
celda de ermitaño a fin de mostrar su carácter
celestial, trabajaba fervientemente por la
humanidad. Inculcaba el principio de que la
religión de la Biblia no consiste en la mortificación
del cuerpo. Enseñaba que la religión pura y sin
mácula no está destinada solamente a horas fijas y
ocasiones especiales. En todo momento y lugar,
manifestaba amante interés por los hombres, y
difundía en derredor suyo la luz de una piedad
alegre. Todo esto reprendía a los fariseos.
Demostraba que la religión no consiste en egoísmo,
y que su mórbida devoción al interés personal
distaba mucho de ser verdadera piedad. Esto había
despertado su enemistad contra Jesús, de manera
122
que procuraban obtener por la fuerza
conformidad a los reglamentos de ellos.
su
Jesús obraba para aliviar todo caso de
sufrimiento que viese. Tenía poco dinero que dar,
pero con frecuencia se privaba de alimento a fin de
aliviar a aquellos que parecían más necesitados que
él. Sus hermanos sentían que la influencia de él
contrarrestaba fuertemente la suya. Poseía un tacto
que ninguno de ellos tenía ni deseaba tener.
Cuando ellos hablaban duramente a los pobres
seres degradados, Jesús buscaba a estas mismas
personas y les dirigía palabras de aliento. Daba un
vaso de agua fría a los menesterosos y ponía
quedamente su propia comida en sus manos. Y
mientras aliviaba sus sufrimientos, asociaba con
sus actos de misericordia las verdades que
enseñaba, y así quedaban grabadas en la memoria.
Todo esto desagradaba a sus hermanos. Siendo
mayores que Jesús, les parecía que él debía estar
sometido a sus dictados. Le acusaban de creerse
superior a ellos, y le reprendían por situarse más
arriba que los maestros, sacerdotes y gobernantes
123
del pueblo. Con frecuencia le amenazaban y
trataban de intimidarle; pero él seguía adelante,
haciendo de las Escrituras su guía.
Jesús amaba a sus hermanos y los trataba con
bondad inagotable; pero ellos sentían celos de él y
manifestaban la incredulidad y el desprecio más
decididos. No podían comprender su conducta. Se
les presentaban grandes contradicciones en Jesús.
Era el divino Hijo de Dios, y sin embargo, un niño
impotente. Siendo el Creador de los mundos, la
tierra era su posesión; y, sin embargo, la pobreza le
acompañaba a cada paso en esta vida. Poseía una
dignidad e individualidad completamente distintas
del orgullo y arrogancia terrenales; no contendía
por la grandeza mundanal; y estaba contento aun
en la posición más humilde. Esto airaba a sus
hermanos. No podían explicar su constante
serenidad bajo las pruebas y las privaciones. No
sabían que por nuestra causa se había hecho pobre,
a fin de que "con su pobreza" fuésemos
"enriquecidos.'(Mateo
23:23)
No
podían
comprender el misterio de su misión mejor de lo
que los amigos de Job podían comprender su
124
humillación y sufrimiento.
Jesús no era comprendido por sus hermanos,
porque no era como ellos. Sus normas no eran las
de ellos. Al mirar a los hombres, se habían
apartado de Dios, y no tenían su poder en su vida.
Las formas religiosas que ellos observaban, no
podían transformar el carácter. Pagaban el diezmo
de "la menta y el eneldo y el comino," pero omitían
"lo más grave de la ley, es a saber, el juicio y la
misericordia y la fe." * El ejemplo de Jesús era
para ellos una continua irritación. El no odiaba sino
una cosa en el mundo, a saber, el pecado. No podía
presenciar un acto malo sin sentir un dolor que le
era imposible ocultar. Entre los formalistas, cuya
apariencia santurrona ocultaba el amor al pecado, y
un carácter en el cual el celo por la gloria de Dios
ejercía la supremacía, el contraste era inequívoco.
Por cuanto la vida de Jesús condenaba lo malo,
encontraba oposición tanto en su casa como fuera
de ella. Su abnegación e integridad eran
comentadas con escarnio. Su tolerancia y bondad
eran llamadas cobardía.
125
Entre las amarguras que caen en suerte a la
humanidad, no hubo ninguna que no le tocó a
Cristo. Había quienes trataban de vilipendiarle a
causa de su nacimiento, y aun en su niñez tuvo que
hacer frente a sus miradas escarnecedoras e impías
murmuraciones. Si hubiese respondido con una
palabra o mirada impaciente, si hubiese
complacido a sus hermanos con un solo acto malo,
no habría sido un ejemplo perfecto. Así habría
dejado de llevar a cabo el plan de nuestra
redención. Si hubiese admitido siquiera que podía
haber una excusa para el pecado, Satanás habría
triunfado, y el mundo se habría perdido. Esta es la
razón por la cual el tentador obró para hacer su
vida tan penosa como fuera posible, a fin de
inducirle a pecar.
Pero para cada tentación tenía una respuesta:
"Escrito está." Rara vez reprendía algún mal
proceder de sus hermanos, pero tenía alguna
palabra de Dios que dirigirles. Con frecuencia le
acusaban de cobardía por negarse a participar con
ellos en algún acto prohibido; pero su respuesta
era: Escrito está: "El temor del Señor es la
126
sabiduría, y el apartarse
inteligencia."(Job 28:28)
del
mal
la
Había algunos que buscaban su sociedad,
sintiéndose en paz en su presencia; pero muchos le
evitaban, porque su vida inmaculada los reprendía.
Sus jóvenes compañeros le instaban a hacer como
ellos. Era de carácter alegre; les gustaba su
presencia, y daban la bienvenida a sus prontas
sugestiones;
pero
sus
escrúpulos
los
impacientaban, y le declaraban estrecho de miras.
Jesús contestaba: Escrito está: "¿Con qué limpiará
el joven su camino? Con guardar tu palabra." "En
mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar
contra ti."(Salmos 119:9,11)
Con frecuencia se le preguntaba: ¿Por qué
insistes en ser tan singular, tan diferente de
nosotros
todos?
Escrito
está,
decía:
"Bienaventurados los perfectos de camino; los que
andan en la ley de Jehová. Bienaventurados los que
guardan sus testimonios, y con todo el corazón le
buscan: pues no hacen iniquidad los que andan en
sus caminos."(Salmos 119:1-3)
127
Cuando le preguntaban por qué no participaba
en las diversiones de la juventud de Nazaret, decía:
Escrito está: "Heme gozado en el camino de tus
testimonios, como sobre toda riqueza. En tus
mandamientos meditaré, consideraré tus caminos.
Recrearéme en tus estatutos: no me olvidaré de tus
palabras."(Salmos 119:14-16)
Jesús no contendía por sus derechos. Con
frecuencia su trabajo resultaba innecesariamente
penoso porque era voluntario y no se quejaba. Sin
embargo, no desmayaba ni se desanimaba. Vivía
por encima de estas dificultades, como en la luz del
rostro de Dios. No ejercía represalias cuando le
maltrataban, sino que soportaba pacientemente los
insultos.
Repetidas veces se le preguntaba: ¿Por qué te
sometes a tantos desprecios, aun de parte de tus
hermanos? Escrito está, decía: "Hijo mío, no te
olvides de mi ley; y tu corazón guarde mis
mandamientos: porque largura de días, y años de
vida y paz te aumentarán. Misericordia y verdad no
128
te desamparen; átalas a tu cuello, escríbelas en la
tabla de tu corazón: y hallarás gracia y buena
opinión en los ojos de Dios y de los
hombres."(Proverbios 3:1-4)
Desde el tiempo en que los padres de Jesús le
encontraron en el templo, su conducta fue un
misterio para ellos. No quería entrar en
controversia; y, sin embargo, su ejemplo era una
lección constante. Parecía puesto aparte. Hallaba
sus horas de felicidad cuando estaba a solas con la
naturaleza y con Dios. Siempre que podía, se
apartaba del escenario de su trabajo, para ir a los
campos a meditar en los verdes valles, para estar en
comunión con Dios en la ladera de la montaña, o
entre los árboles del bosque. La madrugada le
encontraba con frecuencia en algún lugar aislado,
meditando, escudriñando las Escrituras, u orando.
De estas horas de quietud, volvía a su casa para
reanudar sus deberes y para dar un ejemplo de
trabajo paciente.
La vida de Cristo estaba señalada por el respeto
y el amor hacia su madre. María creía en su
129
corazón que el santo niño nacido de ella era el
Mesías prometido desde hacía tanto tiempo; y, sin
embargo, no se atrevía a expresar su fe. Durante
toda su vida terrenal compartió sus sufrimientos.
Presenció con pesar las pruebas a él impuestas en
su niñez y juventud. Por justificar lo que ella sabía
ser correcto en su conducta, ella misma se veía en
situaciones penosas. Consideraba que las
relaciones del hogar y el tierno cuidado de la madre
sobre sus hijos, eran de vital importancia en la
formación del carácter. Los hijos y las hijas de José
sabían esto, y apelando a su ansiedad, trataban de
corregir las prácticas de Jesús de acuerdo con su
propia norma.
María hablaba con frecuencia con Jesús, y le
instaba a conformarse a las costumbres de los
rabinos. Pero no podía persuadirle a cambiar sus
hábitos de contemplar las obras de Dios y tratar de
aliviar el sufrimiento de los hombres y aun de los
animales. Cuando los sacerdotes y maestros pedían
la ayuda de María para dominar a Jesús, ella se
sentía muy afligida; pero su corazón se apaciguaba
cuando él presentaba las declaraciones de la
130
Escritura que sostenían sus prácticas.
A veces vacilaba entre Jesús y sus hermanos,
que no creían que era el enviado de Dios; pero
abundaban las evidencias de la divinidad de su
carácter. Lo veía sacrificarse en beneficio de los
demás. Su presencia introducía una atmósfera más
pura en el hogar, y su vida obraba como levadura
entre los elementos de la sociedad. Inocente e
inmaculado, andaba entre los irreflexivos, los
toscos y descorteses, entre los deshonestos
publicanos, los temerarios pródigos, los injustos
samaritanos, los soldados paganos, los rudos
campesinos y la turba mixta. Pronunciaba una
palabra de simpatía aquí y otra allí, al ver a los
hombres cansados, y sin embargo obligados a
llevar pesadas cargas. Compartía sus cargas, y les
repetía las lecciones que había aprendido de la
naturaleza acerca del amor, la bondad y la
benignidad de Dios.
Enseñaba a todos a considerarse dotados de
talentos preciosos, que, si los empleaban
debidamente, les granjearían riquezas eternas.
131
Arrancaba toda vanidad de la vida, y por su propio
ejemplo enseñaba que todo momento del tiempo
está cargado de resultados eternos; que ha de
apreciarse como un tesoro, y emplearse con
propósitos santos. No pasaba por alto a ningún ser
humano como indigno, sino que procuraba aplicar
a cada alma el remedio salvador. En cualquier
compañía donde se encontrase, presentaba una
lección apropiada al momento y las circunstancias.
Procuraba inspirar esperanza a los más toscos y
menos promisorios, presentándoles la seguridad de
que podrían llegar a ser sin culpa e inocentes, y
adquirir un carácter que los revelase como hijos de
Dios. Con frecuencia se encontraba con aquellos
que habían caído bajo el dominio de Satanás y no
tenían fuerza para escapar de su lazo. A una
persona tal, desalentada, enferma, tentada y caída,
Jesús dirigía palabras de la más tierna compasión,
palabras que eran necesarias y podían ser
comprendidas. A otros encontraba que estaban
luchando mano a mano con el adversario de las
almas. Los estimulaba a perseverar, asegurándoles
que vencerían; porque los ángeles de Dios estaban
de su parte y les darían la victoria. Los que eran así
132
ayudados se convencían de que era un ser en quien
podían confiar plenamente. El no traicionaría los
secretos que volcaban en su oído lleno de simpatía.
Jesús sanaba el cuerpo tanto como el alma. Se
interesaba en toda forma de sufrimiento que llegase
a su conocimiento, y para todo doliente a quien
aliviaba, sus palabras bondadosas eran como un
bálsamo suavizador. Nadie podía decir que había
realizado un milagro; pero una virtud -la fuerza
sanadora del amor- emanaba de él hacia los
enfermos y angustiados. Así, en una forma
discreta, obraba por la gente desde su misma niñez.
Esa fue la razón por la cual después que comenzó
su ministerio público, tantos le escucharon
gustosamente.
Sin embargo, durante su niñez, su juventud y su
edad viril, Jesús anduvo solo. En su pureza y
fidelidad, pisó solo el lagar, y ninguno del pueblo
estuvo con él. Llevó el espantoso peso de la
responsabilidad de salvar a los hombres. Sabía que
a menos que hubiese un cambio definido en los
principios y los propósitos de la familia humana,
133
todos se perderían. Era esto lo que pesaba sobre su
alma, y nadie podía apreciar esa carga que
descansaba sobre él. Lleno de un propósito intenso,
llevó a cabo el designio de su vida, de ser él mismo
la luz de los hombres.
134
Capítulo 10
La Voz que Clamaba en el
Desierto
DE ENTRE los fieles de Israel, que por largo
tiempo habían esperado la venida del Mesías,
surgió el precursor de Cristo. El anciano sacerdote
Zacarías y su esposa Elizabet eran "justos delante
de Dios;" y en su vida tranquila y santa, la luz de la
fe resplandecía como una estrella en medio de las
tinieblas de aquellos días malos. A esta piadosa
pareja se le prometió un hijo, que iría "ante la faz
del Señor, para aparejar sus caminos."
Zacarías habitaba en "la región montañosa de
Judea," pero había subido a Jerusalén para servir en
el templo durante una semana, según se requería
dos veces al año de los sacerdotes de cada turno.
"Y aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio
delante de Dios por el orden de su vez, conforme a
la costumbre del sacerdocio, salió en suerte a poner
el incienso, entrando en el templo del Señor."
135
Estaba de pie delante del altar de oro en el
lugar santo del santuario. La nube de incienso
ascendía delante de Dios con las oraciones de
Israel. De repente, sintió una presencia divina. Un
ángel del Señor estaba "en pie a la derecha del
altar." La posición del ángel era una indicación de
favor, pero Zacarías no se fijó en esto. Durante
muchos años, Zacarías había orado por la venida
del Redentor; y ahora el cielo le había mandado su
mensajero para anunciarle que sus oraciones iban a
ser contestadas; pero la misericordia de Dios le
parecía demasiado grande para creer en ella. Se
sentía lleno de temor y condenación propia.
Pero fue saludado con la gozosa seguridad: "No
temas, Zacarías; porque tu oración ha sido oída, y
tu mujer Elizabet te dará a luz un hijo, y le pondrás
por nombre Juan. Y tendrás gozo y alegría, y
muchos se regocijarán en su nacimiento. [V.M.]
Porque será grande delante de Dios, y no beberá
vino ni sidra; y será lleno del Espíritu Santo.... Y a
muchos de los hijos de Israel convertirá al Señor
Dios de ellos. Porque él irá delante de él con el
136
espíritu y virtud de Elías, para convertir los
corazones de los padres a los hijos, y los rebeldes a
la prudencia de los justos, para aparejar al Señor un
pueblo apercibido. Y dijo Zacarías al ángel: ¿En
qué conoceré esto? porque yo soy viejo, y mi mujer
avanzada en días."
Zacarías sabía muy bien que Abrahán en su
vejez había recibido un hijo porque había tenido
por fiel a Aquel que había prometido. Pero por un
momento, el anciano sacerdote recuerda la
debilidad humana. Se olvida de que Dios puede
cumplir lo que promete. ¡Qué contraste entre esta
incredulidad y la dulce fe infantil de María, la
virgen de Nazaret, cuya respuesta al asombroso
anuncio del ángel fue: "He aquí la sierva del Señor;
hágase a mí conforme a tu palabra"!(Lucas 1:38)
El nacimiento del hijo de Zacarías, como el del
hijo de Abrahán y el de María, había de enseñar
una gran verdad espiritual, una verdad que somos
tardos en aprender y propensos a olvidar. Por
nosotros mismos somos incapaces de hacer bien;
pero lo que nosotros no podemos hacer será hecho
137
por el poder de Dios en toda alma sumisa y
creyente. Fue mediante la fe como fue dado el hijo
de la promesa. Es por la fe como se engendra la
vida espiritual, y somos capacitados para hacer las
obras de justicia.
A la pregunta de Zacarías, el ángel respondió:
"Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y soy
enviado a hablarte, y a darte estas buenas nuevas."
Quinientos años antes, Gabriel había dado a
conocer a Daniel el período profético que había de
extenderse hasta la venida de Cristo. El
conocimiento de que el fin de este período se
acercaba, había inducido a Zacarías a orar por el
advenimiento del Mesías. Y he aquí que el mismo
mensajero por quien fuera dada la profecía había
venido a anunciar su cumplimiento.
Las palabras del ángel: "Yo soy Gabriel, que
estoy delante de Dios," demuestran que ocupa un
puesto de alto honor en los atrios celestiales.
Cuando fue a Daniel con un mensaje, dijo:
"Ninguno hay que se esfuerce conmigo en estas
cosas,
sino
Miguel
[Cristo]
vuestro
138
príncipe."(Daniel 10:21) El Salvador habla de
Gabriel en el Apocalipsis diciendo que "la declaró,
enviándola por su ángel a Juan su
siervo."(Apocalipsis 1:1) Y a Juan, el ángel
declaró: "Yo soy siervo contigo, y con tus
hermanos los profetas."(Apocalipsis 22:9) ¡
Admirable pensamiento, que el ángel que sigue en
honor al Hijo de Dios es el escogido para revelar
los propósitos de Dios a los hombres pecaminosos!
Zacarías había expresado duda acerca de las
palabras del ángel. No había de volver a hablar
hasta que se cumpliesen. "He aquí – dijo el ángel,–
estarás mudo hasta el día que esto sea hecho, por
cuanto no creíste a mis palabras, las cuales se
cumplirán a su tiempo." El sacerdote debía orar en
este culto por el perdón de los pecados públicos y
nacionales, y por la venida del Mesías; pero cuando
Zacarías intentó hacerlo, no pudo pronunciar una
palabra.
Saliendo afuera para bendecir al pueblo, "les
hablaba por señas, y quedó mudo." Le habían
esperado mucho tiempo y empezaban a temer que
139
le hubiese herido el juicio de Dios. Pero cuando
salió del lugar santo, su rostro resplandecía con la
gloria de Dios, "y entendieron que había visto
visión en el templo.' Zacarías les comunicó lo que
había visto y oído; y "fue, que cumplidos los días
de su oficio, se vino a su casa."
Poco después del nacimiento del niño
prometido, la lengua del padre quedó desligada, "y
habló bendiciendo a Dios. Y fue un temor sobre
todos los vecinos de ellos; y en todas las montañas
de Judea fueron divulgadas todas estas cosas. Y
todos los que las oían, las conservaban en su
corazón, diciendo: ¿ Quién será este niño ? " Todo
esto tendía a llamar la atención a la venida del
Mesías, para la cual Juan había de preparar el
camino.
El Espíritu Santo descendió sobre Zacarías, y
en estas hermosas palabras profetizó la misión de
su hijo:
"¡Y tú, niño, serás llamado profeta del
Altísimo,
140
pues irás ante la faz del Señor, para preparar
sus caminos;
dando conocimiento de salvación a su pueblo,
en la remisión de sus pecados;
a causa de las entrañas de misericordia de
nuestro Dios,
en las que nos visitará el Sol naciente,
descendiendo de las alturas,
para dar luz a los que están sentados en
tinieblas y en sombra de muerte;
para dirigir nuestros pies en el camino de la
paz." [V.M.]
"Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu: y
estuvo en los desiertos hasta el día que se mostró a
Israel." Antes que naciera Juan, el ángel había
dicho: "Será grande delante de Dios. y no beberá
vino ni sidra; y será lleno del Espíritu Santo." Dios
había llamado al hijo de Zacarías a una gran obra,
la mayor que hubiera sido confiada alguna vez a
los hombres. A fin de ejecutar esta obra, el Señor
debía obrar con él. Y el Espíritu de Dios estaría con
él si prestaba atención a las instrucciones del ángel.
Juan había de salir como mensajero de Jehová,
141
para comunicar a los hombres la luz de Dios. Debía
dar una nueva dirección a sus pensamientos. Debía
hacerles sentir la santidad de los requerimientos de
Dios, y su necesidad de la perfecta justicia divina.
Un mensajero tal debía ser santo. Debía ser templo
del Espíritu de Dios. A fin de cumplir su misión,
debía tener una constitución física sana, y fuerza
mental y espiritual. Por lo tanto, le sería necesario
dominar sus apetitos y pasiones. Debía poder
dominar todas sus facultades, para poder
permanecer entre los hombres tan inconmovible
frente a las circunstancias que le rodeasen como las
rocas y montañas del desierto.
En el tiempo de Juan el Bautista, la codicia de
las riquezas, y el amor al lujo y a la ostentación, se
habían difundido extensamente. Los placeres
sensuales, banquetes y borracheras estaban
ocasionando enfermedades físicas y degeneración,
embotando las percepciones espirituales y
disminuyendo la sensibilidad al pecado. Juan debía
destacarse como reformador. Por su vida abstemia
y su ropaje sencillo, debía reprobar los excesos de
su tiempo. Tal fue el motivo de las indicaciones
142
dadas a los padres de Juan, una lección de
temperancia dada por un ángel del trono celestial.
En la niñez y la juventud es cuando el carácter
es más impresionable. Entonces es cuando debe
adquirirse la facultad del dominio propio. En el
hogar y la familia, se ejercen influencias cuyos
resultados son tan duraderos como la eternidad.
Más que cualquier dote natural, los hábitos
formados en los primeros años deciden si un
hombre vencerá o será vencido en la batalla de la
vida. La juventud es el tiempo de la siembra.
Determina el carácter de la cosecha, para esta vida
y la venidera.
Como profeta, Juan había de "convertir los
corazones de los padres a los hijos, y los rebeldes a
la prudencia de los justos, para aparejar al Señor un
pueblo apercibido." Al preparar el camino para la
primera venida de Cristo, representaba a aquellos
que han de preparar un pueblo para la segunda
venida de nuestro Señor. El mundo está entregado
a la sensualidad Abundan los errores y las fábulas.
Se han multiplicado las rampas de Satanás para
143
destruir a las almas. Todos los que quieran alcanzar
la santidad en el temor de Dios deben aprender las
lecciones de temperancia y dominio propio. Las
pasiones y los apetitos deben ser mantenidos
sujetos a las facultades superiores de la mente. Esta
disciplina propia es esencial para la fuerza mental y
la percepción espiritual que nos han de habilitar
para comprender y practicar las sagradas verdades
de la Palabra de Dios. Por esta razón, la
temperancia ocupa un lugar en la obra de
prepararnos para la segunda venida de Cristo.
En el orden natural de las cosas, el hijo de
Zacarías habría sido educado para el sacerdocio.
Pero la educación de las escuelas rabínicas le
habría arruinado para su obra Dios no le envió a los
maestros de teología para que aprendiese a
interpretar las Escrituras. Le llamó al desierto, para
que aprendiese de la naturaleza, y del Dios de la
naturaleza.
Fue en una región solitaria donde halló hogar,
en medio de las colinas áridas, de los desfiladeros
salvajes y las cuevas rocosas. Pero él mismo quiso
144
dejar a un lado los goces y lujos de la vida y
prefirió la severa disciplina del desierto. Allí lo que
le rodeaba era favorable a la adquisición de
sencillez y abnegación. No siendo interrumpido por
los clamores del mundo, podía estudiar las
lecciones de la naturaleza, de la revelación y de la
Providencia. Las palabras del ángel a Zacarías
habían sido repetidas con frecuencia a Juan por sus
padres temerosos de Dios. Desde la niñez, se le
había recordado su misión, y él había aceptado el
cometido sagrado. Para él la soledad del desierto
era una manera bienvenida de escapar de la
sociedad en la cual las sospechas, la incredulidad y
la impureza lo compenetraban casi todo.
Desconfiaba de su propia fuerza para resistir la
tentación, y huía del constante contacto con el
pecado, a fin de no perder el sentido de su excesiva
pecaminosidad.
Dedicado a Dios como nazareno desde su
nacimiento, hizo él mismo voto de consagrar su
vida a Dios. Su ropa era la de los antiguos profetas:
un manto de pelo de camello, ceñido a sus lomos
por un cinturón de cuero. Comía "langostas y miel
145
silvestre," que hallaba en el desierto; y bebía del
agua pura de las colinas.
Pero Juan no pasaba la vida en ociosidad, ni en
lobreguez ascética o aislamiento egoísta. De vez en
cuando, salía a mezclarse con los hombres; y
siempre observaba con interés lo que sucedía en el
mundo. Desde su tranquilo retiro, vigilaba el
desarrollo de los sucesos. Con visión iluminada por
el Espíritu divino, estudiaba los caracteres
humanos para poder saber cómo alcanzar los
corazones con el mensaje del cielo. Sentía el peso
de su misión. En la soledad, por la meditación y la
oración, trataba de fortalecer su alma para la
carrera que le esperaba.
Aun cuando residía en el desierto, no se veía
libre de tentación. En cuanto le era posible, cerraba
todas las avenidas por las cuales Satanás podría
entrar; y sin embargo, era asaltado por el tentador.
Pero sus percepciones espirituales eran claras;
había desarrollado fuerza de carácter y decisión, y
gracias a la ayuda del Espíritu Santo, podía
reconocer los ataques de Satanás y resistir su
146
poder.
Juan hallaba en el desierto su escuela y su
santuario. Como Moisés entre las montañas de
Madián, se veía cercado por la presencia de Dios, y
por las evidencias de su poder. No le tocaba morar,
como al gran jefe de Israel, entre la solemne
majestad de las soledades montañosas; pero delante
de él estaban las alturas de Moab al otro lado del
Jordán, hablándole de Aquel que había asentado
firmemente las montañas y las había rodeado de
fortaleza. El aspecto lóbrego y terrible de la
naturaleza del desierto donde moraba, representaba
vívidamente la condición de Israel. La fructífera
viña del Señor había llegado a ser un desierto
desolado. Pero sobre el desierto, los cielos se
inclinaban brillantes y hermosos. Las obscuras
nubes formadas por la tempestad, estaban cruzadas
por el arco iris de la promesa. Así también, por
encima de la degradación de Israel resplandecía la
prometida gloria del reinado del Mesías. Las nubes
de ira estaban cruzadas por el arco iris de su
pactada misericordia.
147
A solas, en la noche silenciosa, leía la promesa
que Dios hiciera a Abrahán de una posteridad tan
innumerable como las estrellas. La luz del alba,
que doraba las montañas de Moab, le hablaba de
Aquel que sería "como la luz de la mañana cuando
sale el sol, de la mañana sin nubes."(2 Samuel
23:4) Y en el resplandor del mediodía veía el
esplendor de la manifestación de Dios, cuando se
revelará "la gloria de Jehová, y toda carne
juntamente la verá."(Isaías 40:5)
Con espíritu alegre aunque asombrado, buscaba
en los rollos proféticos las revelaciones de la
venida del Mesías: la Simiente prometida que había
de aplastar la cabeza de la serpiente; el Shiloh, "el
pacificador," que había de aparecer antes que
dejase de reinar un rey en el trono de David. Ahora
había llegado el momento. Un gobernante romano
se sentaba en el palacio del monte Sión. Según la
segura palabra del Señor, el Cristo ya había nacido.
De día y de noche estudiaba las arrobadoras
descripciones que hiciera Isaías de la gloria del
Mesías, en las que lo llamaba el Retoño de la raíz
148
de Isaí; un rey que reinaría con justicia, juzgando
"con rectitud por los mansos de la tierra"; sería un
"abrigo contra la tempestad, ... la sombra de una
peña grande en tierra de cansancio"; Israel no sería
ya llamado "Desamparada," ni su tierra
"Asolamiento," sino que sería llamado del Señor
"mi deleite,"(Isaías 11:4, 32:2, 62,4) y su tierra
"Beúla."* El corazón del solitario desterrado se
henchía de la gloriosa visión.
Miraba al Rey en su hermosura, y se olvidaba
de sí mismo. Contemplaba la majestad de la
santidad, y se sentía deficiente e indigno. Estaba
listo para salir como el mensajero del Cielo, sin
temor de lo humano, porque había mirado lo
divino. Podía estar en pie sin temor en presencia de
los monarcas terrenales, porque se había postrado
delante del Rey de reyes. Juan no comprendía
plenamente la naturaleza del reino del Mesías.
Esperaba que Israel fuese librado de sus
enemigos nacionales; pero el gran objeto de su
esperanza era la venida de un Rey de justicia y el
establecimiento de Israel como nación santa. Así
149
creía que se cumpliría la profecía hecha en ocasión
de su nacimiento:
"Acordándose de su santo pacto; ...
que sin temor librados de nuestros enemigos,
le serviríamos en santidad y en justicia delante
de él, todos los días nuestros."
Veía que los hijos de su pueblo estaban
engañados, satisfechos y dormidos en sus pecados.
Anhelaba incitarlos a vivir más santamente. El
mensaje que Dios le había dado para que lo
proclamase estaba destinado a despertarlos de su
letargo y a hacerlos temblar por su gran maldad.
Antes que pudiese alojarse la semilla del
Evangelio, el suelo del corazón debía ser
quebrantado. Antes de que tratasen de obtener
sanidad de Jesús, debían ser despertados para ver el
peligro que les hacían correr las heridas del pecado.
Dios no envía mensajeros para que adulen al
pecador. No da mensajes de paz para arrullar en
una seguridad fatal a los que no están santificados.
Impone pesadas cargas a la conciencia del que hace
mal, y atraviesa el alma con flechas de convicción.
150
Los ángeles ministradores le presentan los temibles
juicios de Dios para ahondar el sentido de su
necesidad, e impulsarle a clamar: "¿Qué debo hacer
para ser salvo?" Entonces la mano que humilló en
el polvo, levanta al penitente. La voz que reprendió
el pecado, y avergonzó el orgullo y la ambición,
pregunta con la más tierna simpatía: "¿Qué quieres
que te haga?"
Cuando comenzó el ministerio de Juan, la
nación estaba en una condición de excitación y
descontento rayana en la revolución. Al
desaparecer Arquelao, Judea había caído
directamente bajo el dominio de Roma. La tiranía y
la extorsión de los gobernantes romanos, y sus
resueltos esfuerzos para introducir las costumbres y
los símbolos paganos, encendieron la rebelión, que
fue apagada en la sangre de miles de los más
valientes de Israel. Todo esto intensificó el odio
nacional contra Roma y aumentó el anhelo de ser
libertados de su poder.
En medio de las discordias y las luchas, se oyó
una voz procedente del desierto, una voz
151
sorprendente y austera, aunque llena de esperanza:
"Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha
acercado." Con un poder nuevo y extraño,
conmovía a la gente. Los profetas habían predicho
la venida de Cristo como un acontecimiento del
futuro lejano; pero he aquí que se oía un anuncio
de que se acercaba. El aspecto singular de Juan
hacía recordar a sus oyentes los antiguos videntes.
En sus modales e indumentaria, se asemejaba al
profeta Elías. Con el espíritu y poder de Elías,
denunciaba la corrupción nacional y reprendía los
pecados prevalecientes. Sus palabras eran claras,
directas y convincentes. Muchos creían que era uno
de los profetas que había resucitado de los muertos.
Toda la nación se conmovió. Muchedumbres
acudieron al desierto.
Juan proclamaba la venida del Mesías, e
invitaba al pueblo a arrepentirse. Como símbolo de
la purificación del pecado, bautizaba en las aguas
del Jordán. Así, mediante una lección objetiva muy
significativa, declaraba que todos los que querían
formar parte del pueblo elegido de Dios estaban
contaminados por el pecado y que sin la
152
purificación del corazón y de la vida, no podrían
tener parte en el reino del Mesías.
Príncipes y rabinos, soldados, publicanos y
campesinos acudían a oír al profeta. Por un tiempo,
la solemne amonestación de Dios los alarmó.
Muchos fueron inducidos a arrepentirse, y
recibieron el bautismo. Personas de todas las clases
sociales se sometieron al requerimiento del
Bautista, a fin de participar del reino que
anunciaba.
Muchos de los escribas y fariseos vinieron
confesando sus pecados y pidiendo el bautismo. Se
habían ensalzado como mejores que los otros
hombres, y habían inducido a la gente a tener una
alta opinión de su piedad; ahora se
desenmascaraban los culpables secretos de su vida.
Pero el Espíritu Santo hizo comprender a Juan que
muchos de estos hombres no tenían verdadera
convicción del pecado. Eran oportunistas. Como
amigos del profeta, esperaban hallar favor ante el
Príncipe venidero. Y pensaban fortalecer su
influencia sobre el pueblo al recibir el bautismo de
153
manos de este joven maestro popular.
Juan les hizo frente con la abrumadora
pregunta: "¡Oh generación de víboras! ¿quién os
enseñó a huir de la ira que vendrá? Haced, pues,
frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a
decir en vosotros mismos: Tenemos a Abraham por
padre: porque os digo que puede Dios, aun de estas
piedras, levantar hijos a Abraham."
Los judíos habían interpretado erróneamente la
promesa de Dios de favorecer eternamente a Israel:
"Así ha dicho Jehová, que da el sol para la luz del
día, las leyes de la luna y de las estrellas para la luz
de la noche; que parte la mar y braman sus ondas;
Jehová de los ejércitos es su nombre: Si estas leyes
faltaren delante de mí, dice Jehová, también la
simiente de Israel faltará para no ser nación delante
de mí todos los días. Así ha dicho Jehová: Si los
cielos arriba se pueden medir, y buscarse abajo los
fundamentos de la tierra, también yo desecharé
toda la simiente de Israel por todo lo que hicieron,
dice Jehová."* Los judíos consideraban que su
descendencia natural de Abrahán les daba derecho
154
a esta promesa. Pero pasaban por alto las
condiciones que Dios había especificado. Antes de
hacer la promesa, había dicho: "Daré mi ley en sus
entrañas, y escribiréla en sus corazones; y seré yo a
ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo....
Porque perdonaré la maldad de ellos, y no me
acordaré más de su pecado."(Jeremías 31:33,34)
El favor de Dios se asegura a aquellos en cuyo
corazón está escrita su ley. Son uno con él. Pero los
judíos se habían separado de Dios. A causa de sus
pecados, estaban sufriendo bajo sus juicios. Esta
era la causa de su servidumbre a una nación
pagana. Los intelectos estaban obscurecidos por la
transgresión, y porque en tiempos pasados el Señor
les había mostrado tan grande favor, disculpaban
sus pecados. Se lisonjeaban de que eran mejores
que otros hombres, con derecho a sus bendiciones.
Estas cosas "son escritas para nuestra
admonición, en quienes los fines de los siglos han
parado."(1 Corintios 10:11) ¡Con cuánta frecuencia
interpretamos erróneamente las bendiciones de
Dios, y nos lisonjeamos de que somos favorecidos
155
a causa de alguna bondad nuestra! Dios no puede
hacer en favor nuestro lo que anhela hacer. Sus
dones son empleados para aumentar nuestra
satisfacción propia, y para endurecer nuestro
corazón en la incredulidad y el pecado.
Juan declaró a los maestros de Israel que su
orgullo, egoísmo y crueldad demostraban que eran
una generación de víboras, una maldición mortal
para el pueblo, más bien que los hijos del justo y
obediente Abrahán. En vista de la luz que habían
recibido de Dios, eran peores que los paganos, a los
cuales se creían tan superiores. Habían olvidado la
roca de la cual habían sido cortados, y el hoyo del
cual habían sido arrancados. Dios no dependía de
ellos para cumplir su propósito. Como había
llamado a Abrahán de un pueblo pagano, podría
llamar a otros a su servicio. Sus corazones podían
aparentar ahora estar tan muertos como las piedras
del desierto, pero su Espíritu podía vivificarlos
para hacer su voluntad, y recibir el cumplimiento
de su promesa.
"Y ya también -decía el profeta, – el hacha está
156
puesta a la raíz de los árboles: todo árbol pues que
no hace buen fruto, es cortado, y echado en el
fuego." No por su nombre, sino por sus frutos, se
determina el valor de un árbol. Si el fruto no tiene
valor, el nombre no puede salvar al árbol de la
destrucción. Juan declaró a los judíos que su
situación delante de Dios había de ser decidida por
su carácter y su vida. La profesión era inútil. Si su
vida y su carácter no estaban en armonía con la ley
de Dios, no eran su pueblo.
Bajo sus escrutadoras palabras, sus oyentes
quedaron convencidos. Vinieron a él preguntando:
"¿Pues qué haremos?" El contestó: "El que tiene
dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué
comer, haga lo mismo." Puso a los publicanos en
guardia contra la injusticia, y a los soldados contra
la violencia.
Todos los que se hacían súbditos del reino de
Cristo, decía él, debían dar evidencia de fe y
arrepentimiento. En su vida, debía notarse la
bondad, la honradez y la fidelidad. Debían atender
a los menesterosos, y presentar sus ofrendas a
157
Dios. Debían proteger a los indefensos y dar un
ejemplo de virtud y compasión. Así también los
seguidores de Cristo darán evidencia del poder
transformador del Espíritu Santo. En su vida diaria,
se notará la justicia, la misericordia y el amor de
Dios. De lo contrario, son como el tamo que se
arroja al fuego.
"Yo a la verdad os bautizo en agua para
arrepentimiento – dijo Juan;– mas el que viene tras
mí, más poderoso es que yo; los zapatos del cual yo
no soy digno de llevar; él os bautizará en Espíritu
Santo y en fuego." El profeta Isaías había
declarado que el Señor limpiaría a su pueblo de sus
iniquidades "con espíritu de juicio y con espíritu de
ardimiento." La palabra del Señor a Israel era:
"Volveré mi mano sobre ti, y limpiaré hasta lo más
puro tus escorias."(Isaías 4:4, 1:25) Para el pecado,
dondequiera que se encuentre, "nuestro Dios es
fuego consumidor."(Hebreos 12:29) En todos los
que se sometan a su poder, el Espíritu de Dios
consumirá el pecado. Pero si los hombres se
aferran al pecado, llegan a identificarse con él.
Entonces la gloria de Dios, que destruye el pecado,
158
debe destruirlos a ellos también. Jacob, después de
su noche de lucha con el ángel, exclamó: "Vi a
Dios cara a cara, y fue librada mi alma."* Jacob
había sido culpable de un gran pecado en su
conducta hacia Esaú; pero se había arrepentido. Su
transgresión había sido perdonada, y purificado su
pecado; por lo tanto, podía soportar la revelación
de la presencia de Dios. Pero siempre que los
hombres se presentaron a Dios mientras albergaban
voluntariamente el mal, fueron destruidos. En el
segundo advenimiento de Cristo, los impíos serán
consumidos "con el espíritu de su boca," y
destruidos "con el resplandor de su venida."(2
Tesalonicenses 2:8) La luz de la gloria de Dios,
que imparte vida a los justos, matará a los impíos.
En el tiempo de Juan el Bautista, Cristo estaba
por presentarse como revelador del carácter de
Dios. Su misma presencia haría manifiestos a los
hombres sus pecados. Únicamente en la medida en
que estuviesen dispuestos a ser purificados de sus
pecados, podrían ellos entrar en comunión con él.
Únicamente los limpios de corazón podrían morar
en su presencia.
159
Así declaraba Juan el Bautista el mensaje de
Dios a Israel. Muchos prestaban oído a sus
instrucciones. Muchos lo sacrificaban todo a fin de
obedecer. Multitudes seguían de lugar en lugar a
ese nuevo maestro, y no pocos abrigaban la
esperanza de que fuese el Mesías. Pero al ver Juan
que el pueblo se volvía hacia él, buscaba toda
oportunidad de dirigir su fe a Aquel que había de
venir.
160
Capítulo 11
El Bautismo
LAS noticias referentes al profeta del desierto y
su maravillosa predicación, cundieron por toda
Galilea. El mensaje alcanzó a los campesinos de las
aldeas montañesas más remotas, y a los pescadores
que vivían a orillas del mar; y en sus corazones
sencillos y fervientes halló la más sincera
respuesta. En Nazaret repercutió en la carpintería
que había sido de José, y uno reconoció el
llamamiento. Había llegado su tiempo. Dejando su
trabajo diario, se despidió de su madre, y siguió en
las huellas de sus compatriotas que acudían al
Jordán.
Jesús y Juan el Bautista eran primos,
estrechamente relacionados por las circunstancias
de su nacimiento; sin embargo no habían tenido
relación directa. La vida de Jesús había
transcurrido en Nazaret de Galilea; la de Juan en el
desierto de Judea. En un ambiente muy diferente,
161
habían vivido recluidos, sin comunicarse el uno
con el otro. La providencia lo había ordenado así.
No debía haber ocasión alguna de acusarlos de
haber conspirado juntos para sostener mutuamente
sus pretensiones.
Juan conocía los acontecimientos que habían
señalado el nacimiento de Jesús. Había oído hablar
de la visita a Jerusalén en su infancia, y de lo que
había sucedido en la escuela de los rabinos.
Conocía la vida sin pecado de Jesús; y creía que
era el Mesías, aunque sin tener seguridad positiva
de ello. El hecho de que Jesús había quedado
durante tantos años en la obscuridad, sin dar
ninguna evidencia especial de su misión, daba
ocasión a dudar de que fuese el Ser prometido. Sin
embargo, el Bautista esperaba con fe, sabiendo que
al tiempo señalado por Dios todo quedaría
aclarado. Se le había revelado que el Mesías
vendría a pedirle el Bautismo, y entonces se daría
una señal de su carácter divino. Así podría
presentarlo al pueblo.
Cuan Jesús vino para ser bautizado, Juan
162
reconoció en él una pureza de carácter que nunca
había percibido en nadie. La misma atmósfera de
su presencia era santa e inspiraba reverencia. Entre
las multitudes que le habían rodeado en el Jordán,
Juan había oído sombríos relatos de crímenes, y
conocido almas agobiadas por miríadas de
pecados; nunca había estado en contacto con un ser
humano que irradiase una influencia tan divina.
Todo esto concordaba con lo que le había sido
revelado acerca del Mesías. Sin embargo, vacilaba
en hacer lo que le pedía Jesús. ¿Cómo podía él,
pecador, bautizar al que era sin pecado? ¿Y por qué
había de someterse el que no necesitaba
arrepentimiento a un rito que era una confesión de
culpabilidad que debía ser lavada?
Cuando Jesús pidió el bautismo, Juan quiso
negárselo, exclamando: "Yo he menester ser
bautizado de ti, ¿y tú vienes a mí?" Con firme
aunque suave autoridad, Jesús contestó: "Deja
ahora; porque así nos conviene cumplir toda
justicia." Y Juan, cediendo, condujo al Salvador al
agua del Jordán y le sepultó en ella. "Y Jesús,
después que fue bautizado, subió luego del agua; y
163
he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al
Espíritu de Dios que descendía como paloma, y
venía sobre él." Jesús no recibió el bautismo como
confesión de culpabilidad propia. Se identificó con
los pecadores, dando los pasos que debemos dar, y
haciendo la obra que debemos hacer. Su vida de
sufrimiento y paciente tolerancia después de su
bautismo, fue también un ejemplo para nosotros.
Después de salir del agua, Jesús se arrodilló en
oración a orillas del río. Se estaba abriendo ante él
una era nueva e importante. De una manera más
amplia, estaba entrando en el conflicto de su vida.
Aunque era el Príncipe de Paz, su venida iba a ser
como el acto de desenvainar una espada. El reino
que había venido a establecer, era lo opuesto de lo
que los judíos deseaban. El que era el fundamento
del ritual y de la economía de Israel iba a ser
considerado como su enemigo y destructor. El que
había proclamado la ley en el Sinaí iba a ser
condenado como transgresor. El que había venido
para quebrantar el poder de Satanás sería
denunciado como Belcebú. Nadie en la tierra le
había comprendido, y durante su ministerio debía
164
continuar andando solo. Durante toda su vida, su
madre y sus hermanos no comprendieron su
misión. Ni aun sus discípulos le comprendieron.
Había morado en la luz eterna, siendo uno con
Dios, pero debía pasar en la soledad su vida
terrenal. Como uno de nosotros, debía llevar la
carga de nuestra culpabilidad y desgracia. El Ser
sin pecado debía sentir la vergüenza del pecado. El
amante de la paz debía habitar con la disensión, la
verdad debía morar con la mentira, la pureza con la
vileza. Todo el pecado, la discordia y la
contaminadora concupiscencia de la transgresión
torturaban su espíritu.
Debía hollar la senda y llevar la carga solo.
Sobre Aquel que había depuesto su gloria y
aceptado la debilidad de la humanidad, debía
descansar la redención del mundo. El lo veía y
sentía todo, pero su propósito permanecía firme.
De su brazo dependía la salvación de la especie
caída, y extendió su mano para asir la mano del
Amor omnipotente.
La mirada del Salvador parece penetrar el cielo
165
mientras vuelca los anhelos de su alma en oración.
Bien sabe él cómo el pecado endureció los
corazones de los hombres, y cuán difícil les será
discernir su misión y aceptar el don de la salvación.
Intercede ante el Padre a fin de obtener poder para
vencer su incredulidad, para romper las ligaduras
con que Satanás los encadenó, y para vencer en su
favor al destructor. Pide el testimonio de que Dios
acepta la humanidad en la persona de su Hijo.
Nunca antes habían escuchado los ángeles
semejante oración. Ellos anhelaban llevar a su
amado Comandante un mensaje de seguridad y
consuelo. Pero no; el Padre mismo contestará la
petición de su Hijo. Salen directamente del trono
los rayos de su gloria. Los cielos se abren, y sobre
la cabeza del Salvador desciende una forma de
paloma de la luz más pura, emblema adecuado del
Manso y Humilde.
Entre la vasta muchedumbre que estaba
congregada a orillas del Jordán, pocos, además de
Juan, discernieron la visión celestial. Sin embargo,
la solemnidad de la presencia divina embargó la
166
asamblea. El pueblo se quedó mirando
silenciosamente a Cristo. Su persona estaba bañada
de la luz que rodea siempre el trono de Dios. Su
rostro dirigido hacia arriba estaba glorificado como
nunca antes habían visto ningún rostro humano. De
los cielos abiertos, se oyó una voz que decía: "Este
es mi Hijo amado, en el cual tengo
contentamiento."
Estas palabras de confirmación fueron dadas
para inspirar fe a aquellos que presenciaban la
escena, y fortalecer al Salvador para su misión. A
pesar de que los pecados de un mundo culpable
pesaban sobre Cristo, a pesar de la humillación que
implicaba el tomar sobre sí nuestra naturaleza
caída, La voz del cielo lo declaró Hijo del Eterno.
Juan había quedado profundamente conmovido
al ver a Jesús postrarse como suplicante para pedir
con lágrimas la aprobación del Padre. Al rodearle
la gloria de Dios y oírse la voz del cielo, Juan
reconoció la señal que Dios le había prometido.
Sabía que era al Redentor del mundo a quien había
bautizado. El Espíritu Santo descendió sobre él, y
167
extendiendo la mano, señaló a Jesús y exclamó:
"He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo."
Nadie de entre los oyentes, ni aun el que las
pronunció, discernió el verdadero significado de
estas palabras, "el Cordero de Dios." Sobre el
monte Moria, Abrahán había oído la pregunta de su
hijo: "Padre mío.... ¿Dónde está el cordero para el
holocausto?" El padre contestó "Dios se proveerá
de cordero para el holocausto, hijo mío." (Génesis
22:7,8) Y en el carnero divinamente provisto en
lugar de Isaac, Abrahán vio un símbolo de Aquel
que había de morir por los pecados de los hombres.
El Espíritu Santo, mediante Isaías, repitiendo la
ilustración, profetizó del Salvador: "Como cordero
fue llevado al matadero," "Jehová cargó en él el
pecado de todos nosotros;" (Isaías 53:7,6) pero los
hijos de Israel no habían comprendido la lección.
Muchos de ellos consideraban los sacrificios de
una manera muy semejante a la forma en que
miraban sus sacrificios los paganos, como dones
por cuyo medio podían propiciar a la Divinidad.
Dios deseaba enseñarles que el don que los
168
reconcilia con él proviene de su amor.
Y las palabras dichas a Jesús a orillas del
Jordán: "Este es mi Hijo amado, en el cual tengo
contentamiento," abarcan a toda la humanidad.
Dios habló a Jesús como a nuestro representante.
No obstante todos nuestros pecados y debilidades,
no somos desechados como inútiles. El "nos hizo
aceptos en el Amado." (Efesios 1:6) La gloria que
descansó sobre Jesús es una prenda del amor de
Dios hacia nosotros. Nos habla del poder de la
oración, de cómo la voz humana puede llegar al
oído de Dios, y ser aceptadas nuestras peticiones en
los atrios celestiales. Por el pecado, la tierra quedó
separada del cielo y enajenada de su comunión;
pero Jesús la ha relacionado otra vez con la esfera
de gloria. Su amor rodeó al hombre, y alcanzó el
cielo más elevado. La luz que cayó por los portales
abiertos sobre la cabeza de nuestro Salvador, caerá
sobre nosotros mientras oremos para pedir ayuda
con que resistir a la tentación. La voz que habló a
Jesús dice a toda alma creyente: "Este es mi Hijo
amado, en el cual tengo contentamiento."
169
"Amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no
se ha manifestado lo que hemos de ser; pero
sabemos que cuando él apareciere, seremos
semejantes a él, porque le veremos como él es." (1
Juan 3:2) Nuestro Redentor ha abierto el camino,
de manera que el más pecaminoso, el más
menesteroso, el más oprimido y despreciado, puede
hallar acceso al Padre. Todos pueden tener un
hogar en las mansiones que Jesús ha ido a preparar.
"Estas cosas dice el Santo, el Verdadero, el que
tiene la llave de David, el que abre y ninguno
cierra, y cierra y ninguno abre: . . . he aquí, he dado
una puerta abierta delante de ti, la cual ninguno
puede cerrar." (Apocalipsis 3:7,8)
170
Capítulo 12
La Tentación
"Y JESÚS, lleno del Espíritu Santo, volvió del
Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto."
Las palabras de Marcos son aun más significativas.
El dice: "Y luego el Espíritu le impele al desierto.
Y estuvo allí en el desierto cuarenta días, y era
tentado de Satanás; y estaba con las fieras." "Y no
comió cosa en aquellos días."
Cuando Jesús fue llevado al desierto para ser
tentado, fue llevado por el Espíritu de Dios. El no
invitó a la tentación. Fue al desierto para estar solo,
para contemplar su misión y su obra. Por el ayuno
y la oración, debía fortalecerse para andar en la
senda manchada de sangre que iba a recorrer. Pero
Satanás sabía que el Salvador había ido al desierto,
y pensó que ésa era la mejor ocasión para atacarle.
Grandes eran para el mundo los resultados que
estaban en juego en el conflicto entre el Príncipe de
171
la Luz y el caudillo del reino de las tinieblas.
Después de inducir al hombre a pecar, Satanás
reclamó la tierra como suya, y se llamó príncipe de
este mundo. Habiendo hecho conformar a su propia
naturaleza al padre y a la madre de nuestra especie,
pensó establecer aquí su imperio. Declaró que el
hombre le había elegido como soberano suyo.
Mediante su dominio de los hombres, dominaba el
mundo. Cristo había venido para desmentir la
pretensión de Satanás. Como Hijo del hombre,
Cristo iba a permanecer leal a Dios. Así se
demostraría que Satanás no había obtenido
completo dominio de la especie humana, y que su
pretensión al reino del mundo era falsa. Todos los
que deseasen liberación de su poder, podrían ser
librados. El dominio que Adán había perdido por
causa del pecado, sería recuperado.
Desde el anuncio hecho a la serpiente en el
Edén: "Y enemistad pondré entre ti y la mujer, y
entre tu simiente y la simiente suya,' (Génesis 3:15)
Satanás sabía que no ejercía dominio absoluto
sobre el mundo. Veía en los hombres la obra de un
poder que resistía a su autoridad. Con intenso
172
interés, consideró los sacrificios ofrecidos por
Adán y sus hijos. En esta ceremonia discernía el
símbolo de la comunión entre la tierra y el cielo. Se
dedicó a interceptar esta comunión. Representó
falsamente a Dios, así como los ritos que señalaban
al Salvador. Los hombres fueron inducidos a temer
a Dios como a un ser que se deleitaba en la
destrucción. Los sacrificios que debían revelar su
amor, eran ofrecidos únicamente para apaciguar su
ira. Satanás excitaba las malas pasiones de los
hombres a fin de asegurar su dominio sobre ellos.
Cuando fue dada la palabra escrita de Dios, Satanás
estudió las profecías del advenimiento del
Salvador. De generación en generación, trabajó
para cegar a la gente acerca de esas profecías, a fin
de que rechazase a Cristo en ocasión de su venida.
Al nacer Jesús, Satanás supo que había venido
un Ser comisionado divinamente para disputarle su
dominio. Tembló al oír el mensaje del ángel que
atestiguaba la autoridad del Rey recién nacido.
Satanás conocía muy bien la posición que Cristo
había ocupado en el cielo como amado del Padre.
El hecho de que el Hijo de Dios viniese a esta tierra
173
como hombre le llenaba de asombro y aprensión.
No podía sondear el misterio de este gran
sacrificio. Su alma egoísta no podía comprender tal
amor por la familia engañada. La gloria y la paz del
cielo y el gozo de la comunión con Dios, eran
débilmente comprendidos por los hombres; pero
eran bien conocidos para Lucifer, el querubín
cubridor. Puesto que había perdido el cielo, estaba
resuelto a vengarse haciendo participar a otros de
su caída. Esto lo lograría induciéndolos a
menospreciar las cosas celestiales, y poner sus
afectos en las terrenales.
No sin obstáculos iba el Generalísimo del cielo
a ganar las almas de los hombres para su reino.
Desde su infancia en Belén, fue continuamente
asaltado por el maligno. La imagen de Dios se
manifestaba en Cristo, y en los concilios de Satanás
se había resuelto vencerle. Ningún ser humano
había venido al mundo y escapado al poder del
engañador. Las fuerzas de la confederación del mal
asediaban su senda para entablar guerra con él, y, si
era posible, prevalecer contra él.
174
En ocasión del bautismo del Salvador, Satanás
se hallaba entre los testigos. Vio la gloria del Padre
que descansaba sobre su Hijo. Oyó la voz de
Jehová atestiguar la divinidad de Jesús. Desde el
pecado de Adán, la especie humana había estado
privada de la comunión directa con Dios; el trato
entre el cielo y la tierra se había realizado por
medio de Cristo; pero ahora que Jesús había venido
"en semejanza de carne de pecado," (Romanos 8:3)
el Padre mismo habló. Antes se había comunicado
con la humanidad por medio de Cristo; ahora se
comunicaba con la humanidad en Cristo. Satanás
había esperado que el aborrecimiento que Dios
siente hacia el mal produjera una eterna separación
entre el cielo y la tierra. Pero ahora era evidente
que la relación entre Dios y el hombre había sido
restaurada.
Satanás vio que debía vencer o ser vencido. Los
resultados del conflicto significaban demasiado
para ser confiados a sus ángeles confederados.
Debía dirigir personalmente la guerra. Todas las
energías de la apostasía se unieron contra el Hijo
de Dios. Cristo fue hecho el blanco de toda arma
175
del infierno.
Muchos consideran este conflicto entre Cristo y
Satanás como si no tuviese importancia para su
propia vida; y para ellos tiene poco interés. Pero
esta controversia se repite en el dominio de todo
corazón humano. Nunca sale uno de las filas del
mal para entrar en el servicio de Dios, sin arrostrar
los asaltos de Satanás. Las seducciones que Cristo
resistió son las mismas que nosotros encontramos
tan difíciles de resistir. Le fueron infligidas en un
grado tanto mayor cuanto más elevado es su
carácter que el nuestro. Llevando sobre sí el
terrible peso de los pecados del mundo, Cristo
resistió la prueba del apetito, del amor al mundo, y
del amor a la ostentación que conduce a la
presunción. Estas fueron las tentaciones que
vencieron a Adán y Eva, y que tan fácilmente nos
vencen a nosotros.
Satanás había señalado el pecado de Adán
como prueba de que la ley de Dios era injusta, y
que no podía ser acatada. En nuestra humanidad,
Cristo había de resarcir el fracaso de Adán. Pero
176
cuando Adán fue asaltado por el tentador, no
pesaba sobre él ninguno de los efectos del pecado.
Gozaba de una plenitud de fuerza y virilidad, así
como del perfecto vigor de la mente y el cuerpo.
Estaba rodeado por las glorias del Edén, y se
hallaba en comunión diaria con los seres
celestiales. No sucedía lo mismo con Jesús cuando
entró en el desierto para luchar con Satanás.
Durante cuatro mil años, la familia humana había
estado perdiendo fuerza física y mental, así como
valor moral; y Cristo tomó sobre sí las flaquezas de
la humanidad degenerada. Únicamente así podía
rescatar al hombre de las profundidades de su
degradación.
Muchos sostienen que era imposible para
Cristo ser vencido por la tentación. En tal caso, no
podría haberse hallado en la posición de Adán; no
podría haber obtenido la victoria que Adán dejó de
ganar. Si en algún sentido tuviésemos que soportar
nosotros un conflicto más duro que el que Cristo
tuvo que soportar, él no podría socorrernos. Pero
nuestro Salvador tomó la humanidad con todo su
pasivo. Se vistió de la naturaleza humana, con la
177
posibilidad de ceder a la tentación. No tenemos que
soportar nada que él no haya soportado.
Para Cristo, como para la santa pareja del Edén,
el apetito fue la base de la primera gran tentación.
Precisamente donde empezó la ruina, debe empezar
la obra de nuestra redención. Así como por haber
complacido el apetito Adán cayó, por sobreponerse
al apetito Cristo debía vencer. "Y habiendo
ayunado cuarenta días y cuarenta noches, después
tuvo hambre. Y llegándose a él el tentador, dijo: Si
eres Hijo de Dios, di que estas piedras se hagan
pan. Mas él respondiendo, dijo: Escrito está: No
con sólo el pan vivirá el hombre, mas con toda
palabra que sale de la boca de Dios."
Desde el tiempo de Adán hasta el de Cristo, la
complacencia de los deseos propios había
aumentado el poder de los apetitos y pasiones,
hasta que tenían un dominio casi ilimitado. Así los
hombres se habían degradado y degenerado, y por
sí mismos no podían vencer. Cristo venció en favor
del hombre, soportando la prueba más severa. Por
nuestra causa, ejerció un dominio propio más
178
fuerte que el hambre o la misma muerte. Y esta
primera victoria entrañaba otros resultados, de los
cuales participan todos nuestros conflictos con las
potestades de las tinieblas.
Cuando Jesús entró en el desierto, fue rodeado
por la gloria del Padre. Absorto en la comunión
con Dios, se sintió elevado por encima de las
debilidades humanas. Pero la gloria se apartó de él,
y quedó solo para luchar con la tentación. Esta le
apremiaba en todo momento. Su naturaleza
humana rehuía el conflicto que le aguardaba.
Durante cuarenta días ayunó y oró. Débil y
demacrado por el hambre, macilento y agotado por
la agonía mental, "desfigurado era su aspecto más
que el de cualquier hombre, y su forma más que la
de los hijos de Adán." (Isaías 52:14) Entonces vio
Satanás su oportunidad. Pensó que podía vencer a
Cristo.
Como en contestación a las oraciones del
Salvador, se le presentó un ser que parecía un ángel
del cielo. Aseveró haber sido comisionado por
Dios para declarar que el ayuno de Cristo había
179
terminado. Así como Dios había enviado un ángel
para detener la mano de Abrahán a fin de que no
sacrificase a Isaac, así también, satisfecho con la
buena disposición de Cristo para entrar por la
senda manchada de sangre, el Padre había enviado
un ángel para librarlo. Tal era el mensaje traído a
Jesús. El Salvador se hallaba debilitado por el
hambre, y deseaba con vehemencia alimentos
cuando Satanás se le apareció repentinamente.
Señalando las piedras que estaban esparcidas por el
desierto, y que tenían la apariencia de panes, el
tentador dijo: "Si eres Hijo de Dios, di que estas
piedras se hagan pan."
Aunque se presentó como ángel de luz
delataban su carácter estas primeras palabras: "Si
eres Hijo de Dios." En ellas se insinuaba la
desconfianza. Si Jesús hubiese hecho lo que
Satanás sugería, habría aceptado la duda. El
tentador se proponía derrotar a Cristo de la misma
manera en que había tenido tanto éxito con la
especie humana en el principio. ¡Cuán arteramente
se había acercado Satanás a Eva en el Edén!
"¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo
180
árbol del huerto?" (Génesis 3:1) Hasta ahí las
palabras del tentador eran verdad; pero en su
manera de expresarlas, se disfrazaba el desprecio
por las palabras de Dios. Había una negativa
encubierta, una duda de la veracidad divina.
Satanás trató de insinuar a Eva el pensamiento de
que Dios no haría lo que había dicho, que el
privarlos de una fruta tan hermosa contradecía su
amor y compasión por el hombre. Así también el
tentador trató de inspirar a Cristo sus propios
sentimientos: "Si eres el Hijo de Dios." Las
palabras repercuten con amargura en su mente. En
el tono de su voz hay una expresión de completa
incredulidad. ¿Habría de tratar Dios así a su propio
Hijo? ¿Lo dejaría en el desierto con las fieras, sin
alimento, sin compañía, sin consuelo? Le insinúa
que Dios nunca quiso que su Hijo estuviese en tal
estado. "Si eres el Hijo de Dios," muéstrame tu
poder aliviándote a ti mismo de esta hambre
apremiante. Ordena que estas piedras sean
transformadas en pan.
Las palabras del Cielo: "Este es mi Hijo amado,
en el cual tengo contentamiento," (Mateo 3:17)
181
resonaban todavía en los oídos de Satanás. Pero
estaba resuelto a hacer dudar a Cristo de este
testimonio. La palabra de Dios era para Cristo la
garantía de su misión divina. El había venido para
vivir como hombre entre los hombres, y esta
palabra declaraba su relación con el cielo. Era el
propósito de Satanás hacerle dudar de esa palabra.
Si la confianza de Cristo en Dios podía ser
quebrantada, Satanás sabía que obtendría la
victoria en todo el conflicto. Vencería a Jesús.
Esperaba que bajo el imperio de la desesperación y
el hambre extrema, Cristo perdería la fe en su
Padre, y obraría un milagro en su propio favor. Si
lo hubiera hecho habría malogrado el plan de
salvación.
Cuando Satanás y el Hijo de Dios se
encontraron por primera vez en conflicto, Cristo
era el generalísimo de las huestes celestiales; y
Satanás, el caudillo de la rebelión del cielo, fue
echado fuera. Ahora su condición está
aparentemente invertida, y Satanás se aprovecha de
su supuesta ventaja. Uno de los ángeles más
poderosos, dijo, ha sido desterrado del cielo. El
182
aspecto de Jesús indica que él es aquel ángel caído,
abandonado de Dios y de los hombres. Un ser
divino podría sostener su pretensión realizando un
milagro: "Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras
se hagan pan." Un acto tal de poder creador,
insistía el tentador, sería evidencia concluyente de
su divinidad. Pondría término a la controversia.
No sin lucha pudo Jesús escuchar en silencio al
supremo engañador. Pero el Hijo de Dios no había
de probar su divinidad a Satanás, ni explicar la
razón de su humillación. Accediendo a las
exigencias del rebelde, no podía ganar nada para
beneficio del hombre ni la gloria de Dios. Si Cristo
hubiese obrado de acuerdo con la sugestión del
enemigo, Satanás habría dicho aún: "Muéstrame
una señal para que crea que eres el Hijo de Dios."
La evidencia habría sido inútil para quebrantar el
poder de la rebelión en su corazón. Y Cristo no
había de ejercer el poder divino para su propio
beneficio. Había venido para soportar la prueba
como debemos soportarla nosotros, dejándonos un
ejemplo de fe y sumisión. Ni en esta ocasión, ni en
ninguna otra ulterior en su vida terrenal, realizó él
183
un milagro en favor suyo. Sus obras admirables
fueron todas hechas para beneficio de otros.
Aunque Jesús reconoció a Satanás desde el
principio, no se sintió provocado a entrar en
controversia con él. Fortalecido por el recuerdo de
la voz del cielo, se apoyó en el amor de su Padre.
No quiso parlamentar con la tentación.
Jesús hizo frente a Satanás con las palabras de
la Escritura. "Escrito está," dijo. En toda tentación,
el arma de su lucha era la Palabra de Dios. Satanás
exigía de Cristo un milagro como señal de su
divinidad. Pero aquello que es mayor que todos los
milagros, una firme confianza en un "así dice
Jehová," era una señal que no podía ser
controvertida. Mientras Cristo se mantuviese en esa
posición, el tentador no podría obtener ventaja
alguna.
Fue en el tiempo de la mayor debilidad cuando
Cristo fue asaltado por las tentaciones más fieras.
Así Satanás pensaba prevalecer. Por este método
había obtenido la victoria sobre los hombres.
Cuando faltaba la fuerza y la voluntad se
184
debilitaba, y la fe dejaba de reposar en Dios,
entonces los que habían luchado valientemente por
lo recto durante mucho tiempo, eran vencidos.
Moisés se hallaba cansado por los cuarenta años de
peregrinaciones de Israel cuando su fe dejó de
asirse momentáneamente del poder infinito.
Fracasó en los mismos límites de la tierra
prometida. Así también sucedió con Elías, que
había permanecido indómito delante del rey Acab y
había hecho frente a toda la nación de Israel,
encabezada por los cuatrocientos cincuenta
profetas de Baal. Después de aquel terrible día
pasado sobre el Carmelo, cuando se había muerto a
los falsos profetas y el pueblo había declarado su
fidelidad a Dios, Elías huyó para salvar su vida,
ante las amenazas de la idólatra Jezabel. Así se
había aprovechado Satanás de la debilidad de la
humanidad. Y aun hoy sigue obrando de la misma
manera. Siempre que una persona esté rodeada de
nubes, se halle perpleja por las circunstancias, o
afligida por la pobreza y angustia, Satanás está listo
para tentarla y molestarla. Ataca los puntos débiles
de nuestro carácter. Trata de destruir nuestra
confianza en Dios porque él permite que exista tal
185
estado de cosas. Nos vemos tentados a desconfiar
de Dios y a poner en duda su amor. Muchas veces
el tentador viene a nosotros como se presentó a
Cristo, desplegando delante de nosotros nuestras
debilidades y flaquezas. Espera desalentar el alma
y quebrantar nuestra confianza en Dios. Entonces
está seguro de su presa. Si nosotros le hiciéramos
frente como lo hizo Jesús, evitaríamos muchas
derrotas. Parlamentando con el enemigo, le damos
ventajas.
Cuando Cristo dijo al tentador: "No con sólo el
pan vivirá el hombre, mas con toda palabra que
sale de la boca de Dios," repitió las palabras que
más de catorce siglos antes había dicho a Israel:
"Acordarte has de todo el camino por donde te ha
traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el
desierto, . . . y te afligió, e hízote tener hambre, y te
sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni
tus padres la habían conocido; para hacerte saber
que el hombre no vivirá de sólo pan, mas de todo
lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre."
(Deuteronomio 8:2,3) En el desierto, cuando todos
los medios de sustento se habían agotado, Dios
186
envió a su pueblo maná del cielo, y esto en una
provisión suficiente y constante. Dicha provisión
había de enseñarles que mientras confiasen en Dios
y anduviesen en sus caminos, él no los
abandonaría. El Salvador puso ahora en práctica la
lección que había enseñado a Israel. La palabra de
Dios había dado socorro a la hueste hebrea, y la
misma palabra se lo daría también a Jesús. Esperó
el tiempo en que Dios había de traerle alivio. Se
hallaba en el desierto en obediencia a Dios, y no
iba a obtener alimentos siguiendo las sugestiones
de Satanás. En presencia del universo, atestiguó
que es menor calamidad sufrir lo que venga, que
apartarse en un ápice de la voluntad de Dios.
"No con sólo el pan vivirá el hombre, mas con
toda palabra que sale de la boca de Dios." Muchas
veces el que sigue a Cristo se ve colocado en donde
no puede servir a Dios y llevar adelante sus
empresas mundanales. Tal vez le parezca que la
obediencia a algún claro requerimiento de Dios le
privará de sus medios de sostén. Satanás quisiera
hacerle creer que debe sacrificar las convicciones
de su conciencia. Pero lo único en que podemos
187
confiar en este mundo es la Palabra de Dios.
"Buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia, y todas estas cosas os serán añadidas."
(Mateo 6:33) Aun en esta vida, no puede
beneficiarnos el apartarnos de la voluntad de
nuestro Padre celestial. Cuando aprendamos a
conocer el poder de su palabra no seguiremos las
sugestiones de Satanás para obtener alimento o
salvarnos la vida. Lo único que preguntaremos
será: ¿Cuál es la orden de Dios, y cuál es su
promesa? Conociéndolas, obedeceremos la primera
y confiaremos en la segunda.
En el último gran conflicto de la controversia
con Satanás, los que sean leales a Dios se verán
privados de todo apoyo terrenal. Porque se niegan a
violar su ley en obediencia a las potencias
terrenales, se les prohibirá comprar o vender.
Finalmente será decretado que se les dé muerte.
(Apocalipsis 13:11-17) Pero al obediente se le hace
la promesa: "Habitará en las alturas: fortalezas de
rocas serán su lugar de acogimiento; se le dará su
pan, y sus aguas serán ciertas." (Isaías 33:16) Los
hijos de Dios vivirán por esta promesa. Serán
188
alimentados cuando la tierra esté asolada por el
hambre. "No serán avergonzados en el mal tiempo;
y en los días de hambre serán hartos.' (Salmos
37:19) El profeta Habacuc previó este tiempo de
angustia, y sus palabras expresan la fe de la iglesia:
"Aunque la higuera no florecerá, ni en las vides
habrá frutos; mentirá la obra de la oliva, y los
labrados no darán mantenimiento, y las ovejas
serán quitadas de la majada, y no habrá vacas en
los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y
me gozaré en el Dios de mi salud." (Habacuc 3:1718)
De todas las lecciones que se desprenden de la
primera gran tentación de nuestro Señor, ninguna
es más importante que la relacionada con el
dominio de los apetitos y pasiones. En todas las
edades, las tentaciones atrayentes para la naturaleza
física han sido las más eficaces para corromper y
degradar a la humanidad. Mediante la
intemperancia, Satanás obra para destruir las
facultades mentales y morales que Dios dio al
hombre como un don inapreciable. Así viene a ser
imposible para los hombres apreciar las cosas de
189
valor eterno. Mediante la complacencia de los
sentidos, Satanás trata de borrar del alma todo
vestigio de la semejanza divina.
La sensualidad irrefrenada y la enfermedad y
degradación consiguientes, que existían en tiempos
del primer advenimiento de Cristo, existirán, con
intensidad agravada, antes de su segunda venida.
Cristo declara que la condición del mundo será
como en los días anteriores al diluvio, y como en
tiempos de Sodoma y Gomorra. Todo intento de
los pensamientos del corazón será de continuo el
mal. Estamos viviendo en la víspera misma de ese
tiempo pavoroso, y la lección del ayuno del
Salvador debe grabarse en nuestro corazón.
Únicamente por la indecible angustia que soportó
Cristo podemos estimar el mal que representa el
complacer sin freno los apetitos. Su ejemplo
demuestra que nuestra única esperanza de vida
eterna consiste en sujetar los apetitos y pasiones a
la voluntad de Dios.
En nuestra propia fortaleza, nos es imposible
negarnos a los clamores de nuestra naturaleza
190
caída. Por su medio, Satanás nos presentará
tentaciones. Cristo sabía que el enemigo se
acercaría a todo ser humano para aprovecharse de
las debilidades hereditarias y entrampar, mediante
sus falsas insinuaciones, a todos aquellos que no
confían en Dios. Y recorriendo el terreno que el
hombre debe recorrer, nuestro Señor ha preparado
el camino para que venzamos. No es su voluntad
que seamos puestos en desventaja en el conflicto
con Satanás. No quiere que nos intimiden ni
desalienten los asaltos de la serpiente. "Tened buen
ánimo -dice; - yo he vencido al mundo." (Juan
16:33)
Considere al Salvador en el desierto de la
tentación todo aquel que lucha contra el poder del
apetito. Véale en su agonía sobre la cruz cuando
exclamó: "Sed tengo." El padeció todo lo que nos
puede tocar sufrir. Su victoria es nuestra.
Jesús confió en la sabiduría y fuerza de su
Padre celestial. Declara: "Jehová el Señor me
ayudará; por tanto no he sido abochornado; ... y sé
que no seré avergonzado.... He aquí que Jehová me
191
ayudará." Llamando la atención a su propio
ejemplo, él nos dice: "¿Quién hay de entre vosotros
que teme a Jehová, . . . que anda en tinieblas y no
tiene luz? ¡Confíe en el nombre de Jehová, y
apóyese en su Dios!" (Isaías 50:7-10)
"Viene el príncipe de este mundo-dice Jesús;mas no tiene nada en mí.' (Juan 14:3) No había en
él nada que respondiera a los sofismas de Satanás.
El no consintió en pecar. Ni siquiera por un
pensamiento cedió a la tentación. Así también
podemos hacer nosotros. La humanidad de Cristo
estaba unida con la divinidad. Fue hecho idóneo
para el conflicto mediante la permanencia del
Espíritu Santo en él. Y él vino para hacernos
participantes de la naturaleza divina. Mientras
estemos unidos con él por la fe, el pecado no tendrá
dominio sobre nosotros. Dios extiende su mano
para alcanzar la mano de nuestra fe y dirigirla a
asirse de la divinidad de Cristo, a fin de que
nuestro carácter pueda alcanzar la perfección.
Y Cristo nos ha mostrado cómo puede lograrse
esto. ¿Por medio de qué venció él en el conflicto
192
con Satanás? -Por la Palabra de Dios. Sólo por
medio de la Palabra pudo resistir la tentación.
"Escrito está," dijo. Y a nosotros "nos son dadas
preciosas y grandísimas promesas, para que por
ellas fueseis hechos participantes de la naturaleza
divina, habiendo huido de la corrupción que está en
el mundo por concupiscencia." (2 Pedro 1:4) Toda
promesa de la Palabra de Dios nos pertenece.
Hemos de vivir de "toda palabra que sale de la
boca de Dios." Cuando nos veamos asaltados por
las tentaciones, no miremos las circunstancias o
nuestra debilidad, sino el poder de la Palabra. Toda
su fuerza es nuestra. "En mi corazón he guardado
tus dichos-dice el salmista, –para no pecar contra
ti." "Por la palabra de tus labios yo me he guardado
de las vías del destructor." (Salmo 119:11, Salmo
17:4)
193
Capítulo 13
La Victoria
"ENTONCES el diablo le pasa a la santa
ciudad, y le pone sobre las almenas del templo, y le
dice: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; que escrito
está:
Asus ángeles mandará por ti,
y te alzarán en las manos,
para que nunca tropieces con tu pie en piedra."
Satanás supone ahora que ha hecho frente a
Jesús en su propio terreno. El astuto enemigo le
presenta palabras procedentes de la boca de Dios.
Se da todavía por un ángel de luz y evidencia
conocer las Escrituras y comprender su significado.
Como Jesús empleó antes la Palabra de Dios para
sostener su fe, el tentador la usa ahora para apoyar
su engaño. Pretende haber estado tan sólo
probando la fidelidad de Jesús, y elogia su firmeza.
Como el Salvador había manifestado confianza en
194
Dios, Satanás le insta a dar otra prueba de su fe.
Pero otra vez la tentación va precedida de la
insinuación de desconfianza: "Si eres Hijo de
Dios." Cristo se sintió tentado a contestar al "si;"
pero se abstuvo de la menor aceptación de la duda;
No podía hacer peligrar su vida a fin de dar
pruebas a Satanás.
El tentador pensaba aprovechar de la
humanidad de Cristo e incitarle a la presunción.
Pero aunque Satanás puede instar, no puede obligar
a pecar. Dijo, pues, a Jesús: "Échate abajo,"
sabiendo que no podía arrojarle, porque Dios se
interpondría para librarle. Ni podía Satanás obligar
a Jesús a arrojarse. A menos que Cristo cediese a la
tentación, no podía ser vencido. Ni aun todo el
poder de la tierra o del infierno podía obligarle a
apartarse en un ápice de la voluntad de su Padre.
El tentador no puede nunca obligarnos a hacer
lo malo. No puede dominar nuestra mente, a menos
que la entreguemos a su dirección. La voluntad
debe consentir y la fe abandonar su confianza en
Cristo, antes que Satanás pueda ejercer su poder
195
sobre nosotros. Pero todo deseo pecaminoso que
acariciamos le da un punto de apoyo. Todo detalle
en que dejamos de alcanzar la norma divina es una
puerta abierta por la cual él puede entrar para
tentarnos y destruirnos. Y todo fracaso o derrota de
nuestra parte le da ocasión de vituperar a Cristo.
Cuando Satanás citó la promesa: "A sus
ángeles mandará por ti," omitió las palabras: "que
te guarden en todos tus caminos;" es decir, en todos
los caminos que Dios haya elegido. Jesús se negó a
salir de la senda de la obediencia. Aunque
manifestaba perfecta confianza en su Padre, no
quería colocarse, sin que le fuera ordenado, en una
posición que justificase la intervención de su Padre
para salvarle de la muerte. No quería obligar a la
Providencia a acudir en su auxilio, y dejar de dar al
hombre un ejemplo de confianza y sumisión.
Jesús declaró a Satanás: "Escrito está además:
No tentarás al Señor tu Dios." Estas palabras
fueron dirigidas por Moisés a los hijos de Israel
cuando tenían sed en el desierto, y exigieron que
Moisés les diese agua, exclamando: "¿Está, pues,
196
Jehová entre nosotros, o no?' (Éxodo 17:7) Dios
había obrado maravillosamente en favor suyo; sin
embargo, al verse en dificultades, dudaron de él, y
exigieron pruebas de que estaba con ellos. En su
incredulidad, trataron de probarle. Satanás instaba
a Cristo a hacer lo mismo. Dios había testificado ya
de que Jesús era su Hijo; y ahora pedir pruebas de
que era el Hijo de Dios era dudar de la Palabra de
Dios, era tentarle. Y se podía hacer lo mismo al
pedir lo que Dios no había prometido. Era
manifestar desconfianza; en realidad, tentarle. No
debemos presentar nuestras peticiones a Dios para
probar si cumplirá su palabra, sino porque él la
cumplirá; no para probar que nos ama, sino porque
él nos ama. "Sin fe es imposible agradar a Dios;
porque es menester que el que a Dios se allega,
crea que le hay, y que es galardonador de los que le
buscan." (Hebreos 11:6)
Pero la fe no va en ningún sentido unida a la
presunción. Sólo el que tenga verdadera fe se halla
seguro contra la presunción. Porque la presunción
es la falsificación satánica de la fe. La fe se aferra a
las promesas de Dios, y produce la obediencia. La
197
presunción también se aferra a las promesas, pero
las usa como Satanás, para disculpar la
transgresión. La fe habría inducido a nuestros
primeros padres a confiar en el amor de Dios, y a
obedecer sus mandamientos. La presunción los
indujo a transgredir su ley, creyendo que su gran
amor los salvaría de las consecuencias de su
pecado. No es fe lo que reclama el favor del Cielo
sin cumplir las condiciones bajo las cuales se
concede una merced. La fe verdadera tiene su
fundamento en las promesas y provisiones de las
Escrituras.
Muchas veces, cuando Satanás no logra excitar
la desconfianza, nos induce a la presunción. Si
puede hacernos entrar innecesariamente en el
camino de la tentación, sabe que la victoria es suya.
Dios guardará a todos los que anden en la senda de
la obediencia; pero el apartarse de ella es
aventurarse en terreno de Satanás. Allí, lo seguro
es que caeremos. El Salvador nos ha ordenado:
"Velad y orad, para que no entréis en tentación."
(Marcos 14:38) La meditación y la oración nos
impedirían precipitarnos, sin orden alguna, al
198
peligro, y así nos ahorraríamos muchas derrotas.
Sin embargo, no deberíamos desanimarnos
cuando nos asalta la tentación. Muchas veces, al
encontrarnos en situación penosa, dudamos de que
el Espíritu de Dios nos haya estado guiando. Pero
fue la dirección del Espíritu la que llevó a Jesús al
desierto, para ser tentado por Satanás. Cuando Dios
nos somete a una prueba, tiene un fin que lograr
para
nuestro
bien.
Jesús
no
confió
presuntuosamente en las promesas de Dios yendo a
la tentación sin recibir la orden, ni se entregó a la
desesperación cuando la tentación le sobrevino. Ni
debemos hacerlo nosotros. "Fiel es Dios, que no os
dejará ser tentados más de lo que podéis llevar;
antes dará también juntamente con la tentación la
salida, para que podáis aguantar." El dice:
"Sacrifica a Dios alabanza, y paga tus votos al
Altísimo. E invócame en el día de la angustia: te
libraré, y tú me honrarás." (1 Corintios 10:13,
Salmos 50:14,15)
Jesús salió victorioso de la segunda tentación, y
luego Satanás se le manifestó en su verdadero
199
carácter. Pero no se le apareció como un odioso
monstruo, de pezuñas hendidas y alas de
murciélago. Era un poderoso ángel, aunque caído.
Se declaró jefe de la rebelión y dios de este mundo.
Colocando a Jesús sobre una alta montaña, hizo
desfilar delante de él, en vista panorámica, todos
los reinos del mundo en toda su gloria. La luz del
sol hería ciudades llenas de templos, palacios de
mármol, campos feraces y viñedos cargados de
frutos. Los rastros del mal estaban ocultos. Los
ojos de Jesús, hasta poco tiempo antes afectados
por una visión de lobreguez y desolación,
contemplaban ahora una escena de insuperable
belleza y prosperidad. Entonces se oyó la voz del
tentador: "A ti te daré toda esta potestad, y la gloria
de ellos; porque a mí es entregada, y a quien quiero
la doy: pues si tú adorares delante de mí, serán
todos tuyos."
La misión de Cristo podía cumplirse
únicamente por medio de padecimientos. Le
esperaba una vida de tristeza, penurias y conflicto,
y una muerte ignominiosa. Debía llevar los
200
pecados del mundo entero. Debía soportar la
separación del amor de su Padre. El tentador le
ofrecía la entrega del poder que había usurpado.
Cristo podía librarse del espantoso porvenir
reconociendo la supremacía de Satanás. Pero
hacerlo hubiera sido renunciar a la victoria del gran
conflicto. Tratando de ensalzarse por encima del
Hijo de Dios, era como Satanás había pecado en el
cielo. Si prevaleciese ahora, significaría el triunfo
de la rebelión.
Cuando Satanás declaró a Cristo: El reino y la
gloria del mundo me son entregados, y a quien
quiero los doy, dijo algo que era verdad solamente
en parte; y lo dijo con fines de engaño. El dominio
que ejercía Satanás era el que había arrebatado a
Adán, pero Adán era vicegerente del Creador. El
suyo no era un dominio independiente. La tierra es
de Dios, y él ha confiado todas las cosas a su Hijo.
Adán había de reinar sujeto a Cristo. Cuando Adán
entregó su soberanía en las manos de Satanás,
Cristo continuó siendo aún el Rey legítimo. Por
esto el Señor había dicho al rey Nabucodonosor:
"El Altísimo se enseñorea del reino de los
201
hombres, y . . . a quien él quiere lo da." (Daniel
4:17) Satanás puede ejercer su usurpada autoridad
únicamente en la medida en que Dios lo permite.
Cuando el tentador ofreció a Cristo el reino y la
gloria del mundo, se propuso que Cristo renunciase
al verdadero reino del mundo y ejerciese el
dominio sujeto a Satanás. Tal era la clase de
dominio en que se cifraban las esperanzas de los
judíos. Deseaban el reino de este mundo. Si Cristo
hubiese consentido en ofrecerles semejante reino,
le habrían recibido gustosamente. Pero la
maldición del pecado, con toda su desgracia,
pesaba sobre él. Cristo declaró al tentador: "Vete,
Satanás, que escrito está: Al Señor tu Dios adorarás
y a él solo servirás."
El que se había rebelado en el cielo ofreció a
Cristo los reinos de este mundo para comprar su
homenaje a los principios del mal; pero Cristo no
quiso venderse; había venido para establecer un
reino de justicia, y no quería abandonar sus
propósitos. Satanás se acerca a los hombres con la
misma tentación, y tiene más éxito con ellos. Les
202
ofrece el reino de este mundo a condición de que
reconozcan su supremacía. Demanda que
sacrifiquen su integridad, desprecien la conciencia,
satisfagan su egoísmo. Cristo los invita a buscar
primero el reino de Dios y su justicia; pero Satanás
anda a su lado y les dice: Cualquiera sea la verdad
acerca de la vida eterna, para tener éxito en este
mundo, debéis servirme. Tengo vuestro bienestar
en mis manos. Puedo daros riquezas, placeres,
honores y felicidad. Oíd mi consejo. No os dejéis
arrastrar por nociones caprichosas de honradez o
abnegación. Yo os prepararé el camino. Y así
multitudes son engañadas. Consienten en vivir para
servirse a sí mismas, y Satanás queda satisfecho.
Al par que las seduce con la esperanza del dominio
mundanal, conquista el dominio del alma. Pero él
ofrece lo que no puede otorgar, lo que pronto se le
quitará. En pago, las despoja de su derecho a la
herencia de los hijos de Dios.
Satanás había puesto en duda que Jesús fuese el
Hijo de Dios. En su sumaria despedida tuvo una
prueba que no podía contradecir. La divinidad
fulguró a través de la humanidad doliente. Satanás
203
no tuvo poder para resistir la orden. Retorciéndose
de humillación e ira, se vio obligado a retirarse de
la presencia del Redentor del mundo. La victoria de
Cristo fue tan completa como lo había sido el
fracaso de Adán.
Así podemos nosotros resistir la tentación y
obligar a Satanás a alejarse. Jesús venció por la
sumisión a Dios y la fe en él, y mediante el apóstol
nos dice: "Someteos pues a Dios; resistid al diablo,
y de vosotros huirá. Allegaos a Dios, y él se
allegará a vosotros." (Santiago 4:7,8) No podemos
salvarnos a nosotros mismos del poder del
tentador; él venció a la humanidad, y cuando
nosotros tratamos de resistirle con nuestra propia
fuerza caemos víctimas de sus designios; pero
"torre fuerte es el nombre de Jehová: a él correrá el
justo, y será levantado." (Proverbios 18:10) Satanás
tiembla y huye delante del alma más débil que
busca refugio en ese nombre poderoso.
Después que el enemigo hubo huido, Jesús
cayó exhausto al suelo, con la palidez de la muerte
en el rostro. Los ángeles del cielo habían
204
contemplado el conflicto, mirando a su amado
General mientras pasaba por indecibles
sufrimientos para preparar una vía de escape para
nosotros. Había soportado la prueba, una prueba
mayor que cualquiera que podamos ser llamados a
soportar. Los ángeles sirvieron entonces al Hijo de
Dios, mientras estaba postrado como moribundo.
Fue fortalecido con alimentos y consolado por un
mensaje del amor de su Padre, así como por la
seguridad de que todo el cielo había triunfado en su
victoria. Reanimándose, su gran corazón se hinchió
de simpatía por el hombre y salió para completar la
obra que había empezado, para no descansar hasta
que el enemigo estuviese vencido y redimida
nuestra especie caída.
Nunca podrá comprenderse el costo de nuestra
redención hasta que los redimidos estén con el
Redentor delante del trono de Dios. Entonces, al
percibir de repente nuestros sentidos arrobados las
glorias de la patria eterna, recordaremos que Jesús
dejó todo esto por nosotros, que no sólo se desterró
de las cortes celestiales, sino que por nosotros
corrió el riesgo de fracasar y de perderse
205
eternamente. Entonces arrojaremos nuestras
coronas a sus pies, y elevaremos este canto:
"¡Digno es el Cordero que ha sido inmolado, de
recibir el poder, y la riqueza, y la sabiduría, y la
fortaleza, y la honra, y la gloria, y la bendición!"
(Apocalipsis 5:12)
206
Capítulo 14
"Hemos Hallado al Mesías"
JUAN EL BAUTISTA estaba predicando y
bautizando en Betábara, al otro lado del Jordán. No
quedaba muy lejos del lugar donde antaño Dios
había detenido el río en su curso hasta que pasara
Israel. A corta distancia de allí, la fortaleza de
Jericó había sido derribada por los ejércitos
celestiales. El recuerdo de dichos sucesos revivía
en este tiempo, y prestaba conmovedor interés al
mensaje del Bautista. ¿No habría de volver a
manifestar su poder, para librar a Israel, Aquel que
había obrado tan maravillosamente en tiempos
pasados? Tal era el pensamiento que conmovía el
corazón de la gente que diariamente se agolpaba a
orillas del Jordán.
La predicación de Juan se había posesionado
tan profundamente de la nación, que exigía la
atención de las autoridades religiosas. El peligro de
que se produjera alguna insurrección, inducía a los
207
romanos a considerar con sospecha toda reunión
popular, y todo lo que tuviese el menor viso de un
levantamiento del pueblo excitaba los temores de
los gobernantes judíos. Juan no había reconocido la
autoridad del Sanedrín ni pedido su sanción sobre
su obra; y había reprendido a los gobernantes y al
pueblo, a fariseos y saduceos por igual. Sin
embargo, el pueblo le seguía ávidamente. El interés
manifestado en su obra parecía aumentar de
continuo. Aunque él no le había manifestado
deferencia, el Sanedrín estimaba que, por enseñar
en público, se hallaba bajo su jurisdicción.
Ese cuerpo estaba compuesto de miembros
elegidos del sacerdocio, y de entre los principales
gobernantes y maestros de la nación. El sumo
sacerdote era quien lo presidía, por lo general.
Todos sus miembros debían ser hombres de edad
provecta, aunque no demasiado ancianos; hombres
de saber, no sólo versados en la religión e historia
de los judíos, sino en el saber general. Debían ser
sin defecto físico, y hombres casados, y además,
padres, pues así era más probable que fuesen
humanos y considerados. Su lugar de reunión era
208
un departamento anexo al templo de Jerusalén. En
el tiempo de la independencia de los judíos, el
Sanedrín era la corte suprema de la nación, y
poseía autoridad secular tanto como eclesiástica.
Aunque en el tiempo de Cristo se hallaba
subordinado a los gobernadores romanos, ejercía
todavía una influencia poderosa en los asuntos
civiles y religiosos.
Era difícil para el Sanedrín postergar la
investigación de la obra de Juan. Algunos
recordaban la revelación dada a Zacarías en el
templo, y su profecía de que su hijo sería el heraldo
del Mesías. En los tumultos y cambios de treinta
años, estas cosas habían sido en gran parte
olvidadas. Ahora la conmoción ocasionada por el
ministerio de Juan las traía a la memoria de la
gente.
Hacía mucho que Israel no había tenido
profeta; hacía mucho que no se había realizado una
reforma como la que se presenciaba. El
llamamiento a confesar los pecados parecía nuevo
y sorprendente. Muchos de entre los dirigentes no
209
querían ir a oír las invitaciones y denuncias de
Juan, por temor a verse inducidos a revelar los
secretos de sus vidas; sin embargo, su predicación
era un anuncio directo del Mesías. Era bien sabido
que las setenta semanas de la profecía de Daniel,
que incluían el advenimiento del Mesías, estaban
por terminar; y todos anhelaban participar en esa
era de gloria nacional que se esperaba para
entonces. Era tal el entusiasmo popular, que el
Sanedrín se vería pronto obligado a sancionar o a
rechazar la obra de Juan. El poder que dicha
asamblea ejercía sobre el pueblo estaba ya
decayendo. Era para ella un asunto grave saber
cómo mantener su posición. Esperando llegar a
alguna conclusión, enviaron al Jordán una
delegación de sacerdotes y levitas para que se
entrevistaran con el nuevo maestro.
Cuando Satanás citó la promesa: "A sus
ángeles mandará por ti," omitió las palabras: "que
te guarden en todos tus caminos;" es decir, en todos
los caminos que Dios haya elegido. Jesús se negó a
salir de la senda de la obediencia. Aunque
manifestaba perfecta confianza en su Padre, no
210
quería colocarse, sin que le fuera ordenado, en una
posición que justificase la intervención de su Padre
para salvarle de la muerte. No quería obligar a la
Providencia a acudir en su auxilio, y dejar de dar al
hombre un ejemplo de confianza y sumisión.
Cuando los delegados llegaron, había una
multitud congregada que escuchaba sus palabras.
Con aire de autoridad, destinado a impresionar a la
gente y a inspirar deferencia al profeta, llegaron los
altivos rabinos. Con un movimiento de respeto,
casi de temor, la muchedumbre les dio paso. Los
notables, con lujosa vestimenta y con el orgullo de
su posición y poder, se llegaron ante el profeta del
desierto.
"¿Tú, quién eres?" preguntaron.
"No soy yo el Cristo," contestó Juan, sabiendo
lo que ellos pensaban.
"¿Qué pues? ¿Eres tú Elías?"
"No soy."
211
"¿Eres tú el profeta?"
"No."
"¿Pues quién eres? para que demos respuesta a
los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?"
"Yo soy la voz del que clama en el desierto:
Enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías
profeta."
El pasaje al que se refirió Juan es la hermosa
profecía de Isaías: "Consolaos, consolaos, pueblo
mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de
Jerusalem: decidle a voces que su tiempo es ya
cumplido, que su pecado es perdonado.... Voz que
clama en el desierto: Barred camino a Jehová:
enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios.
Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y
collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se
allane. Y manifestaráse la gloria de Jehová, y toda
carne juntamente la verá." (Isaías 40:1-5)
212
Antiguamente, cuando un rey viajaba por las
comarcas menos frecuentadas de sus dominios, se
enviaba delante del carro real a un grupo de
hombres para que aplanase los lugares escabrosos y
llenase los baches, a fin de que el rey pudiese viajar
con seguridad y sin molestia. Esta costumbre es la
que menciona el profeta para ilustrar la obra del
Evangelio. "Todo valle sea alzado, y bájese todo
monte y collado." Cuando el Espíritu de Dios
conmueve el alma con su maravilloso poder de
despertarla, humilla el orgullo humano. El placer
mundanal, la jerarquía y el poder son tenidos por
inútiles. Son destruidos los "consejos, y toda altura
que se levanta contra la ciencia de Dios," y se
sujeta "todo intento a la obediencia de Cristo." (2
Corintios 10:5) Entonces la humildad y el amor
abnegado, tan poco apreciados entre los hombres,
son ensalzados como las únicas cosas de valor. Tal
es la obra del Evangelio, de la cual el mensaje de
Juan era una parte.
Los rabinos continuaron preguntando: "¿Por
qué pues bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías,
ni el profeta?" Las palabras "el profeta" se referían
213
a Moisés. Los judíos se habían inclinado a creer
que Moisés sería resucitado de los muertos y
llevado al cielo. No sabían que ya había sido
resucitado. Cuando el Bautista inició su ministerio,
muchos pensaron que tal vez fuese el profeta
Moisés resucitado; porque parecía tener un
conocimiento cabal de las profecías y de la historia
de Israel.
También se creía que antes del advenimiento
del Mesías, Elías aparecería personalmente. Juan
salió al cruce de esta expectación con su negativa;
pero sus palabras tenían un significado mas
profundo. Jesús dijo después, refiriéndose a Juan:
"Y si queréis recibirlo, éste es Elías, el que había
de venir." (Mateo 11:14) Juan vino con el espíritu y
poder de Elías, para hacer una obra como la que
había hecho Elías. Si los judíos le hubiesen
recibido, esta obra se habría realizado en su favor.
Pero no recibieron su mensaje. Para ellos no fue
Elías. No pudo cumplir en favor de ellos la misión
que había venido a realizar.
Muchos de los que estaban reunidos al lado del
214
Jordán habían estado presentes en ocasión del
bautismo de Jesús; pero la señal dada entonces
había sido manifiesta para unos pocos de entre
ellos. Durante los meses precedentes, durante el
ministerio del Bautista, muchos se habían negado a
escuchar el llamamiento al arrepentimiento. Así
habían endurecido su corazón y obscurecido su
entendimiento. Cuando el Cielo dio testimonio a
Jesús en ocasión de su bautismo, no lo percibieron.
Los ojos que nunca se habían vuelto con fe hacia el
Invisible, no vieron la revelación de la gloria de
Dios; los oídos que nunca habían escuchado su
voz, no oyeron las palabras del testimonio. Así
sucede ahora. Con frecuencia, la presencia de
Cristo y de los ángeles ministradores se manifiesta
en las asambleas del pueblo; y, sin embargo,
muchos no lo saben. No disciernen nada insólito.
Pero la presencia del Salvador se revela a algunos.
La paz y el gozo animan su corazón. Son
consolados, estimulados y bendecidos.
Los diputados de Jerusalén habían preguntado a
Juan: "¿Por qué, pues, bautizas?" y estaban
aguardando su respuesta. Repentinamente, al
215
pasear Juan la mirada sobre la muchedumbre, sus
ojos se iluminaron, su rostro se animó, todo su ser
quedó conmovido por una profunda emoción. Con
la mano extendida, exclamó: "Yo bautizo con agua;
pero en medio de vosotros está uno, a quien no
conocéis, el mismo que viene después de mí, a
quien no soy digno de desatar la correa de su
zapato." (Juan 1:27)
El mensaje que debía ser llevado a! Sanedrín
era claro e inequívoco. Las palabras de Juan no
podían aplicarse a otro, sino al Mesías prometido.
Este se hallaba entre ellos. Con asombro, los
sacerdotes y gobernantes miraban en derredor suyo
esperando descubrir a Aquel de quien había
hablado Juan. Pero no se le distinguía entre la
multitud.
Cuando, en ocasión del bautismo de Jesús, Juan
le señaló como el Cordero de Dios, una nueva luz
resplandeció sobre la obra del Mesías. La mente
del profeta fue dirigida a las palabras de Isaías:
"Como cordero fue llevado al matadero." (Isaías
53:7) Durante las semanas que siguieron, Juan
216
estudió con nuevo interés las profecías y la
enseñanza de las ceremonias de los sacrificios. No
distinguía claramente las dos fases de la obra de
Cristo-como sacrificio doliente y como rey
vencedor, – pero veía que su venida tenía un
significado más profundo que el que discernían los
sacerdotes y el pueblo. Cuando vio a Jesús entre la
muchedumbre, al volver él del desierto, esperó
confiadamente que daría al pueblo alguna señal de
su verdadero carácter. Casi impacientemente
esperaba oír al Salvador declarar su misión; pero
Jesús no pronunció una palabra ni dio señal alguna.
No respondió al anuncio que hiciera el Bautista
acerca de él, sino que se mezcló con los discípulos
de Juan sin dar evidencia externa de su obra
especial, ni tomar medidas que lo pusiesen en
evidencia.
Al día siguiente, Juan vio venir a Jesús. Con la
luz de la gloria de Dios descansando sobre él, el
profeta extendió las manos diciendo: "He aquí el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Este es del que dije: Tras mí viene un varón, el cual
es antes de mí: . . . y yo no le conocía; mas para
217
que fuese manifestado a Israel, por eso vine yo
bautizando con agua.... Vi al Espíritu que
descendía del cielo como paloma, y reposó sobre
él. Y yo no le conocía; mas el que me envió a
bautizar con agua, Aquél me dijo: Sobre quien
vieres descender el Espíritu, y que reposa sobre él,
éste es el que bautiza con Espíritu Santo. Y yo le
vi, y he dado testimonio que éste es el Hijo de
Dios."
¿Era éste el Cristo? Con reverencia y asombro,
el pueblo miró a Aquel que acababa de ser
declarado Hijo de Dios. Todos habían sido
profundamente conmovidos por las palabras de
Juan. Les había hablado en el nombre de Dios. Le
habían escuchado día tras día mientras reprendía
sus pecados, y diariamente se había fortalecido en
ellos la convicción de que era enviado del cielo.
Pero, ¿quién era éste mayor que Juan el Bautista?
En su porte e indumentaria, nada indicaba que
fuese de alta jerarquía. Aparentemente, era un
personaje sencillo, vestido como ellos, con la
humilde vestimenta de los pobres.
218
Había entre la multitud algunos de los que en
ocasión del bautismo de Cristo habían contemplado
la gloria divina y oído la voz de Dios. Pero desde
entonces el aspecto del Salvador había cambiado
mucho. En ocasión de su bautismo, habían visto su
rostro transfigurado por la luz del cielo; ahora,
pálido, cansado y demacrado, fue reconocido
únicamente por el profeta Juan.
Pero al mirarle, la gente vio un rostro donde la
compasión divina se aunaba con la conciencia del
poder. Toda mirada de sus ojos, todo rasgo de su
semblante, estaba señalado por la humildad y
expresaba un amor indecible. Parecía rodeado por
una atmósfera de influencia espiritual. Aunque sus
modales eran amables y sencillos, daba a los
hombres una impresión de un poder escondido,
pero que no podía ocultarse completamente. ¿Era
éste Aquel a quien Israel había esperado tanto
tiempo?
Jesús vino con pobreza y humillación, a fin de
ser tanto nuestro ejemplo como nuestro Redentor.
Si hubiese aparecido con pompa real, ¿cómo podría
219
habernos enseñado la humildad? ¿Cómo podría
haber presentado verdades tan terminantes en el
sermón del monte? ¿Dónde habría quedado la
esperanza de los humildes en esta vida, si Jesús
hubiese venido a morar como rey entre los
hombres?
Sin embargo, para la multitud parecía
imposible que el ser designado por Juan estuviese
asociado con sus sublimes esperanzas. Así muchos
quedaron chasqueados y muy perplejos.
Las palabras que los sacerdotes y rabinos tanto
deseaban oír, a saber, que Jesús restauraría ahora el
reino de Israel, no habían sido pronunciadas. Tal
rey habían estado esperando y por él velaban; y a
un rey tal estaban dispuestos a recibir. Pero no
querían aceptar a uno que tratase de establecer en
su corazón un reino de justicia y de paz.
Al día siguiente, mientras dos discípulos
estaban cerca, Juan volvió a ver a Jesús entre el
pueblo. Otra vez se iluminó el rostro del profeta
con la gloria del Invisible, mientras exclamaba:
220
"He aquí el Cordero de Dios." Las palabras
conmovieron el corazón de los discípulos. Ellos no
las comprendían plenamente. ¿Qué significaba el
nombre que Juan le había dado: "Cordero de
Dios"? Juan mismo no lo había explicado.
Dejando a Juan, se fueron en pos de Jesús. Uno
de ellos era Andrés, hermano de Simón; el otro
Juan, el que iba a ser el evangelista. Estos fueron
los primeros discípulos de Cristo. Movidos por un
impulso irresistible, siguieron a Jesús, ansiosos de
hablar con él, aunque asombrados y en silencio,
abrumados por el significado del pensamiento:
"¿Es éste el Mesías?"
Jesús sabía que los discípulos le seguían. Eran
las primicias de su ministerio, y había gozo en el
corazón del Maestro divino al ver a estas almas
responder a su gracia. Sin embargo, volviéndose,
les preguntó: "¿Qué buscáis?" Quería dejarlos
libres para volver atrás, o para expresar su deseo.
Ellos eran conscientes de un solo propósito. La
presencia de Cristo llenaba su pensamiento.
221
Exclamaron: "Rabbí, . . . ¿dónde moras?" En una
breve entrevista, a orillas del camino, no podían
recibir lo que anhelaban. Deseaban estar a solas
con Jesús, sentarse a sus pies, y oír sus palabras.
"Díceles: Venid y ved. Vinieron, y vieron
donde moraba, y quedáronse con él aquel día."
Si Juan y Andrés hubiesen estado dominados
por el espíritu incrédulo de los sacerdotes y
gobernantes, no se habrían presentado como
discípulos a los pies de Jesús. Habrían venido a él
como críticos, para juzgar sus palabras. Muchos
cierran así la puerta a las oportunidades más
preciosas. No sucedió así con estos primeros
discípulos. Habían respondido al llamamiento del
Espíritu Santo, manifestado en la predicación de
Juan el Bautista. Ahora, reconocían la voz del
Maestro celestial. Para ellos, las palabras de Jesús
estaban llenas de refrigerio, verdad y belleza. Una
iluminación divina se derramaba sobre las
enseñanzas de las Escrituras del Antiguo
Testamento. Los multilaterales temas de la verdad
se destacaban con una nueva luz.
222
Es la contrición, la fe y el amor lo que habilita
al alma para recibir sabiduría del cielo. La fe
obrando por el amor, es la llave del conocimiento,
y todo aquel que ama "conoce a Dios." ()
El discípulo Juan era de afectos sinceros y
profundos, aunque de naturaleza contemplativa.
Había empezado a discernir la gloria de Cristo, no
la pompa mundanal, ni el poder que se le había
enseñado a esperar, sino la "gloria como del
unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad."
(Juan 1:14) Estaba absorto en la contemplación del
maravilloso tema.
Andrés trató de impartir el gozo que llenaba su
corazón. Yendo en busca de su hermano Simón,
exclamó: "Hemos hallado al Mesías." Simón no se
hizo llamar dos veces. El también había oído la
predicación de Juan el Bautista, y se apresuró a ir
al Salvador. Los ojos de Jesús se posaron sobre él,
leyendo su carácter y su historia. Su naturaleza
impulsiva, su corazón amante y lleno de simpatía,
su ambición y confianza en sí mismo, la historia de
223
su caída, su arrepentimiento, sus labores y su
martirio: el Salvador lo leyó todo, y dijo: "Tú eres
Simón, hijo de Jonás: tú serás llamado Cefas (que
quiere decir, Piedra)."
"El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y
halla Felipe, al cual dijo: Sígueme." Felipe
obedeció al mandato, y en seguida se puso también
a trabajar para Cristo.
Felipe llamó a Natanael. Este último había
estado entre la muchedumbre cuando el Bautista
señaló a Jesús como el Cordero de Dios. Al mirar a
Jesús, Natanael quedó desilusionado. ¿Podía ser el
Mesías este hombre que llevaba señales de pobreza
y de trabajo? Sin embargo, Natanael no podía
decidirse a rechazar a Jesús, porque el mensaje de
Juan le había convencido en su corazón.
Cuando Felipe lo llamó, Natanael se había
retirado a un tranquilo huerto para meditar sobre el
anuncio de Juan y las profecías concernientes al
Mesías. Estaba rogando a Dios que si el que había
sido anunciado por Juan era el Libertador, se lo
224
diese a conocer, y el Espíritu Santo descendió para
impartirle la seguridad de que Dios había visitado a
su pueblo y le había suscitado un cuerno de
salvación. Felipe sabía que su amigo Natanael
escudriñaba las profecías, y lo descubrió en su
lugar de retiro mientras oraba debajo de una
higuera, donde muchas veces habían orado juntos,
ocultos por el follaje.
El mensaje: "Hemos hallado a Aquel de quien
escribió Moisés en la ley, y los profetas," pareció a
Natanael una respuesta directa a su oración. Pero la
fe de Felipe era aún vacilante. Añadió con cierta
duda: "Jesús, el hijo de José, de Nazaret." Los
prejuicios volvieron a levantarse en el corazón de
Natanael. Exclamó: "¿De Nazaret puede haber algo
de bueno?"
Felipe no entró en controversia. Dijo: "Ven y
ve. Jesús vio venir a sí a Natanael, y dijo de él: He
aquí un verdadero israelita, en el cual no hay
engaño." Sorprendido, Natanael exclamó: "¿De
dónde me conoces? Respondió Jesús, y díjole:
Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo
225
de la higuera te vi."
Esto fue suficiente. El Espíritu divino que había
dado testimonio a Natanael en su oración solitaria
debajo de la higuera, le habló ahora en las palabras
de Jesús. Aunque presa de la duda, y cediendo en
algo al prejuicio, Natanael había venido a Cristo
con un sincero deseo de oír la verdad, y ahora su
deseo estaba satisfecho. Su fe superó a la de aquel
que le había traído a Jesús. Respondió y dijo:
"Rabbí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de
Israel."
Si Natanael hubiese confiado en los rabinos
para ser dirigido, nunca habría hallado a Jesús.
Viendo y juzgando por sí mismo, fue como llegó a
ser discípulo. Así sucede hoy día en el caso de
muchos a quienes los prejuicios apartan de lo
bueno. ¡Cuán diferentes serían los resultados si
ellos quisieran venir y ver!
Ninguno llegará a un conocimiento salvador de
la verdad mientras confíe en la dirección de la
autoridad humana. Como Natanael, necesitamos
226
estudiar la Palabra de Dios por nosotros mismos, y
pedir la iluminación del Espíritu Santo. Aquel que
vio a Natanael debajo de la higuera, nos verá en el
lugar secreto de oración. Los ángeles del mundo de
luz están cerca de aquellos que con humildad
solicitan la dirección divina.
Con el llamamiento de Juan, Andrés, Simón,
Felipe y Natanael, empezó la fundación de la
iglesia cristiana. Juan dirigió a dos de sus
discípulos a Cristo. Entonces uno de éstos, Andrés,
halló a su hermano, y lo llevó al Salvador. Luego
Felipe fue llamado, y buscó a Natanael. Estos
ejemplos deben enseñarnos la importancia del
esfuerzo personal, de dirigir llamamientos directos
a nuestros parientes, amigos y vecinos. Hay
quienes durante toda la vida han profesado conocer
a Cristo, y sin embargo, no han hecho nunca un
esfuerzo personal para traer siquiera un alma al
Salvador. Dejan todo el trabajo al predicador. Tal
vez él esté bien preparado para su vocación, pero
no puede hacer lo que Dios ha dejado para los
miembros de la iglesia.
227
Son muchos los que necesitan el ministerio de
corazones cristianos amantes. Muchos han
descendido a la ruina cuando podrían haber sido
salvados, si sus vecinos, hombres y mujeres
comunes, hubiesen hecho algún esfuerzo personal
en su favor. Muchos están aguardando a que se les
hable personalmente. En la familia misma, en el
vecindario, en el pueblo en que vivimos, hay para
nosotros trabajo que debemos hacer como
misioneros de Cristo. Si somos creyentes, esta obra
será nuestro deleite. Apenas se ha convertido uno
cuando nace en él el deseo de dar a conocer a otros
cuán precioso amigo ha hallado en Jesús. La
verdad salvadora y santificadora no puede quedar
encerrada en su corazón.
Todos los que se han consagrado a Dios serán
conductos de luz. Dios los hace agentes suyos para
comunicar a otros las riquezas de su gracia. Su
promesa es: "Y daré a ellas, y a los alrededores de
mi collado, bendición; y haré descender la lluvia en
su tiempo, lluvias de bendición serán." (Ezequiel
34:26)
228
Felipe dijo a Natanael: "Ven y ve." No le pidió
que aceptase el testimonio de otro, sino que
contemplase a Cristo por sí mismo. Ahora que
Jesús ascendió al cielo, sus discípulos son sus
representantes entre los hombres, y una de las
maneras más eficaces de ganar almas para él
consiste en ejemplificar su carácter en nuestra vida
diaria. Nuestra influencia sobre los demás no
depende tanto de lo que decimos, como de lo que
somos. Los hombres pueden combatir y desafiar
nuestra lógica, pueden resistir nuestras súplicas;
pero una vida de amor desinteresado es un
argumento que no pueden contradecir. Una vida
consecuente, caracterizada por la mansedumbre de
Cristo, es un poder en el mundo.
La enseñanza de Cristo fue la expresión de una
convicción íntima y de la experiencia, y los que
aprenden de él llegan a ser maestros según el orden
divino. La palabra de Dios, pronunciada por aquel
que haya sido santificado por ella, tiene un poder
vivificador que la hace atrayente para los oyentes,
y los convence de que es una realidad viviente.
Cuando uno ha recibido la verdad con amor, lo
229
hará manifiesto en la persuasión de sus modales y
el tono de su voz. Dará a conocer lo que él mismo
oyó, vio y tocó de la palabra de vida, para que otros
tengan comunión con él por el conocimiento de
Cristo. Su testimonio, de labios tocados por un
tizón ardiente del altar es verdad para el corazón
dispuesto a recibirlo, y santifica el carácter.
Y el que procura dar la luz a otros, será él
mismo bendecido. Habrá "lluvias de bendición."
"El que riega será él mismo regado." (Proverbios
11:25) Dios podría haber alcanzado su objeto de
salvar a los pecadores, sin nuestra ayuda; pero a fin
de que podamos desarrollar un carácter como el de
Cristo, debemos participar en su obra. A fin de
entrar en su gozo -el gozo de ver almas redimidas
por su sacrificio, – debemos participar de sus
labores en favor de su redención.
La primera expresión de la fe de Natanael, tan
completa, ferviente y sincera, fue como música en
los oídos de Jesús. Y él respondió y le dijo:
"¿Porque te dije, te vi debajo de la higuera, crees?
cosas mayores que éstas verás." El Salvador miró
230
hacia adelante con gozo, considerando su obra de
predicar las buenas nuevas a los abatidos, de
vendar a los quebrantados de corazón, y proclamar
libertad a los cautivos de Satanás. Al pensar en las
preciosas bendiciones que había traído a los
hombres, Jesús añadió: "De cierto, de cierto os
digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y los
ángeles de Dios que suben y descienden sobre el
Hijo del hombre."
Con esto, Cristo dice en realidad: En la orilla
del Jordán, los cielos fueron abiertos y el Espíritu
descendió sobre mí en forma de paloma. Esta
escena no fue sino una señal de que soy el Hijo de
Dios. Si creéis en mí como tal, vuestra fe será
vivificada. Veréis que los cielos están abiertos y
nunca se cerrarán. Los he abierto a vosotros. Los
ángeles de Dios están ascendiendo, y llevando las
oraciones de los menesterosos y angustiados al
Padre celestial, y al descender, traen bendición y
esperanza, valor, ayuda y vida a los hijos de los
hombres. Los ángeles de Dios pasan siempre de la
tierra al cielo, y del cielo a la tierra. Los milagros
de Cristo, en favor de los afligidos y dolientes,
231
fueron realizados por el poder de Dios mediante el
ministerio de los ángeles. Y es por medio de Cristo,
por e! ministerio de sus mensajeros celestiales,
como nos llega toda bendición de Dios. Al
revestirse de la humanidad, nuestro Salvador une
sus intereses con los de los caídos hijos e hijas de
Adán, mientras que por su divinidad se aferra al
trono de Dios. Y así es Cristo el medio de
comunicación de los hombres con Dios y de Dios
con los hombres.
232
Capítulo 15
En las Bodas de Caná
JESÚS no empezó su ministerio haciendo
alguna gran obra delante del Sanedrín de Jerusalén.
Su poder se manifestó en una reunión familiar,
celebrada en una pequeña aldea de Galilea, para
aumentar el placer de una fiesta de bodas. Así
demostró su simpatía por los hombres y su deseo
de contribuir a su felicidad. En el desierto de la
tentación, él mismo había bebido la copa de la
desgracia; y de allí salió para dar a los hombres la
copa de la bendición, de su bendición que había de
santificar las relaciones de la vida humana.
Desde el Jordán, Jesús había regresado a
Galilea. Debía celebrarse un casamiento en Caná,
pequeño pueblo no lejano de Nazaret; las partes
contrayentes eran parientes de José y María, y
Jesús, teniendo conocimiento de esa reunión
familiar, fue a Caná, y con sus discípulos fue
invitado a la fiesta.
233
Allí volvió a encontrarse con su madre, de la
cual había estado separado desde hacía cierto
tiempo. María había oído hablar de la
manifestación hecha a orillas del Jordán, en
ocasión de su bautismo. Las noticias habían sido
llevadas a Nazaret, y le habían hecho recordar las
escenas que durante tantos años había guardado en
su corazón. En común con todo Israel, María quedó
profundamente conmovida por la misión de Juan el
Bautista. Bien recordaba ella la profecía hecha en
ocasión de su nacimiento. Ahora la relación que
había tenido con Jesús volvía a encender sus
esperanzas. Pero también le habían llegado noticias
de la partida misteriosa de Jesús al desierto, y le
habían oprimido presentimientos angustiosos.
Desde el día en que oyera el anuncio del ángel
en su hogar de Nazaret, María había atesorado toda
evidencia de que Jesús era el Mesías. Su vida de
mansedumbre y abnegación le aseguraba que él no
podía ser otro que el enviado de Dios. Sin
embargo, también a ella la asaltaban dudas y
desilusiones, y anhelaba el momento de la
234
revelación de su gloria. La muerte la había
separado de José, quien había compartido con ella
el conocimiento del misterio del nacimiento de
Jesús. Ahora no había nadie a quien pudiese
confiar sus esperanzas y temores. Los últimos dos
meses habían sido de mucha tristeza. Ella había
estado separada de Jesús, en cuya simpatía hallaba
consuelo; reflexionaba en las palabras de Simeón:
"Una espada traspasará tu alma;' (Lucas 2:35)
recordaba los tres días de agonía durante los cuales
pensaba que había perdido para siempre a Jesús, y
con ansioso corazón anhelaba su regreso.
En el festín de bodas le encontró; era el mismo
hijo tierno y servicial. Sin embargo, no era el
mismo. Su rostro había cambiado. Llevaba los
rastros de su conflicto en el desierto, y una nueva
expresión de dignidad y poder daba evidencia de su
misión celestial. Le acompañaba un grupo de
jóvenes, cuyos ojos le seguían con reverencia, y
quienes le llamaban Maestro. Estos compañeros
relataron a María lo que habían visto y oído en
ocasión del bautismo y en otras partes, y
concluyeron declarando: "Hemos hallado a Aquel
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de quien escribió Moisés en la ley, y los profetas."
(Juan 1:45)
Al reunirse los convidados, muchos parecían
preocupados por un asunto de interés absorbente.
Una agitación reprimida parecía dominar a la
compañía. Pequeños grupos conversaban en voz
baja, pero con animación, y miradas de admiración
se dirigían hacia el Hijo de María. Al oír María el
testimonio de los discípulos acerca de Jesús, la
alegró la seguridad de que las esperanzas que
alimentara durante tanto tiempo no eran vanas. Sin
embargo, ella habría sido más que humana si no se
hubiese mezclado con su santo gozo un vestigio del
orgullo natural de una madre amante. Al ver cómo
las miradas se dirigían a Jesús, ella anheló verle
probar a todos que era realmente el honrado de
Dios. Esperaba que hubiese oportunidad de realizar
un milagro delante de todos.
En aquellos tiempos, era costumbre que
festividades matrimoniales durasen varios días.
esta ocasión, antes que terminara la fiesta,
descubrió que se había agotado la provisión
236
las
En
se
de
vino. Este descubrimiento ocasionó mucha
perplejidad y pesar. Era algo inusitado que faltase
el vino en las fiestas, pues esta carencia se habría
interpretado como falta de hospitalidad. Como
pariente de las partes interesadas, María había
ayudado en los arreglos hechos para la fiesta, y
ahora se dirigió a Jesús diciendo: "Vino no tienen."
Estas palabras eran una sugestión de que él podría
suplir la necesidad. Pero Jesús contestó: "¿Qué
tengo yo contigo, mujer? aun no ha venido mi
hora."
Esta respuesta, por brusca que nos parezca, no
expresaba frialdad ni falta de cortesía. La forma en
que se dirigió el Salvador a su madre estaba de
acuerdo con la costumbre oriental. Se empleaba
con las personas a quienes se deseaba demostrar
respeto. Todo acto de la vida terrenal de Cristo
estuvo en armonía con el precepto que él mismo
había dado: "Honra a tu padre y a tu madre."
(Éxodo 20:12) En la cruz, en su último acto de
ternura hacia su madre, Jesús volvió a dirigirse a
ella de la misma manera al confiarla al cuidado de
su discípulo más amado. Tanto en la fiesta de
237
bodas como sobre la cruz, el amor expresado en su
tono, mirada y modales, interpretó sus palabras.
En ocasión de su visita al templo en su niñez, al
revelársele el misterio de la obra que había de
llenar su vida, Cristo había dicho a María: "¿No
sabíais que en los negocios de mi Padre me
conviene estar?" (Lucas 2:49) Estas palabras
fueron la nota dominante de toda su vida y
ministerio. Todo lo supeditaba a su trabajo: la gran
obra de redención que había venido a realizar en el
mundo. Ahora repitió la lección. Había peligro de
que María considerase que su relación con Jesús le
daba derechos especiales sobre él, y facultad para
dirigirle hasta cierto punto en su misión. Durante
treinta años, había sido para ella un hijo amante y
obediente, y su amor no había cambiado; pero
debía atender ahora la obra de su Padre. Como Hijo
del Altísimo, y Salvador del mundo, ningún
vínculo terrenal debía impedirle cumplir su misión,
ni influir en su conducta. Debía estar libre para
hacer la voluntad de Dios. Esta lección es también
para nosotros. Los derechos de Dios superan aun al
parentesco humano. Ninguna atracción terrenal
238
debe apartar nuestros pies de la senda en que él nos
ordena andar.
La única esperanza de redención para nuestra
especie caída está en Cristo; María podía hallar
salvación únicamente por medio del Cordero de
Dios. En sí misma, no poseía méritos. Su relación
con Jesús no la colocaba en una relación espiritual
con él diferente de la de cualquier otra alma
humana. Así lo indicaron las palabras del Salvador.
El aclara la distinción que hay entre su relación con
ella como Hijo del hombre y como Hijo de Dios. El
vínculo de parentesco que había entre ellos no la
ponía de ninguna manera en igualdad con él.
Las palabras: "Aun no ha venido mi hora,"
indican que todo acto de la vida terrenal de Cristo
se realizaba en cumplimiento del plan trazado
desde la eternidad. Antes de venir a la tierra, el
plan estuvo delante de él, perfecto en todos sus
detalles. Pero mientras andaba entre los hombres,
era guiado, paso a paso, por la voluntad del Padre.
En el momento señalado, no vacilaba en obrar. Con
la misma sumisión, esperaba hasta que llegase la
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ocasión.
Al decir a María que su hora no había llegado
todavía, Jesús contestaba al pensamiento que ella
no había expresado, la expectativa que acariciaba
en común con su pueblo. Esperaba que se revelase
como Mesías, y asumiese el trono de Israel. Pero el
tiempo no había llegado. Jesús había aceptado la
suerte de la humanidad, no como Rey, sino como
Varón de dolores, familiarizado con el pesar.
Pero aunque María no tenía una concepción
correcta de la misión de Cristo, confiaba
implícitamente en él. Y Jesús respondió a esta fe.
El primer milagro fue realizado para honrar la
confianza de María y fortalecer la fe de los
discípulos. Estos iban a encontrar muchas y
grandes tentaciones a dudar. Para ellos las
profecías habían indicado, fuera de toda
controversia, que Jesús era el Mesías. Esperaban
que los dirigentes religiosos le recibiesen con una
confianza aun mayor que la suya. Declaraban entre
la gente las obras maravillosas de Cristo y su
propia confianza en la misión de él, pero se
240
quedaron asombrados y amargamente chasqueados
por la incredulidad, los arraigados prejuicios y la
enemistad que manifestaron hacia Jesús los
sacerdotes y rabinos. Los primeros milagros del
Salvador fortalecieron a los discípulos para que se
mantuviesen firmes frente a esta oposición.
En ninguna manera desconcertada por las
palabras de Jesús, María dijo a los que servían a la
mesa: "Haced todo lo que os dijere." Así hizo lo
que pudo para preparar el terreno para la obra de
Cristo.
Al lado de la puerta, había seis grandes tinajas
de piedra, y Jesús ordenó a los siervos que las
llenasen de agua. Así lo hicieron. Entonces, como
se necesitaba vino para el consumo inmediato, dijo:
"Sacad ahora, y presentad al maestresala." En vez
del agua con que habían llenado las tinajas, fluía
vino. Ni el maestresala ni los convidados en
general, se habían dado cuenta de que se había
agotado la provisión de vino. Al probar el vino que
le llevaban los criados, el maestresala lo encontró
mejor que cualquier vino que hubiese bebido antes
241
y muy diferente de lo que se sirviera al principio de
la fiesta. Volviéndose al esposo, le dijo: "Todo
hombre pone primero el buen vino, y cuando están
satisfechos, entonces lo que es peor; mas tú has
guardado el buen vino hasta ahora."
Así como los hombres presentan el mejor vino
primero y luego el peor, así hace también el mundo
con sus dones. Lo que ofrece puede agradar a los
ojos y fascinar los sentidos, pero no resulta
satisfactorio. El vino se trueca en amargura, la
alegría en lobreguez. Lo que empezó con canto y
alegría, termina en cansancio y desagrado. Pero los
dones de Jesús son siempre frescos y nuevos. El
banquete que él provee para el alma no deja nunca
de dar satisfacción y gozo. Cada nuevo don
aumenta la capacidad del receptor para apreciar y
gozar las bendiciones del Señor. Da gracia sobre
gracia. No puede agotarse la provisión. Si moramos
en él, el recibimiento de un rico don hoy, nos
asegura la recepción de un don más rico mañana.
Las palabras de Jesús a Natanael expresan la ley de
Dios al tratar con los hijos de la fe. A cada nueva
revelación de su amor, declara al corazón dispuesto
242
a recibirle: "¿Crees? cosas mayores que éstas
verás." (Juan 1:50)
El don de Cristo en el festín de bodas fue un
símbolo. El agua representaba el bautismo en su
muerte; el vino, el derramamiento de su sangre por
los pecados del mundo. El agua con que llenaron
las tinajas fue traída por manos humanas, pero sólo
la palabra de Cristo podía impartirle la virtud de
dar vida. Así sucedería con los ritos que iban a
señalar la muerte del Salvador. Únicamente por el
poder de Cristo, obrando por la fe, es como tienen
eficacia para alimentar el alma.
La palabra de Cristo proporcionó una amplia
provisión para la fiesta. Así de abundante es la
provisión de su gracia para borrar las iniquidades
de los hombres, y para renovar y sostener el alma.
En el primer banquete al cual asistió con sus
discípulos, Jesús les dio la copa que simbolizaba su
obra en favor de su salvación. En la última cena se
la volvió a dar, en la institución de aquel rito
sagrado por el cual su muerte había de ser
243
conmemorada hasta que volviera. () Y el pesar de
los discípulos al tener que separarse de su Señor,
quedó consolado por la promesa de reunirse que les
hizo al decir: "No beberé más de este fruto de la
vid, hasta aquel día, cuando lo tengo de beber
nuevo con vosotros en el reino de mi Padre."
(Mateo 26:29)
El vino que Jesús proveyó para la fiesta, y que
dio a los discípulos como símbolo de su propia
sangre, fue el jugo puro de uva. A esto se refiere el
profeta Isaías cuando habla del "mosto en un
racimo," y dice: "No lo desperdicies, que bendición
hay en él." (Isaías 65:8)
Fue Cristo quien dio en el Antiguo Testamento
la advertencia a Israel: "El vino es escarnecedor, la
cerveza alborotadora; y cualquiera que por ello
errare, no será sabio." (Proverbios 20:1) Y él
mismo no proveyó bebida tal. Satanás tienta a los
hombres a ser intemperantes para que se enturbie
su razón y se emboten sus percepciones
espirituales, pero Cristo nos enseña a mantener
sujeta la naturaleza inferior. Toda su vida fue un
244
ejemplo de renunciamiento propio. A fin de
dominar el poder del apetito, sufrió en nuestro
favor la prueba más severa que la humanidad
pudiese soportar. Cristo fue quien indicó que Juan
el Bautista no debía beber ni vino ni bebida
alcohólica. El fue quien ordenó abstinencia similar
a la esposa de Manoa. Y él pronunció una
maldición sobre el hombre que ofreciese la copa a
los labios de su prójimo. Cristo no contradice su
propia enseñanza. El vino sin fermentar que él
proveyó a los huéspedes de la boda era una bebida
sana y refrigerante. Su efecto consistía en poner al
gusto en armonía con el apetito sano.
Al observar los huéspedes la calidad del vino,
las preguntas hechas a los criados provocaron de su
parte una explicación del milagro. La compañía
quedó por un momento demasiado asombrada para
pensar en Aquel que había realizado esta obra
maravillosa. Cuando al fin le buscaron,
descubrieron que se había retirado tan quedamente
que ni siquiera lo habían notado sus discípulos.
La atención de la gente quedó entonces
245
concentrada en los discípulos. Por primera vez,
tuvieron oportunidad de confesar su fe en Jesús.
Dijeron lo que habían visto y oído al lado del
Jordán, y se encendió en muchos corazones la
esperanza de que Dios había suscitado un
libertador para su pueblo. Las nuevas del milagro
se difundieron por toda aquella región, y llegaron
hasta Jerusalén. Con nuevo interés, los sacerdotes y
ancianos escudriñaron las profecías relativas a la
venida de Cristo. Existía un ávido deseo de
descubrir la misión de este nuevo maestro que de
manera tan modesta aparecía entre la gente.
El ministerio de Cristo estaba en notable
contraste con el de los ancianos judíos. La
consideración por la tradición y el formalismo que
manifestaban éstos había destruido toda verdadera
libertad de pensamiento o acción. Vivían en
continuo temor de la contaminación. Para evitar el
contacto con lo "inmundo," se mantenían apartados
no sólo de los gentiles, sino de la mayoría de su
propio pueblo, sin tratar de beneficiarlos ni de
ganar su amistad. Espaciándose constantemente en
esos asuntos, habían empequeñecido sus intelectos
246
y estrechado la órbita de su vida. Su ejemplo
estimulaba el egotismo y la intolerancia entre todas
las clases del pueblo.
Jesús empezó la obra de reforma poniéndose en
una relación de estrecha simpatía con la
humanidad. Aunque manifestaba la mayor
reverencia por la ley de Dios, reprendía la
presuntuosa piedad de los fariseos, y trataba de
libertar a la gente de las reglas sin sentido que la
ligaban. Procuraba quebrantar las barreras que
separaban las diferentes clases de la sociedad, a fin
de unir a los hombres como hijos de una sola
familia. Su asistencia a las bodas estaba destinada a
ser un paso hacia la obtención de este fin.
Dios había indicado a Juan el Bautista que
morase en el desierto, a fin de mantenerlo escudado
contra la influencia de los sacerdotes y rabinos, y
prepararlo para una misión especial. Pero la
austeridad y el aislamiento de su vida no era un
ejemplo para la gente. Juan mismo no había
indicado a sus oyentes que abandonasen sus
deberes anteriores. Los instaba a dar evidencia de
247
su arrepentimiento siendo fieles a Dios en el lugar
donde los había llamado.
Jesús condenaba la complacencia propia en
todas sus formas; sin embargo, era de naturaleza
sociable. Aceptaba la hospitalidad de todas las
clases, visitaba los hogares de los ricos y de los
pobres, de los sabios y de los ignorantes, y trataba
de elevar sus pensamientos de los asuntos comunes
de la vida, a cosas espirituales y eternas. No
autorizaba la disipación, y ni una sombra de
liviandad mundanal manchó su conducta; sin
embargo, hallaba placer en las escenas de felicidad
inocente, y con su presencia sancionaba las
reuniones sociales. Una boda entre los judíos era
una ocasión impresionante, y el gozo que se
manifestaba en ella no desagradaba al Hijo del
hombre. Al asistir a esta fiesta, Jesús honró el
casamiento como institución divina.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento, la relación matrimonial se emplea para
representar la unión tierna y sagrada que existe
entre Cristo y su pueblo. En el pensar de Cristo, la
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alegría de las festividades de bodas simbolizaba el
regocijo de aquel día en que él llevará la Esposa a
la casa del Padre, y los redimidos juntamente con
el Redentor se sentarán a la cena de las bodas del
Cordero. El dice: "De la manera que el novio se
regocija sobre la novia, así tu Dios se regocijará
sobre ti" "Ya no serás llamada Dejada, . . . sino que
serás llamada mi Deleite, (Isaías 62:5,4) . . . porque
Jehová se deleita en ti." "Jehová . . . gozaráse sobre
ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti
con cantar." (Sofonías 3:17) Cuando la visión de
las cosas celestiales fue concedida a Juan el
apóstol, escribió: "Y oí como la voz de una grande
compañía, y como el ruido de muchas aguas, y
como la voz de grandes truenos, que decía:
Aleluya: porque reinó el Señor nuestro Dios
Todopoderoso. Gocémonos y alegrémonos y
démosle gloria; porque son venidas las bodas del
Cordero, y su esposa se ha aparejado."
"Bienaventurados los que son llamados a la cena
del Cordero.' (Apocalipsis 19:6,7,9)
Jesús veía en toda alma un ser que debía ser
llamado a su reino. Alcanzaba el corazón de la
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gente yendo entre ella como quien desea su bien.
La buscaba en las calles, en las casas privadas, en
los barcos, en la sinagoga, a orillas del lago, en la
fiesta de bodas. Se encontraba con ella en sus
ocupaciones diarias y manifestaba interés en sus
asuntos seculares. Llevaba sus instrucciones hasta
la familia, poniéndola, en el hogar, bajo la
influencia de su presencia divina. Su intensa
simpatía personal le ayudaba a ganar los corazones.
Con frecuencia se dirigía a las montañas para orar
en la soledad, pero esto era en preparación para su
trabajo entre los hombres en la vida activa. De
estas ocasiones, salía para aliviar a los enfermos,
instruir a los ignorantes, y romper las cadenas de
los cautivos de Satanás.
Fue por medio del contacto y la asociación
personales cómo Jesús preparó a sus discípulos. A
veces les enseñaba, sentado entre ellos en la ladera
de la montaña; a veces a la orilla del mar, o
andando con ellos en el camino, les revelaba los
misterios del reino de Dios. No sermoneaba, como
hacen los hombres hoy. Dondequiera que hubiese
corazones abiertos para recibir el mensaje divino,
250
revelaba las verdades del camino de salvación. No
ordenaba a sus discípulos que hiciesen esto o
aquello, sino que decía: "Seguid en pos de mí." En
sus viajes por el campo y las ciudades, los llevaba
consigo, a fin de que pudiesen ver cómo enseñaba
él a la gente. Vinculaba su interés con el suyo, y
ellos participaban en la obra con él.
El ejemplo de Cristo, al vincularse con los
intereses de la humanidad, debe ser seguido por
todos los que predican su Palabra y por todos los
que han recibido el Evangelio de su gracia. No
hemos de renunciar a la comunión social. No
debemos apartarnos de los demás. A fin de
alcanzar a todas las clases, debemos tratarlas donde
se encuentren. Rara vez nos buscarán por su propia
iniciativa. No sólo desde el púlpito han de ser los
corazones humanos conmovidos por la verdad
divina. Hay otro campo de trabajo, más humilde tal
vez, pero tan plenamente promisorio. Se halla en el
hogar de los humildes y en la mansión de los
encumbrados; junto a la mesa hospitalaria, y en las
reuniones de inocente placer social.
251
Como discípulos de Cristo, no nos
mezclaremos con el mundo simplemente por amor
al placer, o para participar de sus locuras. Un trato
tal no puede sino traer perjuicios. Nunca debemos
sancionar el pecado por nuestras palabras o
nuestros hechos, nuestro silencio o nuestra
presencia. Dondequiera que vayamos, debemos
llevar a Jesús con nosotros, y revelar a otros cuan
precioso es nuestro Salvador. Pero los que
procuran conservar su religión ocultándola entre
paredes pierden preciosas oportunidades de hacer
bien. Mediante las relaciones sociales, el
cristianismo se pone en contacto con el mundo.
Todo aquel que ha recibido la iluminación divina
debe alumbrar la senda de aquellos que no conocen
la Luz de la vida.
Todos debemos llegar a ser testigos de Jesús. El
poder social, santificado por la gracia de Cristo,
debe ser aprovechado para ganar almas para el
Salvador. Vea el mundo que no estamos
egoístamente absortos en nuestros propios
intereses, sino que deseamos que otros participen
de nuestras bendiciones y privilegios. Dejémosle
252
ver que nuestra religión no nos hace faltos de
simpatía ni exigentes. Sirvan como Cristo sirvió,
para beneficio de los hombres, todos aquellos que
profesan haberle hallado.
Nunca debemos dar al mundo la impresión
falsa de que los cristianos son un pueblo lóbrego y
carente de dicha. Si nuestros ojos están fijos en
Jesús, veremos un Redentor compasivo y
percibiremos luz de su rostro. Doquiera reine su
espíritu, morará la paz. Y habrá también gozo,
porque habrá una serena y santa confianza en Dios.
Los que siguen a Jesús le agradan cuando
muestran que, aunque humanos, son partícipes de
la naturaleza divina. No son estatuas, sino hombres
y mujeres vivientes. Su corazón, refrigerado por los
rocíos de la gracia divina, se abre y expande bajo la
influencia del Sol de justicia. Reflejan sobre otros,
en obras iluminadas por el amor de Cristo, la luz
que resplandece sobre ellos mismos.
253
Capítulo 16
En su Templo
"DESPUÉS de esto descendió a Capernaúm, él,
y su madre, y hermanos, y discípulos; y estuvieron
allí no muchos días. Y estaba cerca la Pascua de los
Judíos; y subió Jesús a Jerusalem."
En este viaje, Jesús se unió a una de las grandes
compañías que se dirigían a la capital. No había
anunciado todavía públicamente su misión, e iba
inadvertido entre la muchedumbre. En tales
ocasiones, el advenimiento del Mesías, que había
adquirido tanta preeminencia debido al ministerio
de Juan, era a menudo el tema de conversación. La
esperanza de grandeza nacional se mencionaba con
fogoso entusiasmo. Jesús sabía que esta esperanza
iba a quedar frustrada, porque se fundaba en una
interpretación equivocada de las Escrituras. Con
profundo fervor, explicaba las profecías, y trataba
de invitar al pueblo a estudiar más detenidamente
la Palabra de Dios.
254
Los dirigentes judíos habían enseñado al
pueblo que en Jerusalén se les indicaba cómo
adorar a Dios. Allí, durante la semana de Pascua,
se congregaban grandes muchedumbres que venían
de todas partes de Palestina, y aun de países
lejanos. Los atrios del templo se llenaban de una
multitud promiscua. Muchos no podían traer
consigo los sacrificios que habían de ser ofrecidos
en representación del gran Sacrificio. Para
comodidad de los tales, se compraban y vendían
animales en el atrio exterior del templo. Allí se
congregaban todas las clases del pueblo para
comprar sus ofrendas. Allí se cambiaba el dinero
extranjero por la moneda del santuario.
Se requería que cada judío pagase anualmente
medio siclo como "el rescate de su persona,"
(Éxodo 30:12-16) y el dinero así recolectado se
usaba para el sostén del templo. Además de eso, se
traían grandes sumas como ofrendas voluntarias,
que eran depositadas en el tesoro del templo. Y era
necesario que toda moneda extranjera fuese
cambiada por otra que se llamaba el siclo del
255
templo, que era aceptado para el servicio del
santuario. El cambio de dinero daba oportunidad al
fraude y la extorsión, y se había transformado en
un vergonzoso tráfico, que era fuente de renta para
los sacerdotes.
Los negociantes pedían precios exorbitantes
por los animales que vendían, y compartían sus
ganancias con los sacerdotes y gobernantes,
quienes se enriquecían así a expensas del pueblo.
Se había enseñado a los adoradores a creer que si
no ofrecían sacrificios, la bendición de Dios no
descansaría sobre sus hijos o sus tierras. Así se
podía obtener un precio elevado por los animales,
porque después de haber venido de tan lejos, la
gente no quería volver a sus hogares sin cumplir el
acto de devoción para el cual había venido.
En ocasión de la Pascua, se ofrecía gran
número de sacrificios, y las ventas realizadas en el
templo eran muy cuantiosas. La confusión
consiguiente daba la impresión de una ruidosa feria
de ganado, más bien que del sagrado templo de
Dios. Podían oírse voces agudas que regateaban, el
256
mugido del ganado vacuno, los balidos de las
ovejas, el arrullo de las palomas, mezclado con el
ruido de las monedas y de disputas airadas. La
confusión era tanta que perturbaba a los
adoradores, y las palabras dirigidas al Altísimo
quedaban ahogadas por el tumulto que invadía el
templo. Los judíos eran excesivamente orgullosos
de su piedad. Se regocijaban de su templo, y
consideraban como blasfemia cualquier palabra
pronunciada contra él; eran muy rigurosos en el
cumplimiento de las ceremonias relacionadas con
él; pero el amor al dinero había prevalecido sobre
sus escrúpulos. Apenas se daban cuenta de cuán
lejos se habían apartado del propósito original del
servicio instituido por Dios mismo.
Cuando el Señor descendió sobre el monte
Sinaí, ese lugar quedó consagrado por su presencia.
Moisés recibió la orden de poner límites alrededor
del monte y santificarlo, y se oyó la voz del Señor
pronunciar esta amonestación: "Guardaos, no
subáis al monte, ni toquéis a su término: cualquiera
que tocare el monte, de seguro morirá: No le tocará
mano, mas será apedreado o asaeteado; sea animal
257
o sea hombre, no vivirá." (Éxodo 19:12,13) Así fue
enseñada la lección de que dondequiera que Dios
manifieste su presencia, ese lugar es santo. Las
dependencias del templo de Dios debieran haberse
considerado sagradas. Pero en la lucha para obtener
ganancias, todo esto se perdió de vista.
Los sacerdotes y gobernantes eran llamados a
ser representantes de Dios ante la nación. Debieran
haber corregido los abusos que se cometían en el
atrio del templo. Debieran haber dado a la gente un
ejemplo de integridad y compasión. En vez de
buscar sus propias ganancias, debieran haber
considerado la situación y las necesidades de los
adoradores, y debieran haber estado dispuestos a
ayudar a aquellos que no podían comprar los
sacrificios requeridos. Pero no obraban así. La
avaricia había endurecido sus corazones.
Acudían a esta fiesta los que sufrían, los que se
hallaban en necesidad y angustia. Estaban allí los
ciegos, los cojos, los sordos. Algunos eran traídos
sobre camillas. Muchos de los que venían eran
demasiado pobres para comprarse la más humilde
258
ofrenda para Jehová, o aun para comprarse
alimentos con que satisfacer el hambre. A todos
ellos les causaban gran angustia las declaraciones
de los sacerdotes. Estos se jactaban de su piedad;
aseveraban ser los guardianes del pueblo; pero
carecían en absoluto de simpatía y compasión. En
vano los pobres, los enfermos, los moribundos,
pedían su favor. Sus sufrimientos no despertaban
piedad en el corazón de los sacerdotes.
Al entrar Jesús en el templo, su mirada abarcó
toda la escena. Vio las transacciones injustas. Vio
la angustia de los pobres, que pensaban que sin
derramamiento de sangre no podían ser perdonados
sus pecados. Vio el atrio exterior de su templo
convertido en un lugar de tráfico profano. El
sagrado recinto se había transformado en una vasta
lonja.
Cristo vio que algo debía hacerse. Habían sido
impuestas numerosas ceremonias al pueblo, sin la
debida instrucción acerca de su significado. Los
adoradores ofrecían sus sacrificios sin comprender
que prefiguraban al único sacrificio perfecto. Y
259
entre ellos, sin que se le reconociese ni honrase,
estaba Aquel al cual simbolizaba todo el
ceremonial. El había dado instrucciones acerca de
las ofrendas. Comprendía su valor simbólico, y
veía que ahora habían sido pervertidas y mal
interpretadas.
El
culto
espiritual
estaba
desapareciendo rápidamente. Ningún vínculo unía
a los sacerdotes y gobernantes con su Dios. La obra
de Cristo consistía en establecer un culto
completamente diferente.
Con mirada escrutadora, Cristo abarcó la
escena que se extendía delante de él mientras
estaba de pie sobre las gradas del atrio del templo.
Con mirada profética vio lo futuro, abarcando no
sólo años, sino siglos y edades. Vio cómo los
sacerdotes y gobernantes privarían a los
menesterosos de su derecho, y prohibirían que el
Evangelio se predicase a los pobres. Vio cómo el
amor de Dios sería ocultado de los pecadores, y los
hombres traficarían con su gracia. Y al contemplar
la escena, la indignación, la autoridad y el poder se
expresaron en su semblante. La atención de la
gente fue atraída hacia él. Los ojos de los que se
260
dedicaban a su tráfico profano se clavaron en su
rostro. No podían retraer la mirada. Sentían que
este hombre leía sus pensamientos más íntimos y
descubría sus motivos ocultos. Algunos intentaron
esconder la cara, como si en ella estuviesen escritas
sus malas acciones, para ser leídas por aquellos
ojos escrutadores.
La confusión se acalló. Cesó el ruido del tráfico
y de los negocios. El silencio se hizo penoso. Un
sentimiento de pavor dominó a la asamblea. Fue
como si hubiese comparecido ante el tribunal de
Dios para responder de sus hechos. Mirando a
Cristo, todos vieron la divinidad que fulguraba a
través del manto de la humanidad. La Majestad del
cielo estaba allí como el Juez que se presentará en
el día final, y aunque no la rodeaba esa gloria que
la acompañará entonces, tenía el mismo poder de
leer el alma. Sus ojos recorrían toda la multitud,
posándose en cada uno de los presentes. Su persona
parecía elevarse sobre todos con imponente
dignidad, y una luz divina iluminaba su rostro.
Habló, y su voz clara y penetrante -la misma que
sobre el monte Sinaí había proclamado la ley que
261
los sacerdotes y príncipes estaban transgrediendo, –
se oyó repercutir por las bóvedas del templo:
"Quitad de aquí esto, y no hagáis la casa de mi
Padre casa de mercado."
Descendiendo lentamente de las gradas y
alzando el látigo de cuerdas que había recogido al
entrar en el recinto, ordenó a la hueste de
traficantes que se apartase de las dependencias del
templo. Con un celo y una severidad que nunca
manifestó antes, derribó las mesas de los
cambiadores. Las monedas cayeron, y dejaron oír
su sonido metálico en el pavimento de mármol.
Nadie pretendió poner en duda su autoridad. Nadie
se atrevió a detenerse para recoger las ganancias
ilícitas. Jesús no los hirió con el látigo de cuerdas,
pero en su mano el sencillo látigo parecía ser una
flamígera espada. Los oficiales del templo, los
sacerdotes especuladores, los cambiadores y los
negociantes en ganado, huyeron del lugar con sus
ovejas y bueyes, dominados por un solo
pensamiento: el de escapar a la condenación de su
presencia.
262
El pánico se apoderó de la multitud, que sentía
el predominio de su divinidad. Gritos de terror
escaparon de centenares de labios pálidos. Aun los
discípulos temblaron. Les causaron pavor las
palabras y los modales de Jesús, tan diferentes de
su conducta común. Recordaron que se había
escrito acerca de él: "Me consumió el celo de tu
casa." (Salmos 69:9) Pronto la tumultuosa
muchedumbre fue alejada del templo del Señor con
toda su mercadería. Los atrios quedaron libres de
todo tráfico profano, y sobre la escena de confusión
descendió un profundo y solemne silencio. La
presencia del Señor, que antiguamente santificara
el monte, había hecho sagrado el templo levantado
en su honor.
En la purificación del templo, Jesús anunció su
misión como Mesías y comenzó su obra. Aquel
templo, erigido para morada de la presencia divina,
estaba destinado a ser una lección objetiva para
Israel y para el mundo. Desde las edades eternas,
había sido el propósito de Dios que todo ser
creado, desde el resplandeciente y santo serafín
hasta el hombre, fuese un templo para que en él
263
habitase el Creador. A causa del pecado, la
humanidad había dejado de ser templo de Dios.
Ensombrecido y contaminado por el pecado, el
corazón del hombre no revelaba la gloria del Ser
divino. Pero por la encarnación del Hijo de Dios, se
cumple el propósito del Cielo. Dios mora en la
humanidad, y mediante la gracia salvadora, el
corazón del hombre vuelve a ser su templo. Dios
quería que el templo de Jerusalén fuese un
testimonio continuo del alto destino ofrecido a cada
alma. Pero los judíos no habían comprendido el
significado del edificio que consideraban con tanto
orgullo. No se entregaban a sí mismos como
santuarios del Espíritu divino. Los atrios del
templo de Jerusalén, llenos del tumulto de un
tráfico profano, representaban con demasiada
exactitud el templo del corazón, contaminado por
la presencia de las pasiones sensuales y de los
pensamientos profanos. Al limpiar el templo de los
compradores y vendedores mundanales, Jesús
anunció su misión de limpiar el corazón de la
contaminación del pecado de los deseos terrenales,
de las concupiscencias egoístas, de los malos
hábitos, que corrompen el alma. "Vendrá a su
264
templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el
ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí
viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién
podrá sufrir el tiempo de su venida? o ¿ quién
podrá estar cuando él se mostrará ? Porque él es
como fuego purificador, y como jabón de
lavadores. Y sentarse ha para afinar y limpiar la
plata: porque limpiará los hijos de Leví, los afinará
como a oro y como a plata." (Malaquías 3:1-3)
"¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el
Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno
violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal:
porque el templo de Dios, el cual sois vosotros,
santo es." (1 Corintios 3:16,17) Ningún hombre
puede de por sí echar las malas huestes que se han
posesionado del corazón. Sólo Cristo puede
purificar el templo del alma. Pero no forzará la
entrada. No viene a los corazones como antaño a su
templo, sino que dice: "He aquí, yo estoy a la
puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la
puerta, entraré a él." (Apocalipsis 3:20) El vendrá,
no solamente por un día; porque dice: "Habitaré y
andaré en ellos; . . . y ellos serán mi pueblo." "El
265
sujetará nuestras iniquidades, y echará en los
profundos de la mar todos nuestros pecados." (2
Corintios 6:16, Miqueas 7:19) Su presencia
limpiará y santificará el alma, de manera que pueda
ser un templo santo para el Señor, y una "morada
de Dios, en virtud del Espíritu." (Efesios 2:21,22)
Dominados por el terror, los sacerdotes y
príncipes habían huido del atrio del templo, y de la
mirada escrutadora que leía sus corazones.
Mientras huían, se encontraron con otros que se
dirigían al templo y les aconsejaron que se
volvieran, diciéndoles lo que habían visto y oído.
Cristo miró anhelante a los hombres que huían,
compadeciéndose de su temor y de su ignorancia
de lo que constituía el verdadero culto. En esta
escena veía simbolizada la dispersión de toda la
nación judía, por causa de su maldad e
impenitencia.
¿Y por qué huyeron los sacerdotes del templo?
¿Por qué no le hicieron frente? El que les ordenaba
que se fuesen era hijo de un carpintero, un pobre
galileo, sin jerarquía ni poder terrenales. ¿Por qué
266
no le resistieron? ¿Por qué abandonaron la
ganancia tan mal adquirida y huyeron a la orden de
una persona de tan humilde apariencia externa?
Cristo hablaba con la autoridad de un rey, y en
su aspecto y en el tono de su voz había algo a lo
cual no podían resistir. Al oír la orden, se dieron
cuenta, como nunca antes, de su verdadera
situación de hipócritas y ladrones. Cuando la
divinidad fulguró a través de la humanidad, no sólo
vieron indignación en el semblante de Cristo; se
dieron cuenta del significado de sus palabras. Se
sintieron como delante del trono del Juez eterno,
como oyendo su sentencia para ese tiempo y la
eternidad. Por el momento, quedaron convencidos
de que Cristo era profeta; y muchos creyeron que
era el Mesías. El Espíritu Santo les recordó
vívidamente las declaraciones de los profetas
acerca del Cristo. ¿Cederían a esta convicción?
No quisieron arrepentirse. Sabían que se había
despertado la simpatía de Cristo hacia los pobres.
Sabían que ellos habían sido culpables de extorsión
en su trato con la gente. Por cuanto Cristo discernía
267
sus pensamientos, le odiaban. Su reprensión en
público humillaba su orgullo y sentían celos de su
creciente influencia con la gente. Resolvieron
desafiarle acerca del poder por el cual los había
echado, y acerca de quién le había dado esta
autoridad.
Pensativos, pero con odio en el corazón,
volvieron lentamente al templo. Pero ¡qué cambio
se había verificado durante su ausencia! Cuando
ellos huyeron, los pobres quedaron atrás; y éstos
estaban ahora mirando a Jesús, cuyo rostro
expresaba su amor y simpatía. Con lágrimas en los
ojos, decía a los temblorosos que le rodeaban: No
temáis; yo os libraré, y vosotros me glorificaréis.
Por esta causa he venido al mundo.
La gente se agolpaba en la presencia de Cristo
con súplicas urgentes y lastimeras, diciendo:
Maestro, bendíceme. Su oído atendía cada clamor.
Con una compasión que superaba a la de una
madre, se inclinaba sobre los pequeñuelos que
sufrían. Todos recibían atención. Cada uno
quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviera.
268
Los mudos abrían sus labios en alabanzas; los
ciegos contemplaban el rostro de su Sanador. El
corazón de los dolientes era alegrado.
Mientras los sacerdotes y oficiales del templo
presenciaban esta obra, ¡qué revelación fueron para
ellos los sonidos que llegaban a sus oídos! Los
concurrentes relataban la historia del dolor que
habían sufrido, de sus esperanzas frustradas, de los
días penosos y de las noches de insomnio; y de
cómo, cuando parecía haberse apagado la última
chispa de esperanza, Cristo los había sanado. La
carga era muy pesada, decía uno; pero he
encontrado un Ayudador. Es el Cristo de Dios, y
dedicaré mi vida a su servicio. Había padres que
decían a sus hijos: El salvó vuestra vida; alzad
vuestras voces y alabadle. Las voces de niños y
jóvenes, de padres y madres, de amigos y
espectadores, se unían en agradecimiento y
alabanza. La esperanza y la alegría llenaban los
corazones. La paz embargaba los ánimos. Estaban
sanos de alma y cuerpo, y volvieron a sus casas
proclamando por doquiera el amor sin par de Jesús.
269
En ocasión de la crucifixión de Cristo, los que
habían sido sanados no se unieron con la turba para
clamar: "¡Crucifícale! ¡ crucifícale ! " Sus
simpatías acompañaban a Jesús; porque habían
sentido su gran simpatía y su poder admirable. Le
conocían como su Salvador; porque él les había
dado salud del cuerpo y del alma. Escucharon la
predicación de los apóstoles, y la entrada de la
palabra de Dios en su corazón les dio
entendimiento. Llegaron a ser agentes de la
misericordia de Dios, e instrumentos de su
salvación.
Los que habían huido del atrio del templo
volvieron poco a poco después de un tiempo.
Habían dominado parcialmente el pánico que se
había apoderado de ellos, pero sus rostros
expresaban irresolución y timidez. Miraban con
asombro las obras de Jesús y quedaron
convencidos de que en él se cumplían las profecías
concernientes al Mesías. El pecado de la
profanación del templo incumbía, en gran medida,
a los sacerdotes. Por arreglo suyo, el atrio había
sido transformado en un mercado. La gente era
270
comparativamente inocente. Había quedado
impresionada por la autoridad divina de Jesús; pero
consideraba suprema la influencia de los sacerdotes
y gobernantes. Estos miraban la misión de Cristo
como una innovación, y ponían en duda su derecho
a intervenir en lo que había sido permitido por las
autoridades del templo. Se ofendieron porque el
tráfico había sido interrumpido, y ahogaron las
convicciones del Espíritu Santo.
Sobre todos los demás, los sacerdotes y
gobernantes debieran haber visto en Jesús al
Ungido del Señor; porque en sus manos estaban los
rollos sagrados que describían su misión, y sabían
que la purificación del templo era una
manifestación de un poder más que humano. Por
mucho que odiasen a Jesús, no lograban librarse
del pensamiento de que podía ser un profeta
enviado por Dios para restaurar la santidad del
templo. Con una deferencia nacida de este temor,
fueron a preguntarle: "¿Qué señal nos muestras de
que haces esto?"
Jesús les había mostrado una señal. Al hacer
271
penetrar la luz en su corazón y al ejecutar delante
de ellos las obras que el Mesías debía efectuar, les
había dado evidencia convincente de su carácter.
Cuando le pidieron una señal, les contestó con una
parábola y demostró así que discernía su malicia y
veía hasta dónde los conduciría. "Destruid este
templo – dijo, – y en tres días lo levantaré."
El sentido de estas palabras era doble. Jesús
aludía no sólo a la destrucción del templo y del
culto judaico, sino a su propia muerte: la
destrucción del templo de su cuerpo. Los judíos ya
estaban maquinando esto. Cuando los sacerdotes y
gobernantes volvieron al templo, se proponían
matar a Jesús y librarse del perturbador. Sin
embargo, cuando desenmascaró ese designio suyo,
no le comprendieron. Al interpretar sus palabras las
aplicaron solamente al templo de Jerusalén, y con
indignación exclamaron: "En cuarenta y seis años
fue este templo edificado, ¿y tú en tres días lo
levantarás?" Les parecía que Jesús había justificado
su incredulidad, y se confirmaron en su decisión de
rechazarle.
272
Cristo no quería que sus palabras fuesen
entendidas por los judíos incrédulos, ni siquiera por
sus discípulos en ese entonces. Sabía que serían
torcidas por sus enemigos, y que las volverían
contra él. En ocasión de su juicio, iban a ser
presentadas como acusación, y en el Calvario le
serían recordadas con escarnio. Pero el explicarlas
ahora habría dado a sus discípulos un conocimiento
de sus sufrimientos, y les habría impuesto un pesar
que no estaban capacitados para soportar. Una
explicación habría revelado prematuramente a los
judíos el resultado de su prejuicio e incredulidad.
Ya habían entrado en una senda que iban a seguir
constantemente hasta que le llevaran como un
cordero al matadero.
Estas palabras de Cristo fueron pronunciadas
por causa de aquellos que iban a creer en él. Sabía
que serían repetidas. Siendo pronunciadas en
ocasión de la Pascua, llegarían a los oídos de
millares de personas y serían llevadas a todas
partes del mundo. Después que hubiese resucitado
de los muertos, su significado quedaría aclarado.
Para muchos, serían evidencia concluyente de su
273
divinidad.
A causa de sus tinieblas espirituales, aun los
discípulos de Jesús dejaron con frecuencia de
comprender sus lecciones. Pero muchas de estas
lecciones les fueron aclaradas por los sucesos
subsiguientes. Cuando ya no andaba con ellos, sus
palabras sostenían sus corazones.
Con referencia al templo de Jerusalén, las
palabras del Salvador: "Destruid este templo, y en
tres días lo levantaré," tenían un significado más
profundo que el percibido por los oyentes. Cristo
era el fundamento y la vida del templo. Sus
servicios eran típicos del sacrificio del Hijo de
Dios. El sacerdocio había sido establecido para
representar el carácter y la obra mediadora de
Cristo. Todo el plan del culto de los sacrificios era
una predicción de la muerte del Salvador para
redimir al mundo. No habría eficacia en estas
ofrendas cuando el gran suceso al cual señalaran
durante siglos fuese consumado.
Puesto que toda la economía ritual simbolizaba
274
a Cristo, no tenía valor sin él. Cuando los judíos
sellaron su decisión de rechazar a Cristo
entregándole a la muerte, rechazaron todo lo que
daba significado al templo y sus ceremonias. Su
carácter sagrado desapareció. Quedó condenado a
la destrucción. Desde ese día los sacrificios rituales
y las ceremonias relacionadas con ellos dejaron de
tener significado. Como la ofrenda de Caín, no
expresaban fe en el Salvador. Al dar muerte a
Cristo, los judíos destruyeron virtualmente su
templo. Cuando Cristo fue crucificado, el velo
interior del templo se rasgó en dos de alto a bajo,
indicando que el gran sacrificio final había sido
hecho, y que el sistema de los sacrificios rituales
había terminado para siempre.
"En tres días lo levantaré." A la muerte del
Salvador, las potencias de las tinieblas parecieron
prevalecer, y se regocijaron de su victoria. Pero del
sepulcro abierto de José, Jesús salió vencedor.
"Despojando los principados y las potestades,
sacólos a la vergüenza en público, triunfando de
ellos en sí mismo." (Colosenses 2:15) En virtud de
su muerte y resurrección, pasó a ser "ministro del
275
santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que el
Señor asentó, y no hombre.' (Hebreos 8:2) Los
hombres habían construido el tabernáculo, y luego
el templo de los judíos; pero el santuario celestial,
del cual el terrenal era una figura, no fue
construido por arquitecto humano. "He aquí el
varón cuyo nombre es Vástago: [V.M.] . . . él
edificará el templo de Jehová, y él llevará gloria, y
se sentará y dominará en su trono, y será sacerdote
en su solio." (Zacarías 6:12,13)
El ceremonial de los sacrificios que había
señalado a Cristo pasó: pero los ojos de los
hombres fueron dirigidos al verdadero sacrificio
por los pecados del mundo. Cesó el sacerdocio
terrenal, pero miramos a Jesús, mediador del nuevo
pacto, y "a la sangre del esparcimiento que habla
mejor que la de Abel." "Aun no estaba descubierto
el camino para el santuario, entre tanto que el
primer tabernáculo estuviese en pie.... Mas estando
ya presente Cristo, pontífice de los bienes que
habían de venir, por el más amplio y más perfecto
tabernáculo, no hecho de manos, . . . por su propia
sangre, entró una sola vez en el santuario, habiendo
276
obtenido eterna redención.' (Hebreos 12:24, 9:812)
"Por lo cual puede también salvar eternamente
a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre
para interceder por ellos.' (Hebreos 7:25) Aunque
el ministerio había de ser trasladado del templo
terrenal al celestial, aunque el santuario y nuestro
gran Sumo Sacerdote fuesen invisibles para los
ojos humanos, los discípulos no habían de sufrir
pérdida por ello. No sufrirían interrupción en su
comunión, ni disminución de poder por causa de la
ausencia del Salvador. Mientras Jesús ministra en
el santuario celestial, es siempre por su Espíritu el
ministro de la iglesia en la tierra. Está oculto a la
vista, pero se cumple la promesa que hiciera al
partir: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo.' (Mateo 28:20)
Aunque delega su poder a ministros inferiores, su
presencia vivificadora está todavía con su iglesia.
"Por tanto, teniendo un gran Pontífice, . . .
Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra
profesión. Porque no tenemos un Pontífice que no
277
se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas
tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin
pecado. Lleguémonos pues confiadamente al trono
de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar
gracia para el oportuno socorro." (Hebreos 4:1416)
278
Capítulo 17
Nicodemo
NICODEMO ocupaba un puesto elevado y de
confianza en la nación judía. Era un hombre muy
educado, y poseía talentos extraordinarios. Era un
renombrado miembro del concilio nacional. Como
otros, había sido conmovido por las enseñanzas de
Jesús. Aunque rico, sabio y honrado, se había
sentido extrañamente atraído por el humilde
Nazareno. Las lecciones que habían caído de los
labios del Salvador le habían impresionado
grandemente, y quería aprender más de estas
verdades maravillosas.
La autoridad que Cristo ejerciera al purificar el
templo había despertado el odio resuelto de los
sacerdotes y gobernantes. Temían el poder de este
extraño. No habían de tolerar tanto atrevimiento de
parte de un obscuro galileo. Se proponían acabar
con su obra. Pero no estaban todos de acuerdo en
este propósito. Algunos temían oponerse a quien
279
estaba tan evidentemente movido por el Espíritu de
Dios. Recordaban cómo los profetas habían sido
muertos por reprender los pecados de los dirigentes
de Israel. Sabían que la servidumbre de los judíos a
una nación pagana era el resultado de su terquedad
en rechazar las reprensiones de Dios. Temían que
al maquinar contra Jesús, los sacerdotes y
gobernantes estuviesen siguiendo en los pasos de
sus padres, y hubiesen de traer nuevas calamidades
sobre la nación. Nicodemo participaba de estos
sentimientos. En un concilio del Sanedrín, cuando
se consideraba la conducta que se debía seguir para
con Jesús, Nicodemo aconsejó cautela y
moderación. Hizo notar con insistencia que si Jesús
estaba realmente investido de autoridad de parte de
Dios, sería peligroso rechazar sus amonestaciones.
Los sacerdotes no se atrevieron a despreciar este
consejo, y por el momento no tomaron medidas
abiertas contra el Salvador.
Desde que oyera a Jesús, Nicodemo había
estudiado ansiosamente las profecías relativas al
Mesías, y cuanto más las escudriñaba, tanto más
profunda se volvía su convicción de que era el que
280
había de venir. Juntamente con muchos otros hijos
de Israel, había sentido honda angustia por la
profanación del templo. Había presenciado la
escena cuando Jesús echó a los compradores y
vendedores; contempló la admirable manifestación
del poder divino; vio al Salvador recibir a los
pobres y sanar a los enfermos; vio las miradas de
gozo de éstos y oyó sus palabras de alabanza; y no
podía dudar de que Jesús de Nazaret era el enviado
de Dios.
Deseaba ardientemente entrevistarse con Jesús,
pero no osaba buscarle abiertamente. Sería
demasiado humillante para un príncipe de los
judíos declararse simpatizante de un maestro tan
poco conocido. Si su visita llegase al conocimiento
del Sanedrín, le atraería su desprecio y denuncias.
Resolvió, pues, verle en secreto, con la excusa de
que si él fuese abiertamente, otros seguirían su
ejemplo. Haciendo una investigación especial,
llegó a saber dónde tenía el Salvador un lugar de
retiro en el monte de las Olivas; aguardó hasta que
la ciudad quedase envuelta por el sueño, y entonces
salió en busca de Jesús.
281
En presencia de Cristo, Nicodemo sintió una
extraña timidez, la que trató de ocultar bajo un aire
de serenidad y dignidad. "Rabbí – dijo,– sabemos
que has venido de Dios por maestro; porque nadie
puede hacer estas señales que tú haces, si no fuere
Dios con él." Hablando de los raros dones de Cristo
como maestro, y también de su maravilloso poder
de realizar milagros, esperaba preparar el terreno
para su entrevista. Sus palabras estaban destinadas
a expresar e infundir confianza; pero en realidad
expresaban incredulidad. No reconocía a Jesús
como el Mesías, sino solamente como maestro
enviado de Dios.
En vez de reconocer este saludo, Jesús fijó los
ojos en el que le hablaba, como si leyese en su
alma. En su infinita sabiduría, vio delante de sí a
uno que buscaba la verdad. Conoció el objeto de
esta visita, y con el deseo de profundizar la
convicción que ya había penetrado en la mente del
que le escuchaba, fue directamente al tema que le
preocupaba,
diciendo
solemne
aunque
bondadosamente: "En verdad, en verdad te digo: A
282
menos que el hombre naciere de lo alto, no puede
ver el reino de Dios.' (Juan 3:3)
Nicodemo había venido al Señor pensando
entrar en discusión con él, pero Jesús descubrió los
principios fundamentales de la verdad. Dijo a
Nicodemo: No necesitas conocimiento teórico
tanto como regeneración espiritual. No necesitas
que se satisfaga tu curiosidad, sino tener un
corazón nuevo. Debes recibir una vida nueva de lo
alto, antes de poder apreciar las cosas celestiales.
Hasta que se realice este cambio, haciendo nuevas
todas las cosas, no producirá ningún bien salvador
para ti el discutir conmigo mi autoridad o mi
misión.
Nicodemo había oído la predicación de Juan el
Bautista concerniente al arrepentimiento y el
bautismo, y cuando había señalado al pueblo a
Aquel que bautizaría con el Espíritu Santo. El
mismo había sentido que había falta de
espiritualidad entre los judíos; que, en gran medida,
estaban dominados por el fanatismo y la ambición
mundanal. Había esperado que se produjese un
283
mejor estado de cosas al venir el Mesías. Sin
embargo, el mensaje escrutador del Bautista no
había producido en él convicción de pecado. Era un
fariseo estricto, y se enorgullecía de sus buenas
obras. Era muy estimado por su benevolencia y
generosidad en sostener el culto del templo y se
sentía seguro del favor de Dios. Le sorprendió la
idea de un reino demasiado puro para que él lo
viese en la condición en que estaba. La figura del
nuevo nacimiento que Jesús había empleado no era
del todo desconocida para Nicodemo. Los
conversos del paganismo a la fe de Israel eran a
menudo comparados a niños recién nacidos. Por lo
tanto, debió percibir que las palabras de Cristo no
habían de ser tomadas en su sentido literal. Pero
por virtud de su nacimiento como israelita, se
consideraba seguro de tener un lugar en el reino de
Dios. Le parecía que no necesitaba cambio alguno.
Por esto le sorprendieron las palabras del Salvador.
Le irritaba su íntima aplicación a sí mismo. El
orgullo del fariseo contendía contra el sincero
deseo del que buscaba la verdad. Se admiraba de
que Cristo le hablase así, sin tener en cuenta su
posición de príncipe de Israel.
284
La sorpresa le hizo perder el dominio propio, y
contestó a Cristo en palabras llenas de ironía:
"¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo?"
Como muchos otros, al ver su conciencia
confrontada por una verdad aguda, demostró que el
hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de
Dios. No hay nada en él que responda a las cosas
espirituales; porque las cosas espirituales se
disciernen espiritualmente.
Pero el Salvador no contestó a su argumento
con otro. Levantando la mano con solemne y
tranquila dignidad, hizo penetrar la verdad con aun
mayor seguridad: "De cierto, de cierto te digo, que
el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede
entrar en el reino de Dios." Nicodemo sabía que
Cristo se refería aquí al agua del bautismo y a la
renovación del corazón por el Espíritu de Dios.
Estaba convencido de que se hallaba en presencia
de Aquel cuya venida había predicho Juan el
Bautista.
Jesús continuó diciendo: "Lo que es nacido de
285
la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu,
espíritu es." Por naturaleza, el corazón es malo, y
"¿quién hará limpio de inmundo? Nadie." (Job
14:4) Ningún invento humano puede hallar un
remedio para el alma pecaminosa. "La intención de
la carne es enemistad contra Dios; porque no se
sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede." "Del
corazón salen los malos pensamientos, muertes,
adulterios,
fornicaciones,
hurtos,
falsos
testimonios, blasfemias." (Romanos 8:7, Mateo
15:19) La fuente del corazón debe ser purificada
antes que los raudales puedan ser puros. El que está
tratando de alcanzar el cielo por sus propias obras
observando la ley, está intentando lo imposible. No
hay seguridad para el que tenga sólo una religión
legal, sólo una forma de la piedad. La vida del
cristiano no es una modificación o mejora de la
antigua, sino una transformación de la naturaleza.
Se produce una muerte al yo y al pecado, y una
vida enteramente nueva. Este cambio puede ser
efectuado únicamente por la obra eficaz del
Espíritu Santo.
Nicodemo estaba todavía perplejo, y Jesús
286
empleó el viento para ilustrar lo que quería decir:
"El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido;
mas ni sabes de dónde viene, ni adónde vaya: así es
todo aquel que es nacido del Espíritu.
"Se oye el viento entre las ramas de los árboles,
por el susurro que produce en las hojas y las flores;
sin embargo es invisible, y nadie sabe de dónde
viene ni adónde va. Así sucede con la obra del
Espíritu Santo en el corazón. Es tan inexplicable
como los movimientos del viento. Puede ser que
una persona no pueda decir exactamente la ocasión
ni el lugar en que se convirtió, ni distinguir todas
las circunstancias de su conversión; pero esto no
significa que no se haya convertido. Mediante un
agente tan invisible como el viento, Cristo obra
constantemente en el corazón. Poco a poco, tal vez
inconscientemente para quien las recibe, se hacen
impresiones que tienden a atraer el alma a Cristo.
Dichas impresiones pueden ser recibidas
meditando en él, leyendo las Escrituras, u oyendo
la palabra del predicador viviente. Repentinamente,
al presentar el Espíritu un llamamiento más directo,
el alma se entrega gozosamente a Jesús. Muchos
287
llaman a esto conversión repentina; pero es el
resultado de una larga intercesión del Espíritu de
Dios; es una obra paciente y larga. Aunque el
viento mismo es invisible, produce efectos que se
ven y sienten. Así también la obra del Espíritu en el
alma se revelará en toda acción de quien haya
sentido su poder salvador. Cuando el Espíritu de
Dios se posesiona del corazón, transforma la vida.
Los pensamientos pecaminosos son puestos a un
lado, las malas acciones son abandonadas; el amor,
la humildad y la paz, reemplazan a la ira, la envidia
y las contenciones. La alegría reemplaza a la
tristeza, y el rostro refleja la luz del cielo. Nadie ve
la mano que alza la carga, ni contempla la luz que
desciende de los atrios celestiales. La bendición
viene cuando por la fe el alma se entrega a Dios.
Entonces ese poder que ningún ojo humano puede
ver, crea un nuevo ser a la imagen de Dios.
Es imposible para las mentes finitas
comprender la obra de la redención. Su misterio
supera al conocimiento humano; sin embargo, el
que pasa de muerte a vida comprende que es una
realidad divina. Podemos conocer aquí por
288
experiencia personal el comienzo de la redención.
Sus resultados alcanzan hasta las edades eternas.
Mientras Jesús estaba hablando, algunos rayos
de la verdad penetraron en la mente del príncipe.
La suavizadora y subyugadora influencia del
Espíritu Santo impresionó su corazón. Sin
embargo, él no comprendía plenamente las
palabras del Salvador. No le impresionaba tanto la
necesidad del nuevo nacimiento como la manera en
que se verificaba. Dijo con admiración: "¿Cómo
puede esto hacerse?"
"¿Tú eres el maestro de Israel, y no sabes
esto?" le preguntó Jesús. Por cierto que un hombre
encargado de la instrucción religiosa del pueblo no
debía ignorar verdades tan importantes. Las
palabras de Jesús implicaban que en vez de sentirse
irritado por las claras palabras de verdad,
Nicodemo debiera haber tenido una muy humilde
opinión de sí mismo, por causa de su ignorancia
espiritual. Sin embargo, Cristo habló con tan
solemne dignidad, y sus miradas y su tono
expresaban tan ferviente amor, que Nicodemo no
289
se ofendió al cerciorarse de su humillante
condición.
Pero mientras Jesús explicaba que su misión en
la tierra consistía en establecer un reino espiritual
en vez de temporal, su oyente quedó perturbado.
En vista de esto, Jesús añadió: "Si os he dicho
cosas terrenas, y no creéis, ¿cómo creeréis si os
dijere las celestiales?" Si Nicodemo no podía
recibir las enseñanzas de Cristo, que ilustraban la
obra de la gracia en el corazón, ¿cómo podría
comprender la naturaleza de su glorioso reino
celestial? Si no discernía la naturaleza de la obra de
Cristo en la tierra, no podría comprender su obra en
el cielo.
Los judíos a quienes Jesús había echado del
templo aseveraban ser hijos de Abrahán, pero
huyeron de la presencia del Salvador, porque no
podían soportar la gloria de Dios que se
manifestaba en él. Así dieron evidencia de que no
estaban preparados por la gracia de Dios para
participar en los ritos sagrados del templo. Eran
celosos para mantener una apariencia de santidad,
290
pero descuidaban la santidad del corazón. Mientras
que eran muy quisquillosos en cuanto a la letra de
la ley, estaban violando constantemente su espíritu.
Necesitaban grandemente este mismo cambio que
Cristo había estado explicando a Nicodemo: un
nuevo nacimiento moral, una purificación del
pecado y una renovación del conocimiento y de la
santidad.
No tenía excusa la ceguera de Israel en cuanto a
la regeneración. Bajo la inspiración del Espíritu
Santo, Isaías había escrito: "Todos nosotros somos
como suciedad, y todas nuestras justicias como
trapo de inmundicia." David había orado: "Crea en
mí, oh Dios, un corazón limpio; y renueva un
espíritu recto dentro de mí." Y por medio de
Ezequiel había sido hecha la promesa: "Y os daré
corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de
vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de
piedra, y os daré corazón de carne. Y pondré dentro
de vosotros mi espíritu, y haré que andéis en mis
mandamientos." (Isaías 4:6, Salmos 51:10,
Ezequiel 36:26,27)
291
Nicodemo había leído estos pasajes con mente
anublada; pero ahora empezaba a comprender su
significado. Veía que la más rígida obediencia a la
simple letra de la ley tal como se aplicaba a la vida
externa, no podía dar a nadie derecho a entrar en el
reino de los cielos. En la estima de los hombres, su
vida había sido justa y honorable; pero en la
presencia de Cristo, sentía que su corazón era
impuro y su vida profana.
Nicodemo se sentía atraído a Cristo. Mientras
el Salvador le explicaba lo concerniente al nuevo
nacimiento, sintió el anhelo de que ese cambio se
realizase en él. ¿Por qué medio podía lograrse?
Jesús contestó la pregunta que no llegó a ser
formulada: "Como Moisés levantó la serpiente en
el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre
sea levantado; para que todo aquel que en él
creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna."
Este era terreno familiar para Nicodemo. El
símbolo de la serpiente alzada le aclaró la misión
del Salvador. Cuando el pueblo de Israel estaba
muriendo por las mordeduras de las serpientes
292
ardientes, Dios indicó a Moisés que hiciese una
serpiente de bronce y la colocase en alto en medio
de la congregación. Luego se pregonó por todo el
campamento que todos los que mirasen a la
serpiente vivirían. El pueblo sabía muy bien que en
sí misma la serpiente no tenía poder de ayudarle.
Era un símbolo de Cristo. Así como la imagen de la
serpiente destructora fue alzada para sanar al
pueblo, un ser "en semejanza de carne de pecado"
(Romanos 8:3) iba a ser el Redentor de la
humanidad. Muchos de los israelitas consideraban
que el ceremonial de los sacrificios tenía virtud en
sí mismo para libertarlos del pecado. Dios deseaba
enseñarles que no tenía más valor que la serpiente
de bronce. Debía dirigir su atención al Salvador.
Ya fuese para curar sus heridas, o perdonar sus
pecados, no podían hacer nada por Si mismos, sino
manifestar su fe en el don de Dios. Habían de mirar
y vivir.
Los que habían sido mordidos por las
serpientes, podrían haberse demorado en mirar.
Podrían haber puesto en duda la eficacia del
símbolo de bronce. Podrían haber pedido una
293
explicación científica. Pero no se dio explicación
alguna. Debían aceptar la palabra de Dios que les
era dirigida por Moisés. El negarse a mirar era
perecer.
No es mediante controversias y discusiones
cómo se ilumina el alma. Debemos mirar y vivir.
Nicodemo recibió la lección y se la llevó consigo.
Escudriñó las Escrituras de una manera nueva, no
para discutir una teoría, sino para recibir vida para
el alma. Empezó a ver el reino de los cielos cuando
se sometió a la dirección del Espíritu Santo.
Hay hoy día miles que necesitan aprender la
misma verdad que fue enseñada a Nicodemo por la
serpiente levantada. Confían en que su obediencia
a la ley de Dios los recomienda a su favor. Cuando
se los invita a mirar a Jesús y a creer que él los
salva únicamente por su gracia, exclaman: "¿Cómo
puede esto hacerse?"
Como Nicodemo, debemos estar dispuestos a
entrar en la vida de la misma manera que el
primero de los pecadores. Fuera de Cristo, "no hay
294
otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres,
en que podamos ser salvos." (Hechos 4:12) Por la
fe, recibimos la gracia de Dios; pero la fe no es
nuestro Salvador. No nos gana nada. Es la mano
por la cual nos asimos de Cristo y nos apropiamos
sus méritos, el remedio por el pecado. Y ni siquiera
podemos arrepentirnos sin la ayuda del Espíritu de
Dios. La Escritura dice de Cristo: "A éste ha Dios
ensalzado con su diestra por Príncipe y Salvador,
para dar a Israel arrepentimiento y remisión de
pecados." (Hechos 5:31) El arrepentimiento
proviene de Cristo tan ciertamente como el perdón.
¿Cómo hemos de salvarnos entonces? "Como
Moisés levantó la serpiente en el desierto," así
también el Hijo del hombre ha sido levantado, y
todos los que han sido engañados y mordidos por la
serpiente pueden mirar y vivir. "He aquí el Cordero
de Dios, que quita el pecado del mundo." (Juan
1:29) La luz que resplandece de la cruz revela el
amor de Dios. Su amor nos atrae a él. Si no
resistimos esta atracción, seremos conducidos al
pie de la cruz arrepentidos por los pecados que
crucificaron al Salvador. Entonces el Espíritu de
295
Dios produce por medio de la fe una nueva vida en
el alma. Los pensamientos y los deseos se sujetan
en obediencia a la voluntad de Cristo. El corazón y
la mente son creados de nuevo a la imagen de
Aquel que obra en nosotros para someter todas las
cosas a sí. Entonces la ley de Dios queda escrita en
la mente y el corazón, y podemos decir con Cristo:
"El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado."
(Salmos 40:8)
En la entrevista con Nicodemo, Jesús reveló el
plan de salvación y su misión en el mundo. En
ninguno de sus discursos subsiguientes, explicó él
tan plenamente, paso a paso, la obra que debe
hacerse en el corazón de cuantos quieran heredar el
reino de los cielos. En el mismo principio de su
ministerio, presentó la verdad a un miembro del
Sanedrín, a la mente mejor dispuesta para recibirla,
a un hombre designado para ser maestro del
pueblo. Pero los dirigentes de Israel no recibieron
gustosamente la luz. Nicodemo ocultó la verdad en
su corazón, y durante tres años hubo muy poco
fruto aparente.
296
Pero Jesús conocía el suelo en el cual había
arrojado la semilla. Las palabras pronunciadas de
noche a un solo oyente en la montaña solitaria no
se perdieron. Por un tiempo, Nicodemo no
reconoció públicamente a Cristo, pero estudió su
vida y meditó sus enseñanzas. En los concilios del
Sanedrín, estorbó repetidas veces los planes que los
sacerdotes hacían para destruirle. Cuando por fin
Jesús fue alzado en la cruz, Nicodemo recordó la
enseñanza que recibiera en el monte de las Olivas:
"Como Moisés levantó la serpiente en el desierto,
así es necesario que el Hijo del hombre sea
levantado; para que todo aquel que en él creyere,
no se pierda, sino que tenga vida eterna." La luz de
aquella entrevista secreta iluminó la cruz del
Calvario, y Nicodemo vio en Jesús el Redentor del
mundo.
Después de la ascensión del Señor, cuando los
discípulos fueron dispersados por la persecución,
Nicodemo se adelantó osadamente. Dedicó sus
riquezas a sostener la tierna iglesia que los judíos
esperaban ver desaparecer a la muerte de Cristo. En
tiempos de peligro, el que había sido tan cauteloso
297
y lleno de dudas, se manifestó tan firme como una
roca, estimulando la fe de los discípulos y
proporcionándoles recursos con que llevar adelante
la obra del Evangelio. Aquellos que en otro tiempo
le habían tributado reverencia, le despreciaron y
persiguieron. Quedó pobre en los bienes de este
mundo, pero no le faltó la fe que había tenido su
comienzo en aquella conferencia nocturna con
Jesús.
Nicodemo relató a Juan la historia de aquella
entrevista, y la pluma de éste la registró para
instrucción de millones de almas. Las verdades allí
enseñadas son tan importantes hoy como en aquella
solemne noche que sombreara la montaña donde el
gobernante judío vino para aprender del humilde
Maestro de Galilea el camino de la vida.
298
Capítulo 18
"A él Conviene Crecer"
DURANTE un tiempo la influencia del
Bautista sobre la nación había sido mayor que la de
sus gobernantes, sacerdotes o príncipes. Si hubiese
declarado que era el Mesías y encabezado una
rebelión contra Roma, los sacerdotes y el pueblo se
habrían agolpado alrededor de su estandarte.
Satanás había estado listo para asediar a Juan el
Bautista con toda consideración halagadora para la
ambición de los conquistadores del mundo. Pero,
frente a las evidencias que tenía de su poder, había
rechazado
constantemente
esta
magnífica
seducción. Había dirigido hacia Otro la atención
que se fijaba en él.
Ahora veía que el flujo de la popularidad se
apartaba de él para dirigirse al Salvador. Día tras
día, disminuían las muchedumbres que le
rodeaban. Cuando Jesús vino de Jerusalén a la
región del Jordán, la gente se agolpó para oírle. El
299
número de sus discípulos aumentaba diariamente.
Muchos venían para ser bautizados, y aunque
Cristo mismo no bautizaba, sancionaba la
administración del rito por sus discípulos. Así puso
su sello sobre la misión de su precursor. Pero los
discípulos de Juan miraban con celos la
popularidad creciente de Jesús. Estaban dispuestos
a criticar su obra, y no transcurrió mucho tiempo
antes que hallaran ocasión de hacerlo. Se levantó
una cuestión entre ellos y los judíos acerca de si el
bautismo limpiaba el alma de pecado. Ellos
sostenían que el bautismo de Jesús difería
esencialmente del de Juan. Pronto estuvieron
disputando con los discípulos de Cristo acerca de
las palabras que era propio emplear al bautizar, y
finalmente en cuanto al derecho que tenía Jesús
para bautizar.
Los discípulos de Juan vinieron a él con sus
motivos de queja diciendo: "Rabbí, el que estaba
contigo de la otra parte del Jordán, del cual tú diste
testimonio, he aquí bautiza, y todos vienen a él."
Con estas palabras, Satanás presentó una tentación
a Juan. Aunque la misión de Juan parecía estar a
300
punto de terminar, le era todavía posible estorbar la
obra de Cristo. Si hubiese simpatizado consigo
mismo y expresado pesar o desilusión por ser
superado, habría sembrado semillas de disensión
que habrían estimulado la envidia y los celos, y
habría impedido gravemente el progreso del
Evangelio.
Juan tenía por naturaleza los defectos y las
debilidades comunes a la humanidad, pero el toque
del amor divino le había transformado. Moraba en
una atmósfera que no estaba contaminada por el
egoísmo y la ambición, y lejos de los miasmas de
los celos. No manifestó simpatía alguna por el
descontento de sus discípulos, sino que demostró
cuán claramente comprendía su relación con el
Mesías, y cuán alegremente daba la bienvenida a
Aquel cuyo camino había venido a preparar.
Dijo: "No puede el hombre recibir algo, si no le
fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois
testigos que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy
enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el
esposo; mas el amigo del esposo, que está en pie y
301
le oye, se goza grandemente de la voz del esposo."
Juan se representó a sí mismo como el amigo que
actuaba como mensajero entre las partes
comprometidas, preparando el matrimonio. Cuando
el esposo había recibido a la esposa, la misión del
amigo había terminado. Se regocijaba en la
felicidad de aquellos cuya unión había facilitado.
Así había sido llamado Juan para dirigir la gente a
Jesús, y tenía el gozo de presenciar el éxito de la
obra del Salvador. Dijo: "Así pues, este mi gozo es
cumplido. A él conviene crecer, mas a mí
menguar."
Mirando con fe al Redentor, Juan se elevó a la
altura de la abnegación. No trató de atraer a los
hombres a sí mismo, sino de elevar sus
pensamientos siempre más alto hasta que se fijasen
en el Cordero de Dios. El mismo había sido tan
sólo una voz, un clamor en el desierto. Ahora
aceptaba con gozo el silencio y la obscuridad a fin
de que los ojos de todos pudiesen dirigirse a la Luz
de la vida.
Los que son fieles a su vocación como
302
mensajeros de Dios no buscarán honra para sí
mismos. El amor del yo desaparecerá en el amor
por Cristo. Ninguna rivalidad mancillará la
preciosa causa del Evangelio. Reconocerán que les
toca proclamar como Juan el Bautista: "He aquí el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.'
(Juan 1:29) Elevarán a Jesús, y con él la
humanidad será elevada. "Así dijo el Alto y
Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre
es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y
con el quebrantado y humilde de espíritu, para
hacer vivir el espíritu de los humildes, y para
vivificar el corazón de los quebrantados." (Isaías
57:15)
El alma del profeta, despojada del yo, se llenó
de la luz divina. Al presenciar la gloria del
Salvador, sus palabras eran casi una contraparte de
aquellas que Cristo mismo había pronunciado en su
entrevista con Nicodemo. Juan dijo: "El que de
arriba viene, sobre todos es: el que es de la tierra,
terreno es, y cosas terrenas habla: el que viene del
cielo, sobre todos es. . . . Porque el que Dios envió,
las palabras de Dios habla: porque no da Dios el
303
Espíritu por medida." Cristo podía decir: "No
busco mi voluntad, mas la voluntad del que me
envió, del Padre." (Juan 5:30) De él se declara:
"Has amado la justicia, y aborrecido la maldad; por
lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de
alegría más que a tus compañeros." (Hebreos 1:9)
El Padre no le da "el Espíritu por medida."
Así también sucede con los que siguen a Cristo.
Podemos recibir la luz del cielo únicamente en la
medida en que estamos dispuestos a ser despojados
del yo. No podemos discernir el carácter de Dios,
ni aceptar a Cristo por la fe, a menos que
consintamos en sujetar todo pensamiento a la
obediencia de Cristo. El Espíritu Santo se da sin
medida a todos los que hacen esto. En Cristo
"reside toda la plenitud de la Deidad
corporalmente; y vosotros estáis completos en él."
(Colosenses 2:9,10)
Los discípulos de Juan habían declarado que
todos los hombres acudían a Cristo; pero con
percepción más clara, Juan dijo: "Nadie recibe su
testimonio;" tan pocos estaban dispuestos a
304
aceptarle como el Salvador del pecado. Pero "aquel
que ha recibido su testimonio, ha puesto su sello a
esto, que Dios es veraz." (Juan 3:33) "El que cree
en el Hijo, tiene vida eterna." No era necesario
disputar acerca de si el bautismo de Cristo o el de
Juan purificaba del pecado. Es la gracia de Cristo
la que da vida al alma. Fuera de Cristo, el
bautismo, como cualquier otro rito, es una forma
sin valor. "El que es incrédulo al Hijo, no verá la
vida."
El éxito de la obra de Cristo, que el Bautista
había recibido con tanto gozo, fue comunicado
también a las autoridades de Jerusalén. Los
sacerdotes y rabinos habían tenido celos de la
influencia de Juan al ver cómo la gente abandonaba
las sinagogas y acudía al desierto; pero he aquí que
aparecía uno que tenía un poder aun mayor para
atraer a las muchedumbres. Aquellos caudillos de
Israel no estaban dispuestos a decir con Juan: "A él
conviene crecer, mas a mí menguar." Se irguieron
con nueva resolución para acabar con la obra que
apartaba de ellos al pueblo.
305
Jesús sabía que no escatimarían esfuerzo para
crear una división entre sus discípulos y los de
Juan. Sabía que se estaba formando la tormenta que
arrebataría a uno de los mayores profetas dados al
mundo. Deseando evitar toda ocasión de mala
comprensión o disensión, cesó tranquilamente de
trabajar y se retiró a Galilea. Nosotros también,
aunque leales a la verdad, debemos tratar de evitar
todo lo que pueda conducir a la discordia o
incomprensión. Porque siempre que estas cosas se
presentan, provocan la pérdida de almas. Siempre
que se produzcan circunstancias que amenacen
causar una división, debemos seguir el ejemplo de
Jesús y el de Juan el Bautista.
Juan había sido llamado a destacarse como
reformador. A causa de esto, sus discípulos corrían
el peligro de fijar su atención en él, sintiendo que el
éxito de la obra dependía de sus labores y
perdiendo de vista el hecho de que era tan sólo un
instrumento por medio del cual Dios había obrado.
Pero la obra de Juan no era suficiente para echar
los fundamentos de la iglesia cristiana. Cuando
hubo terminado su misión, otra obra debía ser
306
hecha, que su testimonio no podía realizar. Sus
discípulos no comprendían esto. Cuando vieron a
Cristo venir para encargarse de la obra, sintieron
celos y desconformidad.
Existen todavía los mismos peligros. Dios
llama a un hombre a hacer cierta obra; y cuando la
ha llevado hasta donde le permiten sus cualidades,
el Señor suscita a otros, para llevarla más lejos.
Pero, como los discípulos de Juan, muchos creen
que el éxito depende del primer obrero. La atención
se fija en lo humano en vez de lo divino, se
infiltran los celos, y la obra de Dios queda
estorbada. El que es así honrado indebidamente se
siente tentado a albergar confianza propia. No
comprende cuánto depende de Dios. Se enseña a la
gente a esperar dirección del hombre, y así caen en
error y son inducidos a apartarse de Dios.
La obra de Dios no ha de llevar la imagen e
inscripción del hombre. De vez en cuando, el Señor
introducirá diferentes agentes por medio de los
cuales su propósito podrá realizarse mejor.
Bienaventurados los que estén dispuestos a ver
307
humillado el yo, diciendo con Juan el Bautista: "A
él conviene crecer, mas a mí menguar."
308
Capítulo 19
Junto al Pozo de Jacob
EN VIAJE a Galilea, Jesús pasó por Samaria.
Era ya mediodía cuando llegó al hermoso valle de
Siquem. A la entrada de dicho valle, se hallaba el
pozo de Jacob. Cansado de viajar, se sentó allí para
descansar, mientras sus discípulos iban a comprar
provisiones.
Los judíos y los samaritanos eran acérrimos
enemigos, y en cuanto les era posible, evitaban
todo trato unos con otros. Los rabinos tenían por
lícito el negociar con los samaritanos en caso de
necesidad; pero condenaban todo trato social con
ellos. Un judío no debía pedir nada prestado a un
samaritano, ni aun un bocado de pan o un vaso de
agua. Los discípulos, al ir a comprar alimentos,
obraban en armonía con la costumbre de su nación,
pero no podían ir más allá. El pedir un favor a los
samaritanos, o el tratar de beneficiarlos en alguna
manera, no podía cruzar siquiera por la mente de
309
los discípulos de Cristo.
Mientras Jesús estaba sentado sobre el brocal
del pozo, se sentía débil por el hambre y la sed. El
viaje hecho desde la mañana había sido largo, y se
hallaba ahora bajo los rayos del sol de mediodía.
Su sed era intensificada por la evocación del agua
fresca que estaba tan cerca, aunque inaccesible
para él; porque no tenía cuerda ni cántaro, y el
pozo era hondo. Compartía la suerte de la
humanidad, y aguardaba que alguien viniese para
sacar agua. Se acercó entonces una mujer de
Samaria, y sin prestar atención a su presencia, llenó
su cántaro de agua. Cuando estaba por irse, Jesús le
pidió que le diese de beber. Ningún oriental negaría
un favor tal. En el Oriente se llama al agua "el don
de Dios." El ofrecer de beber al viajero sediento era
considerado un deber tan sagrado que los árabes
del desierto se tomaban molestias especiales para
cumplirlo. El odio que reinaba entre los judíos y
los samaritanos impidió a la mujer ofrecer un favor
a Jesús; pero el Salvador estaba tratando de hallar
la llave de su corazón, y con el tacto nacido del
amor divino, él no ofreció un favor, sino que lo
310
pidió. El ofrecimiento de un favor podría haber
sido rechazado; pero la confianza despierta
confianza. El Rey del cielo se presentó a esta paria
de la sociedad, pidiendo un servicio de sus manos.
El que había hecho el océano, el que rige las aguas
del abismo, el que abrió los manantiales y los
canales de la tierra, descansó de sus fatigas junto al
pozo de Jacob y dependió de la bondad de una
persona extraña para una cosa tan insignificante
como un sorbo de agua.
La mujer se dio cuenta de que Jesús era judío.
En su sorpresa, se olvidó de concederle lo pedido, e
indagó así la razón de tal petición: "¿Cómo tú,
siendo judío, me pides a mí de beber, que soy
mujer samaritana?"
Jesús contestó: "Si conocieses el don de Dios, y
quién es el que te dice: Dame de beber: tú pedirías
de él, y él te daría agua viva." Es decir: Te
maravilla que yo te pida un favor tan pequeño
como un sorbo de agua del pozo que está a
nuestros pies. Si tú me hubieses pedido a mí, te
hubiera dado a beber el agua de la vida eterna.
311
La mujer no había comprendido las palabras de
Cristo, pero sintió su solemne significado. Empezó
a cambiar su actitud despreocupada. Suponiendo
que Jesús hablaba del pozo que estaba delante de
ellos, dijo: "Señor, no tienes con qué sacarla, y el
pozo es hondo: ¿ de dónde, pues, tienes el agua
viva? ¿ Eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que
nos dio este pozo, del cual él bebió?" Ella no veía
delante de sí más que un sediento viajero, cansado
y cubierto de polvo. Lo comparó mentalmente con
el honrado patriarca Jacob. Abrigaba el sentimiento
muy natural de que ningún otro pozo podía ser
igual al cavado por sus padres. Miraba hacia atrás a
los padres, y hacia adelante a la llegada del Mesías,
mientras la Esperanza de los padres, el Mesías
mismo, estaba a su lado, y ella no lo conocía.
¡Cuántas almas sedientas están hoy al lado de la
fuente del agua viva, y, sin embargo, buscan muy
lejos los manantiales de la vida! "No digas en tu
corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer
abajo a Cristo:) O, ¿quién descenderá al abismo?
(esto es, para volver a traer a Cristo de los
muertos.) . . . Cercana está la palabra, en tu boca y
312
en tu corazón. . . Si confesares con tu boca al Señor
Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó
de los muertos, serás salvo." ()
Jesús no contestó inmediatamente la pregunta
respecto de sí mismo, sino que con solemne
seriedad dijo: "Cualquiera que bebiere de esta
agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del
agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed:
mas el agua que yo le daré, será en él una fuente de
agua que salte para vida eterna."
El que trate de aplacar su sed en las fuentes de
este mundo, bebe tan sólo para tener sed otra vez.
Por todas partes, hay hombres que no están
satisfechos. Anhelan algo que supla la necesidad
del alma. Un solo Ser puede satisfacer esta
necesidad. Lo que el mundo necesita, "el Deseado
de todas las gentes," es Cristo. La gracia divina,
que él solo puede impartir, es como agua viva que
purifica, refrigera y vigoriza al alma.
Jesús no quiso dar a entender que un solo sorbo
del agua de vida bastaba para el que la recibiera. El
313
que prueba el amor de Cristo, lo deseará en mayor
medida de continuo; pero no buscará otra cosa. Las
riquezas, los honores y los placeres del mundos no
le atraen más. El constante clamor de su corazón
es: "Más de ti." Y el que revela al alma su
necesidad, aguarda para satisfacer su hambre y sed.
Todo recurso en que confíen los seres humanos,
fracasará. Las cisternas se vaciarán, los estanques
se secarán; pero nuestro Redentor es el manantial
inagotable. Podemos beber y volver a beber, y
siempre hallar una provisión de agua fresca. Aquel
en quien Cristo mora, tiene en sí la fuente de
bendición, "una fuente de agua que salte para vida
eterna." De este manantial puede sacar fuerza y
gracia suficientes para todas sus necesidades.
Mientras Jesús hablaba del agua viva, la mujer
lo miró con atención maravillada. Había despertado
su interés, y un deseo del don del cual hablaba. Se
percató de que no se refería al agua del pozo de
Jacob; porque de ésta bebía de continuo y volvía a
tener sed. "Señor – dijo,– dame esta agua, para que
no tenga sed, ni venga acá a sacarla."
314
Jesús desvió entonces bruscamente la
conversación. Antes que esa alma pudiese recibir el
don que él anhelaba concederle, debía ser inducida
a reconocer su pecado y su Salvador. "Jesús le
dice: Ve, llama a tu marido, y ven acá." Ella
contestó: "No tengo marido." Esperaba así evitar
toda pregunta en ese sentido. Pero el Salvador
continuó: "Bien has dicho, No tengo marido;
porque cinco maridos has tenido: y el que ahora
tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad."
La interlocutora de Jesús tembló. Una mano
misteriosa estaba hojeando las páginas de la
historia de su vida, sacando a luz lo que ella había
esperado mantener para siempre oculto. ¿Quién era
éste que podía leer los secretos de su vida? Se puso
a pensar en la eternidad, en el juicio futuro, en el
cual todo lo que es ahora oculto será revelado. En
su luz, su conciencia despertó.
No podía negar nada; pero trató de eludir toda
mención de un tema tan ingrato. Con profunda
reverencia, dijo: "Señor, paréceme que tú eres
profeta." Luego, esperando acallar la convicción,
315
mencionó puntos de controversia religiosa. Si él
era profeta, seguramente podría instruirla acerca de
estos asuntos en disputa desde hacía tanto tiempo.
Con paciencia Jesús le permitió llevar la
conversación adonde ella quiso. Mientras tanto,
aguardaba la oportunidad de volver a hacer
penetrar la verdad en su corazón. "Nuestros padres
adoraron en este monte – dijo ella,– y vosotros
decís que en Jerusalem es el lugar donde es
necesario adorar." A la vista estaba el monte
Gerizim. Su templo estaba derribado y sólo
quedaba el altar. El lugar del culto había sido tema
de discusión entre judíos y samaritanos. Algunos
de los antepasados de estos últimos habían
pertenecido a Israel; pero por causa de sus pecados,
el Señor había permitido que fuesen vencidos por
una nación idólatra. Durante muchas generaciones,
se habían mezclado con idólatras, cuya religión
había contaminado gradualmente la suya. Es cierto
que sostenían que sus ídolos tenían como único
objeto hacerles acordar del Dios viviente, el
Gobernante del universo; no obstante, el pueblo
había sido inducido a reverenciar sus imágenes
316
esculpidas.
Cuando el templo de Jerusalén fue reconstruido
en los días de Esdras, los samaritanos quisieron
contribuir a su erección juntamente con los judíos.
Este privilegio les fue negado, y esto suscitó una
amarga animosidad entre los dos pueblos. Los
samaritanos edificaron un templo rival sobre el
monte Gerizim. Allí adoraban de acuerdo con el
ritual
mosaico,
aunque
no
renunciaron
completamente a la idolatría. Pero los azotaron
desastres, su templo fue destruido por sus
enemigos, y parecían hallarse bajo una maldición;
a pesar de lo cual se aferraron todavía a sus
tradiciones y a sus formas de culto. No querían
reconocer el templo de Jerusalén como casa de
Dios, ni admiran que la religión de los judíos fuese
superior a la suya.
En respuesta a lo que mencionara la mujer,
Jesús dijo: "Mujer, créeme, que la hora viene,
cuando ni en este monte, ni en Jerusalem adoraréis
al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis;
nosotros adoramos lo que sabemos: porque la salud
317
viene de los judíos." Jesús había demostrado que él
no participaba de los prejuicios judíos contra los
samaritanos. Ahora se esforzó en destruir el
prejuicio de esa samaritana contra los judíos. Al
par que se refería al hecho de que la fe de los
samaritanos estaba corrompida por la idolatría,
declaró que las grandes verdades de la redención
habían sido confiadas a los judíos y que de entre
ellos había de aparecer el Mesías. En las Sagradas
Escrituras, tenían una clara presentación del
carácter de Dios y de los principios de su gobierno.
Jesús se clasificó con los judíos como el pueblo al
cual Dios se había dado a conocer.
El deseaba elevar los pensamientos de su
oyente por encima de cuanto se refería a formas,
ceremonias y cuestiones controvertidas. "La hora
viene – dijo él,– y ahora es, cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en
verdad; porque también el Padre tales adoradores
busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le
adoran, en espíritu y en verdad es necesario que
adoren."
318
Aquí se declara la misma verdad que Jesús
había revelado a Nicodemo cuando dijo: "A menos
que el hombre naciere de lo alto, no puede ver el
reino de Dios." (Juan 3:3) Los hombres no se
ponen en comunión con el cielo visitando una
montaña santa o un templo sagrado. La religión no
ha de limitarse a las formas o ceremonias externas.
La religión que proviene de Dios es la única que
conducirá a Dios. A fin de servirle debidamente,
debemos nacer del Espíritu divino. Esto purificará
el corazón y renovará la mente, dándonos una
nueva capacidad para conocer y amar a Dios. Nos
inspirará una obediencia voluntaria a todos sus
requerimientos. Tal es el verdadero culto. Es el
fruto de la obra del Espíritu Santo. Por el Espíritu
es formulada toda oración sincera, y una oración tal
es aceptable para Dios. Siempre que un alma
anhela a Dios, se manifiesta la obra del Espíritu, y
Dios se revelará a esa alma. El busca adoradores
tales. Espera para recibirlos y hacerlos sus hijos e
hijas.
Mientras la mujer hablaba con Jesús, le
impresionaron sus palabras. Nunca había oído
319
expresar tales sentimientos por los sacerdotes de su
pueblo o de los judíos. Al serle revelada su vida
pasada, había llegado a sentir su gran necesidad.
Comprendió la sed de su alma, que las aguas del
pozo de Sicar no podrían nunca satisfacer. Nada de
todo lo que había conocido antes, le había hecho
sentir así su gran necesidad. Jesús la había
convencido de que leía los secretos de su vida; sin
embargo, se daba cuenta de que era un amigo que
la compadecía y la amaba. Aunque la misma
pureza de su presencia condenaba el pecado de
ella, no había pronunciado acusación alguna, sino
que le había hablado de su gracia, que podía
renovar el alma. Empezó a sentir cierta convicción
acerca de su carácter, y pensó: ¿No podría ser éste
el Mesías que por tanto tiempo hemos esperado?
Entonces le dijo: "Sé que el Mesías ha de venir, el
cual se dice el Cristo: cuando él viniere nos
declarará todas las cosas." Jesús le respondió: "Yo
soy, que hablo contigo. Al oír la mujer estas
palabras, la fe nació en su corazón, y aceptó el
admirable anuncio de los labios del Maestro
divino.
320
Esta mujer se hallaba en un estado de ánimo
que le permitía apreciar las cosas. Estaba dispuesta
a recibir la más noble revelación, porque estaba
interesada en las Escrituras, y el Espíritu Santo
había estado preparando su mente para recibir más
luz. Había estudiado la promesa del Antiguo
Testamento: "Profeta de en medio de ti, de tus
hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios: a
él oiréis." (Deuteronomio 18:15) Ella anhelaba
comprender esta profecía. La luz ya estaba
penetrando en su mente. El agua de la vida, la vida
espiritual que Cristo da a toda alma sedienta, había
empezado a brotar en su corazón. El Espíritu del
Señor estaba obrando en ella.
El claro aserto hecho por Jesús a esta mujer no
podría haberse dirigido a los judíos que se
consideraban justos. Cristo era mucho más
reservado cuando hablaba con ellos. A ella le fue
revelado aquello cuyo conocimiento fue negado a
los judíos, y que a los discípulos se ordenó más
tarde guardar en secreto. Jesús vio que ella haría
uso de su conocimiento para inducir a otros a
compartir su gracia.
321
Cuando los discípulos volvieron, se
sorprendieron al hallar a su Maestro hablando con
la mujer. No había bebido el agua refrigerante que
deseaba, ni se detuvo a comer lo que los discípulos
habían traído. Cuando la mujer se hubo ido, los
discípulos le rogaron que comiera. Le veían
callado, absorto, como en arrobada meditación. Su
rostro resplandecía, y temían interrumpir su
comunión con el Cielo. Pero sabían que se hallaba
débil y cansado, y pensaban que era deber suyo
recordarle sus necesidades. Jesús reconoció su
amante interés y dijo: "Yo tengo una comida que
comer, que vosotros no sabéis."
Los discípulos se preguntaron quién le habría
traído comida; pero él explicó: "Mi comida es que
haga la voluntad del que me envió, y que acabe su
obra." Jesús se regocijaba de que sus palabras
habían despertado la conciencia de la mujer. La
había visto beber del agua de la vida, y su propia
hambre y sed habían quedado satisfechas. El
cumplimiento de la misión por la cual había dejado
el cielo fortalecía al Salvador para su labor, y lo
322
elevaba por encima de las necesidades de la
humanidad. El ministrar a un alma que tenía
hambre y sed de verdad le era más grato que el
comer o beber. Era para él un consuelo, un
refrigerio. La benevolencia era la vida de su alma.
Nuestro Redentor anhela que se le reconozca.
Tiene hambre de la simpatía y el amor de aquellos
a quienes compró con su propia sangre. Anhela con
ternura inefable que vengan a él y tengan vida. Así
como una madre espera la sonrisa de
reconocimiento de su hijito, que le indica la
aparición de la inteligencia, así Cristo espera la
expresión de amor agradecido que demuestra que
la vida espiritual se inició en el alma.
La mujer se había llenado de gozo al escuchar
las palabras de Cristo. La revelación admirable era
casi abrumadora. Dejando su cántaro, volvió a la
ciudad para llevar el mensaje a otros. Jesús sabía
por qué se había ido. El hecho de haber dejado su
cántaro hablaba inequívocamente del efecto de sus
palabras. Su alma deseaba vehementemente
obtener el agua viva, y se olvidó de lo que la había
323
traído al pozo, se olvidó hasta de la sed del
Salvador, que se proponía aplacar. Con corazón
rebosante de alegría, se apresuró a impartir a otros
la preciosa luz que había recibido.
"Venid, ved un hombre que me ha dicho todo
lo que he hecho: ¿si quizás es éste el Cristo?"– dijo
a los hombres de la ciudad. Sus palabras
conmovieron los corazones. Había en su rostro una
nueva expresión, un cambio en todo su aspecto. Se
interesaron por ver a Jesús. "Entonces salieron de
la ciudad, y vinieron a él."
Mientras Jesús estaba todavía sentado a orillas
del pozo, miró los campos de la mies que se
extendían delante de él, y cuyo suave verdor
parecía dorado por la luz del sol. Señalando la
escena a sus discípulos, la usó como símbolo: "¿No
decís vosotros: Aun hay cuatro meses hasta que
llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros
ojos, y mirad las regiones, porque ya están blancas
para la siega." Y mientras hablaba, miraba a los
grupos que se acercaban al pozo. Faltaban cuatro
meses para la siega, pero allí había una mies ya
324
lista para la cosecha.
"El que siega – dijo, – recibe salario, y allega
fruto para vida eterna; para que el que siembra
también goce, y el que siega. Porque en esto es el
dicho verdadero: que uno es el que siembra, y otro
es el que siega." En estas palabras, señala Cristo el
servicio sagrado que deben a Dios los que reciben
el Evangelio. Deben ser sus agentes vivos. El
requiere su servicio individual. Y sea que
sembremos o seguemos, estamos trabajando para
Dios. El uno esparce la simiente; el otro junta la
mies; pero tanto el sembrador como el segador
reciben galardón. Se regocijan juntos en la
recompensa de su trabajo.
Jesús dijo a los discípulos: "Yo os he enviado a
segar lo que vosotros no labrasteis: otros labraron,
y vosotros habéis entrado en sus labores." El
Salvador estaba mirando hacia adelante, a la gran
recolección del día de Pentecostés. Los discípulos
no habían de considerarla como el resultado de sus
propios esfuerzos. Estaban entrando en las labores
de otros hombres. Desde la caída de Adán, Cristo
325
había estado confiando la semilla de su palabra a
sus siervos escogidos, para que la sembrasen en
corazones humanos. Y un agente invisible, un
poder omnipotente había obrado silenciosa pero
eficazmente, para producir la mies. El rocío, la
lluvia y el sol de la gracia de Dios habían sido
dados para refrescar y nutrir la semilla de verdad.
Cristo iba a regar la semilla con su propia sangre.
Sus discípulos tenían el privilegio de colaborar con
Dios. Eran colaboradores con Cristo y con los
santos de la antigüedad. Por el derramamiento del
Espíritu Santo en Pentecostés, se iban a convertir
millares en un día. Tal era el resultado de la
siembra de Cristo, la mies de su obra.
En las palabras dichas a la mujer al lado del
pozo, una buena simiente había sido sembrada, y
cuán pronto se había obtenido la mies. Los
samaritanos vinieron y oyeron a Jesús y creyeron
en él. Rodeándole al lado del pozo, le acosaron a
preguntas,
y
ávidamente
recibieron
sus
explicaciones de las muchas cosas que antes les
habían sido obscuras. Mientras escuchaban, su
perplejidad empezó a disiparse. Eran como gente
326
que hallándose en grandes tinieblas, siguen un
repentino rayo de luz hasta encontrar el día. Pero
no les bastaba esta corta conferencia. Ansiaban oír
más, y que sus amigos también oyesen a este
maravilloso Maestro. Le invitaron a su ciudad, y le
rogaron que quedase con ellos. Permaneció, pues,
dos días en Samaria, y muchos más creyeron en él.
Los fariseos despreciaban la sencillez de Jesús.
Desconocían sus milagros, y pedían una señal de
que era el Hijo de Dios. Pero los samaritanos no
pidieron señal, y Jesús no hizo milagros entre ellos,
fuera del que consistió en revelar los secretos de su
vida a la mujer que estaba al lado del pozo. Sin
embargo, muchos le recibieron. En su nuevo gozo,
decían a la mujer: "Ya no creemos por tu dicho;
porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos
que verdaderamente éste es el Salvador del mundo,
el Cristo."
Los samaritanos creían que el Mesías había de
venir como Redentor, no sólo de los judíos, sino
del mundo. El Espíritu Santo, por medio de
Moisés, lo había anunciado como profeta enviado
327
de Dios. Por medio de Jacob, se había declarado
que todas las gentes se congregarían alrededor
suyo; y por medio de Abrahán, que todas las
naciones de la tierra serían benditas en él. En estos
pasajes basaba su fe en el Mesías la gente de
Samaria. El hecho de que los judíos habían
interpretado erróneamente a los profetas ulteriores,
atribuyendo al primer advenimiento la gloria de la
segunda venida de Cristo, había inducido a los
samaritanos a descartar todos los escritos sagrados
excepto aquellos que habían sido dados por medio
de Moisés. Pero como el Salvador desechaba estas
falsas interpretaciones, muchos aceptaron las
profecías ulteriores y las palabras de Cristo mismo
acerca del reino de Dios.
Jesús había empezado a derribar el muro de
separación existente entre judíos y gentiles, y a
predicar la salvación al mundo. Aunque era judío,
trataba libremente con los samaritanos, y anulaba
así las costumbres farisaicas de su nación. Frente a
sus prejuicios, aceptaba la hospitalidad de este
pueblo despreciado. Dormía bajo sus techos, comía
en sus mesas – participando de los alimentos
328
preparados y servidos por sus manos, – enseñaba
en sus calles, y lo trataba con la mayor bondad y
cortesía.
En el templo de Jerusalén, una muralla baja
separaba el atrio exterior de todas las demás
porciones del edificio sagrado. En esta pared, había
inscripciones en diferentes idiomas que declaraban
que a nadie sino a los judíos se permitía pasar ese
límite. Si un gentil hubiese querido entrar en el
recinto interior, habría profanado el templo, y
habría sufrido la pena de muerte. Pero Jesús, el que
diera origen al templo y su ceremonial, atraía a los
gentiles a sí por el vínculo de la simpatía humana,
mientras que su gracia divina les presentaba la
salvación que los judíos rechazaban.
La estada de Jesús en Samaria estaba destinada
a ser una bendición para sus discípulos, que
estaban todavía bajo la influencia del fanatismo
judío. Creían que la lealtad a su propia nación
requería de ellos que albergasen enemistad hacia
los samaritanos. Les admiraba la conducta de
Jesús. No podían negarse a seguir su ejemplo, y
329
durante los dos días que pasaron en Samaria, la
fidelidad a él dominó sus prejuicios; pero en su
corazón no se conformaban. Tardaron mucho en
aprender que su desprecio y odio debían ser
reemplazados por la piedad y la simpatía. Pero
después de la ascensión del Señor, recordaron sus
lecciones con nuevo significado. Después del
derramamiento del Espíritu Santo, recordaron la
mirada del Salvador, sus palabras, el respeto y la
ternura de su conducta hacia estos extraños
despreciados. Cuando Pedro fue a predicar en
Samaria, manifestó el mismo espíritu en su obra.
Cuando Juan fue llamado a Efeso y Esmirna,
recordó el incidente de Siquem, y se llenó de
gratitud hacia el divino Maestro, quien, previendo
las dificultades que deberían arrostrar, les había
ayudado por su propio ejemplo.
El Salvador continúa realizando hoy la misma
obra que cuando ofreció el agua de vida a la mujer
samaritana. Los que se llaman sus discípulos
pueden despreciar y rehuir a los parias; pero el
amor de él hacia los hombres no se deja desviar por
ninguna circunstancia de nacimiento, nacionalidad,
330
o condición de vida. A toda alma, por pecaminosa
que sea, Jesús dice: Si me pidieras, yo te daría el
agua de la vida.
No debemos estrechar la invitación del
Evangelio y presentarla solamente a unos pocos
elegidos, que, suponemos nosotros, nos honrarán
aceptándola. El mensaje ha de proclamarse a todos.
Doquiera haya corazones abiertos para recibir la
verdad, Cristo está listo para instruirlos. El les
revela al Padre y la adoración que es aceptable para
Aquel que lee el corazón. Para los tales no usa
parábolas. A ellos, como a la mujer samaritana al
lado del pozo, dice: "Yo soy, que hablo contigo."
Cuando Jesús se sentó para descansar junto al
pozo de Jacob, venía de Judea, donde su ministerio
había producido poco fruto. Había sido rechazado
por los sacerdotes y rabinos y aun los que
profesaban ser discípulos suyos no habían
percibido su carácter divino. Se sentía débil y
cansado, pero no descuidó la oportunidad de hablar
a una mujer sola, aunque era una extraña, enemiga
de Israel y vivía en pecado.
331
El Salvador no aguardaba a que se reuniesen
congregaciones. Muchas veces, empezaba sus
lecciones con unos pocos reunidos en derredor
suyo. Pero uno a uno los transeúntes se detenían
para escuchar, hasta que una multitud oía con
asombro y reverencia las palabras de Dios
pronunciadas por el Maestro enviado del cielo. El
que trabaja para Cristo no debe pensar que no
puede hablar con el mismo fervor a unos pocos
oyentes que a una gran compañía. Tal vez haya uno
solo para oír el mensaje; pero, ¿quién puede decir
cuán abarcante será su influencia? Parecía asunto
sin importancia, aun para los discípulos, que el
Salvador dedicase su tiempo a una mujer de
Samaria. Pero él razonó con ella con más fervor y
elocuencia que con reyes, consejeros o pontífices.
Las lecciones que le dio han sido repetidas hasta
los confines más remotos de la tierra.
Tan pronto como halló al Salvador, la mujer
samaritana trajo otros a él. Demostró ser una
misionera más eficaz que los propios discípulos.
Ellos no vieron en Samaria indicios de que era un
332
campo alentador. Tenían sus pensamientos fijos en
una gran obra futura, y no vieron que en derredor
de sí había una mies que segar. Pero por medio de
la mujer a quien ellos despreciaron, toda una
ciudad llegó a oír del Salvador. Ella llevó en
seguida la luz a sus compatriotas.
Esta mujer representa la obra de una fe práctica
en Cristo. Cada verdadero discípulo nace en el
reino de Dios como misionero. El que bebe del
agua viva, llega a ser una fuente de vida. El que
recibe llega a ser un dador. La gracia de Cristo en
el alma es como un manantial en el desierto, cuyas
aguas surgen para refrescar a todos, y da a quienes
están por perecer avidez de beber el agua de la
vida.
333
Capítulo 20
"Si no Viereis Señales y
Milagros"
Los GALILEOS que volvían de la Pascua
trajeron nuevas de las obras admirables de Jesús. El
juicio expresado acerca de sus actos por los
dignatarios de Jerusalén le preparó el terreno en
Galilea. Entre el pueblo, eran muchos los que
lamentaban los abusos cometidos en el templo y la
codicia y arrogancia de los sacerdotes. Esperaban
que ese hombre, que había ahuyentado a los
gobernantes, fuese el Libertador que anhelaban.
Ahora llegaban noticias que parecían confirmar sus
expectativas más halagüeñas. Se decía que el
profeta se había declarado el Mesías.
Pero el pueblo de Nazaret no creía en él. Por
esta razón, Jesús no visitó a Nazaret mientras iba a
Caná. El Salvador declaró a sus discípulos que un
profeta no recibía honra en su país. Los hombres
estiman el carácter por lo que ellos mismos son
334
capaces de apreciar. Los de miras estrechas y
mundanales juzgaban a Cristo por su nacimiento
humilde, su indumentaria sencilla y su trabajo
diario. No podían apreciar la pureza de aquel
espíritu que no tenía mancha de pecado.
Las nuevas del regreso de Cristo a Caná no
tardaron en cundir por toda Galilea, infundiendo
esperanzas a los dolientes y angustiados. En
Capernaúm, la noticia atrajo la atención de un
noble judío que era oficial del rey. Un hijo del
oficial se hallaba aquejado de una enfermedad que
parecía incurable. Los médicos lo habían
desahuciado; pero cuando el padre oyó hablar de
Jesús resolvió pedirle ayuda. El niño estaba muy
grave y se temía que no viviese hasta el regreso del
padre; pero el noble creyó que debía presentar su
caso personalmente, con la esperanza de que las
súplicas de un padre despertarían la simpatía del
gran Médico.
Al llegar a Caná, encontró que una
muchedumbre rodeaba a Jesús. Con corazón
ansioso, se abrió paso hasta la presencia del
335
Salvador. Su fe vaciló cuando vio tan sólo a un
hombre vestido sencillamente, cubierto de polvo y
cansado del viaje. Dudó de que esa persona pudiese
hacer lo que había ido a pedirle; sin embargo, logró
entrevistarse con Jesús, le explicó por qué venía y
rogó al Salvador que le acompañase a su casa. Mas
Jesús ya conocía su pesar. Antes de que el oficial
saliese de su casa, el Salvador había visto su
aflicción.
Pero sabía también que el padre, en su fuero
íntimo, se había impuesto ciertas condiciones para
creer en Jesús. A menos que se le concediese lo
que iba a pedirle, no le recibiría como el Mesías.
Mientras el oficial esperaba atormentado por la
incertidumbre, Jesús dijo: "Si no viereis señales y
milagros no creeréis."
A pesar de toda la evidencia de que Jesús era el
Cristo, el solicitante había resuelto creer en él tan
sólo si le otorgaba lo que solicitaba. El Salvador
puso esta incredulidad en contraste con la sencilla
fe de los samaritanos que no habían pedido milagro
ni señal. Su palabra, evidencia siempre presente de
336
su divinidad, tenía un poder convincente que
alcanzó sus corazones. Cristo se apenó de que su
propio pueblo, al cual habían sido confiados los
oráculos sagrados, no oyese la voz de Dios que le
hablaba por su Hijo.
Sin embargo, el noble tenía cierto grado de fe;
pues había venido a pedir lo que le parecía la más
preciosa de todas las bendiciones. Jesús tenía un
don mayor que otorgarle. Deseaba no sólo sanar al
niño, sino hacer participar al oficial y su casa de las
bendiciones de la salvación, y encender una luz en
Capernaúm, que había de ser pronto campo de sus
labores. Pero el noble debía comprender su
necesidad antes de llegar a desear la gracia de
Cristo. Este cortesano representaba a muchos de su
nación. Se interesaban en Jesús por motivos
egoístas. Esperaban recibir algún beneficio especial
de su poder, y hacían depender su fe de la
obtención de ese favor temporal; pero ignoraban su
enfermedad espiritual y no veían su necesidad de
gracia divina.
Como un fulgor de luz, las palabras que dirigió
337
el Salvador al noble desnudaron su corazón. Vio
que eran egoístas los motivos que le habían
impulsado a buscar a Jesús. Vio el verdadero
carácter de su fe vacilante. Con profunda angustia,
comprendió que su duda podría costar la vida de su
hijo. Sabía que se hallaba en presencia de un Ser
que podía leer los pensamientos, para quien todo
era posible, y con verdadera agonía suplicó:
"Señor, desciende antes que mi hijo muera." Su fe
se aferró a Cristo como Jacob trabó del ángel
cuando luchaba con él y exclamó: "No te dejaré, si
no me bendices." (Génesis 32:26)
Y como Jacob, prevaleció. El Salvador no
puede apartarse del alma que se aferra a él
invocando su gran necesidad. "Ve –le dijo,– tu hijo
vive." El noble salió de la presencia de Jesús con
una paz y un gozo que nunca había conocido antes.
No sólo creía que su hijo sanaría, sino que con
firme confianza creía en Cristo como su Redentor.
A la misma hora, los que velaban al lado del
niño moribundo en el hogar de Capernaúm
presenciaron un cambio repentino y misterioso. La
338
sombra de la muerte se apartó del rostro del
enfermo. El enrojecimiento de la fiebre fue
reemplazado por el suave tinte de la salud que
volvía. Los ojos empañados fueron reavivados por
la inteligencia y fue recobrando fuerza el cuerpo
débil y enflaquecido. No quedaron en el niño
rastros de su enfermedad. Su carne ardiente se
tornó tierna y fresca, y cayó en profundo sueño. La
fiebre le dejó en el mismo calor del día. La familia
se asombró, pero se regocijó mucho.
La distancia que mediaba de Caná a
Capernaúm habría permitido al oficial volver a su
casa esa misma noche, después de su entrevista con
Jesús. Pero él no se apresuró en su viaje de regreso.
No llegó a Capernaúm hasta la mañana siguiente. ¡
Y qué regreso fue aquél ! Cuando salió para
encontrar
a
Jesús,
su
corazón
estaba
apesadumbrado. El sol le parecía cruel, y el canto
de las aves, una burla. ¡Cuán diferentes eran sus
sentimientos ahora! Toda la naturaleza tenía otro
aspecto. Veía con nuevos ojos. Mientras viajaba en
la quietud de la madrugada, toda la naturaleza
parecía alabar a Dios con él. Mientras estaba aún
339
lejos de su morada, sus siervos le salieron al
encuentro, ansiosos de aliviar la angustia que
seguramente debía sentir. Mas no manifestó
sorpresa por la noticia que le traían, sino que, con
un interés cuya profundidad ellos no podían
conocer, les preguntó a qué hora había empezado a
mejorar el niño. Ellos le contestaron: "Ayer a las
siete le dejó la fiebre." En el instante en que la fe
del padre había aceptado el aserto: "Tu hijo vive,"
el amor divino había tocado al niño moribundo.
El padre corrió a saludar a su hijo. Le estrechó
sobre su corazón como si le hubiese recuperado de
la muerte, y agradeció repetidas veces a Dios por
su curación maravillosa.
El noble deseaba conocer más de Cristo, y al
oír más tarde sus enseñanzas, él y toda su familia
llegaron a ser discípulos suyos. Su aflicción fue
santificada para la conversión de toda su familia.
Las nuevas del milagro se difundieron; y en
Capernaúm, donde Cristo realizara tantas obras
maravillosas, quedó preparado el terreno para su
ministerio personal.
340
El que bendijo al noble en Capernaúm siente
hoy tantos deseos de bendecirnos a nosotros. Pero
como el padre afligido, somos con frecuencia
inducidos a buscar a Jesús por el deseo de algún
beneficio terrenal; y hacemos depender nuestra
confianza en su amor de que nos sea otorgado lo
pedido. El Salvador anhela darnos una bendición
mayor que la que solicitamos; y dilata la respuesta
a nuestra petición a fin de poder mostrarnos el mal
que hay en nuestro corazón y nuestra profunda
necesidad de su gracia. Desea que renunciemos al
egoísmo que nos induce a buscarle. Confesando
nuestra impotencia y acerba necesidad, debemos
confiarnos completamente a su amor.
El noble quería ver el cumplimiento de su
oración antes de creer; pero tuvo que aceptar el
aserto de Jesús de que su petición había sido oída,
y el beneficio otorgado. También nosotros tenemos
que aprender esta lección. Nuestra fe en Cristo no
debe estribar en que veamos o sintamos que él nos
oye. Debemos confiar en sus promesas. Cuando
acudimos a él con fe, toda petición alcanza al
341
corazón de Dios. Cuando hemos pedido su
bendición, debemos creer que la recibimos y
agradecerle de que la hemos recibido. Luego
debemos atender nuestros deberes, seguros de que
la bendición se realizará cuando más la
necesitemos. Cuando hayamos aprendido a hacer
esto, sabremos que nuestras oraciones son
contestadas. Dios obrará por nosotros "mucho más
abundantemente de lo que pedimos," "conforme a
las riquezas de su gloria," y por la operación de la
potencia de su fortaleza." (Efesios 3:20,16, 1:19)
342
Capítulo 21
Betesda y el Sanedrín
"Y HAY en Jerusalem a la puerta del ganado
un estanque, que en hebraico es llamado Betesda,
el cual tiene cinco portales. En éstos yacía multitud
de enfermos, ciegos, cojos, secos, que estaban
esperando el movimiento del agua." En ciertos
momentos, se agitaban las aguas de este estanque;
y se creía que ello se debía a un poder sobrenatural,
y que el primero que en ellas entrara después que
fuesen agitadas sanaba de cualquier enfermedad
que tuviese. Centenares de enfermos visitaban el
lugar; pero era tan grande la muchedumbre cuando
el agua se agitaba, que se precipitaban y pisoteaban
a los más débiles. Muchos no podían ni acercarse
al estanque. Otros, habiendo logrado alcanzarlo,
morían en su orilla. Se habían levantado refugios
en derredor del lugar, a fin de que los enfermos
estuviesen protegidos del calor del día y del frío de
la noche. Algunos pernoctaban en esos pórticos,
arrastrándose a la orilla del estanque día tras día,
343
con una vana esperanza de alivio.
Jesús estaba otra vez en Jerusalén. Andando
solo, en aparente meditación y oración, llegó al
estanque. Vio a los pobres dolientes esperando lo
que suponían ser su única oportunidad de sanar.
Anhelaba ejercer su poder curativo y devolver la
salud a todos los que sufrían. Pero era sábado.
Multitudes iban al templo para adorar, y él sabía
que un acto de curación como éste excitaría de tal
manera el prejuicio de los judíos que abreviaría su
obra.
Pero el Salvador vio un caso de miseria
suprema. Era el de un hombre que había estado
imposibilitado durante treinta y ocho años. Su
enfermedad era en gran parte resultado de su
propio pecado y considerada como juicio de Dios.
Solo y sin amigos, sintiéndose privado de la
misericordia de Dios, el enfermo había sufrido
largos años. Cuando se esperaba que las aguas iban
a ser revueltas, los que se compadecían de su
incapacidad lo llevaban a los pórticos; pero en el
momento favorable no tenía a nadie para ayudarle
344
a entrar. Había visto agitarse el agua, pero nunca
había podido llegar más cerca que la orilla del
estanque. Otros más fuertes que él se sumergían
antes. No podía contender con éxito con la
muchedumbre egoísta y arrolladora. Sus esfuerzos
perseverantes hacia su único objeto, y su ansiedad
y continua desilusión, estaban agotando
rápidamente el resto de su fuerza.
El enfermo estaba acostado en su estera, y
levantaba ocasionalmente la cabeza para mirar al
estanque, cuando un rostro tierno y compasivo se
inclinó sobre él, y atrajeron su atención las
palabras: "¿Quieres ser sano?" La esperanza
renació en su corazón. Sintió que de algún modo
iba a recibir ayuda. Pero el calor del estímulo no
tardó en desvanecerse. Se acordó de cuántas veces
había tratado de alcanzar el estanque y ahora tenía
pocas perspectivas de vivir hasta que fuese
nuevamente agitado. Volvió la cabeza, cansado,
diciendo: "Señor, . . . no tengo hombre que me
meta en el estanque cuando el agua fuere revuelta;
porque entre tanto que yo vengo, otro antes de mí
ha descendido."
345
Jesús no pide a este enfermo que ejerza fe en él.
Dice simplemente: "Levántate, toma tu lecho, y
anda." Pero la fe del hombre se aferra a esa
palabra. En cada nervio y músculo pulsa una nueva
vida, y se transmite a sus miembros inválidos una
actividad sana. Sin la menor duda, dedica su
voluntad a obedecer a la orden de Cristo, y todos
sus músculos le responden. De un salto se pone de
pie, y encuentra que es un hombre activo.
Jesús no le había dado seguridad alguna de
ayuda divina. El hombre podría haberse detenido a
dudar, y haber perdido su única oportunidad de
sanar. Pero creyó la palabra de Cristo, y al obrar de
acuerdo con ella recibió fuerza.
Por la misma fe podemos recibir curación
espiritual. El pecado nos separó de la vida de Dios.
Nuestra alma está paralizada. Por nosotros mismos
somos tan incapaces de vivir una vida santa como
aquel lisiado lo era de caminar. Son muchos los
que comprenden su impotencia y anhelan esa vida
espiritual que los pondría en armonía con Dios;
346
luchan en vano para obtenerla. En su desesperación
claman: "¡Miserable hombre de mí! ¿quién me
librará del cuerpo de esta muerte?' (Romanos 7:24)
Alcen la mirada estas almas que luchan presa de la
desesperación. El Salvador se inclina hacia el alma
adquirida por su sangre, diciendo con inefable
ternura y compasión: " ¿Quieres ser sano?" El os
invita a levantaros llenos de salud y paz. No
esperéis hasta sentir que sois sanos. Creed en su
palabra, y se cumplirá. Poned vuestra voluntad de
parte de Cristo. Quered servirle, y al obrar de
acuerdo con su palabra, recibiréis fuerza.
Cualquiera sea la mala práctica, la pasión
dominante que haya llegado a esclavizar vuestra
alma y cuerpo por haber cedido largo tiempo a ella,
Cristo puede y anhela libraros. El impartirá vida al
alma de los que "estabais muertos en vuestros
delitos." (Efesios 2:1) Librará al cautivo que está
sujeto por la debilidad, la desgracia y las cadenas
del pecado.
El paralítico sanado se agachó para recoger su
cama, que era tan sólo una estera y una manta, y al
enderezarse de nuevo con una sensación de deleite,
347
miró en derredor buscando a su libertador; pero
Jesús se había perdido entre la muchedumbre. El
hombre temía no conocerle en caso de volver a
verlo. Mientras se iba apresuradamente con paso
firme y libre, alabando a Dios y regocijándose en la
fuerza que acababa de recobrar, se encontró con
varios fariseos e inmediatamente les contó cómo
había sido curado. Le sorprendió la frialdad con
que escuchaban su historia.
Con frentes ceñudas, le interrumpieron,
preguntándole por qué llevaba su cama en sábado.
Le recordaron severamente que no era lícito llevar
cargas en el día del Señor. En su gozo, el hombre
se había olvidado de que era sábado, y sin embargo
no se sentía condenado por obedecer la orden de
Aquel que tenía tanto poder de Dios. Contestó
osadamente: "El que me sanó, él mismo me dijo:
Toma tu lecho y anda." Le preguntaron quién había
hecho esto; pero él no se lo podía decir. Esos
gobernantes sabían muy bien que sólo uno se había
demostrado capaz de realizar este milagro; pero
deseaban una prueba directa de que era Jesús, a fin
de poder condenarle como violador del sábado. En
348
su opinión, no sólo había quebrantado la ley
sanando al enfermo en sábado, sino que había
cometido un sacrilegio al ordenarle que llevase su
cama.
Los judíos habían pervertido de tal manera la
ley, que hacían de ella un yugo esclavizador. Sus
requerimientos sin sentido habían llegado a ser
ludibrio entre otras naciones. Y el sábado estaba
especialmente recargado de toda clase de
restricciones sin sentido. No era para ellos una
delicia, santo a Jehová y honorable. Los escribas y
fariseos habían hecho de su observancia una carga
intolerable. Un judío no podía encender fuego, ni
siquiera una vela, en sábado. Como consecuencia,
el pueblo hacía cumplir por gentiles muchos
servicios que sus reglas les prohibían hacer por su
cuenta. No reflexionaban que si estos actos eran
pecaminosos, los que empleaban a otros para
realizarlos eran tan culpables como si los hiciesen
ellos mismos. Pensaban que la salvación se
limitaba a los judíos; y que la condición de todos
los demás, siendo ya desesperada, no podía
empeorar. Pero Dios no ha dado mandamientos que
349
no puedan ser acatados por todos. Sus leyes no
sancionan ninguna restricción irracional o egoísta.
En el templo, Jesús se encontró con el hombre
que había sido sanado. Había venido para traer una
ofrenda por su pecado y de agradecimiento por la
gran merced recibida. Hallándole entre los
adoradores, Jesús se le dio a conocer, con estas
palabras de amonestación: "He aquí, has sido
sanado; no peques más, porque no te venga alguna
cosa peor."
El hombre sanado quedó abrumado de regocijo
al encontrar a su libertador. Como desconocía la
enemistad que ellos sentían hacia Jesús, dijo a los
fariseos que le habían interrogado, que ése era el
que había realizado la curación. "Y por esta causa
los judíos perseguían a Jesús, y procuraban
matarle, porque hacía estas cosas en sábado."
Jesús fue llevado ante el Sanedrín para
responder a la acusación de haber violado el
sábado. Si en ese tiempo los judíos hubiesen sido
una nación independiente, esta acusación habría
350
servido sus fines de darle muerte. Pero la sujeción
a los romanos lo impedía. Los judíos no tenían
facultad de infligir la pena capital, y las
acusaciones presentadas contra Cristo no tendrían
peso en un tribunal romano. Sin embargo,
esperaban conseguir otros objetos. A pesar de los
esfuerzos que ellos hacían para contrarrestar su
obra, Cristo estaba llegando, aun en Jerusalén, a
ejercer sobre el pueblo una influencia mayor que la
de ellos. Multitudes que no se interesaban en las
arengas de los rabinos eran atraídas por su
enseñanza. Podían comprender sus palabras, y sus
corazones eran consolados y alentados. Hablaba de
Dios, no como de un Juez vengador, sino como de
un Padre tierno, y revelaba la imagen de Dios
reflejada en sí mismo. Sus palabras eran como
bálsamo para el espíritu herido. Tanto por sus
palabras como por sus obras de misericordia,
estaba quebrantando el poder opresivo de las
antiguas tradiciones y de los mandamientos de
origen humano, y presentaba el amor de Dios en su
plenitud inagotable.
En una de las más antiguas profecías dadas
351
acerca de Cristo, está escrito: "No será quitado el
cetro de Judá, y el legislador de entre sus pies,
hasta que venga Shiloh; y a él se congregarán los
pueblos." (Génesis 49:10) La gente se congregaba
en derredor de Cristo. Con corazones llenos de
simpatía, la multitud aceptaba sus lecciones de
amor y benevolencia con preferencia a las rígidas
ceremonias requeridas por los sacerdotes. Si los
sacerdotes y rabinos no se hubiesen interpuesto,
esta enseñanza habría realizado una reforma cual
nunca la presenciara el mundo. Pero a fin de
conservar su poder, estos dirigentes resolvieron
quebrantar la influencia de Jesús. Su
emplazamiento ante el Sanedrín y una abierta
condenación de sus enseñanzas debían contribuir a
lograr esto; porque la gente tenía todavía gran
reverencia por sus dirigentes religiosos. Cualquiera
que se atreviese a condenar los requerimientos
rabínicos, o intentase aliviar las cargas que habían
impuesto al pueblo, era considerado culpable, no
sólo de blasfemia, sino de traición. Basándose en
esto, los rabinos esperaban excitar las sospechas
contra Jesús. Afirmaban que trataba de destruir las
costumbres establecidas, causando así división
352
entre la gente y preparando el
sojuzgamiento de parte de los romanos.
completo
Pero los planes que tan celosamente procuraban
cumplir estos rabinos nacieron en otro concilio.
Después que Satanás fracasó en su intento de
vencer a Cristo en el desierto, combinó sus fuerzas
para que se opusiesen a su ministerio y si fuese
posible estorbasen su obra. Lo que no pudo lograr
por el esfuerzo directo y personal, resolvió
efectuarlo por la estrategia. Apenas se retiró del
conflicto en el desierto, tuvo concilio con sus
ángeles y maduró sus planes para cegar aun más la
mente del pueblo judío, a fin de que no reconociese
a su Redentor. Se proponía obrar mediante sus
agentes humanos en el mundo religioso,
infundiéndoles su propia enemistad contra el
campeón de la verdad. Iba a inducirlos a rechazar a
Cristo y a hacerle la vida tan amarga como fuese
posible, esperando desalentarlo en su misión. Y los
dirigentes de Israel llegaron a ser instrumentos de
Satanás para guerrear contra el Salvador.
Jesús había venido para "magnificar la ley y
353
engrandecerla." El no había de rebajar su dignidad,
sino ensalzarla. La Escritura dice: "No se cansará,
ni desmayará, hasta que ponga en la tierra juicio."
(Isaías 42:21,4) Había venido para librar al sábado
de estos requerimientos gravosos que hacían de él
una maldición en vez de una bendición.
Por esta razón, había escogido el sábado para
realizar el acto de curación de Betesda. Podría
haber sanado al enfermo en cualquier otro día de la
semana; podría haberle sanado simplemente, sin
pedirle que llevase su cama, pero esto no le habría
dado la oportunidad que deseaba. Un propósito
sabio motivaba cada acto de la vida de Cristo en la
tierra. Todo lo que hacía era importante en sí
mismo y por su enseñanza. Entre los afligidos del
estanque, eligió el caso peor para el ejercicio de su
poder sanador, y ordenó al hombre que llevase su
cama a través de la ciudad a fin de publicar la gran
obra que había sido realizada en él. Esto iba a
levantar la cuestión de lo que era lícito hacer en
sábado, y prepararía el terreno para denunciar las
restricciones de los judíos acerca del día del Señor
y declarar nulas sus tradiciones.
354
Jesús les declaró que la obra de aliviar a los
afligidos estaba en armonía con la ley del sábado.
Estaba en armonía con la obra de los ángeles de
Dios, que están siempre descendiendo y
ascendiendo entre el cielo y la tierra para servir a la
humanidad doliente. Jesús dijo: "Mi Padre hasta
ahora obra, y yo obro." Todos los días son de Dios
y apropiados para realizar sus planes en favor de la
familia humana. Si la interpretación que los judíos
daban a la ley era correcta, entonces era culpable
Jehová cuya obra ha vivificado y sostenido toda
cosa viviente desde que echó los fundamentos de la
tierra. Entonces el que declaró buena su obra, e
instituyó el sábado para conmemorar su
terminación, debía hacer alto en su labor y detener
los incesantes procesos del universo.
¿Debía Dios prohibir al sol que realizase su
oficio en sábado, suspender sus agradables rayos
para que no calentasen la tierra ni nutriesen la
vegetación? ¿Debía el sistema de los mundos
detenerse durante el día santo? ¿Debía ordenar a
los arroyos que dejasen de regar los campos y los
355
bosques, y pedir a las olas del mar que detuviesen
su incesante flujo y reflujo? ¿Debían el trigo y la
cebada dejar de crecer, y el racimo suspender su
maduración purpúrea ? ¿ Debían los árboles y las
flores dejar de crecer o abrirse en sábado?
En tal caso, el hombre echaría de menos los
frutos de la tierra y las bendiciones que hacen
deseable la vida. La naturaleza debía continuar su
curso invariable. Dios no podía detener su mano
por un momento, o el hombre desmayaría y
moriría. Y el hombre también tiene una obra que
cumplir en sábado: atender las necesidades de la
vida, cuidar a los enfermos, proveer a los
menesterosos. No será tenido por inocente quien
descuide el alivio del sufrimiento ese día. El santo
día de reposo de Dios fue hecho para el hombre, y
las obras de misericordia están en perfecta armonía
con su propósito. Dios no desea que sus criaturas
sufran una hora de dolor que pueda ser aliviada en
sábado o cualquier otro día.
Lo que se demanda a Dios en sábado es aun
más que en los otros días. Sus hijos dejan entonces
356
su ocupación corriente, y dedican su tiempo a la
meditación y el culto. Le piden más favores el
sábado que los demás días. Requieren su atención
especial. Anhelan sus bendiciones más selectas.
Dios no espera que haya transcurrido el sábado
para otorgar lo que le han pedido. La obra del cielo
no cesa nunca, y los hombres no debieran nunca
descansar de hacer bien. El sábado no está
destinado a ser un período de inactividad inútil. La
ley prohibe el trabajo secular en el día de reposo
del Señor; debe cesar el trabajo con el cual nos
ganamos la vida; ninguna labor que tenga por fin el
placer mundanal o el provecho es lícita en ese día;
pero como Dios abandonó su trabajo de creación y
descansó el sábado y lo bendijo, el hombre ha de
dejar las ocupaciones de su vida diaria, y consagrar
esas horas sagradas al descanso sano, al culto y a
las obras santas. La obra que hacía Cristo al sanar a
los enfermos estaba en perfecta armonía con la ley.
Honraba el sábado.
Jesús aseveró tener derechos iguales a los de
Dios mientras hacía una obra igualmente sagrada,
del mismo carácter que aquella en la cual se
357
ocupaba el Padre en el cielo. Pero esto airó aun
más a los fariseos. No sólo había violado la ley, a
juicio de ellos, sino que al llamar a Dios "mi
Padre," se había declarado igual a Dios.
Toda la nación judía llamaba a Dios su Padre, y
por lo tanto no se habrían enfurecido si Cristo
hubiese dicho tener esa misma relación con Dios.
Pero le acusaron de blasfemia, con lo cual
demostraron entender que él hacía este aserto en su
sentido más elevado.
Estos adversarios de Cristo no tenían
argumento con que hacer frente a las verdades que
presentaba a su conciencia. Lo único que podían
citar eran sus costumbres y tradiciones, y éstas
parecían débiles cuando se comparaban con los
argumentos que Jesús había sacado de la Palabra
de Dios y del incesante ciclo de la naturaleza. Si
los rabinos hubieran sentido algún deseo de recibir
la luz, se habrían convencido de que Jesús decía la
verdad. Pero evadieron los puntos que él
presentaba acerca del sábado y trataron de excitar
iras contra él porque aseveraba ser igual a Dios. El
358
furor de los gobernantes no conoció límites. Si no
hubiesen temido al pueblo, los sacerdotes y rabinos
habrían dado muerte a Jesús allí mismo. Pero el
sentimiento popular en su favor era fuerte. Muchos
reconocían en Jesús al amigo que había sanado sus
enfermedades y consolado sus pesares, y
justificaban la curación del enfermo de Betesda.
Así que por el momento los dirigentes se vieron
obligados a refrenar su odio.
Jesús rechazó el cargo de blasfemia. Mi
autoridad, dijo él, por hacer la obra de la cual me
acusáis, es que soy el Hijo de Dios, uno con él en
naturaleza, voluntad y propósito. Cooperó con Dios
en todas sus obras de creación y providencia. "No
puede el Hijo hacer nada de sí mismo, sino lo que
viere hacer al Padre." Los sacerdotes y rabinos
reprendían al Hijo de Dios por la obra que había
sido enviado a hacer en el mundo. Por sus pecados
se habían separado de Dios, y en su orgullo
obraban independientemente de él. Se sentían
suficientes en sí mismos para todo, y no
comprendían cuánto necesitaban que una sabiduría
superior dirigiese sus actos. Pero el Hijo de Dios se
359
había entregado a la voluntad del Padre y dependía
de su poder. Tan completamente había anonadado
Cristo al yo que no hacía planes por sí mismo.
Aceptaba los planes de Dios para él, y día tras día
el Padre se los revelaba. De tal manera debemos
depender de Dios que nuestra vida sea el simple
desarrollo de su voluntad.
Cuando Moisés estaba por construir el
santuario como morada de Dios, se le indicó que
hiciese todas las cosas de acuerdo con el modelo
que se le mostrara en el monte. Moisés estaba lleno
de celo para hacer la obra de Dios; los hombres
más talentosos y hábiles estaban a su disposición
para ejecutar sus sugestiones. Sin embargo, no
había de hacer una campana, una granada, una
borla, una franja, una cortina o cualquier vaso del
santuario sin que estuviese de acuerdo con el
modelo que le había sido mostrado. Dios le llamó
al monte y le reveló las cosas celestiales. El Señor
le cubrió de su gloria para que pudiese ver el
modelo, y de acuerdo con éste se hicieron todas las
cosas. Así también Dios, deseoso de hacer de Israel
su morada, le había revelado su glorioso ideal del
360
carácter. Le mostró el modelo en el monte cuando
le dio la ley desde el Sinaí, y cuando pasó delante
de Moisés y proclamó: "Jehová, Jehová, fuerte,
misericordioso, y piadoso; tardo para la ira, y
grande en benignidad y verdad; que guarda la
misericordia en millares, que perdona la iniquidad,
la rebelión, y el pecado." (Éxodo 34:6,7)
Israel había preferido sus propios caminos. No
había edificado de acuerdo con el dechado; pero
Cristo, el verdadero templo para morada de Dios,
modeló todo detalle de su vida terrenal de acuerdo
con el ideal de Dios. Dijo: "Me complazco en hacer
tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en medio de
mi corazón." (Salmos 40:8) Así también nuestro
carácter debe ser edificado "para morada de Dios
en Espíritu." Y hemos de hacer todas las cosas de
acuerdo con el Modelo, a saber Aquel que "padeció
por nosotros, dejándonos ejemplo, para que
vosotros sigáis sus pisadas." (Hebreos 8:5, 1 Pedro
2:21)
Las palabras de Cristo nos enseñan que
debemos considerarnos inseparablemente unidos a
361
nuestro Padre celestial. Cualquiera sea nuestra
situación, dependemos de Dios, quien tiene todos
los destinos en sus manos. El nos ha señalado
nuestra obra, y nos ha dotado de facultades y
recursos para ella. Mientras sometamos la voluntad
a Dios, y confiemos en su fuerza y sabiduría,
seremos guiados por sendas seguras, para cumplir
nuestra parte señalada en su gran plan. Pero el que
depende de su propia sabiduría y poder se separa
de Dios. En vez de obrar al unísono con Cristo,
cumple el propósito del enemigo de Dios y del
hombre.
El Salvador continuó: "Todo lo que él [el
Padre] hace, esto también hace el Hijo
juntamente.... Como el Padre levanta los muertos, y
les da vida, así también el Hijo a los que quiere da
vida." Los saduceos sostenían que no habría
resurrección del cuerpo; pero Jesús les dice que
una de las mayores obras de su Padre es la de
resucitar a los muertos, y que él mismo tiene poder
para hacerla. "Vendrá hora, y ahora es, cuando los
muertos oirán la voz del Hijo de Dios: y los que
oyeren vivirán." Los fariseos creían en la
362
resurrección. Cristo les dice que ya está entre ellos
el poder que da vida a los muertos, y que han de
contemplar su manifestación. Este mismo poder de
resucitar es el que da vida al alma que está muerta
en "delitos y pecados." (Efesios 2:1) Ese espíritu de
vida en Cristo Jesús, "la virtud de su resurrección,"
libra a los hombres "de la ley del pecado y de la
muerte." (Filipenses 3:10, Romanos 8:2) El
dominio del mal es quebrantado, y por la fe el alma
es guardada de pecado. El que abre su corazón al
Espíritu de Cristo llega a participar de ese gran
poder que sacara su cuerpo de la tumba.
El humilde Nazareno asevera su verdadera
nobleza. Se eleva por encima de la humanidad,
depone el manto de pecado y de vergüenza, y se
revela como el Honrado de los ángeles, el Hijo de
Dios, Uno con el Creador del universo. Sus oyentes
quedan hechizados. Nadie habló jamás palabras
como las suyas, ni tuvo un porte de tan real
majestad. Sus declaraciones son claras y sencillas;
presentan distintamente su misión y el deber del
mundo. "Porque el Padre a nadie juzga, mas todo el
juicio dio al Hijo; para que todos honren al Hijo
363
como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no
honra al Padre que le envió.... Porque como el
Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al
Hijo que tuviese vida en sí mismo: y también le dio
poder de hacer juicio, en cuanto es el Hijo del
hombre."
Los sacerdotes y gobernantes se habían
constituido jueces, para condenar la obra de Cristo,
pero él se declaró Juez de ellos y de toda la tierra.
El mundo ha sido confiado a Cristo, y por él ha
fluido toda bendición de Dios a la especie caída.
Era Redentor antes de su encarnación tanto como
después. Tan pronto como hubo pecado, hubo un
Salvador. Ha dado luz y vida a todos, y según la
medida de la luz dada, cada uno será juzgado. Y el
que dio la luz, el que siguió al alma con las más
tiernas súplicas, tratando de ganarla del pecado a la
santidad, es a la vez su Abogado y Juez. Desde el
principio de la gran controversia en el cielo,
Satanás ha sostenido su causa por medio del
engaño; y Cristo ha estado obrando para
desenmascarar sus planes y quebrantar su poder. El
que hizo frente al engañador, y a través de todos
364
los siglos procuró arrebatar cautivos de su dominio,
es quien pronunciará el juicio sobre cada alma.
Y Dios "le ha dado potestad de ejecutar juicio,
por cuanto él es Hijo del hombre." Porque gustó las
mismas heces de la aflicción y tentación humanas,
y comprende las debilidades y los pecados de los
hombres; porque en nuestro favor resistió
victoriosamente las tentaciones de Satanás y tratará
justa y tiernamente con las almas por cuya
salvación fue derramada su sangre, por todo esto,
el Hijo del hombre ha sido designado para ejecutar
el juicio.
Pero la misión de Cristo no era juzgar, sino
salvar. "No envió Dios a su Hijo al mundo para que
condene al mundo, mas para que el mundo sea
salvo por él.' (Juan 3:17) Y delante del Sanedrín,
Jesús declaró: "El que oye mi palabra, y cree al que
me ha enviado, tiene vida eterna; y no vendrá a
condenación, mas pasó de muerte a vida."
Invitando a sus oyentes a no asombrarse, Cristo
reveló ante ellos, en una visión aun mayor, el
365
misterio de lo futuro. "Vendrá hora – dijo,– cuando
todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y
los que hicieron bien, saldrán a resurrección de
vida; mas los que hicieron mal, a resurrección de
condenación."
Esta seguridad de la vida futura era lo que
durante tanto tiempo Israel había esperado recibir
cuando viniera el Mesías. Resplandecía sobre ellos
la única luz que puede iluminar la lobreguez de la
tumba. Pero la obstinación es ciega. Jesús había
violado las tradiciones de los rabinos y despreciado
su autoridad, y ellos no querían creer.
El tiempo, el lugar, la ocasión, la intensidad de
los sentimientos que dominaban a la asamblea,
todo se combinaba para hacer más impresionantes
las palabras de Jesús ante el Sanedrín. Las más
altas autoridades religiosas de la nación procuraban
matar a Aquel que se declaraba restaurador de
Israel. El Señor del sábado había sido emplazado
ante un tribunal terrenal para responder a la
acusación de violar la ley del sábado. Cuando
declaró tan intrépidamente su misión, sus jueces le
366
miraron con asombro e ira; pero sus palabras eran
incontestables. No podían condenarle. Negó a los
sacerdotes y rabinos el derecho a interrogarle, o a
interrumpir su obra. No habían sido investidos con
esa autoridad. Sus pretensiones se basaban en su
propio orgullo y arrogancia. No quiso reconocerse
culpable de sus acusaciones, ni ser catequizado por
ellos.
En vez de disculparse por el hecho del cual se
quejaban, o explicar el propósito que tuviera al
realizarlo, Jesús se encaró con los gobernantes, y el
acusado se trocó en acusador. Los reprendió por la
dureza de su corazón y su ignorancia de las
Escrituras. Declaró que habían rechazado la
palabra de Dios, puesto que habían rechazado a
Aquel a quien Dios había enviado. "Escudriñáis las
Escrituras, pues pensáis que en ellas tenéis la vida
eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.'
En toda página, sea de historia, preceptos o
profecía, las Escrituras del Antiguo Testamento
irradian la gloria del Hijo de Dios. Por cuanto era
de institución divina, todo el sistema del judaísmo
367
era una profecía compacta del Evangelio. Acerca
de Cristo "dan testimonio todos los profetas.'
(Hechos 10:43) Desde la promesa hecha a Adán,
por el linaje patriarcal y la economía legal, la
gloriosa luz del cielo delineó claramente las
pisadas del Redentor. Los videntes contemplaron la
estrella de Belén, el Shiloh venidero, mientras las
cosas futuras pasaban delante de ellos en misteriosa
procesión. En todo sacrificio, se revelaba la muerte
de Cristo. En toda nube de incienso, ascendía su
justicia. Toda trompeta del jubileo hacía repercutir
su nombre. En el pavoroso misterio del lugar
santísimo, moraba su gloria.
Los judíos poseían las Escrituras, y suponían
que en el mero conocimiento externo de la palabra
tenían vida eterna. Pero Jesús dijo: "No tenéis su
palabra morando en vosotros.' Habiendo rechazado
a Cristo en su palabra, le rechazaron en persona.
"No queréis venir a mí – dijo,– para que tengáis
vida."
Los dirigentes judíos habían estudiado las
enseñanzas de los profetas acerca del reino del
368
Mesías; pero lo habían hecho, no con un sincero
deseo de conocer la verdad, sino con el propósito
de hallar evidencia con que sostener sus ambiciosas
esperanzas. Cuando Cristo vino de una manera
contraria a sus expectativas, no quisieron recibirle;
y a fin de justificarse, trataron de probar que era un
impostor. Una vez que hubieron asentado los pies
en esta senda, fue fácil para Satanás fortalecer su
oposición a Cristo. Interpretaron contra él las
mismas palabras que deberían haber recibido como
evidencia de su divinidad. Así trocaron la verdad
de Dios en mentira, y cuanto más directamente les
hablaba el Salvador en sus obras de misericordia,
más resueltos estaban a resistir la luz.
Jesús dijo: "Gloria de los hombres no recibo."
No deseaba la influencia ni la sanción del Sanedrín.
No podía recibir honor de su aprobación. Estaba
investido con el honor y la autoridad del cielo. Si lo
hubiese deseado, los ángeles habrían venido a
rendirle homenaje; el Padre habría testificado de
nuevo acerca de su divinidad. Pero para beneficio
de ellos mismos, por causa de la nación cuyos
dirigentes eran, deseaba que los gobernantes judíos
369
discerniesen su carácter y recibiesen
bendiciones que había venido a traerles.
las
"He venido en nombre de mi Padre, y no me
recibís; si otro viniere en su propio nombre, a aquél
recibiréis." Jesús vino por autoridad de Dios,
llevando su imagen, cumpliendo su palabra y
buscando su gloria; sin embargo, no fue aceptado
por los dirigentes de Israel; pero cuando vinieran
otros, asumiendo el carácter de Cristo, pero
impulsados por su propia voluntad y buscando su
propia gloria, los recibirían. ¿Por qué? Porque el
que busca su propia gloria apela al deseo de
exaltación propia en los demás. Y a una incitación
tal los judíos podían responder. Recibirían al falso
maestro porque adularía su orgullo sancionando
sus caras opiniones y tradiciones. Pero la
enseñanza de Cristo no coincidía con sus ideas. Era
espiritual, y exigía el sacrificio del yo; por lo tanto,
no querían recibirla. No conocían a Dios, y para
ellos su voz expresada por medio de Cristo era la
voz de un extraño. ¿No se repite el caso hoy? ¿No
hay muchos, aun entre los dirigentes religiosos, que
están endureciendo su corazón contra el Espíritu
370
Santo, incapacitándose así para reconocer la voz de
Dios? ¿No están rechazando la palabra de Dios, a
fin de conservar sus tradiciones?
"Si vosotros creyeseis a Moisés – dijo Jesús,–
creeríais a mí; porque de mí escribió él. Y si a sus
escritos no creéis, ¿cómo creeréis a mis palabras?"
Fue Cristo quien habló a Israel por medio de
Moisés. Si hubieran escuchado la voz divina que
les hablaba por medio de su gran caudillo, la
habrían reconocido en las enseñanzas de Cristo. Si
hubiesen creído a Moisés, habrían creído en Aquel
de quien escribió Moisés.
Jesús sabía que los sacerdotes y rabinos estaban
resueltos a quitarle la vida; pero les explicó
claramente su unidad con el Padre y su relación
con el mundo. Vieron que la oposición que le
hacían era inexcusable, pero su odio homicida no
se aplacó. El temor se apoderó de ellos al
presenciar el poder convincente que acompañaba
su ministerio; pero resistieron sus llamamientos, y
se encerraron en las tinieblas.
371
Habían fracasado señaladamente en subvertir la
autoridad de Jesús o enajenarle el respeto y la
atención del pueblo, de entre el cual muchos se
habían convencido por sus palabras. Los
gobernantes mismos habían sentido profunda
convicción mientras había hecho pesar su culpa
sobre su conciencia; pero esto no hizo sino
amargarlos aun más contra él. Estaban resueltos a
quitarle la vida. Enviaron mensajeros por todo el
país para amonestar a la gente contra Jesús como
impostor. Mandaron espías para que lo vigilasen, e
informasen de lo que decía y hacía. El precioso
Salvador estaba ahora muy ciertamente bajo la
sombra de la cruz.
372
Capítulo 22
Encarcelamiento y Muerte de
Juan
JUAN EL BAUTISTA había sido el primero en
proclamar el reino de Cristo, y fue también el
primero en sufrir. Desde el aire libre del desierto y
las vastas muchedumbres que habían estado
suspensas de sus palabras, pasó a quedar encerrado
entre las murallas de una mazmorra, encarcelado
en la fortaleza de Herodes Antipas. En el territorio
que estaba al este del Jordán, que se hallaba bajo el
dominio de Antipas, había transcurrido gran parte
del ministerio de Juan. Herodes mismo había
escuchado la predicación del Bautista. El rey
disoluto había temblado al oír el llamamiento a
arrepentirse. "Herodes temía a Juan, sabiendo que
era varón justo y santo, . . . y oyéndole, hacía
muchas cosas; y le oía de buena gana." Juan obró
fielmente con él, denunciando su unión inicua con
Herodías, la esposa de su hermano. Durante un
tiempo, Herodes trató débilmente de romper la
373
cadena de concupiscencia que le ligaba; pero
Herodías le sujetó más firmemente en sus redes y
se vengó del Bautista, induciendo a Herodes a
echarlo en la cárcel.
La vida de Juan había sido de labor activa, y la
lobreguez e inactividad de la cárcel le abrumaban
enormemente. Mientras pasaba semana tras semana
sin traer cambio alguno, el abatimiento y la duda
fueron apoderándose de él. Sus discípulos no le
abandonaron. Se les permitía tener acceso a la
cárcel, y le traían noticias de las obras de Jesús y
de cómo la gente acudía a él. Pero preguntaban por
qué, si ese nuevo maestro era el Mesías, no hacía
algo para conseguir la liberación de Juan. ¿Cómo
podía permitir que su fiel heraldo perdiese la
libertad y tal vez la vida? Estas preguntas no
quedaron sin efecto. Sugirieron a Juan dudas que
de otra manera nunca se le habrían presentado.
Satanás se regocijaba al oír las palabras de esos
discípulos, y al ver cómo lastimaban el alma del
mensajero del Señor. ¡Oh, con cuánta frecuencia
los que se creen amigos de un hombre bueno y
desean mostrarle su fidelidad, resultan ser sus más
374
peligrosos enemigos! ¡Con cuánta frecuencia, en
vez de fortalecer su fe, sus palabras le deprimen y
desalientan!
Como los discípulos del Salvador, Juan el
Bautista no comprendía la naturaleza del reino de
Cristo. Esperaba que Jesús ocupase el trono de
David; y como pasaba el tiempo y el Salvador no
asumía la autoridad real, Juan quedaba perplejo y
perturbado. Había declarado a la gente que a fin de
que el camino estuviese preparado delante del
Señor, la profecía de Isaías debía cumplirse; las
montañas y colinas debían ser allanadas, lo torcido
enderezado y los lugares escabrosos alisados.
Había esperado que las alturas del orgullo y el
poder humano fuesen derribadas. Había señalado al
Mesías como Aquel cuyo aventador estaba en su
mano, y que limpiaría cabalmente su era, que
recogería el trigo en su alfolí y quemaría el tamo
con fuego inextinguible. Como el profeta Elías, en
cuyo espíritu y poder había venido a Israel,
esperaba que el Señor se revelase como Dios que
contesta por fuego.
375
En su misión, el Bautista se había destacado
como intrépido reprensor de la iniquidad, tanto
entre los encumbrados como entre los humildes.
Había osado hacer frente al rey Herodes y
reprocharle claramente su pecado. No había
estimado preciosa su vida con tal de cumplir la
obra que le había sido encomendada. Y ahora,
desde su mazmorra, esperaba ver al León de la
tribu de Judá derribar el orgullo del opresor y librar
a los pobres y al que clamaba. Pero Jesús parecía
conformarse con reunir discípulos en derredor
suyo, y sanar y enseñar a la gente. Comía en la
mesa de los publicanos, mientras que cada día el
yugo romano pesaba siempre más sobre Israel; el
rey Herodes y su vil amante realizaban su voluntad,
y los clamores de los pobres y dolientes ascendían
al cielo.
Todo esto le parecía un misterio insondable al
profeta del desierto. Había horas en que los
susurros de los demonios atormentaban su espíritu
y la sombra de un miedo terrible se apoderaba de
él. ¿Podría ser que el tan esperado Libertador no
hubiese aparecido todavía? ¿Qué significaba
376
entonces el mensaje que él había sido impulsado a
dar? Juan había quedado acerbamente chasqueado
del resultado de su misión. Había esperado que el
mensaje de Dios tuviese el mismo efecto que
cuando la ley fue leída en los días de Josías y
Esdras; (2 Crónicas 34, Nehemías 8,9) que seguiría
una profunda obra de arrepentimiento y regreso al
Señor. Había sacrificado toda su vida al éxito de su
misión. ¿Habría sido en vano?
Perturbaba a Juan el ver que por amor a él sus
propios discípulos albergaban incredulidad para
con Jesús. ¿Habría sido vana su obra para ellos?
¿Habría sido él infiel en su misión, y habría de ser
separado de ella? Si el Libertador prometido había
aparecido, y Juan había sido hallado fiel a su
misión, ¿no derribaría Jesús el poder del opresor,
dejando en libertad a su heraldo?
Pero el Bautista no renunció a su fe en Cristo.
El recuerdo de la voz del cielo y de la paloma que
había descendido sobre él, la inmaculada pureza de
Jesús, el poder del Espíritu Santo que había
descansado sobre Juan cuando estuvo en la
377
presencia del Salvador, y el testimonio de las
escrituras proféticas, todo atestiguaba que Jesús de
Nazaret era el Prometido.
Juan no quería discutir sus dudas y ansiedades
con sus compañeros. Resolvió mandar un mensaje
de averiguación a Jesús. Lo confió a dos de sus
discípulos. esperando que una entrevista con el
Salvador confirmaría su fe, e impartiría seguridad a
sus hermanos. Anhelaba alguna palabra de Cristo,
pronunciada directamente para él.
Los discípulos acudieron a Jesús con la
interrogación: "¿Eres tú aquel que había de venir, o
esperaremos a otro?"
¡Cuán poco tiempo había transcurrido desde
que el Bautista había proclamado, señalando a
Jesús: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo." "Este es el que ha de venir tras
mí, el cual es antes de mí." (Juan 1:29,27) Y ahora
pregunta: "¿Eres tú aquel que había de venir?" Era
una intensa amargura y desilusión para la
naturaleza humana. Si Juan, el precursor fiel, no
378
discernía la misión de Cristo, ¿qué podía esperarse
de la multitud egoísta?
El Salvador no respondió inmediatamente a la
pregunta de los discípulos. Mientras ellos estaban
allí de pie, extrañados por su silencio, los enfermos
y afligidos acudían a él para ser sanados. Los
ciegos se abrían paso a tientas a través de la
muchedumbre; los aquejados de todas clases de
enfermedades, algunos abriéndose paso por su
cuenta, otros llevados por sus amigos, se agolpaban
ávidamente en la presencia de Jesús. La voz del
poderoso Médico penetraba en los oídos de los
sordos. Una palabra, un toque de su mano, abría los
ojos ciegos para que contemplasen la luz del día,
las escenas de la naturaleza, los rostros de sus
amigos y la faz del Libertador. Jesús reprendía a la
enfermedad y desterraba la fiebre. Su voz
alcanzaba los oídos de los moribundos, quienes se
levantaban llenos de salud y vigor. Los
endemoniados paralíticos obedecían su palabra, su
locura los abandonaba, y le adoraban. Mientras
sanaba sus enfermedades, enseñaba a la gente. Los
pobres campesinos y trabajadores, a quienes
379
rehuían los rabinos como inmundos, se reunían
cerca de él, y él les hablaba palabras de vida eterna.
Así iba transcurriendo el día, viéndolo y
oyéndolo todo los discípulos de Juan. Por fin, Jesús
los llamó a sí y los invitó a ir y contar a Juan lo que
habían presenciado, añadiendo: "Bienaventurado es
el que no fuere escandalizado en mí." La evidencia
de su divinidad se veía en su adaptación a las
necesidades de la humanidad doliente. Su gloria se
revelaba en su condescendencia con nuestro bajo
estado.
Los discípulos llevaron el mensaje, y bastó.
Juan recordó la profecía concerniente al Mesías:
"Me ungió Jehová; me ha enviado a predicar
buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los
quebrantados de corazón, a publicar libertad a los
cautivos, y a los presos abertura de la cárcel; a
promulgar año de la buena voluntad de Jehová."
(Isaías 61:1,2) Las palabras de Cristo no sólo le
declaraban el Mesías, sino que demostraban de qué
manera había de establecerse su reino. A Juan fue
revelada la misma verdad que fuera presentada a
380
Elías en el desierto, cuando sintió "un grande y
poderoso viento que rompía los montes, y quebraba
las peñas delante de Jehová: mas Jehová no estaba
en el viento. Y tras el viento un terremoto: mas
Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el
terremoto un fuego: mas Jehová no estaba en el
fuego." (1 Reyes 19:11,12) Y después del fuego,
Dios habló al profeta mediante una queda vocecita.
Así había de hacer Jesús su obra, no con el fragor
de las armas y el derrocamiento de tronos y reinos,
sino hablando a los corazones de los hombres por
una vida de misericordia y sacrificio.
El principio que rigió la vida abnegada del
Bautista era también el que regía el reino del
Mesías. Juan sabía muy bien cuán ajeno era todo
esto a los principios y esperanzas de los dirigentes
de Israel. Lo que para él era evidencia convincente
de la divinidad de Cristo, no sería evidencia para
ellos, pues esperaban a un Mesías que no había
sido prometido. Juan vio que la misión del
Salvador no podía granjear de ellos sino odio y
condenación. El, que era el precursor, estaba tan
sólo bebiendo de la copa que Cristo mismo debía
381
agotar hasta las heces.
Las palabras del Salvador: "Bienaventurado es
el que no fuere escandalizado en mí," eran una
suave reprensión para Juan. Y no dejó de
percibirla. Comprendiendo más claramente ahora
la naturaleza de la misión de Cristo, se entregó a
Dios para la vida o la muerte, según sirviese mejor
a los intereses de la causa que amaba.
Después que los mensajeros se hubieron
alejado, Jesús habló a la gente acerca de Juan. El
corazón del Salvador sentía profunda simpatía por
el testigo fiel ahora sepultado en la mazmorra de
Herodes. No quería que la gente dedujese que Dios
había abandonado a Juan, o que su fe había faltado
en el día de la prueba. "¿Qué salisteis a ver al
desierto?"– dijo.– "¿Una caña que es meneada del
viento?"
Los altos juncos que crecían al lado del Jordán,
inclinándose al empuje de la brisa, eran adecuados
símbolos de los rabinos que se habían erigido en
críticos y jueces de la misión del Bautista. Eran
382
agitados a uno y otro lado por los vientos de la
opinión popular. No querían humillarse para recibir
el mensaje escrutador del Bautista, y sin embargo,
por temor a la gente, no se atrevían a oponerse
abiertamente a su obra. Pero el mensajero de Dios
no tenía tal espíritu pusilánime. Las multitudes que
se reunían alrededor de Cristo habían presenciado
las obras de Juan. Le habían oído reprender
intrépidamente el pecado. A los fariseos que se
creían justos, a los sacerdotales saduceos, al rey
Herodes y su corte, príncipes y soldados,
publicanos y campesinos, Juan había hablado con
igual llaneza. No era una caña temblorosa, agitada
por los vientos de la alabanza o el prejuicio
humanos. Era en la cárcel el mismo en su lealtad a
Dios y celo por la justicia, que cuando predicaba el
mensaje de Dios en el desierto. Era tan firme como
una roca en su fidelidad a los buenos principios.
Jesús continuó: "Mas ¿qué salisteis a ver? ¿un
hombre cubierto de delicados vestidos? He aquí,
los que traen vestidos delicados, en las casas de los
reyes están." Juan había sido llamado a reprender
los pecados y excesos de su tiempo, y su sencilla
383
vestimenta y vida abnegada estaban en armonía
con el carácter de su misión. Los ricos atavíos y los
lujos de esta vida no son la porción de los siervos
de Dios, sino de aquellos que viven "en las casas
de los reyes," los gobernantes de este mundo, a
quienes pertenecen su poder y sus riquezas. Jesús
deseaba dirigir la atención al contraste que había
entre la vestimenta de Juan y la que llevaban los
sacerdotes y gobernantes. Estos se ataviaban con
ricos mantos y costosos ornamentos. Amaban la
ostentación y esperaban deslumbrar a la gente, para
alcanzar mayor consideración. Ansiaban más
granjearse la admiración de los hombres, que
obtener la pureza del corazón que les ganaría la
aprobación de Dios. Así revelaban que no
reconocían a Dios, sino al reino de este mundo.
"Mas, ¿qué – dijo Jesús,– salisteis a ver? ¿un
profeta? También os digo, y más que profeta.
Porque éste es de quien está escrito:
He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu
faz,
384
que aparejará tu camino delante de ti.
"De cierto os digo, que no se levantó entre los
que nacen de mujeres otro mayor que Juan el
Bautista." En el anuncio hecho a Zacarías antes del
nacimiento de Juan, el ángel había declarado: "Será
grande delante de Dios." (Lucas 1:15) En la estima
del cielo, ¿qué constituye la grandeza? No lo que el
mundo tiene por tal; ni la riqueza, la jerarquía, el
linaje noble, o las dotes intelectuales, consideradas
en sí mismas. Si la grandeza intelectual, fuera de
cualquier consideración superior, es digna de
honor, entonces debemos rendir homenaje a
Satanás, cuyo poder intelectual no ha sido nunca
igualado por hombre alguno. Pero si el don está
pervertido para servir al yo, cuanto mayor sea,
mayor maldición resulta. Lo que Dios aprecia es el
valor moral. El amor y la pureza son los atributos
que más estima. Juan era grande a la vista del
Señor cuando, delante de los mensajeros del
Sanedrín, delante de la gente y de sus propios
discípulos, no buscó honra para sí mismo sino que
a todos indicó a Jesús como el Prometido. Su
abnegado gozo en el ministerio de Cristo presenta
385
el más alto tipo de nobleza que se haya revelado en
el hombre.
El testimonio dado acerca de él después de su
muerte, por aquellos que le oyeron testificar acerca
de Jesús, fue: "Juan, a la verdad, ninguna señal
hizo; mas todo lo que Juan dijo de éste, era
verdad." (Juan 10:41) No le fue dado a Juan hacer
bajar fuego del cielo, ni resucitar muertos, como
Elías lo había hecho, ni manejar la vara del poder
en el nombre de Dios como Moisés. Fue enviado a
pregonar el advenimiento del Salvador, y a invitar
a la gente a prepararse para su venida. Tan
fielmente cumplió su misión, que al recordar la
gente lo que había enseñado acerca de Jesús, podía
decir: "Todo lo que Juan dijo de éste, era verdad."
Cada discípulo del Maestro está llamado a dar
semejante testimonio de Cristo.
Como heraldo del Mesías, Juan fue "más que
profeta." Porque mientras que los profetas habían
visto desde lejos el advenimiento de Cristo, le fue
dado a Juan contemplarle, oír el testimonio del
cielo en cuanto a su carácter de Mesías, y
presentarle a Israel como el Enviado de Dios. Sin
386
embargo, Jesús dijo: "El que es muy más pequeño
en el reino de los cielos, mayor es que él."
El profeta Juan era el eslabón que unía las dos
dispensaciones. Como representante de Dios, se
dedicaba a mostrar la relación de la ley y los
profetas con la dispensación cristiana. Era la luz
menor, que había de ser seguida por otra mayor. La
mente de Juan era iluminada por el Espíritu Santo,
a fin de que pudiese derramar luz sobre su pueblo;
pero ninguna luz brilló ni brillará jamás tan
claramente sobre el hombre caído, como la que
emanó de la enseñanza y el ejemplo de Jesús.
Cristo y su misión habían sido tan sólo
obscuramente comprendidos bajo los símbolos y
las figuras de los sacrificios. Ni Juan mismo había
comprendido plenamente la vida futura e inmortal
a la cual nos da acceso el Salvador.
Aparte del gozo que Juan hallaba en su misión,
su vida había sido llena de pesar. Su voz se había
oído rara vez fuera del desierto. Tuvo el destino de
un solitario. No se le permitió ver los resultados de
sus propios trabajos. No tuvo el privilegio de estar
387
con Cristo, ni de presenciar la manifestación del
poder divino que acompañó a la luz mayor. No le
tocó ver a los ciegos recobrar la vista, a los
enfermos sanar y a los muertos resucitar. No
contempló la luz que resplandecía a través de cada
palabra de Cristo, derramando gloria sobre las
promesas de la profecía. El menor de los discípulos
que contempló las poderosas obras de Cristo y oyó
sus palabras, era en este sentido más privilegiado
que Juan el Bautista, y por lo tanto se dice que es
mayor que él.
Por medio de las vastas muchedumbres que
habían escuchado la predicación de Juan, su fama
cundió por todo el país. Había un profundo interés
por el resultado de su encarcelamiento. Sin
embargo, su vida inmaculada y el fuerte
sentimiento público en su favor, inducían a creer
que no se tomarían medidas violentas contra él.
Herodes creía que Juan era profeta de Dios y
tenía la plena intención de devolverle la libertad.
Pero lo iba postergando por temor a Herodías.
388
Esta sabía que por las medidas directas no
podría nunca obtener que Herodes consintiese en la
muerte de Juan, y resolvió lograr su propósito por
una estratagema. En el día del cumpleaños del rey,
debía ofrecerse una fiesta a los oficiales del estado
y los nobles de la corte. Habría banquete y
borrachera. Herodes no estaría en guardia, y ella
podría influir en él a voluntad.
Cuando llegó el gran día, y el rey estaba
comiendo y bebiendo con sus señores, Herodías
mandó a su hija a la sala del banquete, para que
bailase a fin de entretener a los invitados. Salomé
estaba en su primer florecimiento como mujer; y su
voluptuosa belleza cautivó los sentidos de los
señores entregados a la orgía. No era costumbre
que las damas de la corte apareciesen en estas
fiestas, y se tributó un cumplido halagador a
Herodes cuando esta hija de los sacerdotes y
príncipes de Israel bailó para divertir a sus
huéspedes. El rey estaba embotado por el vino. La
pasión lo dominaba y la razón estaba destronada.
Veía solamente la sala del placer, sus invitados
entregados a la orgía, la mesa del banquete, el vino
389
centelleante, las luces deslumbrantes y la joven que
bailaba delante de él. En la temeridad del
momento, deseó hacer algún acto de ostentación
que le exaltase delante de los grandes de su reino.
Con juramentos prometió a la hija de Herodías
cualquier cosa que pidiese, aunque fuese la mitad
de su reino.
Salomé se apresuró a consultar a su madre, para
saber lo que debía pedir. La respuesta estaba lista:
la cabeza de Juan el Bautista. Salomé no conocía la
sed de venganza que había en el corazón de su
madre y primero se negó a presentar la petición;
pero la resolución de Herodías prevaleció. La joven
volvió para formular esta horrible exigencia:
"Quiero que ahora mismo me des en un trinchero la
cabeza de Juan el Bautista."
Herodes quedó asombrado y confundido. Cesó
la ruidosa alegría y un silencio penoso cayó sobre
la escena de orgía. El rey quedó horrorizado al
pensar en quitar la vida a Juan. Sin embargo, había
empeñado su palabra y no quería parecer voluble o
temerario. El juramento había sido hecho en honor
390
de sus huéspedes, y si uno de ellos hubiese
pronunciado una palabra contra el cumplimiento de
su promesa, habría salvado gustosamente al
profeta. Les dio oportunidad de hablar en favor del
preso. Habían recorrido largas distancias para oír la
predicación de Juan y sabían que era un hombre sin
culpa, y un siervo de Dios. Pero aunque
disgustados por la petición de la joven, estaban
demasiado entontecidos para intervenir con una
protesta. Ninguna voz se alzó para salvar la vida
del mensajero del cielo. Esos hombres ocupaban
altos puestos de confianza en la nación y sobre
ellos descansaban graves responsabilidades; sin
embargo, se habían entregado al banqueteo y la
borrachera hasta que sus sentidos estaban
embotados. Tenían la cabeza mareada por la
vertiginosa escena de música y baile, y su
conciencia dormía. Con su silencio, pronunciaron
la sentencia de muerte sobre el profeta de Dios para
satisfacer la venganza de una mujer relajada.
Herodes esperó en vano ser dispensado de su
juramento; luego ordenó, de mala gana, la
ejecución del profeta. Pronto fue traída la cabeza
391
de Juan a la presencia del rey y sus huéspedes.
Sellados para siempre estaban aquellos labios que
habían amonestado fielmente a Herodes a que se
apartase de su vida de pecado. Nunca más se oiría
esa voz llamando a los hombres al arrepentimiento.
La orgía de una noche había costado la vida de uno
de los mayores profetas.
¡Cuán a menudo ha sido sacrificada la vida de
los inocentes por la intemperancia de los que
debieran haber sido guardianes de la justicia! El
que lleva a sus labios la copa embriagante se hace
responsable de toda la injusticia que pueda cometer
bajo su poder embotador. Al adormecer sus
sentidos, se incapacita para juzgar serenamente o
para tener una clara percepción de lo bueno y de lo
malo. Prepara el terreno para que por su medio
Satanás oprima y destruya al inocente. "El vino es
escarnecedor, la cerveza alborotadora; y cualquiera
que por ello errare, no será sabio." (Proverbios
20:1) Por esta causa "la justicia se puso lejos; . . . y
el que se apartó del mal, fue puesto en presa."
(Isaías 59:14,15) Los que tienen jurisdicción sobre
la vida de sus semejantes deberían ser tenidos por
392
culpables de un crimen cuando se entregan a la
intemperancia. Todos los que aplican las leyes
deben ser observadores de ellas. Deben ser
hombres que ejerzan dominio propio. Necesitan
tener pleno goce de sus facultades físicas, mentales
y morales, a fin de poseer vigor intelectual y un
alto sentido de la justicia.
La cabeza de Juan el Bautista fue llevada a
Herodías, quien la recibió con feroz satisfacción.
Se regocijaba en su venganza y se lisonjeaba de
que la conciencia de Herodes ya no le perturbaría.
Pero su pecado no le dio felicidad. Su nombre se
hizo notorio y aborrecido, mientras que Herodes
estuvo más atormentado por el remordimiento que
antes por las amonestaciones del profeta. La
influencia de las enseñanzas de Juan no se hundió
en el silencio; había de extenderse a toda
generación hasta el fin de los tiempos.
El pecado de Herodes estaba siempre delante
de él. Constantemente procuraba hallar alivio de
las acusaciones de su conciencia culpable. Su
confianza en Juan era inconmovible. Cuando
393
recordaba su vida de abnegación, sus súplicas
fervientes y solemnes, su sano criterio en los
consejos, y luego recordaba cómo había hallado la
muerte, Herodes no podía encontrar descanso.
Mientras atendía los asuntos del Estado, recibiendo
honores de los hombres, mostraba un rostro
sonriente y un porte digno, pero ocultaba un
corazón ansioso, siempre temeroso de que una
maldición pesara sobre él.
Herodes había quedado profundamente
impresionado por las palabras de Juan, de que nada
puede ocultarse de Dios. Estaba convencido de que
Dios estaba presente en todo lugar, que había
presenciado la orgía de la sala del banquete, que
había oído la orden de decapitar a Juan, y había
visto la alegría de Herodías y el insulto que infligió
a la cercenada cabeza del que la había reprendido.
Y muchas cosas que Herodes había oído de los
labios del profeta hablaban ahora a su conciencia
más distintamente de lo que lo hiciera su
predicación en el desierto.
Cuando Herodes oyó hablar de las obras de
394
Cristo, se perturbó en gran manera. Pensó que Dios
había resucitado a Juan de los muertos, y lo había
enviado con poder aun mayor para condenar el
pecado. Temía constantemente que Juan vengase
su muerte condenándole a él y a su casa. Herodes
estaba cosechando lo que Dios había declarado
resultado de una conducta pecaminosa: "Corazón
tembloroso, y caimiento de ojos, y tristeza de alma:
y tendrás tu vida como colgada delante de ti, y
estarás temeroso de noche y de día, y no confiarás
de tu vida. Por la mañana dirás: ¡Quién diera fuese
la tarde! y a la tarde dirás: ¡Quién diera fuese la
mañana! por el miedo de tu corazón con que
estarás amedrentado, y por lo que verán tus ojos."
(Deuteronomio 28:65-67) Los pensamientos del
pecador son sus acusadores; no podría sufrir tortura
más intensa que los aguijones de una conciencia
culpable, que no le deja descansar ni de día ni de
noche.
Para muchos, un profundo misterio rodea la
suerte de Juan el Bautista. Se preguntan por qué se
le debía dejar languidecer y morir en la cárcel.
Nuestra visión humana no puede penetrar el
395
misterio de esta sombría providencia; pero ésta no
puede conmover nuestra confianza en Dios cuando
recordamos que Juan no era sino partícipe de los
sufrimientos de Cristo. Todos los que sigan a
Cristo llevarán la corona del sacrificio. Serán por
cierto mal comprendidos por los hombres egoístas,
y blanco de los feroces asaltos de Satanás. El reino
de éste se estableció para destruir ese principio de
la abnegación, y peleará contra él dondequiera que
se manifieste.
La niñez, juventud y edad adulta de Juan se
caracterizaron por la firmeza y la fuerza moral.
Cuando su voz se oyó en el desierto diciendo:
"Aparejad el camino del Señor, enderezad sus
veredas,' (Mateo 3:3) Satanás temió por la
seguridad de su reino. El carácter pecaminoso del
pecado se reveló de tal manera que los hombres
temblaron. Quedó quebrantado el poder que
Satanás había ejercido sobre muchos que habían
estado bajo su dominio. Había sido incansable en
sus esfuerzos para apartar al Bautista de una vida
de entrega a Dios sin reserva; pero había fracasado.
No había logrado vencer a Jesús. En la tentación
396
del desierto, Satanás había sido derrotado, y su ira
era grande. Resolvió causar pesar a Cristo hiriendo
a Juan. Iba a hacer sufrir a Aquel a quien no podía
inducir a pecar.
Jesús no se interpuso para librar a su siervo.
Sabía que Juan soportaría la prueba. Gozosamente
habría ido el Salvador a Juan, para alegrar la
lobreguez de la mazmorra con su presencia. Pero
no debía colocarse en las manos de sus enemigos,
ni hacer peligrar su propia misión. Gustosamente
habría librado a su siervo fiel. Pero por causa de los
millares que en años ulteriores debían pasar de la
cárcel a la muerte, Juan había de beber la copa del
martirio. Mientras los discípulos de Jesús
languideciesen en solitarias celdas, o pereciesen
por la espada, el potro o la hoguera, aparentemente
abandonados de Dios y de los hombres, ¡qué apoyo
iba a ser para su corazón el pensamiento de que
Juan el Bautista, cuya fidelidad Cristo mismo había
atestiguado, había experimentado algo similar!
Se le permitió a Satanás abreviar la vida
terrenal del mensajero de Dios; pero el destructor
397
no podía alcanzar esa vida que "está escondida con
Cristo en Dios.' (Colosenses 3:3) Se regocijó por
haber causado pesar a Cristo; pero no había
logrado vencer a Juan. La misma muerte le puso
para siempre fuera del alcance de la tentación. En
su guerra, Satanás estaba revelando su carácter.
Puso de manifiesto, delante del universo que la
presenciaba, su enemistad hacia Dios y el hombre.
Aunque ninguna liberación milagrosa fue
concedida a Juan, no fue abandonado. Siempre
tuvo la compañía de los ángeles celestiales, que le
hacían comprender las profecías concernientes a
Cristo y las preciosas promesas de la Escritura.
Estas eran su sostén, como iban a ser el sostén del
pueblo de Dios a través de los siglos venideros. A
Juan el Bautista, como a aquellos que vinieron
después de él, se aseguró: "He aquí, yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.'
(Mateo 28:20)
Dios no conduce nunca a sus hijos de otra
manera que la que ellos elegirían si pudiesen ver el
fin desde el principio, y discernir la gloria del
398
propósito
que
están
cumpliendo
como
colaboradores suyos. Ni Enoc, que fue trasladado
al cielo, ni Elías, que ascendió en un carro de
fuego, fueron mayores o más honrados que Juan el
Bautista, que pereció solo en la mazmorra. "A
vosotros es concedido por Cristo, no sólo que
creáis en él, sino también que padezcáis por él.'
(Filipenses 1:29) Y de todos los dones que el Cielo
puede conceder a los hombres, la comunión con
Cristo en sus sufrimientos es el más grave
cometido y el más alto honor.
399
Capítulo 23
"El Reino de Dios Está Cerca"
'JESÚS vino a Galilea predicando el evangelio
del reino de Dios, y diciendo: El tiempo es
cumplido, y el reino de Dios está cerca:
arrepentíos, y creed al evangelio.' (Marcos 1:14,15)
La venida del Mesías había sido anunciada
primeramente en Judea. En el templo de Jerusalén,
el nacimiento del precursor había sido predicho a
Zacarías mientras oficiaba ante el altar. En las
colinas de Belén, los ángeles habían proclamado el
nacimiento de Jesús. A Jerusalén habían acudido
los magos a buscarle. En el templo, Simeón y Ana
habían atestiguado su divinidad. Jerusalén y toda
Judea habían escuchado la predicación de Juan el
Bautista; y tanto la diputación del Sanedrín como
la muchedumbre habían oído su testimonio acerca
de Jesús. En Judea, Cristo había reclutado sus
primeros discípulos. Allí había transcurrido gran
parte de los comienzos de su ministerio. La
400
manifestación de su divinidad en la purificación del
templo, sus milagros de sanidad y las lecciones de
divina verdad que procedían de sus labios, todo
proclamaba lo que después de la curación del
paralítico en Betesda había declarado ante el
Sanedrín: su filiación con el Eterno.
Si los dirigentes de Israel hubiesen recibido a
Cristo, los habría honrado como mensajeros suyos
para llevar el Evangelio al mundo. A ellos fue dada
primeramente la oportunidad de ser heraldos del
reino y de la gracia de Dios. Pero Israel no conoció
el tiempo de su visitación. Los celos y la
desconfianza de los dirigentes judíos maduraron en
abierto odio, y el corazón de la gente se apartó de
Jesús.
El Sanedrín había rechazado el mensaje de
Cristo y procuraba su muerte; por tanto, Jesús se
apartó de Jerusalén, de los sacerdotes, del templo,
de los dirigentes religiosos, de la gente que había
sido instruida en la ley, y se dirigió a otra clase
para proclamar su mensaje, y congregar a aquellos
que debían anunciar el Evangelio a todas las
401
naciones.
Así como la luz y la vida de los hombres fue
rechazada por las autoridades eclesiásticas en los
días de Cristo, ha sido rechazada en toda
generación sucesiva. Vez tras vez, se ha repetido la
historia del retiro de Cristo de Judea. Cuando los
reformadores predicaban la palabra de Dios, no
pensaban separarse de la iglesia establecida; pero
los dirigentes religiosos no quisieron tolerar la luz,
y los que la llevaban se vieron obligados a buscar
otra clase, que anhelaba conocer la verdad. En
nuestros días, pocos de los que profesan seguir a
los reformadores están movidos por su espíritu.
Pocos escuchan la voz de Dios y están listos para
aceptar la verdad en cualquier forma que se les
presente. Con frecuencia, los que siguen los pasos
de los reformadores están obligados a apartarse de
las iglesias que aman, para proclamar la clara
enseñanza de la palabra de Dios. Y muchas veces,
los que buscan la luz se ven obligados por la
misma enseñanza a abandonar la iglesia de sus
padres para poder obedecer.
402
Los rabinos de Jerusalén despreciaban a los
habitantes de Galilea por rudos e ignorantes; y, sin
embargo, éstos ofrecían a la obra del Salvador un
campo más favorable que los primeros. Eran más
fervientes y sinceros; menos dominados por el
fanatismo; su mente estaba mejor dispuesta para
recibir la verdad. Al ir a Galilea, Jesús no buscaba
retiro o aislamiento. La provincia estaba habitada
en ese tiempo por una población numerosa, con
mayor mezcla de personas de diversas
nacionalidades que la de Judea.
Mientras Jesús viajaba por Galilea, enseñando
y sanando, acudían a él multitudes de las ciudades
y los pueblos. Muchos venían aun de Judea y de las
provincias adyacentes. Con frecuencia se veía
obligado a ocultarse de la gente. El entusiasmo era
tan grande que le era necesario tomar precauciones,
no fuese que las autoridades romanas se alarmasen
por temor a una insurrección. Nunca antes había
vivido el mundo momentos tales. El cielo había
descendido a los hombres. Almas hambrientas y
sedientas, que habían aguardado durante mucho
tiempo la redención de Israel, se regocijaban ahora
403
en la gracia de un Salvador misericordioso.
La nota predominante de la predicación de
Cristo era: "El tiempo es cumplido, y el reino de
Dios está cerca: arrepentíos, y creed al evangelio."
Así el mensaje evangélico, tal como lo daba el
Salvador mismo, se basaba en las profecías. El
"tiempo" que él declaraba cumplido, era el período
dado a conocer a Daniel por el ángel Gabriel.
"Setenta semanas – dijo el ángel– están
determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa
ciudad, para acabar la prevaricación, y concluir el
pecado, y expiar la iniquidad; y para traer la
justicia de los siglos, y sellar la visión y la profecía,
y ungir al Santo de los santos." (Daniel 9:24) En la
profecía, un día representa un año. (Números
14:34, Ezequiel 4:6) Las setenta semanas, o
cuatrocientos
noventa
días,
representaban
cuatrocientos noventa años. Y se había dado un
punto de partida para este período: "Sepas pues y
entiendas, que desde la salida de la palabra para
restaurar y edificar a Jerusalem hasta el Mesías
Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos
semanas," (Daniel 9:25) sesenta y nueve semanas,
404
es decir, cuatrocientos ochenta y tres años. La
orden de restaurar y edificar a Jerusalén,
completada por el decreto de Artajerjes
Longímano, (Esdras 6:14, 7:1,9) entró a regir en el
otoño del año 457 ant. de C. Desde ese tiempo,
cuatrocientos ochenta y tres años llegan hasta el
otoño del año 27 de J. C. Según la profecía, este
período había de llegar hasta el Mesías, el Ungido.
En el año 27 de nuestra era, Jesús, en ocasión de su
bautismo, recibió la unción del Espíritu Santo, y
poco después empezó su ministerio. Entonces fue
proclamado el mensaje: "El tiempo es cumplido."
Había declarado el ángel: "En otra semana
[siete años] confirmará el pacto a muchos." Por
siete años después que el Salvador empezó su
ministerio, el Evangelio había de ser predicado
especialmente a los judíos; por Cristo mismo
durante tres años y medio, y después por los
apóstoles. "A la mitad de la semana hará cesar el
sacrificio y la ofrenda." () En la primavera del año
31 de nuestra era, Cristo, el verdadero sacrificio,
fue ofrecido en el Calvario. Entonces el velo del
templo se rasgó en dos, demostrando que el
405
significado y el carácter sagrado del ritual de los
sacrificios habían terminado. Había llegado el
tiempo en que debían cesar los sacrificios y las
oblaciones terrenales.
La semana – siete años – terminó en el año 34
de nuestra era. Entonces, por el apedreamiento de
Esteban, los judíos sellaron finalmente su
rechazamiento del Evangelio; los discípulos,
dispersados por la persecución, "iban por todas
partes anunciando la palabra;" (Hechos 8:4) poco
después, se convirtió Saulo el perseguidor, y llegó
a ser Pablo, el apóstol de los gentiles.
El tiempo de la venida de Cristo, su ungimiento
por el Espíritu Santo,8 su muerte y la proclamación
del Evangelio a los gentiles, habían sido indicados
en forma definida. Era privilegio del pueblo judío
comprender estas profecías, y reconocer su
cumplimiento en la misión de Jesús. Cristo instó a
sus discípulos a reconocer la importancia del
estudio de la profecía. Refiriéndose a la que fue
dada a Daniel con respecto a su tiempo, dijo: "El
que lee, entienda." (Mateo 24:15) Después de su
406
resurrección, explicó a los discípulos en "todos los
profetas" "lo que de él decían." (Lucas 24:27) El
Salvador había hablado por medio de todos los
profetas. "El espíritu de Cristo que estaba en ellos"
"prenunciaba las aflicciones que habían de venir a
Cristo, y las glorias después de ellas.' (1 Pedro
1:11)
Fue Gabriel, el ángel que sigue en jerarquía al
Hijo de Dios, quien trajo el mensaje divino a
Daniel. Fue a Gabriel, "su ángel," a quien envió
Cristo para revelar el futuro al amado Juan; y se
pronuncia una bendición sobre aquellos que leen y
oyen las palabras de la profecía y guardan las cosas
en ella escritas. (Apocalipsis 1:3)
"No hará nada el Señor Jehová, sin que revele
su secreto a sus siervos los profetas." Aunque "las
cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios, . .
. las reveladas son para nosotros y para nuestros
hijos por siempre.' (Amós 3:7, Deuteronomio
29:29) Dios nos ha dado estas cosas, y su
bendición acompañará al estudio reverente, con
oración, de las escrituras proféticas.
407
Así como el mensaje del primer advenimiento
de Cristo anunciaba el reino de su gracia, el
mensaje de su segundo advenimiento anuncia el
reino de su gloria. El segundo mensaje, como el
primero, está basado en las profecías. Las palabras
del ángel a Daniel acerca de los últimos días, serán
comprendidas en el tiempo del fin. En ese tiempo,
"muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia
será aumentada." (Daniel 12:4) "Los impíos
obrarán impíamente, y ninguno de los impíos
entenderá, pero entenderán los entendidos."
(Daniel 12:10) El Salvador mismo anunció señales
de su venida y dijo: "Cuando viereis hacerse estas
cosas, entended que está cerca el reino de Dios."
"Y mirad por vosotros, que vuestros corazones no
sean cargados de glotonería y embriaguez, y de los
cuidados de esta vida, y venga de repente sobre
vosotros aquel día." "Velad pues, orando en todo
tiempo, que seáis tenidos por dignos de evitar todas
estas cosas que han de venir y de estar en pie
delante del Hijo del hombre." (Lucas 21:31,34,36)
Hemos llegado al período predicho en estos
408
pasajes. El tiempo del fin ha llegado, las visiones
de los profetas están deselladas, y sus solemnes
amonestaciones nos indican que la venida de
nuestro Señor en gloria está cercana.
Los judíos interpretaron erróneamente y
aplicaron mal la palabra de Dios, y no reconocieron
el tiempo de su visitación. Esos años del ministerio
de Cristo y sus apóstoles -los preciosos últimos
años de gracia concedidos al pueblo escogido- los
dedicaron a tramar la destrucción de los mensajeros
del Señor. Las ambiciones terrenales los
absorbieron, y el ofrecimiento del reino espiritual
les fue hecho en vano. Así también hoy el reino de
este mundo absorbe los pensamientos de los
hombres, y no toman nota de las profecías que se
cumplen rápidamente y de los indicios de que el
reino de Dios llega presto.
"Mas vosotros, hermanos, no estáis en
tinieblas, para que aquel día os sobrecoja como
ladrón; porque todos vosotros sois hijos de luz, e
hijos del día; no somos de la noche, ni de las
tinieblas." Aunque no sabemos la hora en que ha de
409
volver nuestro Señor, podemos saber que está
cerca. "Por tanto, no durmamos como los demás;
antes
velemos
y
seamos
sobrios." (1
Tesalonicenses 5:4-6)
410
Capítulo 24
"¿No es Este el Hijo del
Carpintero?"
UNA SOMBRA cruzó los agradables días del
ministerio de Cristo en Galilea. La gente de
Nazaret le rechazó. "¿No es éste el hijo del
carpintero?" decía.
Durante su niñez y juventud, Jesús había
adorado entre sus hermanos en la sinagoga de
Nazaret. Desde que iniciara su ministerio, había
estado ausente, pero ellos no ignoraban lo que le
había acontecido. Cuando volvió a aparecer entre
ellos, su interés y expectativa se avivaron en sumo
grado. Allí estaban las caras familiares de aquellos
a quienes conociera desde la infancia. Allí estaban
su madre, sus hermanos y hermanas, y todos los
ojos se dirigieron a él cuando entró en la sinagoga
el sábado y ocupó su lugar entre los adoradores.
En el culto regular del día, el anciano leyó de
411
los profetas, y exhortó a la gente a esperar todavía
al que había de venir, al que iba a introducir un
reino glorioso y desterrar toda la opresión.
Repasando la evidencia de que la venida del
Mesías estaba cerca, procuró alentar a sus oyentes.
Describió la gloria de su advenimiento, recalcando
la idea de que aparecería a la cabeza de ejércitos
para librar a Israel.
Cuando un rabino estaba presente en la
sinagoga, se esperaba que diese el sermón, y
cualquier israelita podía hacer la lectura de los
profetas. En ese sábado, se pidió a Jesús que
tomase parte en el culto. "Se levantó a leer. Y fuéle
dado el libro del profeta Isaías." Según se lo
comprendía, el pasaje por él leído se refería al
Mesías: "El espíritu del Señor es sobre mí,
por cuanto me ha ungido para dar buenas
nuevas a los pobres:
me ha enviado para sanar a los que brantados
de corazón;
para pregonar a los cautivos libertad,
y a los ciegos vista;
paraponer en libertad a los que brantados:
412
para predicar el año agradable del Señor."
"Y rollando el libro, lo dio al ministro, . . . y los
ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él.... Y
todos le daban testimonio, y estaban maravillados
de las palabras de gracia que salían de su boca."
Jesús estaba delante de la gente como
exponente vivo de las profecías concernientes a él
mismo. Explicando las palabras que había leído,
habló del Mesías como del que había de aliviar a
los oprimidos, libertar a los cautivos, sanar a los
afligidos, devolver la vista a los ciegos y revelar al
mundo la luz de la verdad. Su actitud
impresionante y el maravilloso significado de sus
palabras conmovieron a los oyentes con un poder
que nunca antes habían sentido. El flujo de la
influencia divina quebrantó toda barrera; como
Moisés, contemplaban al Invisible. Mientras sus
corazones estaban movidos por el Espíritu Santo,
respondieron con fervientes amenes y alabaron al
Señor.
Pero cuando Jesús anunció: "Hoy se ha
cumplido esta Escritura en vuestros oídos," se
413
sintieron inducidos repentinamente a pensar en sí
mismos y en los asertos de quien les dirigía la
palabra. Ellos, israelitas, hijos de Abrahán, habían
sido representados como estando en servidumbre.
Se les hablaba como a presos que debían ser
librados del poder del mal; como si habitasen en
tinieblas, necesitados de la luz de la verdad. Su
orgullo se ofendió, y sus recelos se despertaron.
Las palabras de Jesús indicaban que la obra que iba
a hacer en su favor era completamente diferente de
lo que ellos deseaban. Tal vez iba a investigar sus
acciones con demasiado detenimiento. A pesar de
su meticulosidad en las ceremonias externas,
rehuían la inspección de aquellos ojos claros y
escrutadores.
¿Quién es este Jesús? preguntaron. El que se
había arrogado la gloria del Mesías era el hijo de
un carpintero, y había trabajado en su oficio con su
padre José. Le habían visto subiendo y bajando
trabajosamente por las colinas; conocían a sus
hermanos y hermanas, su vida y sus ocupaciones.
Le habían visto convertirse de niño en adolescente,
y de adolescente en hombre. Aunque su vida había
414
sido intachable, no querían creer que fuese el
Prometido.
¡Qué contraste entre su enseñanza acerca del
nuevo reino y lo que habían oído decir a su anciano
rabino! Nada había dicho Jesús acerca de librarlos
de los romanos. Habían oído hablar de sus
milagros, y esperaban que su poder se ejerciese en
beneficio de ellos; pero no habían visto indicación
de semejante propósito.
Al abrir la puerta a la duda, y por haberse
enternecido momentáneamente, sus corazones se
fueron endureciendo tanto más. Satanás estaba
decidido a que los ojos ciegos no fuesen abiertos
ese día, ni libertadas las almas aherrojadas en la
esclavitud. Con intensa energía, obró para
aferrarlas en su incredulidad. No tuvieron en
cuenta la señal ya dada, cuando fueron conmovidos
por la convicción de que era su Redentor quien se
dirigía a ellos.
Pero Jesús les dio entonces una evidencia de su
divinidad revelando sus pensamientos secretos. Les
415
dijo: "Sin duda me diréis este refrán: Médico,
cúrate a ti mismo: de tantas cosas que hemos oído
haber sido hechas en Capernaúm, haz también aquí
en tu tierra. Y dijo: De cierto os digo, que ningún
profeta es acepto en su tierra. Mas en verdad os
digo, que muchas viudas había en Israel en los días
de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y
seis meses, que hubo una grande hambre en toda la
tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías,
sino a Sarepta de Sidón, a una mujer viuda. Y
muchos leprosos había en Israel en tiempo del
profeta Eliseo; mas ninguno de ellos fue limpio,
sino Naamán el siro."
Por esta relación de sucesos ocurridos en la
vida de los profetas, Jesús hizo frente a las dudas
de sus oyentes. A los siervos a quienes Dios había
escogido para una obra especial, no se les permitió
trabajar por la gente de corazón duro e incrédula.
Pero los que tenían corazón para sentir y fe para
creer se vieron especialmente favorecidos por las
evidencias de su poder mediante los profetas. En
los días de Elías, Israel se había apartado de Dios.
Se aferraba a sus pecados y rechazaba las
416
amonestaciones del Espíritu enviadas por medio de
los mensajeros del Señor. Así se había apartado del
conducto por medio del cual podía recibir la
bendición de Dios. El Señor pasó por alto las casas
de Israel, y halló refugio para su siervo en una
tierra pagana, en la casa de una mujer que no
pertenecía al pueblo escogido. Pero ella fue
favorecida porque seguía la luz que había recibido,
y su corazón estaba abierto para recibir la mayor
luz que Dios le enviaba mediante su profeta.
Por esta misma razón, los leprosos de Israel
fueron pasados por alto en tiempo de Eliseo. Pero
Naamán, noble pagano que había sido fiel a sus
convicciones de lo recto y había sentido su gran
necesidad de ayuda, estaba en condición de recibir
los dones de la gracia de Dios. No solamente fue
limpiado de su lepra, sino también bendecido con
un conocimiento del verdadero Dios.
Nuestra situación delante de Dios depende, no
de la cantidad de luz que hemos recibido, sino del
empleo que damos a la que tenemos. Así, aun los
paganos que eligen lo recto en la medida en que lo
417
pueden distinguir, están en una condición más
favorable que aquellos que tienen gran luz y
profesan servir a Dios, pero desprecian la luz y por
su vida diaria contradicen su profesión de fe.
Las palabras de Jesús a sus oyentes en la
sinagoga llegaron a la raíz de su justicia propia,
haciéndoles sentir la amarga verdad de que se
habían apartado de Dios y habían perdido su
derecho a ser su pueblo. Cada palabra cortaba
como un cuchillo, mientras Jesús les presentaba su
verdadera condición. Ahora despreciaban la fe que
al principio les inspirara. No querían admitir que
Aquel que había surgido de la pobreza y la
humildad fuese otra cosa que un hombre común.
Su incredulidad engendró malicia. Satanás los
dominó, y con ira clamaron contra el Salvador. Se
habían apartado de Aquel cuya misión era sanar y
restaurar; y ahora manifestaban los atributos del
destructor.
Cuando Jesús se refirió a las bendiciones dadas
a los gentiles, el fiero orgullo nacional de sus
418
oyentes despertó, y las palabras de él se ahogaron
en un tumulto de voces. Esa gente se había jactado
de guardar la ley; pero ahora que veía ofendidos
sus prejuicios, estaba lista para cometer homicidio.
La asamblea se disolvió, y empujando a Jesús, le
echó de la sinagoga y de la ciudad. Todos parecían
ansiosos de matarle. Le llevaron hasta la orilla de
un precipicio, con la intención de despeñarle.
Gritos y maldiciones llenaban el aire. Algunos le
tiraban piedras, cuando repentinamente desapareció
de entre ellos. Los mensajeros celestiales que
habían estado a su lado en la sinagoga estaban con
él en medio de la muchedumbre enfurecida. Le
resguardaron de sus enemigos y le condujeron a un
lugar seguro.
También los ángeles habían protegido a Lot y
le habían conducido en salvo de en medio de
Sodoma. Así protegieron a Eliseo en la pequeña
ciudad de la montaña. Cuando las colinas
circundantes estaban ocupadas por caballos y
carros del rey de Siria, y por la gran hueste de sus
hombres armados, Eliseo contempló las laderas
más cercanas cubiertas con los ejércitos de Dios:
419
caballos y carros de fuego en derredor del siervo
del Señor.
Así, en todas las edades, los ángeles han estado
cerca de los fieles que siguieran a Cristo. La vasta
confederación del mal está desplegada contra todos
aquellos que quisieren vencer; pero Cristo quiere
que miremos las cosas que no se ven, los ejércitos
del cielo acampados en derredor de los que aman a
Dios, para librarlos. De qué peligros, vistos o no
vistos, hayamos sido salvados por la intervención
de los ángeles, no lo sabremos nunca hasta que a la
luz de la eternidad veamos las providencias de
Dios. Entonces sabremos que toda la familia del
cielo estaba interesada en la familia de esta tierra, y
que los mensajeros del trono de Dios acompañaban
nuestros pasos día tras día.
Cuando en la sinagoga Jesús leyó la profecía,
se detuvo antes de la especificación final referente
a la obra del Mesías. Habiendo leído las palabras:
"A proclamar año de la buena voluntad de Jehová,"
omitió la frase: "Y día de venganza del Dios
nuestro.' (Isaías 61:32) Esta frase era tan cierta
420
como la primera de la profecía, y con su silencio
Jesús no negó la verdad. Pero sus oyentes se
deleitaban en espaciarse en esa última expresión, y
deseaban
ansiosamente
su
cumplimiento.
Pronunciaban juicios contra los paganos, no
discerniendo que su propia culpa era mayor que la
de los demás. Ellos mismos estaban en la más
profunda necesidad de la misericordia que estaban
tan listos para negar a los paganos. Ese día en la
sinagoga, cuando Jesús se levantó entre ellos,
tuvieron oportunidad de aceptar el llamamiento del
cielo. Aquel que "es amador de misericordia,"
(Miqueas 7:18) anhelaba salvarlos de la ruina que
sus pecados atraían.
No iba a abandonarlos sin llamarlos una vez
más al arrepentimiento. Hacia la terminación de su
ministerio en Galilea, volvió a visitar el hogar de
su niñez. Desde que se le rechazara allí, la fama de
su predicación y sus milagros había llenado el país.
Nadie podía negar ahora que poseía un poder más
que humano. Los habitantes de Nazaret sabían que
iba haciendo bienes y sanando a todos los
oprimidos del diablo. Alrededor de ellos había
421
pueblos enteros donde no se oía un gemido de
enfermedad en ninguna casa; porque él había
pasado por allí, sanando a todos sus enfermos. La
misericordia revelada en todo acto de su vida
atestiguaba su ungimiento divino.
Otra vez, mientras escuchaban sus palabras, los
nazarenos fueron movidos por el Espíritu divino.
Pero tampoco entonces quisieron admitir que ese
hombre, que se había criado entre ellos, era mayor
que ellos o diferente. Todavía sentían el amargo
recuerdo de que, mientras aseveraba ser el
Prometido, les había negado un lugar con Israel;
porque les había demostrado que eran menos
dignos del favor de Dios que una mujer y un
hombre paganos. Por ello, aunque se preguntaban:
"¿De dónde tiene éste esta sabiduría, y estas
maravillas?" no le quisieron recibir como el Cristo
divino. Por causa de su incredulidad, el Salvador
no pudo hacer muchos milagros entre ellos. Tan
sólo algunos corazones fueron abiertos a su
bendición, y con pesar se apartó, para no volver
nunca.
422
La incredulidad, una vez albergada, continuó
dominando a los hombres de Nazaret. Así dominó
al Sanedrín y la nación. Para los sacerdotes y la
gente, el primer rechazamiento de la demostración
del Espíritu Santo fue el principio del fin. A fin de
demostrar que su primera resistencia era correcta,
continuaron desde entonces cavilando en las
palabras de Cristo. Su rechazamiento del Espíritu
culminó en la cruz del Calvario, en la destrucción
de su ciudad, en la dispersión de la nación a los
vientos del cielo.
¡Oh, cuánto anhelaba Cristo revelar a Israel los
preciosos tesoros de la verdad! Pero tal era su
ceguera espiritual que fue imposible revelarle las
verdades relativas a su reino. Se aferraron a su
credo y a sus ceremonias inútiles, cuando la verdad
del cielo aguardaba su aceptación. Gastaban su
dinero en tamo y hojarasca, cuando el pan de vida
estaba a su alcance. ¿Por qué no fueron a la Palabra
de Dios, para buscar diligentemente y ver si
estaban en error? Las escrituras del Antiguo
Testamento presentaban claramente todo detalle
423
del ministerio de Cristo, y repetidas veces citaba él
de los profetas y decía: "Hoy se ha cumplido esta
escritura en vuestros oídos." Si ellos hubiesen
escudriñado
honradamente
las
Escrituras,
sometiendo sus teorías a la prueba de la Palabra de
Dios, Jesús no habría necesitado llorar por su
impenitencia. No habría necesitado declarar: "He
aquí vuestra casa os es dejada desierta." (Lucas
13:35) Podrían haber conocido las evidencias de su
carácter de Mesías, y la calamidad que arruinó su
orgullosa ciudad podría haber sido evitada. Pero las
miras de los judíos se habían estrechado por su
fanatismo irracional. Las lecciones de Cristo
revelaban sus deficiencias de carácter y exigían
arrepentimiento. Si ellos aceptaban estas
enseñanzas, debían cambiar sus prácticas y
abandonar las esperanzas que habían acariciado. A
fin de ser honrados por el Cielo, debían sacrificar
la honra de los hombres. Si obedecían a las
palabras de este nuevo rabino, debían ir contra las
opiniones de los grandes pensadores y maestros de
aquel tiempo.
La verdad era impopular en el tiempo de Cristo.
424
Es impopular en el nuestro. Lo fue desde que por
primera vez Satanás la hizo desagradable al
hombre, presentándole fábulas que conducen a la
exaltación propia. ¿No encontramos hoy teorías y
doctrinas que no tienen fundamento en la Palabra
de Dios? Los hombres se aferran hoy tan
tenazmente a ellas como los judíos a sus
tradiciones.
Los dirigentes judíos estaban llenos de orgullo
espiritual. Su deseo de glorificar al yo se
manifestaba aun en el ritual del santuario. Amaban
los lugares destacados en la sinagoga, y los saludos
en las plazas; les halagaba el sonido de los títulos
en labios de los hombres. A medida que la
verdadera piedad declinaba entre ellos, se volvían
más celosos de sus tradiciones y ceremonias.
Por cuanto el prejuicio egoísta había
obscurecido su entendimiento, no podían
armonizar el poder de las convincentes palabras de
Cristo con la humildad de su vida. No apreciaban
el hecho de que la verdadera grandeza no necesita
ostentación externa. La pobreza de ese hombre
425
parecía completamente opuesta a su aserto de ser el
Mesías. Se preguntaban: Si es lo que dice ser, ¿por
qué es tan modesto? Si prescindía de la fuerza de
las armas, ¿qué llegaría a ser de su nación? ¿Cómo
se lograría que el poder y la gloria tanto tiempo
esperados convertiesen a las naciones en súbditas
de la ciudad de los judíos? ¿No habían enseñado
los sacerdotes que Israel debía gobernar sobre toda
la tierra? ¿Era posible que los grandes maestros
religiosos estuviesen en error?
Pero no fue simplemente la ausencia de gloria
externa en la vida de Jesús lo que indujo a los
judíos a rechazarle. Era él la personificación de la
pureza, y ellos eran impuros. Moraba entre los
hombres como ejemplo de integridad inmaculada.
Su vida sin culpa hacía fulgurar la luz sobre sus
corazones. Su sinceridad revelaba la falta de
sinceridad de ellos. Ponía de manifiesto el carácter
huero de su piedad presuntuosa, y les revelaba la
iniquidad en toda su odiosidad. Esa luz no era
bienvenida para ellos.
Si Cristo hubiese encauzado la atención general
426
hacia los fariseos y ensalzado su saber y piedad, le
habrían recibido con gozo. Pero cuando hablaba
del reino de Dios como dispensación de
misericordia para toda la humanidad, presentaba
una fase de la religión que ellos no querían tolerar.
Su propio ejemplo y enseñanza no habían tendido
nunca a hacer deseable el servicio de Dios. Cuando
veían a Jesús prestar atención a aquellos a quienes
ellos odiaban y repelían, se excitaban las peores
pasiones de sus orgullosos corazones. Con toda su
jactancia de que bajo el "León de la tribu de Judá"
(Apocalipsis 5:5) Israel sería exaltado a la
preeminencia sobre todas las naciones, podrían
haber soportado la defraudación de sus ambiciosas
esperanzas mejor que la reprensión de sus pecados
de parte de Cristo y el oprobio que sentían en
presencia de su pureza.
427
Capítulo 25
El Llamamiento a Orillas del
Mar
AMANECÍA sobre el mar de Galilea. Los
discípulos, cansados por una noche infructuosa,
estaban todavía en sus barcos pesqueros bogando
sobre el lago. Jesús volvía de pasar una hora
tranquila a orillas del agua. Había esperado
hallarse, durante unos cortos momentos de la
madrugada, aliviado de la multitud que le seguía
día tras día. Pero pronto la gente empezó a reunirse
alrededor de él. La muchedumbre aumentó
rápidamente, hasta apremiarle de todas partes.
Mientras tanto, los discípulos habían vuelto a
tierra. A fin de escapar a la presión de la multitud,
Jesús entró en el barco de Pedro y le pidió a éste
que se apartase un poquito de la orilla. Desde allí,
Jesús podía ser visto y oído mejor por todos, y
desde el barco enseñó a la muchedumbre reunida
en la ribera.
428
¡Qué escena para la contemplación de los
ángeles: su glorioso General, sentado en un barco
de pescadores, mecido de aquí para allá por las
inquietas olas y proclamando las buenas nuevas de
la salvación a una muchedumbre atenta que se
apiñaba hasta la orilla del agua! El Honrado del
cielo estaba declarando al aire libre a la gente
común las grandes cosas de su reino. Sin embargo,
no podría haber tenido un escenario más adecuado
para sus labores. El lago, las montañas, los campos
extensos, el sol que inundaba la tierra, todo le
proporcionaba objetos con que ilustrar sus
lecciones y grabarlas en las mentes. Y ninguna
lección de Cristo quedaba sin fruto. Todo mensaje
de sus labios llegaba a algún alma como palabra de
vida eterna.
Con cada momento que transcurría, aumentaba
la multitud. Había ancianos apoyados en sus
bastones, robustos campesinos de las colinas,
pescadores que volvían de sus tareas en el lago,
mercaderes y rabinos, ricos y sabios, jóvenes y
viejos, que traían sus enfermos y dolientes y se
agolpaban para oír las palabras del Maestro divino.
429
Escenas como ésta habían mirado de antemano los
profetas, y escribieron:
"¡La tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí,
hacia la mar, más allá del Jordán,
Galilea de las naciones;
el pueblo que estaba sentado en tinieblas ha
visto gran luz,
y a los sentados en la región y sombra de
muerte
luz les ha resplandecido."
En su sermón, Jesús tenía presentes otros
auditorios, además de la muchedumbre que estaba
a orillas de Genesaret. Mirando a través de los
siglos, vio a sus fieles en cárceles y tribunales, en
tentación, soledad y aflicción. Cada escena de
gozo, o conflicto y perplejidad, le fue presentada.
En las palabras dirigidas a los que le rodeaban,
decía también a aquellas otras almas las mismas
palabras que les habrían de llegar como mensaje de
esperanza en la prueba, de consuelo en la tristeza y
de luz celestial en las tinieblas. Mediante el
Espíritu Santo, esa voz que hablaba desde el barco
430
de pesca en el mar de Galilea, sería oída e
infundiría paz a los corazones humanos hasta el fin
del tiempo.
Terminado el discurso, Jesús se volvió a Pedro
y le ordenó que se dirigiese mar adentro y echase la
red. Pero Pedro estaba descorazonado. En toda la
noche no había pescado nada. Durante las horas de
soledad, se había acordado de la suerte de Juan el
Bautista, que estaba languideciendo solo en su
mazmorra. Había pensado en las perspectivas que
se ofrecían a Jesús y sus discípulos, en el fracaso
de la misión en Judea y en la maldad de los
sacerdotes y rabinos. Aun su propia ocupación le
había fallado; y mientras miraba sus redes vacías,
el futuro le parecía obscuro. Dijo: "Maestro,
habiendo trabajado toda la noche, nada hemos
tomado, mas en tu palabra echaré la red."
La noche era el único tiempo favorable para
pescar con redes en las claras aguas del lago.
Después de trabajar toda la noche sin éxito, parecía
una empresa desesperada echar la red de día. Pero
Jesús había dado la orden, y el amor a su Maestro
indujo a los discípulos a obedecerle. Juntos, Simón
431
y su hermano, dejaron caer la red. Al intentar
sacarla, era tan grande la cantidad de peces que
encerraba que empezó a romperse. Se vieron
obligados a llamar a Santiago y Juan en su ayuda.
Cuando hubieron asegurado la pesca, ambos barcos
estaban tan cargados que corrían peligro de
hundirse.
Pero Pedro ya no pensaba en los barcos ni en su
carga. Este milagro, más que cualquier otro que
hubiese presenciado era para él una manifestación
del poder divino. En Jesús vio a Aquel que tenía
sujeta toda la naturaleza bajo su dominio. La
presencia de la divinidad revelaba su propia falta
de santidad. Le vencieron el amor a su Maestro, la
vergüenza por su propia incredulidad, la gratitud
por la condescendencia de Cristo, y sobre todo el
sentimiento de su impureza frente a la pureza
infinita. Mientras sus compañeros estaban
guardando el contenido de la red, Pedro cayó a los
pies del Salvador, exclamando: "Apártate de mí,
Señor, porque soy hombre pecador."
Era la misma presencia de la santidad divina la
432
que había hecho caer al profeta Daniel como
muerto delante del ángel de Dios. El dijo: "Mi
fuerza se me trocó en desmayo, sin retener vigor
alguno." Así también cuando Isaías contempló la
gloria del Señor, exclamó: "¡Ay de mí! que soy
muerto; que siendo hombre inmundo de labios, y
habitando en medio de pueblo que tiene labios
inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los
ejércitos." (Daniel 10:8, Isaías 6:5) La humanidad,
con su debilidad y pecado, se hallaba en contraste
con la perfección de la divinidad, y él se sentía
completamente deficiente y falto de santidad. Así
les ha sucedido a todos aquellos a quienes fue
otorgada una visión de la grandeza y majestad de
Dios.
Pedro exclamó: "Apártate de mí, Señor, porque
soy hombre pecador." Sin embargo, se aferraba a
los pies de Jesús, sintiendo que no podía separarse
de él. El Salvador contestó: "No temas: desde
ahora pescarás hombres." Fue después que Isaías
hubo contemplado la santidad de Dios y su propia
indignidad, cuando le fue confiado el mensaje
divino. Después que Pedro fuera inducido a
433
negarse a sí mismo y a confiar en el poder divino
fue cuando se le llamó a trabajar para Cristo.
Hasta entonces, ninguno de los discípulos se
había unido completamente a Jesús como
colaborador suyo. Habían presenciado muchos de
sus milagros, y habían escuchado su enseñanza;
pero no habían abandonado totalmente su empleo
anterior. El encarcelamiento de Juan el Bautista
había sido para todos ellos una amarga desilusión.
Si tal había de ser el resultado de la misión de Juan,
no podían tener mucha esperanza respecto a su
Maestro, contra el cual estaban combinados todos
los dirigentes religiosos. En esas circunstancias, les
había sido un alivio volver por un corto tiempo a su
pesca. Pero ahora Jesús los llamaba a abandonar su
vida anterior, y a unir sus intereses con los suyos.
Pedro había aceptado el llamamiento. Llegando a
la orilla, Jesús invitó a los otros tres discípulos
diciéndoles: "Venid en pos de mí, y os haré
pescadores de hombres." Inmediatamente lo
dejaron todo, y le siguieron.
Antes
de
pedir
a
434
los
discípulos
que
abandonasen sus redes y barcos, Jesús les había
dado la seguridad de que Dios supliría sus
necesidades. El empleo del esquife de Pedro para la
obra del Evangelio había sido ricamente
recompensado. El que es rico "para con todos los
que le invocan" dijo: "Dad, y se os dará; medida
buena, apretada, remecida, y rebosando.' (Romanos
10:12, Lucas 6:38) Según esta medida había
recompensado el servicio de sus discípulos. Y todo
sacrificio hecho en su ministerio será
recompensado conforme a "las abundantes riquezas
de su gracia." (Efesios 3:20, 2:7)
Durante aquella triste noche pasada en el lago,
mientras estaban separados de Cristo, los
discípulos se vieron acosados por la incredulidad y
el cansancio de un trabajo infructuoso. Pero su
presencia reanimó su fe y les infundió gozo y éxito.
Así también sucede con nosotros; separados de
Cristo, nuestro trabajo es infructuoso, y es fácil
desconfiar y murmurar. Pero cuando él está cerca y
trabajamos bajo su dirección, nos regocijarnos en
la evidencia de su poder. Es obra de Satanás
desalentar al alma, y es obra de Cristo inspirarle fe
435
y esperanza.
La lección más profunda que el milagro
impartió a los discípulos, es una lección para
nosotros también; a saber, que Aquel cuya palabra
juntaba los peces de la mar podía impresionar los
corazones humanos y atraerlos con las cuerdas de
su amor, para que sus siervos fuesen "pescadores
de hombres.'
Eran hombres humildes y sin letras aquellos
pescadores de Galilea; pero Cristo, la luz del
mundo, tenía abundante poder para prepararlos
para la posición a la cual los había llamado. El
Salvador no menospreciaba la educación; porque,
cuando está regida por el amor de Dios y
consagrada a su servicio, la cultura intelectual es
una bendición. Pero pasó por alto a los sabios de su
tiempo, porque tenían tanta confianza en sí
mismos, que no podían simpatizar con la
humanidad doliente y hacerse colaboradores con el
Hombre de Nazaret. En su intolerancia, tuvieron en
poco el ser enseñados por Cristo. El Señor Jesús
busca la cooperación de los que quieran ser
436
conductos limpios para la comunicación de su
gracia. Lo primero que deben aprender todos los
que quieran trabajar con Dios, es la lección de
desconfianza en sí mismos; entonces estarán
preparados para que se les imparta el carácter de
Cristo. Este no se obtiene por la educación en las
escuelas más científicas. Es fruto de la sabiduría
que se obtiene únicamente del Maestro divino.
Jesús eligió a pescadores sin letras porque no
habían sido educados en las tradiciones y
costumbres erróneas de su tiempo. Eran hombres
de capacidad innata, humildes y susceptibles de ser
enseñados; hombres a quienes él podía educar para
su obra. En las profesiones comunes de la vida, hay
muchos hombres que cumplen sus trabajos diarios,
inconscientes de que poseen facultades que, si
fuesen puestas en acción, los pondrían a la altura
de los hombres más estimados del mundo. Se
necesita el toque de una mano hábil para despertar
estas facultades dormidas. A hombres tales llamó
Jesús para que fuesen sus colaboradores; y les dio
las ventajas de estar asociados con él. Nunca
tuvieron los grandes del mundo un maestro
437
semejante. Cuando los discípulos terminaron su
período de preparación con el Salvador, no eran ya
ignorantes y sin cultura; habían llegado a ser como
él en mente y carácter, y los hombres se dieron
cuenta de que habían estado con Jesús.
No es la obra más elevada de la educación el
comunicar meramente conocimientos, sino el
impartir aquella energía vivificadora que se recibe
por el contacto de la mente con la mente y del alma
con el alma. Únicamente la vida puede engendrar
vida. ¡Qué privilegio fue el de aquellos que,
durante tres años, estuvieron en contacto diario con
aquella vida divina de la cual había fluido todo
impulso vivificador que bendijera al mundo! Más
que todos sus compañeros, Juan, el discípulo
amado, cedió al poder de esa vida maravillosa.
Dice: "La vida fue manifestada, y vimos, y
manifestamos, y os anunciamos aquella vida
eterna, la cual estaba con el Padre, y nos ha
aparecido" "De su plenitud tomamos todos, y
gracia por gracia." (1 Juan 1:2, Juan 1:16)
En los apóstoles de nuestro Señor no había
438
nada que les pudiera reportar gloria. Era evidente
que el éxito de sus labores se debía únicamente a
Dios. La vida de estos hombres, el carácter que
adquirieron y la poderosa obra que Dios realizó
mediante ellos, atestiguan lo que él hará por
aquellos que reciban sus enseñanzas y sean
obedientes.
El que más ame a Cristo hará la mayor suma de
bien. No tiene límite la utilidad de aquel que,
poniendo el yo a un lado, deja obrar al Espíritu
Santo en su corazón, y vive una vida
completamente consagrada a Dios. Con tal que los
hombres estén dispuestos a soportar la disciplina
necesaria, sin quejarse ni desmayar por el camino,
Dios les enseñará hora por hora, día tras día. El
anhela revelar su gracia. Con tal que los suyos
quieran quitar los obstáculos, él derramará las
aguas de salvación en raudales abundantes
mediante los conductos humanos. Si los hombres
de vida humilde fuesen estimulados a hacer todo el
bien que podrían hacer, y ninguna mano
refrenadora reprimiese su celo, habría cien
personas trabajando para Cristo donde hay
439
actualmente una sola.
Dios toma a los hombres como son, y los educa
para su servicio, si quieren entregarse a él. El
Espíritu de Dios, recibido en el alma, vivificará
todas sus facultades. Bajo la dirección del Espíritu
Santo, la mente consagrada sin reserva a Dios, se
desarrolla armoniosamente y se fortalece para
comprender y cumplir los requerimientos de Dios.
El carácter débil y vacilante se transforma en un
carácter fuerte y firme. La devoción continua
establece una relación tan íntima entre Jesús y su
discípulo, que el cristiano llega a ser semejante a
Cristo en mente y carácter. Mediante su relación
con Cristo, tendrá miras más claras y más amplias.
Su discernimiento será más penetrante, su juicio
mejor equilibrado. El que anhela servir a Cristo
queda tan vivificado por el poder del Sol de
justicia, que puede llevar mucho fruto para gloria
de Dios.
Hombres de la más alta educación en las artes y
las ciencias han aprendido preciosas lecciones de
los cristianos de vida humilde a quienes el mundo
440
llamaba ignorantes. Pero estos obscuros discípulos
habían obtenido su educación en la más alta de
todas las escuelas: Se habían sentado a los pies de
Aquel que habló como "jamás habló hombre
alguno."
441
Capítulo 26
En Capernaúm
DURANTE los intervalos que transcurrían
entre sus viajes de un lugar a otro, Jesús moraba en
Capernaúm, y esta localidad llegó a ser conocida
como "su ciudad." Estaba a orillas del mar de
Galilea, y cerca de los confines de la hermosa
llanura de Genesaret, si no en realidad sobre ella.
La profunda depresión del lago da a la llanura
que rodea sus orillas el agradable clima del sur.
Allí prosperaban en los días de Cristo la palmera y
el olivo; había huertos y viñedos, campos verdes y
abundancia de flores para matizarlos alegremente,
todo regado por arroyos cristalinos que brotaban de
las peñas. Las orillas del lago y los collados que lo
rodeaban a corta distancia, estaban tachonados de
aldeas y pueblos. El lago estaba cubierto de barcos
pesqueros. Por todas partes, se notaba la agitación
de una vida activa.
442
Capernaúm misma se prestaba muy bien para
ser el centro de la obra del Salvador. Como se
encontraba sobre el camino de Damasco a
Jerusalén y Egipto y al mar Mediterráneo, era un
punto de mucho tránsito. Gente de muchos países
pasaba por la ciudad, o quedaba allí a descansar en
sus viajes de un punto a otro. Allí Jesús podía
encontrarse con representantes de todas las
naciones y de todas las clases sociales, tanto ricos y
encumbrados, como pobres y humildes, y sus
lecciones serían llevadas a otras naciones y a
muchas familias. Así se fomentaría la investigación
de las profecías, la atención sería atraída al
Salvador, y su misión sería presentada al mundo.
A pesar de la acción del Sanedrín contra Jesús,
la gente esperaba ávidamente el desarrollo de su
misión. Todo el cielo estaba conmovido de interés.
Los ángeles estaban preparando el terreno para su
ministerio, obrando en los corazones humanos y
atrayéndolos al Salvador.
En Capernaúm, el hijo del noble a quien Cristo
había sanado era un testigo de su poder. Y el oficial
443
de la corte y su familia testificaban gozosamente de
su fe. Cuando se supo que el Maestro mismo estaba
allí, toda la ciudad se conmovió. Multitudes
acudieron a su presencia. El sábado, la gente llenó
la sinagoga a tal punto que muchos no pudieron
entrar.
Todos los que oían al Salvador "se
maravillaban de su doctrina, porque su palabra era
con potestad." "Porque les enseñaba como quien
tiene autoridad, y no como los escribas.' (Lucas
4:32, Mateo 7:29) La enseñanza de los escribas y
ancianos era fría y formalista, como una lección
aprendida de memoria. Para ellos, la Palabra de
Dios no tenía poder vital. Habían substituido sus
enseñanzas por sus propias ideas y tradiciones. En
la rutina de las ceremonias profesaban explicar la
ley, pero ninguna inspiración de Dios conmovía su
corazón ni el de sus oyentes.
Jesús
temas de
presentar
raudales
no tenía nada que ver con los diversos
disensión entre los judíos. Su obra era
la verdad. Sus palabras derramaban
de luz sobre las enseñanzas de los
444
patriarcas y profetas, y presentaban las Escrituras a
los hombres como una nueva revelación. Nunca
habían percibido sus oyentes tan profundo
significado en la Palabra de Dios. Jesús se
encontraba con la gente en su propio terreno, como
quien está familiarizado con sus perplejidades.
Hacía hermosa la verdad presentándola de la
manera más directa y sencilla. Su lenguaje era
puro, refinado y claro como un arroyo cristalino.
Su hablar era como música para los que habían
escuchado las voces monótonas de los rabinos.
Pero aunque su enseñanza era sencilla, hablaba
como persona investida de autoridad. Esta
característica ponía su enseñanza en contraste con
la de todos los demás. Los rabinos hablaban con
duda y vacilación, como si se pudiese entender que
las Escrituras tenían un significado u otro
exactamente opuesto. Los oyentes estaban
diariamente envueltos en mayor incertidumbre.
Pero al enseñar, Jesús presentaba las Escrituras
como autoridad indudable. Cualquiera que fuese su
tema, lo exponía con poder, con palabras
incontrovertibles.
445
Sin embargo, era ferviente más bien que
vehemente. Hablaba como quien tenía un propósito
definido que cumplir. Presentaba a la vista las
realidades del mundo eterno. En todo tema,
revelaba a Dios. Jesús procuraba romper el
ensalmo de la infatuación que mantiene a los
hombres absortos en las cosas terrenales. Ponía las
cosas de esta vida en su verdadera relación, como
subordinadas a las de interés eterno, pero no
ignoraba su importancia. Enseñaba que el cielo y la
tierra están vinculados, y que un conocimiento de
la verdad divina prepara a los hombres para
cumplir mejor los deberes de la vida diaria.
Hablaba como quien está familiarizado con el
cielo, consciente de su relación con Dios, aunque
reconociendo su unidad con cada miembro de la
familia humana.
Variaba sus mensajes de misericordia para
adaptarlos a su auditorio. Sabía "hablar en sazón
palabra al cansado" (Isaías 50:4) porque la gracia
se derramaba de sus labios, a fin de inculcar a los
hombres los tesoros de la verdad de la manera más
atrayente. Tenía tacto para tratar con los espíritus
446
llenos de prejuicios, y los sorprendía con
ilustraciones que conquistaban su atención.
Mediante la imaginación, llegaba al corazón.
Sacaba sus ilustraciones de las cosas de la vida
diaria, y aunque eran sencillas, tenían una
admirable profundidad de significado. Las aves del
aire, los lirios del campo, la semilla, el pastor y las
ovejas, eran objetos con los cuales Cristo ilustraba
la verdad inmortal; y desde entonces, siempre que
sus oyentes veían estas cosas de la naturaleza,
recordaban sus palabras. Las ilustraciones de Cristo
repetían constantemente sus lecciones.
Cristo nunca adulaba a los hombres. Nunca dijo
algo que pudiese exaltar su fantasía e imaginación,
ni los alababa por sus hábiles invenciones; pero los
pensadores profundos y sin prejuicios recibían su
enseñanza, y hallaban que probaba su sabiduría. Se
maravillaban por la verdad espiritual expresada en
el lenguaje más sencillo. Los más educados
quedaban encantados con sus palabras, y los
indoctos obtenían siempre provecho. Tenía un
mensaje para los analfabetos, y hacía comprender
aun a los paganos que tenía un mensaje para ellos.
447
Su tierna compasión caía con un toque sanador
sobre los corazones cansados y atribulados. Aun en
medio de la turbulencia de enemigos airados,
estaba rodeado por una atmósfera de paz. La
hermosura de su rostro, la amabilidad de su
carácter, sobre todo el amor expresado en su
mirada y su tono, atraían a él a todos aquellos que
no estaban endurecidos por la incredulidad. De no
haber sido por el espíritu suave y lleno de simpatía
que se manifestaba en todas sus miradas y palabras,
no habría atraído las grandes congregaciones que
atraía. Los afligidos que venían a él sentían que
vinculaba su interés con los suyos como un amigo
fiel y tierno, y deseaban conocer más de las
verdades que enseñaba. El cielo se acercaba. Ellos
anhelaban permanecer en su presencia, y que
pudiese acompañarlos de continuo el consuelo de
su amor.
Jesús vigilaba con profundo fervor los cambios
que se veían en los rostros de sus oyentes. Los que
expresaban interés y placer le causaban gran
satisfacción. A medida que las saetas de la verdad
448
penetraban hasta el alma a través de las barreras del
egoísmo, y obraban contrición y finalmente
gratitud, el Salvador se alegraba. Cuando su ojo
recorría la muchedumbre de oyentes y reconocía
entre ellos rostros que había visto antes, su
semblante se iluminaba de gozo. Veía en ellos
promisorios súbditos para su reino. Cuando la
verdad, claramente pronunciada, tocaba algún ídolo
acariciado, notaba el cambio en el semblante, la
mirada fría y el ceño que le decían que la luz no era
bienvenida. Cuando veía a los hombres rechazar el
mensaje de paz, su corazón se transía de dolor.
Mientras estaba Jesús en la sinagoga, hablando
del reino que había venido a establecer y de su
misión de libertar a los cautivos de Satanás, fue
interrumpido por un grito de terror. Un loco se
lanzó hacia adelante de entre la gente, clamando:
"Déjanos, ¿qué tenemos contigo, Jesús Nazareno?
¿has venido a destruirnos ? Yo te conozco quién
eres, el Santo de Dios."
Todo quedó entonces en confusión y alarma.
La atención se desvió de Cristo, y la gente ya no
449
oyó sus palabras. Tal era el propósito de Satanás al
conducir a su víctima a la sinagoga. Pero Jesús
reprendió al demonio diciendo: "Enmudece, y sal
de él. Entonces el demonio, derribándole en medio,
salió de él, y no le hizo daño alguno."
La mente de este pobre doliente había sido
obscurecida por Satanás, pero en presencia del
Salvador un rayo de luz había atravesado las
tinieblas. Se sintió incitado a desear estar libre del
dominio de Satanás; pero el demonio resistió al
poder de Cristo. Cuando el hombre trató de pedir
auxilio a Jesús, el mal espíritu puso en su boca las
palabras, y el endemoniado clamó con la agonía del
temor. Comprendía parcialmente que se hallaba en
presencia de Uno que podía librarle; pero cuando
trató de ponerse al alcance de esa mano poderosa,
otra voluntad le retuvo; las palabras de otro fueron
pronunciadas por su medio. Era terrible el conflicto
entre el poder de Satanás y su propio deseo de
libertad.
Aquel que había vencido a Satanás en el
desierto de la tentación, se volvía a encontrar frente
450
a frente con su enemigo. El diablo ejercía todo su
poder para conservar el dominio sobre su víctima.
Perder terreno, sería dar una victoria a Jesús.
Parecía que el torturado iba a fallecer en la lucha
con el enemigo que había arruinado su virilidad.
Pero el Salvador habló con autoridad, y libertó al
cautivo. El hombre que había sido poseído
permanecía delante de la gente admirada, feliz en
la libertad de su dominio propio. Aun el demonio
había testificado del poder divino del Salvador.
El hombre alabó a Dios por su liberación. Los
ojos que hacía poco despedían fulgores de locura
brillaban ahora de inteligencia, y de ellos caían
lágrimas de agradecimiento. La gente estaba muda
de asombro. Tan pronto como recuperaron el habla,
se dijeron unos a otros: "¿Qué palabra es ésta, que
con autoridad y potencia manda a los espíritus
inmundos, y salen?"
La causa secreta de la aflicción que había
hecho de este hombre un espectáculo terrible para
sus amigos y una carga para sí mismo, estribaba en
su propia vida. Había sido fascinado por los
451
placeres del pecado, y había querido hacer de su
vida una gran diversión. No pensaba llegar a ser un
terror para el mundo y un oprobio para su familia.
Había creído que podía dedicar su tiempo a locuras
inocentes. Pero una vez encaminado hacia abajo,
sus
pies
descendieron
rápidamente.
La
intemperancia y la frivolidad pervirtieron los
nobles atributos de su naturaleza, y Satanás llegó a
dominarlo en absoluto.
El remordimiento vino demasiado tarde.
Cuando quiso sacrificar las riquezas y los placeres
para recuperar su virilidad perdida, ya se hallaba
impotente en las garras del maligno. Se había
colocado en el terreno del enemigo, y Satanás se
había posesionado de todas sus facultades. El
tentador le había engañado con sus muchas
seducciones encantadoras; pero una vez que el
pobre hombre estuvo en su poder, el enemigo se
hizo inexorable en su crueldad, y terrible en sus
airadas visitas. Así sucederá con todos los que se
entreguen al mal; el placer fascinante de los
comienzos termina en las tinieblas de la
desesperación o la locura de un alma arruinada.
452
El mismo mal espíritu que tentó a Cristo en el
desierto y que poseía al endemoniado de
Capernaúm dominaba a los judíos incrédulos. Pero
con ellos asumía un aire de piedad, tratando de
engañarlos en cuanto a sus motivos para rechazar
al Salvador. Su condición era más desesperada que
la del endemoniado; porque no sentían necesidad
de Cristo, y por lo tanto estaban sometidos al poder
de Satanás.
El período del ministerio personal de Cristo
entre los hombres fue el tiempo de mayor actividad
para las fuerzas del reino de las tinieblas. Durante
siglos, Satanás y sus malos ángeles habían
procurado dominar los cuerpos y las almas de los
hombres, imponiéndoles el pecado y el
sufrimiento; y acusando luego a Dios de causar
toda esa miseria. Jesús estaba revelando a los
hombres el carácter de Dios. Estaba quebrantando
el poder de Satanás y libertando sus cautivos. Una
nueva vida y el amor y poder del cielo estaban
obrando en los corazones de los hombres y el
príncipe del mal se había levantado para contender
453
por la supremacía de su reino. Satanás había
reunido todas sus fuerzas y a cada paso se oponía a
la obra de Cristo.
Así sucederá en el gran conflicto final de la
lucha entre la justicia y el pecado. Mientras bajan
de lo alto nueva vida, luz y poder sobre los
discípulos de Cristo, una nueva vida surge de abajo
y da energía a los agentes de Satanás. Cierta
intensidad se está apoderando de todos los
elementos terrenos. Con una sutileza adquirida
durante siglos de conflicto, el príncipe del mal obra
disfrazado. Viene como ángel de luz, y las
multitudes escuchan "a espíritus de error y a
doctrinas de demonios." (1 Timoteo 4:1)
En los días de Cristo, los dirigentes y maestros
de Israel no podían resistir la obra de Satanás.
Estaban descuidando el único medio por el cual
podrían haber resistido a los malos espíritus. Fue
por la Palabra de Dios como Cristo venció al
maligno. Los dirigentes de Israel profesaban
exponer la Palabra de Dios, pero la habían
estudiado sólo para sostener sus tradiciones e
454
imponer sus observancias humanas. Por su
interpretación, le hacían expresar sentidos que Dios
no le había dado. Sus explicaciones místicas hacían
confuso lo que él había hecho claro. Discutían
insignificantes detalles técnicos, y negaban
prácticamente las verdades más esenciales. Así se
propalaba la incredulidad. La Palabra de Dios era
despojada de su poder, y los malos espíritus
realizaban su voluntad.
La historia se repite. Con la Biblia abierta
delante de sí y profesando reverenciar sus
enseñanzas, muchos de los dirigentes religiosos de
nuestro tiempo están destruyendo la fe en ella
como Palabra de Dios. Se ocupan en disecarla y
dan más autoridad a sus propias opiniones que a las
frases más claras de esa Palabra de Dios, que
pierde en sus manos su poder regenerador. Esta es
la razón por la cual la incredulidad se desborda y la
iniquidad abunda.
Una vez que Satanás ha minado la fe en la
Biblia, conduce a los hombres a otras fuentes en
busca de luz y poder. Así se insinúa. Los que se
455
apartan de la clara enseñanza de las Escrituras y del
poder convincente del Espíritu Santo de Dios, están
invitando el dominio de los demonios. Las críticas
y especulaciones acerca de las Escrituras han
abierto la puerta al espiritismo y la teosofía -formas
modernas del antiguo paganismo- para que
penetren aun en las iglesias que profesan
pertenecer a nuestro Señor Jesucristo.
Al par que se predica el Evangelio, hay agentes
que trabajan y que no son sino intermediarios de
los espíritus mentirosos. Muchos tratan con ellos
por simple curiosidad, pero al ver pruebas de que
obra un poder más que humano, quedan cada vez
más seducidos hasta que llegan a estar dominados
por una voluntad más fuerte que la suya. No
pueden escapar de este poder misterioso.
Las defensas de su alma quedan derribadas. No
tienen vallas contra el pecado. Nadie sabe hasta
qué abismos de degradación puede llegar a
hundirse una vez que rechazó las restricciones de la
Palabra de Dios y de su Espíritu. Un pecado
secreto o una pasión dominante puede mantener a
456
un cautivo tan impotente como el endemoniado de
Capernaúm. Sin embargo, su condición no es
desesperada.
El medio por el cual se puede vencer al
maligno, es aquel por el cual Cristo venció: el
poder de la Palabra. Dios no domina nuestra mente
sin nuestro consentimiento; pero si deseamos
conocer y hacer su voluntad, se nos dirige su
promesa: "Conoceréis la verdad, y la verdad os
hará libres." "Si alguno quisiere hacer su voluntad,
conocerá de mi enseñanza." (Juan 8:32, 7:17)
Apoyándose en estas promesas, cada uno puede
quedar libre de las trampas del error y del dominio
del pecado.
Cada hombre está libre para elegir el poder que
quiera ver dominar sobre él. Nadie ha caído tan
bajo, nadie es tan vil que no pueda hallar liberación
en Cristo. El endemoniado, en lugar de oraciones,
no podía sino pronunciar las palabras de Satanás;
sin embargo, la muda súplica de su corazón fue
oída. Ningún clamor de un alma en necesidad,
aunque no llegue a expresarse en palabras, quedará
457
sin ser oído. Los que consienten en hacer pacto con
el Dios del cielo, no serán abandonados al poder de
Satanás o a las flaquezas de su propia naturaleza.
Son invitados por el Salvador: "Echen mano . . . de
mi fortaleza; y hagan paz conmigo. ¡Sí, que hagan
paz conmigo!" (Isaías 27:5) Los espíritus de las
tinieblas contenderán por el alma que una vez
estuvo bajo su dominio. Pero los ángeles de Dios
lucharán por esa alma con una potencia que
prevalecerá. El Señor dice: "¿Será quitada la presa
al valiente? o ¿libertaráse la cautividad legítima?
Así empero dice Jehová: Cierto, la cautividad será
quitada al valiente, y la presa del robusto será
librada; y tu pleito yo lo pleitearé, y yo salvaré a
tus hijos." (Isaías 49:24,25)
Mientras que la congregación que se hallaba en
la sinagoga permanecía muda de asombro, Jesús se
retiró a la casa de Pedro para descansar un poco.
Pero allí también había caído una sombra. La
suegra de Pedro estaba enferma de una "grande
fiebre." Jesús reprendió la dolencia, y la enferma se
levantó y atendió las necesidades del Maestro y sus
discípulos.
458
Las noticias de la obra de Cristo cundieron
rápidamente por todo Capernaúm. Por temor a los
rabinos, el pueblo no se atrevía a buscar curación
durante el sábado; pero apenas hubo desaparecido
el sol en el horizonte, se produjo una gran
conmoción. De las casas, los talleres y las plazas,
los habitantes de la ciudad se dirigieron hacia la
humilde morada que albergaba a Jesús. Los
enfermos eran traídos en sus camas; venían
apoyándose en bastones o sostenidos por amigos; y
se acercaban tambaleantes y débiles a la presencia
del Salvador.
Durante horas y horas, llegaban y se iban;
porque nadie sabía si al día siguiente encontrarían
al Médico todavía entre ellos. Nunca antes había
presenciado Capernaúm un día como ése. Llenaban
el aire las voces de triunfo y de liberación. El
Salvador se regocijaba por la alegría que había
despertado. Mientras presenciaba los sufrimientos
de aquellos que habían acudido a él, su corazón se
conmovía de simpatía y se regocijaba en su poder
de devolverles la salud y la felicidad.
459
Jesús no cesó de trabajar hasta que el último
doliente hubo quedado aliviado. Ya era muy
avanzada la noche cuando la muchedumbre se fue,
y el silencio descendió sobre el hogar de Simón.
Había terminado el largo día lleno de excitación, y
Jesús buscó descanso. Pero mientras la ciudad
estaba aún envuelta por el sueño, el Salvador
"levantándose muy de mañana, aun muy de noche,
salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba.
Así transcurrían los días de la vida terrenal de
Jesús. A menudo despedía a sus discípulos para
que visitaran sus hogares y descansasen, pero
resistía amablemente a sus esfuerzos de apartarle
de sus labores. Durante todo el día, trabajaba
enseñando a los ignorantes, sanando a los
enfermos, dando vista a los ciegos, alimentando a
la muchedumbre; y al anochecer o por la mañana
temprano, se dirigía al santuario de las montañas,
para estar en comunión con su Padre. Muchas
veces pasaba toda la noche en oración y
meditación, y volvía al amanecer para reanudar su
trabajo entre la gente.
460
Temprano por la mañana, Pedro y sus
compañeros vinieron a Jesús diciendo que ya le
estaba buscando el pueblo de Capernaúm. Los
discípulos
habían
quedado
amargamente
chasqueados por la recepción que Cristo había
encontrado hasta entonces. Las autoridades de
Jerusalén estaban tratando de asesinarle; aun sus
conciudadanos habían procurado quitarle la vida;
pero en Capernaúm se le recibía con gozoso
entusiasmo, y las esperanzas de los discípulos se
reanimaron. Tal vez que entre los galileos amantes
de la libertad se hallaban los sostenedores del
nuevo reino. Pero con sorpresa oyeron a Cristo
decir estas palabras: "También a otras ciudades es
necesario que anuncie el evangelio del reino de
Dios; porque para esto soy enviado."
En la agitación que dominaba en Capernaúm,
había peligro de que se perdiese de vista el objeto
de su misión. Jesús no se sentía satisfecho
atrayendo la atención a sí mismo como taumaturgo
o sanador de enfermedades físicas. Quería atraer a
los hombres a sí como su Salvador. Y mientras la
461
gente quería anhelosamente creer que había venido
como rey, a fin de establecer un reino terrenal, él
deseaba desviar su mente de lo terrenal a lo
espiritual. El mero éxito mundanal estorbaría su
obra.
Y la admiración de la muchedumbre negligente
contrariaba su espíritu. En su vida no cabía
manifestación alguna de amor propio. El homenaje
que el mundo tributa al encumbramiento, las
riquezas o el talento, era extraño para el Hijo del
hombre. Jesús no empleó ninguno de los medios
que los hombres emplean para obtener la lealtad y
el homenaje de los demás. Siglos antes de su
nacimiento, había sido profetizado acerca de él:
"No clamará, ni alzará, ni hará oír su voz en las
plazas. No quebrará la caña cascada, ni apagará el
pábilo que humeare: sacará el juicio a verdad. No
se cansará, ni desmayará, hasta que ponga en la
tierra juicio." (Isaías 42:2-4)
Los fariseos procuraban distinguirse por su
ceremonial escrupuloso y la ostentación de su culto
y caridad. Mostraban su celo por la religión
462
haciendo de ella un tema de discusión. Las disputas
entre las sectas opuestas eran vivas y largas, y era
frecuente oír en las calles voces de controversia
airada entre sabios doctores de la ley.
La vida de Jesús ofrecía un marcado contraste
con todo esto. En ella no había disputas ruidosas, ni
cultos ostensivos, ni acto alguno realizado para
obtener aplausos. Cristo se ocultaba en Dios, y
Dios era revelado en el carácter de su Hijo. A esta
revelación deseaba Jesús que fuese atraída la
atención de la gente, y tributado su homenaje.
El Sol de justicia no apareció sobre el mundo
en su esplendor, para deslumbrar los sentidos con
su gloria. Escrito está de Cristo: "Como el alba está
aparejada su salida." (Oseas 6:3) Tranquila y
suavemente la luz del día amanece sobre la tierra,
despejando las sombras de las tinieblas y
despertando el mundo a la vida. Así salió el Sol de
justicia "trayendo salud eterna en sus alas."
(Malaquías 4:2)
463
Capítulo 27
"Puedes Limpiarme"
LA LEPRA era la más temida de todas las
enfermedades conocidas en el Oriente. Su carácter
incurable y contagioso y sus efectos horribles sobre
sus víctimas llenaban a los más valientes de temor.
Entre los judíos, era considerada como castigo por
el pecado, y por lo tanto se la llamaba el "azote,"
"el dedo de Dios." Profundamente arraigada,
imposible de borrar, mortífera, era considerada
como un símbolo del pecado. La ley ritual
declaraba inmundo al leproso. Como si estuviese
ya muerto, era despedido de las habitaciones de los
hombres. Cualquier cosa que tocase quedaba
inmunda y su aliento contaminaba el aire. El
sospechoso de tener la enfermedad debía
presentarse a los sacerdotes, quienes habían de
examinarle y decidir su caso. Si le declaraban
leproso, era aislado de su familia, separado de la
congregación de Israel, y condenado a asociarse
únicamente con aquellos que tenían una aflicción
464
similar. La ley era inflexible en sus requerimientos.
Ni aun los reyes y gobernantes estaban exentos. Un
monarca atacado por esa terrible enfermedad debía
entregar el cetro y huir de la sociedad.
Lejos de sus amigos y parentela, el leproso
debía llevar la maldición de su enfermedad. Estaba
obligado a publicar su propia calamidad, a rasgar
sus vestiduras, y a hacer resonar la alarma para
advertir a todos que huyesen de su presencia
contaminadora. El clamor "¡Inmundo! ¡inmundo!"
que en tono triste exhalaba el desterrado solitario,
era una señal que se oía con temor y
aborrecimiento.
En la región donde se desarrollaba el ministerio
de Cristo, había muchos enfermos tales a quienes
les llegaron nuevas de la obra que él hacía, y
vislumbraron un rayo de esperanza. Pero desde los
días del profeta Eliseo, no se había oído nunca que
sanara una persona en quien se declarara esa
enfermedad. No se atrevían a esperar que Jesús
hiciese por ellos lo que por nadie había hecho. Sin
embargo, hubo uno en cuyo corazón empezó a
465
nacer la fe. Pero no sabía cómo llegar a Jesús.
Privado como se hallaba de todo trato con sus
semejantes, ¿cómo podría presentarse al Sanador?
Y además, se preguntaba si Cristo le sanaría a
él. ¿Se rebajaría hasta fijarse en un ser de quien se
creía que estaba sufriendo un castigo de Dios? ¿No
haría como los fariseos y aun los médicos, es decir,
pronunciar una maldición sobre él, y amonestarle a
huir de las habitaciones de los hombres?
Reflexionó en todo lo que se le había dicho de
Jesús. Ninguno de los que habían pedido su ayuda
había sido rechazado. El pobre hombre resolvió
encontrar al Salvador. Aunque no podía penetrar en
las ciudades, tal vez llegase a cruzar su senda en
algún atajo de los caminos de la montaña, o le
hallase mientras enseñaba en las afueras de algún
pueblo. Las dificultades eran grandes, pero ésta era
su única esperanza.
El leproso fue guiado al Salvador. Jesús estaba
enseñando a orillas del lago, y la gente se había
congregado en derredor de él. De pie a lo lejos, el
leproso alcanzó a oír algunas palabras de los labios
466
del Salvador. Le vio poner sus manos sobre los
enfermos. Vio a los cojos, los ciegos, los
paralíticos y los que estaban muriendo de diversas
enfermedades, levantarse sanos, alabando a Dios
por su liberación. La fe se fortaleció en su corazón.
Se acercó más y más a la muchedumbre. Las
restricciones que le eran impuestas, la seguridad de
la gente, y el temor con que todos le miraban, todo
fue olvidado. Pensaba tan sólo en la bendita
esperanza de la curación.
Presentaba un espectáculo repugnante. La
enfermedad había hecho terribles estragos; su
cuerpo decadente ofrecía un aspecto horrible. Al
verle, la gente retrocedía con terror. Se agolpaban
unos sobre otros, en su ansiedad de escapar de todo
contacto con él. Algunos trataban de evitar que se
acercara a Jesús, pero en vano. El ni los veía ni los
oía. No percibía tampoco sus expresiones de
horror. Veía tan sólo al Hijo de Dios. Oía
únicamente la voz que infundía vida a los
moribundos. Acercándose con esfuerzo a Jesús, se
echó a sus pies clamando: "Señor, si quieres,
puedes limpiarme."
467
Jesús replicó: "Quiero: sé limpio," y puso la
mano sobre él. Inmediatamente se realizó una
transformación en el leproso. Su carne se volvió
sana, los nervios recuperaron la sensibilidad, los
músculos, la firmeza. La superficie tosca y
escamosa, propia de la lepra, desapareció, y la
reemplazó un suave color rosado como el que se
nota en la piel de un niño sano.
Jesús encargó al hombre que no diese a conocer
la obra en él realizada, sino que se presentase
inmediatamente con una ofrenda al templo.
Semejante ofrenda no podía ser aceptada hasta que
los sacerdotes le hubiesen examinado y declarado
completamente sano de la enfermedad. Por poca
voluntad que tuviesen para cumplir este servicio,
no podían eludir el examen y la decisión del caso.
Las palabras de la Escritura demuestran con
qué urgencia Cristo recomendó a este hombre la
necesidad de callar y obrar prontamente. "Entonces
le apercibió, y despidióle luego. Y le dice: Mira, no
digas a nadie nada; sino ve, muéstrate al sacerdote,
468
y ofrece por tu limpieza lo que Moisés mandó, para
testimonio a ellos." Si los sacerdotes hubiesen
conocido los hechos relacionados con la curación
del leproso, su odio hacia Cristo podría haberlos
inducido a dar un fallo falto de honradez. Jesús
deseaba que el hombre se presentase en el templo
antes de que les llegase rumor alguno concerniente
al milagro. Así se podría obtener una decisión
imparcial, y el leproso sanado tendría permiso para
volver a reunirse con su familia y sus amigos.
Jesús tenía otros objetos en vista al recomendar
silencio al hombre. Sabía que sus enemigos
procuraban siempre limitar su obra, y apartar a la
gente de él. Sabía que si se divulgaba la curación
del leproso, otros aquejados por esta terrible
enfermedad se agolparían en derredor de él y se
haría correr la voz de que su contacto iba a
contaminar a la gente. Muchos de los leprosos no
emplearían el don de la salud en forma que fuese
una bendición para sí mismos y para otros. Y al
atraer a los leprosos en derredor suyo, daría
ocasión de que se le acusase de violar las
restricciones de la ley ritual. Así quedaría
469
estorbada su obra de predicar el Evangelio.
El acontecimiento justificó la amonestación de
Cristo. Una multitud había presenciado la curación
del leproso, y anhelaba conocer la decisión de los
sacerdotes. Cuando el hombre volvió a sus deudos,
hubo mucha agitación. A pesar de la
recomendación de Jesús, el hombre no hizo ningún
esfuerzo para ocultar el hecho de su curación. Le
habría sido imposible en verdad ocultarla, pero el
leproso publicó la noticia en todas partes.
Concibiendo que era solamente la modestia de
Jesús la que le había impuesto esa restricción,
anduvo proclamando el poder del gran Médico. No
comprendía que cada manifestación tal hacía a los
sacerdotes y ancianos más resueltos a destruir a
Jesús. El hombre sanado consideraba muy precioso
el don de la salud. Se regocijaba en el vigor de su
virilidad, y en que había sido devuelto a su familia
y a la sociedad, y le parecía imposible dejar de dar
gloria al Médico que le había curado. Pero su
divulgación del asunto estorbó la obra del
Salvador. Hizo que la gente acudiese a él en tan
densas muchedumbres, que por un tiempo se vio
470
obligado a suspender sus labores.
Cada acto del ministerio de Cristo tenía un
propósito de largo alcance. Abarcaba más de lo que
el acto mismo revelaba. Así fue en el caso del
leproso. Mientras Jesús ministraba a todos los que
venían a él, anhelaba bendecir a los que no venían.
Mientras atraía a los publicanos, los paganos y los
samaritanos, anhelaba alcanzar a los sacerdotes y
maestros que estaban trabados por el prejuicio y la
tradición. No dejó sin probar medio alguno por el
cual pudiesen ser alcanzados. Al enviar a los
sacerdotes el leproso que había sanado, daba a los
primeros un testimonio que estaba destinado a
desarmar sus prejuicios.
Los fariseos habían aseverado que la enseñanza
de Cristo se oponía a la ley que Dios había dado
por medio de Moisés; pero la orden que dio al
leproso limpiado, de presentar una ofrenda según la
ley, probaba que esa acusación era falsa. Era
suficiente testimonio para todos los que estuviesen
dispuestos a ser convencidos.
471
Los dirigentes de Jerusalén habían enviado
espías en busca de algún pretexto para dar muerte a
Cristo. El respondió dándoles una muestra de su
amor por la humanidad, su respeto por la ley y su
poder de librar del pecado y de la muerte. Así
testificó acerca de ellos: "Pusieron contra mí mal
por bien, y odio por amor." (Salmos 109:5) El que
desde el monte dio el precepto: "Amad a vuestros
enemigos," ejemplificó él mismo este principio,
"no volviendo mal por mal, ni maldición por
maldición, sino antes por el contrario,
bendiciendo." (Mateo 5:44, 1 Pedro 3:9)
Los mismos sacerdotes que habían condenado
al leproso al destierro, certificaron su curación.
Esta sentencia, promulgada y registrada
públicamente, era un testimonio permanente en
favor de Cristo. Y como el hombre sanado quedaba
reintegrado a la congregación de Israel, bajo la
garantía de los mismos sacerdotes, de que no había
en él rastro de la enfermedad, venía a ser un testigo
vivo a favor de su Benefactor. Con alegría presentó
su ofrenda y ensalzó el nombre de Jesús. Los
sacerdotes quedaron convencidos del poder divino
472
del Salvador. Tuvieron oportunidad de conocer la
verdad y sacar provecho de la luz. Si la rechazaban,
se apartaría de ellos para no volver nunca. Muchos
rechazaron la luz, pero no fue dada en vano.
Fueron conmovidos muchos corazones que por un
tiempo no dieron señal de serlo. Durante la vida del
Salvador, su misión pareció recibir poca respuesta
de amor de parte de los sacerdotes y maestros; pero
después de su ascensión "una gran multitud de los
sacerdotes obedecía a la fe." (Hecos 6:7)
La obra de Cristo al purificar al leproso de su
terrible enfermedad es una ilustración de su obra de
limpiar el alma de pecado. El hombre que se
presentó a Jesús estaba "lleno de lepra." El
mortífero veneno impregnaba todo su cuerpo. Los
discípulos trataron de impedir que su Maestro le
tocase; porque el que tocaba un leproso se volvía
inmundo. Pero al poner su mano sobre el leproso,
Jesús no recibió ninguna contaminación. Su toque
impartía un poder vivificador. La lepra fue quitada.
Así sucede con la lepra del pecado, que es
arraigada, mortífera e imposible de ser eliminada
por el poder humano. "Toda cabeza está enferma, y
473
todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta
la cabeza no hay en él cosa ilesa, sino herida,
hinchazón y podrida llaga." (Isaías 1:5,6) Pero
Jesús, al venir a morar en la humanidad, no se
contamina. Su presencia tiene poder para sanar al
pecador. Quien quiera caer a sus pies, diciendo con
fe: "Señor, si quieres, puedes limpiarme," oirá la
respuesta: "Quiero: sé limpio."
En algunos casos de curación, Jesús no
concedió inmediatamente la bendición pedida. Pero
en el caso del leproso, apenas hecha la súplica fue
concedida.
Cuando
pedimos
bendiciones
terrenales, tal vez la respuesta a nuestra oración sea
dilatada, o Dios nos dé algo diferente de lo que
pedimos, pero no sucede así cuando pedimos
liberación del pecado. El quiere limpiarnos del
pecado, hacernos hijos suyos y habilitarnos para
vivir una vida santa. Cristo "se dio a sí mismo por
nuestros pecados para librarnos de este presente
siglo malo, conforme a la voluntad de Dios y Padre
nuestro." (Gálatas 1:4) Y "ésta es la confianza que
tenemos en él, que si demandáremos alguna cosa
conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos
474
que él nos oye en cualquiera cosa que
demandáremos, sabemos que tenemos las
peticiones que le hubiéremos demandado." (1 Juan
5:14,15) "Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados,
y nos limpie de toda maldad." (1 Juan 1:9)
En la curación del paralítico de Capernaúm,
Cristo volvió a enseñar la misma verdad. Hizo ese
milagro para que se manifestase su poder de
perdonar los pecados. Y la curación del paralítico
ilustra también otras verdades preciosas. Es una
lección llena de enseñanza y estímulo, y por estar
relacionada con los cavilosos fariseos, contiene
también una advertencia.
Como el leproso, este paralítico había perdido
toda esperanza de restablecerse. Su enfermedad era
resultado de una vida de pecado, y sus sufrimientos
eran amargados por el remordimiento. Mucho
antes, había apelado a los fariseos y doctores con la
esperanza de recibir alivio de sus sufrimientos
mentales y físicos. Pero ellos lo habían declarado
fríamente incurable y abandonado a la ira de Dios.
475
Los fariseos consideraban la aflicción como una
evidencia del desagrado divino, y se mantenían
alejados de los enfermos y menesterosos. Sin
embargo, cuán a menudo los mismos que se
exaltaban como santos, eran más culpables que
aquellos dolientes a quienes condenaban.
El paralítico se hallaba completamente
desamparado y, no viendo perspectiva de ayuda en
ninguna parte, se había sumido en la desesperación.
Entonces oyó hablar de las obras maravillosas de
Jesús. Le contaron que otros tan pecaminosos e
imposibilitados como él habían quedado sanos; aun
leprosos habían sido limpiados. Y los amigos que
le referían estas cosas, le animaban a creer que él
también podría ser curado, si lo pudieran llevar a
Jesús. Pero su esperanza decaía cuando recordaba
cómo había contraído su enfermedad. Temía que el
Médico puro no le tolerase en su presencia.
Sin embargo, no era tanto la curación física
como el alivio de su carga de pecado lo que
deseaba. Si podía ver a Jesús, y recibir la seguridad
del perdón y de la paz con el Cielo, estaría contento
476
de vivir o de morir, según fuese la voluntad de
Dios. El clamor del moribundo era: ¡Oh, si pudiese
llegar a su presencia! No había tiempo que perder;
sus carnes macilentas mostraban ya rastros de
descomposición. Rogó a sus amigos que le llevasen
en su camilla hasta Jesús, y con gusto ellos
intentaron hacerlo. Pero tan densa era la
muchedumbre que se había congregado alrededor y
en el interior de la casa en que Jesús estaba, que era
imposible para el enfermo y sus amigos llegar
hasta él, o siquiera llegar al alcance de su voz.
Jesús estaba enseñando en la casa de Pedro.
Según su costumbre, los discípulos estaban
sentados alrededor de él, y "los Fariseos y doctores
de la ley estaban sentados, los cuales habían venido
de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y
Jerusalem." Habían venido como espías, buscando
un motivo para acusar a Jesús. Fuera del círculo de
estos oficiales, se hallaba la turbamulta, compuesta
de los ansiosos, los reverentes, los curiosos y los
incrédulos. Estaban representadas diversas
nacionalidades, y toda la escala social. "Y la virtud
del Señor estaba allí para sanarlos." El Espíritu de
477
vida se cernía sobre la asamblea, pero los fariseos y
doctores no discernían su presencia. No sentían
necesidad alguna, y la curación no era para ellos.
"A los hambrientos hinchió de bienes; y a los ricos
envió vacíos." ()
Repetidas veces, los que transportaban al
paralítico trataron de abrirse paso a través de la
muchedumbre, pero en vano. El enfermo miraba en
derredor suyo, con angustia indecible. ¿Cómo
podía abandonar su esperanza cuando la ayuda que
había anhelado durante tanto tiempo estaba tan
cerca? Por su indicación, sus amigos le llevaron al
techo de la casa, y abriendo un boquete en dicho
techo, le bajaron a los pies de Jesús. El discurso
quedó interrumpido. El Salvador miró el rostro
entristecido, y vio los ojos suplicantes que se
clavaban en él. Comprendía el caso; había atraído a
sí este espíritu perplejo y combatido por la duda.
Mientras el paralítico estaba todavía en su casa, el
Salvador había convencido su conciencia. Cuando
se arrepintió de sus pecados, y creyó en el poder de
Jesús para sanarle, la misericordia vivificadora del
Salvador había bendecido primero su corazón
478
anhelante. Jesús había visto el primer destello de la
fe convertirse en la creencia de que él era el único
auxiliador del pecador, y la había visto fortalecerse
con cada esfuerzo hecho para llegar a su presencia.
Ahora, con palabras que cayeron como música
en los oídos del enfermo, el Salvador dijo: "Confía,
hijo; tus pecados te son perdonados."
La carga de desesperación se desvaneció del
alma del enfermo; la paz del perdón penetró en su
espíritu y resplandeció en su rostro. Su dolor físico
desapareció y todo su ser quedó transformado. El
paralítico impotente estaba sano, el culpable
pecador, perdonado.
Con fe sencilla aceptó las palabras de Jesús
como la bendición de una nueva vida. No presentó
otro pedido, sino que permaneció en
bienaventurado silencio, demasiado feliz para
hablar. La luz del cielo se reflejaba en su
semblante, y los concurrentes miraban la escena
con reverencia.
479
Los rabinos habían esperado ansiosamente para
ver en qué forma iba a disponer Cristo de ese caso.
Recordaban cómo el hombre se había dirigido a
ellos en busca de ayuda, y le habían negado toda
esperanza o simpatía. No satisfechos con esto,
habían declarado que sufría la maldición de Dios
por causa de sus pecados. Esas cosas acudieron
nuevamente a su mente cuando vieron al enfermo
delante de sí. Notaron el interés con que todos
miraban la escena y los abrumó el temor de perder
su influencia sobre el pueblo.
Estos dignatarios no cambiaron palabras entre
sí, sino que mirándose los rostros unos a otros
leyeron el mismo pensamiento en cada uno, de que
algo había que hacer para detener la marea de los
sentimientos. Jesús había declarado que los
pecados del paralítico eran perdonados. Los
fariseos se aferraron a estas palabras como una
blasfemia, y concibieron que podrían ser
presentadas como un pecado digno de muerte.
Dijeron en su corazón: "Blasfemias dice. ¿Quién
puede perdonar pecados, sino sólo Dios?"
480
Fijando en ellos una mirada bajo la cual se
atemorizaron y retrocedieron, Jesús dijo: "¿Por qué
pensáis mal en vuestros corazones? Porque, ¿qué
es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados;
o decir: Levántate, y anda? Pues para que sepáis
que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra
de perdonar pecados, (dice entonces al paralítico):
Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa."
Entonces el que había sido traído en una
camilla a Jesús, se puso de pie con la elasticidad y
fuerza de la juventud. La sangre vivificadora corrió
raudamente por sus venas. Todo órgano de su
cuerpo se puso en repentina actividad. El rosado
color de la salud sucedió a la palidez de la muerte
cercana. "Entonces él se levantó luego, y tomando
su lecho, se salió delante de todos, de manera que
todos se asombraron, y glorificaron a Dios,
diciendo: Nunca tal hemos visto.
"¡Oh admirable amor de Cristo, que se inclina a
sanar al culpable y afligido! ¡La divinidad se
compadece de los males de la doliente humanidad
y los calma! ¡Oh maravilloso poder así manifestado
481
en favor de los hijos de los hombres! ¿Quién puede
dudar del mensaje de salvación? ¿Quién puede
despreciar las misericordias de un Redentor
compasivo?
Para restaurar la salud a ese cuerpo que se
corrompía, no se necesitaba menos que el poder
creador. La misma voz que infundió vida al
hombre creado del polvo de la tierra, había
infundido vida al paralítico moribundo. Y el mismo
poder que dio vida al cuerpo, había renovado el
corazón. El que en la creación "dijo, y fue hecho,"
"mandó, y existió," (Salmos 33:9) había infundido
por su palabra vida al alma muerta en delitos y
pecados. La curación del cuerpo era una evidencia
del poder que había renovado el corazón. Cristo
ordenó al paralítico que se levantase y anduviese,
"para que sepáis – dijo– que el Hijo del hombre
tiene potestad en la tierra de perdonar pecados."
El paralítico halló en Cristo curación, tanto
para el alma como para el cuerpo. La curación
espiritual fue seguida por la restauración física.
Esta lección no debe ser pasada por alto. Hay hoy
482
día miles que están sufriendo de enfermedad física
y que, como el paralítico, están anhelando el
mensaje: "Tus pecados te son perdonados." La
carga de pecado, con su intranquilidad y deseos no
satisfechos es el fundamento de sus enfermedades.
No pueden hallar alivio hasta que vengan al
Médico del alma. La paz que el solo puede dar,
impartiría vigor a la mente y salud al cuerpo.
Jesús vino para "deshacer las obras del diablo."
"En él estaba la vida," y él dice: "Yo he venido
para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia." El es un "espíritu vivificante." (1 Juan
3:8, Juan 1:4, 10:10, 1 Corintios 15:45) Y tiene
todavía el mismo poder vivificante que, mientras
estaba en la tierra, sanaba a los enfermos y
perdonaba al pecador. El "perdona todas tus
iniquidades," él "sana todas tus dolencias.' (Salmos
103:3)
El efecto producido sobre el pueblo por la
curación del paralítico fue como si el cielo, después
de abrirse, hubiese revelado las glorias de un
mundo mejor. Mientras que el hombre curado
483
pasaba por entre la multitud, bendiciendo a Dios a
cada paso, y llevando su carga como si hubiese
sido una pluma, la gente retrocedía para darle paso,
y con temerosa reverencia le miraban los
circunstantes, murmurando entre sí: "Hemos visto
maravillas hoy."
Los fariseos estaban mudos de asombro y
abrumados por su derrota. Veían que no había
oportunidad de inflamar a la multitud con sus
celos. El prodigio realizado en el hombre, a quien
ellos habían entregado a la ira de Dios, había
impresionado de tal manera a la gente, que por el
momento los rabinos quedaron olvidados. Vieron
que Cristo poseía un poder que ellos habían
atribuido a Dios solo; sin embargo, la amable
dignidad de sus modales, estaba en marcado
contraste con el porte altanero de ellos. Estaban
desconcertados y avergonzados; y reconocían,
aunque no lo confesaban, la presencia de un Ser
superior. Cuanto más convincente era la prueba de
que Jesús tenía en la tierra poder de perdonar los
pecados, tanto más firmemente se atrincheraban en
la incredulidad. Salieron de la casa de Pedro, donde
484
habían visto al paralítico curado por la palabra de
Jesús, para inventar nuevas maquinaciones con el
fin de hacer callar al Hijo de Dios.
La enfermedad física, por maligna que fuese y
arraigada que estuviera, era curada por el poder de
Cristo; pero la enfermedad del alma se apoderaba
más firmemente de aquellos que cerraban sus ojos
para no ver la luz. La lepra y la parálisis no eran
tan terribles como el fanatismo y la incredulidad.
En la casa del paralítico sanado, hubo gran
regocijo cuando él volvió a su familia, trayendo
con facilidad la cama sobre la cual se le había
llevado de su presencia poco tiempo antes. Le
rodearon con lágrimas de alegría, casi sin atreverse
a creer lo que veían sus ojos. Estaba delante de
ellos, en el pleno vigor de la virilidad. Aquellos
brazos que ellos habían visto sin vida, obedecían
prestamente a su voluntad. La carne que se había
encogido, adquiriendo un color plomizo, era ahora
fresca y rosada. El hombre andaba con pasos
firmes y libres. En cada rasgo de su rostro estaban
escritos el gozo y la esperanza; y una expresión de
485
pureza y paz había reemplazado los rastros del
pecado y del sufrimiento. De aquel hogar subieron
alegres palabras de agradecimiento, y Dios quedó
glorificado por medio de su Hijo, que había
devuelto la esperanza al desesperado, y fuerza al
abatido. Este hombre y su familia estaban listos
para poner sus vidas por Jesús. Ninguna duda
enturbiaba su fe, ninguna incredulidad manchaba
su lealtad hacia Aquel que había impartido luz a su
obscurecido hogar.
486
Capítulo 28
Leví Mateo
ENTRE los funcionarios romanos que había en
Palestina, los más odiados eran los publicanos. El
hecho de que las contribuciones eran impuestas por
una potencia extraña era motivo de continua
irritación para los judíos, pues les recordaba que su
independencia había desaparecido. Y los
cobradores de impuestos no eran simplemente
instrumentos de la opresión romana; cometiendo
extorsiones por su propia cuenta, se enriquecían a
expensas del pueblo. Un judío que aceptaba este
cargo de mano de los romanos era considerado
como traidor a la honra de su nación. Se le
despreciaba como apóstata, se le clasificaba con los
más viles de la sociedad.
A esta clase pertenecía Leví Mateo, quien,
después de los cuatro discípulos de Genesaret, fue
el siguiente en ser llamado al servicio de Cristo.
Los fariseos habían juzgado a Mateo según su
487
empleo, pero Jesús vio en este hombre un corazón
dispuesto a recibir la verdad. Mateo había
escuchado la enseñanza del Salvador. En la medida
en que el convincente Espíritu de Dios le revelaba
su pecaminosidad, anhelaba pedir ayuda a Cristo;
pero estaba acostumbrado al carácter exclusivo de
los rabinos, y no había creído que este gran
maestro se fijaría en el.
Sentado en su garita de peaje un día, el
publicano vio a Jesús que se acercaba. Grande fue
su asombro al oírle decir: "Sígueme."
Mateo, "dejadas todas las cosas, levantándose,
le siguió." No vaciló ni dudó, ni recordó el negocio
lucrativo que iba a cambiar por la pobreza y las
penurias. Le bastaba estar con Jesús, poder
escuchar sus palabras y unirse con él en su obra.
Así había sido con los discípulos antes
llamados. Cuando Jesús invitó a Pedro y sus
compañeros a seguirle, dejaron inmediatamente sus
barcos y sus redes. Algunos de esos discípulos
tenían deudos que dependían de ellos para su
488
sostén, pero cuando recibieron la invitación del
Salvador, no vacilaron ni preguntaron: ¿Cómo
viviré y sostendré mi familia? Fueron obedientes al
llamamiento, y cuando más tarde Jesús les
preguntó: "Cuando os envié sin bolsa, y sin alforja,
y sin zapatos, ¿os faltó algo?" pudieron responder:
"Nada.' (Lucas 22:35)
A Mateo en su riqueza, y a Andrés y Pedro en
su pobreza, llegó la misma prueba, y cada uno hizo
la misma consagración. En el momento del éxito,
cuando las redes estaban llenas de peces y eran más
fuertes los impulsos de la vida antigua, Jesús pidió
a los discípulos, a orillas del mar, que lo dejasen
todo para dedicarse a la obra del Evangelio. Así
también es probada cada alma para ver si el deseo
de los bienes temporales prima sobre el de la
comunión con Cristo.
Los buenos principios son siempre exigentes.
Nadie puede tener éxito en el servicio de Dios a
menos que todo su corazón esté en la obra, y tenga
todas las cosas por pérdida frente a la excelencia
del conocimiento de Cristo. Nadie que haga reserva
489
alguna puede ser discípulo de Cristo, y mucho
menos puede ser su colaborador. Cuando los
hombres aprecien la gran salvación, se verá en su
vida el sacrificio propio que se vio en la de Cristo.
Se regocijarán en seguirle adondequiera que los
guíe.
El llamamiento de Mateo al discipulado excitó
gran indignación. Que un maestro religioso eligiese
a un publicano como uno de sus acompañantes
inmediatos, era una ofensa contra las costumbres
religiosas, sociales y nacionales. Apelando a los
prejuicios de la gente, los fariseos esperaban volver
contra Jesús la corriente del sentimiento popular.
Se creó un extenso interés entre los publicanos.
Su corazón fue atraído hacia el divino Maestro. En
el gozo de su nuevo discipulado, Mateo anhelaba
llevar a Jesús sus antiguos asociados. Por
consiguiente, dio un banquete en su casa, y
convocó a sus parientes y amigos. No sólo fueron
incluidos los publicanos, sino también muchos
otros de reputación dudosa, proscritos por sus
vecinos más escrupulosos.
490
El agasajo fue dado en honor de Jesús, y él no
vaciló en aceptar la cortesía. Bien sabía que ésta
ofendería al partido farisaico y le comprometería a
los ojos del pueblo. Pero ninguna cuestión de
política podía influir en sus acciones. Para él no
tenían peso las distinciones externas. Lo que atraía
su corazón era un alma sedienta del agua de vida.
Jesús se sentó como huésped honrado en la
mesa de los publicanos, demostrando por su
simpatía y amabilidad social que reconocía la
dignidad de la humanidad; y los hombres
anhelaban hacerse dignos de su confianza. Sobre
sus corazones sedientos caían sus palabras con
poder bendecido y vivificador, despertando nuevos
impulsos y presentando la posibilidad de una nueva
vida a estos parias de la sociedad.
En reuniones tales como ésta, no pocos fueron
impresionados por la enseñanza del Salvador,
aunque no le reconocieron hasta después de su
ascensión. Cuando el Espíritu Santo fue
derramado, y tres mil fueron convertidos en un día,
491
había entre ellos muchos que habían oído por
primera vez la verdad en la mesa de los publicanos,
y algunos de ellos llegaron a ser mensajeros del
Evangelio. Para Mateo mismo, el ejemplo de Jesús
en el banquete fue una constante lección. El
publicano despreciado vino a ser uno de los
evangelistas más consagrados, y en su propio
ministerio siguió muy de cerca las pisadas del
Maestro.
Cuando los rabinos supieron de la presencia de
Jesús en la fiesta de Mateo, aprovecharon la
oportunidad para acusarle. Pero decidieron obrar
por medio de los discípulos. Despertando sus
prejuicios, esperaban enajenarlos de su Maestro. Su
recurso consistió en acusar a Cristo ante los
discípulos, y a los discípulos ante Cristo, dirigiendo
sus flechas adonde había más probabilidad de
producir heridas. Así ha obrado Satanás desde que
manifestó desafecto en el cielo; y todos los que
tratan de causar discordia y enajenamiento son
impulsados por su espíritu.
"¿Por qué come vuestro Maestro con los
492
publicanos y pecadores?"
envidiosos rabinos.
preguntaron
los
Jesús no esperó que sus discípulos contestasen
la acusación, sino que él mismo replicó: "Los que
están sanos no tienen necesidad de médico, sino los
enfermos. Andad pues, y aprended qué cosa es:
Misericordia quiero, y no sacrificio: porque no he
venido a llamar justos, sino pecadores a
arrepentimiento." Los fariseos pretendían ser
espiritualmente sanos, y por lo tanto no tener
necesidad de médico, mientras que consideraban
que los publicanos y los gentiles estaban
pereciendo por las enfermedades del alma. ¿No
consistía, pues, su obra como médico en ir a la
clase que necesitaba su ayuda?
Pero aunque los fariseos tenían tan alto
concepto de sí mismos, estaban realmente en peor
condición que aquellos a quienes despreciaban. Los
publicanos tenían menos fanatismo y suficiencia
propia, y así eran más susceptibles a la influencia
de la verdad. Jesús dijo a los rabinos: "Andad pues,
y aprended qué cosa es: Misericordia quiero, y no
493
sacrificio." Así demostró que mientras aseveraban
exponer la Palabra de Dios, ignoraban
completamente su espíritu.
Los fariseos fueron acallados por el momento,
pero quedaron tanto más resueltos en su enemistad.
Buscaron luego a los discípulos de Juan el Bautista
y trataron de levantarlos contra el Salvador. Esos
fariseos no habían aceptado la misión del Bautista.
Habían señalado con escarnio su vida abstemia, sus
costumbres sencillas, sus ropas burdas, y le habían
declarado fanático. Porque él denunciaba su
hipocresía, habían resistido a sus palabras, y habían
tratado de incitar al pueblo contra él. El Espíritu de
Dios había obrado en los corazones de estos
escarnecedores, convenciéndolos de pecado; pero
habían rechazado el consejo de Dios, y habían
declarado que Juan estaba poseído de un demonio.
Pero ahora que Jesús había venido y andaba
entre la gente, comiendo y bebiendo en sus mesas,
le acusaban de glotón y bebedor. Los mismos que
hacían esa acusación eran culpables. Así como
Satanás representa falsamente a Dios y le reviste de
494
sus propios atributos, la conducta de los
mensajeros de Dios fue falseada por esos hombres
perversos.
Los fariseos no querían considerar que Jesús
comía con los publicanos y los pecadores para
llevar la luz del cielo a aquellos que moraban en
tinieblas. No querían ver que cada palabra
pronunciada por el divino Maestro era una simiente
viva que iba a germinar y llevar fruto para gloria de
Dios. Habían resuelto no aceptar la luz; y aunque
se habían opuesto a la misión del Bautista, estaban
ahora listos para cortejar la amistad de sus
discípulos, esperando obtener su cooperación
contra Jesús. Sostuvieron que Jesús anulaba las
antiguas tradiciones; y pusieron en contraste la
austera piedad del Bautista con la conducta de
Jesús al comer con publicanos y pecadores. Los
discípulos de Juan estaban entonces en gran
aflicción. Era antes de su visita a Jesús con el
mensaje de Juan. Su amado maestro estaba en la
cárcel, y ellos pasaban los días lamentándose. Jesús
no hacía ningún esfuerzo para librar a Juan, y hasta
parecía desacreditar su enseñanza. Si Juan había
495
sido enviado por Dios, ¿por qué seguían Jesús y
sus discípulos una conducta tan diferente?
Los discípulos de Juan no comprendían bien la
obra de Cristo; pensaban que tal vez las
acusaciones de los fariseos tenían algún
fundamento. Observaban muchas de las reglas
prescritas por los rabinos; y hasta esperaban ser
justificados por las obras de la ley. El ayuno era
practicado por los judíos como un acto de mérito, y
los más estrictos ayunaban dos días cada semana.
Los fariseos y los discípulos de Juan ayunaban
cuando los últimos vinieron a Jesús con la
pregunta: "¿Por qué nosotros y los fariseos
ayunamos muchas veces, y tus discípulos no
ayunan?"
Jesús les contestó afectuosamente. No trató de
corregir su concepto erróneo del ayuno, sino tan
sólo con respecto a su propia misión. Y lo hizo
empleando la misma figura que el Bautista había
usado en su testimonio acerca de Jesús. Juan había
dicho: "El que tiene la esposa, es el esposo; mas el
amigo del esposo, que está en pie y le oye, se goza
496
grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi
gozo es cumplido." (Juan 3:29) Los discípulos de
Juan no podían menos que recordar estas palabras
de su maestro, y, siguiendo con la ilustración, Jesús
dijo: "¿Podéis hacer que los que están de bodas
ayunen, entre tanto que el esposo está con ellos?"
El Príncipe del cielo estaba entre su pueblo. El
mayor don de Dios había sido dado al mundo.
Había gozo para los pobres; porque Cristo había
venido a hacerlos herederos de su reino. Había
gozo para los ricos; porque les iba a enseñar a
obtener las riquezas eternas. Había gozo para los
ignorantes; porque los iba a hacer sabios para la
salvación. Había gozo para los sabios; pues él les
iba a abrir misterios más profundos que los que
jamás hubieran sondeado; verdades que habían
estado ocultas desde la fundación del mundo iban a
ser reveladas a los hombres por la misión del
Salvador.
Juan el Bautista se había regocijado de
contemplar al Salvador. ¡Qué ocasión de regocijo
tenían los discípulos con su privilegio de andar y
497
hablar con la Majestad del cielo! Este no era para
ellos tiempo de llorar y ayunar. Debían abrir su
corazón para recibir la luz de su gloria, a fin de
poder derramar luz sobre aquellos que moraban en
tinieblas y sombra de muerte.
Las palabras de Cristo habían evocado un
cuadro brillante, pero lo cruzaba una densa sombra,
que solamente su ojo discernía. "Vendrán días – les
dijo, – cuando el esposo les será quitado: entonces
ayunarán en aquellos días." Cuando viesen a su
Señor traicionado y crucificado, los discípulos
llorarían y ayunarían. En las últimas palabras que
les dirigiera en el aposento alto, dijo: "Un poquito,
y no me veréis, y otra vez un poquito, y me veréis.
De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y
lamentaréis, y el mundo se alegrará: empero
aunque vosotros estaréis tristes, vuestra tristeza se
tornará en gozo." (Juan 16:19,20)
Cuando saliese de la tumba, su tristeza se
trocaría en gozo. Después de su ascensión, iba a
estar ausente en persona; pero por medio del
Consolador estaría todavía con ellos, y no debían
498
pasar su tiempo en lamentaciones. Esto era lo que
Satanás quería. Deseaba que diesen al mundo la
impresión de que habían sido engañados y
chasqueados; pero por la fe habían de mirar al
santuario celestial, donde Jesús ministraba por
ellos; debían abrir su corazón al Espíritu Santo, su
representante, y regocijarse en la luz de su
presencia. Sin embargo, iban a venir días de
tentación y prueba, cuando serían puestos en
conflicto con los gobernantes de este mundo y los
dirigentes del reino de las tinieblas; cuando Cristo
no estuviera personalmente con ellos y no
alcanzaran a discernir el Consolador, entonces sería
más apropiado para ellos ayunar.
Los fariseos trataban de exaltarse por su
rigurosa observancia de las formas, mientras que su
corazón estaba lleno de envidia y disensión. "He
aquí -dice la Escritura, – que para contiendas y
debates ayunáis, y para herir con el puño
inicuamente; no ayunéis como hoy, para que
vuestra voz sea oída en lo alto. ¿ Es tal el ayuno
que yo escogí, que de día aflija el hombre su alma,
que encorve su cabeza como junco, y haga cama de
499
saco y de ceniza? ¿Llamaréis esto ayuno, y día
agradable a Jehová?" (Isaías 58:4,5)
El verdadero ayuno no es una sencilla práctica
ritual. La Escritura describe así el ayuno que Dios
ha escogido: "Desatar las ligaduras de impiedad,
deshacer los haces de opresión, y dejar ir libres a
los quebrantados, y que rompáis todo yugo;" que
"derramares tu alma al hambriento, y saciares el
alma afligida." (Isaías 58:6,10) En estas palabras se
presenta el espíritu y el carácter de la obra de
Cristo. Toda su vida fue un sacrificio de sí mismo
por la salvación del mundo. Ora ayunase en el
desierto de la tentación, ora comiese con los
publicanos en el banquete de Mateo, estaba dando
su vida para la redención de los perdidos. El
verdadero espíritu de devoción no se manifiesta en
ociosos lamentos, ni en la mera humillación
corporal y los múltiples sacrificios, sino en la
entrega del yo a un servicio voluntario a Dios y al
hombre.
Continuando su respuesta a los discípulos de
Juan, Jesús pronunció una parábola diciendo:
500
"Nadie mete remiendo de paño nuevo en vestido
viejo; de otra manera el nuevo rompe, y al viejo no
conviene remiendo nuevo." El mensaje de Juan el
Bautista no había de entretejerse con la tradición y
la superstición. Una tentativa de fusionar la
hipocresía de los fariseos con la devoción de Juan
no lograría sino hacer más evidente el abismo que
había entre ellos.
Ni tampoco podían unirse los principios de la
enseñanza de Cristo con las formas del farisaísmo.
Cristo no había de cerrar la brecha hecha por las
enseñanzas de Juan. El iba a hacer aun más
definida la separación entre lo antiguo y lo nuevo.
Jesús ilustró aun más este hecho diciendo: "Nadie
echa vino nuevo en cueros viejos; de otra manera el
vino nuevo romperá los cueros, y el vino se
derramará, y los cueros se perderán." Los odres que
se usaban como recipientes para el vino nuevo,
después de un tiempo se secaban y volvían
quebradizos, y ya no podían servir con el mismo
fin. En esta ilustración familiar, Jesús presentó la
condición de los dirigentes judíos.
501
Sacerdotes, escribas y gobernantes estaban
sumidos en una rutina de ceremonias y tradiciones.
Sus corazones se habían contraído como los odres
resecados a los cuales se los había comparado.
Mientras permanecían satisfechos con una religión
legal, les era imposible ser depositarios de la
verdad viva del cielo. Pensaban que para todo
bastaba su propia justicia, y no deseaban que
entrase un nuevo elemento en su religión. No
aceptaban la buena voluntad de Dios para con los
hombres como algo separado de ellos. La
relacionaban con el mérito propio de sus buenas
obras. La fe que obra por amor y purifica el alma,
no hallaba donde unirse con la religión de los
fariseos, compuesta de ceremonias y de órdenes
humanas. El esfuerzo de aunar las enseñanzas de
Jesús con la religión establecida sería vano. La
verdad vital de Dios, como el vino en
fermentación, reventaría los viejos y decadentes
odres de la tradición farisaica.
Los fariseos se creían demasiado sabios para
necesitar instrucción, demasiado justos para
necesitar salvación, demasiado altamente honrados
502
para necesitar la honra que proviene de Cristo. El
Salvador se apartó de ellos para hallar a otros que
quisieran recibir el mensaje del cielo. En los
pescadores sin instrucción, en los publicanos de la
plaza, en la mujer de Samaria, en el vulgo que le
oía gustosamente, halló sus nuevos odres para el
nuevo vino. Los instrumentos que han de ser
usados en la obra del Evangelio son las almas que
reciben gustosamente la luz que Dios les manda.
Son sus agentes para impartir el conocimiento de la
verdad al mundo. Si por medio de la gracia de
Cristo los suyos quieren llegar a ser nuevos odres,
los llenará con nuevo vino.
La enseñanza de Cristo, aunque representada
por el nuevo vino, no era una doctrina nueva, sino
la revelación de lo que había sido enseñado desde
el principio. Pero para los fariseos la verdad de
Dios había perdido su significado y hermosura
originales. Para ellos, la enseñanza de Cristo era
nueva en casi todo respecto, y no la reconocían ni
aceptaban.
Jesús señaló el poder que la falsa enseñanza
503
tiene para destruir el aprecio y el deseo de la
verdad. "Ninguno – dijo él, – que bebiere del añejo,
quiere luego el nuevo; porque dice: El añejo es
mejor." Toda la verdad que había sido dada al
mundo por los patriarcas y los profetas
resplandecía con nueva belleza en las palabras de
Cristo. Pero los escribas y fariseos no deseaban el
precioso vino nuevo. Hasta que no se vaciasen de
sus viejas tradiciones, costumbres y prácticas, no
tenían en su mente o corazón lugar para las
enseñanzas de Cristo. Se aferraban a las formas
muertas, y se apartaban de la verdad viva y del
poder de Dios.
Esto ocasionó la ruina de los judíos y será la
ruina de muchas almas en nuestros tiempos. Miles
están cometiendo el mismo error que los fariseos a
quienes Cristo reprendió en el festín de Mateo.
Antes que renunciar a alguna idea que les es cara, o
descartar algún ídolo de su opinión, muchos
rechazan la verdad que desciende del Padre de las
luces. Confían en sí mismos y dependen de su
propia sabiduría, y no comprenden su pobreza
espiritual. Insisten en ser salvos de alguna manera
504
por la cual puedan realizar alguna obra importante.
Cuando ven que no pueden entretejer el yo en esa
obra, rechazan la salvación provista.
Una religión legal no puede nunca conducir las
almas a Cristo, porque es una religión sin amor y
sin Cristo. El ayuno o la oración motivada por un
espíritu de justificación propia, es abominación a
Dios. La solemne asamblea para adorar, la
repetición de ceremonias religiosas, la humillación
externa, el sacrificio imponente, proclaman que el
que hace esas cosas se considera justo, con derecho
al cielo, pero es todo un engaño. Nuestras propias
obras no pueden nunca comprar la salvación.
Como fue en los días de Cristo, así es hoy; los
fariseos no conocen su indigencia espiritual. A
ellos llega el mensaje: "Porque tú dices: Yo soy
rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de
ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado
y miserable y pobre y ciego y desnudo; yo te
amonesto que de mí compres oro afinado en fuego,
para que seas hecho rico, y seas vestido de
vestiduras blancas, para que no se descubra la
505
vergüenza de tu desnudez." (Apocalipsis 3:17,18)
La fe y el amor son el oro probado en el fuego.
Pero en el caso de muchos, el oro se ha empañado,
y se ha perdido el rico tesoro. La justicia de Cristo
es para ellos como un manto sin estrenar, una
fuente sellada. A ellos se dice: "Tengo contra ti que
has dejado tu primer amor. Recuerda por tanto de
dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras
obras; pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu
candelero de su lugar, si no te hubieres
arrepentido." (Apocalipsis 2:4,5)
"Los sacrificios de Dios son el espíritu
quebrantado: al corazón contrito y humillado no
despreciarás tú, oh Dios." (Salmos 51:17) El
hombre debe despojarse de sí mismo antes que
pueda ser, en el sentido más pleno, creyente en
Jesús. Entonces el Señor puede hacer del hombre
una nueva criatura. Los nuevos odres pueden
contener el nuevo vino. El amor de Cristo animará
al creyente con nueva vida. En aquel que mira al
Autor y Consumador de nuestra fe, se manifestará
el carácter de Cristo.
506
Capítulo 29
El Sábado
EL SÁBADO fue santificado en ocasión de la
creación. Tal cual fue ordenado para el hombre,
tuvo su origen cuando "las estrellas todas del alba
alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios."
(Job 38:7) La paz reinaba sobre el mundo entero,
porque la tierra estaba en armonía con el cielo.
"Vió Dios todo lo que había hecho, y he aquí que
era bueno en gran manera;' (Génesis 1:31) y reposó
en el gozo de su obra terminada.
Por haber reposado en sábado, "bendijo Dios el
día séptimo y santificólo," es decir, que lo puso
aparte para un uso santo. Lo dio a Adán como día
de descanso. Era un monumento recordativo de la
obra de la creación, y así una señal del poder de
Dios y de su amor. Las Escrituras dicen: "Hizo
memorables sus maravillas." "Las cosas invisibles
de él, su eterna potencia y divinidad, se echan de
ver desde la creación del mundo, siendo entendidas
507
por las cosas que son hechas." (Génesis 2:3,
Salmos 111:4, Romanos 1:20)
Todas las cosas fueron creadas por el Hijo de
Dios. "En el principio era el Verbo, y el Verbo era
con Dios.... Todas las cosas por él fueron hechas; y
sin él nada de lo que es hecho, fue hecho." (Juan
1:1-3) Y puesto que el sábado es un monumento
recordativo de la obra de la creación, es una señal
del amor y del poder de Cristo.
El sábado dirige nuestros pensamientos a la
naturaleza, y nos pone en comunión con el
Creador. En el canto de las aves, el murmullo de
los árboles, la música del mar, podemos oír todavía
esa voz que habló con Adán en el Edén al frescor
del día. Y mientras contemplamos su poder en la
naturaleza, hallamos consuelo, porque la palabra
que creó todas las cosas es la que infunde vida al
alma. El "que mandó que de las tinieblas
resplandeciese la luz, es el que resplandeció en
nuestros corazones, para iluminación del
conocimiento de la gloria de Dios en la faz de
Jesucristo." (2 Corintios 4:6)
508
Fue este pensamiento el que provocó este canto
del salmista:
"Por cuanto me has alegrado, oh Jehová, con
tus obras;
En las obras de tus manos me gozo.
¡Cuán grandes son tus obras, oh Jehová!
Muy profundos son tus pensamientos."
(Salmos 92:4,5)
Y el Espíritu Santo declara por medio del
profeta Isaías: "¿A qué pues haréis semejante a
Dios, o a qué imagen le compondréis? . . . ¿No
sabéis? ¿no habéis oído? ¿nunca os lo han dicho
desde el principio? ¿no habéis sido enseñados
desde que la tierra se fundó? El está asentado sobre
el globo de la tierra, cuyos moradores son como
langostas, él extiende los cielos como una cortina,
tiéndelos como una tienda para morar.... ¿A qué
pues me haréis semejante, o seré asimilado? dice el
Santo. Levantad en alto vuestros ojos, y mirad
quién crió estas cosas; él saca por cuenta su
ejército: a todas llama por sus nombres; ninguna
509
faltará: tal es la grandeza de su fuerza, y su poder y
virtud. ¿Por qué dices, oh Jacob, y hablas tú, Israel:
mi camino es escondido de Jehová, y de mi Dios
pasó mi juicio? ¿No has sabido, no has oído que el
Dios del siglo es Jehová, el cual crió los términos
de la tierra? No se trabaja, ni se fatiga con
cansancio.... El da esfuerzo al cansado, y multiplica
las fuerzas al que no tiene ningunas." "No temas
que yo soy contigo, no desmayes, que yo soy tu
Dios que te esfuerzo: siempre te ayudaré, siempre
te sustentaré con la diestra de mi justicia." "Mirad a
mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra:
porque yo soy Dios, y no hay más." Tal es el
mensaje que fue escrito en la naturaleza y que el
sábado está destinado a rememorar. Cuando el
Señor ordenó a Israel que santificase sus sábados,
dijo: "Sean por señal entre mí y vosotros, para que
sepáis que yo soy Jehová vuestro Dios." (Isaías
40:18-29, 41:10, 45:22, Ezequiel 20:20)
El sábado fue incorporado en la ley dada desde
el Sinaí; pero no fue entonces cuando se dio a
conocer por primera vez como día de reposo. El
pueblo de Israel había tenido conocimiento de él
antes de llegar al Sinaí. Mientras iba peregrinando
510
hasta allí, guardó el sábado. Cuando algunos lo
profanaron, el Señor los reprendió diciendo:
"¿Hasta cuándo no querréis guardar mis
mandamientos y mis leyes?" (Éxodo 16:28)
El sábado no era para Israel solamente, sino
para el mundo entero. Había sido dado a conocer al
hombre en el Edén, y como los demás preceptos
del Decálogo, es de obligación imperecedera.
Acerca de aquella ley de la cual el cuarto
mandamiento forma parte, Cristo declara: "Hasta
que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni un
tilde perecerá de la ley." Así que mientras duren los
cielos y la tierra, el sábado continuará siendo una
señal del poder del Creador. Cuando el Edén
vuelva a florecer en la tierra, el santo día de reposo
de Dios será honrado por todos los que moren
debajo del sol. "De sábado en sábado," los
habitantes de la tierra renovada y glorificada,
subirán "a adorar delante de mí, dijo Jehová."
(Mateo 5:18, Isaías 66:23)
Ninguna otra institución confiada a los judíos
propendía tan plenamente como el sábado a
511
distinguirlos de las naciones que los rodeaban.
Dios se propuso que su observancia los designase
como adoradores suyos. Había de ser una señal de
su separación de la idolatría, y de su relación con el
verdadero Dios. Pero a fin de santificar el sábado,
los hombres mismos deben ser santos. Por la fe,
deben llegar a ser partícipes de la justicia de Cristo.
Cuando fue dado a Israel el mandato: "Acordarte
has del día del reposo, para santificarlo," el Señor
también les dijo: "habeís de serme varones santos"
(Éxodo 20:8, 22:31) Únicamente en esa forma
podía el sábado distinguir a los israelitas como
adoradores de Dios.
Al apartarse los judíos de Dios, y dejar de
apropiarse la justicia de Cristo por la fe, el sábado
perdió su significado para ellos. Satanás estaba
tratando de exaltarse a sí mismo, y de apartar a los
hombres de Cristo, y obró para pervertir el sábado,
porque es la señal del poder de Cristo. Los
dirigentes judíos cumplían la voluntad de Satanás
rodeando de requisitos pesados el día de reposo de
Dios. En los días de Cristo, el sábado había
quedado tan pervertido, que su observancia
512
reflejaba el carácter de hombres egoístas y
arbitrarios, más bien que el carácter del amante
Padre celestial. Los rabinos representaban
virtualmente a Dios como autor de leyes cuyo
cumplimiento era imposible para los hombres.
Inducían a la gente a considerar a Dios como un
tirano, y a pensar que la observancia del sábado,
que él les exigía, hacía a los hombres duros y
crueles. Era obra de Cristo disipar estos conceptos
falsos. Aunque los rabinos le perseguían con una
hostilidad implacable, ni siquiera aparentaba
conformarse a sus requerimientos, sino que seguía
adelante, observando el sábado según la ley de
Dios.
Cierto sábado, mientras el Salvador y sus
discípulos volvían del lugar de culto, pasaron por
un sembrado que estaba madurando. Jesús había
continuado su obra hasta hora avanzada, y mientras
pasaba por los campos, los discípulos empezaron a
juntar espigas y a comer los granos, después de
restregarlos en las manos. En cualquier otro día,
este acto no habría provocado comentario, porque
el que pasaba por un sembrado, un huerto, o una
513
viña, tenía plena libertad para recoger lo que
deseara comer. (Deuteronomio 23:24,25) Pero el
hacer esto en sábado era tenido por un acto de
profanación. No sólo al juntar el grano se lo
segaba, sino que al restregarlo en las manos se lo
trillaba, y así, en opinión de los rabinos había en
ello un doble delito.
Inmediatamente los espías se quejaron a Jesús
diciendo: "He aquí tus discípulos hacen lo que no
es lícito hacer en sábado."
Cuando se le acusó de violar el sábado en
Betesda, Jesús se defendió afirmando su condición
de Hijo de Dios y declarando que él obraba en
armonía con el Padre. Ahora que se atacaba a sus
discípulos, él citó a sus acusadores ejemplos del
Antiguo Testamento, actos verificados en sábado
por quienes estaban en el servicio de Dios.
Los maestros judíos se jactaban de su
conocimiento de las Escrituras, y la respuesta de
Cristo implicaba una reprensión por su ignorancia
de los sagrados escritos. "¿Ni aun esto habéis leído
514
– dijo, – qué hizo David cuando tuvo hambre, él, y
los que con él estaban; cómo entró en la casa de
Dios, y tomó los panes de la proposición, y comió,
. . . los cuales no era lícito comer, sino a solos los
sacerdotes?" "También les dijo: El sábado por
causa del hombre es hecho; no el hombre por causa
del sábado." " ¿No habéis leído en la ley, que los
sábados en el templo los sacerdotes profanan el
sábado, y son sin culpa? Pues os digo que uno
mayor que el templo está aquí." "El Hijo del
hombre es Señor aun del sábado.' (Lucas 6:3,4,
Marcos 2:27,28, Mateo 12:5,6)
Si estaba bien que David satisficiese su hambre
comiendo el pan que había sido apartado para un
uso santo, entonces estaba bien que los discípulos
supliesen su necesidad recogiendo granos en las
horas sagradas del sábado. Además, los sacerdotes
del templo realizaban el sábado una labor más
intensa que en otros días. En asuntos seculares, la
misma labor habría sido pecaminosa; pero la obra
de los sacerdotes se hacía en el servicio de Dios.
Ellos cumplían los ritos que señalaban el poder
redentor de Cristo, y su labor estaba en armonía
515
con el objeto del sábado. Pero ahora, Cristo mismo
había venido. Los discípulos, al hacer la obra de
Cristo, estaban sirviendo a Dios y era correcto
hacer en sábado lo que era necesario para el
cumplimiento de esta obra.
Cristo quería enseñar a sus discípulos y a sus
enemigos que el servicio de Dios está antes que
cualquier otra cosa. El objeto de la obra de Dios en
este mundo es la redención del hombre; por lo
tanto, lo que es necesario hacer en sábado en
cumplimiento de esta obra, está de acuerdo con la
ley del sábado. Jesús coronó luego su argumento
declarándose "Señor del sábado," es decir un Ser
por encima de toda duda y de toda ley. Este Juez
infinito absuelve a los discípulos de culpa,
apelando a los mismos estatutos que se les acusaba
de estar violando.
Jesús no dejó pasar el asunto con la
administración de una reprensión a sus enemigos.
Declaró que su ceguera había interpretado mal el
objeto del sábado. Dijo: "Si supieseis qué es:
Misericordia quiero y no sacrificio, no condenaríais
516
a los inocentes." (Mateo 12:7) Sus muchos ritos
formalistas no podían suplir la falta de aquella
integridad veraz y amor tierno que siempre
caracterizarán al verdadero adorador de Dios.
Cristo volvió a reiterar la verdad de que en sí
mismos los sacrificios no tienen valor. Eran un
medio, y no un fin. Su objeto consistía en señalar el
Salvador a los hombres, y ponerlos así en armonía
con Dios. Lo que Dios aprecia es el servicio de
amor. Faltando éste, el mero ceremonial le es una
ofensa. Así sucede con el sábado. Estaba destinado
a poner a los hombres en comunión con Dios; pero
cuando la mente quedaba absorbida por ritos
cansadores, el objeto del sábado se frustraba. Su
simple observancia exterior era una burla.
Otro sábado, al entrar Jesús en una sinagoga,
vio allí a un hombre que tenía una mano
paralizada. Los fariseos le vigilaban, deseosos de
ver lo que iba a hacer. El Salvador sabía muy bien
que al efectuar una curación en sábado, sería
considerado como transgresor, pero no vaciló en
derribar el muro de las exigencias tradicionales que
517
rodeaban el sábado. Jesús invitó al enfermo a
ponerse de pie, y luego preguntó: "¿Es lícito hacer
bien en sábado, o hacer mal? ¿salvar la vida, o
quitarla?" Era máxima corriente entre los judíos
que el dejar de hacer el bien, cuando había
oportunidad, era hacer lo malo; el descuidar de
salvar una vida, era matar. Así se enfrentó Jesús
con los rabinos en su propio terreno. "Mas ellos
callaban. Y mirándolos alrededor con enojo,
condoliéndose de la ceguedad de su corazón, dice
al hombre: Extiende tu mano. Y la extendió, y su
mano fue restituida sana.' (Marcos 3:4,5)
Cuando le preguntaron: "¿Es lícito curar en
sábado?" Jesús contestó " ¿ Qué hombre habrá de
vosotros, que tenga una oveja, y si cayere ésta en
una fosa en sábado, no le eche mano, y la levante?
Pues ¿cuánto más vale un hombre que una oveja?
Así que, lícito es en los sábados hacer bien.'
(Mateo 12:10-12)
Los espías no se atrevían a contestar a Jesús en
presencia de la multitud, por temor a meterse en
dificultades. Sabían que él había dicho la verdad.
518
Más bien que violar sus tradiciones, estaban
dispuestos a dejar sufrir a un hombre, mientras que
aliviarían a un animal por causa de la pérdida que
sufriría el dueño si lo descuidaban. Así
manifestaban mayor cuidado por un animal que por
el hombre, que fue hecho a la imagen de Dios. Esto
ilustra el resultado de todas las religiones falsas.
Tienen su origen en el deseo del hombre de
exaltarse por encima de Dios, pero llegan a
degradar al hombre por debajo del nivel de los
brutos. Toda religión que combate la soberanía de
Dios, defrauda al hombre de la gloria que le fue
concedida en la creación, y que ha de ser]e
devuelta en Cristo. Toda religión falsa enseña a sus
adeptos a descuidar los menesteres, sufrimientos y
derechos de los hombres. El Evangelio concede
alto valor a la humanidad como adquisición hecha
por la sangre de Cristo, y enseña a considerar con
ternura las necesidades y desgracias del hombre. El
Señor dice: "Haré más precioso que el oro fino al
varón, y más que el oro de Ofir al hombre." (Isaías
13:12)
Cuando Jesús preguntó a los fariseos si era
519
lícito hacer bien o mal en sábado, salvar la vida o
matar, les hizo confrontar sus propios malos
deseos. Con acerbo odio ellos deseaban matarle
mientras él estaba salvando vidas e impartiendo
felicidad a muchedumbres. ¿Era mejor matar en
sábado, según se proponían ellos hacer, que sanar a
los afligidos como lo había hecho él? ¿Era más
justo tener homicidio en el corazón en el día santo,
que tener hacia todos un amor que se expresara en
hechos de misericordia?
Al sanar al hombre que tenía una mano seca,
Jesús condenó la costumbre de los judíos, y dejó al
cuarto mandamiento tal cual Dios lo había dado.
"Lícito es en los sábados hacer bien," declaró.
Poniendo a un lado las restricciones sin sentido de
los judíos, honró el sábado, mientras que los que se
quejaban contra él deshonraban el día santo de
Dios.
Los que sostienen que Cristo abolió la ley,
enseñan que violó el sábado y justificó a sus
discípulos en lo mismo. Así están asumiendo la
misma actitud que los cavilosos judíos. En esto
520
contradicen el testimonio de Cristo mismo, quien
declaró: "Yo también he guardado los
mandamientos de mi Padre, y estoy en su amor."
(Juan 15:10)Ni el Salvador ni sus discípulos
violaron la ley del sábado. Cristo fue el
representante vivo de la ley. En su vida no se halló
ninguna violación de sus santos preceptos. Frente a
una nación de testigos que buscaban ocasión de
condenarle, pudo decir sin que se le contradijera:
"¿Quién de vosotros me convence de pecado?'
(Juan 8:46)
El Salvador no había venido para poner a un
lado lo que los patriarcas y profetas habían dicho;
porque él mismo había hablado mediante esos
hombres representativos. Todas las verdades de la
Palabra de Dios provenían de él. Estas gemas
inestimables habían sido puestas en engastes falsos.
Su preciosa luz había sido empleada para servir al
error. Dios deseaba que fuesen sacadas de su marco
de error, y puestas en el de la verdad. Esta obra
podía ser hecha únicamente por una mano divina.
Por su relación con el error, la verdad había estado
sirviendo la causa del enemigo de Dios y del
521
hombre. Cristo había venido para colocarla donde
glorificase a Dios y obrase la salvación de la
humanidad.
"El sábado por causa del hombre es hecho; no
el hombre por causa del sábado," dijo Jesús. Las
instituciones que Dios estableció son para
beneficio de la humanidad. "Todas las cosas son
por vuestra causa." "Sea Pablo, sea Apolos, sea
Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea
lo presente, sea lo por venir; todo es vuestro; y
vosotros de Cristo; y Cristo de Dios." (2 Corintios
4:15, 1 Corintios 3:22,23) La ley de los diez
mandamientos, de la cual el sábado forma parte,
fue dada por Dios a su pueblo como una bendición.
"Mandónos Jehová – dijo Moisés – que
ejecutásemos todos estos estatutos, y que temamos
a Jehová nuestro Dios, porque nos vaya bien todos
los días, y para que nos dé vida, como hoy.'
(Deuteronomio 6:24) Y mediante el salmista se dio
este mensaje a Israel: "Servid a Jehová con alegría:
venid ante su acatamiento con regocijo. Reconoced
que Jehová él es Dios: él nos hizo, y no nosotros a
nosotros mismos; pueblo suyo somos, y ovejas de
522
su prado. Entrad por sus puertas con
reconocimiento, por sus atrios con alabanza."
(Salmos 100:2-4) Y acerca de todos los que
guardan "el sábado de profanarlo," el Señor
declara: "Yo los llevaré al monte de mi santidad, y
los recrearé en mi casa de oración." (Isaías 56:6,7)
"El Hijo del hombre es Señor aun del sábado."
Estas palabras rebosan instrucción y consuelo. Por
haber sido hecho el sábado para el hombre, es el
día del Señor. Pertenece a Cristo. Porque "todas las
cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que
es hecho, fue hecho." (Juan 1:3) y como lo hizo
todo, creó también el sábado. Por él fue apartado
como un monumento recordativo de la obra de la
creación. Nos presenta a Cristo como Santificador
tanto como Creador. Declara que el que creó todas
las cosas en el cielo y en la tierra, y mediante quien
todas las cosas existen, es cabeza de la iglesia, y
que por su poder somos reconciliados con Dios.
Porque, hablando de Israel, dijo: "Díles también
mis sábados, que fuesen por señal entre mí y ellos,
para que supiesen que yo soy Jehová que los
santifico," (Ezequiel 20:12) es decir, que los hace
523
santos. Entonces el sábado es una señal del poder
de Cristo para santificarnos. Es dado a todos
aquellos a quienes Cristo hace santos. Como señal
de su poder santificador, el sábado es dado a todos
los que por medio de Cristo llegan a formar parte
del Israel de Dios.
Y el Señor dice: "Si retrajeres del sábado tu pie,
de hacer tu voluntad en mi día santo, y al sábado
llamares delicias, santo, glorioso de Jehová; . . .
entonces te deleitarás en Jehová." (Isaías 58:13,14)
A todos los que reciban el sábado como señal del
poder creador y redentor de Cristo, les resultará
una delicia. Viendo a Cristo en él, se deleitan en él.
El sábado les indica las obras de la creación como
evidencia de su gran poder redentor. Al par que
recuerda la perdida paz del Edén, habla de la paz
restaurada por el Salvador. Y todo lo que encierra
la naturaleza, repite su invitación: "Venid a mí
todos los que estáis trabajados y cargados, que yo
os haré descansar." (Mateo 11:28)
524
Capítulo 30
La Ordenación de los Doce
"SUBIO al monte, y llamó a sí a los que él
quiso; y vinieron a él. Y estableció doce, para que
estuviesen con él, y para enviarlos a predicar."
Debajo de los protectores árboles de la ladera
de la montaña, pero a corta distancia del mar de
Galilea, fueron llamados los doce al apostolado y
fue pronunciado el sermón del monte. Los campos
y las colinas eran los lugares favoritos de Jesús, y
muchas de sus enseñanzas fueron dadas al aire
libre más bien que en el templo o en las sinagogas.
Ninguna sinagoga podría haber contenido a las
muchedumbres que le seguían. Pero no sólo por
esto prefería él enseñar en los campos y huertos.
Jesús amaba las escenas de la naturaleza. Para él,
cada tranquilo retiro era un templo sagrado.
Fue bajo los árboles del Edén donde los
primeros moradores de la tierra eligieron su
525
santuario. Allí Cristo se había comunicado con el
padre de la humanidad. Cuando fueron desterrados
del Paraíso, nuestros primeros padres siguieron
adorando en los campos y vergeles, y allí Cristo se
encontraba con ellos y les comunicaba el Evangelio
de su gracia. Fue Cristo quien habló a Abrahán
bajo los robles de Mamre; con Isaac cuando salió a
orar en los campos a la hora del crepúsculo; con
Jacob en la colina de Betel; con Moisés entre las
montañas de Madián; y con el zagal David
mientras cuidaba sus rebaños. Era por indicación
de Cristo por lo que durante quince siglos el pueblo
hebreo había dejado sus hogares durante una
semana cada año, y había morado en cabañas
formadas con ramas verdes, "gajos con fruto de
árbol hermoso, ramos de palmas, y ramas de
árboles espesos, y sauces de los arroyos.' (Levítico
23:40)
Mientras educaba a sus discípulos, Jesús solía
apartarse de la confusión de la ciudad a la
tranquilidad de los campos y las colinas, porque
estaba más en armonía con las lecciones de
abnegación que deseaba enseñarles. Y durante su
526
ministerio se deleitaba en congregar a la gente en
derredor suyo bajo los cielos azules, en algún
collado hermoso, o en la playa a la ribera del lago.
Allí, rodeado por las obras de su propia creación,
podía dirigir los pensamientos de sus oyentes de lo
artificial a lo natural. En el crecimiento y desarrollo
de la naturaleza se revelaban los principios de su
reino. Al levantar los hombres los ojos a las colinas
de Dios, y contemplar las obras maravillosas de sus
manos, podían aprender lecciones preciosas de la
verdad divina. La enseñanza de Cristo les era
repetida en las cosas de la naturaleza. Así sucede
con todos los que salen a los campos con Cristo en
su corazón. Se sentirán rodeados por la influencia
celestial. Las cosas de la naturaleza repiten las
parábolas de nuestro Señor y sus consejos. Por la
comunión con Dios en la naturaleza, la mente se
eleva y el corazón halla descanso.
Estaba por darse el primer paso en la
organización de la iglesia, que después de la
partida de Cristo había de ser su representante en la
tierra. No tenía ningún santuario costoso a su
disposición, pero el Salvador condujo a sus
527
discípulos al lugar de retraimiento que él amaba, y
en la mente de ellos los sagrados incidentes de
aquel día quedaron para siempre vinculados con la
belleza de la montaña, del valle y del mar.
Jesús había llamado a sus discípulos para
enviarlos como testigos suyos, para que declararan
al mundo lo que habían visto y oído de él. Su cargo
era el más importante al cual hubiesen sido
llamados alguna vez los seres humanos, y
únicamente el de Cristo lo superaba. Habían de ser
colaboradores con Dios para la salvación del
mundo. Como en el Antiguo Testamento los doce
patriarcas se destacan como representantes de
Israel, así los doce apóstoles habían de destacarse
como representantes de la iglesia evangélica.
El Salvador conocía el carácter de los hombres
a quienes había elegido; todas sus debilidades y
errores estaban abiertos delante de él; conocía los
peligros que tendrían que arrostrar, la
responsabilidad que recaería sobre ellos; y su
corazón amaba tiernamente a estos elegidos. A
solas sobre una montaña, cerca del mar de Galilea,
528
pasó toda la noche en oración por ellos, mientras
ellos dormían al pie de la montaña. Al amanecer,
los llamó a sí porque tenía algo importante que
comunicarles. Estos discípulos habían estado
durante algún tiempo asociados con Jesús en su
labor activa. Juan y Santiago, Andrés y Pedro, con
Felipe, Natanael y Mateo, habían estado más
íntimamente relacionados con él que los demás, y
habían presenciado mayor número de sus milagros.
Pedro, Santiago y Juan tenían una relación más
estrecha con él. Estaban casi constantemente con
él, presenciando sus milagros y oyendo sus
palabras. Juan había penetrado en una intimidad
aun mayor con Jesús, de tal manera que se le
distingue como aquel a quien Jesús amaba. El
Salvador los amaba a todos, pero Juan era el
espíritu más receptivo. Era más joven que los
demás, y con mayor confianza infantil abría su
corazón a Jesús. Así llegó a simpatizar más con el
Salvador, y por su medio fueron comunicadas a su
pueblo las enseñanzas espirituales más profundas
del Salvador.
A la cabeza de uno de los grupos en los cuales
529
estaban divididos los apóstoles, se destaca el
nombre de Felipe. Fue el primer discípulo a quien
Jesús dirigió la orden terminante: "Sígueme."
Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y
Pedro. Había escuchado la enseñanza de Juan el
Bautista, y le había oído anunciar a Cristo como el
Cordero de Dios. Felipe buscaba sinceramente la
verdad, pero era tardo de corazón para creer.
Aunque se había unido a Cristo, la manera en que
lo anunció a Natanael demuestra que no estaba
plenamente convencido de la divinidad de Jesús.
Aunque Cristo había sido proclamado por la voz
del cielo como Hijo de Dios, para Felipe era
"Jesús, el hijo de José, de Nazaret." (Juan 1:45)
Otra vez, cuando los cinco mil fueron alimentados,
se reveló la falta de fe de Felipe. Para probarle,
Jesús preguntó: "¿De dónde compraremos pan para
que coman éstos?" La respuesta de Felipe tendía a
la incredulidad: "Doscientos denarios de pan no les
bastarán, para que cada uno de ellos tome un
poco." (Juan 6:5,7) Jesús estaba apenado. Aunque
Felipe había visto sus obras y sentido su poder, no
tenía fe. Cuando los griegos preguntaron a Felipe
acerca de Jesús, no aprovechó como honor y
530
motivo de gozo la oportunidad de presentarlos al
Salvador, sino que se fue a decirlo a Andrés. Otra
vez, en las últimas horas transcurridas antes de la
crucifixión, las palabras de Felipe propendieron a
desalentar la fe. Cuando Tomás dijo a Jesús:
"Señor, no sabemos a dónde vas: ¿cómo, pues,
podemos saber el camino?" el Salvador respondió:
"Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. . . . Si me
conocieseis, también a mi Padre conocierais." De
Felipe provino la respuesta incrédula: "Señor,
muéstranos al Padre, y nos basta." (Juan 14:5-8)
Tan tardo de corazón, tan débil en la fe, era el
discípulo que había estado con Jesús durante tres
años.
En feliz contraste con la incredulidad de Felipe,
se notaba la confianza infantil de Natanael. Era
hombre de naturaleza intensamente fervorosa, cuya
fe se apoderaba de las realidades invisibles. Sin
embargo, Felipe era alumno en la escuela de
Cristo, y el divino Maestro soportó pacientemente
su incredulidad y torpeza. Cuando fue derramado
el Espíritu Santo sobre los discípulos, Felipe llegó
a ser un maestro según el orden divino. Sabía de
531
qué hablaba y enseñaba con una seguridad que
infundía convicción a los oyentes.
Mientras Jesús estaba preparando a los
discípulos para su ordenación, un hombre que no
había sido llamado se presentó con insistencia entre
ellos. Era Judas Iscariote, hombre que profesaba
seguir a Cristo y que se adelantó ahora para
solicitar un lugar en el círculo íntimo de los
discípulos. Con gran fervor y aparente sinceridad,
declaró: "Maestro, te seguiré a donde quiera que
fueres." Jesús no le rechazó ni le dio la bienvenida,
sino que pronunció tan sólo estas palabras tristes:
"Las zorras tienen cavernas, y las aves del cielo
nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde
recueste su cabeza." (Mateo 8:19,20) Judas creía
que Jesús era el Mesías; y uniéndose a los
apóstoles esperaba conseguir un alto puesto en el
nuevo reino, así que Jesús se proponía desvanecer
esta esperanza declarando su pobreza.
Los discípulos anhelaban que Judas llegase a
ser uno de ellos. Parecía un hombre respetable, de
agudo discernimiento y habilidad administrativa, y
532
lo recomendaron a Jesús como hombre que le
ayudaría mucho en su obra. Les causó, pues,
sorpresa que Jesús le recibiese tan fríamente.
Los discípulos habían quedado muy
desilusionados de que Jesús no se había esforzado
por conseguir la cooperación de los dirigentes de
Israel. Les parecía que era un error no fortalecer su
causa obteniendo el apoyo de esos hombres
influyentes. Si hubiese rechazado a Judas, en su
ánimo habrían puesto en duda la sabiduría de su
Maestro. La historia ulterior de Judas les iba a
enseñar el peligro que hay en decidir la idoneidad
de los hombres para la obra de Dios basándose en
alguna consideración mundanal. La cooperación de
hombres como aquellos que los discípulos
deseaban asegurarse habría entregado la obra en las
manos de sus peores enemigos.
Sin embargo, cuando Judas se unió a los
discípulos no era insensible a la belleza del carácter
de Cristo. Sentía la influencia de aquel poder
divino que atraía las almas al Salvador. El que no
había de quebrar la caña cascada ni apagar el
533
pábilo humeante no iba a rechazar a esa alma
mientras sintiera un deseo de acercarse a la luz. El
Salvador leyó el corazón de Judas; conoció los
abismos de iniquidad en los cuales éste se hundiría
a menos que fuese librado por la gracia de Dios. Al
relacionar a este hombre consigo, le puso donde
podría estar día tras día en contacto con la
manifestación de su propio amor abnegado. Si
quería abrir su corazón a Cristo, la gracia divina
desterraría el demonio del egoísmo, y aun Judas
podría llegar a ser súbdito del reino de Dios.
Dios toma a los hombres tales como son, con
los elementos humanos de su carácter, y los
prepara para su servicio, si quieren ser
disciplinados y aprender de él. No son elegidos
porque sean perfectos, sino a pesar de sus
imperfecciones, para que mediante el conocimiento
y la práctica de la verdad, y por la gracia de Cristo,
puedan ser transformados a su imagen.
Judas tuvo las mismas oportunidades que los
demás discípulos. Escuchó las mismas preciosas
lecciones. Pero la práctica de la verdad requerida
534
por Cristo contradecía los deseos y propósitos de
Judas, y él no quería renunciar a sus ideas para
recibir sabiduría del Cielo.
¡Cuán tiernamente obró el Salvador con aquel
que había de entregarle! En sus enseñanzas, Jesús
se espaciaba en los principios de la benevolencia
que herían la misma raíz de la avaricia. Presentó a
Judas el odioso carácter de la codicia, y más de una
vez el discípulo se dio cuenta de que su carácter
había sido pintado y su pecado señalado; pero no
quería confesar ni abandonar su iniquidad. Se creía
suficiente de por sí mismo, y en vez de resistir la
tentación continuó practicando sus fraudes. Cristo
estaba delante de él, como ejemplo vivo de lo que
debía llegar a ser si cosechaba los beneficios de la
mediación y el ministerio divinos; pero lección tras
lección caía en los oídos de Judas sin que él le
prestara atención.
Ninguna reprimenda viva por su avaricia le
dirigió Jesús, sino que con paciencia divina soportó
a ese hombre que estaba en error, al par que le daba
evidencia de que leía en su corazón como en un
535
libro abierto. Le presentó los más altos incentivos
para hacer lo bueno, y al rechazar la luz del Cielo,
Judas quedaría sin excusa.
En vez de andar en la luz, Judas prefirió
conservar sus defectos. Albergó malos deseos,
pasiones vengativas y pensamientos lóbregos y
rencorosos, hasta que Satanás se posesionó
plenamente de él. Judas llegó a ser un representante
del enemigo de Cristo.
Cuando llegó a asociarse con Jesús, tenía
algunos preciosos rasgos de carácter que podrían
haber hecho de él una bendición para la iglesia. Si
hubiese estado dispuesto a llevar el yugo de Cristo,
podría haberse contado entre los principales
apóstoles; pero endureció su corazón cuando le
señalaron sus defectos, y con orgullo y rebelión
prefirió sus egoístas ambiciones, y así se incapacitó
para la obra que Dios quería darle.
Todos los discípulos tenían graves defectos
cuando Jesús los llamó a su servicio. Aun Juan,
quien vino a estar más íntimamente asociado con el
536
manso y humilde Jesús, no era por naturaleza
manso y sumiso. El y su hermano eran llamados
"hijos del trueno." Aun mientras andaba con Jesús,
cualquier desprecio hecho a éste despertaba su
indignación y espíritu combativo. En el discípulo
amado, había mal genio, espíritu vengativo y de
crítica. Era orgulloso y ambicionaba ocupar el
primer puesto en el reino de Dios. Pero día tras día,
en contraste con su propio espíritu violento,
contempló la ternura y tolerancia de Jesús, y fue
oyendo sus lecciones de humildad y paciencia.
Abrió su corazón a la influencia divina y llegó a ser
no solamente oidor sino hacedor de las obras del
Salvador. Ocultó su personalidad en Cristo y
aprendió a llevar el yugo y la carga de Cristo.
Jesús reprendía a sus discípulos. Los
amonestaba y precavía; pero Juan y sus hermanos
no le abandonaron; prefirieron quedar con Jesús a
pesar de las reprensiones. El Salvador no se apartó
de ellos por causa de sus debilidades y errores.
Ellos continuaron compartiendo hasta el fin sus
pruebas y aprendiendo las lecciones de su vida.
Contemplando a Cristo, llegó a transformarse su
537
carácter.
En sus hábitos y temperamento, los apóstoles
diferían grandemente. Entre ellos se contaba el
publicano Leví Mateo y el celote Simón, el
intransigente enemigo de la autoridad de Roma; el
generoso e impulsivo Pedro, y el ruin Judas; Tomás
el fiel, aunque tímido y miedoso; Felipe, lento de
corazón e inclinado a la duda, y los ambiciosos y
jactanciosos hijos de Zebedeo, con sus hermanos.
Estos fueron reunidos, con sus diferentes defectos,
todos con tendencias al mal, heredadas y
cultivadas; pero en Cristo y por su medio habían de
habitar en la familia de Dios, aprendiendo a ser uno
en fe, doctrina y espíritu. Iban a tener sus pruebas,
sus agravios, sus diferencias de opinión; pero
mientras Cristo habitase en el corazón de ellos, no
habría disensión. Su amor los induciría a amarse
unos a otros; las lecciones del Maestro harían
armonizar todas las diferencias, poniendo a los
discípulos en unidad hasta hacerlos de una mente y
un mismo criterio. Cristo es el gran centro, y ellos
se acercarían el uno al otro en la proporción en que
se acercasen al centro.
538
Cuando Jesús hubo dado su instrucción a los
discípulos congregó al pequeño grupo en derredor
suyo, y arrodillándose en medio de ellos y
poniendo sus manos sobre sus cabezas, ofreció una
oración para dedicarlos a su obra sagrada. Así
fueron ordenados al ministerio evangélico los
discípulos del Señor.
Como representantes suyos entre los hombres,
Cristo no elige ángeles que nunca cayeron, sino a
seres humanos, hombres de pasiones iguales a las
de aquellos a quienes tratan de salvar. Cristo
mismo se revistió de la humanidad, para poder
alcanzar a la humanidad. La divinidad necesitaba
de la humanidad; porque se requería tanto lo divino
como lo humano para traer la salvación al mundo.
La divinidad necesitaba de la humanidad, para que
ésta pudiese proporcionarle un medio de
comunicación entre Dios y el hombre. Así sucede
con los siervos y mensajeros de Cristo. El hombre
necesita un poder exterior a sí mismo para
restaurarle a la semejanza de Dios y habilitarle para
hacer la obra de Dios; pero esto no hace que no sea
539
esencial el agente humano. La humanidad hace
suyo el poder divino, Cristo n ora en el corazón por
la fe; y mediante la cooperación con lo divino el
poder del hombre se hace eficiente para el bien.
El que llamó a los pescadores de Galilea está
llamando todavía a los hombres a su servicio. Y
está tan dispuesto a manifestar su poder por medio
de nosotros como por los primeros discípulos. Por
imperfectos y pecaminosos que seamos, el Señor
nos ofrece asociarnos consigo, para que seamos
aprendices de Cristo. Nos invita a ponernos bajo la
instrucción divina para que unidos con Cristo
podamos realizar las obras de Dios.
"Tenemos empero este tesoro en vasos de
barro, para que la alteza del poder sea de Dios, y no
de nosotros." (2 Corintios 4:7) Esta es la razón por
la cual la predicación del Evangelio fue confiada a
hombres sujetos a error más bien que a los ángeles.
Es manifiesto que el poder que obra por la
debilidad de la humanidad es el poder de Dios; y
así se nos anima a creer que el poder que puede
ayudar a otros tan débiles como nosotros puede
540
ayudarnos a nosotros también. Y los que están
sujetos a flaquezas deben poder compadecerse "de
los ignorantes y extraviados." (Hebreos 5:2)
Habiendo estado en peligro ellos mismos, conocen
los riesgos y dificultades del camino, y por esta
razón son llamados a buscar a los demás que están
en igual peligro. Hay almas afligidas por la duda,
cargadas de flaquezas, débiles en la fe e
incapacitadas para comprender al Invisible; pero un
amigo a quien pueden creer, que viene a ellos en
lugar de Cristo, puede ser el vínculo que corrobore
su temblorosa fe en Cristo.
Hemos de colaborar con los ángeles celestiales
para presentar a Jesús al mundo. Con avidez casi
impaciente, los ángeles aguardan nuestra
cooperación; porque el hombre debe ser el medio
de comunicación con el hombre. Y cuando nos
entregamos a Cristo en una consagración de todo el
corazón, los ángeles se regocijan de poder hablar
por nuestras voces para revelar el amor de Dios.
541
Capítulo 31
El Sermón del Monte
RARA vez reunía Cristo a sus discípulos a
solas para darles sus palabras. No elegía por
auditorio suyo únicamente a aquellos que conocían
el camino de la vida. Era su obra alcanzar a las
multitudes que estaban en ignorancia y en error.
Daba sus lecciones de verdad donde podían
alcanzar el entendimiento entenebrecido. El mismo
era la Verdad, que de pie, con los lomos ceñidos y
las manos siempre extendidas para bendecir, y
mediante palabras de amonestación, ruego y
estímulo, trataba de elevar a todos aquellos que
venían a él.
El sermón del monte, aunque dado
especialmente a los discípulos, fue pronunciado a
oídos de la multitud. Después de la ordenación de
los apóstoles, Jesús se fue con ellos a orillas del
mar. Allí, por la mañana temprano, la gente había
empezado a congregarse. Además de las
542
acostumbradas muchedumbres de los pueblos
galileos, había gente de Judea y aun de Jerusalén
misma; de Perea, de Decápolis, de Idumea, una
región lejana situada al sur de Judea; y de Tiro y
Sidón, ciudades fenicias de la costa del
Mediterráneo. "Oyendo cuán grandes cosas hacía,"
ellos "habían venido a oírle, y para ser sanados de
sus enfermedades; . . . porque salía de él virtud y
sanaba a todos.' (Marcos 3:8, Lucas 6:17-19)
La estrecha playa no daba cabida al alcance de
su voz, ni aun de pie, a todos los que deseaban
oírle, así que Jesús los condujo a la montaña.
Llegado que hubo a un espacio despejado de
obstáculos, que ofrecía un agradable lugar de
reunión para la vasta asamblea, se sentó en la
hierba, y los discípulos y las multitudes siguieron
su ejemplo.
Los discípulos se situaban siempre en el lugar
más cercano a Jesús. La gente se agolpaba
constantemente en derredor suyo, pero los
discípulos comprendían que no debían dejarse
apartar de su presencia. Se sentaban a su lado, a fin
543
de no perder una palabra de sus instrucciones.
Escuchaban atentamente, ávidos de comprender las
verdades que iban a tener que anunciar a todos los
países y a todas las edades.
Presintiendo que podían esperar algo más que
lo acostumbrado, rodearon ahora estrechamente a
su Maestro. Creían que el reino iba a ser
establecido pronto, y de los sucesos de aquella
mañana sacaban la segura conclusión de que Jesús
iba a hacer algún anuncio concerniente a dicho
reino. Un sentimiento de expectativa dominaba
también a la multitud, y los rostros tensos daban
evidencia del profundo interés sentido. Al sentarse
la gente en la verde ladera de la montaña,
aguardando las palabras del Maestro divino, tenían
todos el corazón embargado por pensamientos de
gloria futura. Había escribas y fariseos que
esperaban el día en que dominarían a los odiados
romanos y poseerían las riquezas y el esplendor del
gran imperio mundial. Los pobres campesinos y
pescadores esperaban oír la seguridad de que
pronto trocarían sus míseros tugurios, su escasa
pitanza, la vida de trabajos y el temor de la escasez,
544
por mansiones de abundancia y comodidad. En
lugar del burdo vestido que los cubría de día y era
también su cobertor por la noche, esperaban que
Cristo les daría los ricos y costosos mantos de sus
conquistadores. Todos los corazones palpitaban
con la orgullosa esperanza de que Israel sería
pronto honrado ante las naciones como el pueblo
elegido del Señor, y Jerusalén exaltada como
cabeza de un reino universal.
Cristo frustró esas esperanzas de grandeza
mundanal. En el sermón del monte, trató de
deshacer la obra que había sido hecha por una falsa
educación, y de dar a sus oyentes un concepto
correcto de su reino y de su propio carácter. Sin
embargo, no atacó directamente los errores de la
gente. Vio la miseria del mundo por causa del
pecado, aunque no delineó demasiado vívidamente
la miseria de ellos. Les enseñó algo infinitamente
mejor de lo que habían conocido antes. Sin
combatir sus ideas acerca del reino de Dios, les
habló de las condiciones de entrada en él,
dejándoles sacar sus propias conclusiones en
cuanto a su naturaleza. Las verdades que enseñó no
545
son menos importantes para nosotros que para la
multitud que le seguía. No necesitamos menos que
dicha
multitud
conocer
los
principios
fundamentales del reino de Dios.
Las primeras palabras que dirigió Cristo al
pueblo en el monte, fueron palabras de
bienaventuranza. Bienaventurados son, dijo, los
que reconocen su pobreza espiritual, y sienten su
necesidad de redención. El Evangelio ha de ser
predicado a los pobres. No es revelado a los que
son orgullosos espiritualmente, a los que pretenden
ser ricos y no necesitar nada, sino a los humildes y
contritos. Una sola fuente ha sido abierta para el
pecado, una fuente para los pobres de espíritu.
El corazón orgulloso lucha para ganar la
salvación; pero tanto nuestro derecho al cielo como
nuestra idoneidad para él, se hallan en la justicia de
Cristo. El Señor no puede hacer nada para sanar al
hombre hasta que, convencido éste de su propia
debilidad y despojado de toda suficiencia propia, se
entrega al dominio de Dios. Entonces puede recibir
el don que Dios espera concederle. De nada es
546
privada el alma que siente su necesidad. Ella tiene
acceso sin reserva a Aquel en quien mora toda la
plenitud. "Porque así dijo el Alto y Sublime, el que
habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo
habito en la altura y la santidad, y con el
quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir
el espíritu de los humildes, y para vivificar el
corazón de los quebrantados." (Isaías 57:15)
"Bienaventurados los que lloran: porque ellos
recibirán consolación." Por estas palabras, Cristo
no enseña que el llorar tiene en sí poder de quitar la
culpabilidad del pecado. No sanciona la humildad
voluntaria o afectada. El lloro del cual él habla, no
consiste en la melancolía y los lamentos. Mientras
nos apesadumbramos por causa del pecado,
debemos regocijarnos en el precioso privilegio de
ser hijos de Dios.
A menudo nos apenamos porque nuestras
malas acciones nos producen consecuencias
desagradables. Pero esto no es arrepentimiento. El
verdadero pesar por el pecado es resultado de la
obra del Espíritu Santo. El Espíritu revela la
547
ingratitud del corazón que ha despreciado y
agraviado al Salvador, y nos trae contritos al pie de
la cruz. Cada pecado vuelve a herir a Jesús; y al
mirar a Aquel a quien hemos traspasado, lloramos
por los pecados que le produjeron angustia. Una
tristeza tal nos inducirá a renunciar al pecado.
El mundano puede llamar debilidad a esta
tristeza; pero es la fuerza que une al penitente con
el Ser infinito mediante vínculos que no pueden
romperse. Demuestra que los ángeles de Dios están
devolviendo al alma las gracias que se perdieron
por la dureza de corazón y la transgresión. Las
lágrimas del penitente son tan sólo las gotas de
lluvia que preceden al brillo del sol de la santidad.
Esta tristeza es precursora de un gozo que será una
fuente viva en el alma. "Conoce empero tu maldad,
porque contra Jehová tu Dios has prevaricado."
(Jeremías 3:13,12) "No haré caer mi ira sobre
vosotros: porque misericordioso soy yo, dice
Jehová." "A los que lloran en Sión," él ha decidido
darles "hermosura en lugar de ceniza, el aceite de
gozo en vez de lamentos, y el manto de alabanza en
lugar de espíritu de pesadumbre." (Isaías 61:3)
548
Y hay consuelo para los que lloran en las
pruebas y tristezas. La amargura del pesar y la
humillación es mejor que la complacencia del
pecado. Por la aflicción, Dios nos revela los puntos
infectados de nuestro carácter, para que por su
gracia podamos vencer nuestros defectos. Nos son
revelados capítulos desconocidos con respecto a
nosotros mismos, y nos llega la prueba que nos
hará aceptar o rechazar la reprensión y el consejo
de Dios. Cuando somos probados, no debemos
agitarnos y quejarnos. No debemos rebelarnos, ni
acongojarnos hasta escapar de la mano de Cristo.
Debemos humillar nuestra alma delante de Dios.
Los caminos del Señor son obscuros para aquel que
desee ver las cosas desde un punto de vista
agradable para sí mismo. Parecen sombríos y
tristes para nuestra naturaleza humana; pero los
caminos de Dios son caminos de misericordia,
cuyo fin es la salvación. Elías no sabía lo que
estaba haciendo cuando en el desierto dijo que
estaba harto de la vida, y rogaba que se le dejase
morir. En su misericordia, el Señor no hizo caso de
sus palabras. A Elías le quedaba todavía una gran
549
obra que hacer; y cuando su obra fuese hecha, no
había de perecer en el desaliento y la soledad del
desierto. No le tocaba descender al polvo de la
muerte, sino ascender en gloria, con el convoy de
carros celestiales, hasta el trono que está en las
alturas.
Las palabras que Dios dirige a los tristes son:
"Visto he sus caminos, y le sanaré, y le pastorearé,
y daréle consolaciones, a él y a sus enlutados." "Su
lloro tornaré en gozo, y los consolaré, y los
alegraré de su dolor." (Isaías 57:18, Jeremías
31:13)
"Bienaventurados los mansos." Las dificultades
que hemos de arrostrar pueden ser muy
disminuidas por la mansedumbre que se oculta en
Cristo. Si poseemos la humildad de nuestro
Maestro, nos elevaremos por encima de los
desprecios, los rechazamientos, las molestias a las
que estamos diariamente expuestos; y estas cosas
dejarán de oprimir nuestro ánimo. La mayor
evidencia de nobleza que haya en el cristiano es el
dominio propio. El que bajo un ultraje o la
550
crueldad no conserva un espíritu confiado y sereno
despoja a Dios de su derecho a revelar en él su
propia perfección de carácter. La humildad de
corazón es la fuerza que da la victoria a los
discípulos de Cristo; es la prenda de su relación
con los atrios celestiales.
"Porque el alto Jehová atiende al humilde."
(Salmos 138:6) Los que revelan el espíritu manso y
humilde de Cristo, son considerados tiernamente
por Dios. El mundo puede mirarlos con desprecio,
pero son de gran valor ante los ojos de Dios. No
sólo los sabios, los grandes, los benefactores,
obtendrán entrada en los atrios celestiales; no sólo
el activo trabajador, lleno de celo y actividad
incesante. No; el pobre de espíritu que anhela la
presencia permanente de Cristo, el humilde de
corazón, cuya más alta ambición es hacer la
voluntad de Dios, éstos obtendrán abundante
entrada. Se hallarán entre aquellos que habrán
lavado sus ropas y las habrán blanqueado en la
sangre del Cordero. "Por esto están delante del
trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo:
y el que está sentado en el trono tenderá su
551
pabellón sobre ellos." (Apocalipsis 7:15)
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed
de justicia." El sentimiento de su indignidad
inducirá al corazón a tener hambre y sed de
justicia, y este deseo no quedará frustrado. Los que
den lugar a Jesús en su corazón, llegarán a sentir su
amor. Todos los que anhelan poseer la semejanza
del carácter de Dios quedarán satisfechos. El
Espíritu Santo no deja nunca sin ayuda al alma que
mira a Jesús. Toma de las cosas de Cristo y se las
revela. Si la mirada se mantiene fija en Cristo, la
obra del Espíritu no cesa hasta que el alma queda
conformada a su imagen. El elemento puro del
amor dará expansión al alma y la capacitará para
llegar a un nivel superior, un conocimiento
acrecentado de las cosas celestiales, de manera que
alcanzará la plenitud. "Bienaventurados los que
tienen hambre y sed de justicia; porque ellos serán
hartos."
Los misericordiosos hallarán misericordia, y
los limpios de corazón verán a Dios. Todo
pensamiento impuro contamina el alma,
552
menoscaba el sentido moral y tiende a obliterar las
impresiones del Espíritu Santo. Empaña la visión
espiritual, de manera que los hombres no puedan
contemplar a Dios. El Señor puede perdonar al
pecador arrepentido, y le perdona; pero aunque esté
perdonada, el alma queda mancillada. Toda
impureza de palabras o de pensamientos debe ser
rehuida por aquel que quiera tener un claro
discernimiento de la verdad espiritual.
Pero las palabras de Cristo abarcan más que el
evitar la impureza sensual, más que el evitar la
contaminación ceremonial que los judíos rehuían
tan rigurosamente. El egoísmo nos impide
contemplar a Dios. El espíritu que trata de
complacerse a sí mismo juzga a Dios como
enteramente igual a sí. A menos que hayamos
renunciado a esto, no podemos comprender a
Aquel que es amor. Únicamente el corazón
abnegado, el espíritu humilde y confiado, verá a
Dios como "misericordioso y piadoso; tardo para la
ira, y grande en benignidad y verdad." (Éxodo
34:6)
553
"Bienaventurados los pacificadores." La paz de
Cristo nace de la verdad. Está en armonía con Dios.
El mundo está en enemistad con la ley de Dios; los
pecadores están en enemistad con su Hacedor; y
como resultado, están en enemistad unos con otros.
Pero el salmista declara: "Mucha paz tienen los que
aman tu ley; y no hay para ellos tropiezo." (Salmos
119:165) Los hombres no pueden fabricar la paz.
Los planes humanos, para la purificación y
elevación de los individuos o de la sociedad, no
lograrán la paz, porque no alcanzan al corazón. El
único poder que puede crear o perpetuar la paz
verdadera es la gracia de Cristo. Cuando ésta esté
implantada en el corazón, desalojará las malas
pasiones que causan luchas y disensiones. "En
lugar de la zarza crecerá haya, y en lugar de la
ortiga crecerá arrayán;" y el desierto de la vida "se
gozará, y florecerá como la rosa." (Isaías 55:13,
35:1)
Las multitudes se asombraban de estas
enseñanzas, que eran tan diferentes de los
preceptos y ejemplos de los fariseos. El pueblo
había llegado a pensar que la felicidad consistía en
554
la posesión de las cosas de este mundo, y que la
fama y los honores de los hombres eran muy
codiciables. Era muy agradable ser llamado
"Rabbí," ser alabado como sabio y religioso, y
hacer ostentación de sus virtudes delante del
público. Esto era considerado como el colmo de la
felicidad. Pero en presencia de esta vasta
muchedumbre, Jesús declaró que las ganancias y
los honores terrenales eran toda la recompensa que
tales personas recibirían jamás. El hablaba con
certidumbre, y un poder convincente acompañaba
sus palabras. El pueblo callaba, y se apoderaba de
él un sentimiento de temor. Se miraban unos a
otros con duda. ¿Quién de entre ellos se salvaría si
eran ciertas las enseñanzas de este hombre?
Muchos estaban convencidos de que este maestro
notable era movido por el Espíritu de Dios, y que
los sentimientos que expresaba eran divinos.
Después de explicar lo que constituye la
verdadera felicidad y cómo puede obtenerse, Jesús
definió el deber de sus discípulos como maestros
elegidos por Dios para conducir a otros por la
senda de justicia y vida eterna. El sabía que ellos
555
sufrirían a menudo desilusiones y desalientos y que
encontrarían oposición decidida, que serían
insultados y verían rechazado su testimonio. Bien
sabía él que, en el cumplimiento de su misión, los
hombres humildes que escuchaban tan atentamente
sus palabras habrían de soportar calumnias,
torturas, encarcelamiento y muerte, y prosiguió:
"Bienaventurados los que padecen persecución
por causa de la justicia: porque de ellos es el reino
de los cielos. Bienaventurados sois cuando os
vituperaren y os persiguieran, y dijeren de vosotros
todo mal por mi causa, mintiendo. Gozaos y
alegraos; porque vuestra merced es grande en los
cielos; que así persiguieron a los profetas que
fueron antes de vosotros."
El mundo ama el pecado y aborrece la justicia,
y ésta era la causa de su hostilidad hacia Jesús.
Todos los que rechazan su amor infinito hallarán
en el cristianismo un elemento perturbador. La luz
de Cristo disipa las tinieblas que cubren sus
pecados, y les manifiesta la necesidad de una
reforma. Mientras los que se entregan a la
556
influencia del Espíritu Santo empiezan a guerrear
contra sí mismos, los que se aferran al pecado
combaten la verdad y a sus representantes.
Así se crea disensión, y los seguidores de
Cristo son acusados de perturbar a la gente. Pero es
la comunión con Dios lo que les trae la enemistad
del mundo. Ellos llevan el oprobio de Cristo, andan
por la senda en que anduvieron los más nobles de
la tierra. Deben, pues, arrostrar la persecución, no
con tristeza, sino con regocijo. Cada prueba de
fuego es un agente que Dios usa para refinarlos.
Cada una de ellas los prepara para su obra de
colaboradores suyos. Cada conflicto tiene su lugar
en la gran batalla por la justicia, y aumentará el
gozo de su triunfo final. Teniendo esto en vista, la
prueba de su fe y paciencia será alegremente
aceptada más bien que temida y evitada. Ansiosos
de cumplir su obligación para con el mundo y
fijando su deseo en la aprobación de Dios, sus
siervos han de cumplir cada deber, sin tener en
cuenta el temor o el favor de los hombres.
"Vosotros sois la sal de la tierra," dijo Jesús.
557
No os apartéis del mundo a fin de escapar a la
persecución. Habéis de morar entre los hombres,
para que el sabor del amor divino pueda ser como
sal que preserve al mundo de la corrupción.
Los corazones que responden a la influencia del
Espíritu Santo, son los conductos por medio de los
cuales fluye la bendición de Dios. Si los que sirven
a Dios fuesen quitados de la tierra, y su Espíritu se
retirase de entre los hombres, este mundo quedaría
en desolación y destrucción, como fruto del
dominio de Satanás. Aunque los impíos no lo
saben, deben aun las bendiciones de esta vida a la
presencia, en el mundo, del pueblo de Dios, al cual
desprecian y oprimen. Si los cristianos lo son de
nombre solamente, son como la sal que ha perdido
su sabor. No tienen influencia para el bien en el
mundo, y por su falsa representación de Dios son
peores que los incrédulos del mundo.
"Vosotros sois la luz del mundo." Los judíos
pensaban limitar los beneficios de la salvación a su
propia nación; pero Cristo les demostró que la
salvación es como la luz del sol. Pertenece a todo
558
el mundo. La religión de la Biblia no se ha de
limitar a lo contenido entre las tapas de un libro, ni
entre las paredes de una iglesia. No ha de ser
sacada a luz ocasionalmente para nuestro beneficio,
y luego guardarse de nuevo cuidadosamente. Ha de
santificar la vida diaria, manifestarse en toda
transacción comercial y en todas nuestras
relaciones sociales.
El verdadero carácter no se forma desde el
exterior, para revestirse uno con él; irradia desde
adentro. Si queremos conducir a otros por la senda
de la justicia, los principios de la justicia deben ser
engastados en nuestro propio corazón. Nuestra
profesión de fe puede proclamar la teoría de la
religión, pero es nuestra piedad práctica la que
pone de relieve la palabra de verdad. La vida
consecuente, la santa conversación, la integridad
inquebrantable, el espíritu activo y benévolo, el
ejemplo piadoso, tales son los medios por los
cuales la luz es comunicada al mundo.
Jesús no se había espaciado en las
especificaciones de la ley, pero no quería dejar que
559
sus oyentes sacasen la conclusión de que había
venido para poner de lado sus requerimientos.
Sabía que había espías listos para valerse de toda
palabra que pudiese ser torcida para servir su
propósito. Conocía el prejuicio que existía en la
mente de muchos de sus oyentes, y no dijo nada
que pudiese perturbar su fe en la religión y las
instituciones que les habían sido confiadas por
medio de Moisés. Cristo mismo había dado la ley
moral y la ceremonial. No había venido para
destruir la confianza en sus propias instrucciones.
A causa de su gran reverencia por la ley y los
profetas, procuraba abrir una brecha en la muralla
de los requerimientos tradicionales que rodeaban a
los judíos. Mientras trataba de poner a un lado sus
falsas interpretaciones de la ley, puso a sus
discípulos en guardia contra la renuncia a las
verdades vitales confiadas a los hebreos.
Los fariseos se jactaban de su obediencia a la
ley; pero conocían tan poco de sus principios por la
práctica diaria, que para ellos las palabras del
Salvador eran como una herejía. Mientras él barría
las inmundicias bajo las cuales la verdad había
560
estado enterrada, los circunstantes pensaban que
barría la verdad misma. Se murmuraban unos a
otros que estaba despreciando la ley, pero él leyó
sus pensamientos, y les dijo:
"No penséis que he venido para abrogar la ley o
los profetas: no he venido para abrogar, sino a
cumplir." Así refutó Jesús el cargo de los fariseos.
Su misión en este mundo consistía en vindicar los
sagrados derechos de aquella ley que ellos le
acusaban de violar. Si la ley de Dios hubiese
podido cambiarse o abrogarse, Cristo no habría
necesitado sufrir las consecuencias de nuestra
transgresión. El vino para explicar la relación de la
ley con el hombre, e ilustrar sus preceptos por su
propia vida de obediencia.
Dios nos ha dado sus santos preceptos porque
ama a la humanidad. Para escudarnos de los
resultados de la transgresión, nos revela los
principios de la justicia. La ley es una expresión
del pensamiento de Dios: cuando se recibe en
Cristo, llega a ser nuestro pensamiento. Nos eleva
por encima del poder de los deseos y tendencias
561
naturales, por encima de las tentaciones que
inducen a pecar. Dios desea que seamos felices, y
nos ha dado los preceptos de la ley para que
obedeciéndolos tengamos gozo. Cuando en ocasión
del nacimiento de Jesús los ángeles cantaron:
Gloria en las alturas a Dios,
Y en la tierra paz, buena voluntad para con los
hombres.
(Lucas 2:14)
Cuando la ley fue proclamada desde el Sinaí,
Dios hizo conocer a los hombres la santidad de su
carácter, para que por el contraste pudiesen ver
cuán pecaminoso era el propio. La ley fue dada
para convencerlos de pecado, y revelar su
necesidad de un Salvador. Haría esto al ser
aplicados sus principios al corazón por el Espíritu
Santo. Todavía tiene que hacer esta obra. En la
vida de Cristo son aclarados los principios de la
ley; y al tocar el corazón el Espíritu Santo de Dios,
al revelar la luz de Cristo a los hombres la
necesidad que ellos tienen de su sangre
purificadora y de su justicia justificadora, la ley
562
sigue siendo un agente para atraernos a Cristo, a fin
de que seamos justificados por la fe. "La ley de
Jehová es perfecta, que vuelve el alma.' (Salmos
19:7)
"Hasta que perezca el cielo y la tierra – dijo
Jesús, – ni una jota ni un tilde perecerá de la ley,
hasta que todas las cosas sean hechas." El sol que
brilla en los cielos, la sólida tierra sobre la cual
moramos, testifican para Dios que su ley es
inmutable y eterna. Aunque ellos pasen, los
preceptos divinos permanecerán. "Más fácil cosa es
pasar el cielo y la tierra, que frustrarse un tilde de
la ley." (Lucas 16:17) El sistema típico que
prefiguraba a Cristo como el Cordero de Dios, iba
a ser abolido cuando él muriese; pero los preceptos
del Decálogo son tan inmutables como el trono de
Dios.
Puesto que "la ley de Jehová es perfecta,"
cualquier variación de ella debe ser mala. Los que
desobedecen los mandamientos de Dios, y enseñan
a otros a hacerlo, son condenados por Cristo. La
vida de obediencia del Salvador sostuvo los
derechos de la ley; probó que la ley puede ser
563
guardada en la humanidad, y reveló la excelencia
del carácter que la obediencia desarrollaría. Todos
los que obedecen como él obedeció, declaran
igualmente que el mandamiento de la ley "es santo,
y justo, y bueno.' (Romanos 7:12) Por otro lado,
todos los que violan los mandamientos de Dios,
sostienen el aserto de Satanás de que la ley es
injusta y no puede ser obedecida. Así secundan los
engaños del gran adversario y deshonran a Dios.
Son hijos del maligno, que fue el primer rebelde
contra la ley de Dios. Admitirlos en el cielo sería
volver a introducir elementos de discordia y
rebelión, y hacer peligrar el bienestar del universo.
Ningún hombre que desprecia voluntariamente un
principio de la ley entrará en el reino de los cielos.
Los rabinos consideraban su justicia como
pasaporte para el cielo; pero Jesús declaró que era
insuficiente e indigna. Las ceremonias externas y
un conocimiento teórico de la verdad constituían la
justicia farisaica. Los rabinos aseveraban ser santos
por sus propios esfuerzos en guardar la ley; pero
sus obras habían divorciado la justicia de la
564
religión. Mientras eran escrupulosos en las
observancias rituales, sus vidas eran inmorales y
degradadas. Su así llamada justicia no podría nunca
entrar en el reino de los cielos.
En el tiempo de Cristo, el mayor engaño de la
mente humana consistía en creer que un mero
asentimiento a la verdad constituía la justicia. En
toda experiencia humana, un conocimiento teórico
de la verdad ha demostrado ser insuficiente para
salvar el alma. No produce frutos de justicia. Una
estimación celosa por lo que se llama verdad
teológica acompaña a menudo al odio de la verdad
genuina manifestada en la vida. Los capítulos más
sombríos de la historia están cargados con el
recuerdo de crímenes cometidos por fanáticos
religiosos. Los fariseos se llamaban hijos de
Abrahán y se jactaban de poseer los oráculos de
Dios; pero estas ventajas no los preservaban del
egoísmo, la malicia, la codicia de ganancias y la
más baja hipocresía. Pensaban ser los mayores
religiosos del mundo, pero su así llamada ortodoxia
los condujo a crucificar al Señor de la gloria.
565
Aun subsiste el mismo peligro. Muchos dan por
sentado que son cristianos simplemente porque
aceptan ciertos dogmas teológicos. Pero no han
hecho penetrar la verdad en la vida práctica. No la
han creído ni amado; por lo tanto no han recibido
el poder y la gracia que provienen de la
santificación de la verdad. Los hombres pueden
profesar creer en la verdad; pero esto no los hace
sinceros, bondadosos, pacientes y tolerantes, ni les
da aspiraciones celestiales; es una maldición para
sus poseedores, y por la influencia de ellos es una
maldición para el mundo.
La justicia que Cristo enseñaba es la
conformidad del corazón y de la vida a la voluntad
revelada de Dios. Los hombres pecaminosos
pueden llegar a ser justos únicamente al tener fe en
Dios y mantener una relación vital con él. Entonces
la verdadera piedad elevará los pensamientos y
ennoblecerá la vida. Entonces las formas externas
de la religión armonizarán con la pureza interna del
cristiano. Entonces las ceremonias requeridas en el
servicio de Dios no serán ritos sin significado
como los de los hipócritas fariseos.
566
Jesús consideró los mandamientos por
separado, y explicó la profundidad y anchura de
sus requerimientos. En vez de quitarles una jota de
su fuerza, demostró cuán abarcantes son sus
principios y desenmascaró el error fatal de los
judíos en su demostración exterior de obediencia.
Declaró que por el mal pensamiento o la mirada
concupiscente se quebranta la ley de Dios. El que
toma parte en la menor injusticia está violando la
ley y degradando su propia naturaleza moral. El
homicidio existe primero en la mente. El que
concede al odio un lugar en su corazón, está
poniendo los pies en la senda del homicida, y sus
ofrendas son aborrecibles para Dios.
Los judíos cultivaban un espíritu de venganza.
En su odio hacia los romanos expresaban duras
acusaciones y complacían al maligno manifestando
sus atributos. Así se estaban preparando para
realizar las terribles acciones a las cuales él los
conducía. En la vida religiosa de los fariseos, no
había nada que recomendase la piedad a los
gentiles. Jesús no los estimuló a continuar
567
engañándose con el pensamiento de que podían en
su corazón levantarse contra sus opresores y
alimentar la esperanza de vengarse de su males.
Es cierto que hay una indignación justificable,
aun en los seguidores de Cristo. Cuando vemos que
Dios es deshonrado y su servicio puesto en
oprobio, cuando vemos al inocente oprimido, una
justa indignación conmueve el alma. Un enojo tal,
nacido de una moral sensible, no es pecado. Pero
los que por cualquier supuesta provocación se
sienten libres para ceder a la ira o al resentimiento,
están abriendo el corazón a Satanás. La amargura y
animosidad deben ser desterradas del alma si
queremos estar en armonía con el cielo.
El Salvador fue aun más lejos que esto. Dijo:
"Si trajeres tu presente al altar, y allí te acordares
de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu
presente delante del altar, y vete, vuelve primero en
amistad con tu hermano, y entonces ven y ofrece tu
presente." Muchos son celosos en los servicios
religiosos, mientras que entre ellos y sus hermanos
hay desgraciadas divergencias que podrían reparar.
568
Dios exige de ellos que hagan cuanto puedan para
restaurar la armonía. Antes que hayan hecho esto,
no puede aceptar sus servicios. El deber del
cristiano en este asunto está claramente señalado.
Dios derrama sus bendiciones sobre todos. El
"hace que su sol salga sobre malos y buenos, y
llueve sobre justos e injustos." "El es benigno para
con los ingratos y malos.' (Lucas 6:35) Nos invita a
ser como él. "Bendecid a los que os maldicen" –
dijo Jesús, – "haced bien a los que os aborrecen, . .
. para que seáis hijos de vuestro Padre que está en
los cielos." Tales son los principios de la ley, y son
los manantiales de la vida.
El ideal de Dios para sus hijos es más elevado
de lo que puede alcanzar el más sublime
pensamiento humano. "Sed, pues, vosotros
perfectos, como vuestro Padre que está en los
cielos es perfecto." Esta orden es una promesa. El
plan de redención contempla nuestro completo
rescate del poder de Satanás. Cristo separa siempre
del pecado al alma contrita. Vino para destruir las
obras del diablo, y ha hecho provisión para que el
569
Espíritu Santo sea impartido a toda alma
arrepentida, para guardarla de pecar.
La intervención del tentador no ha de ser tenida
por excusa para cometer una mala acción. Satanás
se alegra cuando oye a los que profesan seguir a
Cristo buscando excusas por su deformidad de
carácter. Son estas excusas las que inducen a pecar.
No hay disculpa para el pecado. Un temperamento
santo, una vida semejante a la de Cristo, es
accesible para todo hijo de Dios arrepentido y
creyente.
El ideal del carácter cristiano es la semejanza
con Cristo. Como el Hijo del hombre fue perfecto
en su vida, los que le siguen han de ser perfectos en
la suya. Jesús fue hecho en todo semejante a sus
hermanos. Se hizo carne, como somos carne. Tuvo
hambre y sed, y sintió cansancio. Fue sostenido por
el alimento y refrigerado por el sueno. Participó de
la suerte del hombre, aunque era el inmaculado
Hijo de Dios. Era Dios en la carne. Su carácter ha
de ser el nuestro. El Señor dice de aquellos que
creen en él: "Habitaré y andaré en ellos; y seré el
570
Dios de ellos, y ellos serán mi pueblo.' (2 Corintios
6:16)
Cristo es la escalera que Jacob vio, cuya base
descansaba en la tierra y cuya cima llegaba a la
puerta del cielo, hasta el mismo umbral de la
gloria. Si esa escalera no hubiese llegado a la tierra,
y le hubiese faltado un solo peldaño, habríamos
estado perdidos. Pero Cristo nos alcanza donde
estamos. Tomó nuestra naturaleza y venció, a fin
de que nosotros, tomando su naturaleza,
pudiésemos vencer. Hecho "en semejanza de carne
de pecado," (Romanos 8:3) vivió una vida sin
pecado. Ahora, por su divinidad, echa mano del
trono del cielo, mientras que por su humanidad
llega hasta nosotros. El nos invita a obtener por la
fe en él la gloria del carácter de Dios. Por lo tanto,
hemos de ser perfectos, como nuestro "Padre que
está en los cielos es perfecto."
Jesús había demostrado en qué consiste la
justicia, y había señalado a Dios como su fuente.
Ahora encaró los deberes prácticos. Al dar limosna,
al orar, al ayunar, dijo él, no debe hacerse nada
571
para atraer la atención o provocar alabanzas. Dad
con sinceridad, para beneficiar a los pobres que
sufren. Al orar, póngase el alma en comunión con
Dios. Al ayunar, no andéis con la cabeza inclinada
y el corazón lleno de pensamientos relativos al yo.
El corazón del fariseo es un suelo árido e
infructuoso, en el cual ninguna simiente de vida
divina puede crecer. El que más completamente se
entrega a Dios es el que le rendirá el servicio más
aceptable. Porque mediante la comunión con Dios,
los hombres llegarán a colaborar con él en cuanto a
presentar su carácter a la humanidad.
El servicio prestado con sinceridad de corazón
tiene gran recompensa. "Tu Padre que ve en
secreto, te recompensará en público." Por la vida
que vivimos mediante la gracia de Cristo se forma
el carácter. La belleza original empieza a ser
restaurada en el alma. Los atributos del carácter de
Cristo son impartidos, y la imagen del Ser divino
empieza a resplandecer. Los rostros de los hombres
y mujeres que andan y trabajan con Dios expresan
la paz del cielo. Están rodeados por la atmósfera
celestial. Para esas almas, el reino de Dios empezó
572
ya. Tienen el gozo de Cristo, el gozo de beneficiar
a la humanidad. Tienen la honra de ser aceptados
para servir al Maestro; se les ha confiado el cargo
de hacer su obra en su nombre.
"Ninguno puede servir a dos señores." No
podemos servir a Dios con un corazón dividido. La
religión de la Biblia no es una influencia entre
muchas otras; su influencia ha de ser suprema,
impregnando y dominando todo lo demás. No ha
de ser como un reflejo de color aplicado aquí y allá
en la tela, sino que ha de impregnar toda la vida,
como si la tela fuese sumergida en el color, hasta
que cada hilo de ella quede teñido por un matiz
profundo e indeleble.
"Así que, si tu ojo fuere sincero, todo tu cuerpo
será luminoso: mas si tu ojo fuere malo, todo tu
cuerpo será tenebroso." La pureza y firmeza de
propósito son las condiciones mediante las cuales
se recibe la luz de Dios. El que desee conocer la
verdad debe estar dispuesto a aceptar todo lo que
ella revele. No puede transigir con el error. El
vacilar y ser tibio en obedecer la verdad, es elegir
573
las tinieblas del error y el engaño satánico.
Los métodos mundanales y los invariables
principios de la justicia, no se fusionan
imperceptiblemente como los colores del arco iris.
Entre los dos, el Dios eterno ha trazado una
separación amplia y clara. La semejanza de Cristo
se destaca tanto de la de Satanás como el mediodía
contrasta con la medianoche. Y únicamente
aquellos que vivan la vida de Cristo son sus
colaboradores. Si se conserva un pecado en el
alma, o se retiene una mala práctica en la vida,
todo el ser queda contaminado. El hombre viene a
ser un instrumento de iniquidad.
Todos los que han escogido el servicio de Dios
han de confiar en su cuidado. Cristo señaló a las
aves que volaban por el cielo y a las flores del
campo, e invitó a sus oyentes a considerar estos
objetos de la creación de Dios. "¿No valéis
vosotros mucho más que ellas?" (Mateo 6:26) dijo.
La medida de la atención divina concedida a
cualquier objeto está en proporción con su lugar en
la escala de los seres. La Providencia vela sobre el
574
pequeño y obscuro gorrión. Las flores del campo y
la hierba que cubre la tierra participan de la
atención y el cuidado de nuestro Padre celestial. El
gran Artífice Maestro pensó en los lirios y los hizo
tan hermosos que superan la gloria de Salomón.
¡Cuánto mayor interés ha de tener por el hombre,
que es la imagen y gloria de Dios! Anhela ver a sus
hijos revelar un carácter según su semejanza. Así
como el rayo del sol imparte a las flores sus
variados y delicados matices, imparte Dios al alma
la hermosura de su propio carácter.
Todos los que eligen el reino de amor, justicia
y paz de Cristo, y consideran sus intereses
superiores a todo lo demás, están vinculados con el
mundo celestial y poseen toda bendición necesaria
para esta vida. En el libro de la providencia divina
o volumen de la vida, se nos da a cada uno una
página. Esa página contiene todo detalle de nuestra
historia. Aun los cabellos de nuestra cabeza están
contados. Dios no se olvida jamás de sus hijos.
"No os congojéis por el día de mañana." Hemos
de seguir a Cristo día tras día. Dios no nos concede
575
ayuda para mañana. A fin de que no se confundan,
él no da a sus hijos todas las indicaciones para el
viaje de su vida de una vez. Les explica tan sólo lo
que pueden recordar y cumplir. La fuerza y
sabiduría impartidas son para la emergencia actual.
"Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría"para hoy, – "demándela a Dios, el cual da a todos
abundantemente, y no zahiere; y le será dada.'
(Santiago 1:5)
"No juzguéis, para que no seáis juzgados." No
os estiméis mejores que los demás ni os erijáis en
sus jueces. Ya que no podéis discernir los motivos,
no podéis juzgar a otro. Si le criticáis, estáis
fallando sobre vuestro propio caso; porque
demostráis ser partípices con Satanás, el acusador
de los hermanos. El Señor dice: "Examinaos a
vosotros mismos si estáis en fe; probaos a vosotros
mismos." Tal es nuestra obra. "Que si nos
examinásemos a nosotros mismos, cierto no
seríamos juzgados." (2 Corintios 13:5, 1 Corintios
11:31)
El buen árbol producirá buenos frutos. Si el
576
fruto es desagradable al paladar e inútil, el árbol es
malo. Así también el fruto que se produce en la
vida atestigua las condiciones del corazón y la
excelencia del carácter. Las buenas obras no
pueden comprar la salvación, pero son una
evidencia de la fe que obra por el amor y purifica el
alma. Y aunque la recompensa eterna no nos es
concedida por causa de nuestros méritos, estará, sin
embargo, en proporción con la obra hecha por
medio de la gracia de Cristo.
Así expuso Cristo los principios de su reino, y
demostró que eran la gran regla de la vida; y para
grabar la lección, añadió una ilustración. No es
suficiente, dijo, que oigáis mis palabras. Por la
obediencia debéis hacer de ellas el fundamento de
vuestro carácter. El yo no es sino una arena
movediza. Si edificáis sobre teorías e inventos
humanos, vuestra casa caerá. Quedará arrasada por
los vientos de la tentación y las tempestades de la
prueba. Pero estos principios que os he dado
permanecerán. Recibidme; edificad sobre mis
palabras.
577
"Cualquiera pues, que me oye estas palabras, y
las hace, le compararé a un hombre prudente, que
edificó su casa sobre la peña; y descendió lluvia, y
vinieron ríos, y soplaron vientos, y combatieron
aquella casa; y no cayó; porque estaba fundada
sobre la peña."
578
Capítulo 32
El Centurión
CRISTO había dicho al noble cuyo hijo sanara:
"Si no viereis señales y milagros no creeréis."
(Juan 4:48) Le entristecía que su propia nación
requiriese esas señales externas de su carácter de
Mesías. Repetidas veces se había asombrado de su
incredulidad. Pero también se asombró de la fe del
centurión que vino a él. El centurión no puso en
duda el poder del Salvador. Ni siquiera le pidió que
viniese en persona a realizar el milagro.
"Solamente di la palabra – dijo, – y mi mozo
sanará."
El siervo del centurión había sido herido de
parálisis, y estaba a punto de morir. Entre los
romanos los siervos eran esclavos que se
compraban y vendían en los mercados, y eran
tratados con ultrajes y crueldad. Pero el centurión
amaba tiernamente a su siervo, y deseaba
grandemente que se restableciese. Creía que Jesús
579
podría sanarle. No había visto al Salvador, pero los
informes que había oído le habían inspirado fe. A
pesar del formalismo de los judíos, este oficial
romano estaba convencido de que tenían una
religión superior a la suya. Ya había derribado las
vallas del prejuicio y odio nacionales que
separaban a los conquistadores de los conquistados.
Había manifestado respeto por el servicio de Dios,
y demostrado bondad a los judíos, adoradores de
Dios. En la enseñanza de Cristo, según le había
sido explicada, hallaba lo que satisfacía la
necesidad del alma. Todo lo que había de espiritual
en él respondía a las palabras del Salvador. Pero se
sentía indigno de presentarse ante Jesús, y rogó a
los ancianos judíos que le pidiesen que sanase a su
siervo. Pensaba que ellos conocían al gran Maestro,
y sabrían acercarse a él para obtener su favor.
Al entrar Jesús en Capernaúm, fue recibido por
una delegación de ancianos, que le presentaron el
deseo del centurión. Le hicieron notar que era
"digno de concederle esto; que ama nuestra nación,
y él nos edificó una sinagoga."
580
Jesús se puso inmediatamente en camino hacia
la casa del oficial; pero, asediado por la multitud,
avanzaba lentamente. Las nuevas de su llegada le
precedieron, y el centurión, desconfiando de sí
mismo, le envió este mensaje: "Señor, no te
incomodes, que no soy digno que entres debajo de
mi tejado." Pero el Salvador siguió andando, y el
centurión, atreviéndose por fin a acercársele,
completó su mensaje diciendo: "Ni aun me tuve
por digno de venir a ti; mas di la palabra, y mi
siervo será sano. Porque también yo soy hombre
puesto en potestad, que tengo debajo de mí
soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y
viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace." Como
represento el poder de Roma y mis soldados
reconocen mi autoridad como suprema, así tú
representas el poder del Dios infinito y todas las
cosas creadas obedecen tu palabra. Puedes ordenar
a la enfermedad que se aleje, y te obedecerá.
Puedes llamar a tus mensajeros celestiales, y ellos
impartirán virtud sanadora. Pronuncia tan sólo la
palabra, y mi siervo sanará.
"Lo cual oyendo Jesús, se maravilló de él, y
581
vuelto, dijo a las gentes que le seguían: Os digo
que ni aun en Israel he hallado tanta fe." Y al
centurión le dijo: "Como creíste te sea hecho. Y su
mozo fue sano en el mismo momento."
Los ancianos judíos que recomendaron el
centurión a Cristo habían demostrado cuánto
distaban de poseer el espíritu del Evangelio. No
reconocían que nuestra gran necesidad es lo único
que nos da derecho a la misericordia de Dios. En su
propia justicia, alababan al centurión por los
favores que había manifestado a "nuestra nación."
Pero el centurión dijo de sí mismo: "No soy
digno." Su corazón había sido conmovido por la
gracia de Cristo. Veía su propia indignidad; pero
no temió pedir ayuda. No confiaba en su propia
bondad; su argumento era su gran necesidad. Su fe
echó mano de Cristo en su verdadero carácter. No
creyó en él meramente como en un taumaturgo,
sino como en el Amigo y Salvador de la
humanidad.
Así es como cada pecador puede venir a Cristo.
"No por obras de justicia que nosotros habíamos
582
hecho, mas por su misericordia nos salvó." ()
Cuando Satanás nos dice que somos pecadores y
que no podemos esperar recibir la bendición de
Dios, digámosle que Cristo vino al mundo para
salvar a los pecadores. No tenemos nada que nos
recomiende a Dios; pero la súplica que podemos
presentar ahora y siempre es la que se basa en
nuestra falta absoluta de fuerza, la cual hace de su
poder redentor una necesidad. Renunciando a toda
dependencia de nosotros mismos, podemos mirar la
cruz del Calvario y decir:
Ningún otro asilo hay,
indefenso acudo a ti.
Desde la niñez, los judíos habían recibido
instrucciones acerca de la obra del Mesías. Habían
tenido las inspiradas declaraciones de patriarcas y
profetas, y la enseñanza simbólica de los sacrificios
ceremoniales; pero habían despreciado la luz, y
ahora no veían en Jesús nada que fuese deseable.
Pero el centurión, nacido en el paganismo y
educado en la idolatría de la Roma imperial,
adiestrado como soldado, aparentemente separado
583
de la vida espiritual por su educación y ambiente, y
aun más por el fanatismo de los judíos y el
desprecio de sus propios compatriotas para con el
pueblo de Israel, percibió la verdad a la cual los
hijos de Abrahán eran ciegos. No aguardó para ver
si los judíos mismos recibirían a Aquel que
declaraba ser su Mesías. Al resplandecer sobre él
"la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que
viene a este mundo," (Juan 1:9) aunque se hallaba
lejos, había discernido la gloria del Hijo de Dios.
Para Jesús, ello era una prenda de la obra que el
Evangelio iba a cumplir entre los gentiles. Con
gozo miró anticipadamente a la congregación de
almas de todas las naciones en su reino. Con
profunda tristeza, describió a los judíos lo que les
acarrearía el rechazar la gracia: "Os digo que
vendrán muchos del oriente y del occidente, y se
sentarán con Abraham, e Isaac, y Jacob, en el reino
de los cielos: Mas los hijos del reino serán echados
a las tinieblas de afuera: allí será el lloro y el crujir
de dientes." ¡Oh, cuántos hay que se están
preparando la misma fatal desilusión! Mientras las
almas que estaban en las tinieblas del paganismo
aceptan su gracia, ¡cuántos hay en los países
584
cristianos sobre los cuales la luz resplandece
solamente para ser rechazada!
A unos treinta kilómetros de Capernaúm, en
una altiplanicie que dominaba la ancha y hermosa
llanura de Esdraelón, se hallaba la aldea de Naín,
hacia la cual Jesús encaminó luego sus pasos. Le
acompañaban muchos de sus discípulos, con otras
personas, y a lo largo de todo el camino la gente
acudía, deseosa de oír sus palabras de amor y
compasión, trayéndole sus enfermos para que los
sanase, y siempre con la esperanza de que el que
ejercía tan maravilloso poder se declararía Rey de
Israel. Una multitud le rodeaba a cada paso; pero
era una muchedumbre alegre y llena de expectativa
la que le seguía por la senda pedregosa que llevaba
hacia las puertas de la aldea montañesa.
Mientras se acercaban, vieron venir hacia ellos
un cortejo fúnebre que salía de las puertas. A paso
lento y triste, se encaminaba hacia el cementerio.
En un féretro abierto, llevado al frente, se hallaba
el cuerpo del muerto, y en derredor de él estaban
las plañideras, que llenaban el aire con sus llantos.
585
Todos los habitantes del pueblo parecían haberse
reunido para demostrar su respeto al muerto y su
simpatía hacia sus afligidos deudos.
Era una escena propia para despertar simpatías.
El muerto era el hijo unigénito de su madre viuda.
La solitaria doliente iba siguiendo a la sepultura a
su único apoyo y consuelo terrenal. "Y como el
Señor la vio, compadecióse de ella." Mientras ella
seguía ciegamente llorando, sin notar su presencia,
él se acercó a ella, y amablemente le dijo: "No
llores." Jesús estaba por cambiar su pesar en gozo,
pero no podía evitar esta expresión de tierna
simpatía.
"Y acercándose, tocó el féretro." Ni aun el
contacto con la muerte podía contaminarle. Los
portadores se pararon y cesaron los lamentos de las
plañideras. Los dos grupos se reunieron alrededor
del féretro, esperando contra toda esperanza. Allí
se hallaba un hombre que había desterrado la
enfermedad y vencido demonios; ¿estaba también
la muerte sujeta a su poder?
586
Con voz clara y llena de autoridad pronunció
estas palabras: "Mancebo, a ti digo, levántate." Esa
voz penetra los oídos del muerto. El joven abre los
ojos, Jesús le toma de la mano y lo levanta. Su
mirada se posa sobre la que estaba llorando junto a
él, y madre e hijo se unen en un largo, estrecho y
gozoso abrazo. La multitud mira en silencio, como
hechizada. "Y todos tuvieron miedo." Por un rato
permanecieron callados y reverentes, como en la
misma presencia de Dios. Luego "glorificaban a
Dios, diciendo: Que un gran profeta se ha
levantado entre nosotros; y que Dios ha visitado a
su pueblo." El cortejo fúnebre volvió a Naín como
una procesión triunfal. "Y salió esta fama de él por
toda Judea, y por toda la tierra de alrededor."
El que estuvo al lado de la apesadumbrada
madre cerca de la puerta de Naín, vela con toda
persona que llora junto a un ataúd. Se conmueve de
simpatía por nuestro pesar. Su corazón, que amó y
se compadeció, es un corazón de invariable ternura.
Su palabra, que resucitó a los muertos, no es menos
eficaz ahora que cuando se dirigió al joven de
Naín. El dice: "Toda potestad me es dada en el
587
cielo y en la tierra." (Mateo 28:18) Ese poder no ha
sido disminuido por el transcurso de los años, ni
agotado por la incesante actividad de su rebosante
gracia. Para todos los que creen en él, es todavía un
Salvador viviente.
Jesús cambió el pesar de la madre en gozo
cuando le devolvió su hijo; sin embargo, el joven
no fue sino restaurado a esta vida terrenal, para
soportar sus tristezas, sus afanes, sus peligros, y
para volver a caer bajo el poder de la muerte. Pero
Jesús consuela nuestra tristeza por los muertos con
un mensaje de esperanza infinita: "Yo soy . . . el
que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por
siglos de siglos.... Y tengo las llaves del infierno y
de la muerte." "Así que, por cuanto los hijos
participaron de carne y sangre, él también participó
de lo mismo, para destruir por la muerte al que
tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo,
y librar a los que por el temor de la muerte estaban
por toda la vida sujetos a servidumbre."
(Apocalipsis 1:18, Hebreos 2:14,15)
Satanás no puede retener los muertos en su
588
poder cuando el Hijo de Dios les ordena que vivan.
No puede retener en la muerte espiritual a una sola
alma que con fe reciba la palabra de poder de
Cristo. Dios dice a todos los que están muertos en
el pecado: "Despiértate, tú que duermes, y
levántate de los muertos." (Efesios 5:14) Esa
palabra es vida eterna. Como la palabra de Dios,
que ordenó al primer hombre que viviera, sigue
dándonos vida; como la palabra de Cristo:
"Mancebo, a ti digo, levántate," dio la vida al joven
de Naín, así también aquella palabra: "Levántate de
los muertos," es vida para el alma que la recibe.
Dios "nos ha librado de la potestad de las tinieblas,
y trasladado al reino de su amado Hijo."
(Colosenses 1:13) En su palabra, todo nos es
ofrecido. Si la recibimos, tenemos liberación.
"Y si el Espíritu de Aquel que levantó de los
muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó a
Cristo Jesús de los muertos, vivificará también
vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora
en vosotros." "Porque el mismo Señor con
aclamación, con voz de arcángel, y con trompeta
de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en
589
Cristo resucitarán primero: luego nosotros, los que
vivimos, los que quedamos, juntamente con ellos
seremos arrebatados en las nubes a recibir al Señor
en el aire, y así estaremos siempre con el Señor."
(Romanos 8:11, 1 Tesalonicenses 4:16,17) Tales
son las palabras de consuelo con que él nos invita a
que nos consolemos unos a otros.
590
Capítulo 33
¿Quiénes son mis Hermanos?
Los HIJOS de José distaban mucho de tener
simpatía por Jesús en su obra. Los informes que
llegaban a ellos acerca de su vida y labor los
llenaban de asombro y congoja. Oían que pasaba
noches enteras en oración, que durante el día le
rodeaban grandes compañías de gente, y que no
tomaba siquiera tiempo para comer. Sus amigos
estaban convencidos de que su trabajo incesante le
estaba agotando; no podían explicar su actitud para
con los fariseos, y algunos temían que su razón
estuviese vacilando.
Sus hermanos oyeron hablar de esto, y también
de la acusación presentada por los fariseos de que
echaba los demonios por el poder de Satanás.
Sentían agudamente el oprobio que les reportaba su
relación con Jesús. Sabían qué tumulto habían
creado sus palabras y sus obras, y no sólo estaban
alarmados por sus osadas declaraciones, sino que
591
se indignaban porque había denunciado a los
escribas y fariseos. Llegaron a la conclusión de que
se le debía persuadir y obligar a dejar de trabajar
así, e indujeron a María a unirse con ellos,
pensando que por amor a ella podrían persuadirle a
ser más prudente.
Precisamente antes de esto, Jesús había
realizado por segunda vez el milagro de sanar a un
hombre poseído, ciego y mudo, y los fariseos
habían reiterado la acusación: "Por el príncipe de
los demonios echa fuera los demonios." (Mateo
9:34) Cristo les dijo claramente que al atribuir la
obra del Espíritu Santo a Satanás, se estaban
separando de la fuente de bendición. Los que
habían hablado contra Jesús mismo, sin discernir
su carácter divino, podrían ser perdonados; porque
podían ser inducidos por el Espíritu Santo a ver su
error y arrepentirse. Cualquiera que sea el pecado,
si el alma se arrepiente y cree, la culpa queda
lavada en la sangre de Cristo; pero el que rechaza
la obra del Espíritu Santo se coloca donde el
arrepentimiento y la fe no pueden alcanzarle. Es
por el Espíritu Santo cómo obra Dios en el
592
corazón;
cuando
los
hombres
rechazan
voluntariamente al Espíritu y declaran que es de
Satanás, cortan el conducto por el cual Dios puede
comunicarse con ellos. Cuando se rechaza
finalmente al Espíritu, no hay más nada que Dios
pueda hacer para el alma.
Los fariseos a quienes Jesús dirigió esta
amonestación no creían la acusación que
presentaban contra él. No había uno solo de
aquellos dignatarios que no se sintiese atraído hacia
el Salvador. Habían oído en su propio corazón la
voz del Espíritu que le declaraba el Ungido de
Israel y los instaba a confesarse sus discípulos. A la
luz de su presencia, habían comprendido su falta de
santidad y habían anhelado una justicia que ellos
no podían crear. Pero después de rechazarle, habría
sido demasiado humillante recibirle como Mesías.
Habiendo puesto los pies en la senda de la
incredulidad, eran demasiado orgullosos para
confesar su error. Y para no tener que confesar la
verdad, procuraban con violencia desesperada
rebatir la enseñanza del Salvador. La evidencia de
su poder y misericordia los exasperaba. No podían
593
impedir que el Salvador realizase milagros, no
podían acallar su enseñanza; pero hacían cuanto
estaba a su alcance para representarle mal y
falsificar sus palabras. Sin embargo, el convincente
Espíritu de Dios los seguía, y tenían que crear
muchas barreras para resistir su poder. El agente
más poderoso que pueda ponerse en juego en el
corazón humano estaba contendiendo con ellos,
pero no querían ceder.
No es Dios quien ciega los ojos de los hombres
y endurece su corazón. El les manda luz para
corregir sus errores, y conducirlos por sendas
seguras; es por el rechazamiento de esta luz como
los ojos se ciegan y el corazón se endurece. Con
frecuencia, esto se realiza gradual y casi
imperceptiblemente. Viene luz al alma por la
Palabra de Dios, por sus siervos, o por la
intervención directa de su Espíritu; pero cuando un
rayo de luz es despreciado, se produce un
embotamiento parcial de las percepciones
espirituales, y se discierne menos claramente la
segunda revelación de la luz. Así aumentan las
tinieblas, hasta que anochece en el alma. Así había
594
sucedido con estos dirigentes judíos. Estaban
convencidos de que un poder divino acompañaba a
Cristo, pero a fin de resistir a la verdad, atribuyeron
la obra del Espíritu Santo a Satanás. Al hacer esto,
prefirieron deliberadamente el engaño; se
entregaron a Satanás, y desde entonces fueron
dominados por su poder.
Estrechamente relacionada con la amonestación
de Cristo acerca del pecado contra el Espíritu
Santo, se halla la amonestación contra las palabras
ociosas y perversas. Las palabras son un indicio de
lo que hay en el corazón. "Porque de la abundancia
del corazón habla la boca." Pero las palabras son
más que un indicio del carácter; tienen poder para
reaccionar sobre el carácter. Los hombres sienten
la influencia de sus propias palabras. Con
frecuencia, bajo un impulso momentáneo,
provocado por Satanás, expresan celos o malas
sospechas, dicen algo que no creen en realidad;
pero la expresión reacciona sobre los
pensamientos. Son engañados por sus palabras, y
llegan a creer como verdad lo que dijeron a
instigación de Satanás. Habiendo expresado una
595
vez una opinión o decisión, son, con frecuencia,
demasiado orgullosos para retractarse, y tratan de
demostrar que tienen razón, hasta que llegan a
creer que realmente la tienen. Es peligroso
pronunciar una palabra de duda, peligroso poner en
tela de juicio y criticar la verdad divina. La
costumbre de hacer críticas descuidadas e
irreverentes reacciona sobre el carácter y fomenta
la irreverencia e incredulidad. Más de un hombre
que seguía esta costumbre ha proseguido,
inconsciente del peligro, hasta que estuvo dispuesto
a criticar y rechazar la obra del Espíritu Santo.
Jesús dijo: "Toda palabra ociosa que hablaren los
hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.
Porque por tus palabras serás justificado, y por tus
palabras serás condenado."
Luego añadió una amonestación a aquellos que
habían sido impresionados por sus palabras, que le
habían oído gustosamente, pero que no se habían
entregado para que el Espíritu Santo morase en
ellos. No sólo por la resistencia, sino también por
la negligencia, es destruida el alma. "Cuando el
espíritu inmundo ha salido del hombre – dijo Jesús,
596
– anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo
halla. Entonces dice: Me volveré a mi casa de
donde salí: y cuando viene, la halla desocupada,
barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo
otros siete espíritus peores que él, y entrados,
moran allí."
En los días de Cristo, como hoy, eran muchos
los que parecían momentáneamente emancipados
del dominio de Satanás; por la gracia de Dios
habían quedado libres de los malos espíritus que
dominaran su alma. Se gozaban en el amor de
Dios; pero, como los oyentes representados en la
parábola por el terreno pedregoso, no permanecían
en su amor. No se entregaban a Dios cada día para
que Cristo morase en su corazón y cuando volvía el
mal espíritu, con "otros siete espíritus peores que
él," quedaban completamente dominados por el
mal.
Cuando el alma se entrega a Cristo, un nuevo
poder se posesiona del nuevo corazón. Se realiza
un cambio que ningún hombre puede realizar por
su cuenta. Es una obra sobrenatural, que introduce
597
un elemento sobrenatural en la naturaleza humana.
El alma que se entrega a Cristo, llega a ser una
fortaleza suya, que él sostiene en un mundo en
rebelión, y no quiere que otra autoridad sea
conocida en ella sino la suya. Un alma así guardada
en posesión por los agentes celestiales es
inexpugnable para los asaltos de Satanás. Pero a
menos que nos entreguemos al dominio de Cristo,
seremos dominados por el maligno. Debemos estar
inevitablemente bajo el dominio del uno o del otro
de los dos grandes poderes que están contendiendo
por la supremacía del mundo. No es necesario que
elijamos deliberadamente el servicio del reino de
las tinieblas para pasar bajo su dominio. Basta que
descuidemos de aliarnos con el reino de la luz. Si
no cooperamos con los agentes celestiales, Satanás
se posesionará de nuestro corazón, y hará de él su
morada. La única defensa contra el mal consiste en
que Cristo more en el corazón por la fe en su
justicia. A menos que estemos vitalmente
relacionados con Dios, no podremos resistir los
efectos profanos del amor propio, de la
complacencia propia y de la tentación a pecar.
Podemos dejar muchas malas costumbres y
598
momentáneamente separarnos de Satanás; pero sin
una relación vital con Dios por nuestra entrega a él
momento tras momento, seremos vencidos. Sin un
conocimiento personal de Cristo y una continua
comunión, estamos a la merced del enemigo, y al
fin haremos lo que nos ordene.
"Son peores las cosas últimas del tal hombre
que las primeras: así también – dijo Jesús –
acontecerá a esta generación mala." Nadie se
endurece tanto como aquellos que han despreciado
la invitación de la misericordia y mostrado
aversión al Espíritu de gracia. La manifestación
más común del pecado contra el Espíritu Santo
consiste en despreciar persistentemente la
invitación del Cielo a arrepentirse. Cada paso dado
hacia el rechazamiento de Cristo, es un paso hacia
el rechazamiento de la salvación y hacia el pecado
contra el Espíritu Santo.
Al rechazar a Cristo, el pueblo judío cometió el
pecado imperdonable, y desoyendo la invitación de
la misericordia, podemos cometer el mismo error.
Insultamos al Príncipe de la vida, y le
599
avergonzamos delante de la sinagoga de Satanás y
ante el universo celestial cuando nos negamos a
escuchar a sus mensajeros, escuchando en su lugar
a los agentes de Satanás que quisieran apartar de
Cristo nuestra alma. Mientras uno hace esto, no
puede hallar esperanza ni perdón y perderá
finalmente todo deseo de reconciliarse con Dios.
Mientras Jesús estaba todavía enseñando a la
gente, sus discípulos trajeron la noticia de que su
madre y sus hermanos estaban afuera y deseaban
verle. El sabía lo que sentían ellos en su corazón, y
"respondiendo él al que le decía esto, dijo: ¿Quién
es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y
extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He
aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel
que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los
cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre."
Todos los que quisieran recibir a Cristo por la
fe iban a estar unidos con él por un vínculo más
íntimo que el del parentesco humano. Iban a ser
uno con él, como él era uno con el Padre. Al creer
y hacer sus palabras, su madre se relacionaba en
600
forma salvadora con Jesús y más estrechamente
que por su vínculo natural con él. Sus hermanos no
se beneficiarían de su relación con él a menos que
le aceptasen como su Salvador personal.
¡Qué apoyo habría encontrado Jesús en sus
parientes terrenales si hubiesen creído en él como
enviado del cielo y hubiesen cooperado con él en
hacer la obra de Dios! Su incredulidad echó una
sombra sobre la vida terrenal de Jesús Era parte de
la amargura de la copa de desgracia que él bebió
por nosotros.
El Hijo de Dios sentía agudamente la enemistad
encendida en el corazón humano contra el
Evangelio, y le resultaba muy dolorosa en su
hogar; porque su propio corazón estaba lleno de
bondad y amor, y apreciaba la tierna consideración
en las relaciones familiares. Sus hermanos
deseaban que él cediese a sus ideas, cuando una
actitud tal habría estado en completa contradicción
con su misión divina. Consideraban que él
necesitaba de sus consejos. Le juzgaban desde su
punto de vista humano, y pensaban que si dijera
601
solamente cosas aceptables para los escribas y
fariseos, evitaría las controversias desagradables
que sus palabras despertaban. Pensaban que estaba
loco al pretender que tenía autoridad divina, y al
presentarse ante los rabinos como reprensor de sus
pecados. Sabían que los fariseos estaban buscando
ocasiones de acusarle, y les parecía que ya les
había dado bastantes.
Con su medida corta, no podían sondear la
misión que había venido a cumplir, y por lo tanto
no podían simpatizar con él en sus pruebas. Sus
palabras groseras y carentes de aprecio
demostraban que no tenían verdadera percepción
de su carácter, y que no discernían cómo lo divino
se fusionaba con lo humano. Le veían con
frecuencia lleno de pesar; pero en vez de
consolarle, el espíritu que manifestaban y las
palabras que pronunciaban no hacían sino herir su
corazón. Su naturaleza sensible era torturada, sus
motivos mal comprendidos, su obra mal entendida.
Con frecuencia sus hermanos presentaban la
filosofía de los fariseos, antiquísima y gastada, y
602
afectaban creer que podían enseñar a Aquel que
comprendía toda la verdad y todos los misterios.
Condenaban libremente lo que no podían
comprender. Sus reproches le herían en lo vivo y
angustiaban su alma. Profesaban tener fe en Dios y
creían justificarle, cuando Dios estaba con ellos en
la carne y no le conocían.
Estas cosas hacían muy espinosa la senda de
Jesús. Tanto se condolía Cristo de la
incomprensión que había en su propio hogar, que le
era un alivio ir adonde ella no reinaba. Había un
hogar que le agradaba visitar: la casa de Lázaro,
María y Marta; porque en la atmósfera de fe y
amor, su espíritu hallaba descanso. Sin embargo,
no había en la tierra nadie que pudiese comprender
su misión divina ni conocer la carga que llevaba en
favor de la humanidad. Con frecuencia podía hallar
descanso únicamente estando a solas y en
comunión con su Padre celestial. Los que están
llamados a sufrir por causa de Cristo, que tienen
que soportar incomprensión y desconfianza aun en
su propia casa, pueden hallar consuelo en el
pensamiento de que Jesús soportó lo mismo. Se
603
compadece de ellos. Los invita a hallar
compañerismo en él, y alivio donde él lo halló: en
la comunión con el Padre.
Los que aceptan a Cristo como su Salvador
personal no son dejados huérfanos, para sobrellevar
solos las pruebas de la vida. El los recibe como
miembros de la familia celestial, los invita a llamar
a su Padre, Padre de ellos también. Son sus
"pequeñitos," caros al corazón de Dios, vinculados
con él por los vínculos más tiernos y permanentes.
Tiene para con ellos una ternura muy grande, que
supera la que nuestros padres o madres han sentido
hacia nosotros en nuestra incapacidad como lo
divino supera a lo humano.
En las leyes dadas a Israel, hay una hermosa
ilustración de la relación de Cristo con su pueblo.
Cuando por la pobreza un hebreo había quedado
obligado a separarse de su patrimonio y a venderse
como esclavo, el deber de redimirle a él y su
herencia recaía sobre el pariente más cercano.
(Levítico 25:25, 47-49, Rut 2:20) Así también la
obra de redimirnos a nosotros y nuestra herencia,
604
perdida por el pecado, recayó sobre Aquel que era
pariente cercano nuestro. Y a fin de redimirnos, él
se hizo pariente nuestro. Más cercano que el padre,
la madre, el hermano, el amigo o el amante, es el
Señor nuestro Salvador. "No temas -dice él, –
porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú.
Porque en mis ojos fuiste de grande estima, fuiste
honorable, y yo te amé: daré pues hombres por ti, y
naciones por tu alma." (Isaías 43:1,4)
Cristo ama a los seres celestiales que rodean su
trono; pero ¿qué explicará el gran amor con que
nos amó a nosotros? No lo podemos comprender,
pero en nuestra propia experiencia podemos saber
que existe en verdad. Y si sostenemos un vínculo
de parentesco con él, ¡con qué ternura debemos
considerar a los que son hermanos y hermanas de
nuestro Señor! ¿No debiéramos estar listos para
reconocer los derechos de nuestra relación divina?
Adoptados en la familia de Dios, ¿no honraremos a
nuestro Padre y a nuestra parentela?
605
Capítulo 34
La Invitación
"VENID a mí todos los que estáis trabajados y
cargados que yo os haré descansar." Estas palabras
de consuelo fueron dirigidas a la multitud que
seguía a Jesús. El Salvador había dicho que
únicamente por él podían los hombres recibir un
conocimiento de Dios. Se había dirigido a los
discípulos como a quienes se había dado un
conocimiento de las cosas celestiales. Pero no
había dejado que nadie se sintiese privado de su
cuidado y amor. Todos los que están trabajados y
cargados pueden venir a él.
Los escribas y rabinos, con su escrupulosa
atención a las formas religiosas, sentían una falta
que los ritos de penitencia no podían nunca
satisfacer. Los publicanos y los pecadores podían
afectar estar contentos con lo sensual y terreno,
pero en su corazón había desconfianza y temor.
Jesús miraba a los angustiados y de corazón
606
cargado, a aquellos cuyas esperanzas estaban
marchitas, y a aquellos que trataban de aplacar el
anhelo del alma con los goces terrenales, y los
invitaba a todos a hallar descanso en él.
Tiernamente, invitó así a la gente que se
afanaba: "Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas."
En estas palabras, Cristo habla a todo ser
humano. Sépanlo o no, todos están cansados y
cargados. Todos están agobiados con cargas que
únicamente Cristo puede suprimir. La carga más
pesada que llevamos es la del pecado. Si se nos
deja solos para llevarla, nos aplastará. Pero el Ser
sin pecado tomó nuestro lugar. "Jehová cargó en él
el pecado de todos nosotros.' (Isaías 53:6) El llevó
la carga de nuestra culpabilidad. El sacará la carga
de nuestros hombros cansados. Nos dará reposo.
Llevará también la carga de congoja y pesar. Nos
invita a confiarle todos nuestros cuidados, porque
nos lleva sobre su corazón.
607
El Hermano Mayor de nuestra familia humana
está al lado del trono eterno. Mira a toda alma que
se vuelve hacia él como al Salvador. Sabe por
experiencia cuáles son las debilidades de la
humanidad, cuáles son nuestras necesidades, y en
qué reside la fuerza de nuestras tentaciones, porque
fue tentado en todo punto, así como nosotros,
aunque sin pecar. El vela sobre ti, tembloroso hijo
de Dios. ¿Estás tentado? El te librará. ¿Eres débil ?
El te fortalecerá. ¿Eres ignorante? Te iluminará.
¿Estás herido? Te sanará. El Señor "cuenta el
número de las estrellas;" y sin embargo, "sana a los
quebrantados de corazón, y liga sus heridas."
(Salmos 147:4,3) "Venid a mí," es su invitación.
Cualesquiera que sean nuestras ansiedades y
pruebas, presentemos nuestro caso ante el Señor.
Nuestro espíritu será fortalecido para poder resistir.
Se nos abrirá el camino para librarnos de estorbos y
dificultades. Cuanto más débiles e impotentes nos
reconozcamos, tanto más fuertes llegaremos a ser
en su fortaleza. Cuanto más pesadas nuestras
cargas, más bienaventurado el descanso que
hallaremos al echarlas sobre el que las puede
llevar. El descanso que Cristo ofrece depende de
608
ciertas condiciones, pero éstas están claramente
especificadas. Son tales que todos pueden
cumplirlas. El nos dice exactamente cómo se ha de
hallar su descanso.
"Llevad mi yugo sobre vosotros," dice Jesús. El
yugo es un instrumento de servicio. Se enyuga a
los bueyes para el trabajo, y el yugo es esencial
para que puedan trabajar eficazmente. Por esta
ilustración, Cristo nos enseña que somos llamados
a servir mientras dure la vida. Hemos de tomar
sobre nosotros su yugo, a fin de ser colaboradores
con él.
El yugo que nos liga al servicio es la ley de
Dios. La gran ley de amor revelada en el Edén,
proclamada en el Sinaí, y en el nuevo pacto escrita
en el corazón, es la que liga al obrero humano a la
voluntad de Dios. Si fuésemos abandonados a
nuestras propias inclinaciones para ir adonde nos
condujese nuestra voluntad, caeríamos en las filas
de Satanás y llegaríamos a poseer sus atributos. Por
lo tanto, Dios nos encierra en su voluntad, que es
alta, noble y elevadora. El desea que asumamos
609
con paciencia y sabiduría los deberes de servirle. El
yugo de este servicio lo llevó Cristo mismo como
humano. El dijo: "Me complazco en hacer tu
voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en medio de mi
corazón." (Salmos 40:8) "He descendido del cielo,
no para hacer mi voluntad, mas la voluntad del que
me envió." (Juan 6:38) El amor hacia Dios, el celo
por su gloria, y el amor por la humanidad caída,
trajeron a Jesús a esta tierra para sufrir y morir. Tal
fue el poder que rigió en su vida. Y él nos invita a
adoptar este principio.
Son muchos aquellos cuyo corazón se conduele
bajo una carga de congojas, porque tratan de
alcanzar la norma del mundo. Han elegido su
servicio, aceptado sus perplejidades, adoptado sus
costumbres. Así su carácter queda mancillado y su
vida convertida en carga agobiadora. A fin de
satisfacer la ambición y los deseos mundanales,
hieren la conciencia y traen sobre sí una carga
adicional de remordimiento. La congoja continua
desgasta las fuerzas vitales. Nuestro Señor desea
que pongan a un lado ese yugo de servidumbre.
Los invita a aceptar su yugo, y dice: "Mi yugo es
610
fácil, y ligera mi carga." Los invita a buscar
primeramente el reino de Dios y su justicia, y les
promete que todas las cosas que les sean necesarias
para esta vida les serán añadidas. La congoja es
ciega, y no puede discernir lo futuro; pero Jesús ve
el fin desde el principio. En toda dificultad, tiene
un camino preparado para traer alivio. Nuestro
Padre celestial tiene, para proveernos de lo que
necesitamos, mil maneras de las cuales no sabemos
nada. Los que aceptan el principio de dar al
servicio y la honra de Dios el lugar supremo, verán
desvanecerse las perplejidades y percibirán una
clara senda delante de sus pies.
"Aprended de mí -dice Jesús, – que soy manso
y humilde de corazón; y hallaréis descanso."
Debemos entrar en la escuela de Cristo, aprender
de su mansedumbre y humildad. La redención es
aquel proceso por el cual el alma se prepara para el
cielo. Esa preparación significa conocer a Cristo.
Significa emanciparse de ideas, costumbres y
prácticas que se adquirieron en la escuela del
príncipe de las tinieblas. El alma debe ser librada
de todo lo que se opone a la lealtad a Dios.
611
En el corazón de Cristo, donde reinaba perfecta
armonía con Dios, había perfecta paz. Nunca le
halagaban los aplausos, ni le deprimían las
censuras o el chasco. En medio de la mayor
oposición o el trato más cruel, seguía de buen
ánimo. Pero muchos de los que profesan seguirle
tienen un corazón ansioso y angustiado porque
temen confiarse a Dios. No se entregan
completamente a él, porque rehuyen las
consecuencias que una entrega tal puede significar.
A menos que se rindan así a él, no podrán hallar
paz.
El amor a sí mismo es lo que trae inquietud.
Cuando hayamos nacido de lo alto, habrá en
nosotros el mismo sentir que hubo en Jesús, el
sentir que le indujo a humillarse a fin de que
pudiésemos ser salvos. Entonces no buscaremos el
puesto más elevado. Desearemos sentarnos a los
pies de Jesús y aprender de él. Comprenderemos
que el valor de nuestra obra no consiste en hacer
ostentación y ruido en el mundo, ni en ser activos y
celosos en nuestra propia fuerza. El valor de
612
nuestra obra está en proporción con el
impartimiento del Espíritu Santo. La confianza en
Dios trae otras santas cualidades mentales, de
manera que en la paciencia podemos poseer
nuestras almas.
El yugo se coloca sobre los bueyes para
ayudarles a arrastrar la carga, para aliviar esa
carga. Así también sucede con el yugo de Cristo.
Cuando nuestra voluntad esté absorbida en la
voluntad de Dios, y empleemos sus dones para
beneficiar a otros, hallaremos liviana la carga de la
vida. El que anda en el camino de los
mandamientos de Dios, anda en compañía de
Cristo, y en su amor el corazón descansa. Cuando
Moisés oró: "Ruégote que me muestres ahora tu
camino, para que te conozca," el Señor le contestó:
"Mi rostro irá contigo, y te haré descansar." Y por
los profetas fue dado el mensaje: "Así dijo Jehová:
Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las
sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad
por él, y hallaréis descanso para vuestra alma."
(Éxodo 33:13,14, Jeremías 6:16) Y él dice: "¡Ojalá
miraras tú a mis mandamientos! fuera entonces tu
613
paz como un río, y tu justicia como las ondas de la
mar." (Isaías 48:18)
Los que aceptan la palabra de Cristo al pie de la
letra, y entregan su alma a su custodia, y su vida
para que él la ordene, hallarán paz y quietud.
Ninguna cosa del mundo puede entristecerlos
cuando Jesús los alegra con su presencia. En la
perfecta aquiescencia hay descanso perfecto. El
Señor dice: "Tú le guardarás en completa paz, cuyo
pensamiento en ti persevera; porque en ti se ha
confiado." () Nuestra vida puede parecer enredada,
pero al confiarnos al sabio Artífice Maestro, él
desentrañará el modelo de vida y carácter que sea
para su propia gloria. Y ese carácter que expresa la
gloria -o carácter- de Cristo, será recibido en el
Paraíso de Dios Los miembros de una raza
renovada andarán con él en vestiduras blancas
porque son dignos.
A medida que entramos por Jesús en el
descanso, empezamos aquí a disfrutar del cielo.
Respondemos a su invitación: Venid, aprended de
mí, y al venir así comenzamos la vida eterna. El
614
cielo consiste en acercarse incesantemente a Dios
por Cristo. Cuanto más tiempo estemos en el cielo
de la felicidad, tanto más de la gloria se abrirá ante
nosotros; y cuanto más conozcamos a Dios, tanto
más intensa será nuestra felicidad. A medida que
andamos con Jesús en esta vida, podemos estar
llenos de su amor, satisfechos con su presencia.
Podemos recibir aquí todo lo que la naturaleza
humana puede soportar. Pero, ¿qué es esto
comparado con lo que nos espera más allá? Allí
"están delante del trono de Dios, y le sirven día y
noche en su templo: y el que está sentado en el
trono tenderá su pabellón sobre ellos. No tendrán
más hambre, ni sed, y el sol no caerá más sobre
ellos, ni otro ningún calor. Porque el Cordero que
está en medio del trono los pastoreará, y los guiará
a fuentes vivas de aguas: y Dios limpiará toda
lágrima de los ojos de ellos." (Apocalipsis 7:15-17)
615
Capítulo 35
"Calla, Enmudece"
HABÍA sido un día lleno de acontecimientos en
la vida de Jesús. Al lado del mar de Galilea, había
pronunciado sus primeras parábolas, explicando de
nuevo, mediante ilustraciones familiares, la
naturaleza de su reino y la manera en que se
establecería. Había comparado su propia obra a la
del sembrador, el desarrollo de su reino al
crecimiento de la semilla de mostaza, y al efecto de
la levadura en una medida de harina. Había
descrito la gran separación final de los justos y de
los impíos mediante las parábolas del trigo y de la
cizaña, y de la red del pescador. Había ilustrado la
excelsa preciosura de las verdades que enseñaba,
mediante el tesoro oculto y la perla de gran precio,
mientras que en la parábola del padre de familia
había enseñado a sus discípulos cómo habían de
trabajar como representantes suyos.
Durante todo el día había estado enseñando y
616
sanando; y al llegar la noche, las muchedumbres se
agolpaban todavía en derredor de él. Día tras día,
las había atendido, sin detenerse casi para comer y
descansar. Las críticas maliciosas y las falsas
representaciones con que los fariseos le perseguían
constantemente, hacían sus labores más pesadas y
agobiadoras. Y ahora el fin del día le hallaba tan
sumamente cansado que resolvió retirarse a algún
lugar solitario al otro lado del lago.
La región situada al oriente del lago de
Genesaret no estaba deshabitada, pues había aquí y
allí aldeas y villas, pero era desolada en
comparación con la ribera occidental. Su población
era más pagana que judía y tenía poca
comunicación con Galilea. Así que ofrecía a Jesús
el retiro que buscaba, y él invitó a sus discípulos a
que le acompañasen allí.
Después que hubo despedido la multitud, le
llevaron, tal "como estaba," al barco, y
apresuradamente zarparon. Pero no habían de salir
solos. Había otros barcos de pesca cerca de la
orilla, que pronto se llenaron de gente que se
617
proponía seguir a Jesús, ávida de continuar
viéndole y oyéndole.
El Salvador estaba por fin aliviado de la
presión de la multitud, y, vencido por el cansancio
y el hambre, se acostó en la popa del barco y no
tardó en quedarse dormido. El anochecer había
sido sereno y plácido, y la calma reinaba sobre el
lago. Pero de repente las tinieblas cubrieron el
cielo, bajó un viento furioso por los desfiladeros de
las montañas, que se abrían a lo largo de la orilla
oriental, y una violenta tempestad estalló sobre el
lago.
El sol se había puesto y la negrura de la noche
se asentó sobre el tormentoso mar. Las olas,
agitadas por los furiosos vientos, se arrojaban
bravías contra el barco de los discípulos y
amenazaban
hundirlo.
Aquellos
valientes
pescadores habían pasado su vida sobre el lago, y
habían guiado su embarcación a puerto seguro a
través de muchas tempestades; pero ahora su fuerza
y habilidad no valían nada. Se hallaban impotentes
en las garras de la tempestad, y desesperaron al ver
618
cómo su barco se anegaba.
Absortos en sus esfuerzos para salvarse, se
habían olvidado de que Jesús estaba a bordo.
Ahora, reconociendo que eran vanas sus labores y
viendo tan sólo la muerte delante de sí, se
acordaron de Aquel a cuya orden habían
emprendido la travesía del mar. En Jesús se hallaba
su única esperanza. En su desamparo y
desesperación clamaron: "¡Maestro, Maestro!"
Pero las densas tinieblas le ocultaban de su vista.
Sus voces eran ahogadas por el rugido de la
tempestad y no recibían respuesta. La duda y el
temor los asaltaban. ¿Les habría abandonado
Jesús? ¿Sería ahora impotente para ayudar a sus
discípulos Aquel que había vencido la enfermedad,
los demonios y aun la muerte? ¿No se acordaba de
ellos en su angustia?
Volvieron a llamar, pero no recibieron otra
respuesta que el silbido del rugiente huracán. Ya se
estaba hundiendo el barco. Dentro de un momento,
según parecía, iban a ser tragados por las
hambrientas aguas. De repente, el fulgor de un rayo
619
rasgó las tinieblas y vieron a Jesús acostado y
dormido sin que le perturbase el tumulto. Con
asombro y desesperación, exclamaron: "¿Maestro,
no tienes cuidado que perecemos?"
¿Cómo podía él descansar tan apaciblemente
mientras ellos estaban en peligro, luchando con la
muerte?
Sus clamores despertaron a Jesús. Pero al
iluminarle el resplandor del rayo, vieron la paz del
cielo reflejada en su rostro; leyeron en su mirada
un amor abnegado y tierno, y sus corazones se
volvieron a él para exclamar: "Señor, sálvanos, que
perecemos."
Nunca dio un alma expresión a este clamor sin
que fuese oído. Mientras los discípulos asían sus
remos para hacer un postrer esfuerzo, Jesús se
levantó. De pie en medio de los discípulos,
mientras la tempestad rugía, las olas se rompían
sobre ellos y el relámpago iluminaba su rostro,
levantó la mano, tan a menudo empleada en hechos
de misericordia, y dijo al mar airado: "Calla,
620
enmudece."
La tempestad cesó. Las olas reposaron.
Disipáronse las nubes y las estrellas volvieron a
resplandecer. El barco descansaba sobre un mar
sereno. Entonces, volviéndose a sus discípulos,
Jesús les preguntó con tristeza: "¿Por qué estáis así
amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?" El silencio
cayó sobre los discípulos. Ni siquiera Pedro intentó
expresar la reverencia que llenaba su corazón. Los
barcos que habían salido para acompañar a Jesús se
habían visto en el mismo peligro que el de los
discípulos. El terror y la desesperación se habían
apoderado de sus ocupantes; pero la orden de Jesús
había traído calma a la escena de tumulto. La furia
de la tempestad había arrojado los barcos muy
cerca unos de otros, y todos los que estaban a
bordo de ellos habían presenciado el milagro. Una
vez que se hubo restablecido la calma, el temor
quedó olvidado. La gente murmuraba entre sí,
preguntando: "¿Qué hombre es éste, que aun los
vientos y la mar le obedecen?"
Cuando Jesús fue despertado para hacer frente
621
a la tempestad, se hallaba en perfecta paz. No había
en sus palabras ni en su mirada el menor vestigio
de temor, porque no había temor en su corazón.
Pero él no confiaba en la posesión de la
omnipotencia. No era en calidad de "dueño de la
tierra, del mar y del cielo" cómo descansaba en
paz. Había depuesto ese poder, y aseveraba: "No
puedo yo de mí mismo hacer nada.' (Juan 5:30)
Jesús confiaba en el poder del Padre; descansaba
en la fe –- la fe en el amor y cuidado de Dios, –- y
el poder de aquella palabra que calmó la tempestad
era el poder de Dios.
Así como Jesús reposaba por la fe en el cuidado
del Padre, así también hemos de confiar nosotros
en el cuidado de nuestro Salvador. Si los discípulos
hubiesen confiado en él, habrían sido guardados en
paz. Su temor en el tiempo de peligro reveló su
incredulidad. En sus esfuerzos por salvarse a sí
mismos, se olvidaron de Jesús; y únicamente
cuando desesperando de lo que podían hacer, se
volvieron a él, pudo ayudarles.
¡Cuán a menudo experimentamos nosotros lo
622
que experimentaron los discípulos! Cuando las
tempestades de la tentación nos rodean y fulguran
los fieros rayos y las olas nos cubren, batallamos
solos con la tempestad, olvidándonos de que hay
Uno que puede ayudarnos. Confiamos en nuestra
propia fuerza hasta que perdemos nuestra
esperanza y estamos a punto de perecer. Entonces
nos acordamos de Jesús, y si clamamos a él para
que nos salve, no clamaremos en vano. Aunque él
con tristeza reprende nuestra incredulidad y
confianza propia, nunca deja de darnos la ayuda
que necesitamos. En la tierra o en el mar, si
tenemos al Salvador en nuestro corazón, no
necesitamos temer. La fe viva en el Redentor
serenará el mar de la vida y de la manera que él
reconoce como la mejor nos librará del peligro.
Este milagro de calmar la tempestad encierra
otra lección espiritual. La vida de cada hombre
testifica acerca de la verdad de las palabras de la
Escritura: "Los impíos son como la mar en
tempestad, que no puede estarse quieta.... No hay
paz, dijo mi Dios, para los impíos." (Isaías
57:20,21) El pecado ha destruido nuestra paz.
623
Mientras el yo no está subyugado, no podemos
hallar descanso. Las pasiones predominantes en el
corazón no pueden ser regidas por facultad humana
alguna. Somos tan impotentes en esto como los
discípulos para calmar la rugiente tempestad. Pero
el que calmó las olas de Galilea ha pronunciado la
palabra que puede impartir paz a cada alma. Por
fiera que sea la tempestad, los que claman a Jesús:
"Señor, sálvanos" hallarán liberación. Su gracia,
que reconcilia al alma con Dios, calma las
contiendas de las pasiones humanas, y en su amor
el corazón descansa. "Hace parar la tempestad en
sosiego, y se apaciguan sus ondas. Alégranse luego
porque se reposaron; y él los guía al puerto que
deseaban." (Salmos 107:29,30) "Justificados pues
por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo." "Y el efecto de la
justicia será paz; y la labor de justicia, reposo y
seguridad para siempre." (Romanos 5:1, Isaías
32:17)
Por la mañana temprano, el Salvador y sus
compañeros llegaron a la orilla, y la luz del sol
naciente se esparcía sobre el mar y la tierra como
624
una bendición de paz. Pero apenas habían tocado la
orilla cuando sus ojos fueron heridos por una
escena más terrible que la furia de la tempestad.
Desde algún escondedero entre las tumbas, dos
locos echaron a correr hacia ellos como si quisieran
despedazarlos. De sus cuerpos colgaban trozos de
cadenas que habían roto al escapar de sus prisiones.
Sus carnes estaban desgarradas y sangrientas donde
se habían cortado con piedras agudas. A través de
su largo y enmarañado cabello, fulguraban sus
ojos; y la misma apariencia de la humanidad
parecía haber sido borrada por los demonios que
los poseían, de modo que se asemejaban más a
fieras que a hombres.
Los discípulos y sus compañeros huyeron
aterrorizados; pero al rato notaron que Jesús no
estaba con ellos y se volvieron para buscarle. Allí
estaba donde le habían dejado. El que había
calmado la tempestad, que antes había arrostrado y
vencido a Satanás, no huyó delante de esos
demonios. Cuando los hombres, crujiendo los
dientes y echando espuma por la boca, se acercaron
a él, Jesús levantó aquella mano que había
625
ordenado a las olas que se calmasen, y los hombres
no pudieron acercarse más. Estaban de pie,
furiosos, pero impotentes delante de él.
Con autoridad ordenó a los espíritus inmundos
que saliesen. Sus palabras penetraron las
obscurecidas mentes de los desafortunados.
Vagamente, se dieron cuenta de que estaban cerca
de alguien que podía salvarlos de los
atormentadores demonios. Cayeron a los pies del
Salvador para adorarle; pero cuando sus labios se
abrieron para pedirle misericordia, los demonios
hablaron por su medio clamando vehementemente:
"¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios
Altísimo? Te conjuro por Dios que no me
atormentes."
Jesús preguntó: "¿Cómo te llamas?" Y la
respuesta fue: "Legión me llamo; porque somos
muchos." Empleando a aquellos hombres afligidos
como medios de comunicación, rogaron a Jesús
que no los mandase fuera del país. En la ladera de
una montaña no muy distante pacía una gran piara
de cerdos. Los demonios pidieron que se les
626
permitiese entrar en ellos, y Jesús se lo concedió.
Inmediatamente el pánico se apoderó de la piara.
Echó a correr desenfrenadamente por el acantilado,
y sin poder detenerse en la orilla, se arrojó al lago,
donde pereció.
Mientras tanto, un cambio maravilloso se había
verificado en los endemoniados. Había amanecido
en sus mentes. Sus ojos brillaban de inteligencia.
Sus rostros, durante tanto tiempo deformados a la
imagen de Satanás, se volvieron repentinamente
benignos. Se aquietaron las manos manchadas de
sangre, y con alegres voces los hombres alabaron a
Dios por su liberación.
Desde el acantilado, los cuidadores de los
cerdos habían visto todo lo que había sucedido, y
se apresuraron a ir a publicar las nuevas a sus amos
y a toda la gente. Llena de temor y asombro, la
población acudió al encuentro de Jesús. Los dos
endemoniados habían sido el terror de toda la
región. Para nadie era seguro pasar por donde ellos
se hallaban, porque se abalanzaban sobre cada
viajero con furia demoníaca. Ahora estos hombres
627
estaban vestidos y en su sano juicio, sentados a los
pies de Jesús, escuchando sus palabras y
glorificando el nombre de Aquel que los había
sanado. Pero la gente que contemplaba esta
maravillosa escena no se regocijó. La pérdida de
los cerdos le parecía de mayor importancia que la
liberación de estos cautivos de Satanás.
Sin embargo, esta pérdida había sido permitida
por misericordia hacia los dueños de los cerdos.
Estaban absortos en las cosas terrenales y no se
preocupaban por los grandes intereses de la vida
espiritual. Jesús deseaba quebrantar el hechizo de
la indiferencia egoísta, a fin de que pudiesen
aceptar su gracia. Pero el pesar y la indignación por
su pérdida temporal cegaron sus ojos con respecto
a la misericordia del Salvador.
La manifestación del poder sobrenatural
despertó las supersticiones de la gente y excitó sus
temores. Si este forastero quedaba entre ellos,
podían seguir mayores calamidades. Ellos temían
la ruina financiera, y resolvieron librarse de su
presencia. Los que habían cruzado el lago con
628
Jesús hablaron de todo lo que había sucedido la
noche anterior; del peligro que habían corrido en la
tempestad, y de cómo el viento y el mar habían
sido calmados. Pero sus palabras quedaron sin
efecto. Con terror la gente se agolpó alrededor de
Jesús rogándole que se apartase de ella, y él
accediendo se embarcó inmediatamente para la
orilla opuesta.
Los habitantes de Gádara tenían delante de sí la
evidencia viva del poder y la misericordia de
Cristo. Veían a los hombres a quienes él había
devuelto la razón; pero tanto temían poner en
peligro sus intereses terrenales, que trataron como
a un intruso a Aquel que había vencido al príncipe
de las tinieblas delante de sus ojos, y desviaron de
sus puertas el Don del cielo. No tenemos como los
gadarenos oportunidad de apartarnos de la persona
de Cristo; y sin embargo, son muchos los que se
niegan a obedecer su palabra, porque la obediencia
entrañaría el sacrificio de algún interés mundanal.
Por temor a que su presencia les cause pérdidas
pecuniarias, muchos rechazan su gracia y
ahuyentan de sí a su Espíritu.
629
Pero el sentimiento de los endemoniados
curados era muy diferente. Ellos deseaban la
compañía de su libertador. Con él, se sentían
seguros de los demonios que habían atormentado
su vida y agostado su virilidad. Cuando Jesús
estaba por subir al barco, se mantuvieron a su lado,
y arrodillándose le rogaron que los guardase cerca
de él, donde pudiesen escuchar siempre sus
palabras. Pero Jesús les recomendó que se fuesen a
sus casas y contaran cuán grandes cosas el Señor
había hecho por ellos.
En esto tenían una obra que hacer: ir a un hogar
pagano, y hablar de la bendición que habían
recibido de Jesús. Era duro para ellos separarse del
Salvador. Les iban a asediar seguramente grandes
dificultades en su trato con sus compatriotas
paganos. Y su largo aislamiento de la sociedad
parecía haberlos descalificado para la obra que él
había indicado. Pero tan pronto como Jesús les
señaló su deber, estuvieron listos para obedecer.
No sólo hablaron de Jesús a sus familias y vecinos,
sino que fueron por toda Decápolis, declarando por
630
doquiera su poder salvador, y describiendo cómo
los había librado de los demonios. Al hacer esta
obra, podían recibir una bendición mayor que si,
con el único fin de beneficiarse a sí mismos,
hubieran permanecido en su presencia. Es
trabajando en la difusión de las buenas nuevas de la
salvación, como somos acercados al Salvador.
Los dos endemoniados curados fueron los
primeros misioneros a quienes Cristo envió a
predicar el Evangelio en la región de Decápolis.
Durante tan sólo algunos momentos habían tenido
esos hombres oportunidad de oír las enseñanzas de
Cristo. Sus oídos no habían percibido un solo
sermón de sus labios. No podían instruir a la gente
como los discípulos que habían estado diariamente
con Jesús. Pero llevaban en su persona la evidencia
de que Jesús era el Mesías. Podían contar lo que
sabían; lo que ellos mismos habían visto y oído y
sentido del poder de Cristo. Esto es lo que puede
hacer cada uno cuyo corazón ha sido conmovido
por la gracia de Dios. Juan, el discípulo amado
escribió: "Lo que era desde el principio, lo que
hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos,
631
lo que hemos mirado, y palparon nuestras manos
tocante al Verbo de vida; . . . lo que hemos visto y
oído, eso os anunciamos." (1 Juan 1:1-3) Como
testigos de Cristo, debemos decir lo que sabemos,
lo que nosotros mismos hemos visto, oído y
palpado. Si hemos estado siguiendo a Jesús paso a
paso, tendremos algo oportuno que decir acerca de
la manera en que nos ha conducido. Podemos
explicar cómo hemos probado su promesa y la
hemos hallado veraz. Podemos dar testimonio de lo
que hemos conocido acerca de la gracia de Cristo.
Este es el testimonio que nuestro Señor pide y por
falta del cual el mundo perece.
Aunque los habitantes de Gádara no habían
recibido a Jesús, él no los dejó en las tinieblas que
habían elegido. Cuando le pidieron que se apartase
de ellos, no habían oído sus palabras. Ignoraban lo
que rechazaban. Por lo tanto, les volvió a mandar
luz, y por medio de personas a quienes no podían
negarse a escuchar.
Al ocasionar la destrucción de los cerdos,
Satanás se proponía apartar a la gente del Salvador
632
e impedir la predicación del Evangelio en esa
región. Pero este mismo incidente despertó a toda
la comarca como no podría haberlo hecho otra cosa
alguna y dirigió su atención a Cristo. Aunque el
Salvador mismo se fue, los hombres a quienes
había sanado permanecieron como testigos de su
poder. Los que habían sido agentes del príncipe de
las tinieblas vinieron a ser conductos de luz,
mensajeros del Hijo de Dios. Los hombres se
maravillaban al escuchar las noticias prodigiosas.
Se abrió una puerta a la entrada del Evangelio en
toda la región. Cuando Jesús volvió a Decápolis, la
gente acudía a él, y durante tres días, no sólo los
habitantes de un pueblo, sino miles de toda la
región circundante oyeron el mensaje de salvación.
Aun el poder de los demonios está bajo el dominio
de nuestro Salvador, y él predomina para bien
sobre las obras del mal.
El encuentro con los endemoniados de Gádara
encerraba una lección para los discípulos.
Demostró las profundidades de la degradación a las
cuales Satanás está tratando de arrastrar a toda la
especie humana y la misión que traía Cristo de
633
librar a los hombres de su poder. Aquellos míseros
seres que moraban en los sepulcros, poseídos de
demonios, esclavos de pasiones indomables y
repugnantes concupiscencias, representan lo que la
humanidad llegaría a ser si fuese entregada a la
jurisdicción satánica. La influencia de Satanás se
ejerce constantemente sobre los hombres para
enajenar los sentidos, dominar la mente para el mal
e incitar a la violencia y al crimen. El debilita el
cuerpo, obscurece el intelecto y degrada el alma.
Siempre que los hombres rechacen la invitación del
Salvador, se entregan a Satanás. En toda
ramificación de la vida, en el hogar, en los
negocios y aun en la iglesia, son multitudes los que
están haciendo esto hoy. Y a causa de esto la
violencia y el crimen se han difundido por toda la
tierra; las tinieblas morales, como una mortaja,
envuelven las habitaciones de los hombres.
Mediante sus especiosas tentaciones, Satanás
induce a los hombres a cometer males siempre
peores, hasta provocar completa degradación y
ruina. La única salvaguardia contra su poder se
halla en la presencia de Jesús. Ante los hombres y
los ángeles, Satanás se ha revelado como el
634
enemigo y destructor del hombre; Cristo, como su
amigo y libertador. Su Espíritu desarrollará en el
hombre todo lo que ennoblece el carácter y
dignifica la naturaleza. Regenerará al hombre para
la gloria de Dios, en cuerpo, alma y espíritu.
"Porque no nos ha dado Dios el espíritu de temor,
sino el de fortaleza, y de amor, y de templanza
[griego, mente sana]." (2 Timoteo 1:7) El nos ha
llamado "para alcanzar la gloria – el carácter – de
nuestro Señor Jesucristo;" nos ha llamado a ser
"hechos conformes a la imagen de su Hijo." (2
Tesalonicenses 2:14, Romanos 8:29)
Y las almas que han sido degradadas en
instrumentos de Satanás siguen todavía mediante el
poder de Cristo, siendo transformadas en
mensajeras de justicia y enviadas por el Hijo de
Dios a contar "cuán grandes cosas el Señor ha
hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de
ti."
635
Capítulo 36
El Toque de la Fe
AL VOLVER de Gádara a la orilla occidental,
Jesús encontró una multitud reunida para recibirle,
la cual le saludó con gozo. Permaneció él a orillas
del mar por un tiempo, enseñando y sanando, y
luego se dirigió a la casa de Leví Mateo para
encontrarse con los publicanos en su fiesta. Allí le
encontró Jairo, príncipe de la sinagoga. Este
anciano de los judíos vino a Jesús con gran
angustia, y se arrojó a sus pies exclamando: "Mi
hija está a la muerte: ven y pondrás las manos
sobre ella para que sea salva, y vivirá."
Jesús se encaminó inmediatamente con el
príncipe hacia su casa. Aunque los discípulos
habían visto tantas de sus obras de misericordia, se
sorprendieron al verle acceder a la súplica del
altivo rabino; sin embargo, acompañaron a su
Maestro, y la gente los siguió, ávida y llena de
expectación. La casa del príncipe no quedaba muy
636
lejos, pero Jesús y sus compañeros avanzaban
lentamente porque la muchedumbre le apretujaba
de todos lados. La dilación impacientaba al ansioso
padre, pero Jesús, compadeciéndose de la gente, se
detenía de vez en cuando para aliviar a algún
doliente o consolar a algún corazón acongojado.
Mientras estaban todavía en camino, un
mensajero se abrió paso a través de la multitud,
trayendo a Jairo la noticia de que su hija había
muerto y era inútil molestar ya al Maestro. Mas el
oído de Jesús distinguió las palabras. "No temas –
dijo: – cree solamente, y será salva."
Jairo se acercó aun más al Salvador y juntos se
apresuraron a llegar a la casa del príncipe. Ya las
plañideras y los flautistas pagados estaban allí,
llenando el aire con su clamor. La presencia de la
muchedumbre y el tumulto contrariaban el espíritu
de Jesús. Trató de acallarlos diciendo: "¿Por qué
alborotáis y lloráis? La muchacha no es muerta,
mas duerme." Ellos se indignaron al oír las
palabras del forastero. Habían visto a la niña en las
garras de la muerte, y se burlaron de él. Después de
637
exigir que todos abandonasen la casa, Jesús tomó al
padre y a la madre de la niña, y a Pedro, Santiago y
Juan, y juntos entraron en la cámara mortuoria.
Jesús se acercó a la cama, y tomando la mano
de la niña en la suya, pronunció suavemente en el
idioma familiar del hogar, las palabras:
"Muchacha, a ti digo, levántate."
Instantáneamente, un temblor pasó por el
cuerpo inconsciente. El pulso de la vida volvió a
latir. Los labios se entreabrieron con una sonrisa.
Los ojos se abrieron como si ella despertase del
sueño, y la niña miró con asombro al grupo que la
rodeaba. Se levantó, y sus padres la estrecharon en
sus brazos llorando de alegría.
Mientras se dirigía a la casa del príncipe, Jesús
había encontrado en la muchedumbre una pobre
mujer que durante doce años había estado
sufriendo de una enfermedad que hacía de su vida
una carga. Había gastado todos sus recursos en
médicos y remedios, con el único resultado de ser
declarada incurable. Pero sus esperanzas revivieron
638
cuando oyó hablar de las curaciones de Cristo.
Estaba segura de que si podía tan sólo ir a él, sería
sanada. Con debilidad y sufrimiento, vino a la
orilla del mar donde estaba enseñando Jesús y trató
de atravesar la multitud, pero en vano. Luego le
siguió desde la casa de Leví Mateo, pero tampoco
pudo acercársele. Había empezado a desesperarse,
cuando, mientras él se abría paso por entre la
multitud, llegó cerca de donde ella se encontraba.
Había llegado su áurea oportunidad. ¡Se hallaba
en presencia del gran Médico! Pero entre la
confusión no podía hablarle, ni lograr más que
vislumbrar de paso su figura. Con temor de perder
su única oportunidad de alivio, se adelantó con
esfuerzo, diciéndose: "Si tocare tan solamente su
vestido, seré salva." Y mientras él pasaba, ella
extendió la mano y alcanzó a tocar apenas el borde
de su manto; pero en aquel momento supo que
había quedado sana. En aquel toque se concentró la
fe de su vida, e instantáneamente su dolor y
debilidad fueron reemplazados por el vigor de la
perfecta salud.
639
Con corazón agradecido, trató entonces de
retirarse de la muchedumbre; pero de repente Jesús
se detuvo y la gente también hizo alto. Jesús se dio
vuelta, y mirando en derredor preguntó con una
voz que se oía distintamente por encima de la
confusión de la multitud: "¿Quién es el que me ha
tocado?" La gente contestó esta pregunta con una
mirada de asombro. Como se le codeaba de todos
lados, y se le empujaba rudamente de aquí para allá
parecía una pregunta extraña.
Pedro, siempre listo para hablar, dijo:
"Maestro, la compañía te aprieta y oprime, y dices:
¿Quién es el que me ha tocado?" Jesús contestó:
"Me ha tocado alguien; porque yo he conocido que
ha salido virtud de mí." El Salvador podía
distinguir el toque de la fe del contacto casual de la
muchedumbre desprevenida. Una confianza tal no
debía pasar sin comentario. El quería dirigir a la
humilde mujer palabras de consuelo que fuesen
para ella un manantial de gozo; palabras que fuesen
una bendición para sus discípulos hasta el fin del
tiempo.
640
Mirando hacia la mujer, Jesús insistió en saber
quién le había tocado. Hallando que era vano tratar
de ocultarse, ella se adelantó temblorosa, y se echó
a los pies de Jesús. Con lágrimas de
agradecimiento, relató la historia de sus
sufrimientos y cómo había hallado alivio. Jesús le
dijo amablemente: "Hija, tu fe te ha salvado: ve en
paz." El no dio oportunidad a que la superstición
proclamase que había una virtud sanadora en el
mero acto de tocar sus vestidos. No era mediante el
contacto exterior con él, sino por medio de la fe
que se aferraba a su poder divino, cómo se había
realizado la curación.
La muchedumbre maravillada que se agolpaba
en derredor de Cristo no sentía la manifestación del
poder vital. Pero cuando la mujer enferma extendió
la mano para tocarle, creyendo que sería sanada,
sintió la virtud sanadora. Así es también en las
cosas espirituales. El hablar de religión de una
manera casual, el orar sin hambre del alma ni fe
viviente, no vale nada. Una fe nominal en Cristo,
que le acepta simplemente como Salvador del
mundo, no puede traer sanidad al alma. La fe
641
salvadora no es un mero asentimiento intelectual a
la verdad. El que aguarda hasta tener un
conocimiento completo antes de querer ejercer fe,
no puede recibir bendición de Dios. No es
suficiente creer acerca de Cristo; debemos creer en
él. La única fe que nos beneficiará es la que le
acepta a él como Salvador personal; que nos pone
en posesión de sus méritos. Muchos estiman que la
fe es una opinión. La fe salvadora es una
transacción por la cual los que reciben a Cristo se
unen con Dios mediante un pacto. La fe genuina es
vida. Una fe viva significa un aumento de vigor,
una confianza implícita por la cual el alma llega a
ser una potencia vencedora.
Después de sanar a la mujer, Jesús deseó que
ella reconociese la bendición recibida. Los dones
del Evangelio no se obtienen a hurtadillas ni se
disfrutan en secreto. Así también el Señor nos
invita a confesar su bondad. "Vosotros pues sois
mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios.' (Isaías
43:12)
Nuestra confesión de su fidelidad es el factor
642
escogido por el Cielo para revelar a Cristo al
mundo. Debemos reconocer su gracia como fue
dada a conocer por los santos de antaño; pero lo
que será más eficaz es el testimonio de nuestra
propia experiencia. Somos testigos de Dios
mientras revelamos en nosotros mismos la obra de
un poder divino. Cada persona tiene una vida
distinta de todas las demás y una experiencia que
difiere esencialmente de la suya. Dios desea que
nuestra alabanza ascienda a él señalada por nuestra
propia
individualidad.
Estos
preciosos
reconocimientos para alabanza de la gloria de su
gracia, cuando son apoyados por una vida
semejante a la de Cristo, tienen un poder
irresistible que obra para la salvación de las almas.
Cuando los diez leprosos vinieron a Jesús para
ser sanados, les ordenó que fuesen y se mostrasen
al sacerdote. En el camino quedaron limpios, pero
uno solo volvió para darle gloria. Los otros
siguieron su camino, olvidándose de Aquel que los
había sanado. ¡Cuántos hay que hacen todavía lo
mismo! El Señor obra de continuo para beneficiar a
la humanidad. Está siempre impartiendo sus
643
bondades. Levanta a los enfermos de las camas
donde languidecen, libra a los hombres de peligros
que ellos no ven, envía a los ángeles celestiales
para salvarlos de la calamidad, para protegerlos de
"la pestilencia que ande en oscuridad" y de la
"mortandad que en medio del día destruya;
(Salmos 91:6) pero sus corazones no quedan
impresionados. El dio toda la riqueza del cielo para
redimirlos; y sin embargo, no piensan en su gran
amor. Por su ingratitud, cierran su corazón a la
gracia de Dios. Como el brezo del desierto, no
saben cuándo viene el bien, y sus almas habitan en
los lugares yermos.
Para nuestro propio beneficio, debemos
refrescar en nuestra mente todo don de Dios. Así se
fortalece la fe para pedir y recibir siempre más.
Hay para nosotros mayor estímulo en la menor
bendición que recibimos de Dios, que en todos los
relatos que podemos leer de la fe y experiencia
ajenas. El alma que responda a la gracia de Dios
será como un jardín regado. Su salud brotará
rápidamente; su luz saldrá en la obscuridad, y la
gloria del Señor le acompañará. Recordemos, pues,
644
la bondad del Señor, y la multitud de sus tiernas
misericordias. Como el pueblo de Israel,
levantemos nuestras piedras de testimonio, e
inscribamos sobre ellas la preciosa historia de lo
que Dios ha hecho por nosotros. Y mientras
repasemos su trato con nosotros en nuestra
peregrinación,
declaremos,
con
corazones
conmovidos por la gratitud: "¿Qué pagaré a Jehová
por todos sus beneficios para conmigo? Tomaré la
copa de la salud, e invocaré el nombre de Jehová.
Ahora pagaré mis votos a Jehová delante de todo
su pueblo." (Salmos 116:12-14)
645
Capítulo 37
Los Primeros Evangelistas
LOS APÓSTOLES eran miembros de la
familia de Jesús y le habían acompañado mientras
viajaba pie por Galilea. Habían compartido con él
los trabajos y penurias que le habían tocado.
Habían escuchado sus discursos, habían andado y
hablado con el Hijo de Dios, y de su instrucción
diaria habían aprendido a trabajar para la elevación
de la humanidad. Mientras Jesús ministraba a las
vastas muchedumbres que se congregaban en
derredor de él, sus discípulos le acompañaban,
ávidos de hacer cuanto les pidiera y de aliviar su
labor. Ayudaban a ordenar a la gente, traían a los
afligidos al Salvador y procuraban la comodidad de
todos. Estaban alerta para discernir a los oyentes
interesados, les explicaban las Escrituras y de
diversas maneras trabajaban para su beneficio
espiritual. Enseñaban lo que habían aprendido de
Jesús y obtenían cada día una rica experiencia.
Pero necesitaban también aprender a trabajar solos.
646
Les faltaba todavía mucha instrucción, gran
paciencia y ternura. Ahora, mientras él estaba
personalmente con ellos para señalarles sus errores,
aconsejarlos y corregirlos, el Salvador los mandó
como representantes suyos.
Mientras habían estado con él, los discípulos se
habían sentido con frecuencia perplejos a causa de
las enseñanzas de los sacerdotes y fariseos, pero
habían llevado sus perplejidades a Jesús. El les
había presentado las verdades de la Escritura en
contraste con la tradición. Así había fortalecido su
confianza en la Palabra de Dios, y en gran medida
los había libertado del temor de los rabinos y de su
servidumbre a la tradición. En la educación de los
discípulos, el ejemplo de la vida del Salvador era
mucho más eficaz que la simple instrucción
doctrinaria. Cuando estuvieran separados de su
Maestro, recordarían cada una de sus miradas, su
tono y sus palabras. Con frecuencia, mientras
estuvieran en conflicto con los enemigos del
Evangelio, repetirían sus palabras, y al ver su
efecto sobre la gente, se regocijarían mucho.
647
Llamando a los doce en derredor de sí, Jesús
les ordenó que fueran de dos en dos por los pueblos
y aldeas. Ninguno fue enviado solo, sino que el
hermano iba asociado con el hermano, el amigo
con el amigo. Así podían ayudarse y animarse
mutuamente, consultando y orando juntos,
supliendo cada uno la debilidad del otro. De la
misma manera, envió más tarde a los setenta. Era el
propósito del Salvador que los mensajeros del
Evangelio se asociaran de esta manera. En nuestro
propio tiempo la obra de evangelización tendría
mucho más éxito si se siguiera fielmente este
ejemplo.
El mensaje de los discípulos era el mismo que
el de Juan el Bautista y el de Cristo mismo: "El
reino de los cielos se ha acercado." No debían
entrar en controversia con la gente acerca de si
Jesús de Nazaret era el Mesías; sino que en su
nombre debían hacer las mismas obras de
misericordia que él había hecho. Les ordenó:
"Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad
muertos, echad fuera demonios: de gracia
recibisteis, dad de gracia."
648
Durante su ministerio, Jesús dedicó más tiempo
a sanar a los enfermos que a predicar. Sus milagros
atestiguaban la verdad de sus palabras de que no
había venido para destruir, sino para salvar. Su
justicia iba delante de él y la gloria del Señor era su
retaguardia. Dondequiera que fuera, le precedían
las nuevas de su misericordia. Donde había pasado,
los objetos de su compasión se regocijaban en su
salud y en el ejercicio de sus facultades recobradas.
Se congregaban muchedumbres en derredor de
ellos, para oír de sus labios las obras que el Señor
había hecho. Su voz era el primer sonido que
muchos habían oído, su nombre la primera palabra
que hubiesen pronunciado, su rostro el primero que
hubiesen mirado. ¿Por qué no habrían de amar a
Jesús y cantar sus alabanzas? Mientras él pasaba
por los pueblos y ciudades, era como una corriente
vital que difundía vida y gozo por dondequiera que
fuera.
Los seguidores de Cristo han de trabajar como
él obró. Hemos de alimentar a los hambrientos,
vestir a los desnudos y consolar a los dolientes y
649
afligidos. Hemos de ministrar a los que desesperan
e inspirar esperanza a los descorazonados. Y para
nosotros se cumplirá también la promesa: "Irá tu
justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu
retaguardia.' (Isaías 58:8) El amor de Cristo,
manifestado en un ministerio abnegado, será más
eficaz para reformar al que yerra que la espada o el
tribunal. Estas cosas son necesarias para infundir
terror al violador de la ley, pero el amante
misionero puede hacer más que esto. Con
frecuencia, el corazón se endurecerá bajo la
reprensión; pero se enternecerá bajo el amor de
Cristo. El misionero puede no sólo aliviar las
enfermedades físicas, sino que puede conducir al
pecador al gran Médico, quien es capaz de limpiar
el alma de la lepra del pecado. Por medio de sus
siervos, Dios quiere que los enfermos, los
infortunados, los poseídos de espíritus malos, oigan
su voz. Mediante sus agentes humanos, desea ser
un "Consolador" cuyo igual el mundo no conoce.
En su primera jira misionera, los discípulos
debían ir solamente a "las ovejas perdidas de la
casa de Israel." Si entonces hubiesen predicado el
650
Evangelio a los gentiles o a los samaritanos,
habrían perdido su influencia sobre los judíos.
Excitando el prejuicio de los fariseos, se habrían
metido en una controversia que los habría
desanimado en el mismo comienzo de sus labores.
Aun los apóstoles fueron lentos en comprender que
el Evangelio debía darse a todas las naciones.
Mientras ellos mismos no comprendieron esta
verdad, no estuvieron preparados para trabajar por
los gentiles. Si los judíos querían recibir el
Evangelio, Dios se proponía hacerlos sus
mensajeros a los gentiles. Por lo tanto, eran los
primeros que debían oír el mensaje.
Por todo el campo de labor de Cristo, había
almas despertadas que comprendían ahora su
necesidad y tenían hambre y sed de la verdad.
Había llegado el tiempo en que debían mandarse
las nuevas de su amor a esas almas anhelantes. A
todas éstas, debían ir los discípulos como
representantes de Cristo. Los creyentes habían de
ser inducidos a mirarlos como maestros
divinamente designados, y cuando el Salvador les
fuese quitado no quedarían sin instructores.
651
En esta primera jira, los discípulos debían ir
solamente adonde Jesús había estado antes y había
conquistado amigos. Su preparación para el viaje
debía ser de lo más sencilla. No debían permitir
que cosa alguna distrajese su atención de su gran
obra, despertase oposición o cerrase la puerta a
labores ulteriores. No debían adoptar la
indumentaria de los maestros religiosos ni usar
atavío alguno que los distinguiese de los humildes
campesinos. No debían entrar en las sinagogas y
convocar a las gentes a cultos públicos; sus
esfuerzos debían limitarse al trabajo de casa en
casa. No habían de malgastar tiempo en saludos
inútiles ni en ir de casa en casa para ser agasajados.
Pero en todo lugar debían aceptar la hospitalidad
de los que fuesen dignos, de los que les diesen
bienvenida cordial como si recibiesen al mismo
Jesús. Debían entrar en la morada con el hermoso
saludo: "Paz sea a esta casa." (Lucas 10:5) Ese
hogar iba a ser bendecido por sus oraciones, sus
cantos de alabanza y la presentación de las
Escrituras en el círculo de la familia.
652
Estos discípulos debían ser heraldos de la
verdad y preparar el camino para la venida de su
Maestro. El mensaje que tenían que dar era la
palabra de vida eterna, y el destino de los hombres
dependía de que lo aceptasen o rechazasen. Para
impresionar a las gentes con su solemnidad, Jesús
dijo a sus discípulos: "Y cualquiera que no os
recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de
aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de
vuestros pies. De cierto os digo, que el castigo será
más tolerable a la tierra de los de Sodoma y de los
de Gomorra en el día del juicio, que a aquella
ciudad."
Ahora el ojo del Salvador penetra lo futuro;
contempla los campos más amplios en los cuales,
después de su muerte, los discípulos van a ser sus
testigos. Su mirada profética abarca lo que
experimentarán sus siervos a través de todos los
siglos hasta que vuelva por segunda vez. Muestra a
sus seguidores los conflictos que tendrán que
arrostrar; revela el carácter y el plan de la batalla.
Les presenta los peligros que deberán afrontar, la
abnegación que necesitarán. Desea que cuenten el
653
costo, a fin de no ser sorprendidos
inadvertidamente por el enemigo. Su lucha no
había de reñirse contra la carne y la sangre, sino
"contra los principados, contra las potestades,
contra los gobernantes de las tinieblas de este
mundo, contra las huestes espirituales de iniquidad
en las regiones celestiales." (Efesios 6:12) Habrán
de contender con fuerzas sobrenaturales, pero se
les asegura una ayuda sobrenatural. Todos los seres
celestiales están en este ejército. Y hay más que
ángeles en las filas. El Espíritu Santo, el
representante del Capitán de la hueste del Señor,
baja a dirigir la batalla. Nuestras flaquezas pueden
ser muchas, y graves nuestros pecados y errores;
pero la gracia de Dios es para todos los que,
contritos, la pidan. El poder de la Omnipotencia
está listo para obrar en favor de los que confían en
Dios.
"He aquí – dijo Jesús, – yo os envío como a
ovejas en medio de lobos: sed pues prudentes como
serpientes, y sencillos como palomas." Cristo
mismo no suprimió una palabra de la verdad, sino
que la dijo siempre con amor. Ejerció el mayor
654
tacto y atención reflexiva y bondadosa en su trato
con la gente. Nunca fue rudo ni dijo
innecesariamente una palabra severa; nunca causó
una pena innecesaria a un alma sensible. No
censuró la debilidad humana. Denunció
intrépidamente la hipocresía, la incredulidad y la
iniquidad, pero había lágrimas en su voz al
pronunciar sus severas reprensiones. Lloró sobre
Jerusalén, la ciudad que él amaba, que se negaba a
recibirle a él, el Camino, la Verdad y la Vida. Sus
habitantes le rechazaron a él, el Salvador, pero los
consideró con compasiva ternura y con una tristeza
tan profunda que quebrantaba su corazón. Cada
alma era preciosa a su vista. Aunque siempre se
conducía con divina dignidad, se inclinaba con la
consideración más tierna hacia cada miembro de la
familia de Dios. En todos los hombres veía almas
caídas a las cuales era su misión salvar.
Los siervos de Cristo no han de actuar según
los dictados del corazón natural. Necesitan tener
una íntima comunión con Dios, no sea que, bajo la
provocación, el yo se levante y ellos dejen escapar
un torrente de palabras inconvenientes, que disten
655
mucho de ser como el rocío y como las suaves
gotas que refrescan las plantas agostadas. Esto es lo
que Satanás quiere que hagan; porque éstos son sus
métodos. Es el dragón el que se aíra, es el espíritu
de Satanás el que se revela en la cólera y las
acusaciones. Pero los siervos de Dios han de ser
representantes suyos. El desea que trafiquen
únicamente con la moneda del cielo, la verdad que
lleva su propia imagen e inscripción. El poder por
el cual han de vencer al mal es el poder de Cristo.
La gloria de Cristo es su fuerza. Han de fijar sus
ojos en su hermosura. Entonces podrán presentar el
Evangelio con tacto y amabilidad divina. Y el
espíritu que se mantiene amable bajo la
provocación hablará más eficazmente en favor de
la verdad que cualquier argumento, por enérgico
que sea.
Los que se ven envueltos en una controversia
con los enemigos de la verdad, tienen que arrostrar
no sólo a los hombres, sino a Satanás y sus agentes.
Recuerden las palabras del Salvador: "He aquí yo
os envío como corderos en medio de lobos."
(Lucas 10:3) Confíen en el amor de Dios, y su
656
espíritu se conservará sereno, aun bajo los insultos
personales. El Salvador los revestirá con una
panoplia divina. Su Espíritu Santo influirá en la
mente y en el corazón, de manera que la voz no
copiará las notas de los aullidos de los lobos.
Continuando sus instrucciones a sus discípulos,
Jesús dijo: "Guardaos de los hombres." No debían
poner confianza implícita en aquellos que no
conocían a Dios, ni hacerlos sus confidentes;
porque esto daría una ventaja a los agentes de
Satanás. Las invenciones humanas contrarrestan
con frecuencia los planes de Dios. Los que edifican
el templo del Señor deben construir de acuerdo con
el dechado mostrado en el monte: la semejanza
divina. Dios queda deshonrado, y traicionado el
Evangelio, cuando sus siervos dependen de los
consejos de hombres que no están bajo la dirección
del Espíritu Santo. La sabiduría humana es locura
para Dios. Los que en ella confían, errarán
ciertamente.
"Os entregarán a los concilios . . . y seréis
llevados ante gobernadores y reyes por mi causa,
657
para testimonio a ellos y a las naciones." (Mateo
10:17,18) La persecución esparcirá la luz. Los
siervos de Cristo serán llevados ante los grandes de
la tierra, quienes, de otra manera, nunca habrían
oído tal vez el Evangelio. La verdad ha sido
presentada falsamente a estos hombres. Han
escuchado falsas acusaciones contra la fe de los
discípulos de Cristo. Con frecuencia su único
medio de conocer el verdadero carácter de esta fe
es el testimonio de aquellos que son llevados a
juicio por ella. En el examen, se les pide que
contesten, y sus jueces escuchan el testimonio
dado. La gracia de Dios será concedida a sus
siervos para hacer frente a la emergencia. "En
aquella hora os será dado – dijo Jesús, – qué habéis
de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis,
sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en
vosotros." Al iluminar el Espíritu de Dios la mente
de sus siervos, la verdad será presentada con su
poder divino y su alto valor. Los que rechazan la
verdad se levantarán para acusar y oprimir a los
discípulos. Pero bajo la pérdida y el sufrimiento, y
aun hasta la muerte, los hijos del Señor han de
revelar la mansedumbre de su divino Ejemplo. Así
658
se verá el contraste entre los agentes de Satanás y
los representantes de Cristo. El Salvador será
ensalzado delante de los gobernantes y delante de
la gente.
Los discípulos no fueron dotados del valor y la
fortaleza de los mártires hasta que necesitaron esta
gracia. Entonces se cumplió la promesa del
Salvador. Cuando Pedro y Juan testificaron delante
del Sanedrín, los hombres "se maravillaban; y les
conocían que habían estado con Jesús." (Hecos
4:13) De Esteban, se dice que "todos los que
estaban sentados en el concilio, puestos los ojos en
él, vieron su rostro como el rostro de un ángel."
Los hombres "no podían resistir a la sabiduría y al
Espíritu con que hablaba." (Hecos 6:15,10)Y
Pablo, escribiendo acerca de su propio juicio ante
el tribunal de los Césares, dice: "En mi primera
defensa, nadie estuvo conmigo, antes todos me
abandonaron.... Mas el Señor estuvo conmigo, y
me esforzó, para que por medio de mí la
predicación fuese cumplidamente hecha, y para que
oyesen todos los gentiles; y así yo fui librado de la
boca del león." (2 Timoteo 4:16,17)
659
Los siervos de Cristo no habían de preparar
discurso alguno para pronunciarlo cuando fuesen
llevados a juicio. Debían hacer su preparación día
tras día al atesorar las preciosas verdades de la
Palabra de Dios, y al fortalecer su fe por la oración.
Cuando fuesen llevados a juicio, el Espíritu Santo
les haría recordar las verdades que necesitasen.
Un esfuerzo diario y ferviente para conocer a
Dios, y a Jesucristo a quien él envió, iba a impartir
poder y eficiencia al alma. El conocimiento
obtenido por el escrutinio diligente de las
Escrituras iba a cruzar como rayo en la memoria al
debido momento. Pero si algunos hubiesen
descuidado el familiarizarse con las palabras de
Cristo y nunca hubiesen probado el poder de su
gracia en la dificultad, no podrían esperar que el
Espíritu Santo les hiciese recordar sus palabras.
Habían de servir a Dios diariamente con afecto
indiviso, y luego confiar en él.
Tan acérrima sería la enemistad hacia el
Evangelio, que aun los vínculos terrenales más
660
tiernos serían pisoteados. Los discípulos de Cristo
serían entregados a la muerte por los miembros de
sus propias familias. "Y seréis aborrecidos de todos
por mi nombre-añadió:-mas el que perseverare
hasta el fin, éste será salvo." (Marcos 13:13) Pero
les ordenó no exponerse innecesariamente a la
persecución. Con frecuencia, él mismo dejaba un
campo de labor para otro, a fin de escapar a los que
estaban buscando su vida. Cuando fue rechazado
en Nazaret y sus propios conciudadanos trataron de
matarlo, se fue a Capernaúm y allí la gente se
asombró de su enseñanza; "porque su palabra era
con potestad.' (Lucas 4:32) Asimismo sus siervos
no debían desanimarse por la persecución, sino
buscar un lugar donde pudiesen seguir trabajando
por la salvación de las almas.
El siervo no es superior a su señor. El Príncipe
del cielo fue llamado Belcebú, y de la misma
manera sus discípulos serán calumniados. Pero
cualquiera que sea el peligro, los que siguen a
Cristo deben confesar sus principios. Deben
despreciar el ocultamiento. No pueden dejar de
darse a conocer hasta que estén seguros de que
661
pueden confesar la verdad sin riesgo. Son puestos
como centinelas, para advertir a los hombres de su
peligro. La verdad recibida de Cristo debe ser
impartida a todos, libre y abiertamente. Jesús dijo:
"Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo
que oís al oído predicadlo desde los terrados."
Jesús mismo nunca compró la paz por la
transigencia. Su corazón rebosaba de amor por toda
la familia humana, pero nunca fue indulgente con
sus pecados. Amaba demasiado a los seres
humanos para guardar silencio mientras éstos
seguían una conducta funesta para sus almas, las
almas que él había comprado con su propia sangre.
El trabajaba para que el hombre fuese fiel a sí
mismo, fiel a su más elevado y eterno interés. Los
siervos de Cristo son llamados a hacer la misma
obra, y deben velar, no sea que al tratar de evitar la
discordia, traicionen la verdad. Han de seguir "lo
que hace a la paz,' (Romanos 14:19) pero la
verdadera paz no puede obtenerse traicionando los
buenos principios. Y ningún hombre puede ser fiel
a estos principios sin excitar oposición. Un
cristianismo espiritual recibirá la oposición de los
662
hijos de la desobediencia. Pero Jesús dijo a sus
discípulos: "No temáis a los que matan el cuerpo,
mas el alma no pueden matar." Los que son fieles a
Dios no necesitan temer el poder de los hombres ni
la enemistad de Satanás. En Cristo está segura su
vida eterna. Lo único que han de temer es
traicionar la verdad, y así el cometido con que Dios
los honró.
Es obra de Satanás llenar los corazones
humanos de duda. Los induce a mirar a Dios como
un Juez severo. Los tienta a pecar, y luego a
considerarse demasiado viles para acercarse a su
Padre celestial o para despertar su compasión. El
Señor comprende todo esto. Jesús asegura a sus
discípulos la simpatía de Dios hacia ellos en sus
necesidades y debilidades. No se exhala un suspiro,
no se siente un dolor, ni ningún agravio atormenta
el alma, sin que haga también palpitar el corazón
del Padre.
La Biblia nos muestra a Dios en un lugar alto y
santo, no en un estado de inactividad, ni en silencio
y soledad, sino rodeado por diez mil veces diez
663
millares y millares de millares de seres santos,
todos dispuestos a hacer su voluntad. Por
conductos que no podemos discernir está en activa
comunicación con cada parte de su dominio. Pero
es en el grano de arena de este mundo, en las almas
por cuya salvación dio a su Hijo unigénito, donde
su interés y el interés de todo el cielo se
concentran. Dios se inclina desde su trono para oír
el clamor de los oprimidos. A toda oración sincera,
él contesta: "Aquí estoy." Levanta al angustiado y
pisoteado. En todas nuestras aflicciones, él es
afligido. En cada tentación y prueba, el ángel de su
presencia está cerca de nosotros para librarnos.
Ni siquiera un gorrión cae al suelo sin que lo
note el Padre. El odio de Satanás contra Dios le
induce a odiar todo objeto del cuidado del
Salvador. Trata de arruinar la obra de Dios y se
deleita en destruir aun a los animales. Es
únicamente por el cuidado protector de Dios cómo
los pájaros son conservados para alegrarnos con
sus cantos de gozo. Pero él no se olvida ni aun de
los pájaros. "Así que, no temáis: más valéis
vosotros que muchos pajarillos."
664
Y Jesús continúa: Así como me confesasteis
delante de los hombres, os confesaré delante de
Dios y de los santos ángeles Habéis de ser mis
testigos en la tierra, conductos por los cuales pueda
fluir mi gracia para sanar al mundo. Así también
seré vuestro representante en el cielo. El Padre no
considera vuestro carácter deficiente, sino que os
ve revestidos de mi perfección. Soy el medio por el
cual os llegarán las bendiciones del Cielo. Todo
aquel que me confiesa participando de mi sacrificio
por los perdidos, será confesado como participante
en la gloria y en el gozo de los redimidos.
El que quiera confesar a Cristo debe tener a
Cristo en sí. No puede comunicar lo que no recibió.
Los discípulos podían hablar fácilmente de las
doctrinas, podían repetir las palabras de Cristo
mismo; pero a menos que poseyeran una
mansedumbre y un amor como los de Cristo, no le
estaban confesando. Un espíritu contrario al
espíritu de Cristo le negaría, cualquiera que fuese
la profesión de fe. Los hombres pueden negar a
Cristo calumniando, hablando insensatamente y
665
profiriendo palabras falsas o hirientes. Pueden
negarle rehuyendo las cargas de la vida,
persiguiendo el placer pecaminoso. Pueden negarle
conformándose con el mundo, siguiendo una
conducta descortés, amando sus propias opiniones,
justificando al yo, albergando dudas, buscando
dificultades y morando en tinieblas. De todas estas
maneras, declaran que Cristo no está en ellos. Y
"cualquiera que me negare delante de los hombres
– dice él, – le negaré yo también delante de mi
Padre que está en los cielos."
El Salvador ordenó a sus discípulos que no
esperasen que la enemistad del mundo hacia el
Evangelio sería vencida, ni que después de un
tiempo la oposición cesaría. Dijo: "No he venido
para meter paz, sino espada." La creación de esta
lucha no es efecto del Evangelio, sino resultado de
la oposición que se le hace. De todas las
persecuciones, la más difícil de soportar es la
divergencia entre los miembros de la familia, el
alejamiento afectivo de los seres terrenales más
queridos. Pero Jesús declara: "El que ama padre o
madre más que a mí, no es digno de mí; y el que
666
ama hijo o hija más que a mí, no es digno de mí. Y
el que no toma su cruz, y sigue en pos de mí, no es
digno de mí."
La misión de los siervos de Cristo es un alto
honor y un cometido sagrado. "El que os recibe a
vosotros – dice él, – a mí recibe; y el que a mí
recibe, recibe al que me envió." Ningún acto de
bondad a ellos manifestado en su nombre dejará de
ser reconocido y recompensado. Y en el mismo
tierno reconocimiento, él incluye a los más débiles
y humildes miembros de la familia de Dios.
"Cualquiera que diere a uno de estos pequeñitos un
vaso de agua fría solamente – a aquellos que son
como niños en su fe y conocimiento de Cristo, – en
nombre de discípulo, de cierto os digo, que no
perderá su recompensa."
Así terminó el Salvador sus instrucciones. En el
nombre de Cristo, salieron los doce elegidos, como
él había salido, "para dar buenas nuevas a los
pobres: . . . para sanar a los quebrantados de
corazón; para pregonar a los cautivos libertad, y a
los ciegos vista; para poner en libertad a los
667
quebrantados: para predicar el año agradable del
Señor.' (Lucas 4:18,19)
668
Capítulo 38
Venid, Reposad un Poco
AL VOLVER de su jira misionera, "los
apóstoles se juntaron con Jesús, y le contaron todo
lo que habían hecho, y lo que habían enseñado. Y
él les dijo: Venid vosotros aparte al lugar desierto,
y reposad un poco. Porque eran muchos los que
iban y venían, que ni aun tenían lugar de comer."
Los discípulos vinieron a Jesús y le contaron
todo. Su unión íntima con él los animaba a
presentarle todos los incidentes favorables y
desfavorables que les ocurrieran, la alegría que
sentían al ver los resultados de sus trabajos, y. el
pesar que les causaban sus fracasos, faltas y
debilidades. Habían cometido errores en su primera
obra de evangelización, y mientras relataban
francamente a Cristo lo sucedido, él vio que
necesitaban muchas instrucciones. Vio también que
se habían cansado en el trabajo y necesitaban
reposo.
669
Pero no podían obtener el aislamiento necesario
donde se encontraban entonces; "porque eran
muchos los que iban y venían, que ni aun tenían
lugar de comer." La gente se agolpaba en derredor
de Cristo, ansiosa de ser sanada y ávida de
escuchar su palabra. Muchos se sentían atraídos a
él; porque les parecía ser la fuente de toda
bendición. Muchos de los que se agolpaban en
derredor de Cristo para recibir el precioso don de la
salud, le aceptaban como su Salvador. Muchos
otros, que temían entonces confesarle, a causa de
los fariseos, se convirtieron cuando descendió el
Espíritu Santo, y delante de sacerdotes y
gobernantes airados le reconocieron como el Hijo
de Dios.
Pero ahora Cristo anhelaba retraimiento, a fin
de poder estar con los discípulos; porque tenía
mucho que decirles. En su obra, habían pasado por
la prueba del conflicto y habían encontrado
oposición de diversas formas. Hasta ahí habían
consultado a Cristo en todo; pero durante algún
tiempo habían estado solos y a veces habían estado
670
muy angustiados en cuanto a saber qué hacer.
Habían hallado mucho estímulo en su trabajo;
porque Cristo no los había mandado sin su Espíritu,
y por la fe en él habían realizado muchos milagros;
pero ahora necesitaban alimentarse con el pan de
vida. Necesitaban ir a un lugar de retraimiento,
donde pudiesen estar en comunión con Jesús y
recibir instrucciones para su obra futura.
"Y él les dijo: Venid vosotros aparte al lugar
desierto, y reposad un poco." Cristo está lleno de
ternura y compasión por todos los que participan
en su servicio. El quería mostrar a sus discípulos
que Dios no requiere sacrificio sino misericordia.
Ellos habían consagrado todo su corazón a trabajar
por la gente, y esto agotó su fuerza física y mental.
Era su deber descansar.
Al notar los discípulos cómo sus labores tenían
éxito, corrían peligro de atribuirse el mérito a sí
mismos, de sentir orgullo espiritual, y así caer bajo
las tentaciones de Satanás. Les esperaba una gran
obra, y ante todo debían aprender que su fuerza no
residía en sí mismos, sino en Dios. Como Moisés
671
en el desierto del Sinaí, como David entre las
colinas de Judea, o Elías a orillas del arroyo de
Carit, los discípulos necesitaban apartarse del
escenario de su intensa actividad, para ponerse en
comunión con Cristo, con la naturaleza y con su
propio corazón.
Mientras los discípulos habían estado ausentes
en su jira misionera, Jesús había visitado otras
aldeas y pueblos, predicando el Evangelio del
reino. Fue más o menos en aquel entonces cuando
recibió las nuevas de la muerte del Bautista. Este
acontecimiento le presentó vívidamente el fin hacia
el cual se dirigían sus propios pasos. Densas
sombras se estaban acumulando sobre su senda.
Los sacerdotes y rabinos estaban buscando ocasión
para lograr su muerte, los espías vigilaban sus
pasos, y por todas partes se multiplicaban las
maquinaciones para destruirle. Habían llegado a
Herodes noticias de la predicación de los apóstoles
por Galilea, y ello había llamado su atención a
Jesús y su obra. "Este es Juan el Bautista – decía: –
él ha resucitado de los muertos," y expresó el deseo
de ver a Jesús. Herodes temía constantemente que
672
se preparase secretamente una revolución con el
objeto de destronarle y librar a la nación judía del
yugo romano. Entre la gente cundía el espíritu de
descontento e insurrección. Era evidente que las
labores públicas de Cristo en Galilea no podían
continuar por mucho tiempo. Se acercaban las
escenas de sus sufrimientos, y él anhelaba apartarse
por unos momentos de la confusión de la multitud.
Con corazones entristecidos, los discípulos de
Juan habían sepultado su cuerpo mutilado. Luego
"fueron, y dieron las nuevas a Jesús." Estos
discípulos habían sentido envidia de Cristo cuando
les parecía que apartaba la gente de Juan. Se habían
puesto de parte de los fariseos para acusarle cuando
se hallaba sentado con los publicanos en el festín
de Mateo. Habían dudado de su misión divina
porque no había libertado al Bautista. Pero ahora
que su maestro había muerto, y anhelaban consuelo
en su gran tristeza y dirección para su obra futura,
vinieron a Jesús y unieron su interés con el suyo.
Ellos también necesitaban momentos de
tranquilidad para estar en comunión con el
Salvador.
673
Cerca de Betsaida, en el extremo septentrional
del lago, había una región solitaria, entonces
hermosamente cubierta por el fresco y verde tapiz
de la primavera, y ofrecía un grato retiro a Jesús y
sus discípulos. Se dirigieron hacia ese lugar,
cruzando el agua con su bote. Allí estarían lejos de
las vías de comunicación y del bullicio y agitación
de la ciudad. Las escenas de la naturaleza eran en sí
mismas un reposo, un cambio grato a los sentidos.
Allí podrían ellos escuchar las palabras de Cristo
sin oír las airadas interrupciones, las réplicas y
acusaciones de los escribas y fariseos. Allí
disfrutarían de unos cortos momentos de preciosa
comunión en la compañía de su Señor.
El descanso que Cristo y sus discípulos
tomaron no era un descanso egoísta y
complaciente. El tiempo que pasaron en
retraimiento no lo dedicaron a buscar placeres.
Conversaron de la obra de Dios y de la posibilidad
de alcanzar mayor eficiencia en ella. Los discípulos
habían estado con Jesús y podían comprenderle; no
necesitaba hablarles en parábolas. El corrigió sus
674
errores y les aclaró la mejor manera de acercarse a
la gente. Les reveló más plenamente los preciosos
tesoros de la verdad divina. Quedaron vivificados
por el poder divino y llenos de esperanza y valor.
Aunque Jesús podía realizar milagros y había
dotado a sus discípulos del poder de realizarlos
también, recomendó a sus cansados siervos que se
apartasen al campo y descansasen. Cuando dijo que
la mies era mucha, y pocos los obreros, no impuso
a sus discípulos la necesidad de trabajar sin cesar,
sino que dijo: "Rogad, pues, al Señor de la mies,
que envíe obreros a su mies." (Mateo 9:38) Dios ha
asignado a cada uno su obra según su capacidad,
(Efesios 4:11-13) y él no quiere que unos pocos
estén recargados de responsabilidades, mientras
que los otros no llevan ninguna carga, trabajo ni
preocupación del alma.
Las compasivas palabras de Cristo se dirigen a
sus obreros actuales tanto como a sus discípulos de
entonces. "Venid vosotros aparte, . . . y reposad un
poco," dice aún a aquellos que están cansados y
agobiados. No es prudente estar siempre bajo la
675
tensión del trabajo y la excitación, aun mientras se
atiendan las necesidades espirituales de los
hombres; porque de esta manera se descuida la
piedad personal y se agobian las facultades de la
mente, del alma y del cuerpo. Se exige abnegación
de los discípulos de Cristo y ellos deben hacer
sacrificios; pero deben tener cuidado, no sea que
por su exceso de celo, Satanás se aproveche de la
debilidad humana y perjudique la obra de Dios.
En la estima de los rabinos, era la suma de la
religión estar siempre en un bullicio de actividad.
Ellos querían manifestar su piedad superior por
algún acto externo. Así separaban sus almas de
Dios y se encerraban en la suficiencia propia.
Existen todavía los mismos peligros. Al aumentar
la actividad, si los hombres tienen éxito en ejecutar
algún trabajo para Dios, hay peligro de que confíen
en los planes y métodos humanos. Propenden a
orar menos y a tener menos fe. Como los
discípulos, corremos el riesgo de perder de vista
cuánto dependemos de Dios y tratar de hacer de
nuestra actividad un salvador. Necesitamos mirar
constantemente a Jesús comprendiendo que es su
676
poder lo que realiza la obra. Aunque hemos de
trabajar fervorosamente para la salvación de los
perdidos, también debemos tomar tiempo para la
meditación, la oración y el estudio de la Palabra de
Dios. Es únicamente la obra realizada con mucha
oración y santificada por el mérito de Cristo, la que
al fin habrá resultado eficaz para el bien.
Ninguna vida estuvo tan llena de trabajo y
responsabilidad como la de Jesús, y, sin embargo,
cuán a menudo se le encontraba en oración. Cuán
constante era su comunión con Dios. Repetidas
veces en la historia de su vida terrenal, se
encuentran relatos como éste: "Levantándose muy
de mañana, aun muy de noche, salió y se fue a un
lugar desierto, y allí oraba." "Y se juntaban muchas
gentes a oír y ser sanadas de sus enfermedades.
Mas él se apartaba a los desiertos, y oraba." "Y
aconteció en aquellos días, que fue al monte a orar,
y pasó la noche orando a Dios. (Marcos 1:35,
Lucas 5:15,16, 6:12)
En una vida completamente dedicada al
beneficio ajeno, el Salvador hallaba necesario
677
retirarse de los caminos muy transitados y de las
muchedumbres que le seguían día tras día. Debía
apartarse de una vida de incesante actividad y
contacto con las necesidades humanas, para buscar
retraimiento y comunión directa con su Padre.
Como uno de nosotros, participante de nuestras
necesidades y debilidades, dependía enteramente
de Dios, y en el lugar secreto de oración, buscaba
fuerza divina, a fin de salir fortalecido para hacer
frente a los deberes y las pruebas. En un mundo de
pecado, Jesús soportó luchas y torturas del alma.
En la comunión con Dios, podía descargarse de los
pesares que le abrumaban. Allí encontraba
consuelo y gozo.
En Cristo el clamor de la humanidad llegaba al
Padre de compasión infinita. Como hombre,
suplicaba al trono de Dios, hasta que su humanidad
se cargaba de una corriente celestial que conectaba
a la humanidad con la divinidad. Por medio de la
comunión continua, recibía vida de Dios a fin de
impartirla al mundo. Su experiencia ha de ser la
nuestra.
678
"Venid vosotros aparte," nos invita. Si tan sólo
escuchásemos su palabra, seríamos más fuertes y
más útiles. Los discípulos buscaban a Jesús y le
relataban todo; y él los estimulaba e instruía. Si
hoy tomásemos tiempo para ir a Jesús y contarle
nuestras
necesidades,
no
quedaríamos
chasqueados; él estaría a nuestra diestra para
ayudarnos. Necesitamos más sencillez, más
confianza en nuestro Salvador. Aquel cuyo nombre
es "Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz;"
Aquel de quien está escrito: "El dominio estará
sobre su hombro," es el Consejero Admirable. El
nos ha invitado a que le pidamos sabiduría. Y la
"da a todos abundantemente y no zahiere." (Isaías
9:6, Santiago 1:5)
En todos los que reciben la preparación divina,
debe revelarse una vida que no está en armonía con
el mundo, sus costumbres o prácticas; y cada uno
necesita tener experiencia personal en cuanto a
obtener el conocimiento de la voluntad de Dios.
Debemos oírle individualmente hablarnos al
corazón. Cuando todas las demás voces quedan
acalladas, y en la quietud esperamos delante de él,
679
el silencio del alma hace más distinta la voz de
Dios. Nos invita: "Estad quietos, y conoced que yo
soy Dios." (Salmos 46:10) Solamente allí puede
encontrarse verdadero descanso. Y ésta es la
preparación eficaz para todo trabajo que se haya de
realizar para Dios. Entre la muchedumbre
apresurada y el recargo de las intensas actividades
de la vida, el alma que es así refrigerada quedará
rodeada de una atmósfera de luz y de paz. La vida
respirará fragancia, y revelará un poder divino que
alcanzará a los corazones humanos.
680
Capítulo 39
"Dadles Vosotros de Comer"
CRISTO se había retirado con sus discípulos a
un lugar aislado, pero estos raros momentos de
apacible quietud no tardaron en verse
interrumpidos. Los discípulos pensaban haberse
retirado donde no serían molestados; pero tan
pronto como la multitud echó de menos al divino
Maestro, preguntó: "¿Dónde está?" Había entre ella
algunos que habían notado la dirección que
tomaran Cristo y sus discípulos. Muchos fueron
por tierra para buscarlos, mientras que otros
siguieron en sus barcos, cruzando el agua. La
Pascua se acercaba, y de cerca y de lejos se
reunían, para ver a Jesús, grupos de peregrinos que
se dirigían a Jerusalén. Su número fue en aumento,
hasta que se reunieron como cinco mil hombres,
sin contar las mujeres y los niños. Antes que Cristo
llegara a la orilla, una muchedumbre le estaba
esperando, pero él desembarcó sin ser observado y
pasó un corto tiempo aislado con los discípulos.
681
Desde la ladera de la colina, él miraba a la
muchedumbre en movimiento, y su corazón se
conmovía de simpatía. Aunque interrumpido y
privado de su descanso, no manifestaba
impaciencia. Veía que una necesidad mayor
requería su atención, mientras contemplaba a la
gente que acudía y seguía acudiendo. "Y tuvo
compasión de ellos, porque eran como ovejas que
no tenían pastor." Abandonando su retiro, halló un
lugar conveniente donde pudiese atender a la gente.
Ella no recibía ayuda de los sacerdotes y príncipes;
pero las sanadoras aguas de vida fluían de Cristo
mientras enseñaba a la multitud el camino de la
salvación.
La
gente
escuchaba
las
palabras
misericordiosas que brotaban tan libremente de los
labios del Hijo de Dios. Oían las palabras de
gracia, tan sencillas y claras que les parecían
bálsamo de Galaad para sus almas. El poder
sanador de su mano divina impartía alegría y vida a
los moribundos, comodidad y salud a los que
sufrían enfermedades. El día les parecía como el
682
cielo en la tierra, y no se daban la menor cuenta de
cuánto tiempo hacía que no habían comido.
Por fin había transcurrido ya el día, el sol se
estaba hundiendo en el occidente, y la gente seguía
demorándose. Jesús había trabajado todo el día, sin
comer ni descansar. Estaba pálido por el cansancio
y el hambre, y los discípulos le rogaron que dejase
de trabajar. Pero él no podía apartarse de la
muchedumbre que le oprimía de todas partes.
Los discípulos se acercaron finalmente a él,
insistiendo en que para el mismo beneficio de la
gente había que despedirla. Muchos habían venido
de lejos, y no habían comido desde la mañana. En
las aldeas y pueblos de los alrededores podían
conseguir alimentos. Pero Jesús dijo: "Dadles
vosotros de comer," y luego, volviéndose a Felipe,
preguntó: "¿De dónde compraremos pan para que
coman éstos?" Esto lo dijo para probar la fe del
discípulo. Felipe miró el mar de cabezas, y pensó
que sería imposible proveer alimentos para
satisfacer las necesidades de una muchedumbre tan
grande. Contestó que doscientos denarios de pan
683
no alcanzarían para que cada uno tuviese un poco.
Jesús preguntó cuánto alimento podía encontrarse
entre la multitud. "Un muchacho está aquí – dijo
Andrés, – que tiene cinco panes de cebada y dos
pececillos; ¿mas qué es esto entre tantos?" Jesús
ordenó que le trajesen estas cosas y luego pidió a
los discípulos que hiciesen sentar a la gente sobre
la hierba, en grupos de cincuenta y de cien
personas, para conservar el orden, y a fin de que
todos pudiesen presenciar lo que iba a hacer.
Hecho esto, Jesús tomó los alimentos, y "alzando
los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a
los discípulos, y los discípulos a las gentes." "Y
comieron todos, y se hartaron. Y alzaron de los
pedazos doce cofines llenos, y de los peces."
El que enseñaba a la gente la manera de obtener
paz y felicidad se preocupaba tanto de sus
necesidades temporales como de las espirituales.
La gente estaba cansada y débil. Había madres con
niños en brazos, y niñitos que se aferraban de sus
faldas. Muchos habían estado de pie durante horas.
Habían estado tan intensamente interesados en las
palabras de Cristo, que ni siquiera habían pensado
684
en sentarse, y la muchedumbre era tan numerosa
que había peligro de que se pisotearan unos a otros.
Jesús les daba ahora ocasión de descansar,
invitándolos a sentarse. Había mucha hierba en ese
lugar, y todos podían reposar cómodamente.
Cristo no realizó nunca un milagro que no
fuese para suplir una necesidad verdadera, y cada
milagro era de un carácter destinado a conducir a la
gente al árbol de la vida, cuyas hojas son para la
sanidad de las naciones. El alimento sencillo que
las manos de los discípulos hicieron circular,
contenía numerosas lecciones. Era un menú
humilde el que había sido provisto; los peces y los
panes de cebada eran la comida diaria de los
pescadores que vivían alrededor del mar de
Galilea. Cristo podría haber extendido delante de la
gente una comida opípara pero los alimentos
preparados solamente para satisfacer el apetito no
habrían impartido una lección benéfica. Cristo
enseñaba a los concurrentes que las provisiones
naturales que Dios hizo para el hombre habían sido
pervertidas. Y nunca disfrutó nadie de lujosos
festines preparados para satisfacer un gusto
685
pervertido como esta gente disfrutó del descanso y
de la comida sencilla que Jesús le proveyó tan lejos
de las habitaciones de los hombres.
Si los hombres fuesen hoy sencillos en sus
costumbres, y viviesen en armonía con las leyes de
la naturaleza, como Adán y Eva en el principio,
habría abundante provisión para las necesidades de
la familia humana. Habría menos necesidades
imaginarias, y más oportunidades de trabajar en las
cosas de Dios. Pero el egoísmo y la complacencia
del gusto antinatural han producido pecado y
miseria en el mundo, por los excesos de un lado, y
por la carencia del otro.
Jesús no trataba de atraer a la gente a sí por la
satisfacción de sus deseos de lujo. Para aquella
vasta muchedumbre, cansada y hambrienta después
del largo día de excitaciones, el sencillo menú era
una garantía no sólo de su poder, sino de su tierno
cuidado manifestado hacia ellos en las necesidades
comunes de a vida. El Salvador no ha prometido a
quienes le sigan los lujos del mundo; su alimento
puede ser sencillo y aun escaso; su suerte puede
686
hallarse limitada estrechamente por la pobreza;
pero él ha empeñado su palabra de que su
necesidad será suplida, y ha prometido lo que es
mucho mejor que los bienes mundanales: el
permanente consuelo de su propia presencia.
Al alimentar a los cinco mil, Jesús alzó el velo
del mundo de la naturaleza y reveló el poder que se
ejerce constantemente para nuestro bien. En la
producción de las mieses terrenales, Dios obra un
milagro cada día. Por medio de agentes naturales,
se realiza la misma obra que fue hecha al alimentar
a la multitud. Los hombres preparan el suelo y
siembran la semilla, pero es la vida de Dios la que
hace germinar la simiente. Es la lluvia, el aire y el
sol de Dios lo que le hace producir, "primero
hierba, luego espiga, después grano lleno en la
espiga.' (Marcos 4:28) Es Dios quien alimenta cada
día los millones con las mieses de esta tierra. Los
hombres están llamados a cooperar con Dios en el
cuidado del grano y la preparación del pan, y por
esto pierden de vista la intervención divina. No dan
a Dios la gloria que se debe a su santo nombre.
Atribuyen la obra de su poder a causas naturales o
687
a instrumentos humanos. Glorifican al hombre en
lugar de Dios, y pervierten para usos egoístas sus
dones misericordiosos, haciendo de ellos una
maldición en vez de una bendición. Dios está
tratando de cambiar todo esto. Desea que nuestros
sentidos embotados sean vivificados para discernir
su bondad misericordiosa y glorificarle por la
manifestación de su poder. Desea que le
reconozcamos en sus dones, a fin de que ellos sean,
como él quería, una bendición para nosotros. Con
este fin fueron realizados los milagros de Cristo.
Después que la multitud hubo sido alimentada,
sobraba abundante comida; pero el que dispone de
todos los recursos del poder infinito dijo: "Recoged
los pedazos que han quedado, porque no se pierda
nada." Estas palabras significaban más que poner el
pan en los cestos. La lección era doble. Nada se
había de desperdiciar. No hemos de perder ninguna
ventaja temporal. No debemos descuidar nada de lo
que puede beneficiar a un ser humano. Recójase
todo lo que aliviará la necesidad de los
hambrientos de esta tierra. Debe manifestarse el
mismo cuidado en las cosas espirituales. Cuando se
688
recogieron los cestos de fragmentos, la gente se
acordó de sus amigos en casa. Querían que ellos
participasen del pan que Cristo había bendecido. El
contenido de los canastos fue distribuido entre la
ávida muchedumbre y llevado por toda la región
circundante. Así también los que estuvieron en el
festín debían dar a otros el pan del cielo para
satisfacer el hambre del alma. Habían de repetir lo
que habían aprendido acerca de las cosas
admirables de Dios. Nada había de perderse. Ni
una sola palabra concerniente a su salvación eterna
había de caer inútilmente al suelo.
El milagro de los panes enseña una lección en
cuanto a depender de Dios. Cuando Cristo alimentó
a los cinco mil, la comida no estaba cerca.
Aparentemente él no disponía de recursos. Allí
estaba, en el desierto, con cinco mil hombres,
además de las mujeres y los niños. El no había
invitado a la vasta muchedumbre. Ella había
venido sin invitación ni orden; pero él sabía que
después de haber escuchado por tanto tiempo sus
instrucciones, se sentían hambrientos y débiles;
porque él también participaba de su necesidad de
689
alimento. Estaban lejos de sus casas, y la noche se
acercaba. Muchos estaban sin recursos para
comprar alimento. El que por ellos había ayunado
cuarenta días en el desierto, no quería dejarlos
volver hambrientos a sus casas. La providencia de
Dios había colocado a Jesús donde se hallaba; y él
dependía de su Padre celestial para obtener los
medios para aliviar la necesidad.
Y cuando somos puestos en estrecheces,
debemos depender de Dios. Hemos de ejercer
sabiduría y juicio en toda acción de la vida, a fin de
no colocarnos en situación de prueba por
procederes temerarios. No debemos sumirnos en
dificultades descuidando los medios que Dios ha
provisto y usando mal las facultades que nos ha
dado. Los que trabajan para Cristo deben obedecer
implícitamente sus instrucciones. La obra es de
Dios, y si queremos beneficiar a otros debemos
seguir sus planes. No puede hacerse del yo un
centro; el yo no puede recibir honra. Si hacemos
planes según nuestras propias ideas, el Señor nos
abandonará a nuestros propios errores. Pero
cuando, después de seguir sus indicaciones, somos
690
puestos en estrecheces, nos librará. No hemos de
renunciar a la lucha, desalentados, sino que en toda
emergencia hemos de procurar la ayuda de Aquel
que tiene recursos infinitos a su disposición. Con
frecuencia, estaremos rodeados de circunstancias
penosas, y entonces, con la más plena confianza,
debemos depender de Dios. El guardará a toda
alma puesta en perplejidad por tratar de andar en el
camino del Señor.
Por medio del profeta, Cristo nos ha ordenado:
"Que partas tu pan con el hambriento," "y saciares
el alma afligida," "que cuando vieres al desnudo, lo
cubras," "y a los pobres errantes metas en casa."
(Isaías 58:7-10) Nos ha dicho: "Id por todo el
mundo; predicad el evangelio a toda criatura."
(Marcos 16:15) Pero cuán a menudo nos
descorazonamos y nos falta la fe, al ver cuán
grande es la necesidad y cuán pequeños los medios
en nuestras manos. Como Andrés al mirar los cinco
panes de cebada y los dos pececillos, exclamamos:
"¿Qué son éstos para tantos?" Con frecuencia,
vacilamos, nada dispuestos a dar todo lo que
tenemos, temiendo gastar y ser gastados para los
691
demás. Pero Jesús nos ha ordenado: "Dadles
vosotros de comer." Su orden es una promesa; y la
apoya el mismo poder que alimentó a la
muchedumbre a orillas del mar.
El acto de Cristo al suplir las necesidades
temporales de una muchedumbre hambrienta,
entraña una profunda lección espiritual para todos
los que trabajan para él. Cristo recibía del Padre; él
impartía a los discípulos; ellos impartían a la
multitud; y las personas unas a otras. Así, todos los
que están unidos a Cristo, recibirán de él el pan de
vida, el alimento celestial, y lo impartirán a otros.
Confiando plenamente en Dios, Jesús tomó la
pequeña provisión de panes; y aunque constituía
una pequeña porción para su propia familia de
discípulos, no los invitó a ellos a comer, sino que
empezó a distribuirles el alimento, ordenándoles
que sirviesen a la gente. El alimento se
multiplicaba en sus manos; y las de los discípulos
no estaban nunca vacías al extenderse hacia Cristo,
que es él mismo el pan de vida. La pequeña
provisión bastó para todos. Después que las
692
necesidades de la gente quedaron suplidas, los
fragmentos fueron recogidos, y Cristo y sus
discípulos comieron juntos el alimento precioso
proporcionado por el Cielo.
Los discípulos eran el medio de comunicación
entre Cristo y la gente. Esto debe ser de gran
estímulo para sus discípulos de hoy. Cristo es el
gran centro, la fuente de toda fuerza. Sus discípulos
han de recibir de él sus provisiones. Los más
inteligentes, los mejor dispuestos espiritualmente,
pueden otorgar a otros solamente lo que reciben.
De sí mismos, no pueden suplir en nada las
necesidades: del alma. Podemos impartir
únicamente lo que recibimos de Cristo; y podemos
recibir únicamente a medida que impartimos a
otros. A medida que continuamos impartiendo,
continuamos recibiendo; y cuanto más impartamos,
tanto
más
recibiremos.
Así
podemos
constantemente creer, confiar, recibir e impartir.
La obra de fomentar el reino de Cristo irá
adelante, aunque por todas las apariencias progrese
lentamente y las imposibilidades parezcan testificar
693
contra su progreso. La obra es de Dios, y él
proporcionará los recursos y mandará quienes
ayuden, discípulos fieles y fervientes, cuyas manos
estén también llenas de alimento para la
muchedumbre hambrienta. Dios no se olvida de los
que trabajan con amor para dar la Palabra de vida a
las almas que perecen, quienes a su vez extienden
las manos para recibir alimento para otras almas
hambrientas.
En nuestro trabajo para Dios, corremos el
peligro de confiar demasiado en lo que el hombre,
con sus talentos y capacidad, puede hacer. Así
perdemos de vista al único Artífice Maestro. Con
demasiada frecuencia, el que trabaja para Cristo
deja de comprender su responsabilidad personal.
Corre el peligro de pasar su carga a organizaciones,
en vez de confiar en Aquel que es la fuente de toda
fuerza. Es un grave error confiar en la sabiduría
humana o en los números para hacer la obra de
Dios. El trabajar con éxito para Cristo depende no
tanto de los números o del talento como de la
pureza del propósito, de la verdadera sencillez de
una fe ferviente y confiada. Deben llevarse
694
responsabilidades personales, asumirse deberes
personales, realizarse esfuerzos personales en favor
de los que no conocen a Cristo. En vez de pasar
nuestra responsabilidad a alguna otra persona que
consideramos más capacitada que nosotros,
obremos según nuestra capacidad.
Cuando se nos presente la pregunta: "¿De
dónde compraremos pan para que éstos coman?"
no demos la respuesta de la incredulidad. Cuando
los discípulos oyeron la indicación del Salvador:
"Dadles vosotros de comer," se les presentaron
todas las dificultades. Preguntaron: ¿Iremos por las
aldeas a comprar pan? Así también ahora, cuando
la gente está privada del pan de vida, los hijos del
Señor preguntan: ¿Mandaremos llamar a alguno de
lejos, para que venga y los alimente? Pero ¿qué
dijo Cristo? "Haced recostar la gente," y allí los
alimentó. Así, cuando estemos rodeados de almas
menesterosas, sepamos que Cristo está allí.
Pongámonos en comunión con él; traigamos
nuestros panes de cebada a Jesús.
Los medios de los cuales disponemos no
695
parecerán tal vez suficientes para la obra; pero si
queremos avanzar con fe, creyendo en el poder de
Dios que basta para todo, se nos presentarán
abundantes recursos. Si la obra es de Dios, él
mismo proveerá los medios para realizarla. El
recompensará al que confíe sencilla y
honradamente en él. Lo poco que se emplea sabia y
económicamente en el servicio del Señor del cielo,
se multiplicará al ser impartido. En las manos de
Cristo, la pequeña provisión de alimento
permaneció sin disminución hasta que la
hambrienta multitud quedó satisfecha. Si vamos a
la Fuente de toda fuerza, con las manos de nuestra
fe extendidas para recibir, seremos sostenidos en
nuestra obra, aun en las circunstancias más
desfavorables, y podremos dar a otros el pan de
vida.
El Señor dice: "Dad, y se os dará." "El que
siembra con mezquindad, con mezquindad también
segará; y el que siembra generosamente,
generosamente también segará.... Y puede Dios
hacer que toda gracia abunde en vosotros; a fin de
que, teniendo siempre toda suficiencia en todo,
696
tengáis abundancia para toda buena obra; según
está escrito:
"Ha esparcido, ha dado a los pobres;
Su justicia permanece para siempre."
"Y el que suministra simiente al sembrador, y
pan para manutención, suministrará y multiplicará
vuestra simiente para sembrar, y aumentará los
productos de vuestra justicia; estando vosotros
enriquecidos en todo, para toda forma de
liberalidad; la cual obra por medio de nosotros
acciones de gracias a Dios."
697
Capítulo 40
Una Noche Sobre el Lago
SENTADA sobre la llanura cubierta de hierba,
en el crepúsculo primaveral, la gente comió los
alimentos que Cristo había provisto. Las palabras
que había oído aquel día, le habían llegado como la
voz de Dios. Las obras de sanidad que había
presenciado, eran de tal carácter que únicamente el
poder divino podía realizarlas. Pero el milagro de
los panes atraía a cada miembro de la vasta
muchedumbre. Todos habían participado de su
beneficio. En los días de Moisés, Dios había
alimentado a Israel con maná en el desierto, y
¿quién era éste que los había alimentado ese día,
sino Aquel que había sido anunciado por Moisés?
Ningún poder humano podía crear, de cinco panes
de cebada y dos pececillos, bastantes comestibles
para alimentar a miles de personas hambrientas. Y
se decían unos a otros: "Este verdaderamente es el
profeta que había de venir al mundo."
698
Durante todo el día esta convicción se había
fortalecido. Ese acto culminante les aseguraba que
entre ellos se encontraba el Libertador durante
tanto tiempo esperado. Las esperanzas de la gente
iban aumentando cada vez más. El sería quien haría
de Judea un paraíso terrenal, una tierra que fluyese
leche y miel. Podía satisfacer todo deseo. Podía
quebrantar el poder de los odiados romanos. Podía
librar a Judá y Jerusalén. Podía curar a los soldados
heridos en la batalla. Podía proporcionar alimento a
ejércitos enteros. Podía conquistar las naciones y
dar a Israel el dominio que deseaba desde hacía
mucho tiempo.
En su entusiasmo, la gente estaba lista para
coronarle rey en seguida. Se veía que él no hacía
ningún esfuerzo para llamar la atención a sí mismo,
ni para atraerse honores. En esto era esencialmente
diferente de los sacerdotes y los príncipes, y los
presentes temían que nunca haría valer su derecho
al trono de David. Consultando entre sí,
convinieron en tomarle por fuerza y proclamarle
rey de Israel. Los discípulos se unieron a la
muchedumbre para declarar que el trono de David
699
era herencia legítima de u Maestro. Dijeron que era
la modestia de Cristo lo que le hacía rechazar tal
honor. Exalte el pueblo a su Libertador, pensaban.
Véanse los arrogantes sacerdotes y príncipes
obligados a honrar a Aquel que viene revestido con
la autoridad de Dios.
Con avidez decidieron llevar a cabo su
propósito; pero Jesús vio lo que se estaba tramando
y comprendió, como no podían hacerlo ellos, cuál
sería el resultado de un movimiento tal. Los
sacerdotes y príncipes estaban ya buscando su vida.
Le acusaban de apartar a la gente de ellos. La
violencia y la insurrección seguirían a un esfuerzo
hecho para colocarle sobre el trono, y la obra del
reino espiritual quedaría estorbada. Sin dilación, el
movimiento debía ser detenido. Llamando a sus
discípulos, Jesús les ordenó que tomasen el bote y
volviesen en seguida a Capernaúm, dejándole a él
despedir a la gente.
Nunca antes había parecido tan imposible
cumplir una orden de Cristo. Los discípulos habían
esperado durante largo tiempo un movimiento
700
popular que pusiese a Jesús en el trono; no podían
soportar el pensamiento de que todo ese
entusiasmo fuera reducido a la nada. Las
multitudes que se estaban congregando para
observar la Pascua anhelaban ver al nuevo Profeta.
Para sus seguidores, ésta parecía la oportunidad
áurea de establecer a su amado Maestro sobre el
trono de Israel. En el calor de esta nueva ambición,
les era difícil irse solos y dejar a Jesús en aquella
orilla desolada. Protestaron contra tal disposición;
pero Jesús les habló entonces con una autoridad
que nunca había asumido para con ellos. Sabían
que cualquier oposición ulterior de su parte sería
inútil, y en silencio se volvieron hacia el mar.
Jesús ordenó entonces a la multitud que se
dispersase; y su actitud era tan decidida que nadie
se atrevió a desobedecerle. Las palabras de
alabanza y exaltación murieron en los labios de los
concurrentes. En el mismo acto de adelantarse para
tomarle, sus pasos se detuvieron y se
desvanecieron las miradas alegres y anhelantes de
sus rostros. En aquella muchedumbre había
hombres de voluntad fuerte y firme determinación;
701
pero el porte regio de Jesús y sus pocas y tranquilas
palabras de orden apagaron el tumulto y frustraron
sus designios. Reconocieron en él un poder
superior a toda autoridad terrenal, y sin una
pregunta se sometieron.
Cuando fue dejado solo, Jesús "subió al monte
apartado a orar." Durante horas continuó
intercediendo ante Dios. Oraba no por sí mismo
sino por los hombres. Pidió poder para revelarles el
carácter divino de su misión, para que Satanás no
cegase su entendimiento y pervirtiese su juicio. El
Salvador sabia que sus días de ministerio personal
en la tierra estaban casi terminados y que pocos le
recibirían como su Redentor. Con el alma trabajada
y afligida, oró por sus discípulos. Ellos habían de
ser intensamente probados. Las esperanzas que por
mucho tiempo acariciaran, basadas en un engaño
popular, habrían de frustrarse de la manera más
dolorosa y humillante. En lugar de su exaltación al
trono de David, habían de presenciar su
crucifixión. Tal había de ser, por cierto, su
verdadera coronación. Pero ellos no lo discernían,
y en consecuencia les sobrevendrían fuertes
702
tentaciones que les sería difícil reconocer como
tales. Sin el Espíritu Santo para iluminar la mente y
ampliar la comprensión, la fe de los discípulos
faltaría. Le dolía a Jesús que el concepto que ellos
tenían de su reino fuera tan limitado al
engrandecimiento y los honores mundanales.
Pesaba sobre su corazón la preocupación que sentía
por ellos, y derramaba sus súplicas con amarga
agonía y lágrimas.
Los discípulos no habían abandonado
inmediatamente la tierra, según Jesús les había
indicado. Aguardaron un tiempo, esperando que él
viniese con ellos. Pero al ver que las tinieblas los
rodeaban prestamente, "entrando en un barco,
venían de la otra parte de la mar hacia
Capernaúm." Habían dejado a Jesús descontentos
en su corazón, más impacientes con él que nunca
antes desde que le reconocieran como su Señor.
Murmuraban porque no les había permitido
proclamarle rey. Se culpaban por haber cedido con
tanta facilidad a su orden. Razonaban que si
hubiesen sido más persistentes, podrían haber
logrado su propósito.
703
La incredulidad estaba posesionándose de su
mente y corazón. El amor a los honores los cegaba.
Ellos sabían que Jesús era odiado de los fariseos y
anhelaban verle exaltado como les parecía que
debía serlo. El estar unidos con un Maestro que
podía realizar grandes milagros, y, sin embargo, ser
vilipendiados como engañadores era una prueba
difícil de soportar. ¿Habían de ser tenidos siempre
por discípulos de un falso profeta? ¿No habría
nunca de asumir Cristo su autoridad como rey?
¿Por qué no se revelaba en su verdadero carácter el
que poseía tal poder, y así hacía su senda menos
dolorosa? ¿Por qué no había salvado a Juan el
Bautista de una muerte violenta? Así razonaban los
discípulos hasta que atrajeron sobre sí grandes
tinieblas espirituales. Se preguntaban: ¿Podía ser
Jesús un impostor, según aseveraban los fariseos?
Ese día los discípulos habían presenciado las
maravillosas obras de Cristo. Parecía que el cielo
había bajado a la tierra. El recuerdo de aquel día
precioso y glorioso debiera haberlos llenado de fe y
esperanza. Si de la abundancia de su corazón
hubiesen estado conversando respecto a estas
704
cosas, no habrían entrado en tentación. Pero su
desilusión absorbía sus pensamientos. Habían
olvidado las palabras de Cristo: "Recoged los
pedazos que han quedado, porque no se pierda
nada."
Aquellas habían sido horas de gran bendición
para los discípulos, pero las habían olvidado.
Estaban en medio de aguas agitadas. Sus
pensamientos eran tumultuosos e irrazonables, y el
Señor les dio entonces otra cosa para afligir sus
almas y ocupar sus mentes. Dios hace con
frecuencia esto cuando los hombres se crean cargas
y dificultades. Los discípulos no necesitaban
hacerse dificultades. El peligro se estaba acercando
rápidamente.
Una
violenta
tempestad
estaba
por
sobrecogerles y ellos no estaban preparados para
ella. Fue un contraste repentino, porque el día
había sido perfecto; y cuando el huracán los
alcanzó, sintieron miedo. Olvidaron su desafecto,
su incredulidad, su impaciencia. Cada uno se puso
a trabajar para impedir que el barco se hundiese.
705
Por el mar, era corta la distancia que separaba a
Betsaida del punto adonde esperaban encontrarse
con Jesús, y en tiempo ordinario el viaje requería
tan sólo unas horas, pero ahora eran alejados cada
vez más del punto que buscaban. Hasta la cuarta
vela de la noche lucharon con los remos. Entonces
los hombres cansados se dieron por perdidos. En la
tempestad y las tinieblas, el mar les había enseñado
cuán desamparados estaban, y anhelaban la
presencia de su Maestro.
Jesús no los había olvidado. El que velaba en la
orilla vio a aquellos hombres que llenos de temor
luchaban con la tempestad. Ni por un momento
perdió de vista a sus discípulos. Con la más
profunda solicitud, sus ojos siguieron al barco
agitado por la tormenta con su preciosa carga;
porque estos hombres habían de ser la luz del
mundo. Como una madre vigila con tierno amor a
su hijo, el compasivo Maestro vigilaba a sus
discípulos. Cuando sus corazones estuvieron
subyugados, apagada su ambición profana y en
humildad oraron pidiendo ayuda, les fue
concedida.
706
En el momento en que ellos se creyeron
perdidos, un rayo de luz reveló una figura
misteriosa que se acercaba a ellos sobre el agua.
Pero no sabían que era Jesús. Tuvieron por
enemigo al que venía en su ayuda. El terror se
apoderó de ellos Las manos que habían asido los
remos con músculos de hierro, los soltaron. El
barco se mecía al impulso de las olas, todos los
ojos estaban fijos en esta visión de un hombre que
andaba sobre las espumosas olas de un mar
agitado. Ellos pensaban que era un fantasma que
presagiaba su destrucción y gritaron atemorizados.
Jesús siguió avanzando, como si quisiese pasar
más allá de donde estaban ellos, pero le
reconocieron, y clamaron a él pidiéndole ayuda. Su
amado Maestro se volvió entonces, y su voz
aquietó su temor: "Alentaos; yo soy, no temáis."
Tan pronto como pudieron creer el hecho
prodigioso, Pedro se sintió casi fuera de sí de gozo.
Como si apenas pudiese creer, exclamó: "Señor, si
tú eres, manda que yo vaya a ti sobre las aguas Y él
707
dijo: Ven."
Mirando a Jesús, Pedro andaba con seguridad;
pero cuando con satisfacción propia, miró hacia
atrás, a sus compañeros que estaban en el barco,
sus ojos se apartaron del Salvador. El viento era
borrascoso. Las olas se elevaban a gran altura,
directamente entre él y el Maestro; y Pedro sintió
miedo. Durante un instante, Cristo quedó oculto de
su vista, y su fe le abandonó. Empezó a hundirse.
Pero mientras las ondas hablaban con la muerte,
Pedro elevó sus ojos de las airadas aguas y
fijándolos en Jesús, exclamó: "Señor, sálvame."
Inmediatamente Jesús asió la mano extendida,
diciéndole: "Oh hombre de poca fe, ¿por qué
dudaste?"
Andando lado a lado, y teniendo Pedro su mano
en la de su Maestro, entraron juntos en el barco.
Pero Pedro estaba ahora subyugado y callado. No
tenía motivos para alabarse más que sus
compañeros, porque por la incredulidad y el
ensalzamiento propio, casi había perdido la vida.
Cuando apartó sus ojos de Jesús, perdió pie y se
708
hundía en medio de las ondas.
Cuando la dificultad nos sobreviene, con cuánta
frecuencia somos como Pedro. Miramos las olas en
vez de mantener nuestros ojos fijos en el Salvador.
Nuestros pies resbalan, y las orgullosas aguas
sumergen nuestras almas. Jesús no le había pedido
a Pedro que fuera a él para perecer; él no nos invita
a seguirle para luego abandonarnos. "No temas dice, – porque yo te redimí; te puse nombre, mío
eres tú. Cuando pasares por las aguas, yo seré
contigo; y por los ríos, no te anegarán. Cuando
pasares por el fuego, no te quemarás, ni la llama
arderá en ti. Porque yo Jehová Dios tuyo, el Santo
de Israel, soy tu Salvador.' (Isaías 43:1-3)
Jesús leía el carácter de sus discípulos. Sabía
cuán intensamente había de ser probada su fe. En
este incidente sobre el mar, deseaba revelar a Pedro
su propia debilidad, para mostrarle que su
seguridad estaba en depender constantemente del
poder divino. En medio de las tormentas de la
tentación, podía andar seguramente tan sólo si,
desconfiando totalmente de sí mismo, fiaba en el
709
Salvador. En el punto en que Pedro se creía fuerte,
era donde era débil; y hasta que pudo discernir su
debilidad no pudo darse cuenta de cuánto
necesitaba depender de Cristo. Si él hubiese
aprendido la lección que Jesús trataba de enseñarle
en aquel incidente sobre el mar, no habría
fracasado cuando le vino la gran prueba.
Día tras día, Dios instruye a sus hijos. Por las
circunstancias de la vida diaria, los está preparando
para desempeñar su parte en aquel escenario más
amplio que su providencia les ha designado. Es el
resultado de la prueba diaria lo que determina su
victoria o su derrota en la gran crisis de la vida.
Los que dejan de sentir que dependen
constantemente de Dios, serán vencidos por la
tentación. Podemos suponer ahora que nuestros
pies están seguros y que nunca seremos movidos.
Podemos decir con confianza: Yo sé a quién he
creído; nada quebrantará mi fe en Dios y su
Palabra.
Pero
Satanás
está
proyectando
aprovecharse de nuestras características heredadas
y cultivadas, y cegar nuestros ojos acerca de
710
nuestras propias necesidades y defectos.
Únicamente comprendiendo nuestra propia
debilidad y mirando fijamente a Jesús, podemos
estar seguros.
Apenas hubo tomado Jesús su lugar en el barco,
cuando el viento cesó, "y luego el barco llegó a la
tierra donde iban." La noche de horror fue sucedida
por la luz del alba. Los discípulos, y otros que
estaban a bordo, se postraron a los pies de Jesús
con
corazones
agradecidos,
diciendo:
"Verdaderamente eres Hijo de Dios."
711
Capítulo 41
La Crisis en Galilea
CUANDO Cristo prohibió a la gente que le
declarara rey, sabía que había llegado a un
momento decisivo de su historia. Mañana se
apartarían de él las multitudes que hoy deseaban
exaltarle al trono. El chasco que sufriera su
ambición egoísta iba a transformar su amor en
odio, su alabanza en maldiciones. Aunque sabía
esto, no tomó medidas para evitar la crisis. Desde
el principio, no había presentado a sus seguidores
ninguna esperanza de recompensas terrenales. A
uno que vino deseando ser su discípulo, le había
dicho: "Las zorras tienen cavernas, y las aves del
cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde
recueste su cabeza.' (Mateo 8:20) Si los hombres
pudiesen haber tenido el mundo con Cristo,
multitudes le habrían tributado fidelidad; pero no
podía aceptar un servicio tal. Entre los que estaban
relacionados con él, muchos habían sido atraídos
por la esperanza de un reino mundanal. Estos
712
debían ser desengañados. La profunda enseñanza
espiritual que hay en el milagro de los panes no
había sido comprendida. Tenía que ser aclarada. Y
esa nueva revelación iba a traer consigo una prueba
más detenida.
La noticia del milagro de los panes se difundió
lejos y cerca, y muy temprano a la mañana
siguiente, la gente acudió a Betsaida para ver a
Jesús. Venía en grandes multitudes, por mar y
tierra. Los que le habían dejado a la noche anterior,
volvieron esperando encontrarle todavía allí;
porque no había barco en el cual pudiese pasar al
otro lado. Pero su búsqueda fue infructuosa, y
muchos se dirigieron a Capernaúm, siempre
buscándole.
Mientras tanto, él había llegado a Genesaret,
después de sólo un día de ausencia. Apenas se supo
que había desembarcado, la gente, "recorriendo
toda la tierra de alrededor, comenzaron a traer de
todas partes enfermos en lechos, a donde oían que
estaba." (Marcos 6:55)
713
Después de un tiempo, fue a la sinagoga, y allí
le encontraron los que habían venido de Betsaida.
Supieron por sus discípulos cómo había cruzado el
mar. La furia de la tempestad y las muchas horas
de inútil remar contra los vientos adversos, la
aparición de Cristo andando sobre el agua, los
temores así despertados, sus palabras consoladoras,
la aventura de Pedro y su resultado, con el
repentino aplacamiento de la tempestad y la llegada
del barco, todo esto fue relatado fielmente a la
muchedumbre asombrada. No contentos con esto,
muchos se reunían alrededor de Jesús preguntando:
"Rabbí, ¿cuándo llegaste acá?" Esperaban oír de
sus labios otro relato del milagro.
Jesús no satisfizo su curiosidad. Dijo
tristemente: "Me buscáis, no porque habéis visto
las señales, sino porque comisteis el pan y os
hartasteis." No le buscaban por algún motivo
digno; sino que como habían sido alimentados con
los panes, esperaban recibir todavía otros
beneficios temporales vinculándose con él. El
Salvador les instó: "Trabajad no por la comida que
perece, mas por la comida que a vida eterna
714
permanece." No busquéis solamente el beneficio
material. No tenga por objeto vuestro principal
esfuerzo proveer para la vida actual, pero buscad el
alimento espiritual, a saber, esa sabiduría que
durará para vida eterna. Sólo el Hijo de Dios puede
darla; "porque a éste señaló el Padre, que es Dios."
Por el momento se despertó el interés de los
oyentes. Exclamaron: "¿Qué haremos para que
obremos las obras de Dios?" Habían estado
realizando
muchas
obras
penosas
para
recomendarse a Dios; y estaban listos para
enterarse de cualquier nueva observancia por la
cual pudiesen obtener mayor mérito. Su pregunta
significaba: ¿Qué debemos hacer para merecer el
cielo? ¿Cuál es el precio requerido para obtener la
vida venidera?
"Respondió Jesús y díjoles: Esta es la obra de
Dios, que creáis en el que él ha enviado." El precio
del cielo es Jesús. El camino al cielo es por la fe en
"el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo." (Juan 1:29)
715
Pero la gente no quería recibir esta declaración
de la verdad divina. Jesús había hecho la obra que
la profecía había predicho que haría el Mesías;
pero no habían presenciado lo que sus esperanzas
egoístas habían representado como obra suya.
Cristo había alimentado en verdad una vez a la
multitud con panes de cebada; pero en los días de
Moisés, Israel había sido alimentado con maná
durante cuarenta años, y se esperaban bendiciones
mucho mayores del Mesías. Con corazón
desconforme, preguntaban por qué, si Jesús podía
hacer obras tan admirables como las que habían
presenciado, no podía dar a todos los suyos salud,
fuerza y riquezas, librarlos de sus opresores y
exaltarlos al poder y la honra. El hecho de que
aseverara ser el Enviado de Dios, y, sin embargo,
se negara a ser el Rey de Israel era un misterio que
no podían sondear. Su negativa fue mal
interpretada. Muchos concluyeron que no se atrevía
a presentar sus derechos porque él mismo dudaba
del carácter divino de su misión. Así abrieron su
corazón a la incredulidad, y la semilla que Satanás
había sembrado llevó fruto según su especie:
incomprensión y deserción.
716
Ahora, medio en tono de burla, un rabino
preguntó "¿Qué señal pues haces tú, para que
veamos, y te creamos? ¿Qué obras? Nuestros
padres comieron el maná en el desierto, como está
escrito: Pan del cielo les dio a comer."
Los judíos honraban a Moisés como dador del
maná, tributando alabanza al instrumento, y
perdiendo de vista a Aquel por quien la obra había
sido realizada. Sus padres habían murmurado
contra Moisés, y habían dudado de su misión
divina y la habían negado. Ahora, animados del
mismo espíritu, los hijos rechazaban a Aquel que
les daba el mensaje de Dios. "Y Jesús les dijo: De
cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés pan del
cielo; mas mi Padre os dio el verdadero pan del
cielo." El que había dado el maná estaba entre
ellos. Era Cristo mismo quien había conducido a
los hebreos a través del desierto, y los había
alimentado diariamente con el pan del cielo. Este
alimento era una figura del verdadero pan del cielo.
El Espíritu que fluye de la infinita plenitud de Dios
y da vida es el verdadero maná. Jesús dijo: "El pan
717
de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida
al mundo."
Pensando todavía que Jesús se refería al
alimento temporal, algunos de sus oyentes
exclamaron: "Señor, danos siempre este pan." Jesús
habló entonces claramente: "Yo soy el pan de
vida."
La figura que Cristo empleó era familiar para
los judíos. Moisés, por inspiración del Espíritu
Santo, había dicho: "El hombre no vivirá de solo
pan, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová."
Y el profeta Jeremías había escrito: "Halláronse tus
palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por
gozo y por alegría de mi corazón." (Deuteronomio
8:3, Jeremías 15:16) Los rabinos mismos solían
decir que el comer pan, en su significado espiritual,
era estudiar la ley y practicar las buenas obras; se
decía a menudo que cuando viniese el Mesías, todo
Israel sería alimentado. La enseñanza de los
profetas aclaraba la profunda lección espiritual del
milagro de los panes. Cristo trató de presentar esta
lección a sus oyentes en la sinagoga. Si ellos
718
hubiesen comprendido las Escrituras, habrían
entendido sus palabras cuando dijo: "Yo soy el pan
de vida." Tan sólo el día antes, la gran multitud,
hambrienta y cansada, había sido alimentada por el
pan que él había dado. Así como de ese pan habían
recibido fuerza física y refrigerio, podían recibir de
Cristo fuerza espiritual para obtener la vida eterna.
"El que a mí viene – dijo, – nunca tendrá hambre; y
el que en mí cree, no tendrá sed jamás." Pero
añadió: "Mas os he dicho, que aunque me habéis
visto, no creéis."
Habían visto a Cristo por el testimonio del
Espíritu Santo, por la revelación de Dios a sus
almas. Las evidencias vivas de su poder habían
estado delante de ellos día tras día, y, sin embargo,
pedían otra señal. Si ésta les hubiese sido dada,
habrían permanecido tan incrédulos como antes. Si
no quedaban convencidos por lo que habían visto y
oído, era inútil mostrarles más obras maravillosas.
La incredulidad hallará siempre disculpas para
dudar, y destruirá por sus raciocinios las pruebas
más positivas.
719
Cristo volvió a apelar a estos corazones
obcecados. "Al que a mí viene, no le echo fuera."
Todos los que le recibieran por la fe, dijo él,
tendrían vida eterna. Ninguno se perdería. No era
necesario que los fariseos y saduceos disputasen
acerca de la vida futura. Ya no necesitaban los
hombres llorar desesperadamente a sus muertos.
"Esta es la voluntad del que me envió, del Padre:
Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga
vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero."
Pero los dirigentes del pueblo se ofendieron, "y
decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo
padre y madre nosotros conocemos? ¿cómo, pues,
dice éste: Del cielo he descendido?" Refiriéndose
con escarnio al origen humilde de Jesús,
procuraron despertar prejuicios. Aludieron
despectivamente a su vida como trabajador galileo,
y a su familia pobre y humilde. Los asertos de este
carpintero sin educación, dijeron, eran indignos de
su atención. Y a causa de su nacimiento misterioso,
insinuaron que era de parentesco dudoso,
presentaron así las circunstancias humanas de su
nacimiento como una mancha sobre su historia.
720
Jesús no intentó explicar el misterio de su
nacimiento. No contestó las preguntas relativas a
su descenso del cielo, como no había contestado las
preguntas acerca de cómo había cruzado el mar. No
llamó la atención a los milagros que señalaban su
vida. Voluntariamente se había hecho humilde, sin
reputación, tomando forma de siervo. Pero sus
palabras y obras revelaban su carácter. Todos
aquellos cuyo corazón estaba abierto a la
iluminación divina reconocerían en él al "unigénito
del Padre, lleno de gracia y de verdad." (Juan 1:14)
El prejuicio de los fariseos era más hondo de lo
que sus preguntas indicaban; tenía su raíz en la
perversidad de su corazón. Cada palabra y acto de
Jesús despertaba en ellos antagonismo; porque el
espíritu que ellos albergaban no podía hallar
respuesta en él.
"Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me
envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día
postrero. Escrito está en los profetas: Y serán todos
enseñados de Dios. Así que, todo aquel que oyó del
721
Padre, y aprendió, viene a mí." Nadie vendrá jamás
a Cristo, salvo aquellos que respondan a la
atracción del amor del Padre. Pero Dios está
atrayendo todos los corazones a él, y únicamente
aquellos que resisten a su atracción se negarán a
venir a Cristo.
En las palabras, "serán todos enseñados de
Dios," Jesús se refirió a la profecía de Isaías: "Y
todos tus hijos serán enseñados de Jehová; y
multiplicará la paz de tus hijos." (Isaías 54:13) Este
pasaje se lo apropiaban los judíos. Se jactaban de
que Dios era su maestro. Pero Jesús demostró cuán
vano era este aserto; porque dijo: "Todo aquel que
oyó del Padre, y aprendió, viene a mí." Únicamente
por Cristo podían ellos recibir un conocimiento del
Padre. La humanidad no podía soportar la visión de
su gloria. Los que habían aprendido de Dios habían
estado escuchando la voz del Hijo, y en Jesús de
Nazaret iban a reconocer a Aquel a quien el Padre
había declarado por la naturaleza y la revelación.
"De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí,
tiene vida eterna." Por medio del amado Juan, que
722
escuchó estas palabras, el Espíritu Santo declaró a
las iglesias: "Y este es el testimonio: Que Dios nos
ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El
que tiene al Hijo, tiene la vida." (1 Juan 5:11,12) Y
Jesús dijo: "Yo le resucitaré en el día postrero."
Cristo se hizo carne con nosotros, a fin de que
pudiésemos ser espíritu con él. En virtud de esta
unión hemos de salir de la tumba, no simplemente
como manifestación del poder de Cristo, sino
porque, por la fe, su vida ha llegado a ser nuestra.
Los que ven a Cristo en su verdadero carácter, y le
reciben en el corazón, tienen vida eterna. Por el
Espíritu es como Cristo mora en nosotros; y el
Espíritu de Dios, recibido en el corazón por la fe,
es el principio de la vida eterna.
Al hablar con Cristo, la gente se había referido
al maná que sus padres comieron en el desierto,
como si al suministrar este alimento se hubiese
realizado un milagro mayor que el que Jesús había
hecho; pero él les demuestra cuán débil era este
don comparado con las bendiciones que él había
venido a otorgar. El maná podía sostener solamente
esta existencia terrenal; no impedía la llegada de la
723
muerte, ni aseguraba la inmortalidad; mientras que
el pan del cielo alimentaría el alma para la vida
eterna. El Salvador dijo: "Yo soy el pan de vida.
Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y
son muertos. Este es el pan que desciende del cielo,
para que el que de el comiere, no muera. Yo soy el
pan vivo que he descendido del cielo: si alguno
comiere de este pan, vivirá para siempre." Cristo
añadió luego otra figura a ésta. Únicamente
muriendo podía impartir vida a los hombres, y en
las palabras que siguen señala su muerte como el
medio de salvación. Dice: "El pan que yo daré es
mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo."
Los judíos estaban por celebrar la Pascua en
Jerusalén, en conmemoración de la noche en que
Israel había sido librado, cuando el ángel destructor
hirió los hogares de Egipto. En el cordero pascual,
Dios deseaba que ellos viesen el Cordero de Dios y
que por este símbolo recibiesen a Aquel que se
daba a sí mismo para la vida del mundo. Pero los
judíos habían llegado a dar toda la importancia al
símbolo, mientras que pasaban por alto su
significado. No discernían el cuerpo del Señor. La
724
misma verdad que estaba simbolizada en la
ceremonia pascual, estaba enseñada en las palabras
de Cristo. Pero no la discernían tampoco.
Entonces los rabinos exclamaron airadamente:
"¿Cómo puede éste darnos su carne a comer?"
Afectaron comprender sus palabras en el mismo
sentido literal que Nicodemo cuando preguntó:
"¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo?"
(Juan 3:4) Hasta cierto punto comprendían lo que
Jesús quería decir, pero no querían reconocerlo.
Torciendo sus palabras, esperaban crear prejuicios
contra él en la gente.
Cristo no suavizó su representación simbólica.
Reiteró la verdad con lenguaje aun más fuerte: "De
cierto, de cierto os digo: Si no comiereis la carne
del Hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no
tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y
bebe mi sangre, tiene vida eterna: y yo le resucitaré
en el día postrero. Porque mi carne es verdadera
comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que
come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece,
y yo en él."
725
Comer la carne y beber la sangre de Cristo es
recibirle como Salvador personal, creyendo que
perdona nuestros pecados, y que somos completos
en él. Contemplando su amor, y espaciándonos en
él, absorbiéndolo, es como llegamos a participar de
su naturaleza. Lo que es el alimento para el cuerpo,
debe serlo Cristo para el alma. El alimento no
puede beneficiarnos a menos que lo comamos; a
menos que llegue a ser parte de nuestro ser. Así
también Cristo no tiene valor para nosotros si no le
conocemos como Salvador personal. Un
conocimiento teórico no nos beneficiará. Debemos
alimentarnos de él, recibirle en el corazón, de tal
manera que su vida llegue a ser nuestra vida.
Debemos asimilarnos su amor y su gracia.
Pero aun estas figuras no alcanzan a presentar
el privilegio que es para el creyente la relación con
Cristo. Jesús dijo: "Como me envió el Padre
viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que
me come, él también vivirá por mí." Como el Hijo
de Dios vivía por la fe en el Padre, hemos de vivir
nosotros por la fe en Cristo. Tan plenamente estaba
726
Jesús entregado a la voluntad de Dios que sólo el
Padre aparecía en su vida. Aunque tentado en todos
los puntos como nosotros, se destacó ante el mundo
sin llevar mancha alguna del mal que le rodeaba.
Así también hemos de vencer nosotros como Cristo
venció.
¿Somos seguidores de Cristo? Entonces todo lo
que está escrito acerca de la vida espiritual, está
escrito para nosotros, y podemos alcanzarlo
uniéndonos a Jesús. ¿Languidece nuestro celo? ¿Se
ha enfriado nuestro primer amor? Aceptemos otra
vez el amor que nos ofrece Cristo. Comamos de su
carne, bebamos de su sangre, y llegaremos a ser
uno con el Padre y con el Hijo.
Los judíos incrédulos se negaron a ver otra
cosa sino el sentido más literal de las palabras del
Salvador. Por la ley ritual se les prohibía probar la
sangre, y ahora torcieron el lenguaje de Cristo
hasta hacerlo parecer sacrílego, y disputaban entre
sí acerca de él. Muchos, aun entre los discípulos
dijeron: "Dura es esta palabra: ¿quién la puede
oír?"
727
El Salvador les contestó: "¿Esto os
escandaliza? ¿Pues qué, si viereis al Hijo del
hombre que sube donde estaba primero? El espíritu
es el que da vida; la carne nada aprovecha: las
palabras que yo os he hablado, son espíritu, y son
vida."
La vida de Cristo, que da vida al mundo, está
en su palabra. Fue por su palabra como Jesús sanó
la enfermedad y echó los demonios; por su palabra
calmó el mar y resucitó los muertos; y la gente dio
testimonio de que su palabra era con autoridad. El
hablaba la palabra de Dios, como había hablado
por medio de todos los profetas y los maestros del
Antiguo Testamento. Toda la Biblia es una
manifestación de Cristo, y el Salvador deseaba fijar
la fe de sus seguidores en la Palabra. Cuando su
presencia visible se hubiese retirado, la Palabra
sería fuente de poder para ellos. Como su Maestro,
habían de vivir "con toda palabra que sale de la
boca de Dios." (Mateo 4:4)
Así como nuestra vida física es sostenida por el
728
alimento, nuestra vida espiritual es sostenida por la
palabra de Dios. Y cada alma ha de recibir vida de
la Palabra de Dios para sí. Como debemos comer
por nosotros mismos a fin de recibir alimento, así
hemos de recibir la Palabra por nosotros mismos.
No hemos de obtenerla simplemente por medio de
otra mente. Debemos estudiar cuidadosamente la
Biblia, pidiendo a Dios la ayuda del Espíritu Santo
a fin de comprender su Palabra. Debemos tomar un
versículo, y concentrar el intelecto en la tarea de
discernir el pensamiento que Dios puso en ese
versículo para nosotros. Debemos espaciarnos en el
pensamiento hasta que venga a ser nuestro y
sepamos "lo que dice Jehová."
En sus promesas y amonestaciones, Jesús se
dirige a mí. Dios amó de tal manera al mundo, que
dio a su Hijo unigénito, para que, creyendo en él,
yo no perezca, sino tenga vida eterna. Lo
experimentado según se relata en la Palabra de
Dios ha de ser lo que yo experimente. La oración y
la promesa, el precepto y la amonestación, son para
mí. "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y
vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí: y lo que
729
ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de
Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por
mí.' (Gálatas 2:20) A medida que la fe recibe y se
asimila así los principios de la verdad, vienen a ser
parte del ser y la fuerza motriz de la vida. La
Palabra de Dios, recibida en el alma, amolda los
pensamientos y entra en el desarrollo del carácter.
Mirando constantemente a Jesús con el ojo de
la fe, seremos fortalecidos. Dios hará las
revelaciones más preciosas a sus hijos hambrientos
y sedientos. Hallarán que Cristo es un Salvador
personal. A medida que se alimenten de su Palabra,
hallarán que es espíritu y vida. La Palabra destruye
la naturaleza terrenal y natural e imparte nueva
vida en Cristo Jesús. El Espíritu Santo viene al
alma como Consolador. Por el factor transformador
de su gracia, la imagen de Dios se reproduce en el
discípulo; viene a ser una nueva criatura. El amor
reemplaza al odio y el corazón recibe la semejanza
divina. Esto es lo que quiere decir vivir de "toda
palabra que sale de la boca de Dios." Esto es comer
el Pan que descendió del cielo.
730
Cristo había pronunciado una verdad sagrada y
eterna acerca de la relación entre él y sus
seguidores. El conocía el carácter de los que
aseveraban ser discípulos suyos, y sus palabras
probaron su fe. Declaró que habían de creer y obrar
según su enseñanza. Todos los que le recibían
debían participar de su naturaleza y ser
conformados según su carácter. Esto entrañaba
renunciar a sus ambiciones más caras. Requería la
completa entrega de sí mismos a Jesús. Eran
llamados a ser abnegados, mansos y humildes de
corazón. Debían andar en la senda estrecha
recorrida por el Hombre del Calvario, si querían
participar en el don de la vida y la gloria del cielo.
La prueba era demasiado grande. El entusiasmo
de aquellos que habían procurado tomarle por
fuerza y hacerle rey se enfrió. Este discurso
pronunciado en la sinagoga -declararon, – les había
abierto los ojos. Ahora estaban desengañados. Para
ellos, las palabras de él eran una confesión directa
de que no era el Mesías, y de que no se habían de
obtener recompensas terrenales por estar en
relación con él. Habían dado la bienvenida a su
731
poder de obrar milagros; estaban ávidos de verse
libres de la enfermedad y el sufrimiento; pero no
podían simpatizar con su vida de sacrificio propio.
No les interesaba el misterioso reino espiritual del
cual les hablaba. Los que no eran sinceros, los
egoístas, que le habían buscado, no le deseaban
más. Si no quería consagrar su poder e influencia a
obtener su libertad de los romanos, no querían
tener nada que ver con él.
Jesús les dijo claramente: "Hay algunos de
vosotros que no creen;" y añadió: "Por eso os he
dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere
dado del Padre." El deseaba que comprendiesen
que si no eran atraídos a él, era porque sus
corazones no estaban abiertos al Espíritu Santo. "El
hombre animal no percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios, porque le son locura: y no las
puede entender, porque se han de examinar
espiritualmente.' (1 Corintios 2:14) Por la fe es
como el alma contempla la gloria de Jesús. Esta
gloria está oculta hasta que, por el Espíritu Santo,
la fe se enciende en el alma.
732
Por el reproche público dirigido a su
incredulidad, estos discípulos se alejaron aun más
de Jesús. Sintieron profundo desagrado y, deseando
herir al Salvador y satisfacer la malicia de los
fariseos, le dieron la espalda y le abandonaron con
desdén. Habían hecho su elección: habían tomado
la forma sin el espíritu, la envoltura sin el grano.
Nunca habían de cambiar de decisión, porque no
anduvieron más con Jesús.
"Su aventador en su mano está, y aventará su
era: y allegará su trigo en el alfolí." (Mateo 3:12)
Esta fue una de las ocasiones en que se hizo
limpieza. Por las palabras de verdad, estaba
separándose el tamo del trigo. Porque eran
demasiado vanos y justos en su propia estima para
recibir reprensión, y amaban demasiado el mundo
para aceptar una vida de humildad, muchos se
apartaron de Jesús. Muchos están haciendo todavía
la misma cosa. El alma de muchos es probada hoy
como lo fue la de los discípulos en la sinagoga de
Capernaúm. Cuando la verdad penetra en el
corazón, ven que su vida no está de acuerdo con la
voluntad de Dios. Ven la necesidad de un cambio
733
completo en sí; pero no están dispuestos a realizar
esta obra de negarse a sí mismos. Por lo tanto, se
aíran cuando sus pecados son descubiertos. Se van
ofendidos, así como los discípulos abandonaron a
Jesús, murmurando: "Dura es esta palabra: ¿quién
la puede oír?"
La alabanza y la adulación agradarían a sus
oídos; pero la verdad no es bienvenida; no la
pueden oír. Cuando las muchedumbres siguen y
son alimentadas, y se oyen los gritos de triunfo, sus
voces claman alabanzas; pero cuando el escrutinio
del Espíritu de Dios revela su pecado y los invita a
dejarlo, dan la espalda a la verdad y no andan más
con Jesús.
Cuando aquellos discípulos desafectos se
apartaron de Cristo, un espíritu diferente se
apoderó de ellos. No podían ver atractivo alguno en
Aquel a quien habían encontrado una vez tan
interesante. Buscaron a sus enemigos porque
estaban en armonía con su espíritu y obra.
Interpretaron mal las palabras de Jesús, falsificaron
sus declaraciones e impugnaron sus motivos.
734
Mantuvieron su actitud, recogiendo todo detalle
que se pudiera volver contra él; y fue tal la
indignación suscitada por esos falsos informes que
su vida peligró.
Cundió rápidamente la noticia de que, por su
propia confesión, Jesús de Nazaret no era el
Mesías. Y así la corriente del sentimiento popular
se volvió contra él en Galilea, como había sucedido
el año anterior en Judea. ¡Ay de Israel! Rechazó a
su Salvador porque deseaba un conquistador que le
diese poder temporal. Deseaba el alimento que
perece, y no el que dura para vida eterna.
Con corazón anhelante, Jesús vio a aquellos
que habían sido sus discípulos apartarse de él, la
Vida y la Luz de los hombres. Al sentir que su
compasión no era apreciada, su amor no era
correspondido, su misericordia era despreciada, su
salvación rechazada, se llenó su corazón de una
tristeza inefable. Eran sucesos como éstos los que
le hacían varón de dolores, experimentado en
quebranto.
735
Sin intentar impedir a los que se apartaban que
lo hicieran, Jesús se volvió a los doce y dijo:
"¿Queréis vosotros iros también?"
Pedro respondió preguntando: "Señor, ¿a quién
iremos? tú tienes palabras de vida eterna- añadió, –
y nosotros creemos y conocemos que tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente."
"¿A quién iremos?" Los maestros de Israel eran
esclavos del formalismo. Los fariseos y saduceos
estaban en constante contienda. Dejar a Jesús era
caer entre los que se aferraban a ritos y ceremonias,
y entre hombres ambiciosos que buscaban su
propia gloria. Los discípulos habían encontrado
más paz y gozo desde que habían aceptado a Cristo
que en toda su vida anterior. ¿Cómo podrían volver
a aquellos que habían despreciado y perseguido al
Amigo de los pecadores? Habían estado buscando
durante mucho tiempo al Mesías; ahora había
venido, y no podían apartarse de su presencia, para
ir a aquellos que buscaban su vida y que los habían
perseguido por haberse hecho discípulos de él.
736
"¿A quién iremos?" No podían apartarse de las
enseñanzas de Cristo, de sus lecciones de amor y
misericordia, a las tinieblas de la incredulidad, a la
perversidad del mundo. Mientras abandonaban al
Salvador muchos de los que habían presenciado sus
obras admirables, Pedro expresó la fe de los
discípulos: "Tú eres el Cristo." Aun el pensar que
pudiesen perder esta ancla de sus almas, los llenaba
de temor y dolor. Verse privados de un Salvador,
era quedar a la deriva en un mar sombrío y
tormentoso.
Muchas de las palabras y las acciones de Jesús
parecen misteriosas para las mentes finitas, pero
cada palabra y acto tenía su propósito definido en
la obra de nuestra redención; cada uno estaba
calculado para producir su propio resultado. Si
pudiésemos comprender sus propósitos, todo
parecería importante, completo y en armonía con
su misión.
Aunque no podemos comprender ahora las
obras y los caminos de Dios, podemos discernir su
gran amor, que está a la base de todo su trato con
737
los hombres. El que vive cerca de Jesús
comprenderá mucho del misterio de la piedad.
Reconocerá la misericordia que administra
reprensión, que prueba el carácter y saca a luz el
propósito del corazón.
Cuando Jesús presentó la verdad escrutadora
que hizo que tantos de sus discípulos se volvieran
atrás, sabía cuál sería el resultado de sus palabras;
pero tenía un propósito de misericordia que
cumplir. Preveía que en la hora de la tentación cada
uno de sus amados discípulos sería severamente
probado. Su agonía de Getsemaní, su entrega y
crucifixión, serían para ellos una prueba muy
penosa. Si no hubiese venido una prueba anterior,
habrían estado relacionados con ellos muchos
impulsados solamente por motivos egoístas.
Cuando su Señor fuese condenado en el tribunal;
cuando la multitud que le había saludado como
Rey le silbase y le vilipendiase; cuando la
muchedumbre
escarnecedora
clamase:
"Crucifícale;" cuando sus ambiciones mundanales
fuesen frustradas, estos egoístas, renunciando a su
fidelidad a Jesús habrían abrumado el corazón de
738
los discípulos con una amarga tristeza adicional al
pesar y chasco que sentían al ver naufragar sus
esperanzas más caras. En esa hora de tinieblas, el
ejemplo de los que se apartasen de él podría haber
arrastrado a otros con ellos. Pero Jesús provocó
esta crisis mientras podía por su presencia personal
fortalecer todavía la fe de sus verdaderos
seguidores.
¡Compasivo Redentor que, en pleno
conocimiento de la suerte que le esperaba, allanó
tiernamente el camino para los discípulos, los
preparó para su prueba culminante y los fortaleció
para la aflicción final!
739
Capítulo 42
La Tradición
Los ESCRIBAS y fariseos, esperando ver a
Jesús en la Pascua, le habían preparado una trampa.
Pero Jesús, conociendo su propósito, se mantuvo
ausente de esta reunión. "Entonces llegaron a Jesús
ciertos escribas y fariseos." Como él no fue a ellos,
ellos acudieron a él. Por un tiempo había parecido
que el pueblo de Galilea iba a recibir a Jesús, y que
quedaría quebrantado el poder de la jerarquía en
aquella región. La misión de los doce, indicadora
de la extensión de la obra de Cristo, al poner a los
discípulos en conflicto más directo con los rabinos,
había excitado de nuevo los celos de los dirigentes
de Jerusalén. Habían sido confundidos los espías
que ellos habían mandado a Capernaúm durante la
primera parte de su ministerio, cuando trataron de
acusarle de que violaba el sábado; pero los rabinos
estaban resueltos a llevar a cabo sus fines; enviaron
ahora otra diputación para vigilar sus movimientos
y encontrar alguna acusación contra él.
740
Como antes, la base de su queja era su
desprecio de los preceptos tradicionales que
recargaban la ley de Dios. Se los decía ideados
para mantener la observancia de la ley, pero eran
considerados como más sagrados que la ley misma.
Cuando contradecían los mandamientos dados
desde el Sinaí, se daba la preferencia a los
preceptos rabínicos.
Entre las observancias que con más rigor se
imponían, estaba la de la purificación ceremonial.
El descuido de las formas que debían observarse
antes de comer, era considerado como pecado
aborrecible que debía ser castigado tanto en este
mundo como en el venidero; y se tenía por virtud el
destruir al transgresor.
Las reglas acerca de la purificación eran
innumerables. Y la vida entera no habría bastado
para aprenderlas todas. La vida de los que trataban
de observar los requerimientos rabínicos era una
larga lucha contra la contaminación ceremonial, un
sin fin de lavacros y purificaciones. Mientras la
741
gente estaba ocupada en distinciones triviales, en
observar lo que Dios no había pedido, su atención
era desviada de los grandes principios de la ley.
Cristo y sus discípulos no observaban estos
lavamientos ceremoniales y los espías hicieron de
esta negligencia la base de su acusación. No
hicieron, sin embargo, un ataque directo contra
Cristo, sino que vinieron a él con una crítica
referente a sus discípulos. En presencia de la
muchedumbre, dijeron: "¿Por qué tus discípulos
traspasan la tradición de los ancianos? porque no se
lavan las manos cuando comen pan."
Siempre que el mensaje de la verdad llega a las
almas con poder especial, Satanás excita a sus
agentes para que provoquen alguna disputa
referente a alguna cuestión de menor importancia.
Así trata de distraer la atención de la cuestión
verdadera. Siempre que se inicia una buena obra,
hay maquinadores listos para entrar en disputa
sobre cuestiones de forma o detalles técnicos, para
apartar la mente de las realidades vivas. Cuando es
evidente que Dios está por obrar de una manera
742
especial en favor de su pueblo, no debe éste dejarse
arrastrar a una controversia que ocasionará tan sólo
la ruina de las almas. Las cuestiones que más nos
preocupan son: ¿Creo yo con fe salvadora en el
Hijo de Dios? ¿Está mi vida en armonía con la ley
divina? "El que cree en el Hijo, tiene vida eterna;
mas el que es incrédulo al Hijo, no verá la vida."
"Y en esto sabemos que nosotros le hemos
conocido, si guardamos sus mandamientos.' (1 Juan
2:3)
Jesús no intentó defenderse a sí mismo o a sus
discípulos. No aludió a las acusaciones dirigidas
contra él, sino que procedió a desenmascarar el
espíritu que impulsaba a estos defensores de los
ritos humanos. Les dio un ejemplo de lo que
estaban haciendo constantemente, y de lo que
acababan de hacer antes de venir a buscarle. "Bien
invalidáis – les dijo, – el mandamiento de Dios
para guardar vuestra tradición. Porque Moisés dijo:
Honra a tu padre y a tu madre, y: El que maldijere
al padre o a la madre, morirá de muerte. Y vosotros
decís: Basta si dijere un hombre al padre o a la
madre: Es Corbán (quiere decir, don mío a Dios)
743
todo aquello con que pudiera valerte; y no le dejáis
hacer más por su padre o por su madre."
Desechaban el quinto mandamiento como si no
tuviese importancia, pero eran muy meticulosos
para cumplir las tradiciones de los ancianos.
Enseñaban a la gente que el consagrar su propiedad
al templo era un deber más sagrado aún que el
sostén de sus padres; y que, por grande que fuera la
necesidad de éstos, era sacrilegio dar al padre o a la
madre cualquier porción de lo que había sido así
consagrado. Un hijo infiel no tenía más que
pronunciar la palabra "Corbán" sobre su propiedad,
dedicándola así a Dios, y podía conservarla para su
propio uso durante toda la vida, y después de su
muerte quedaba asignada al servicio del templo. De
esta manera quedaba libre tanto en su vida como en
su muerte para deshonrar y defraudar a sus padres,
bajo el pretexto de una presunta devoción a Dios.
Nunca, ni por sus palabras ni por sus acciones,
menoscabó Jesús la obligación del hombre de
presentar dones y ofrendas a Dios. Cristo fue quien
dio todas las indicaciones de la ley acerca de los
diezmos y las ofrendas. Cuando estaba en la tierra,
744
elogió a la mujer pobre que dio todo lo que tenía a
la tesorería del templo. Pero el celo por Dios que
aparentaban los sacerdotes y rabinos era un
simulacro que cubría su deseo de ensalzamiento
propio. El pueblo era engañado por ellos. Llevaba
pesadas cargas que Dios no le había impuesto. Aun
los discípulos de Cristo no estaban completamente
libres del yugo de los prejuicios heredados y la
autoridad rabínica. Ahora, revelando el verdadero
espíritu de los rabinos, Jesús trató de libertar de la
servidumbre de la tradición a todos los que
deseaban realmente servir a Dios.
"Hipócritas – dijo, dirigiéndose a los astutos
espías, – bien profetizó de vosotros Isaías,
diciendo: Este pueblo de labios me honra; mas su
corazón lejos está de mí. Mas en vano me honran,
enseñando doctrinas y mandamientos de hombres."
Las palabras de Cristo eran una requisitoria contra
el farisaísmo. El declaró que al poner sus
requerimientos por encima de los principios
divinos, los rabinos se ensalzaban más que a Dios.
Los diputados de Jerusalén se quedaron llenos
745
de ira. No pudieron acusar a Cristo como violador
de la ley dada en el Sinaí, porque hablaba como
quien la defendía contra sus tradiciones. Los
grandes preceptos de la ley, que él había
presentado, se destacaban en sorprendente
contraste frente a las mezquinas reglas que los
hombres habían ideado.
A la multitud, y más tarde con mayor plenitud a
sus discípulos, Jesús explicó que la contaminación
no proviene de afuera, sino de adentro. La pureza e
impureza se refieren al alma. Es la mala acción, la
mala palabra, el mal pensamiento, la transgresión
de la ley de Dios, y no la negligencia de las
ceremonias externas ordenadas por los hombres, lo
que contamina a un hombre.
Los discípulos notaron la ira de los espías al ver
desenmascarada su falsa enseñanza. Vieron sus
miradas airadas y oyeron las palabras de
descontento y venganza que murmuraban.
Olvidándose de cuán a menudo Cristo había dado
pruebas de que leía el corazón como un libro
abierto, le hablaron del efecto de sus palabras.
746
Esperando que él conciliaría a los enfurecidos
magistrados, dijeron a Jesús: "¿Sabes que los
fariseos oyendo esta palabra se ofendieron?"
Habían visto a Cristo por el testimonio del
Espíritu Santo, por la revelación de Dios a sus
almas. Las evidencias vivas de su poder habían
estado delante de ellos día tras día, y, sin embargo,
pedían otra señal. Si ésta les hubiese sido dada,
habrían permanecido tan incrédulos como antes. Si
no quedaban convencidos por lo que habían visto y
oído, era inútil mostrarles más obras maravillosas.
La incredulidad hallará siempre disculpas para
dudar, y destruirá por sus raciocinios las pruebas
más positivas.
El contestó: "Toda planta que no plantó mi
Padre celestial, será desarraigada." Las costumbres
y tradiciones tan altamente apreciadas por los
rabinos eran de este mundo, no del cielo. Por
grande que fuese su autoridad sobre la gente, no
podían soportar la prueba de Dios. Cada invención
humana que haya substituido los mandamientos de
Dios, resultará inútil en aquel día en que "Dios
747
traerá toda obra a juicio, el cual se hará sobre toda
cosa oculta, buena o mala." (Eclesiastés 12:14)
La substitución de los mandamientos de Dios
por los preceptos de los hombres no ha cesado.
Aun entre los cristianos, se encuentran
instituciones y costumbres que no tienen mejor
fundamento que la tradición de los padres. Tales
instituciones, al descansar sobre la sola autoridad
humana, han suplantado a las de creación divina.
Los hombres se aferran a sus tradiciones,
reverencian sus costumbres y alimentan odio
contra aquellos que tratan de mostrarles su error.
En esta época, cuando se nos pide que llamemos la
atención a los mandamientos de Dios y la fe de
Jesús, vemos la misma enemistad que se manifestó
en los días de Cristo. Acerca del último pueblo de
Dios, está escrito: "El dragón fue airado contra la
mujer; y se fue a hacer guerra contra los otros de la
simiente de ella, los cuales guardan los
mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de
Jesucristo." (Apocalipsis 12:17)
Pero "toda planta que no plantó mi Padre
748
celestial, será desarraigada." En lugar de la
autoridad de los llamados padres de la iglesia, Dios
nos invita a aceptar la Palabra del Padre eterno, el
Señor de los cielos y la tierra. En ella sola se
encuentra la verdad sin mezcla de error. David
dijo: "Más que todos mis enseñadores he
entendido: porque tus testimonios son mi
meditación. Más que los viejos he entendido,
porque he guardado tus mandamientos." (Salmos
119:99,100) Todos aquellos que aceptan la
autoridad humana, las costumbres de la iglesia, o
las tradiciones de los padres, presten atención a la
amonestación que encierran las palabras de Cristo:
"En vano me honran, enseñando doctrinas y
mandamientos de hombres."
749
Capítulo 43
Barreras Quebrantadas
DESPUÉS de su encuentro con los fariseos,
Jesús se retiró de Capernaúm, y cruzando Galilea,
se fue a la región montañosa de los confines de
Fenicia. Mirando hacia el occidente, podía ver
dispersas por la llanura que se extendía abajo las
antiguas ciudades de Tiro y Sidón, con sus templos
paganos, sus magníficos palacios y emporios de
comercio, y los puertos llenos de embarcaciones
cargadas. Más allá, se encontraba la expansión azul
del Mediterráneo, por el cual los mensajeros del
Evangelio iban a llevar las buenas nuevas hasta los
centros del gran imperio mundial. Pero el tiempo
no había llegado todavía. La obra que le esperaba
ahora consistía en preparar a sus discípulos para su
misión. Al venir a esa región, esperaba encontrar el
retraimiento que no había podido conseguir en
Betsaida. Sin embargo, éste no era su único
propósito al hacer el viaje.
750
"He aquí una mujer cananea, que había salido
de aquellos términos, clamaba, diciéndole: Señor,
Hijo de David, ten misericordia de mí; mi hija es
malamente atormentada del demonio." Los
habitantes de esta región pertenecían a la antigua
raza cananea. Eran idólatras, despreciados y
odiados por los judíos. A esta clase pertenecía la
mujer que ahora había venido a Jesús. Era pagana,
y por lo tanto estaba excluida de las ventajas que
los judíos disfrutaban diariamente. Había muchos
judíos que vivían entre los fenicios, y las noticias
de la obra de Cristo habían penetrado hasta esa
región. Algunos de los habitantes habían escuchado
sus palabras, y habían presenciado sus obras
maravillosas. Esta mujer había oído hablar del
profeta, quien, según se decía, sanaba toda clase de
enfermedades. Al oír hablar de su poder, la
esperanza había nacido en su corazón. Inspirada
por su amor maternal, resolvió presentarle el caso
de su hija. Había resuelto llevar su aflicción a
Jesús. El debía sanar a su hija. Ella había buscado
ayuda en los dioses paganos, pero no la había
obtenido. Y a veces se sentía tentada a pensar:
¿Qué puede hacer por mí este maestro judío? Pero
751
había llegado esta nueva: Sana toda clase de
enfermedades, sean pobres o ricos los que a él
acudan por auxilio. Y decidió no perder su única
esperanza.
Cristo conocía la situación de esta mujer. El
sabía que ella anhelaba verle, y se colocó en su
camino. Ayudándola en su aflicción, él podía dar
una representación viva de la lección que quería
enseñar. Para esto había traído a sus discípulos.
Deseaba que ellos viesen la ignorancia existente en
las ciudades y aldeas cercanas a la tierra de Israel.
El pueblo al cual había sido dada toda oportunidad
de comprender la verdad no conocía las
necesidades de aquellos que le rodeaban. No hacía
ningún esfuerzo para ayudar a las almas que
estaban en tinieblas. El muro de separación que el
orgullo judío había erigido impedía hasta a los
discípulos sentir simpatía por el mundo pagano.
Pero las barreras debían ser derribadas.
Cristo no respondió inmediatamente a la
petición de la mujer. Recibió a esta representante
de una raza despreciada como la habrían recibido
752
los judíos. Con ello quería que sus discípulos
notasen la manera fría y despiadada con que los
judíos tratarían un caso tal evidenciándola en su
recepción de la mujer, y la manera compasiva con
que quería que ellos tratasen una angustia tal,
según la manifestó en la subsiguiente concesión de
lo pedido por ella.
Pero aunque Jesús no respondió, la mujer no
perdió su fe. Mientras él obraba como si no la
hubiese oído, ella le siguió y continuó
suplicándole. Molestados por su importunidad, los
discípulos pidieron a Jesús que la despidiera. Veían
que su Maestro la trataba con indiferencia y, por lo
tanto, suponían que le agradaba el prejuicio de los
judíos contra los cananeos. Mas era a un Salvador
compasivo a quien la mujer dirigía su súplica, y en
respuesta a la petición de los discípulos, Jesús dijo:
"No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la
casa de Israel." Aunque esta respuesta parecía estar
de acuerdo con el prejuicio de los judíos, era una
reprensión implícita para los discípulos, quienes la
entendieron más tarde como destinada a
recordarles lo que él les había dicho con
753
frecuencia, a saber, que había venido al mundo
para salvar a todos los que querían aceptarle.
La mujer presentaba su caso con instancia y
creciente fervor, postrándose a los pies de Cristo y
clamando: "Señor, socórreme." Jesús, aparentando
todavía rechazar sus súplicas, según el prejuicio
despiadado de los judíos, contestó: "No es bien
tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos."
Esto era virtualmente aseverar que no era justo
conceder a los extranjeros y enemigos de Israel las
bendiciones traídas al pueblo favorecido de Dios.
Esta respuesta habría desanimado completamente a
una suplicante menos ferviente. Pero la mujer vio
que había llegado su oportunidad. Bajo la aparente
negativa de Jesús, vio una compasión que él no
podía ocultar. "Sí, Señor – contestó; – mas los
perrillos comen de las migajas que caen de la mesa
de sus señores." Mientras que los hijos de la casa
comen en la mesa del padre, los perros mismos no
quedan sin alimento. Tienen derecho a las migajas
que caen de la mesa abundantemente surtida. Así
que mientras muchas bendiciones se daban a Israel,
¿no había también alguna para ella? Si era
754
considerada como perro, ¿no tenía, como tal,
derecho a una migaja de su gracia?\
Jesús acababa de apartarse de su campo de
labor porque los escribas y fariseos estaban
tratando de quitarle la vida. Ellos murmuraban y se
quejaban. Manifestaban incredulidad y amargura, y
rechazaban la salvación que tan gratuitamente se
les ofrecía. En este caso, Cristo se encuentra con un
miembro de una raza infortunada y despreciada,
que no había sido favorecida por la luz de la
Palabra de Dios; y sin embargo esa persona se
entrega en seguida a la divina influencia de Cristo
y tiene fe implícita en su capacidad de concederle
el favor pedido. Ruega que se le den las migajas
que caen de la mesa del Maestro. Si puede tener el
privilegio de un perro, está dispuesta a ser
considerada como tal. No tiene prejuicio nacional
ni religioso, ni orgullo alguno que influya en su
conducta, y reconoce inmediatamente a Jesús como
el Redentor y como capaz de hacer todo lo que ella
le pide.
El Salvador está satisfecho. Ha probado su fe
755
en él. Por su trato con ella, ha demostrado que
aquella que Israel había considerado como paria,
no es ya extranjera sino hija en la familia de Dios.
Y como hija, es su privilegio participar de los
dones del Padre. Cristo le concede ahora lo que le
pedía, y concluye la lección para los discípulos.
Volviéndose hacia ella con una mirada de
compasión y amor, dice: "Oh mujer, grande es tu
fe; sea hecho contigo como quieres." Desde aquella
hora su hija quedó sana. El demonio no la
atormentó más. La mujer se fue, reconociendo a su
Salvador y feliz por haber obtenido lo que pidiera.
Este fue el único milagro que Jesús realizó
durante este viaje. Para ejecutar este acto había ido
a los confines de Tiro y Sidón. Deseaba socorrer a
la mujer afligida y al mismo tiempo dar un ejemplo
de su obra de misericordia hacia un miembro de un
pueblo despreciado, para beneficio de sus
discípulos cuando no estuviese más con ellos.
Deseaba sacarlos de su exclusividad judaica e
interesarlos en el trabajo por los que no fuesen de
su propio pueblo.
756
Jesús anhelaba revelar los profundos misterios
de la verdad que habían quedado ocultos durante
siglos, a fin de que los gentiles fuesen coherederos
con los judíos y "consortes de su promesa en Cristo
por el evangelio.' (Efesios 3:6) Los discípulos
tardaron mucho en aprender esta verdad, y el
Maestro divino les dio lección tras lección. Al
recompensar la fe del centurión en Capernaúm y al
predicar el Evangelio a los habitantes de Sicar,
había demostrado ya que no compartía la
intolerancia de los judíos. Pero los samaritanos
tenían cierto conocimiento de Dios; y el centurión
había manifestado bondad hacia Israel. Ahora Jesús
relacionó a los discípulos con una pagana a quien
ellos consideraban tan desprovista como cualquiera
de su pueblo de motivos para esperar favores de él.
Quiso dar un ejemplo de cómo debía tratarse a una
persona tal. Los discípulos habían pensado que él
dispensaba demasiado libremente los dones de su
gracia. Quería mostrarles que su amor no había de
limitarse a raza o nación alguna.
Cuando dijo: "No soy enviado sino a las ovejas
perdidas de la casa de Israel," dijo la verdad, y en
757
su obra en favor de la mujer cananea cumplió su
comisión. Esta mujer era una de las ovejas perdidas
que Israel debiera haber rescatado. Esta era la obra
que había sido asignada a Israel, la obra que había
descuidado, la obra que Cristo estaba haciendo.
Este acto reveló con mayor plenitud a los
discípulos la labor que les esperaba entre los
gentiles. Vieron un amplio campo de utilidad fuera
de Judea. Vieron almas que sobrellevaban tristezas
desconocidas para los que eran más favorecidos.
Entre aquellos a quienes se les había enseñado a
despreciar, había almas que anhelaban la ayuda del
gran Médico y que tenían hambre por la luz de la
verdad que había sido dada en tanta abundancia a
los judíos.
Después, cuando los judíos se apartaron con
mayor insistencia de los discípulos, porque estos
declaraban que Jesús era el Salvador del mundo, y
cuando el muro de separación entre judíos y
gentiles fue derribado por la muerte de Cristo, esta
lección y otras similares, que señalaban la obra de
evangelización que debía hacerse sin restricción de
758
costumbres o nacionalidad, ejercieron una
influencia poderosa en los representantes de Cristo
y dirigieron sus labores.
La visita del Salvador a Fenicia y el milagro
realizado allí tenían un propósito aun más amplio.
Esta obra no fue hecha solamente para la mujer
afligida, los discípulos de Cristo y los que
recibieran sus labores, sino también "para que
creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y
para que creyendo, tengáis vida en su nombre."
(Juan 20:31) Los mismos factores que separaban de
Cristo a los hombres hace mil ochocientos años
están actuando hoy. El espíritu que levantó el muro
de separación entre judíos y gentiles sigue obrando.
El orgullo y el prejuicio han levantado fuertes
murallas de separación entre diferentes clases de
hombres. Cristo y su misión han sido mal
representados, y multitudes se sienten virtualmente
apartadas del ministerio del Evangelio. Pero no
deben sentirse separadas de Cristo. No hay barreras
que el hombre o Satanás puedan erigir y que la fe
no pueda traspasar.
759
Con fe, la mujer de Fenicia se lanzó contra las
barreras que habían sido acumuladas entre judíos y
gentiles. A pesar del desaliento, sin prestar
atención a las apariencias que podrían haberla
inducido a dudar, confió en el amor del Salvador.
Así es como Cristo desea que confiemos en él. Las
bendiciones de la salvación son para cada alma.
Nada, a no ser su propia elección, puede impedir a
algún hombre que llegue a tener parte en la
promesa hecha en Cristo por el Evangelio.
Las castas son algo aborrecible para Dios. El
desconoce cuanto tenga ese carácter. A su vista las
almas de todos los hombres tienen igual valor. "De
una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres,
para que habitasen sobre toda la faz de la tierra; y
les ha prefijado el orden de los tiempos, y los
términos de la habitación de ellos; para que
buscasen a Dios, si en alguna manera, palpando, le
hallen; aunque cierto no está lejos de cada uno de
nosotros." Sin distinción de edad, jerarquía,
nacionalidad o privilegio religioso, todos están
invitados a venir a él y vivir. "Todo aquel que en él
creyere, no será avergonzado. Porque no hay
760
diferencia." "No hay judío, ni griego; no hay
siervo, ni libre." "El rico y el pobre se encontraron:
a todos ellos hizo Jehová." "El mismo que es Señor
de todos, rico es para con todos los que le invocan:
porque todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo." (Hechos 17:26,27, Gálatas 3:28,
Proverbios 22:2, Romanos 10:11-13)
761
Capítulo 44
La Verdadera Señal
"Y VOLVIENDO a salir de los términos de
Tiro, vino por Sidón a la mar de Galilea, por mitad
de los términos de Decápolis."
En la región de Decápolis era donde los
endemoniados de Gádara habían sido sanados. Allí
la gente, alarmada por la destrucción de los cerdos,
había obligado a Jesús a apartarse de entre ella.
Pero había escuchado a los mensajeros que él
dejara atrás, y se había despertado el deseo de
verle. Cuando Jesús volvió a esa región, se reunió
una muchedumbre en derredor de él y le trajeron a
un hombre sordo y tartamudo. Jesús no sanó a ese
hombre, como era su costumbre, por una sola
palabra. Apartándole de la muchedumbre, puso sus
dedos en sus oídos y tocó su lengua; mirando al
cielo, suspiró al pensar en los oídos que no querían
abrirse a la verdad, en las lenguas que se negaban a
reconocer al Redentor. A la orden: "Sé abierto," le
762
fue devuelta al hombre la facultad de hablar y,
violando la recomendación de no contarlo a nadie,
publicó por todas partes el relato de su curación.
Jesús subió a una montaña y allí la
muchedumbre acudió a él trayendo a sus enfermos
y cojos y poniéndolos a sus pies. El los sanaba a
todos; y la gente, pagana como era, glorificaba al
Dios de Israel. Durante tres días este gentío
continuó rodeando al Salvador, durmiendo de
noche al aire libre y de día agolpándose
ávidamente para oír las palabras de Cristo y ver sus
obras. Al fin de los tres días, se habían agotado sus
provisiones. Jesús no quería despedir a la gente
hambrienta, e invitó a sus discípulos a que le
diesen alimentos. Otra vez los discípulos
manifestaron su incredulidad. En Betsaida habían
visto cómo, con la bendición de Cristo, su pequeña
provisión alcanzó para alimentar a la
muchedumbre; sin embargo, no trajeron ahora todo
lo que tenían ni confiaron en su poder de
multiplicarlo en favor de las muchedumbres
hambrientas. Además, los que Jesús había
alimentado en Betsaida eran judíos; éstos eran
763
gentiles y paganos. El prejuicio judío era todavía
fuerte en el corazón de los discípulos, y
respondieron a Jesús: "¿De dónde podrá alguien
hartar a éstos de pan aquí en el desierto?" Pero,
obedientes a su palabra, le trajeron lo que tenían:
siete panes y dos peces. La muchedumbre fue
alimentada, y sobraron siete grandes cestos de
fragmentos. Cuatro mil hombres, además de las
mujeres y los niños, repararon así sus fuerzas, y
Jesús los despidió llenos de alegría y gratitud.
Luego, tomando un bote con sus discípulos,
cruzó el lago hasta Magdalá, en el extremo sur de
la llanura de Genesaret. En la región de Tiro y
Sidón, su ánimo había quedado confortado por la
implícita confianza de la mujer sirofenisa. Los
paganos de Decápolis le habían recibido con
alegría. Ahora al desembarcar otra vez en Galilea,
donde su poder se había manifestado de la manera
más sorprendente, donde había efectuado la mayor
parte de sus obras de misericordia y había
difundido su enseñanza, fue recibido con
incredulidad despectiva.
764
Una diputación de fariseos había sido reforzada
por representantes de los ricos y señoriales
saduceos, el partido de los sacerdotes, los
escépticos y aristócratas de la nación. Las dos
sectas habían estado en acerba enemistad. Los
saduceos cortejaban el favor del poder gobernante,
a fin de conservar su propia posición y autoridad.
Por otro lado, los fariseos fomentaban el odio
popular contra los romanos, anhelando el tiempo
en que pudieran desechar el yugo de los
conquistadores. Pero los fariseos y saduceos se
unieron ahora contra Cristo. Los iguales se buscan;
y el mal, dondequiera que exista, se confabula con
el mal para destruir lo bueno.
Ahora los fariseos y saduceos vinieron a Cristo,
pidiendo una señal del cielo. Cuando, en los días de
Josué, Israel salió a pelear con los cananeos en
Beth-orón, el sol se detuvo a la orden del caudillo
hasta que se logró la victoria. Y muchos prodigios
similares se habían manifestado en la historia de
Israel. Exigieron a Jesús alguna señal parecida.
Pero estas señales no eran lo que los judíos
necesitaban. Ninguna simple evidencia externa
765
podía beneficiarlos. Lo que necesitaban no era
ilustración intelectual, sino renovación espiritual.
"Hipócritas – dijo Jesús, – que sabéis hacer
diferencia en la faz del cielo" – pues estudiando el
cielo podían predecir el tiempo;– "¿y en las señales
de los tiempos no podéis?" Las palabras que Cristo
pronunciaba con el poder del Espíritu Santo que los
convencía de pecado eran la señal que Dios había
dado para su salvación. Y habían sido dadas
señales directas del cielo para atestiguar la misión
de Cristo. El canto de los ángeles a los pastores, la
estrella que guió a los magos, la paloma y la voz
del cielo en ocasión de su bautismo, eran
testimonios en su favor.
"Y gimiendo en su espíritu, dice: ¿Por qué pide
señal esta generación ?" "Mas señal no le será
dada, sino la señal de Jonás profeta." Como Jonás
había estado tres días y tres noches en el vientre de
la ballena, Cristo había de pasar el mismo tiempo
"en el corazón de la tierra." Y como la predicación
de Jonás era una señal para los habitantes de
Nínive, la predicación de Cristo era una señal para
766
su generación. Pero, ¡qué contraste en la manera de
recibir la palabra! Los habitantes de la gran ciudad
pagana temblaron al oír la amonestación de Dios.
Reyes y nobles se humillaron; encumbrados y
humildes juntos clamaron al Dios del cielo, y su
misericordia les fue concedida. "Los hombres de
Nínive se levantarán en el juicio con esta
generación – había dicho Cristo, – y la condenarán;
porque ellos se arrepintieron a la predicación de
Jonás; y he aquí más que Jonás en este lugar.'
(Mateo 12:40,41)
Cada milagro que Cristo realizaba era una señal
de su divinidad. El estaba haciendo la obra que
había sido predicha acerca del Mesías, pero para
los fariseos estas obras de misericordia eran una
ofensa positiva. Los dirigentes judíos miraban con
despiadada indiferencia el sufrimiento humano. En
muchos casos, su egoísmo y opresión habían
causado la aflicción que Cristo aliviaba. Así que
sus milagros les eran un reproche.
Lo que indujo a los judíos a rechazar la obra
del Salvador era la más alta evidencia de su
767
carácter divino. El mayor significado de sus
milagros se ve en el hecho de que eran para
bendición de la humanidad. La más alta evidencia
de que él provenía de Dios estriba en que su vida
revelaba el carácter de Dios. Hacía las obras y
pronunciaba las palabras de Dios. Una vida tal es el
mayor de todos los milagros.
Cuando se presenta el mensaje de verdad en
nuestra época, son muchos los que, como los
judíos, claman: Muéstrenos una señal. Realice un
milagro. Cristo no ejecutó milagro a pedido de los
fariseos. No hizo milagro en el desierto en
respuesta a las insinuaciones de Satanás. No nos
imparte poder para justificarnos a nosotros mismos
o satisfacer las demandas de la incredulidad y el
orgullo. Pero el Evangelio no queda sin una señal
de su origen divino. ¿No es acaso un milagro que
podamos libertarnos de la servidumbre de Satanás?
La enemistad contra Satanás no es natural para el
corazón humano; es implantada por la gracia de
Dios. Cuando el que ha estado dominado por una
voluntad terca y extraviada queda libertado y se
entrega de todo corazón a la atracción de los
768
agentes celestiales de Dios, se ha realizado un
milagro; así también ocurre cuando un hombre que
ha estado bajo un engaño poderoso, llega a
comprender la verdad moral. Cada vez que un alma
se convierte y aprende a amar a Dios y a guardar
sus mandamientos, se cumple la promesa de Dios:
"Y os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo
dentro de vosotros." (Ezequiel 36:26) El cambio
verificado en los corazones humanos, la
transformación del carácter humano, es un milagro
que revela a un Salvador que vive eternamente y
obra para rescatar a las almas. Una vida
consecuente en Cristo es un gran milagro. En la
predicación de la Palabra de Dios, la señal que
debe manifestarse ahora y siempre es la presencia
del Espíritu Santo para hacer de la Palabra un
poder regenerador para quienes la oyen. Tal es el
testimonio que de la divina misión de su Hijo Dios
da ante al mundo.
Los que deseaban obtener una señal de Jesús
habían endurecido de tal manera su corazón en la
incredulidad que no discernían en el carácter de él
la semejanza de Dios. No querían ver que su
769
misión cumplía las Escrituras. En la parábola del
rico y Lázaro, Jesús dijo a los fariseos: "Si no oyen
a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán,
si alguno se levantare de los muertos." (Lucas
16:31) Ninguna señal que se pudiese dar en el cielo
o en la tierra los habría de beneficiar.
Jesús, "gimiendo en su espíritu," y apartándose
del grupo de caviladores, volvió al barco con sus
discípulos. En silencio pesaroso, cruzaron de nuevo
el lago. No regresaron, sin embargo, al lugar que
habían dejado, sino que se dirigieron hacia
Betsaida, cerca de donde habían sido alimentados
los cinco mil. Al llegar a la orilla más alejada,
Jesús dijo: "Mirad, y guardaos de la levadura de los
fariseos y de los saduceos." Desde los tiempos de
Moisés, los judíos habían tenido por costumbre
apartar de sus casas toda levadura en ocasión de la
Pascua, y así se les había enseñado a considerarla
como una figura del pecado. Sin embargo, los
discípulos no comprendieron a Jesús. En su
repentina partida de Magdalá, se habían olvidado
de llevar pan, y tenían sólo un pan consigo.
Creyeron que Cristo se refería a esta circunstancia
770
y les recomendaba no comprar pan a un fariseo o a
un saduceo. Con frecuencia su falta de fe y de
percepción espiritual les había hecho comprender
así erróneamente sus palabras. En esa ocasión,
Jesús los reprendió por pensar que el que había
alimentado a miles de personas con algunos peces
y panes de cebada, pudiese referirse en esta
solemne amonestación simplemente al alimento
temporal. Había peligro de que el astuto raciocinio
de los fariseos y saduceos sumiese a sus discípulos
en la incredulidad y les hiciese considerar
livianamente las obras de Cristo.
Los discípulos se inclinaban a pensar que su
Maestro debiera haber otorgado una señal en los
cielos cuando se la habían pedido. Creían que él
era perfectamente capaz de realizarla, y que una
señal tal habría acallado a sus enemigos. No
discernían la hipocresía de esos caviladores.
Meses más tarde, "juntándose muchas gentes,
tanto que unos a otros se hollaban," Jesús repitió la
misma enseñanza. "Comenzó a decir a sus
discípulos, primeramente: Guardaos de la levadura
771
de los fariseos, que es hipocresía." (Lucas 12:1)
La levadura puesta en la harina obra
imperceptiblemente y cambia toda la masa de
modo que comparta su propia naturaleza. Así
también, si se la tolera en el corazón, la hipocresía
impregna el carácter y la vida. Cristo había
reprendido ya un notable ejemplo de la hipocresía
farisaica al denunciar la práctica del "Corbán," por
medio de la cual se ocultaba una negligencia del
deber filial bajo una afectación de generosidad
hacia el templo. Los escribas y fariseos insinuaban
principios engañosos. Ocultaban la verdadera
tendencia de sus doctrinas y aprovechaban toda
ocasión de inculcarlas arteramente en el ánimo de
sus oyentes. Estos falsos principios, una vez
aceptados, obraban como la levadura en la harina,
impregnando y transformando el carácter. Esta
enseñanza engañosa era lo que hacía tan difícil
para la gente recibir las palabras de Cristo.
Las mismas influencias obran hoy por medio de
aquellos que tratan de explicar la ley de Dios de
modo que la hagan conformar con sus prácticas.
772
Esta clase no ataca abiertamente la ley, sino que
presenta teorías especulativas que minan sus
principios. La explican en forma que destruye su
fuerza.
La hipocresía de los fariseos era resultado de su
egoísmo. La glorificación propia era el objeto de su
vida. Esto era lo que los inducía a pervertir y
aplicar mal las Escrituras, y los cegaba en cuanto al
propósito de la misión de Cristo. Aun los
discípulos de Cristo estaban en peligro de albergar
este mal sutil. Los que decían seguir a Cristo, pero
no lo habían dejado todo para ser sus discípulos,
sentían profundamente la influencia del raciocinio
de los fariseos. Con frecuencia vacilaban entre la fe
y la incredulidad, y no discernían los tesoros de
sabiduría escondidos en Cristo. Los mismos
discípulos, aunque exteriormente lo habían
abandonado todo por amor a Jesús, no habían
cesado en su corazón de desear grandes cosas para
sí. Este espíritu era lo que motivaba la disputa
acerca de quién sería el mayor. Era lo que se
interponía entre ellos y Cristo, haciéndolos tan
apáticos hacia su misión de sacrificio propio, tan
773
lentos para comprender el misterio de la redención.
Así como la levadura, si se la deja completar su
obra, ocasionará corrupción y descomposición, el
espíritu egoísta, si se lo alberga, produce la
contaminación y la ruina del alma.
¡Cuán difundido está, hoy como antaño, este
pecado sutil y engañoso entre los seguidores de
nuestro Señor! ¡Cuán a menudo nuestro servicio
por Cristo y nuestra comunión entre unos y otros
quedan manchados por el secreto deseo de ensalzar
al yo! ¡Cuán presto a manifestarse está el
pensamiento de adulación propia y el anhelo de la
aprobación humana! Es el amor al yo, el deseo de
un camino más fácil que el señalado por Dios, lo
que induce a substituir los preceptos divinos por las
teorías y tradiciones humanas. A sus propios
discípulos se dirigen las palabras amonestadoras de
Cristo: "Mirad, y guardaos de la levadura de los
fariseos."
La religión de Cristo es la sinceridad misma. El
celo por la gloria de Dios es el motivo implantado
por el Espíritu Santo; y únicamente la obra eficaz
774
del Espíritu puede implantar este motivo.
Únicamente el poder de Dios puede desterrar el
egoísmo y la hipocresía. Este cambio es la señal de
su obra. Cuando la fe que aceptamos destruye el
egoísmo y la simulación, cuando nos induce a
buscar la gloria de Dios y no la nuestra, podemos
saber que es del debido carácter. "Padre, glorifica
tu nombre," (Juan 12:28) fue el principio
fundamental de la vida de Cristo; y si le seguimos,
será el principio fundamental de nuestra vida. Nos
ordena "andar como él anduvo;" "y en esto
sabemos que nosotros le hemos conocido, si
guardamos sus mandamientos." (1 Juan 2:6,3)
775
Capítulo 45
Previsiones de la Cruz
LA OBRA de Cristo en la tierra se acercaba
rápidamente a su fin. Delante de él, en vívido
relieve, se hallaban las escenas hacia las cuales sus
pies le llevaban. Aun antes de asumir la
humanidad, vio toda la senda que debía recorrer a
fin de salvar lo que se había perdido. Cada angustia
que iba a desgarrar su corazón, cada insulto que iba
a amontonarse sobre su cabeza, cada privación que
estaba llamado a soportar, fueron presentados a su
vista antes que pusiera a un lado su corona y manto
reales y bajara del trono para revestir su divinidad
con la humanidad. La senda del pesebre hasta el
Calvario estuvo toda delante de sus ojos. Conoció
la angustia que le sobrevendría. La conoció toda, y
sin embargo dijo: "He aquí yo vengo; (en el rollo
del libro esta escrito de mi); me complazco en
hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en
medio de mi corazón.' (Salmos 40:7,8)
776
Tuvo siempre presente el resultado de su
misión. Su vida terrenal, tan llena de trabajo y
abnegación, fue alegrada por la perspectiva de que
no soportaría todas esas penurias en vano. Dando
su vida por la de los hombres, haría volver el
mundo a su lealtad a Dios. Aunque primero debía
recibir el bautismo de sangre; aunque los pecados
del mundo iban a abrumar su alma inocente;
aunque la sombra de una desgracia indecible
pesaba sobre él; por el gozo que le fue propuesto,
decidió soportar la cruz y menospreció el oprobio.
Pero las escenas que le esperaban estaban
todavía ocultas para los elegidos compañeros de su
ministerio; no obstante se acercaba el tiempo en
que deberían contemplar su agonía. Deberían ver a
Aquel a quien amaban y en quien confiaban
entregado a sus enemigos y colgado de la cruz del
Calvario. Pronto tendría que dejar que afrontaran el
mundo sin el consuelo de su presencia visible. El
sabía cómo los perseguirían el odio acérrimo y la
incredulidad, y deseaba prepararlos para sus
pruebas.
777
Jesús y sus discípulos habían llegado a uno de
los pueblos que rodeaban a Cesarea de Filipos.
Estaban fuera de los límites de Galilea, en una
región donde prevalecía la idolatría. Allí se
encontraban los discípulos apartados de la
influencia predominante del judaísmo y
relacionados más íntimamente con el culto pagano.
En derredor de sí, veían representadas las formas
de la superstición que existían en todas partes del
mundo. Jesús deseaba que la contemplación de
estas cosas los indujese a sentir su responsabilidad
hacia los paganos. Durante su estada en dicha
región, trató de substraerse a la tarea de enseñar a
la gente, a fin de dedicarse más plenamente a sus
discípulos.
Iba a hablarles de los sufrimientos que le
aguardaban. Pero primero se apartó solo y rogó a
Dios que sus corazones fuesen preparados para
recibir sus palabras. Al reunírseles, no les
comunicó en seguida lo que deseaba impartirles.
Antes de hacerlo, les dio una oportunidad de
confesar su fe en él para que pudiesen ser
fortalecidos para la prueba venidera. Preguntó:
778
"¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del
hombre?"
Con tristeza, los discípulos se vieron obligados
a confesar que Israel no había sabido reconocer a
su Mesías. En verdad, al ver sus milagros, algunos
le habían declarado Hijo de David. Las multitudes
que habían sido alimentadas en Betsaida habían
deseado proclamarle rey de Israel. Muchos estaban
listos para aceptarle como profeta; pero no creían
que fuese el Mesías.
Jesús hizo entonces una segunda pregunta
relacionada con los discípulos mismos: "Y
vosotros, ¿quién decís que soy?" Pedro respondió:
"Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente."
Desde el principio, Pedro había creído que
Jesús era el Mesías. Muchos otros que habían sido
convencidos por la predicación de Juan el Bautista
y que habían aceptado a Cristo, empezaron a dudar
en cuanto a la misión de Juan cuando fue
encarcelado y ejecutado; y ahora dudaban que
Jesús fuese el Mesías a quien habían esperado tanto
779
tiempo. Muchos de los discípulos que habían
esperado ardientemente que Jesús ocupase el trono
de David, le dejaron cuando percibieron que no
tenía tal intención. Pero Pedro y sus compañeros no
se desviaron de su fidelidad. El curso vacilante de
aquellos que ayer le alababan y hoy le condenaban
no destruyó la fe del verdadero seguidor del
Salvador. Pedro declaró: "Tú eres el Cristo, el Hijo
del Dios viviente." El no esperó que los honores
regios coronasen a su Señor, sino que le aceptó en
su humillación.
Pedro había expresado la fe de los doce. Sin
embargo, los discípulos distaban mucho de
comprender la misión de Cristo. La oposición y las
mentiras de los sacerdotes y gobernantes, aun
cuando no podían apartarlos de Cristo, les
causaban gran perplejidad. Ellos no veían
claramente el camino. La influencia de su primera
educación, la enseñanza de los rabinos, el poder de
la tradición, seguían interceptando su visión de la
verdad. De vez en cuando resplandecían sobre ellos
los preciosos rayos de luz de Jesús; mas con
frecuencia eran como hombres que andaban a
780
tientas en medio de las sombras. Pero en ese día,
antes que fuesen puestos frente a frente con la gran
prueba de su fe, el Espíritu Santo descansó sobre
ellos con poder. Por un corto tiempo sus ojos
fueron apartados de "las cosas que se ven," para
contemplar "las que no se ven." (2 Corintios 4:18)
Bajo el disfraz de la humanidad, discernieron la
gloria del Hijo de Dios.
Jesús contestó a Pedro: "Bienaventurado eres,
Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne
ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos."
La verdad que Pedro había confesado es el
fundamento de la fe del creyente. Es lo que Cristo
mismo ha declarado ser vida eterna. Pero la
posesión de este conocimiento no era motivo de
engreimiento. No era por ninguna sabiduría o
bondad propia de Pedro por lo que le había sido
revelada esa verdad. Nunca puede la humanidad de
por sí alcanzar un conocimiento de lo divino. "Es
más alto que los cielos: ¿qué harás? Es más
profundo que el infierno: ¿cómo lo conocerás?"
(Job 11:8) Únicamente el espíritu de adopción
781
puede revelarnos las cosas profundas de Dios, que
"ojo no vio, ni oído oyó, y que jamás entraron en
pensamiento humano." "Pero a nosotros nos las ha
revelado Dios por medio de su Espíritu; porque el
Espíritu escudriña todas las cosas, y aun las cosas
profundas de Dios." (1 Corintios 2:9,10) "El
secreto de Jehová es para los que le temen;" y el
hecho de que Pedro discernía la gloria de Dios era
evidencia de que se contaba entre los que habían
sido "enseñados de Dios." (Salmos 25:14, Juan
6:45) ¡Ah! en verdad, "bienaventurado eres,
Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne
ni sangre."
Jesús continuó: "Mas yo también te digo, que
tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán
contra ella." La palabra Pedro significa piedra,
canto rodado. Pedro no era la roca sobre la cual se
fundaría la iglesia. Las puertas del infierno
prevalecieron contra él cuando negó a su Señor con
imprecaciones y juramentos. La iglesia fue
edificada sobre Aquel contra quien las puertas del
infierno no podían prevalecer.
782
Siglos antes del advenimiento del Salvador,
Moisés había señalado la roca de la salvación de
Israel. El salmista había cantado acerca de "la roca
de mi fortaleza." Isaías había escrito: "Por tanto, el
Señor Jehová dice así: He aquí que yo fundo en
Sión una piedra, piedra de fortaleza, de esquina, de
precio, de cimiento estable." (Deuteronomio 32:4,
Salmos 62:7, Isaías 28:16) Pedro mismo,
escribiendo por inspiración, aplica esta profecía a
Jesús. Dice: "Si habéis gustado y probado que es
bueno el Señor. Allegándoos a él, como a piedra
viva, rechazada en verdad de los hombres, mas
para con Dios escogida y preciosa, vosotros
también, como piedras vivas, sois edificados en un
templo espiritual." (1 Pedro 2:3-5)
"Porque nadie puede poner otro fundamento
que el que está puesto, el cual es Jesucristo." (1
Corintios 3:11) "Sobre esta piedra – dijo Jesús, –
edificaré mi iglesia." En la presencia de Dios y de
todos los seres celestiales, en la presencia del
invisible ejército del infierno, Cristo fundó su
iglesia sobre la Roca viva. Esa Roca es él mismo –
783
su propio cuerpo quebrantado y herido por
nosotros. Contra la iglesia edificada sobre ese
fundamento, no prevalecerán las puertas del
infierno.
Cuán débil parecía la iglesia cuando Cristo
pronunció estas palabras. Se componía apenas de
un puñado de creyentes contra quienes se dirigía
todo el poder de los demonios y de los hombres
malos; sin embargo, los discípulos de Cristo no
debían temer. Edificados sobre la Roca de su
fortaleza, no podían ser derribados.
Durante seis mil años, la fe ha edificado sobre
Cristo. Durante seis mil años, las tempestades y los
embates de la ira satánica han azotado la Roca de
nuestra salvación; pero ella sigue inconmovible.
Pedro había expresado la verdad que es el
fundamento de la fe de la iglesia, y Jesús le honró
como representante de todo el cuerpo de los
creyentes. Dijo: "A ti daré las llaves del reino de
los cielos; y todo lo que ligares en la tierra será
ligado en los cielos; y todo lo que desatares en la
784
tierra será desatado en los cielos."
"Las llaves del reino de los cielos" son las
palabras de Cristo. Todas las palabras de la Santa
Escritura son suyas y están incluidas en esa frase.
Esas palabras tienen poder para abrir y cerrar el
cielo. Declaran las condiciones bajo las cuales los
hombres son recibidos o rechazados. Así la obra de
aquellos que predican la Palabra de Dios tiene
sabor de vida para vida o de muerte para muerte.
La suya es una misión cargada de resultados
eternos.
El Salvador no confió la obra del Evangelio a
Pedro individualmente. En una ocasión ulterior,
repitiendo las palabras que fueron dichas a Pedro,
las aplicó directamente a la iglesia. Y lo mismo fue
dicho en substancia también a los doce como
representantes del cuerpo de creyentes. Si Jesús
hubiese delegado en uno de los discípulos alguna
autoridad especial sobre los demás, no los
encontraríamos contendiendo con tanta frecuencia
acerca de quién sería el mayor. Se habrían
sometido al deseo de su Maestro y habrían honrado
785
a aquel a quien él hubiese elegido.
En vez de nombrar a uno como su cabeza,
Cristo dijo de los discípulos: "No queráis ser
llamados Rabbí;" "ni seáis llamados maestros;
porque uno es vuestro Maestro, el Cristo." (Mateo
28:8,10)
"Cristo es la cabeza de todo varón." Dios, quien
puso todas las cosas bajo los pies del Salvador,
"diólo por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia,
la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que
hinche todas las cosas en todos.' (1 Corintios 11:3,
Efesios 1:22,23) La iglesia está edificada sobre
Cristo como su fundamento; ha de obedecer a
Cristo como su cabeza. No debe depender del
hombre, ni ser regida por el hombre. Muchos
sostienen que una posición de confianza en la
iglesia les da autoridad para dictar lo que otros
hombres deben creer y hacer. Dios no sanciona esta
pretensión. El Salvador declara: "Todos vosotros
sois hermanos.' Todos están expuestos a la
tentación y pueden errar. No podemos depender de
ningún ser finito para ser guiados. La Roca de la fe
786
es la presencia viva de Cristo en la iglesia. De ella
puede depender el más débil, y los que se creen los
más fuertes resultarán los más débiles, a menos que
hagan de Cristo su eficiencia. "Maldito el varón
que confía en el hombre, y pone carne por su
brazo." El Señor "es la Roca, cuya obra es
perfecta." "Bienaventurados todos los que en él
confían.' (Jeremías 17:3, Deuteronomio 332:4,
Salmos 2:12)
Después de la confesión de Pedro, Jesús
encargó a los discípulos que a nadie dijeran que él
era el Cristo. Este encargo fue hecho por causa de
la resuelta oposición de los escribas y fariseos. Aun
más, la gente y los discípulos mismos tenían un
concepto tan falso del Mesías, que el anunciar
públicamente su venida no les daría una verdadera
idea de su carácter o de su obra. Pero día tras día,
se estaba revelando a ellos como el Salvador, y así
deseaba darles un verdadero concepto de sí como
el Mesías.
Los discípulos seguían esperando que Cristo
reinase como príncipe temporal. Creían que, si bien
787
les había ocultado durante tanto tiempo su
designio, no permanecería siempre en la pobreza y
obscuridad; que debía estar acercándose el tiempo
en que establecería su reino. Nunca creyeron los El
que los sacerdotes y rabinos no iban a cejar en su
odio, que Cristo sería rechazado por su propia
nación, condenado como impostor y crucificado
como malhechor. Pero la hora del poder de las
tinieblas se acercaba y Jesús debía explicar a sus
discípulos el conflicto que les esperaba. El se
entristecía al pensar en la prueba.
Hasta entonces había evitado darles a conocer
cualquier cosa que se relacionase con sus
sufrimientos y su muerte. En su conversación con
Nicodemo había dicho: "Como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo
del hombre sea levantado; para que todo aquel que
en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida
eterna.' (Juan 3:14,15) Pero los discípulos no lo
habían oído, y si lo hubiesen oído, no lo habrían
comprendido. Pero ahora habían estado con Jesús,
escuchando sus palabras y contemplando sus obras,
hasta que, no obstante la humildad de su ambiente
788
y la oposición de los sacerdotes y del pueblo,
podían unirse al testimonio de Pedro: "Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente." Ahora había
llegado el momento de apartar el velo que ocultaba
el futuro. "Desde aquel tiempo comenzó Jesús a
declarar a sus discípulos que le convenía ir a
Jerusalem, y padecer mucho de los ancianos, y de
los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas; y
ser muerto, y resucitar al tercer día."
Los discípulos escuchaban mudos de tristeza y
asombro. Cristo había aceptado el reconocimiento
de Pedro cuando le declaró Hijo de Dios; y ahora
sus palabras, que anunciaban sus sufrimientos y su
muerte, parecían incomprensibles. Pedro no pudo
guardar silencio. Se asió de su Maestro como para
apartarlo de su suerte inminente, exclamando:
"Señor, ten compasión de ti: en ninguna manera
esto te acontezca."
Pedro amaba a su Señor; pero Jesús no le
elogió por manifestar así el deseo de escudarle del
sufrimiento. Las palabras de Pedro no eran de
naturaleza que fuesen de ayuda y solaz para Jesús
789
en la gran prueba que le esperaba. No estaban en
armonía con el misericordioso propósito de Dios
hacia un mundo perdido, ni con la lección de
abnegación que Jesús había venido a enseñar por
su propio ejemplo. Pedro no deseaba ver la cruz en
la obra de Cristo. La impresión que sus palabras
hacían se oponía directamente a la que Jesús
deseaba producir en la mente de sus seguidores, y
el Salvador fue movido a pronunciar una de las
más severas reprensiones que jamás salieran de sus
labios: "Quítate de delante de mí, Satanás; me eres
escándalo; porque no entiendes lo que es de Dios
sino lo que es de los hombres."
Satanás estaba tratando de desalentar a Jesús y
apartarle de su misión; y Pedro, en su amor ciego,
estaba dando voz a la tentación. El príncipe del mal
era el autor del pensamiento. Su instigación estaba
detrás de aquella súplica impulsiva. En el desierto,
Satanás había ofrecido a Cristo el dominio del
mundo a condición de que abandonase la senda de
la humillación y del sacrificio. Ahora estaba
presentando la misma tentación al discípulo de
Cristo. Estaba tratando de fijar la mirada de Pedro
790
en la gloria terrenal, a fin de que no contemplase la
cruz hacia la cual Jesús deseaba dirigir sus ojos.
Por medio de Pedro, Satanás volvía a apremiar a
Jesús con la tentación. Pero el Salvador no le hizo
caso; pensaba en su discípulo. Satanás se había
interpuesto entre Pedro y su Maestro, a fin de que
el corazón del discípulo no fuese conmovido por la
visión de la humillación de Cristo en su favor. Las
palabras de Cristo fueron pronunciadas, no a Pedro,
sino a aquel que estaba tratando de separarle de su
Redentor. "Quítate de delante de mí, Satanás." No
te interpongas más entre mí y mi siervo errante.
Déjame llegar cara a cara con Pedro para que
pueda revelarle el misterio de mi amor.
Fue una amarga lección para Pedro, una lección
que aprendió lentamente, la de que la senda de
Cristo en la tierra pasaba por la agonía y la
humillación. El discípulo rehuía la comunión con
su Señor en el sufrimiento; pero en el calor del
horno, había de conocer su bendición. Mucho
tiempo más tarde, cuando su cuerpo activo se
inclinaba bajo el peso de los años y las labores,
escribió: "Carísimos, no os maravilléis cuando sois
791
examinados por fuego, lo cual se hace para vuestra
prueba, como si alguna cosa peregrina os
aconteciese; antes bien gozaos en que sois
participantes de las aflicciones de Cristo; para que
también en la revelación de su gloria os gocéis en
triunfo." (1 Pedro 4:12,13)
Jesús explicó entonces a sus discípulos que su
propia vida de abnegación era un ejemplo de lo que
debía ser la de ellos. Llamando a su derredor
juntamente con sus discípulos a la gente que había
permanecido cerca, dijo: "Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz
cada día, y sígame." La cruz iba asociada con el
poder de Roma. Era el instrumento del suplicio
mortal más cruel y humillante. Se obligaba a los
más bajos criminales a que llevasen la cruz hasta el
lugar de su ejecución; y con frecuencia, cuando se
la estaban por poner sobre los hombros, resistían
con desesperada violencia, hasta que quedaban
dominados y se ataba sobre ellos el instrumento de
tortura. Pero Jesús ordenaba a sus discípulos que
tomaran la cruz para llevarla en pos de él. Para los
discípulos, sus palabras, aunque vagamente
792
comprendidas, señalaban su sumisión a la más
acerba humillación, una sumisión hasta la muerte
por causa de Cristo. El Salvador no podría haber
descrito una entrega más completa. Pero todo esto
él lo había aceptado por ellos. Jesús no reputó el
cielo como lugar deseable mientras estábamos
perdidos. El dejó los atrios celestiales, para venir a
llevar una vida de oprobios e insultos, y soportar
una muerte ignominiosa. El que era rico en los
inestimables tesoros del cielo se hizo pobre, a fin
de que por su pobreza fuésemos enriquecidos.
Hemos de seguir la senda que él pisó.
El amor hacia las almas por las cuales Cristo
murió significa crucificar al yo. El que es hijo de
Dios debe desde entonces considerarse como
eslabón de la cadena arrojada para salvar al mundo.
Es uno con Cristo en su plan de misericordia y sale
con él a buscar y salvar a los perdidos. El cristiano
ha de comprender siempre que se ha consagrado a
Dios y que en su carácter ha de revelar a Cristo al
mundo. La abnegación, la simpatía y el amor
manifestados en la vida de Cristo han de volver a
aparecer en la vida del que trabaja para Dios.
793
"El que quisiere salvar su vida, la perderá; y el
que perdiere su vida por causa de mí y del
evangelio la salvará." El egoísmo es muerte.
Ningún órgano del cuerpo podría vivir si limitase
su servicio a sí mismo. Si el corazón dejase de
mandar sangre a la mano y a la cabeza, no tardaría
en perder su fuerza. Así como nuestra sangre vital,
el amor de Cristo se difunde por todas las partes de
su cuerpo místico. Somos miembros unos de otros,
y el alma que se niega a impartir perecerá. Y "¿de
qué aprovecha al hombre – dijo Jesús, – si
granjeare todo el mundo, y perdiere su alma? O
¿qué recompensa dará el hombre por su alma?"
Más allá de la pobreza y humillación del
presente, él señaló a sus discípulos su venida en
gloria, no con el esplendor de un trono terrenal,
sino con la gloria de Dios y las huestes celestiales.
Y entonces, dijo, "pagará a cada uno conforme a
sus obras." Luego, para alentarlos, les dio la
promesa: "De cierto os digo: hay algunos de los
que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta
que hayan visto al Hijo del hombre viniendo en su
794
reino." Pero los discípulos no comprendieron sus
palabras. La gloria parecía lejana. Sus ojos estaban
fijos en la visión más cercana, la vida terrenal de
pobreza, de humillación y sufrimiento. ¿Debían
abandonar sus brillantes expectativas del reino del
Mesías? ¿No habían de ver a su Señor exaltado al
trono de David? ¿Podría ser que Cristo hubiera de
vivir como humilde vagabundo sin hogar, y
hubiera de ser despreciado, rechazado y ejecutado?
La tristeza oprimía su corazón, por cuanto amaban
a su Maestro. La duda acosaba también sus mentes,
porque les parecía incomprensible que el Hijo de
Dios fuese sometido a tan cruel humillación. Se
preguntaban por qué habría de ir voluntariamente a
Jerusalén para recibir el trato que les había dicho
que iba a recibir. ¿Cómo podía resignarse a una
suerte tal y dejarlos en mayores tinieblas que
aquellas en las cuales se debatían antes que se
revelase a ellos?
En la región de Cesarea de Filipos, Cristo
estaba fuera del alcance de Herodes y Caifás,
razonaban los discípulos. No tenían nada que temer
del odio de los judíos ni del poder de los romanos.
795
¿Por qué no trabajar allí, lejos de los fariseos? ¿Por
qué necesitaba entregarse a la muerte? Si había de
morir, ¿cómo podría establecerse su reino tan
firmemente que las puertas del infierno no
prevaleciesen contra él? Para los discípulos, esto
era, a la verdad, un misterio.
Ya estaban viajando por la ribera del mar de
Galilea hacia la ciudad donde todas sus esperanzas
quedarían destrozadas. No se atrevían a reprender a
Cristo, pero conversaban entre sí en tono bajo y
pesaroso acerca de lo que sería el futuro. Aun en
medio de sus dudas, se aferraban al pensamiento de
que alguna circunstancia imprevista podría impedir
la suerte que parecía aguardar a su Señor. Así se
entristecieron y dudaron, esperaron y temieron,
durante seis largos y lóbregos días.
796
Capítulo 46
La Transfiguración
LA NOCHE se estaba acercando cuando Jesús
llamó a su lado a tres de sus discípulos, Pedro,
Santiago y Juan y los condujo, a través de los
campos y por una senda escarpada, hasta una
montaña solitaria. El Salvador y sus discípulos
habían pasado el día viajando y enseñando, y la
ascensión a la montaña aumentaba su cansancio.
Cristo había aliviado a muchos dolientes de sus
cargas mentales y corporales; había hecho pasar
impulsos de vida por sus cuerpos debilitados; pero
también él estaba vestido de humanidad y,
juntamente con sus discípulos, se sentía cansado
por la ascensión.
La luz del sol poniente se detenía en la cumbre
y doraba con su gloria desvaneciente el sendero
que recorrían. Pero pronto la luz desapareció tanto
de las colinas como de los valles y el sol se hundió
bajo el horizonte occidental, y los viajeros
797
solitarios quedaron envueltos en la obscuridad de la
noche. La lobreguez de cuanto los rodeaba parecía
estar en armonía con sus vidas pesarosas, en
derredor de las cuales se congregaban y espesaban
las nubes.
Los discípulos no se atrevían a preguntarle a
Cristo adónde iba ni con qué fin. Con frecuencia él
había pasado noches enteras orando en las
montañas. Aquel cuya mano había formado los
montes y valles se encontraba en casa con la
naturaleza, y disfrutaba su quietud. Los discípulos
siguieron a Cristo adonde los llevaba, aunque
preguntándose por qué su Maestro los conducía a
esa penosa ascensión cuando ya estaban cansados y
cuando él también necesitaba reposo.
Finalmente, Cristo les dice que no han de ir
más lejos. Apartándose un poco de ellos, el Varón
de dolores derrama sus súplicas con fuerte clamor
y lágrimas. Implora fuerzas para soportar la prueba
en favor de la humanidad. El mismo debe
establecer nueva comunión con la Omnipotencia,
porque únicamente así puede contemplar lo futuro.
798
Y vuelca los anhelos de su corazón en favor de sus
discípulos, para que en la hora del poder de las
tinieblas no les falte la fe. El rocío cae El sobre su
cuerpo postrado, pero él no le presta atención. Las
espesas sombras de la noche le rodean, pero él no
considera su lobreguez. Y así las horas pasan
lentamente. Al principio, los discípulos unen sus
oraciones a las suyas con sincera devoción; pero
después de un tiempo los vence el cansancio y, a
pesar de que procuran sostener su interés en la
escena, se duermen. Jesús les ha hablado de sus
sufrimientos; los trajo consigo esta noche para que
pudiesen orar con él; aun ahora está orando por
ellos. El Salvador ha visto la tristeza de sus
discípulos, y ha deseado aliviar su pesar dándoles
la seguridad de que su fe no ha sido inútil. No
todos, aun entre los doce, pueden recibir la
revelación que desea impartirles. Sólo los tres que
han de presenciar su angustia en el Getsemaní han
sido elegidos para estar con él en el monte. Ahora,
su principal petición es que les sea dada una
manifestación de la gloria que tuvo con el Padre
antes que el mundo fuese, que su reino sea
revelado a los ojos humanos, y que sus discípulos
799
sean fortalecidos para contemplarlo. Ruega que
ellos puedan presenciar una manifestación de su
divinidad que los consuele en la hora de su agonía
suprema, con el conocimiento de que él es
seguramente el Hijo de Dios, y que su muerte
ignominiosa es parte del plan de la redención.
Su oración es oída. Mientras está postrado
humildemente sobre el suelo pedregoso, los cielos
se abren de repente, las áureas puertas de la ciudad
de Dios quedan abiertas de par en par, y una
irradiación santa desciende sobre el monte,
rodeando la figura del Salvador. Su divinidad
interna refulge a través de la humanidad, y va al
encuentro de la gloria que viene de lo alto.
Levantándose de su posición postrada, Cristo se
destaca con majestad divina. Ha desaparecido la
agonía de su alma. Su rostro brilla ahora "como el
sol" y sus vestiduras son "blancas como la luz."
Los discípulos, despertándose, contemplan los
raudales de gloria que iluminan el monte. Con
temor y asombro, miran el cuerpo radiante de su
Maestro. Y al ser habilitados para soportar la luz
800
maravillosa, ven que Jesús no está solo. Al lado de
él, hay dos seres celestiales, que conversan
íntimamente con él. Son Moisés, quien había
hablado sobre el Sinaí con Dios, y Elías, a quien se
concedió el alto privilegio –otorgado tan sólo a
otro de los hijos de Adán– de no pasar bajo el
poder de la muerte.
Quince siglos antes, sobre el monte Pisga,
Moisés había contemplado la tierra prometida. Pero
a causa de su pecado en Meriba, no le fue dado
entrar en ella. No le tocó el gozo de conducir a la
hueste de Israel a la herencia de sus padres. Su
ferviente súplica: "Pase yo, ruégote, y vea aquella
tierra buena, que está a la parte allá del Jordán,
aquel buen monte, y el Líbano,'(Deuteronomio
3:25) fue denegada. La esperanza que durante
cuarenta años había iluminado las tinieblas de sus
peregrinaciones por el desierto, debió frustrarse.
Una tumba en el desierto fue el fin de aquellos
años de trabajo y congoja pesada. Pero "Aquel que
es poderoso para hacer todas las cosas mucho más
abundantemente de lo que pedimos o
entendemos,"(Efesios 3:20) había contestado en
801
esta medida la oración de su siervo. Moisés pasó
bajo el dominio de la muerte, pero no permaneció
en la tumba. Cristo mismo le devolvió la vida.
Satanás, el tentador, había pretendido el cuerpo de
Moisés por causa de su pecado; pero Cristo el
Salvador lo sacó del sepulcro.(Judas 9)
En el monte de la transfiguración, Moisés
atestiguaba la victoria de Cristo sobre el pecado y
la muerte. Representaba a aquellos que saldrán del
sepulcro en la resurrección de los justos. Elías, que
había sido trasladado al cielo sin ver la muerte,
representaba a aquellos que estarán viviendo en la
tierra cuando venga Cristo por segunda vez,
aquellos que serán "transformados, en un
momento, en un abrir de ojo, a la final trompeta;"
cuando "esto mortal sea vestido de inmortalidad," y
"esto corruptible fuere vestido de incorrupción."(1
Corintios 15:51-53) Jesús estaba vestido por la luz
del cielo, como aparecerá cuando venga "la
segunda vez, sin pecado, . . . para salud." Porque él
vendrá "en la gloria de su Padre con los santos
ángeles."(Hebreos 9:28, Marcos 8:38) La promesa
que hizo el Salvador a los discípulos quedó
802
cumplida. Sobre el monte, el futuro reino de gloria
fue representado en miniatura: Cristo el Rey,
Moisés el representante de los santos resucitados, y
Elías de los que serán trasladados.
Los discípulos no comprenden todavía la
escena; pero se regocijan de que el paciente
Maestro, el manso y humilde, que ha peregrinado
de acá para allá como extranjero sin ayuda, ha sido
honrado por los favorecidos del cielo. Creen que
Elías ha venido para anunciar el reinado del
Mesías, y que el reino de Cristo está por
establecerse en la tierra. Quieren desterrar para
siempre el recuerdo de su temor y desaliento.
Desean permanecer allí donde la gloria de Dios se
revela. Pedro exclama: "Maestro, bien será que nos
quedemos aquí, y hagamos tres pabellones: para ti
uno, y para Moisés otro, y para Elías otro." Los
discípulos confían en que Moisés y Elías han sido
enviados para proteger a su Maestro y establecer su
autoridad real.
Pero antes de la corona debe venir la cruz; y el
tema de la conferencia con Jesús no es su
803
inauguración como rey, sino su fallecimiento, que
ha de acontecer en Jerusalén. Llevando la debilidad
de la humanidad y cargado con su tristeza y
pecado, Cristo anduvo solo en medio de los
hombres. Mientras las tinieblas de la prueba
venidera le apremiaban, estuvo espiritualmente
solo en un mundo que no le conocía. Aun sus
amados discípulos, absortos en sus propias dudas,
tristezas y esperanzas ambiciosas, no habían
comprendido el misterio de su misión. El había
morado entre el amor y la comunión del cielo; pero
en el mundo que había creado, se hallaba en la
soledad. Ahora el Cielo había enviado sus
mensajeros a Jesús; no ángeles, sino hombres que
habían soportado sufrimientos y tristezas y podían
simpatizar con el Salvador en la prueba de su vida
terrenal. Moisés y Elías habían sido colaboradores
de Cristo. Habían compartido su anhelo de salvar a
los hombres. Moisés había rogado por Israel: "Que
perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de
tu libro que has escrito."(Éxodo 32:32) Elías había
conocido la soledad de espíritu mientras durante
tres años y medio había llevado el peso del odio y
la desgracia de la nación. Había estado solo de
804
parte de Dios sobre el monte Carmelo. Solo, había
huido al desierto con angustia y desesperación.
Estos hombres, escogidos antes que cualquier ángel
que rodease el trono, habían venido para conversar
con Jesús acerca de las escenas de sus sufrimientos,
y para consolarle con la seguridad de la simpatía
del cielo. La esperanza del mundo, la salvación de
todo ser humano, fue el tema de su entrevista.
Vencidos por el sueño, los discípulos oyeron
poco de lo que sucedió entre Cristo y los
mensajeros celestiales. Por haber dejado de velar y
orar, no habían recibido lo que Dios deseaba
darles: un conocimiento de los sufrimientos de
Cristo y de la gloria que había de seguirlos.
Perdieron la bendición que podrían haber obtenido
compartiendo su abnegación. Estos discípulos eran
lentos para creer y apreciaban poco el tesoro con
que el Cielo trataba de enriquecerlos.
Sin embargo, recibieron gran luz. Se les
aseguró que todo el cielo conocía el pecado de la
nación judía al rechazar a Cristo. Se les dio una
percepción más clara de la obra del Redentor.
805
Vieron con sus ojos y oyeron con sus oídos cosas
que superaban la comprensión humana. Fueron
"testigos oculares de su majestad,"(2 Pedro 1:16) y
comprendieron que Jesús era de veras el Mesías, de
quien los patriarcas y profetas habían dado
testimonio, y que era reconocido como tal por el
universo celestial.
Mientras estaban aún mirando la escena sobre
el monte, "he aquí una nube de luz que los cubrió;
y he aquí una voz de la nube, que dijo: Este es mi
Hijo amado, en el cual tomo contentamiento: a él
oíd." Mientras contemplaban la nube de gloria, más
resplandeciente que la que iba delante de las tribus
de Israel en el desierto; mientras oían la voz de
Dios que hablaba en la pavorosa majestad que hizo
temblar la montaña, los discípulos cayeron
abrumados al suelo. Permanecieron postrados, con
los rostros ocultos, hasta que Jesús se les acercó, y
tocándolos, disipó sus temores con su voz bien
conocida:
"Levantaos,
y
no
temáis."
Aventurándose a alzar los ojos, vieron que la gloria
celestial se había desvanecido y que Moisés y Elías
habían desaparecido. Estaban sobre el monte, solos
806
con Jesús.
807
Capítulo 47
"Nada os Será Imposible"
DESPUÉS de haber pasado toda la noche en el
monte, a la salida del sol Jesús y sus discípulos
descendieron a la llanura. Absortos en sus
pensamientos,
los
discípulos
marchaban
asombrados y en silencio. Pedro mismo no tenía
una palabra que decir. Gustosamente habrían
permanecido en aquel santo lugar que había sido
tocado por la luz del cielo, y donde el Hijo de Dios
había manifestado su gloria; pero había que
trabajar para el pueblo, que ya estaba buscando a
Jesús desde lejos y cerca.
Al pie de la montaña se había reunido una gran
compañía conducida allí por los discípulos que
habían quedado atrás pero que sabían adónde se
había dirigido Jesús. Al acercarse el Salvador,
encargó a sus tres compañeros que guardasen
silencio acerca de lo que habían presenciado,
diciendo: "No digáis a nadie la visión, hasta que el
808
Hijo del hombre resucite de los muertos." La
revelación hecha a los discípulos había de ser
meditada en su corazón y no divulgada. El relatarla
a las multitudes no habría hecho sino excitar el
ridículo o la ociosa admiración. Y ni aun los nueve
apóstoles iban a comprender la escena hasta
después que Cristo hubiese resucitado de los
muertos. Cuán lentos de comprensión eran los
mismos tres discípulos favorecidos, puede verse en
el hecho de que, a pesar de todo lo que Cristo había
dicho acerca de lo que le esperaba, se preguntaban
entre sí lo que significaría el resucitar de entre los
muertos. Sin embargo, no pidieron explicación a
Jesús. Sus palabras acerca del futuro los habían
llenado de tristeza; no buscaron otra revelación
concerniente a aquello que preferían creer que
nunca acontecería.
Al divisar a Jesús, la gente que estaba en la
llanura corrió a su encuentro, saludándole con
expresiones de reverencia y gozo. Sin embargo, su
ojo avizor discernió que estaban en gran
perplejidad. Los discípulos parecían turbados.
Acababa de ocurrir una circunstancia que les había
809
ocasionado amargo chasco y humillación.
Mientras estaban esperando al pie de la
montaña, un padre les había traído a su hijo para
que lo librasen de un espíritu mudo que le
atormentaba. Cuando Jesús mandó a los doce a
predicar por Galilea, les había conferido autoridad
sobre los espíritus inmundos para poder echarlos.
Mientras conservaron firme su fe, los malos
espíritus habían obedecido sus palabras. Ahora, en
el nombre de Cristo, ordenaron al espíritu
torturador que dejase a su víctima, pero el demonio
no había hecho sino burlarse de ellos mediante un
nuevo despliegue de su poder. Los discípulos,
incapaces de explicarse su derrota, sentían que
estaban atrayendo deshonor sobre sí mismos y su
Maestro. Y en la muchedumbre había escribas que
sacaban partido de esa oportunidad para
humillarlos. Agolpándose en derredor de los
discípulos, los acosaban con preguntas, tratando de
demostrar que ellos y su Maestro eran impostores.
Allí había un espíritu malo que ni los discípulos ni
Cristo mismo podrían vencer, declararon
triunfalmente los rabinos. La gente se inclinaba a
810
concordar con los escribas, y dominaba a la
muchedumbre un sentimiento de desprecio y burla.
Pero de repente las acusaciones cesaron. Se vio
a Jesús y los tres discípulos que se acercaban, y con
una rápida reversión de sentimientos, la gente se
volvió para recibirlos. La noche de comunión con
la gloria celestial había dejado su rastro sobre el
Salvador y sus compañeros. En sus semblantes,
había una luz que infundía reverencia a quienes los
miraban. Los escribas se retiraron temerosos,
mientras que la gente daba la bienvenida a Jesús.
Como si hubiese presenciado todo lo que había
ocurrido, el Salvador vino a la escena del conflicto
y fijando su mirada en los escribas preguntó: "¿Qué
disputáis con ellos?"
Pero las voces que antes habían sido tan
atrevidas y desafiantes permanecieron ahora
calladas. El silencio embargaba a todo el grupo.
Entonces el padre afligido se abrió paso entre la
muchedumbre, y cayendo a los pies de Jesús
expresó su angustia y desaliento:
811
"Maestro – dijo,– traje a ti mi hijo, que tiene un
espíritu mudo, el cual, donde quiera que le toma, le
despedaza; . . . y dije a tus discípulos que le
echasen fuera, y no pudieron." Jesús miró en
derredor suyo a la multitud despavorida, a los
cavilosos escribas, a los perplejos discípulos. Vio
incredulidad en todo corazón; y con voz llena de
tristeza exclamó: "¡Oh generación infiel! ¿hasta
cuándo estaré con vosotros? ¿hasta cuándo os
tengo de sufrir?" Luego ordenó al padre
angustiado: "Trae tu hijo acá."
Fue traído el muchacho y, al posarse los ojos
del Salvador sobre él, el espíritu malo lo arrojó al
suelo en convulsiones de agonía. Se revolcaba y
echaba espuma por la boca, hendiendo el aire con
clamores pavorosos.
El Príncipe de la vida y el príncipe de las
potestades de las tinieblas habían vuelto a
encontrarse en el campo de batalla: Cristo, en
cumplimiento de su misión de "pregonar a los
cautivos libertad, y . . . para poner en libertad a los
812
quebrantados;' (Lucas 4:18), Satanás tratando de
retener a su víctima bajo su dominio. Invisibles, los
ángeles de luz y las huestes de los malos ángeles se
cernían cerca del lugar para contemplar el
conflicto. Por un momento, Jesús permitió al mal
espíritu que manifestase su poder, a fin de que los
espectadores comprendiesen el libramiento que se
iba a producir.
La muchedumbre miraba con el aliento en
suspenso, el padre con agonía de esperanza y
temor. Jesús preguntó: "¿Cuánto tiempo ha que le
aconteció esto?" El padre contó la historia de los
largos años de sufrimiento, y luego, como si no lo
pudiese soportar más, exclamó: "Si puedes algo,
ayúdanos, teniendo misericordia de nosotros." "Si
puedes." Hasta el padre dudaba ahora del poder de
Cristo.
Jesús respondió: "Si puedes creer, al que cree
todo es posible." No faltaba poder a Cristo; pero la
curación del hijo dependía de la fe del padre.
Estallando en lágrimas, comprendiendo su propia
debilidad, el padre se confió completamente a la
813
misericordia de Cristo, exclamando: "Creo, ayuda
mi incredulidad."
Jesús se volvió hacia el enfermo y dijo:
"Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y
no entres más en él." Se oyó un clamor y se
produjo una lucha intensísima. El demonio, al salir,
parecía estar por quitar la vida a su víctima. Luego
el mancebo quedó acostado sin movimiento y
aparentemente sin vida. La multitud murmuró:
"Está muerto." Pero Jesús le tomó de la mano y,
alzándole, le presentó en perfecta sanidad mental y
corporal a su padre. El padre y el hijo alabaron el
nombre de su libertador. Los espectadores
quedaron "atónitos de la grandeza de Dios,"
mientras los escribas, derrotados y abatidos, se
apartaron malhumorados.
"Si puedes algo, ayúdanos, teniendo
misericordia de nosotros." ¡Cuántas almas cargadas
por el pecado han repetido esta oración! Y para
todas, la respuesta del Salvador compasivo es: "Si
puedes creer, al que cree todo es posible." Es la fe
la que nos une con el Cielo y nos imparte fuerza
814
para luchar con las potestades de las tinieblas. En
Cristo, Dios ha provisto medios para subyugar todo
rasgo pecaminoso y resistir toda tentación, por
fuerte que sea. Pero muchos sienten que les falta la
fe, y por lo tanto permanecen lejos de Cristo.
Confíen estas almas desamparadas e indignas en la
misericordia de su Salvador compasivo. No se
miren a sí mismas, sino a Cristo. El que sanó al
enfermo y echó a los demonios cuando estaba entre
los hombres es hoy el mismo Redentor poderoso.
La fe viene por la palabra de Dios. Entonces
aceptemos la promesa: "Al que a mí viene, no le
echo fuera." Arrojémonos a sus pies clamando:
"Creo, ayuda mi incredulidad." Nunca pereceremos
mientras hagamos esto, nunca.
En corto tiempo, los discípulos favorecidos
habían contemplado los extremos de la gloria y de
la humillación. Habían visto a la humanidad
transfigurada a la imagen de Dios y degradada a
semejanza de Satanás. De la montaña donde había
conversado con los mensajeros celestiales y había
sido proclamado Hijo de Dios por la voz de la
radiante gloria, habían visto a Jesús descender para
815
hacer frente al espectáculo angustioso y repugnante
del joven endemoniado, con rostro desencajado,
que hacía crujir los dientes en espasmos de una
agonía que ningún poder humano podía aliviar. Y
este poderoso Redentor, que tan solo unas horas
antes estuvo glorificado delante de sus discípulos
asombrados, se inclinó para levantar a la víctima de
Satanás de la tierra donde se revolcaba y
devolverla, sana de mente y cuerpo, a su padre y a
su hogar.
Esta era una lección objetiva de la redención: el
Ser Divino procedente de la gloria del Padre, se
detenía para salvar a los perdidos. Representaba
también la misión de los discípulos. La vida de los
siervos de Cristo no ha de pasarse sólo en la
cumbre de la montaña con Jesús, en horas de
iluminación espiritual. Tienen trabajo que hacer en
la llanura. Las almas que Satanás ha esclavizado
están esperando la palabra de fe y oración que las
liberte.
Los nueve discípulos estaban todavía pensando
en su amargo fracaso; y cuando Jesús estuvo otra
816
vez solo con ellos, le preguntaron: "¿Por qué
nosotros no lo pudimos echar fuera?" Jesús les
contestó: ' Por vuestra incredulidad; porque de
cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de
mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá: y
se pasará: y nada os será imposible. Mas este linaje
no sale sino por oración y ayuno." Su incredulidad,
que los privaba de sentir una simpatía más
profunda hacia Cristo, y la negligencia con que
habían considerado la obra sagrada a ellos confiada
les habían hecho fracasar en el conflicto con las
potestades de las tinieblas.
Las palabras con que Cristo señalara su muerte
les habían infundido tristeza y duda. Y la elección
de los tres discípulos para que acompañasen a
Jesús a la montaña había excitado los celos de los
otros nueve. En vez de fortalecer su fe por la
oración y la meditación en las palabras de Cristo,
se habían estado espaciando en sus desalientos y
agravios personales. En este estado de tinieblas,
habían emprendido el conflicto con Satanás.
A fin de tener éxito en un conflicto tal, debían
817
encarar la obra con un espíritu diferente. Su fe
debía ser fortalecida por la oración ferviente, el
ayuno y la humillación del corazón. Debían
despojarse del yo y ser henchidos del espíritu y del
poder de Dios. La súplica ferviente y perseverante
dirigida a Dios con una fe que induce a confiar
completamente en él y a consagrarse sin reservas a
su obra, es la única que puede prevalecer para traer
a los hombres la ayuda del Espíritu Santo en la
batalla contra los principados y potestades, los
gobernadores de las tinieblas de este mundo y las
huestes espirituales de iniquidad en las regiones
celestiales.
"Si tuviereis fe como un grano de mostaza –
dijo Jesús,– diréis a este monte: Pásate de aquí allá:
y se pasará." Aunque muy pequeña, la semilla de
mostaza contiene el mismo principio vital
misterioso que produce el crecimiento del árbol
más imponente. Cuando la semilla de mostaza es
echada en la tierra, el germen diminuto se apropia
de cada elemento que Dios ha provisto para su
nutrición y emprende prestamente su lozano
desarrollo. Si tenemos una fe tal, nos
818
posesionaremos de la Palabra de Dios y de todos
los agentes útiles que él ha provisto. Así nuestra fe
se fortalecerá, y traerá en nuestra ayuda el poder
del Cielo. Los obstáculos que Satanás acumula
sobre nuestra senda, aunque aparentemente tan
insuperables
como
altísimas
montañas,
desaparecerán ante el mandato de la fe. "Nada os
será imposible."
819
Capítulo 48
¿Quién es el Mayor?
AL VOLVER a Capernaúm, Jesús no se dirigió
a los lugares bien conocidos donde había enseñado
a la gente, sino que con sus discípulos buscó
silenciosamente la casa que había de ser su hogar
provisorio. Durante el resto de su estada en Galilea,
se proponía instruir a los discípulos más bien que
trabajar por las multitudes.
Durante el viaje por Galilea, Cristo había
procurado otra vez preparar el ánimo de sus
discípulos para las escenas que les esperaban. Les
había dicho que debía subir a Jerusalén para morir
y resucitar. Y les había anunciado el hecho extraño
y terrible de que iba a ser entregado en manos de
sus enemigos. Los discípulos no comprendían
todavía sus palabras. Aunque la sombra de un gran
pesar había caído sobre ellos, el espíritu de
rivalidad subsistía en su corazón. Disputaban entre
sí acerca de quién sería el mayor en el reino.
820
Pensaban ocultar la disensión a Jesús, y no se
mantenían como de costumbre cerca de él, sino que
permanecían rezagados, de manera que él iba
adelante de ellos cuando entraron en Capernaúm.
Jesús leía sus pensamientos y anhelaba
aconsejarlos e instruirlos. Pero esperó para ello una
hora de tranquilidad, cuando estuviesen con el
corazón dispuesto a recibir sus palabras.
Poco después de llegar a la ciudad, el cobrador
del impuesto para el templo vino a Pedro
preguntando: "¿Vuestro Maestro no paga las dos
dracmas?" Este tributo no era un impuesto civil,
sino una contribución religiosa exigida anualmente
a cada judío para el sostén del templo. El negarse a
pagar el tributo sería considerado como deslealtad
al templo, lo que era en la estima de los rabinos un
pecado muy grave. La actitud del Salvador hacia
las leyes rabínicas, y sus claras reprensiones a los
defensores de la tradición, ofrecían un pretexto
para acusarle de estar tratando de destruir el
servicio del templo. Ahora sus enemigos vieron
una oportunidad para desacreditarle. En el cobrador
del tributo encontraron un aliado dispuesto.
821
Pedro vio en la pregunta del cobrador una
insinuación de sospecha acerca de la lealtad de
Cristo hacia el templo. Celoso del honor de su
Maestro, contestó apresuradamente, sin consultarle,
que Jesús pagaría el tributo.
Pero Pedro había comprendido tan sólo
parcialmente el propósito del indagador. Ciertas
clases de personas estaban exentas de pagar el
tributo. En el tiempo de Moisés, cuando los levitas
fueron puestos aparte para el servicio del santuario,
no les fue dada herencia entre el pueblo. El Señor
dijo: "Por lo cual Leví no tuvo parte ni heredad con
sus hermanos: Jehová es su heredad."
(Deuteronomio 10:9) En el tiempo de Cristo, los
sacerdotes y levitas eran todavía considerados
como dedicados especialmente al templo, y no se
requería de ellos que diesen la contribución anual
para su sostén. También los profetas estaban
exentos de ese pago. Al requerir el tributo de Jesús,
los rabinos negaban su derecho como profeta o
maestro, y trataban con él como con una persona
común. Si se negaba a pagar el tributo, ello sería
822
presentado como deslealtad al templo; mientras
que por otro lado, el pago justificaría la actitud que
asumían al no reconocerle como profeta.
Tan sólo poco tiempo antes, Pedro había
reconocido a Jesús como el Hijo de Dios; pero
ahora perdió la oportunidad de hacer resaltar el
carácter de su Maestro. Por su respuesta al
cobrador, de que Jesús pagaría el tributo, sancionó
virtualmente el falso concepto de él que estaban
tratando de difundir los sacerdotes y gobernantes.
Cuando Pedro entró en la casa, el Salvador no
se refirió a lo que había sucedido, sino que
preguntó: "¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la
tierra, ¿de quién cobran los tributos o el censo? ¿de
sus hijos o de los extraños? Pedro le dice: De los
extraños." Jesús dijo: "Luego los hijos son
francos." Mientras que los habitantes de un país
tienen que pagar impuesto para sostener a su rey,
los hijos del monarca son eximidos. Así también
Israel, el profeso pueblo de Dios, debía sostener su
culto; pero Jesús, el Hijo de Dios, no se hallaba
bajo esta obligación. Si los sacerdotes y levitas
823
estaban exentos por su relación con el templo, con
cuánta más razón Aquel para quien el templo era la
casa de su Padre.
Si Jesús hubiese pagado el tributo sin protesta,
habría reconocido virtualmente la justicia del
pedido, y habría negado así su divinidad. Pero
aunque consideró propio satisfacer la demanda,
negó la pretensión sobre la cual se basaba. Al
proveer para el pago del tributo, dio evidencia de
su carácter divino. Quedó de manifiesto que él era
uno con Dios, y por lo tanto no se hallaba bajo
tributo como mero súbdito del Rey.
"Ve a la mar –indicó a Pedro,– y echa el
anzuelo, y el primer pez que viniere, tómalo, y
abierta su boca, hallarás un estatero: tómalo, y
dáselo por mí y por ti."
Aunque había revestido su divinidad con la
humanidad, en este milagro reveló su gloria. Era
evidente que era Aquel que había declarado por
medio de David: "Porque mía es toda bestia del
bosque, y los millares de animales en los collados.
824
Conozco todas las aves de los montes, y en mi
poder están las fieras del campo. Si yo tuviese
hambre, no te lo diría a ti: porque mío es el mundo
y su plenitud." (Salmos 50:10-12)
Aunque Jesús demostró claramente que no se
hallaba bajo la obligación de pagar tributo, no entró
en controversia alguna con los judíos acerca del
asunto; porque ellos hubieran interpretado mal sus
palabras, y las habrían vuelto contra él. Antes que
ofenderlos reteniendo el tributo, hizo aquello que
no se le podía exigir con justicia. Esta lección iba a
ser de gran valor para sus discípulos. Pronto se
iban a realizar notables cambios en su relación con
el servicio del templo, y Cristo les enseñó a no
colocarse innecesariamente en antagonismo con el
orden establecido. Hasta donde fuese posible,
debían evitar el dar ocasión para que su fe fuese
mal interpretada. Aunque los cristianos no han de
sacrificar un solo principio de la verdad, deben
evitar la controversia siempre que sea posible.
Mientras Cristo y los discípulos estaban solos
en la casa, después que Pedro se fuera al mar, Jesús
825
llamó a los otros a sí y les preguntó: "¿Qué
disputabais entre vosotros en el camino?" La
presencia de Jesús y su pregunta dieron al asunto
un cariz enteramente diferente del que les había
parecido que tenía mientras disputaban por el
camino. La vergüenza y un sentimiento de
condenación les indujeron a guardar silencio. Jesús
les había dicho que iba a morir por ellos, y la
ambición egoísta de ellos ofrecía un doloroso
contraste con el amor altruista que él manifestaba.
Cuando Jesús les dijo que iba a morir y
resucitar, estaba tratando de entablar una
conversación con ellos acerca de la gran prueba de
su fe. Si hubiesen estado listos para recibir lo que
deseaba comunicarles, se habrían ahorrado amarga
angustia y desesperación. Sus palabras les habrían
impartido consuelo en la hora de duelo y
desilusión. Pero aunque había hablado muy
claramente de lo que le esperaba, la mención de
que pronto iba a ir a Jerusalén reanimó en ellos la
esperanza de que se estuviese por establecer el
reino y los indujo a preguntarse quiénes
desempeñarían los cargos más elevados. Al volver
826
Pedro del mar, los discípulos le hablaron de la
pregunta del Salvador, y al fin uno se atrevió a
preguntar a Jesús: "¿Quién es el mayor en el reino
de los cielos?"
El Salvador reunió a sus discípulos en derredor
de sí y les dijo: "Si alguno quiere ser el primero,
será el postrero de todos, y el servidor de todos."
Tenían estas palabras una solemnidad y un carácter
impresionante que los discípulos distaban mucho
de comprender. Ellos no podían ver lo que Cristo
discernía. No percibían la naturaleza del reino de
Cristo, y esta ignorancia era la causa aparente de su
disputa. Pero la verdadera causa era más profunda.
Explicando la naturaleza del reino, Cristo podría
haber apaciguado su disputa por el momento; pero
esto no habría alcanzado la causa fundamental.
Aun después de haber recibido el conocimiento
más completo, cualquier cuestión de preferencia
podría renovar la dificultad, y el desastre podría
amenazar a la iglesia después de la partida de
Cristo. La lucha por el puesto más elevado era la
manifestación del mismo espíritu que diera origen
a la gran controversia en los mundos superiores e
827
hiciera bajar a Cristo del cielo para morir. Surgió
delante de él una visión de Lucifer, el hijo del alba,
que superaba en gloria a todos los ángeles que
rodean el trono y estaba unido al Hijo de Dios por
los vínculos más íntimos. Lucifer había dicho:
"Seré semejante al Altísimo," (Isaías 14:12,14) y su
deseo de exaltación había introducido la lucha en
los atrios celestiales y desterrado una multitud de
las huestes de Dios. Si Lucifer hubiese deseado
realmente ser como el Altísimo, no habría
abandonado el puesto que le había sido señalado en
el cielo; porque el espíritu del Altísimo se
manifiesta sirviendo abnegadamente. Lucifer
deseaba el poder de Dios, pero no su carácter.
Buscaba para sí el lugar más alto, y todo ser
impulsado por su espíritu hará lo mismo. Así
resultarán inevitables el enajenamiento, la
discordia y la contención. El dominio viene a ser el
premio del más fuerte. El reino de Satanás es un
reino de fuerza; cada uno mira al otro como un
obstáculo para su propio progreso, o como un
escalón para poder trepar a un puesto más elevado.
Mientras
Lucifer
consideró
828
como
presa
deseable el ser igual a Dios, Cristo, el encumbrado,
"se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo,
hecho semejante a los hombres; y hallado en la
condición como hombre, se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz."
(Filipenses 2:7,8) En esos momentos, la cruz le
esperaba; y sus propios discípulos estaban tan
llenos de egoísmo, es decir, del mismo principio
que regía el reino de Satanás, que no podían sentir
simpatía por su Señor, ni siquiera comprenderle
mientras les hablaba de su humillación por ellos.
Muy tiernamente, aunque con solemne énfasis,
Jesús trató de corregir el mal. Demostró cuál es el
principio que rige el reino de los cielos, y en qué
consiste la verdadera grandeza, según las normas
celestiales. Los que eran impulsados por el orgullo
y el amor a la distinción, pensaban en sí mismos y
en la recompensa que habían de recibir, más bien
que en cómo podían devolver a Dios los dones que
habían recibido. No tendrían cabida en el reino de
los cielos porque estaban identificados con las filas
de Satanás.
829
Antes de la honra viene la humildad. Para
ocupar un lugar elevado ante los hombres, el Cielo
elige al obrero que como Juan el Bautista, toma un
lugar humilde delante de Dios. El discípulo que
más se asemeja a un niño es el más eficiente en la
labor para Dios. Los seres celestiales pueden
cooperar con aquel que no trata de ensalzarse a sí
mismo sino de salvar almas. El que siente más
profundamente su necesidad de la ayuda divina la
pedirá; y el Espíritu Santo le dará vislumbres de
Jesús que fortalecerán y elevarán su alma. Saldrá
de la comunión con Cristo para trabajar en favor de
aquellos que perecen en sus pecados. Fue ungido
para su misión, y tiene éxito donde muchos de los
sabios e intelectualmente preparados fracasarían.
Pero cuando los hombres se ensalzan a sí
mismos, y se consideran necesarios para el éxito
del gran plan de Dios, el Señor los hace poner a un
lado. Queda demostrado que el Señor no depende
de ellos. La obra no se detiene porque ellos sean
separados de ella, sino que sigue adelante con
mayor poder.
830
No era suficiente que los discípulos de Jesús
fuesen instruidos en cuanto a la naturaleza de su
reino. Lo que necesitaban era un cambio de
corazón que los pusiese en armonía con sus
principios. Llamando a un niñito a sí, Jesús lo puso
en medio de ellos; y luego rodeándole tiernamente
con sus brazos dijo: "De cierto os digo, que si no os
volviereis, y fuereis como niños, no entraréis en el
reino de los cielos." La sencillez, el olvido de sí
mismo y el amor confiado del niñito son los
atributos que el Cielo aprecia. Son las
características de la verdadera grandeza.
Jesús volvió a explicar a sus discípulos que su
reino no se caracteriza por la dignidad y
ostentación terrenales. A los pies de Jesús, se
olvidan todas estas distinciones. Se ve a los ricos y
a los pobres, a los sabios y a los ignorantes, sin
pensamiento alguno de casta ni de preeminencia
mundanal. Todos se encuentran allí como almas
compradas por la sangre de Jesús, y todos por igual
dependen de Aquel que los redimió para Dios.
El alma sincera y contrita es preciosa a la vista
831
de Dios. El pone su señal sobre los hombres, no
según su jerarquía ni su riqueza, ni por su grandeza
intelectual, sino por su unión con Cristo. El Señor
de gloria queda satisfecho con aquellos que son
mansos y humildes de corazón. "Dísteme asimismo
– dijo David– el escudo de tu salud: . . . y tu
benignidad –como elemento del carácter humano–
me ha acrecentado." (Salmos 18:35)
"El que recibiere en mi nombre uno de los tales
niños – dijo Jesús,– a mí recibe; y el que a mí
recibe, no recibe a mí, mas al que me envió."
"Jehová dijo así: el cielo es mi solio, y la tierra
estrado de mis pies: . . . mas a aquel miraré que es
pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi
palabra." (Isaías 66:1,2)
Las palabras del Salvador despertaron en los
discípulos un sentimiento de desconfianza propia.
En su respuesta, él no había indicado a nadie en
particular; pero Juan se sintió inducido a preguntar
si en cierto caso su acción había sido correcta. Con
el espíritu de un niño, presentó el asunto a Jesús.
"Maestro – dijo,– hemos visto a uno que en tu
832
nombre echaba fuera los demonios, el cual no nos
sigue; y se lo prohibimos, porque no nos sigue."
Santiago y Juan habían pensado que al reprimir
a este hombre buscaban la honra de su Señor; mas
empezaban a ver que habían sido celosos por la
propia. Reconocieron su error y aceptaron la
reprensión de Jesús: "No se lo prohibáis; porque
ninguno hay que haga milagro en mi nombre que
luego pueda decir mal de mí." Ninguno de los que
en alguna forma se manifestaban amistosos con
Cristo debía ser repelido. Había muchos que
estaban profundamente conmovidos por el carácter
y la obra de Cristo y cuyo corazón se estaba
abriendo a él con fe; y los discípulos, que no
podían discernir los motivos, debían tener cuidado
de no desalentar a esas almas. Cuando Jesús ya no
estuviese personalmente entre ellos y la obra
quedase en sus manos, no debían participar de un
espíritu estrecho y exclusivista, sino manifestar la
misma abarcante simpatía que habían visto en su
Maestro.
El hecho de que alguno no obre en todas las
833
cosas conforme a nuestras ideas y opiniones
personales no nos justifica para prohibirle que
trabaje para Dios. Cristo es el gran Maestro;
nosotros no hemos de juzgar ni dar órdenes, sino
que cada uno debe sentarse con humildad a los pies
de Jesús y aprender de él. Cada alma a la cual Dios
ha hecho voluntaria es un conducto por medio del
cual Cristo revelará su amor perdonador. ¡Cuán
cuidadosos debemos ser para no desalentar a uno
de los que transmiten la luz de Dios, a fin de no
interceptar los rayos que él quiere hacer brillar
sobre el mundo!
La dureza y frialdad manifestadas por un
discípulo hacia una persona a la que Cristo estaba
atrayendo –un acto como el de Juan al prohibir a
otro que realizase milagros en nombre de Cristo,–
podía desviar sus pies por la senda del enemigo y
causar la pérdida de un alma. Jesús dijo que antes
de hacer una cosa semejante, "mejor le fuera si se
le atase una piedra de molino al cuello, y fuera
echado en la mar." Y añadió: "Y si tu mano te
escandalizare, córtala; mejor te es entrar a la vida
manco, que teniendo dos manos ir a la Gehenna, al
834
fuego que no puede ser apagado. Y si tu pie te
fuere ocasión de caer, córtalo: mejor te es entrar a
la vida cojo, que teniendo dos pies ser echado en la
Gehenna."
¿Por qué empleó Jesús este lenguaje
vehemente, que no podría haber sido más
enérgico? Porque "el Hijo del hombre vino a salvar
lo que se había perdido." ¿Habrán de tener sus
discípulos menos consideración hacia las almas de
sus semejantes que la manifestada por la Majestad
del cielo? Cada alma costó un precio infinito, y
¡cuán terrible es el pecado de apartar un alma de
Cristo de manera que para ella el amor, la
humillación y la agonía del Salvador hayan sido
vanos!
"¡Ay del mundo por los escándalos! porque
necesario es que vengan escándalos." El mundo,
inspirado por Satanás, se opondrá seguramente a
los que siguen a Cristo y tratará de destruir su fe;
pero ¡ay de aquel que lleve el nombre de Cristo, y
sin embargo sea hallado haciendo esta obra!
Nuestro Señor queda avergonzado por aquellos que
835
aseveran servirle, pero representan falsamente su
carácter; y multitudes son engañadas, y conducidas
por sendas falsas.
Cualquier hábito o práctica que pueda inducir a
pecar y atraer deshonra sobre Cristo, debe ser
desechado cueste lo que costare. Lo que deshonra a
Dios no puede beneficiar al alma. La bendición del
Cielo no puede acompañar a un hombre que viole
los eternos principios de la justicia. Y un pecado
acariciado es suficiente para realizar la degradación
del carácter y extraviar a otros. Si para salvar el
cuerpo de la muerte uno se cortaría un pie o una
mano, o aun se arrancaría un ojo, ¡con cuánto más
fervor deberíamos desechar el pecado, que trae
muerte al alma! En el ceremonial del templo, se
añadía sal a todo sacrificio. Esto, como la ofrenda
del incienso, significaba que únicamente la justicia
de Cristo podía hacer el culto aceptable para Dios.
Refiriéndose a esta práctica dijo Jesús: "Todo
sacrificio será salado con sal." "Tened sal en
vosotros, y paz unos con otros." Todos los que
quieran presentarse "en sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios," (Romanos 12:1) deben recibir la
836
sal que salva, la justicia de nuestro Salvador.
Entonces vienen a ser "la sal de la tierra" (Mateo
5:13) que restringe el mal entre los hombres, como
la sal preserva de la corrupción. Pero si la sal ha
perdido su sabor; si no hay más que una profesión
de piedad, sin el amor de Cristo, no hay poder para
lo bueno. La vida no puede ejercer influencia
salvadora sobre el mundo. Vuestra energía y
eficiencia en la edificación de mi reino –dice
Jesús,– dependen de que recibáis mi Espíritu.
Debéis participar de mi gracia, a fin de ser sabor de
vida para vida. Entonces no habrá rivalidad ni
esfuerzo para complacerse a sí mismo, ni se
deseará el puesto más alto. Poseeréis ese amor que
no busca lo suyo, sino que otro se enriquezca.
Fije el pecador arrepentido sus ojos en "el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo;'
(Juan 1:29) y contemplándolo, se transformará. Su
temor se trueca en gozo, sus dudas en esperanza.
Brota la gratitud. El corazón de piedra se
quebranta. Una oleada de amor inunda el alma.
Cristo es en él una fuente de agua que brota para
vida eterna. Cuando vemos a Jesús, Varón de
837
dolores y experimentado en quebrantos, trabajando
para salvar a los perdidos, despreciado,
escarnecido, echado de una ciudad a la otra hasta
que su misión fue cumplida; cuando le
contemplamos en Getsemaní, sudando gruesas
gotas de sangre, y muriendo en agonía sobre la
cruz; cuando vemos eso, no podemos ya reconocer
el clamor del yo. Mirando a Jesús, nos
avergonzaremos de nuestra frialdad, de nuestro
letargo, de nuestro egoísmo. Estaremos dispuestos
a ser cualquier cosa o nada, para servir de todo
corazón al Maestro. Nos regocijará el llevar la cruz
en pos de Jesús, el sufrir pruebas, vergüenza o
persecución por su amada causa.
"Así que, los que somos más firmes debemos
sobrellevar las flaquezas de los flacos, y no
agradarnos a nosotros mismos." (Romanos 15:1) A
nadie que crea en Cristo se le debe tener en poco,
aun cuando su fe sea débil y sus pasos vacilen
como los de un niñito. Todo lo que nos da ventaja
sobre otro –sea la educación o el refinamiento, la
nobleza de carácter, la preparación cristiana o la
experiencia religiosa– nos impone una deuda para
838
con los menos favorecidos; y debemos servirlos en
cuanto esté en nuestro poder. Si somos fuertes,
debemos corroborar las manos de los débiles. Los
ángeles de gloria, que contemplan constantemente
el rostro del Padre en el cielo, se gozan en servir a
sus pequeñuelos. Las almas temblorosas, que
tienen tal vez muchos rasgos de carácter
censurables, les son especialmente encargadas. Hay
siempre ángeles presentes donde más se necesitan,
con aquellos que tienen que pelear la batalla más
dura contra el yo y cuyo ambiente es más
desalentador. Y los verdaderos seguidores de
Cristo cooperarán en ese ministerio.
Si alguno de estos pequeñuelos fuese vencido y
obrase mal contra nosotros, es nuestro deber
procurar su restauración. No esperemos que haga el
primer esfuerzo de reconciliación. "¿Qué os
parece?–pregunta Cristo.– Si tuviese algún hombre
cien ovejas, y se descarriase una de ellas, ¿no iría
por los montes, dejadas las noventa y nueve, a
buscar la que se había descarriado? Y si
aconteciese hallarla, de cierto os digo, que más se
goza de aquella, que de las noventa y nueve que no
839
se descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro
Padre que está en los cielos, que se pierda uno de
estos pequeños."
Con espíritu de mansedumbre, "considerándote
a ti mismo, porque tú no seas también tentado,"
(Gálatas 6:1) ve al que yerra, y "redargúyele entre
ti y él solo." No le avergüences exponiendo su falta
a otros, ni deshonres a Cristo haciendo público el
pecado o error de quien lleva su nombre. Con
frecuencia hay que decir claramente la verdad al
que yerra; debe inducírsele a ver su error para que
se reforme. Pero no hemos de juzgarle ni
condenarle. No intentemos justificarnos. Sean
todos nuestros esfuerzos para recobrarlo. Para
tratar las heridas del alma se necesita el tacto más
delicado, la más fina sensibilidad. Lo único que
puede valernos en esto es el amor que fluye del que
sufrió en el Calvario. Con ternura compasiva, trate
el hermano con el hermano, sabiendo que si tiene
éxito "salvará un alma de muerte" y "cubrirá
multitud de pecados." (Santiago 5:20)
Pero aun este esfuerzo puede ser inútil.
840
Entonces, dijo Jesús, "toma aún contigo uno o
dos." Puede ser que su influencia unida prevalezca
donde la del primero no tuvo éxito. No siendo
partes en la dificultad, habrá más probabilidad de
que obren imparcialmente, y este hecho dará a su
consejo mayor peso para el que yerra.
Si no quiere escucharlos, entonces, pero no
antes, se debe presentar el asunto a todo el cuerpo
de creyentes. Únanse los miembros de la iglesia,
como representantes de Cristo, en oración y súplica
para que el ofensor sea restaurado. El Espíritu
Santo hablará por medio de sus siervos, suplicando
al descarriado que vuelva a Dios. El apóstol Pablo,
hablando por inspiración, dice: "Como si Dios
rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre
de Cristo: Reconciliaos con Dios.' (2 Corintios
5:20) El que rechaza este esfuerzo conjunto en su
favor, ha roto el vínculo que le une a Cristo, y así
se ha separado de la comunión de la iglesia. Desde
entonces, dijo Jesús, "tenle por étnico y publicano."
Pero no se le ha de considerar como separado de la
misericordia de Dios. No lo han de despreciar ni
descuidar los que antes eran sus hermanos, sino
841
que lo han de tratar con ternura y compasión, como
una de las ovejas perdidas a las que Cristo está
procurando todavía traer a su redil.
La instrucción de Cristo en cuanto al trato con
los que yerran repite en forma más específica la
enseñanza dada a Israel por Moisés: "No
aborrecerás a tu hermano en tu corazón:
ingenuamente reprenderás a tu prójimo, y no
consentirás sobre él pecado." (Levítico 19:17) Es
decir, que si uno descuida el deber que Cristo
ordenó en cuanto a restaurar a quienes están en
error y pecado, se hace partícipe del pecado.
Somos tan responsables de los males que
podríamos haber detenido como si los hubiésemos
cometido nosotros mismos.
Pero debemos presentar el mal al que lo hace.
No debemos hacer de ello un asunto de comentario
y crítica entre nosotros mismos; ni siquiera después
que haya sido expuesto a la iglesia nos es permitido
repetirlo a otros. El conocimiento de las faltas de
los cristianos será tan sólo una piedra de tropiezo
para el mundo incrédulo; y espaciándonos en estas
842
cosas no podemos sino recibir daño nosotros
mismos; porque contemplando es como somos
transformados. Mientras tratamos de corregir los
errores de un hermano, el Espíritu de Cristo nos
inducirá a escudarle en lo posible de la crítica aun
de sus propios hermanos, y tanto más de la censura
del mundo incrédulo. Nosotros mismos erramos y
necesitamos la compasión y el perdón de Cristo, y
él nos invita a tratarnos mutuamente como
deseamos que él nos trate.
"Todo lo que ligareis en la tierra, será ligado en
el cielo; y todo lo que desatareis en la tierra, será
desatado en el cielo." Obráis como embajadores del
cielo, y lo que resulte de vuestro trabajo es para la
eternidad.
Pero no hemos de llevar esta gran
responsabilidad solos. Cristo mora dondequiera
que se obedezca su palabra con corazón sincero.
No sólo está presente en las asambleas de la
iglesia, sino que estará dondequiera que sus
discípulos, por pocos que sean, se reúnan en su
nombre. Y dice: "Si dos de vosotros se convinieren
843
en la tierra, de toda cosa que pidieren, les será
hecho por mi Padre que está en los cielos."
Jesús dice: "Mi Padre que está en los cielos,"
como para recordar a sus discípulos que mientras
que por su humanidad está vinculado con ellos,
participa de sus pruebas y simpatiza con ellos en
sus sufrimientos, por su divinidad está unido con el
trono del Infinito. ¡Admirable garantía! Los seres
celestiales se unen con los hombres en simpatía y
labor para la salvación de lo que se había perdido.
Y todo el poder del cielo se pone en combinación
con la capacidad humana para atraer las almas a
Cristo.
844
Capítulo 49
La Fiesta de las Cabañas
TRES veces al año, los judíos debían
congregarse en Jerusalén con propósitos religiosos.
Desde la columna de nube que le envolvía, el
invisible Conductor de Israel había dado las
instrucciones referentes a estas reuniones. Durante
el cautiverio, los judíos no pudieron observarlas;
pero cuando el pueblo volvió a su patria reanudó la
observancia de estas fiestas recordativas. Dios
quería que estos aniversarios llamasen hacia él la
atención del pueblo. Con tan sólo pocas
excepciones, los sacerdotes y dirigentes de la
nación habían perdido de vista este propósito. El
que había ordenado estas asambleas nacionales y
comprendía su significado presenciaba su
perversión.
La fiesta de las cabañas era la reunión final del
año. Dios quería que en esta ocasión el pueblo
reflexionase en su bondad y misericordia. Todo el
845
país había estado bajo su dirección y recibiendo su
bendición. Día y noche, su cuidado se había
ejercido de continuo. El sol y la lluvia habían
hecho fructificar la tierra. Se había recogido la
cosecha de los valles y llanuras de Palestina. Se
habían juntado las olivas, y guardado el precioso
aceite en vasijas. Las palmeras habían dado sus
provisiones. Los purpúreos racimos de la vid
habían sido hollados en el lagar.
La fiesta duraba siete días, y para su
celebración los habitantes de Palestina, con muchos
de otros países, dejaban sus casas y acudían a
Jerusalén. De lejos y de cerca venía la gente,
trayendo en las manos una prenda de regocijo.
Ancianos y jóvenes, ricos y pobres, todos traían
algún don como tributo de agradecimiento a Aquel
que había coronado el año con su bondad, y hecho
a sus sendas rebosar gordura. Todo lo que podía
agradar al ojo, y dar expresión al gozo universal,
era traído de los bosques; la ciudad tenía la
apariencia de una hermosa selva.
Esta
fiesta
no
sólo
846
se
celebraba
en
agradecimiento por la cosecha, sino también en
memoria del cuidado protector de Dios sobre Israel
en el desierto. A fin de conmemorar su vida en
tiendas, los israelitas moraban durante la fiesta en
cabañas o tabernáculos de ramas verdes. Los
erigían en las calles, en los atrios del templo, o en
los techos de las casas. Las colinas y los valles que
rodeaban a Jerusalén estaban también salpicados de
estas moradas de hojas, y bullían de gente.
Con cantos sagrados y agradecimiento, los
adoradores celebraban esta ocasión. Un poco antes
de la fiesta venía el día de las expiaciones, en el
cual, después de confesar sus pecados, el pueblo
era declarado en paz con el Cielo. Así quedaba
preparado el regocijo de la fiesta. Se elevaba
triunfalmente el salmo: "Alabad a Jehová, porque
es bueno; porque para siempre es su misericordia,'
(Salmos 106:1)
Por la noche, el templo y su atrio resplandecían
de luz artificial. La música, la agitación de las
palmas, los gratos hosannas, el gran concurso de
gente, sobre el cual la luz se derramaba desde las
847
lámparas colgantes, el atavío de los sacerdotes y la
majestad de las ceremonias se combinaban para
formar
una
escena
que
impresionaba
profundamente a los espectadores. Pero la
ceremonia más impresionante de la fiesta, la que
causaba el mayor regocijo, era una conmemoración
de cierto acontecimiento de la estada en el desierto.
Al alba del día, los sacerdotes emitían una larga
y aguda nota con sus trompetas de plata, y las
trompetas que contestaban, así como los alegres
gritos del pueblo desde sus cabañas, que
repercutían por las colinas y los valles, daban la
bienvenida al día de fiesta. Después, el sacerdote
sacaba de las aguas del Cedrón un cántaro de agua,
y, alzándolo en alto mientras resonaban las
trompetas, subía las altas gradas del templo, al
compás de la música, con paso lento y mesurado,
cantando mientras tanto: "Nuestros pies estuvieron
en tus puertas, oh Jerusalem." (Salmos 122:2)
Llevaba el cántaro al altar, que ocupaba una
posición central en el atrio de los sacerdotes. Allí
había dos palanganas de plata, con un sacerdote de
848
pie al lado de cada una. El cántaro de agua era
derramado en una, y un cántaro de vino en la otra;
y el contenido de ambas, fluyendo por un caño que
comunicaba con el Cedrón, era conducido al Mar
Muerto. La presentación del agua consagrada
representaba la fuente que a la orden de Dios había
brotado de la roca para aplacar la sed de los hijos
de Israel. Entonces repercutían los acordes
jubilosos: "Porque mi fortaleza y mi canción es . . .
Jehová; sacaréis aguas con gozo de las fuentes de
la salud." (Isaías 12:2,3)
Mientras los hijos de José se preparaban para
asistir a la fiesta de las cabañas, vieron que Jesús
no hacía nada que significase intención de asistir a
ella. Le consideraban con ansiedad. Desde la
curación realizada en Betesda, no había asistido a
las fiestas nacionales. A fin de evitar un conflicto
inútil con los dirigentes de Jerusalén, había
limitado sus labores a Galilea. Su aparente
indiferencia hacia las grandes asambleas religiosas,
y la enemistad manifestada hacia él por los
sacerdotes y rabinos, eran una causa de perplejidad
para los que le rodeaban, y aun para sus discípulos
849
y su familia. En sus enseñanzas, se había espaciado
en las bendiciones de la obediencia a la ley de
Dios, y, sin embargo, él mismo parecía indiferente
al servicio que había sido establecido divinamente.
Su trato con los publicanos y otros de mala fama,
su desprecio por las observancias rabínicas y la
libertad con que dejaba de lado las exigencias
tradicionales acerca del sábado, todo parecía
ponerle en antagonismo con las autoridades
religiosas y suscitaba muchas preguntas. Sus
hermanos pensaban que era un error de su parte
enajenarse a los grandes y sabios de la nación.
Pensaban que estos hombres debían tener razón y
que Jesús estaba haciendo mal al ponerse en
antagonismo con ellos. Pero habían presenciado su
vida sin tacha y aunque no se contaban entre sus
discípulos, habían quedado profundamente
impresionados por sus obras. Su popularidad en
Galilea halagaba su ambición; todavía esperaban
que daría una prueba de su poder que indujera a los
fariseos a ver que él era lo que pretendía ser. ¡Y si
fuese el Mesías, el Príncipe de Israel! Ellos
acariciaban este pensamiento con orgullosa
satisfacción.
850
Tanta ansiedad sentían acerca de esto, que
rogaron a Jesús que fuese a Jerusalén. "Y dijéronle
sus hermanos: Pásate de aquí, y vete a Judea, para
que también tus discípulos vean las obras que
haces. Que ninguno que procura ser claro hace algo
en oculto. Si estas cosas haces, manifiéstate al
mundo." El "si" expresaba duda e incredulidad. Le
atribuían cobardía y debilidad. Si él sabía que era
el Mesías, ¿por qué guardaba esta extraña reserva e
inacción ? Si poseía realmente tal poder, ¿por qué
no iba audazmente a Jerusalén y aseveraba sus
derechos? ¿Por qué no cumplía en Jerusalén las
obras maravillosas que de él se relataban en
Galilea? No te ocultes en provincias aisladas,
decían, a realizar tus obras poderosas para
beneficio de campesinos y pescadores ignorantes.
Preséntate en la capital, conquista el apoyo de
sacerdotes y gobernantes, y une la nación, para
establecer el nuevo reino.
Estos hermanos de Jesús razonaban por el
mismo motivo egoísta que con tanta frecuencia se
encuentra en el corazón de los que aman la
851
ostentación. Ese espíritu era el que gobernaba el
mundo. Ellos se ofendían porque, en vez de buscar
un trono temporal, Cristo se había declarado el pan
de vida. Quedaron muy desilusionados cuando
tantos de sus discípulos le abandonaron. Ellos
mismos se apartaron de él para escapar a la cruz
que representaba el reconocer lo que sus obras
revelaban: que era el Enviado de Dios.
"Díceles entonces Jesús: Mi tiempo aún no ha
venido; mas vuestro tiempo siempre está presto.
No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a
mí me aborrece, porque yo doy testimonio de el,
que sus obras son malas. Vosotros subid a esta
fiesta; yo no subo aún a esta fiesta, porque mi
tiempo aún no es cumplido. Y habiéndoles dicho
esto, quedóse en Galilea." Sus hermanos le habían
hablado en tono de autoridad, prescribiéndole la
conducta que debía seguir. Les devolvió su
reprensión, clasificándolos no con sus discípulos
abnegados, sino con el mundo. "No puede el
mundo aborreceros a vosotros – dijo;– mas a mí me
aborrece, porque yo doy testimonio de él, que sus
852
obras son malas." El mundo no odia a los que le
son semejantes en espíritu. Los ama como suyos.
Para Cristo, el mundo no era un lugar de
comodidad y engrandecimiento propio. No buscaba
una oportunidad para recibir su poder y su gloria.
No le ofrecía ningún premio tal. Era el lugar al cual
su Padre le había enviado. Había sido dado para la
vida del mundo, para realizar el gran plan de
redención. Estaba haciendo su obra en favor de la
especie caída. Pero no había de ser presuntuoso, ni
precipitarse al peligro, ni tampoco apresurar una
crisis. Cada acontecimiento de su obra tenía su
hora señalada. Debía esperar con paciencia. Sabía
que iba a ser blanco del odio del mundo; sabía que
su obra le conduciría a la muerte; pero exponerse
prematuramente no habría sido obrar según la
voluntad de su Padre.
Desde Jerusalén las noticias de los milagros de
Cristo se habían difundido dondequiera que
estaban dispersos los judíos; y aunque durante
muchos meses él había permanecido ausente de las
fiestas, el interés en él no había disminuido.
853
Muchos, de todas partes del mundo, habían venido
a la fiesta de las cabañas con la esperanza de verle.
Al principio de la fiesta, muchos preguntaron por
él. Los fariseos y gobernantes esperaban que
viniese, deseosos de tener oportunidad para
condenarle. Preguntaban ansiosamente: "¿Dónde
está?" Pero nadie lo sabía. En todas las mentes
predominaban pensamientos relativos a él. Por
temor a los sacerdotes y príncipes, nadie se atrevía
a reconocerle como el Mesías, mas por doquiera
había discusiones serenas pero fervorosas acerca de
él. Muchos le defendían como enviado de Dios,
mientras que otros le denunciaban como engañador
del pueblo. Mientras tanto, Jesús había llegado
silenciosamente a Jerusalén. Había elegido una ruta
poco frecuentada, a fin de evitar a los viajeros que
se dirigían a la ciudad desde todas partes. Si se
hubiese unido a cualquiera de las caravanas que
subían a la fiesta, la atención pública hubiera sido
atraída hacia él al entrar en la ciudad, y una
demostración popular en su favor habría
predispuesto a las autoridades contra él. Para evitar
esto, prefirió hacer el viaje solo.
854
En medio de la fiesta, cuando la expectación
acerca de él estaba en su apogeo, entró en el atrio
del templo en presencia de la multitud. Porque
estaba ausente de la fiesta, se había dicho que no se
atrevía a colocarse bajo el poder de los sacerdotes y
príncipes. Todos se sorprendieron al notar su
presencia. Toda voz se acalló. Todos se admiraban
de la dignidad y el valor de su porte en medio de
enemigos poderosos sedientos de su vida. Así de
pie, convertido en el centro de atracción de esa
vasta muchedumbre, Jesús les habló como nadie lo
había hecho. Sus palabras demostraban un
conocimiento de las leyes e instituciones de Israel,
del ritual de los sacrificios y las enseñanzas de los
profetas, que superaba por mucho al de los
sacerdotes y rabinos.
Quebrantó las barreras del formalismo y la
tradición. Las escenas de la vida futura parecían
abiertas delante de él. Como quien contemplaba lo
invisible, hablaba de lo terreno y lo celestial, de lo
humano y de lo divino, con autoridad positiva. Sus
palabras eran muy claras y convincentes; y de
nuevo, como en Capernaúm, la gente se asombró
855
de su doctrina; "porque su palabra era con
potestad." (Lucas 4:32)
Todos se admiraban de su conocimiento de la
ley y las profecías; y de uno a otro pasaba la
pregunta: "¿Cómo sabe éste letras, no habiendo
aprendido?" Nadie era considerado apto para ser
maestro religioso a menos que hubiese estudiado
en la escuela de los rabinos, y tanto Jesús como
Juan el Bautista habían sido representados como
ignorantes porque no habían recibido esta
preparación. Los que les oían se asombraban de su
conocimiento de las Escrituras, "no habiendo
aprendido." A la verdad no habían aprendido de los
hombres; pero el Dios del cielo era su Maestro, y
de él habían recibido la más alta sabiduría.
Mientras Jesús hablaba en el atrio del templo, la
gente permanecía hechizada. Los mismos hombres
que eran más violentos contra él se veían
imposibilitados para perjudicarle. Por el momento,
todos los demás intereses eran olvidados.
Día tras día enseñaba a la gente, hasta el
último, "el postrer día grande de la fiesta." La
856
mañana de aquel día halló al pueblo cansado por el
largo período de festividades. De repente, Jesús
alzó la voz, en tono que repercutía por los atrios del
templo, y dijo: "Si alguno tiene sed, venga a mí y
beba. El que cree en mí, como dice la Escritura,
ríos de agua viva correrán de su vientre." La
condición del pueblo daba fuerza a este
llamamiento. Habían estado participando de una
continua escena de pompa y festividad, sus ojos
estaban deslumbrados por la luz y el color, y sus
oídos halagados por la más rica música; pero no
había nada en toda esta ceremonia que satisficiese
las necesidades del espíritu, nada que aplacase la
sed del alma por lo imperecedero. Jesús los
invitaba a venir y beber en la fuente de la vida, de
aquello que sería en ellos un manantial de agua que
brotara para vida eterna.
El sacerdote había cumplido esa mañana la
ceremonia que conmemoraba la acción de golpear
la roca en el desierto. Esa roca era un símbolo de
Aquel que por su muerte haría fluir raudales de
salvación a todos los sedientos. Las palabras de
Cristo eran el agua de vida. Allí en presencia de la
857
congregada muchedumbre se puso aparte para ser
herido, a fin de que el agua de la vida pudiese fluir
al mundo. Al herir a Cristo, Satanás pensaba
destruir al Príncipe de la vida; pero de la roca
herida fluía agua viva. Mientras Jesús hablaba al
pueblo, los corazones se conmovían con una
extraña reverencia y muchos estaban dispuestos a
exclamar, como la mujer de Samaria: "Dame esta
agua, para que no tenga sed."
Jesús conocía las necesidades del alma. La
pompa, las riquezas y los honores no pueden
satisfacer el corazón. "Si alguno tiene sed, venga a
mí y beba." Los ricos, los pobres, los encumbrados
y los humildes son igualmente bienvenidos. El
promete aliviar el ánimo cargado, consolar a los
tristes, dar esperanza a los abatidos. Muchos de los
que oyeron a Jesús lloraban esperanzas frustradas;
muchos alimentaban un agravio secreto; muchos
estaban tratando de satisfacer su inquieto anhelo
con las cosas del mundo y la alabanza de los
hombres; pero cuando habían ganado todo
encontraban que habían trabajado tan sólo para
llegar a una cisterna rota en la cual no podían
858
aplacar su sed. Allí estaban en medio del
resplandor de la gozosa escena, descontentos y
tristes. Este clamor repentino: "Si alguno tiene
sed," los arrancó de su pesarosa meditación, y
mientras escuchaban las palabras que siguieron, su
mente se reanimó con una nueva esperanza. El
Espíritu Santo presentó delante de ellos el símbolo
hasta que vieron en él el inestimable don de la
salvación.
El clamor que Cristo dirige al alma sedienta
sigue repercutiendo, y llega a nosotros con más
fuerza que a aquellos que lo oyeron en el templo en
aquel último día de la fiesta. El manantial está
abierto para todos. A los cansados y exhaustos se
ofrece la refrigerante bebida de la vida eterna.
Jesús sigue clamando: "Si alguno tiene sed, venga
a mí y beba." "Y el que tiene sed, venga: y el que
quiere, tome del agua de la vida de balde." "Mas el
que bebiere del agua que yo le daré, para siempre
no tendrá sed: mas el agua que yo le daré, será en
él una fuente de agua que salte para vida eterna."
(Apocalipsis 22:17, Juan 4:14)
859
Capítulo 50
Entre Trampas y Peligros
TODO el tiempo que Jesús pasó en Jerusalén
durante la fiesta, fue seguido por espías. Día tras
día se probaban nuevas estratagemas para reducirle
al silencio. Los sacerdotes y gobernantes estaban
atentos para entramparle. Se proponían impedir por
la violencia que obrase. Pero esto no era todo.
Querían humillar a este rabino galileo delante de la
gente.
El primer día de su presencia en la fiesta, los
gobernantes habían acudido a él y le habían
preguntado con qué autoridad enseñaba. Querían
apartar de él la atención de la gente y atraerla a la
cuestión de su derecho para enseñar y a su propia
importancia y autoridad.
"Mi doctrina no es mía – dijo Jesús,– sino de
aquel que me envió. El que quisiere hacer su
voluntad, conocerá de la doctrina si viene de Dios,
860
o si yo hablo de mí mismo." Jesús hizo frente a la
pregunta de estos sembradores de sospechas, no
contestando la sospecha misma, sino presentando
la verdad vital para la salvación del alma. La
percepción y apreciación de la verdad, dijo,
dependen menos de la mente que del corazón. La
verdad debe ser recibida en el alma; exige el
homenaje de la voluntad. Si la verdad pudiese ser
sometida a la razón sola, el orgullo no impediría su
recepción. Pero ha de ser recibida por la obra de
gracia en el corazón; y su recepción depende de
que se renuncie a todo pecado revelado por el
Espíritu de Dios. Las ventajas del hombre para
obtener el conocimiento de la verdad, por grandes
que sean, no le beneficiarán a menos que el
corazón esté abierto para recibir la verdad y
renuncie concienzudamente a toda costumbre y
práctica opuestas a sus principios.
A los que así se entregan a Dios, con el
honrado deseo de conocer y hacer su voluntad, se
les revela la verdad como poder de Dios para su
salvación. Estos podrán distinguir entre el que
habla de parte de Dios y el que habla meramente de
861
sí mismo. Los fariseos no habían puesto su
voluntad de parte de la voluntad de Dios. No
estaban tratando de conocer la verdad, sino de
hallar alguna excusa para evadirla; Cristo demostró
que ésta era la razón por la cual ellos no
comprendían su enseñanza. Dio luego una prueba
por la cual podía distinguirse al verdadero maestro
del impostor: "El que habla de sí mismo, su propia
gloria busca; mas el que busca la gloria del que le
envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia."
El que busca su propia gloria habla tan sólo de sí
mismo. El espíritu de exaltación propia delata su
origen. Pero Cristo estaba buscando la gloria de
Dios. Pronunciaba las palabras de Dios. Tal era la
evidencia de su autoridad como maestro de la
verdad.
Jesús dio a los rabinos una evidencia de su
divinidad, demostrándoles que leía su corazón.
Desde que había curado al paralítico en Betesda,
habían estado maquinando su muerte Así violaban
ellos mismos la ley que profesaban defender "¿No
os dio Moisés la ley – dijo él–,y ninguno de
vosotros hace la ley? ¿Por qué me procuráis
862
matar?"
Como raudo fulgor de luz, esas palabras
revelaron a los rabinos el abismo de ruina al cual se
estaban por lanzar. Por un instante quedaron llenos
de terror. Vieron que estaban en conflicto con el
poder infinito, pero no querían ser amonestados. A
fin de mantener su influencia sobre la gente,
querían ocultar sus designios homicidas. Eludiendo
la pregunta de Jesús, exclamaron: "Demonio
tienes: ¿quién te procura matar?" Insinuaban que
las obras maravillosas de Jesús eran instigadas por
un mal espíritu.
Cristo no prestó atención a esta insinuación.
Continuó demostrando que su obra de curación en
Betesda estaba en armonía con la ley sabática, que
estaba justificada por la interpretación que los
judíos mismos daban a la ley. Dijo: "Cierto, Moisés
os dio la circuncisión, . . . y en sábado circuncidáis
al hombre." Según la ley, cada niño debía ser
circuncidado el octavo día. Si ese día caía en
sábado, el rito debía cumplirse entonces. ¿ Cuánto
más armonizaba con el espíritu de la ley el hacer
863
"sano todo un hombre" en sábado? Y les aconsejó:
"No juzguéis según lo que parece, mas juzgad justo
juicio."
Los príncipes quedaron callados; y muchos del
pueblo exclamaron: "¿No es éste al que buscan
para matarlo? Y he aquí, habla públicamente, y no
le
dicen
nada;
¿si
habrán
entendido
verdaderamente los príncipes, que éste es el
Cristo?"
Muchos de los que escuchaban a Cristo
moraban en Jerusalén y, aun conociendo las
maquinaciones de los príncipes contra él, se sentían
atraídos hacia él por un poder irresistible. Se iban
convenciendo de que era el Hijo de Dios. Pero
Satanás estaba listo para sugerirles dudas, y a ello
se prestaban sus ideas erróneas acerca del Mesías y
de su venida. Se creía generalmente que Cristo iba
a nacer en Belén, pero que después de un tiempo
desaparecería y que en su segunda aparición nadie
sabría de dónde venía. No eran pocos los que
sostenían que el Mesías no tendría ninguna relación
natural con la humanidad. Y debido a que el
864
concepto popular de la gloria del Mesías no se
cumplía en Jesús de Nazaret, muchos prestaron
atención a la sugestión: "Mas éste, sabemos de
dónde es: y cuando viniere el Cristo, nadie sabrá de
dónde sea."
Mientras que estaban así vacilando entre la
duda y la fe, Jesús descubrió sus pensamientos y
los contestó diciendo: "A mí me conocéis, y sabéis
de dónde soy; y no he venido de mí mismo; mas el
que me envió es verdadero, al cual vosotros no
conocéis." Aseveraban saber lo que debía ser el
origen de Cristo, pero lo ignoraban completamente.
Si hubiesen vivido de acuerdo con la voluntad de
Dios, habrían conocido a su Hijo cuando se les
manifestó.
Los oyentes no podían comprender las palabras
de Cristo. Eran claramente una repetición del
aserto que él había hecho en presencia del Sanedrín
muchos meses antes, cuando se declaró Hijo de
Dios. Y así como los gobernantes trataron entonces
de hacerlo morir, también en esta ocasión trataron
de apoderarse de él; pero fueron impedidos por un
865
poder invisible, que puso término a su ira,
diciéndoles: "Hasta aquí vendrás, y no pasarás
adelante."
Entre el pueblo, muchos creían en él y decían:
"El Cristo, cuando viniere, ¿hará más señales que
las que éste hace?" Los dirigentes de los fariseos,
que estaban considerando ansiosamente el curso de
los acontecimientos, notaron las expresiones de
simpatía entre la muchedumbre. Apresurándose a
dirigirse a los sumos sacerdotes, les presentaron
sus planes de arrestarle. Convinieron, sin embargo,
en tomarle cuando estuviese solo; porque no se
atrevían a prenderlo en presencia del pueblo. Otra
vez demostró Jesús que leía sus propósitos. "Aun
un poco de tiempo estaré con vosotros – dijo él,– e
iré al que me envió. Me buscaréis, y no me
hallaréis; y donde yo estaré, vosotros no podréis
venir." Pronto hallaría un refugio fuera del alcance
de su desprecio y odio. Ascendería al Padre, para
ser de nuevo adorado por los ángeles; y nunca
podrían sus homicidas llegar allí.
Con desprecio dijeron los rabinos: "¿Adónde se
866
ha de ir éste que no le hallemos? ¿Se ha de ir a los
esparcidos entre los Griegos, y a enseñar a los
Griegos?" Poco sospechaban estos caviladores que
en sus palabras despectivas describían la misión de
Cristo. Durante todo el día había extendido sus
manos hacia un pueblo desobediente y
contradictor; y, sin embargo, pronto sería hallado
de aquellos que no le buscaron; y entre un pueblo
que no había invocado su nombre sería hecho
manifiesto. (Romanos 10:20,21)
Muchos que estaban convencidos de que Jesús
era el Hijo de Dios fueron extraviados por el falso
raciocinio de los sacerdotes y rabinos. Estos
maestros habían repetido con gran efecto las
profecías concernientes al Mesías, que reinaría "en
el monte de Sión, y en Jerusalem, y delante de sus
ancianos" sería "glorioso;" que dominaría "de mar
a mar, y desde el río hasta los cabos de la tierra."
(Isaías 24:23, Salmos 72:8)
Dios no obliga a los hombres a renunciar a su
incredulidad. Delante de ellos están la luz y las
tinieblas, la verdad y el error A ellos les toca
867
decidir lo que aceptarán. La mente humana está
dotada de poder para discernir entre lo bueno y lo
malo. Dios quiere que los hombres no decidan por
impulso, sino por el peso de la evidencia,
comparando cuidadosamente un pasaje de la
Escritura con otro. Si los judíos hubiesen puesto a
un lado sus prejuicios y comparado la profecía
escrita con los hechos que caracterizaban la vida de
Jesús, habrían percibido una hermosa armonía
entre las profecías y su cumplimiento en la vida y
el ministerio del humilde Galileo.
Muchos son engañados hoy de la misma
manera que los judíos. Hay maestros religiosos que
leen la Biblia a la luz de su propio entendimiento y
tradiciones; y las gentes no escudriñan las
Escrituras por su cuenta, ni juzgan por sí mismas la
verdad, sino que renuncian a su propio criterio y
confían sus almas a sus dirigentes. La predicación
y enseñanza de su Palabra es uno de los medios
que Dios ordenó para difundir la luz; pero debemos
someter la enseñanza de cada hombre a la prueba
de la Escritura. Quienquiera que estudie con
oración la Biblia, deseando conocer la verdad para
868
obedecerla
recibirá
iluminación
divina.
Comprenderá las Escrituras. "El que quisiere hacer
su voluntad, conocerá de la doctrina."
El último día de la fiesta, los oficiales enviados
por los sacerdotes y príncipes para arrestar a Jesús
volvieron sin él. Los interrogaron airadamente:
"¿Por qué no le trajisteis?" Con rostro solemne,
contestaron: "Nunca ha hablado hombre así como
este hombre." Aunque de corazón empedernido,
fueron enternecidos por sus palabras. Mientras
estaba hablando en el atrio del templo, se habían
quedado cerca, a fin de oír algo que pudiese
volverse contra él. Pero mientras escuchaban, se
olvidaron del propósito con que habían venido.
Estaban como arrobados. Cristo se reveló en sus
almas. Vieron aquello que los sacerdotes y
príncipes no querían ver: la humanidad inundada
por la gloria de la divinidad. Volvieron tan llenos
de este pensamiento, tan impresionados por sus
palabras, que a la pregunta: "¿Por qué no le
trajisteis?" pudieron tan sólo responder: "Nunca ha
hablado hombre así como este hombre."
869
Los sacerdotes y príncipes, al llegar por
primera vez a la presencia de Cristo, habían sentido
la misma convicción. Su corazón se había
conmovido profundamente, se había grabado en
ellos el pensamiento: "Nunca ha hablado hombre
así como este hombre." Pero habían ahogado la
convicción del Espíritu Santo. Ahora, enfurecidos
porque aun los instrumentos de la ley sentían la
influencia del odiado Galileo, clamaron: "¿Estáis
también vosotros engañados? ¿Ha creído en él
alguno de los príncipes, o de los fariseos? Mas
estos comunales que no saben la ley, malditos son."
Aquellos a quienes se anuncia el mensaje de
verdad rara vez preguntan: "¿Es verdad?" sino
"¿Quién lo propaga?" Las multitudes lo estiman
por el número de los que lo aceptan; y se vuelve a
hacer la pregunta: "¿Ha creído en él alguno de los
hombres instruidos o de los dirigentes de la
religión?" Los hombres no están hoy más en favor
de la verdadera piedad que en los días de Cristo.
Siguen buscando intensamente el beneficio
terrenal, con descuido de las riquezas eternas; y no
es un argumento contra la verdad el hecho de que
870
muchos no estén dispuestos a aceptarla, o de que
no sea recibida por los grandes de este mundo, ni
siquiera por los dirigentes religiosos.
Otra vez los sacerdotes y príncipes procedieron
a hacer planes para arrestar a Jesús. Insistían en
que si se le dejase en libertad, apartaría al pueblo
de los dirigentes establecidos, y que la única
conducta segura consistía en acallarle sin dilación.
En el apogeo de su disensión, fueron estorbados
repentinamente. Nicodemo preguntó: "Juzga
nuestra ley a hombre, si primero no oyere de él, y
entendiere lo que ha hecho?" El silencio cayó sobre
la asamblea. Las palabras de Nicodemo penetraron
en las conciencias. No podían condenar a un
hombre sin haberlo oído. No sólo por esta razón
permanecieron
silenciosos
los
altaneros
gobernantes, mirando fijamente a aquel que se
atrevía a hablar en favor de la justicia. Quedaron
asombrados y enfadados de que uno de entre ellos
mismos hubiese sido tan impresionado por el
carácter de Jesús, que pronunciara una palabra en
su defensa. Reponiéndose de su asombro, se
dirigieron a Nicodemo con mordaz sarcasmo"
871
¿Eres tú también Galileo? Escudriña y ve que de
Galilea nunca se levantó profeta." Sin embargo, la
protesta detuvo el procedimiento del consejo. Los
gobernantes no pudieron llevar a cabo su propósito
de condenar a Jesús sin oírle. Derrotados por el
momento, "fuese cada uno a su casa. Y Jesús se fue
al monte de las Olivas."
Jesús se apartó de la excitación y confusión de
la ciudad, de las ávidas muchedumbres y de los
traicioneros rabinos, para ir a la tranquilidad de los
huertos de olivos, donde podía estar solo con Dios.
Pero temprano por la mañana volvió al templo, y al
ser rodeado por la gente, se sentó y les enseñó.
Pronto fue interrumpido. Un grupo de fariseos
y escribas se acercó a él, arrastrando a una mujer
aterrorizada, a quien, con voces duras y ávidas,
acusaron de haber violado el séptimo
mandamiento. Habiéndola empujado hasta la
presencia de Jesús, le dijeron, con hipócrita
manifestación de respeto: "En la ley Moisés nos
mandó apedrear a las tales: tú pues, ¿qué dices?"
872
La reverencia que ellos manifestaban ocultaba
una profunda maquinación para arruinar a Jesús.
Querían valerse de esta oportunidad para asegurar
su condena, pensando que cualquiera que fuese la
decisión hecha por él, hallarían ocasión para
acusarle. Si indultaba a la mujer, se le acusaría de
despreciar la ley de Moisés. Si la declaraba digna
de muerte, se le podría acusar ante los romanos de
asumir una autoridad que les pertenecía sólo a
ellos.
Jesús miró un momento la escena: la
temblorosa víctima avergonzada, los dignatarios de
rostro duro, sin rastros de compasión humana. Su
espíritu de pureza inmaculada sentía repugnancia
por este espectáculo. Bien sabía él con qué
propósito se le había traído este caso. Leía el
corazón, y conocía el carácter y la vida de cada uno
de los que estaban en su presencia. Aquellos
hombres que se daban por guardianes de la justicia
habían inducido ellos mismos a su víctima al
pecado, a fin de poder entrampar a Jesús. No dando
señal de haber oído la pregunta, se agachó y, fijos
los ojos en el suelo, empezó a escribir en el polvo.
873
Impacientes por su dilación y su aparente
indiferencia, los acusadores se acercaron, para
imponer el asunto a su atención. Pero cuando sus
ojos, siguiendo los de Jesús, cayeron sobre el
pavimento a sus pies, cambió la expresión de su
rostro. Allí, trazados delante de ellos, estaban los
secretos culpables de su propia vida. El pueblo, que
miraba, vio el cambio repentino de expresión, y se
adelantó para descubrir lo que ellos estaban
mirando con tanto asombro y vergüenza.
Al par que profesaban reverencia por la ley, los
rabinos, al presentar la acusación contra la mujer,
estaban violando lo que la ley establecía. Era el
deber del esposo iniciar la acción contra ella. Y las
partes culpables debían ser castigadas por igual. La
acción de los acusadores no tenía ninguna
autorización. Jesús, por lo tanto, les hizo frente en
su propio terreno. La ley especificaba que al
castigar por apedreamiento, los testigos del caso
debían arrojar la primera piedra. Levantándose
entonces, y fijando sus ojos en los ancianos
maquinadores, Jesús dijo: "El que de vosotros esté
874
sin pecado, arroje contra ella la piedra el primero."
Y volviéndose a agachar, continuó escribiendo en
el suelo.
No había puesto de lado la ley dada por
Moisés, ni había usurpado la autoridad de Roma.
Los acusadores habían sido derrotados. Ahora,
habiendo sido arrancado su manto de pretendida
santidad, estaban, culpables y condenados, en la
presencia de la pureza infinita. Temblaban de
miedo de que la iniquidad oculta de sus vidas fuese
revelada a la muchedumbre; y uno tras otro, con la
cabeza y los ojos bajos, se fueron furtivamente,
dejando a su víctima con el compasivo Salvador.
Jesús se enderezó y mirando a la mujer dijo:
"¿Mujer, dónde están los que te acusaban?
¿Ninguno te ha condenado ? Y ella dijo: Señor,
ninguno. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno:
vete, y no peques más." La mujer había estado
temblando de miedo delante de Jesús. Sus palabras:
"El que de vosotros esté sin pecado, arroje contra
ella la piedra el primero," habían sido para ella
como una sentencia de muerte. No se atrevía a
875
alzar sus ojos al rostro del Salvador, sino que
esperaba silenciosamente su suerte. Con asombro
vio a sus acusadores apartarse mudos y
confundidos; luego cayeron en sus oídos estas
palabras de esperanza: "Ni yo te condeno: vete, y
no peques más." Su corazón se enterneció, y se
arrojó a los pies de Jesús, expresando con sollozos
su amor agradecido, confesando sus pecados con
amargas lagrimas.
Esto fue para ella el principio de una nueva
vida, una vida de pureza y paz, consagrada al
servicio de Dios. Al levantar a esta alma caída,
Jesús hizo un milagro mayor que al sanar la más
grave enfermedad física. Curó la enfermedad
espiritual que es para muerte eterna. Esa mujer
penitente llegó a ser uno de sus discípulos más
fervientes. Con amor y devoción abnegados,
retribuyó su misericordia perdonadora.
En su acto de perdonar a esta mujer y
estimularla a vivir una vida mejor, el carácter de
Jesús resplandece con la belleza de la justicia
perfecta. Aunque no toleró el pecado ni redujo el
876
sentido de la culpabilidad, no trató de condenar
sino de salvar. El mundo tenía para esta mujer
pecadora solamente desprecio y escarnio; pero
Jesús le dirigió palabras de consuelo y esperanza.
El Ser sin pecado se compadece de las debilidades
de la pecadora, y le tiende una mano ayudadora.
Mientras los fariseos hipócritas la denuncian, Jesús
le ordena: "Vete, y no peques más."
No es seguidor de Cristo el que, desviando la
mirada, se aparta de los que yerran, dejándolos
proseguir sin estorbos su camino descendente. Los
que se adelantan para acusar a otros y son celosos
en llevarlos a la justicia, son con frecuencia en su
propia vida más culpables que ellos. Los hombres
aborrecen al pecador, mientras aman el pecado.
Cristo aborrece el pecado, pero ama al pecador; tal
ha de ser el espíritu de todos los que le sigan. El
amor cristiano es lento en censurar, presto para
discernir el arrepentimiento, listo para perdonar,
para estimular, para afirmar al errante en la senda
de la santidad, para corroborar sus pies en ella.
877
Capítulo 51
"La Luz de la Vida"
"OTRA vez, pues, Jesús les habló, diciendo:
Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no
andará en tinieblas, mas tendrá la luz de la vida."
(V.M.)
Cuando pronunció estas palabras, Jesús estaba
en el atrio del templo especialmente relacionado
con los ejercicios de la fiesta de las cabañas. En el
centro de este patio se levantaban dos majestuosas
columnas que soportaban portalámparas de gran
tamaño. Después del sacrificio de la tarde, se
encendían todas las lámparas, que arrojaban su luz
sobre Jerusalén. Esta ceremonia estaba destinada a
conmemorar la columna de luz que guiaba a Israel
en el desierto, y también a señalar la venida del
Mesías. Por la noche, cuando las lámparas estaban
encendidas, el atrio era teatro de gran regocijo. Los
hombres canosos, los sacerdotes del templo y los
dirigentes del pueblo, se unían en danzas festivas al
878
sonido de la música instrumental y el canto de los
levitas.
Por la iluminación de Jerusalén, el pueblo
expresaba su esperanza en la venida del Mesías
para derramar su luz sobre Israel. Pero para Jesús
la escena tenía un significado más amplio. Como
las lámparas radiantes del templo alumbraban
cuanto las rodeaba, así Cristo, la fuente de luz
espiritual, ilumina las tinieblas del mundo. Sin
embargo, el símbolo era imperfecto. Aquella gran
luz que su propia mano había puesto en los cielos
era una representación más verdadera de la gloria
de su misión. Era de mañana; el sol acababa de
levantarse sobre el monte de las Olivas, y sus rayos
caían con deslumbrante brillo sobre los palacios de
mármol, e iluminaban el oro de las paredes del
templo, cuando Jesús, señalándolo, dijo: "Yo soy la
luz del mundo."
Mucho tiempo después estas palabras fueron
repetidas, por uno que las escuchara, en aquel
sublime pasaje: "En él estaba la vida, y la vida era
la luz de los hombres. Y la luz en las tinieblas
879
resplandece;
mas
las
tinieblas
no
la
comprendieron." "Era la luz verdadera, que
alumbra a todo hombre que viene a este mundo.'
(Juan 1:4,5,9) Y mucho después de haber
ascendido Jesús al cielo, Pedro también,
escribiendo bajo la iluminación del Espíritu divino,
recordó el símbolo que Cristo había usado:
"Tenemos también la palabra profética más
permanente, a la cual hacéis bien de estar atentos
como a una antorcha que alumbra en lugar obscuro
hasta que el día esclarezca, y el lucero de la
mañana salga en vuestros corazones." (2 Pedro
1:19)
En la manifestación de Dios a su pueblo, la luz
había sido siempre un símbolo de su presencia. A
la orden de la palabra creadora, en el principio, la
luz resplandeció de las tinieblas. La luz fue
envuelta en la columna de nube de día y en la
columna de fuego de noche, para guiar a las
numerosas huestes de Israel. La luz brilló con
tremenda majestad, alrededor del Señor, sobre el
monte Sinaí. La luz descansaba sobre el
propiciatorio en el tabernáculo. La luz llenó el
880
templo de Salomón al ser dedicado. La luz brilló
sobre las colinas de Belén cuando los ángeles
trajeron a los pastores que velaban el mensaje de la
redención. Dios es luz; y en las palabras: "Yo soy
la luz del mundo," Cristo declaró su unidad con
Dios, y su relación con toda la familia humana.
Era él quien al principio había hecho "que de
las tinieblas resplandeciese la luz." (2 Corintios
4:6) El es la luz del sol, la luna y las estrellas. El
era la luz espiritual que mediante símbolos, figuras
y profecías, había resplandecido sobre Israel. Pero
la luz no era dada solamente para los judíos. Como
los rayos del sol penetran hasta los remotos
rincones de la tierra, así la luz del Sol de justicia
brilla sobre toda alma. "Aquel era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre que viene a este
mundo." El mundo ha tenido sus grandes maestros,
hombres de intelecto gigantesco y penetración
maravillosa, hombres cuyas declaraciones han
estimulado el pensamiento y abierto vastos campos
de conocimiento; y esos hombres han sido
honrados como guías y benefactores de su raza.
Pero hay Uno que está por encima de ellos. "Mas a
881
todos los que le recibieron, dióles potestad de ser
hechos hijos de Dios." "A Dios nadie le vio jamás:
el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él
le declaró." (Juan 1:12,18) Podemos remontar la
línea de los grandes maestros del mundo hasta
donde se extienden los anales humanos; pero la
Luz era anterior a ellos. Como la luna y los
planetas del sistema solar brillan por la luz
reflejada del sol, así, hasta donde su enseñanza es
verdadera, los grandes pensadores del mundo
reflejan los rayos del Sol de justicia. Toda gema
del pensamiento, todo destello de la inteligencia,
procede de la Luz del mundo. Hoy día oímos
hablar mucho de la "educación superior." La
verdadera "educación superior" la imparte Aquel
"en el cual están escondidos todos los tesoros de
sabiduría y conocimiento." "En él estaba la vida, y
la vida era la luz de los hombres." (Colosenses 2:3,
Juan 1:4) "El que me sigue – dijo Jesús,– no andará
en tinieblas, mas tendrá la luz de la vida."
Con las palabras: "Yo soy la luz del mundo,"
Jesús declaró ser el Mesías. En el templo donde
Cristo estaba enseñando, Simón el anciano lo había
882
declarado "luz para ser revelada a los Gentiles, y la
gloria de tu pueblo Israel." (Lucas 2:32) En esas
palabras, le había aplicado una profecía familiar
para todo Israel. El Espíritu Santo había declarado
por el profeta Isaías: "Poco es que tú me seas
siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que
restaures los asolamientos de Israel: también te di
por luz de las gentes, para que seas mi salud hasta
lo postrero de la tierra." (Isaías 49:6) Se entendía
generalmente que esta profecía se refería al Mesías,
y cuando Jesús dijo: "Yo soy la luz del mundo," el
pueblo no pudo dejar de reconocer su aserto de ser
el Prometido.
Para los fariseos y gobernantes este aserto
parecía una arrogante presunción. No podían
tolerar que un hombre semejante a ellos tuviera
tales pretensiones. Simulando ignorar sus palabras,
preguntaron: "¿Tú quién eres?" Estaban empeñados
en forzarle a declararse el Cristo. Su apariencia y
su obra eran tan diferentes de las expectativas del
pueblo que, como sus astutos enemigos creían, una
proclama directa de sí mismo como el Mesías,
hubiera provocado su rechazamiento como
883
impostor. Pero a su pregunta: "¿Tú quién eres?" él
replicó: "El que al principio también os he dicho."
Lo que se había revelado por sus palabras se
revelaba también por su carácter. El era la
personificación de las verdades que enseñaba.
"Nada hago de mí mismo –continuó diciendo,–
mas como el Padre me enseñó, esto hablo. Porque
el que me envió, conmigo está; no me ha dejado
solo el Padre; porque yo, lo que a él agrada, hago
siempre." No procuró probar su pretensión
mesiánica, sino que mostró su unión con Dios. Si
sus mentes hubiesen estado abiertas al amor de
Dios, hubieran recibido a Jesús.
Entre sus oyentes, muchos eran atraídos a él
con fe, y a éstos les dijo: "Si vosotros
permaneciereis
en
mi
palabra,
seréis
verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la
verdad, y la verdad os libertará." Estas palabras
ofendieron a los fariseos. Pasando por alto la larga
sujeción de la nación a un yugo extranjero,
exclamaron coléricamente: "Simiente de Abraham
somos, y jamás servimos a nadie: ¿cómo dices tú:
Seréis libres?" Jesús miró a esos hombres esclavos
884
de la malicia, cuyos pensamientos se concentraban
en la venganza, y contestó con tristeza: "De cierto,
de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado,
es siervo de pecado." Ellos estaban en la peor clase
de servidumbre: regidos por el espíritu del
maligno.
Todo aquel que rehusa entregarse a Dios está
bajo el dominio de otro poder. No es su propio
dueño. Puede hablar de libertad, pero está en la
más abyecta esclavitud. No le es dado ver la
belleza de la verdad, porque su mente está bajo el
dominio de Satanás. Mientras se lisonjea de estar
siguiendo los dictados de su propio juicio, obedece
la voluntad del príncipe de las tinieblas. Cristo vino
a romper las cadenas de la esclavitud del pecado
para el alma. "Así que, si el Hijo os libertare, seréis
verdaderamente libres." "Porque la ley del Espíritu
de vida en Cristo Jesús –se nos dice– me ha librado
de la ley del pecado y de la muerte." (Romanos
8:2)
En la obra de la redención no hay compulsión.
No se emplea ninguna fuerza exterior. Bajo la
885
influencia del Espíritu de Dios, el hombre está libre
para elegir a quien ha de servir. En el cambio que
se produce cuando el alma se entrega a Cristo, hay
la más completa sensación de libertad. La
expulsión del pecado es obra del alma misma. Por
cierto, no tenemos poder para librarnos a nosotros
mismos del dominio de Satanás; pero cuando
deseamos ser libertados del pecado, y en nuestra
gran necesidad clamamos por un poder exterior y
superior a nosotros, las facultades del alma quedan
dotadas de la fuerza divina del Espíritu Santo y
obedecen los dictados de la voluntad, en
cumplimiento de la voluntad de Dios.
La única condición bajo la cual es posible la
libertad del hombre, es que éste llegue a ser uno
con Cristo. "La verdad os libertará;" y Cristo es la
verdad. El pecado puede triunfar solamente
debilitando la mente y destruyendo la libertad del
alma. La sujeción a Dios significa la rehabilitación
de uno mismo, de la verdadera gloria y dignidad
del hombre. La ley divina, a la cual somos
inducidos a sujetarnos, es "la ley de libertad."
(Santiago 2:12)
886
Los fariseos se habían declarado a sí mismos
hijos de Abrahán. Jesús les dijo que solamente
haciendo las obras de Abrahán podían justificar
esta pretensión. Los verdaderos hijos de Abrahán
vivirían como él una vida de obediencia a Dios. No
procurarían matar a Aquel que hablaba la verdad
que le había sido dada por Dios. Al conspirar
contra Cristo, los rabinos no estaban haciendo las
obras de Abrahán. La simple descendencia de
Abrahán no tenía ningún valor. Sin una relación
espiritual con él, la cual se hubiera manifestado
poseyendo el mismo espíritu y haciendo las
mismas obras, ellos no eran sus hijos.
Este principio se aplica con igual propiedad a
una cuestión que ha agitado por mucho tiempo al
mundo cristiano: la cuestión de la sucesión
apostólica. La descendencia de Abrahán no se
probaba por el nombre y el linaje, sino por la
semejanza del carácter. La sucesión apostólica
tampoco descansa en la transmisión de la autoridad
eclesiástica, sino en la relación espiritual. Una vida
movida por el espíritu de los apóstoles, el creer y
887
enseñar las verdades que ellos enseñaron: ésta es la
verdadera evidencia de la sucesión apostólica. Es
lo que constituye a los hombres sucesores de los
primeros maestros del Evangelio.
Jesús negó que los judíos fueran hijos de
Abrahán. Dijo: "Vosotros hacéis las obras de
vuestro padre." En mofa respondieron: "Nosotros
no somos nacidos de fornicación; un padre
tenemos, que es Dios." Estas palabras, que aludían
a las circunstancias del nacimiento de Cristo,
estaban destinadas a ser una estocada contra Cristo
en presencia de los que estaban comenzando a
creer en él. Jesús no prestó oído a esta ruin
insinuación, sino que dijo: "Si vuestro padre fuera
Dios, ciertamente me amaríais: porque yo de Dios
he salido, y he venido." Sus obras testificaban del
parentesco de ellos con el que era mentiroso y
asesino. "Vosotros de vuestro padre el diablo sois –
dijo Jesús,– y los deseos de vuestro padre queréis
cumplir. El, homicida ha sido desde el principio, y
no permaneció en la verdad, porque no hay verdad
en él.... Y porque yo digo verdad, no me creéis."
Porque Jesús hablaba la verdad y la decía con
888
certidumbre, no fue recibido por los dirigentes
judíos. Era la verdad lo que ofendía a estos
hombres que se creían justos. La verdad exponía la
falacia del error; condenaba sus enseñanzas y
prácticas, y fue mal acogida. Ellos preferían cerrar
los ojos a la verdad, antes que humillarse para
confesar que habían estado en el error. No amaban
la verdad. No la deseaban aunque era la verdad.
"¿Quién de vosotros me convence de pecado?
Y si digo la verdad, ¿por qué no me creéis?" Día
tras día, durante tres años los enemigos de Cristo le
habían seguido, procurando hallar alguna mancha
en su carácter. Satanás y toda la confederación del
maligno habían estado tratando de vencerle; pero
nada habían hallado en él de lo cual sacar ventaja.
Hasta los demonios estaban obligados a confesar:
"Sé quién eres, el Santo de Dios.' (Marcos 1:24)
Jesús vivió la ley a la vista del cielo, de los mundos
no caídos y de los hombres pecadores. Delante de
los ángeles, de los hombres y de los demonios,
había pronunciado sin que nadie se las discutiese
palabras que, si hubiesen procedido de cualesquiera
otros labios, hubieran sido blasfemia: "Yo, lo que a
889
él agrada, hago siempre."
El hecho de que, a pesar de que no podían
hallar pecado en él, los judíos no recibían a Cristo
probaba que no estaban en comunión con Dios. No
reconocían la voz de Dios en el mensaje de su Hijo.
Pensaban que estaban condenando a Cristo; pero al
rechazarlo estaban sentenciándose a sí mismos. "El
que es de Dios – dijo Jesús,– las palabras de Dios
oye: por esto no las oís vosotros, porque no sois de
Dios."
La lección es verdadera para todos los tiempos.
Muchos hombres que se deleitan en sutilizar,
criticar y buscar en la Palabra de Dios algo que
poner en duda, piensan que de esa manera están
dando muestras de independencia de pensamiento
y agudeza mental. Suponen que están condenando
la Biblia, cuando en verdad se están condenando a
sí mismos. Ponen de manifiesto que son incapaces
de apreciar las verdades de origen celestial y de
alcance eterno. En presencia de la gran montaña de
la justicia de Dios, su espíritu no siente temor
reverencial. Se ocupan en buscar pajas y motas,
890
con lo cual revelan una naturaleza estrecha y
terrena, un corazón que pierde rápidamente su
capacidad para comprender a Dios. Aquel cuyo
corazón ha respondido al toque divino, buscará lo
que aumente su conocimiento de Dios, y refine y
eleve su carácter. Como una flor se torna al sol
para que sus brillantes rayos le den bellos colores,
así se tornará el alma al Sol de justicia, para que la
luz del cielo embellezca el carácter con las gracias
del carácter de Cristo. Jesús continuó, poniendo de
manifiesto un pronunciado contraste entre la
actitud de los judíos y la de Abrahán: "Abraham
vuestro padre se gozó por ver mi día; y lo vio, y se
gozó."
Abrahán había deseado mucho ver al Salvador
prometido. Elevó la más ferviente oración porque
antes de su muerte pudiera contemplar al Mesías. Y
vio a Cristo. Se le dio una comunicación
sobrenatural, y reconoció el carácter divino de
Cristo. Vio su día, y se gozó. Se le dio una visión
del sacrificio divino por el pecado. Tuvo una
ilustración de ese sacrificio en su propia vida.
Recibió la orden: "Toma ahora tu hijo, tu único,
891
Isaac, a quien amas, . . . y ofrécelo . . . en
holocausto.' (Génesis 22:2)
Sobre el altar del sacrificio, colocó al hijo de la
promesa, el hijo en el cual se concentraban sus
esperanzas. Entonces, mientras aguardaba junto al
altar con el cuchillo levantado para obedecer a
Dios, oyó una voz del cielo que le dijo: "No
extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas
nada; que ya conozco que temes a Dios, pues que
no me rehusaste tu hijo, tu único." (Génesis 22:12)
Se le impuso esta terrible prueba a Abrahán para
que pudiera ver el día de Cristo y comprender el
gran amor de Dios hacia el mundo, tan grande que
para levantarlo de la degradación dio a su Hijo
unigénito para que sufriera la muerte más
ignominiosa.
Abrahán aprendió de Dios la mayor lección que
haya sido dada a los mortales. Su oración porque
pudiera ver a Cristo antes de morir fue contestada.
Vio a Cristo; vio todo lo que el mortal puede ver y
vivir. Mediante una entrega completa, pudo
comprender esa visión referente a Cristo. Se le
892
mostró que al dar a su Hijo unigénito para salvar a
los pecadores de la ruina eterna, Dios hacía un
sacrificio mayor y más asombroso que el que jamás
pudiera hacer el hombre.
La experiencia de Abrahán contestó la
pregunta: "¿Con qué prevendré a Jehová, y adoraré
al alto Dios? ¿vendré ante él con holocaustos, con
becerros de un año? ¿Agradaráse Jehová de
millares de carneros, o de diez mil arroyos de
aceite ? ¿daré mi primogénito por mi rebelión, el
fruto de mi vientre por el pecado de mi alma?'
(Miqueas 6:6,7) En las palabras de Abrahán: "Dios
se proveerá de cordero para el holocausto, hijo
mío,' (Génesis 22:8) y en la provisión de Dios de
un sacrificio en lugar de Isaac, se declaró que el
hombre no puede hacer expiación por sí mismo. El
sistema pagano de sacrificios era totalmente
inaceptable para Dios. Ningún padre debe ofrecer
su hijo o su hija como sacrificio propiciatorio.
Solamente el Hijo de Dios puede cargar con la
culpa del mundo.
Por su propio sufrimiento, Abrahán fue
893
capacitado para contemplar la misión de sacrificio
del Salvador. Pero los hijos de Israel no podían
entender lo que era tan desagradable para su
corazón orgulloso. Las palabras de Cristo
concernientes a Abrahán no tuvieron para sus
oyentes ningún significado profundo. Los fariseos
vieron en ellas sólo un nuevo motivo para cavilar.
Contestaron con desprecio, como si probaran que
Jesús debía ser un loco: "Aun no tienes cincuenta
años, ¿y has visto a Abraham?"
Con solemne dignidad Jesús respondió: "De
cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese,
YO SOY."
Cayó el silencio sobre la vasta concurrencia. El
nombre de Dios, dado a Moisés para expresar la
presencia eterna había sido reclamado como suyo
por este Rabino galileo. Se había proclamado a sí
mismo como el que tenía existencia propia, el que
había sido prometido a Israel, "cuya procedencia es
de antiguo tiempo, desde los días de la eternidad.'
(Miqueas 5:2)
894
Otra vez los sacerdotes y rabinos clamaron
contra Jesús acusándole de blasfemo. Su pretensión
de ser uno con Dios los había incitado antes a
quitarle la vida, y pocos meses más tarde
declararon lisa y llanamente: "Por buena obra no te
apedreamos, sino por la blasfemia; y porque tú,
siendo hombre, te haces Dios.' (Juan 10:33) Porque
era y reconocía ser el Hijo de Dios, estaban
resueltos a matarlo. Ahora muchos del pueblo,
adhiriéndose a los sacerdotes y rabinos, tomaron
piedras para arrojárselas. "Mas Jesús se encubrió, y
salió del templo; y atravesando por medio de ellos,
se fue."
La Luz estaba brillando en las tinieblas, "mas
las tinieblas no la comprendieron." (Juan 1:5)
"Y pasando Jesús, vio un hombre ciego desde
su nacimiento. Y preguntáronle sus discípulos,
diciendo: Rabbí, ¿quien pecó, éste o sus padres,
para que naciese ciego? Respondió Jesús: ni éste
pecó, ni sus padres: mas para que las obras de Dios
se manifestasen en él.... Esto dicho, escupió en
tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo
895
sobre los ojos del ciego, y díjole: Ve, lávate en el
estanque de Siloé (que significa, si lo interpretares,
Enviado). Y fue entonces, y lavóse, y volvió
viendo."
Se creía generalmente entre los judíos que el
pecado era castigado en esta vida. Se consideraba
que cada aflicción era castigo de alguna falta
cometida por el mismo que sufría o por sus padres.
Es verdad que todo sufrimiento es resultado de la
transgresión de la ley de Dios, pero esta verdad
había sido falseada. Satanás, el autor del pecado y
de todos sus resultados, había inducido a los
hombres a considerar la enfermedad y la muerte
como procedentes de Dios, como un castigo
arbitrariamente infligido por causa del pecado. Por
lo tanto, aquel a quien le sobrevenía una gran
aflicción o calamidad debía soportar la carga
adicional de ser considerado un gran pecador. Así
estaba preparado el camino para que los judíos
rechazaran a Jesús. El que "llevó . . . nuestras
enfermedades, y sufrió nuestros dolores,"
Se creía generalmente entre los judíos que el
896
pecado era castigado en esta vida. Se consideraba
que cada aflicción era castigo de alguna falta
cometida por el mismo que sufría o por sus padres.
Es verdad que todo sufrimiento es resultado de la
transgresión de la ley de Dios, pero esta verdad
había sido falseada. Satanás, el autor del pecado y
de todos sus resultados, había inducido a los
hombres a considerar la enfermedad y la muerte
como procedentes de Dios, como un castigo
arbitrariamente infligido por causa del pecado. Por
lo tanto, aquel a quien le sobrevenía una gran
aflicción o calamidad debía soportar la carga
adicional de ser considerado un gran pecador. Así
estaba preparado el camino para que los judíos
rechazaran a Jesús. El que "llevó . . . nuestras
enfermedades, y sufrió nuestros dolores," iba a ser
tenido por los judíos "por azotado, por herido de
Dios y abatido;" y de él escondieron "el rostro."
(Isaías 53:4,3)
Dios había dado una lección destinada a
prevenir esto. La historia de Job había mostrado
que el sufrimiento es infligido por Satanás, pero
que Dios predomina sobre él con fines de
897
misericordia. Pero Israel no entendía la lección. Al
rechazar a Cristo, los judíos repetían el mismo
error por el cual Dios había reprobado a los amigos
de Job. Los discípulos compartían la creencia de
los judíos concerniente a la relación del pecado y el
sufrimiento. Al corregir Jesús el error, no explicó
la causa de la aflicción del hombre, sino que les
dijo cuál sería el resultado. Por causa de ello se
manifestarían las obras de Dios. "Entre tanto que
estuviere en el mundo – dijo él,– luz soy del
mundo." Entonces, habiendo untado los ojos del
ciego, lo envió a lavarse en el estanque de Siloé, y
el hombre recibió la vista. Así Jesús contestó la
pregunta de los discípulos de una manera práctica,
como respondía él generalmente a las preguntas
que se le dirigían nacidas de la curiosidad. Los
discípulos no estaban llamados a discutir la
cuestión de quién había pecado o no, sino a
entender el poder y la misericordia de Dios al dar
vista al ciego. Era evidente que no había virtud
sanadora en el lodo, o en el estanque adonde el
ciego fue enviado a lavarse, sino que la virtud
estaba en Cristo.
898
Los fariseos no podían menos que quedar
atónitos por esta curación. Sin embargo, se llenaron
más que nunca de odio; porque el milagro había
sido hecho en sábado.
Los vecinos del joven y los que le habían
conocido ciego dijeron: "¿No es éste el que se
sentaba y mendigaba?" Le miraban con duda; pues
sus ojos estaban abiertos, su semblante cambiado y
alegre, y parecía ser otro hombre. La pregunta
pasaba de uno a otro. Algunos decían: "Este es;"
otros: "A él se parece." Pero el que había recibido
la gran bendición decidió la cuestión diciendo: "Yo
soy." Entonces les habló de Jesús y de la manera en
que él había sido sanado, y ellos le preguntaron:
"¿Dónde está aquél? El dijo: No sé."
Entonces le llevaron ante el concilio de los
fariseos. Nuevamente se le preguntó al hombre
cómo había recibido la vista. "Y él les dijo:
Púsome lodo sobre los ojos, y me lavé, y veo.
Entonces unos de los fariseos decían: Este hombre
no es de Dios, que no guarda el sábado." Los
fariseos esperaban hacer aparecer a Jesús como
899
pecador, y que por lo tanto no era el Mesías. No
sabían que el que había sanado al ciego había
hecho el sábado y conocía todas sus obligaciones.
Aparentaban tener admirable celo por la
observancia del día de reposo, pero en ese mismo
día estaban planeando un homicidio. Sin embargo,
al enterarse de este milagro muchos quedaron muy
impresionados y convencidos de que Aquel que
había abierto los ojos del ciego era más que un
hombre común. En respuesta al cargo de que Jesús
era pecador porque no guardaba el sábado, dijeron:
"¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas
señales?" Los rabinos volvieron a dirigirse al
ciego: "¿Tú, qué dices del que te abrió los ojos? Y
él dijo: Que es profeta." Los fariseos aseguraron
entonces que no había nacido ciego ni recibido la
vista. Llamaron a sus padres, y les preguntaron,
diciendo: ' ¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros
decís que nació ciego?"
Allí estaba el hombre mismo declarando que
había sido ciego y que se le había dado la vista;
pero los fariseos preferían negar la evidencia de sus
propios sentidos antes que admitir que estaban en
900
el error. Tan poderoso es el prejuicio, tan torcida es
la justicia farisaica. A los fariseos les quedaba una
esperanza, la de intimidar a los padres del hombre.
Con aparente sinceridad, preguntaron: "¿Cómo,
pues, ve ahora?" Los padres temieron
comprometerse, porque se había declarado que
cualquiera que reconociese a Jesús como el Cristo,
fuese echado "de la sinagoga;" es decir, excluido
de la sinagoga por treinta días. Durante ese tiempo
ningún hijo sería circuncidado o ningún muerto
sería lamentado en el hogar ofensor. La sentencia
era considerada como una gran calamidad; y si no
mediaba arrepentimiento, era seguida por una pena
mucho mayor. La obra realizada en favor de su hijo
había convencido a los padres; sin embargo
respondieron: "Sabemos que éste es nuestro hijo, y
que nació ciego: mas cómo vea ahora, no sabemos;
o quién le haya abierto los ojos, nosotros no lo
sabemos; él tiene edad, preguntadle a él, él hablará
de sí." Así transfirieron toda la responsabilidad a su
hijo; porque no se atrevían a confesar a Cristo.
El dilema en el cual fueron puestos los fariseos,
sus dudas y prejuicios, su incredulidad en los
901
hechos del caso, fueron revelados a la multitud,
especialmente al pueblo común. Jesús había
realizado frecuentemente sus milagros en plena
calle, y sus obras servían siempre para aliviar el
sufrimiento. La pregunta que estaba en muchas
mentes era: ¿Haría Dios esas obras poderosas
mediante un impostor como afirmaban los fariseos
que era Jesús? La discusión se había vuelto
encarnizada por ambas partes.
Los fariseos veían que estaban dando
publicidad a la obra hecha por Jesús. No podían
negar el milagro. El ciego rebosaba gozo y
gratitud; contemplaba las maravillas de la
naturaleza y se llenaba de deleite ante la hermosura
de la tierra y del cielo. Relataba libremente su caso
y otra vez ellos trataron de imponerle silencio,
diciendo: "Da gloria a Dios: nosotros sabemos que
este hombre es pecador." Es decir: No repitas que
este hombre te dio la vista; es Dios quien lo ha
hecho.
El ciego respondió: "Si es pecador, no lo sé:
una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora
902
veo."
Entonces le preguntaron otra vez: "¿Qué te
hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?" Procuraron
confundirlo con muchas palabras, a fin de que él se
juzgase engañado. Satanás y sus ángeles malos
estaban de parte de los fariseos, y unían sus fuerzas
y argucias al razonamiento de los hombres a fin de
contrarrestar la influencia de Cristo. Embotaron las
convicciones hondamente arraigadas en muchas
mentes. Los ángeles de Dios también estaban
presentes para fortalecer al hombre cuya vista
había sido restaurada.
Los fariseos no comprendían que estaban
tratando más que con un hombre inculto que había
nacido ciego; no conocían a Aquel con quien
estaban en controversia. La luz divina brillaba en
las cámaras del alma del ciego. Mientras aquellos
hipócritas procuraban hacerle descreído, Dios le
ayudó a demostrar, por el vigor y la agudeza de sus
respuestas, que no había de ser entrampado.
Replicó: "Ya os lo he dicho, y no habéis atendido:
¿por qué lo queréis otra vez oír? ¿queréis también
903
vosotros haceros sus discípulos? Y le ultrajaron, y
dijeron: Tú eres su discípulo; pero nosotros
discípulos de Moisés somos. Nosotros sabemos que
a Moisés habló Dios: mas éste no sabemos de
dónde es."
El Señor Jesús conocía la prueba por la cual
estaba pasando el hombre, y le dio gracia y
palabras, de modo que llegó a ser un testigo por
Cristo. Respondió a los fariseos con palabras que
eran una hiriente censura a sus preguntas.
Aseveraban ser los expositores de las Escrituras y
los guías religiosos de la nación; sin embargo,
había allí Uno que hacía milagros, y ellos
confesaban ignorar tanto la fuente de su poder,
como su carácter y pretensiones. "Por cierto,
maravillosa cosa es ésta – dijo el hombre,– que
vosotros no sabéis de dónde sea, y a mí me abrió
los ojos. Y sabemos que Dios no oye a los
pecadores: mas si alguno es temeroso de Dios, y
hace su voluntad, a éste oye. Desde el siglo no fue
oído, que abriese alguno los ojos de uno que nació
ciego. Si éste no fuera de Dios, no pudiera hacer
nada."
904
El hombre había hecho frente a sus inquisidores
en su propio terreno. Su razonamiento era
incontestable. Los fariseos estaban atónitos y
enmudecieron, hechizados ante sus palabras
penetrantes y resueltas. Durante un breve momento
guardaron silencio. Luego esos ceñudos sacerdotes
y rabinos recogieron sus mantos, como si hubiesen
temido contaminarse por el trato con él, sacudieron
el polvo de sus pies, y lanzaron denuncias contra
él: "En pecados eres nacido todo, ¿y tú nos
enseñas?" Y le excomulgaron.
Jesús se enteró de lo hecho; y hallándolo poco
después, le dijo: "¿Crees tú en el Hijo de Dios?"
Por primera vez el ciego miraba el rostro de
Aquel que le sanara. Delante del concilio había
visto a sus padres turbados y perplejos; había
mirado los ceñudos rostros de los rabinos; ahora
sus ojos descansaban en el amoroso y pacífico
semblante de Jesús. Antes de eso, a gran costo para
él, le había reconocido como delegado del poder
divino; ahora se le concedió una revelación mayor.
905
A la pregunta del Salvador: "¿Crees tú en el
Hijo de Dios?" el ciego respondió: "¿Quién es,
Señor, para que crea en él?" Y Jesús dijo: "Y le has
visto, y el que habla contigo, él es." El hombre se
arrojó a los pies del Salvador para adorarle. No
solamente había recibido la vista natural, sino que
habían sido abiertos los ojos de su entendimiento.
Cristo había sido revelado a su alma, y le recibió
como el Enviado de Dios.
Había un grupo de fariseos reunido cerca, y el
verlos trajo a la mente de Jesús el contraste que
siempre se manifestaba en el efecto de sus obras y
palabras. Dijo: "Yo, para juicio he venido a este
mundo: para que los que no ven, vean; y los que
ven, sean cegados." Cristo había venido para abrir
los ojos ciegos, para dar luz a los que moran en
tinieblas. Había declarado ser la luz del mundo y el
milagro que acababa de realizar era un testimonio
de su misión. El pueblo que contempló al Salvador
en su venida fue favorecido con una manifestación
más abundante de la presencia divina que la que el
mundo jamás había gozado antes. El conocimiento
906
de Dios fue revelado más perfectamente. Pero por
esta misma revelación, los hombres fueron
juzgados. Su carácter fue probado, y determinado
su destino.
La manifestación del poder divino que le había
dado al ciego vista natural tanto como espiritual,
había sumido a los fariseos en tinieblas más
profundas. Algunos de sus oyentes, al sentir que las
palabras de Cristo se aplicaban a ellos,
preguntaron: "¿Somos nosotros también ciegos?"
Jesús respondió: "Si fuerais ciegos, no tuvierais
pecado." Si Dios hubiese hecho imposible para
vosotros ver la verdad, vuestra ignorancia no
implicaría culpa. "Mas ahora . . . decís, Vemos."
Os creéis capaces de ver, y rechazáis el único
medio por el cual podríais recibir la vista. A todos
los que percibían su necesidad, Jesús les
proporcionaba ayuda infinita. Pero los fariseos no
confesaban necesidad alguna; rehusaban venir a
Cristo, y por lo tanto fueron dejados en una
ceguedad de la cual ellos mismos eran culpables.
Jesús dijo: "Vuestro pecado permanece."
907
Capítulo 52
El Divino Pastor
"YO SOY el buen pastor: el buen pastor su
vida da por las ovejas." "Yo soy el buen pastor; y
conozco mis ovejas, y las mías me conocen. Como
el Padre me conoce, y yo conozco al Padre, y
pongo mi vida por las ovejas."
De nuevo Jesús halló acceso a la mente de sus
oyentes por medio de las cosas con las que estaban
familiarizados. Había comparado la influencia del
Espíritu al agua fresca, refrigerante. Se había
representado por la luz, fuente de vida y alegría
para la naturaleza y el hombre. Ahora, mediante un
hermoso cuadro pastoril, representó su relación con
los que creían en él. Ningún cuadro era más
familiar que éste para sus oyentes y las palabras de
Cristo lo vincularon para siempre con él mismo.
Nunca mirarían los discípulos a los pastores que
cuidasen sus rebaños sin recordar la lección del
Salvador. Verían a Cristo en cada pastor fiel. Se
908
verían a sí mismos en cada rebaño indefenso y
dependiente.
El profeta Isaías había aplicado esta figura a la
misión del Mesías, en las alentadoras palabras:
"Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sión;
levanta fuertemente tu voz, anunciadora en
Jerusalem; levántala, no temas; di a las ciudades de
Judá: ¡Veis aquí el Dios vuestro! . . . Como pastor
apacentará su rebaño; en su brazo cogerá los
corderos, y en su seno los llevará.' (Isaías 40:9-11)
David había cantado: "Jehová es mi pastor; nada
me faltará." (Salmos 23:1) El Espíritu Santo había
declarado por Ezequiel: "Y despertaré sobre ellas
un pastor, y él las apacentará." "Yo buscaré la
perdida, y tornaré la amontada, y ligaré la
perniquebrada, y corroboraré la enferma." "Y
estableceré con ellos pacto de paz." "Y no serán
más presa de las gentes, . . . sino que habitarán
seguramente, y no habrá quien espante." (Ezequiel
34:23,16,25,28)
Cristo aplicó estas profecías a sí mismo, y
mostró el contraste que había entre su carácter y el
909
de los dirigentes de Israel. Los fariseos acababan
de echar a uno del redil porque había osado
testificar del poder de Cristo. Habían excomulgado
a un alma a la cual el verdadero Pastor estaba
atrayendo. Así habían demostrado que desconocían
la obra a ellos encomendada, y que eran indignos
del cargo de pastores del rebaño. Jesús les presentó
el contraste que existía entre ellos y el buen Pastor,
y se declaró el verdadero guardián del rebaño del
Señor. Antes de hacerlo, sin embargo, habló de sí
mismo empleando otra figura.
Dijo: "El que no entra por la puerta en el corral
de las ovejas, mas sube por otra parte, el tal es
ladrón y robador. Mas el que entra por la puerta, el
pastor de las ovejas es." Los fariseos no
percibieron que estas palabras iban dirigidas contra
ellos. Mientras razonaban en su corazón en cuanto
al significado, Jesús les dijo claramente: "Yo soy la
puerta: el que por mí entrare, será salvo; y entrará,
y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino
para hurtar, y matar, y destruir: yo he venido para
que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia."
910
Cristo es la puerta del redil de Dios. Por esta
puerta todos sus hijos, desde los más remotos
tiempos, han hallado entrada. En Jesús, como
estaba presentado en los tipos, prefigurado en los
símbolos, manifestado en la revelación de los
profetas, revelado en las lecciones dadas a sus
discípulos, y en los milagros obrados en favor de
los hijos de los hombres, ellos han contemplado al
"Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo,"
(Juan 1:29) y por él son introducidos en el redil de
su gracia. Se han presentado muchos otros objetos
de fe en el mundo; se han ideado ceremonias y
sistemas por los cuales los hombres esperan recibir
justificación y paz para con Dios, y hallar así
entrada en su redil.
Pero la única puerta es Cristo, y todos los que
han interpuesto alguna otra cosa para que ocupe el
lugar de Cristo, todos los que han procurado entrar
en el redil de alguna otra manera, son ladrones y
robadores. Los fariseos no habían entrado por la
puerta. Habían subido al corral por otro camino que
no era Cristo, y no estaban realizando el trabajo del
911
verdadero pastor. Los sacerdotes y gobernantes, los
escribas y fariseos destruían los pastos vivos y
contaminaban los manantiales del agua de vida.
Las fieles palabras de la Inspiración describen a
esos falsos pastores: "No corroborasteis las flacas,
ni curasteis la enferma: no ligasteis la
perniquebrada, ni tornasteis la amontada, ni
buscasteis la perdida; sino que os habéis
enseñoreado de ellas con dureza y con violencia."
(Ezequiel 34:4)
Durante todos los siglos, los filósofos y
maestros han estado presentando al mundo teorías
para satisfacer la necesidad del alma. Cada nación
pagana ha tenido sus grandes maestros y sus
sistemas religiosos que han ofrecido otros medios
de redención que Cristo, han apartado los ojos de
los hombres del rostro del Padre y han llenado los
corazones de miedo a Aquel que les había dado
solamente bendiciones. Su obra tiende a despojar a
Dios de aquello que le pertenece por la creación y
por la redención. Y esos falsos maestros roban
asimismo a los hombres. Millones de seres
humanos están sujetos a falsas religiones, en la
912
esclavitud del miedo abyecto, de la indiferencia
estólida, trabajando duramente como bestias de
carga, despojados de esperanza o gozo o aspiración
aquí, y dominados tan sólo por un sombrío temor
de lo futuro. Solamente el Evangelio de la gracia
de Dios puede elevar el alma. La contemplación
del amor de Dios manifestado en su Hijo
conmoverá el corazón y despertará las facultades
del alma como ninguna otra cosa puede hacerlo.
Cristo vino para crear de nuevo en el hombre la
imagen de Dios; y cualquiera que aleje a los
hombres de Cristo los aleja de la fuente del
verdadero desarrollo; los despoja de la esperanza,
el propósito y la gloria de la vida. Es ladrón y
robador.
"El que entra por la puerta, el pastor de las
ovejas es." Cristo es la puerta y también el pastor.
El entra por sí mismo. Es por su propio sacrificio
como llega a ser pastor de las ovejas. "A éste abre
el portero, y las ovejas oyen su voz: y a sus ovejas
llama por nombre, y las saca. Y como ha sacado
fuera todas las propias, va delante de ellas; y las
ovejas le siguen, porque conocen su voz.
913
De todas las criaturas, la oveja es una de las
más tímidas e indefensas, y en el Oriente el
cuidado del pastor por su rebaño es incansable e
incesante. Antiguamente, como ahora, había poca
seguridad fuera de las ciudades amuralladas. Los
merodeadores de las tribus errantes, o las bestias
feroces que tenían sus guaridas entre las rocas,
acechaban para saquear los rebaños. El pastor
velaba por su rebaño, sabiendo que lo hacía con
peligro de su propia vida. Jacob, que cuidaba los
rebaños de Labán en los campos de Harán, dice,
describiendo su infatigable labor: "De día me
consumía el calor, y de noche la helada, y el sueño
se huía de mis ojos." (Génesis 31:40) Y fue
mientras cuidaba las ovejas de su padre, cuando el
joven David, sin ayuda, hacía frente al león y al
oso, y arrebataba de entre sus colmillos el cordero
robado.
Mientras el pastor guía su rebaño por sobre las
colinas rocosas, a través de los bosques y de las
hondonadas desiertas, a los rincones cubiertos de
pastos junto a la ribera de los ríos; mientras lo
914
cuida en las montañas durante las noches solitarias,
lo protege de los ladrones y con ternura atiende a
las enfermizas y débiles, su vida se unifica con la
de sus ovejas. Un fuerte lazo de cariño lo une a los
objetos de su cuidado. Por grande que sea su
rebaño, él conoce cada oveja. Cada una tiene su
nombre, al cual responde cuando la llama el pastor.
Como un pastor terrenal conoce sus ovejas, así
el divino Pastor conoce su rebaño, esparcido por el
mundo. "Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi
pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice el
Señor Jehová." Jesús dice: "Te puse nombre, mío
eres tú." "He aquí que en las palmas te tengo
esculpida." (Ezequiel 34:31, Isaías 43:1, 49:16)
Jesús nos conoce individualmente, y se
conmueve por el sentimiento de nuestras flaquezas.
Nos conoce a todos por nombre. Conoce la casa en
que vivimos, y el nombre de cada ocupante. Dio a
veces instrucciones a sus siervos para que fueran a
cierta calle en cierta ciudad, a tal casa, para hallar a
una de sus ovejas.
915
Cada alma es tan plenamente conocida por
Jesús como si fuera la única por la cual el Salvador
murió. Las penas de cada uno conmueven su
corazón. El clamor por auxilio penetra en su oído.
El vino para atraer a todos los hombres a sí. Los
invita: "Seguidme," y su Espíritu obra en sus
corazones para inducirlos a venir a él. Muchos
rehusan ser atraídos. Jesús conoce quiénes son.
Sabe también quiénes oyen alegremente su
llamamiento y están listos para colocarse bajo su
cuidado pastoral. El dice: "Mis ovejas oyen mi voz,
y yo las conozco, y me siguen." Cuida a cada una
como si no hubiera otra sobre la haz de la tierra. "A
sus ovejas llama por nombre, y las saca; . . . y las
ovejas le siguen, porque conocen su voz." Los
pastores orientales no arrean sus ovejas. No se
valen de la fuerza o del miedo, sino que van
delante y las llaman. Ellas conocen su voz, y
obedecen el llamado. Así hace con sus ovejas el
Salvador y Pastor. La Escritura dice: "Condujiste a
tu pueblo como ovejas, por mano de Moisés y de
Aarón." Por el profeta, Jesús declara: "Con amor
eterno te he amado; por tanto te soporté con
misericordia." El no obliga a nadie a seguirle. "Con
916
cuerdas humanas los traje – dice, – con cuerdas de
amor." (Salmos 77:20, Jeremías 31:3, Oseas 11:4)
No es el temor al castigo, o la esperanza de la
recompensa eterna, lo que induce a los discípulos
de Cristo a seguirle. Contemplan el amor
incomparable del Salvador, revelado en su
peregrinación en la tierra, desde el pesebre de
Belén hasta la cruz del Calvario, y la visión del
Salvador atrae, enternece y subyuga el alma. El
amor se despierta en el corazón de los que lo
contemplan. Ellos oyen su voz, y le siguen.
Como el pastor va delante de sus ovejas y es el
primero que hace frente a los peligros del camino,
así hace Jesús con su pueblo. "Y como ha sacado
fuera todas las propias, va delante de ellas." El
camino al cielo está consagrado por las huellas del
Salvador. La senda puede ser empinada y
escabrosa, pero Jesús ha recorrido ese camino; sus
pies han pisado las crueles espinas, para hacernos
más fácil el camino. El mismo ha soportado todas
las cargas que nosotros estamos llamados a
soportar.
917
Aunque ascendí a la presencia de Dios y
comparte el trono del universo, Jesús no ha perdido
nada de su naturaleza compasiva. Hoy el mismo
tierno y simpatizante corazón está abierto a todos
los pesares de la humanidad. Hoy las manos que
fueron horadadas se extienden para bendecir
abundantemente a su pueblo que está en el mundo.
"No perecerán para siempre, ni nadie las arrebatará
de mi mano." El alma que se ha entregado a Cristo
es más preciosa a sus ojos que el mundo entero. El
Salvador habría pasado por la agonía del Calvario
para que uno solo pudiera salvarse en su reino.
Nunca abandona a un alma por la cual murió. A
menos que sus seguidores escojan abandonarle, él
los sostendrá siempre.
En todas nuestras pruebas, tenemos un
Ayudador que nunca nos falta. El no nos deja solos
para que luchemos con la tentación, batallemos
contra el mal, y seamos finalmente aplastados por
las cargas y tristezas. Aunque ahora esté oculto
para los ojos mortales, el oído de la fe puede oír su
voz que dice: No temas; yo estoy contigo. Yo soy
918
"el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo
por siglos de siglos." (Apocalipsis 1:18)
He soportado vuestras tristezas, experimentado
vuestras luchas, y hecho frente a vuestras
tentaciones. Conozco vuestras lágrimas; yo
también he llorado. Conozco los pesares demasiado
hondos para ser susurrados a ningún oído humano.
No penséis que estáis solitarios y desamparados.
Aunque en la tierra vuestro dolor no toque cuerda
sensible alguna en ningún corazón, miradme a mí,
y vivid. "Porque los montes se moverán, y los
collados temblarán; mas no se apartará de ti mi
misericordia, ni el pacto de mi paz vacilará, dijo
Jehová, el que tiene misericordia de ti." (Isaías
54:10)
Por mucho que un pastor pueda amar a sus
ovejas, Jesús ama aún más a sus hijos e hijas. No es
solamente nuestro pastor; es nuestro "Padre
eterno." Y él dice: "Y conozco mis ovejas, y las
mías me conocen. Como el Padre me conoce, y yo
conozco al Padre." ¡Qué declaración! Es el Hijo
unigénito, el que está en el seno del Padre, a quien
919
Dios ha declarado ser "el hombre compañero mío;'
(Zacarías 13:7) y presenta la comunión que hay
entre él y el Padre como figura de la que existe
entre él y sus hijos en la tierra.
Jesús nos ama porque somos el don de su Padre
y la recompensa de su trabajo. El nos ama como a
hijos suyos. Lector, él te ama a ti. El Cielo mismo
no puede otorgar nada mayor, nada mejor; por
tanto, confía. Jesús pensó en todas las almas de la
tierra, que estaban engañadas por los falsos
pastores. Aquellas a quienes él anhelaba reunir
como ovejas de su prado estaban esparcidas entre
lobos, y dijo: "También tengo otras ovejas que no
son de este redil; aquéllas también me conviene
traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un
pastor."
"Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi
vida, para volverla a tomar." Es decir, mi Padre os
ama tanto, que me ama aun más porque doy mi
vida para redimiros. Al hacerme vuestro substituto
y fiador, mediante la entrega de mi vida, tomando
vuestras obligaciones, vuestras transgresiones, se
920
encarece el amor de mi Padre hacia mí.
"Pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie
me la quita, mas yo la pongo de mí mismo. Tengo
poder para ponerla, y tengo poder para volverla a
tomar." Mientras, como miembro de la familia
humana, era mortal, como Dios, era la fuente de la
vida para el mundo. Hubiera podido resistir el
avance de la muerte y rehusar ponerse bajo su
dominio; pero voluntariamente puso su vida para
sacar a luz la vida y la inmortalidad. Cargó con el
pecado del mundo, soportó su maldición, entregó
su vida en sacrificio, para que los hombres no
muriesen eternamente. "Ciertamente llevó él
nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores....
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido
por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz
sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados.
Todos nosotros nos descarriamos como ovejas,
cada cual se apartó por su camino: mas Jehová
cargó en él el pecado de todos nosotros." (Isaías
53:4-6)
921
Capítulo 53
El Ultimo Viaje Desde Galilea
AL ACERCARSE el fin de su ministerio,
cambió Jesús su manera de trabajar. Antes, había
procurado rehuir la excitación y la publicidad.
Había rehusado el homenaje del pueblo y pasado
rápidamente de un lugar a otro cuando el
entusiasmo popular en su favor parecía volverse
ingobernable. Vez tras vez había ordenado que
nadie declarase que él era el Cristo.
En ocasión de la fiesta de las cabañas, su viaje
a Jerusalén fue hecho secreta y apresuradamente.
Cuando sus hermanos le instaron a presentarse
públicamente como el Mesías, contestó: "Mi
tiempo aún no ha venido." (Juan 7:6) Hizo su viaje
a Jerusalén sin ser notado, y entró en la ciudad sin
ser anunciado ni honrado por la multitud. Pero no
sucedió así en ocasión de su último viaje. Había
abandonado a Jerusalén por una temporada a causa
de la malicia de los sacerdotes y rabinos. Pero
922
ahora regresó de la manera más pública, por una
ruta tortuosa y precedido de un anuncio de su
venida, que no había permitido antes. Estaba
marchando hacia el escenario de su gran sacrificio,
hacia el cual la atención del pueblo debía dirigirse.
"Y como Moisés levantó la serpiente en el
desierto, así es necesario que el Hijo del hombre
sea levantado." (Juan 3:14) Como los ojos de todo
Israel se habían dirigido a la serpiente levantada,
símbolo de su curación, así los ojos debían ser
atraídos a Cristo, el sacrificio que traería salvación
al mundo perdido.
Era un concepto falso de la obra del Mesías y
una falta de fe en el carácter divino de Jesús, lo que
había inducido a sus hermanos a instarle a
presentarse públicamente al pueblo en ocasión de
la fiesta de las cabañas. Ahora, con un espíritu
análogo a éste, los discípulos quisieron impedirle
hacer el viaje a Jerusalén. Recordaban sus palabras
referentes a lo que había de sucederle allí, conocían
la hostilidad implacable de los dirigentes
religiosos, y de buena gana hubieran disuadido a su
923
Maestro de ir allá.
Para el corazón de Cristo, era una prueba
amarga avanzar contra los temores, los desengaños
y la incredulidad de sus amados discípulos. Era
duro llevarlos adelante, a la angustia y
desesperación que les aguardaban en Jerusalén. Y
Satanás estaba listo para apremiar con sus
tentaciones al Hijo del hombre. ¿Por qué iría ahora
a Jerusalén, a una muerte segura? En todo su
derredor había almas hambrientas del pan de vida.
Por todas partes había dolientes que aguardaban su
palabra sanadora. La obra que había de realizarse
mediante el Evangelio de su gracia sólo había
comenzado. Y él estaba lleno de vigor, en la flor de
su virilidad. ¿Por qué no se dirigiría hacia los
vastos campos del mundo con las palabras de su
gracia, el toque de su poder curativo? ¿Por qué no
tendría el gozo de impartir luz y alegría a aquellos
entenebrecidos y apenados millones? ¿Por qué
dejaría la siega de esas multitudes a sus discípulos,
tan faltos de fe, tan embotados de entendimiento,
tan lentos para obrar? ¿Por qué habría de arrostrar
la muerte ahora y abandonar la obra en sus
924
comienzos? El enemigo que había hecho frente a
Cristo en el desierto le asaltó ahora con fieras y
sutiles tentaciones. Si Jesús hubiese cedido por un
momento, si hubiese cambiado su conducta en lo
mínimo para salvarse, los agentes de Satanás
hubieran triunfado y el mundo se hubiera perdido.
Pero Jesús "afirmó su rostro para ir a
Jerusalén." La única ley de su vida era la voluntad
del Padre. Cuando visitó el templo en su niñez, le
dijo a María: "¿No sabíais que en los negocios de
mi Padre me conviene estar?" (Lucas 2:49) En
Caná, cuando María deseaba que él revelara su
poder milagroso, su respuesta fue: "Aun no ha
venido mi hora." (Juan 2:4) Con las mismas
palabras respondió a sus hermanos cuando le
instaban a ir a la fiesta. Pero en el gran plan de
Dios había sido señalada la hora en que debía
ofrecerse por los pecados de los hombres, y esa
hora estaba por sonar. El no quería faltar ni vacilar.
Sus pasos se dirigieron a Jerusalén, donde sus
enemigos habían tramado desde hacía mucho
tiempo quitarle la vida; ahora la depondría. Afirmó
su rostro para ir hacia la persecución, la negación,
925
el rechazamiento, la condenación y la muerte.
"Y envió mensajeros delante de sí, los cuales
fueron y entraron en una ciudad de los samaritanos,
para prevenirle." Pero los habitantes rehusaron
recibirle, porque estaba en camino a Jerusalén.
Interpretaron que esto significaba que Cristo
manifestaba preferencia por los judíos, a quienes
ellos aborrecían con acerbo odio. Si él hubiese
venido a restaurar el templo y el culto en el monte
Gerizim, le hubieran recibido alegremente; pero iba
en camino a Jerusalén, y no quisieron darle
hospitalidad. ¡Cuán poco comprendieron que
estaban cerrando sus puertas al mejor don del
cielo! Jesús invitaba a los hombres a recibirle, les
pedía favores, para poder acercarse a ellos y
otorgarles las más ricas bendiciones. Por cada
favor que se le hacía, devolvía una merced más
valiosa. Pero aquellos samaritanos lo perdieron
todo por su prejuicio y fanatismo.
Santiago y Juan, los mensajeros de Cristo, se
sintieron vejados por el insulto inferido a su Señor.
Se llenaron de indignación porque él había sido
926
tratado tan rudamente por los samaritanos a
quienes estaba honrando con su presencia. Poco
antes, habían estado con él en el monte de la
transfiguración, y le habían visto glorificado por
Dios y honrado por Moisés y Elías. Pensaban que
esta manifiesta deshonra de parte de los
samaritanos, no debía pasarse por alto sin un
notable castigo. Al volver a Cristo, le comunicaron
las palabras de los habitantes del pueblo,
diciéndole que habían rehusado darle siquiera
albergue para la noche. Pensaban que se le había
hecho un enorme agravio, y al ver en lontananza el
monte Carmelo, donde Elías había matado a los
falsos profetas, dijeron: "¿Quieres que mandemos
que descienda fuego del cielo, y los consuma,
como hizo Elías?" Se sorprendieron cuando vieron
que Jesús se apenaba por sus palabras, y se
sorprendieron aun más cuando oyeron su reproche:
"Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el
Hijo del hombre no ha venido para perder las almas
de los hombres, sino para salvarlas."
No es parte de la misión de Cristo obligar a los
hombres a recibirle. Satanás, y los hombres
927
impulsados por su espíritu son quienes procuran
violentar las conciencias. Pretextando celo por la
justicia, los hombres que están confederados con
los ángeles malos acarrean sufrimientos a sus
prójimos, a fin de convertirlos a sus ideas
religiosas; pero Cristo está siempre manifestando
misericordia, siempre procura conquistarlos por la
revelación de su amor. El no puede admitir un rival
en el alma ni aceptar un servicio parcial; pero desea
solamente un servicio voluntario, la entrega
voluntaria del corazón, bajo la compulsión del
amor. No puede haber una evidencia más
concluyente de que poseemos el espíritu de Satanás
que el deseo de dañar y destruir a los que no
aprecian nuestro trabajo u obran contrariamente a
nuestras ideas. Todo ser humano pertenece a Dios
en cuerpo, alma y espíritu. Cristo murió para
redimir a todos. Nada puede ser más ofensivo para
Dios que el hecho de que los hombres, por
fanatismo religioso, ocasionen sufrimientos a
quienes son adquisición de la sangre del Salvador.
"Y partiéndose de allí, vino a los términos de
Judea y tras el Jordán: y volvió el pueblo a juntarse
928
a él; -y de nuevo les enseñaba como solía."
(Marcos 10:1)
Gran parte de los meses finales del ministerio
de Cristo se pasó en Perea, la provincia "tras el
Jordán" con respecto a Judea. Allí la multitud se
agolpaba a su paso, como en los primeros días de
su ministerio en Galilea, y él repitió mucha de su
enseñanza anterior.
Así como enviara a los doce, "designó el Señor
aun otros setenta, los cuales envió de dos en dos
delante de sí, a toda ciudad y lugar a donde él había
de venir." Estos discípulos habían estado algún
tiempo con él, preparándose para su trabajo.
Cuando los doce fueron enviados a su primera jira
misionera, otros discípulos acompañaron a Jesús en
su viaje por Galilea. Allí tuvieron ocasión de
asociarse íntimamente con él y de recibir
instrucción personal directa. Ahora este grupo
mayor también había de partir en una misión por
separado.
Las indicaciones hechas a los setenta fueron
929
similares a las que habían sido dadas a los doce;
pero la orden impartida a los doce de no entrar en
ninguna ciudad de gentiles o samaritanos, no fue
dada a los setenta. Aunque Cristo acababa de ser
rechazado por los samaritanos, su amor hacia ellos
era inalterable. Cuando los setenta partieron en su
nombre, visitaron ante todo las ciudades de
Samaria.
La visita del Salvador mismo a Samaria, y más
tarde la alabanza al buen samaritano y el gozo
agradecido del leproso samaritano, quien de entre
diez fue el único que volvió para dar gracias a
Cristo, fueron hechos de mucho significado para
los discípulos. La lección penetró profundamente
en el corazón de ellos. Al comisionarlos
inmediatamente antes de su ascensión, Jesús
mencionó a Samaria junto con Jerusalén y Judea
como los lugares donde debían predicar
primeramente el Evangelio. Su enseñanza los había
preparado para cumplir esta comisión. Cuando en
el nombre de su Señor fueron ellos a Samaria,
hallaron a la gente lista para recibirlos. Los
samaritanos se habían enterado de las palabras de
930
alabanza de Cristo y de sus obras de misericordia
en favor de hombres de su nación. Vieron que a
pesar del trato rudo que le habían dado él tenía
solamente pensamientos de amor hacia ellos, y sus
corazones fueron ganados. Después de su
ascensión, dieron la bienvenida a los mensajeros
del Salvador, y los discípulos cosecharon una
preciosa mies de entre aquellos que habían sido
antes sus más acerbos enemigos. "No quebrará la
caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare:
sacará el juicio a verdad." "Y en su nombre
esperarán los gentiles." (Isaías 42:3, Mateo 12:21)
Al enviar a los setenta, Jesús les ordenó, como
lo había ordenado a los doce, no insistir en estar
donde no fueran bienvenidos. "En cualquier ciudad
donde entrareis, y no os recibieren –les dijo,–
saliendo por sus calles decid: Aun el polvo que se
nos ha pegado de vuestra ciudad a nuestros pies,
sacudimos en vosotros: esto empero sabed, que el
reino de los cielos se ha llegado a vosotros." No
debían hacer esto por resentimiento o porque se
hubiese herido su dignidad, sino para mostrar cuán
grave es rechazar el mensaje del Señor o a sus
931
mensajeros. Rechazar a los siervos del Señor es
rechazar a Cristo mismo.
"Y os digo –añadió Jesús– que los de Sodoma
tendrán más remisión aquel día, que aquella
ciudad." Y recordó los pueblos de Galilea donde
había cumplido la mayor parte de su ministerio.
Con acento de profunda tristeza exclamó: "¡Ay de
ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! que si en Tiro y en
Sidón hubieran sido hechas las maravillas que se
han hecho en vosotras, ya días ha que, sentados en
cilicio y ceniza, se habrían arrepentido. Por tanto,
Tiro y Sidón tendrán más remisión que vosotras en
el juicio. Y tú, Capernaúm, que hasta los cielos
estás levantada, hasta los infiernos serás bajada."
Las más ricas bendiciones del cielo habían sido
ofrecidas gratuitamente a aquellos activos pueblos
próximos al mar de Galilea. Día tras día, el
Príncipe de la vida había entrado y salido entre
ellos. La gloria de Dios, que profetas y reyes
habían anhelado ver, había brillado sobre las
multitudes que se agolpaban en el camino del
Salvador. Sin embargo, habían rechazado el Don
932
celestial.
Con gran ostentación de prudencia, los rabinos
habían amonestado al pueblo contra la aceptación
de las nuevas doctrinas enseñadas por este nuevo
maestro; porque sus teorías y prácticas
contradecían las enseñanzas de los padres. El
pueblo dio crédito a lo que enseñaban los
sacerdotes y fariseos, en lugar de procurar entender
por sí mismo la Palabra de Dios. Honraba a los
sacerdotes y gobernantes en vez de honrar a Dios,
y rechazó la verdad a fin de conservar sus propias
tradiciones. Muchos habían sido impresionados y
casi persuadidos; pero no habían obrado de acuerdo
con sus convicciones, y no eran contados entre los
partidarios de Cristo. Satanás presentó sus
tentaciones, hasta que la luz les pareció tinieblas.
Así muchos rechazaron la verdad que hubiera
tenido como resultado la salvación de su alma.
El Testigo verdadero dice: "He aquí, yo estoy a
la puerta y llamo." (Apocalipsis 3:20) Toda
amonestación, reprensión y súplica de la Palabra de
Dios o de sus mensajeros es un llamamiento a la
933
puerta del corazón. Es la voz de Jesús que procura
entrada. Con cada llamamiento desoído se debilita
la inclinación a abrir. Si hoy son despreciadas las
impresiones del Espíritu Santo, mañana no serán
tan fuertes. El corazón se vuelve menos sensible y
cae en una peligrosa inconsciencia en cuanto a lo
breve de la vida frente a la gran eternidad venidera.
Nuestra condenación en el juicio no se deberá al
hecho de que hayamos estado en el error, sino al
hecho de haber descuidado las oportunidades
enviadas por el cielo para que aprendiésemos lo
que es la verdad.
A semejanza de los apóstoles, los setenta
habían recibido dones sobrenaturales como sello de
su misión. Cuando terminaron su obra, volvieron
con gozo, diciendo: "Señor, aun los demonios se
nos sujetan en tu nombre." Jesús respondió: "Yo
veía a Satanás, como un rayo, que caía del cielo."
Escenas pasadas y futuras se presentaron a la
mente de Jesús. Vio a Lucifer cuando fue arrojado
por primera vez de los lugares celestiales. Miró
hacia adelante a las escenas de su propia agonía,
934
cuando el carácter del engañador sería expuesto a
todos los mundos. Oyó el clamor: "Consumado es,"
(Juan 19:30) el cual anunciaba que la redención de
la raza caída quedaba asegurada para siempre, que
el cielo estaba eternamente seguro contra las
acusaciones, los engaños y las pretensiones de
Satanás. Más allá de la cruz del Calvario, con su
agonía y vergüenza, Jesús miró hacia el gran día
final, cuando el príncipe de las potestades del aire
será destruido en la tierra durante tanto tiempo
mancillada por su rebelión. Contempló la obra del
mal terminada para siempre, y la paz de Dios
llenando el cielo y la tierra.
En lo venidero, los seguidores de Cristo habían
de mirar a Satanás como a un enemigo vencido. En
la cruz, Cristo iba a ganar la victoria para ellos;
deseaba que se apropiasen de esa victoria. "He aquí
– dijo él– os doy potestad de hollar sobre las
serpientes y sobre los escorpiones, y sobre toda
fuerza del enemigo, y nada os dañará."
El poder omnipotente del Espíritu Santo es la
defensa de toda alma contrita. Cristo no permitirá
935
que pase bajo el dominio del enemigo quien haya
pedido su protección con fe y arrepentimiento. El
Salvador está junto a los suyos que son tentados y
probados. Con él no puede haber fracaso, pérdida,
imposibilidad o derrota; podemos hacer todas las
cosas mediante Aquel que nos fortalece. Cuando
vengan las tentaciones y las pruebas, no esperéis
arreglar todas las dificultades, sino mirad a Jesús,
vuestro ayudador.
Hay cristianos que piensan y hablan demasiado
del poder de Satanás. Piensan en su adversario,
oran acerca de él, hablan de él y parece agrandarse
más y más en su imaginación. Es verdad que
Satanás es un ser fuerte; pero, gracias a Dios,
tenemos un Salvador poderoso que arrojó del cielo
al maligno. Satanás se goza cuando engrandecemos
su poder. ¿Por qué no hablamos de Jesús? ¿Por qué
no magnificamos su poder y su amor?
El arco iris de la promesa que circuye el trono
de lo alto es un testimonio eterno de que "de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se
936
pierda, mas tenga vida eterna." (Juan 3:16)
Atestigua al universo que nunca abandonará Dios a
su pueblo en la lucha contra el mal. Es una garantía
para nosotros de que contaremos con fuerza y
protección mientras dure el trono.
Jesús añadió: "Mas no os gocéis de esto, que
los espíritus se os sujetan; antes gozaos de que
vuestros nombres están escritos en los cielos." No
os gocéis por el hecho de que poseéis poder, no sea
que perdáis de vista vuestra dependencia de Dios.
Tened cuidado, no sea que os creáis suficientes y
obréis por vuestra propia fuerza, en lugar de
hacerlo por el espíritu y la fuerza de vuestro Señor.
El yo está siempre listo para atribuirse el mérito
por cualquier éxito alcanzado. Se lisonjea y exalta
al yo, y no se graba en otras mentes la verdad de
que Dios es todo y en todos. El apóstol Pablo dice:
"Porque cuando soy flaco, entonces soy poderoso."
(2 Corintios 12:10) Cuando nos percatamos de
nuestra debilidad, aprendemos a no depender de un
poder inherente. Nada puede posesionarse tan
fuertemente del corazón como el sentimiento
permanente de nuestra responsabilidad ante Dios
937
Nada alcanza tan plenamente a los motivos más
profundos de la conducta como la sensación del
amor perdonador de Cristo. Debemos ponernos en
comunión con Dios; entonces seremos dotados de
su Espíritu Santo, el cual nos capacita para
relacionarnos con nuestros semejantes. Por lo
tanto, gozaos de que mediante Cristo habéis sido
puestos en comunión con Dios, como miembros de
la familia celestial. Mientras miréis más arriba que
vosotros mismos, tendréis un sentimiento continuo
de la flaqueza de la humanidad. Cuanto menos
apreciéis el yo, más clara y plena será vuestra
comprensión de la excelencia de vuestro Salvador.
Cuanto más estrechamente os relacionéis con la
fuente de luz y poder, mayor luz brillará sobre
vosotros y mayor poder tendréis para trabajar por
Dios. Gozaos porque sois uno con Dios, uno con
Cristo y con toda la familia del cielo.
Mientras los setenta escuchaban las palabras de
Cristo, el Espíritu Santo impresionaba sus mentes
con las realidades vivientes y escribía la verdad en
las tablas del alma. Aunque los cercaban
multitudes, estaban como a solas con Dios.
938
Conociendo que ellos habían sido dominados
por la inspiración de la hora, "Jesús se alegró en
espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del
cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas a los
sabios y entendidos, y las has revelado a los
pequeños: así, Padre, porque así te agradó. Todas
las cosas me son entregadas de mi Padre: y nadie
sabe quién sea el Hijo sino el Padre; ni quién sea el
Padre, sino el Hijo, y a quien el Hijo lo quisiere
revelar."
Los hombres honrados por el mundo, los así
llamados grandes y sabios, con su alardeada
sabiduría, no podían comprender el carácter de
Cristo. Le juzgaban por la apariencia exterior, por
la humillación que le cupo como ser humano. Pero
a los pescadores y publicanos les había sido dado
ver al Invisible. Aun los discípulos no podían
comprender todo lo que Jesús deseaba revelarles;
pero a veces, cuando se entregaban al poder del
Espíritu Santo, se iluminaban sus mentes.
Comprendían que el Dios poderoso, revestido de
humanidad, estaba entre ellos. Jesús se regocijó
939
porque, aunque los sabios y prudentes no tenían
este conocimiento, había sido revelado a aquellos
hombres humildes. A menudo, mientras él había
presentado las Escrituras del Antiguo Testamento,
y les había mostrado como se aplicaban a él y a su
obra de expiación, ellos habían sido despertados
por su Espíritu y elevados a una atmósfera
celestial. Tenían una comprensión más clara de las
verdades espirituales habladas por los profetas que
sus mismos autores. En adelante habrían de leer las
Escrituras del Antiguo Testamento, no como las
doctrinas de los escribas y fariseos, no como las
declaraciones de sabios que habían muerto, sino
como una nueva revelación de Dios. Veían a Aquel
"al cual el mundo no puede recibir, porque no le
ve, ni le conoce: mas vosotros le conocéis; porque
está con vosotros, y será en vosotros." (Juan 14:17)
Lo único que nos permite obtener una
comprensión más perfecta de la verdad consiste en
que mantengamos nuestro corazón enternecido y
sojuzgado por el Espíritu de Cristo. El alma debe
ser limpiada de la vanidad y el orgullo, y vaciada
de todo lo que la domina; y Cristo debe ser
940
entronizado en ella. La ciencia humana es
demasiado limitada para comprender el sacrificio
expiatorio. El plan de la redención es demasiado
abarcante para que la filosofía pueda explicarlo.
Será siempre un misterio insondable para el
razonamiento más profundo. La ciencia de la
salvación no puede ser explicada; pero puede ser
conocida por experiencia. Solamente el que ve su
propio carácter pecaminoso puede discernir la
preciosidad del Salvador.
Las lecciones que Jesús enseñaba mientras iba
lentamente de Galilea a Jerusalén estaban llenas de
instrucción. El pueblo escuchaba ansiosamente sus
palabras. En Perea y Galilea, el pueblo no estaba
tan dominado por el fanatismo de los judíos como
en Judea, y las enseñanzas de Cristo hallaban
cabida en los corazones.
Presentó muchas de sus parábolas durante estos
últimos meses de su ministerio. Los sacerdotes y
rabinos le perseguían cada vez más acerbamente, y
las amonestaciones que les dirigiera iban veladas
en símbolos. Ellos no podían dejar de entender lo
941
que quería decir, aunque no podían hallar en que
fundar una acusación contra él. En la parábola del
fariseo y el publicano, la suficiencia propia
manifestada en la oración: "Dios, te doy gracias,
que no soy como los otros hombres," contrastaba
vívidamente con la plegaria del penitente: "Dios, sé
propicio a mí pecador." (Lucas 18:13,11) Así
censuró Cristo la hipocresía de los judíos. Y bajo
las figuras de la higuera estéril y de la gran cena
predijo la sentencia que estaba por caer sobre la
nación impenitente. Los que habían rechazado
desdeñosamente la invitación al banquete
evangélico, oyeron sus palabras de amonestación:
"Porque os digo que ninguno de aquellos hombres
que fueron llamados, gustará mi cena." (Lucas
14:24)
Muy preciosas eran las instrucciones impartidas
a los discípulos. La parábola de la viuda importuna
y del amigo que pedía pan a medianoche, dieron
nueva fuerza a sus palabras "Pedid, y se os dará;
buscad, y hallaréis; llamad, y os será abierto."
(Lucas 11:9) Y a menudo la vacilante fe de ellos
fue fortalecida recordando las palabras que Cristo
942
había dicho: "¿Y Dios no hará justicia a sus
escogidos, que claman a él día y noche, aunque sea
longánime acerca de ellos? Os digo que los
defenderá presto." (Lucas 18:7,8)
Cristo repitió la hermosa parábola de la oveja
perdida. Y dio aun mayor alcance a su lección
cuando habló de la dracma perdida y del hijo
pródigo. Los discípulos no podían apreciar
entonces toda la fuerza de estas lecciones; pero
después del derramamiento del Espíritu Santo,
cuando vieron la conversión de numerosos gentiles
y la ira envidiosa de los judíos, comprendieron
mejor la lección del hijo pródigo, y pudieron
participar del gozo de las palabras de Cristo: "Mas
era menester hacer fiesta y holgarnos;" "porque
este mi hijo muerto era, y ha revivido; habíase
perdido, y es hallado." (Lucas 15:32,24) Y cuando
salieron en el nombre de su Señor, arrostrando
reproches, pobreza y persecución, confortaban a
menudo sus corazones repitiendo su mandato: "No
temáis, manada pequeña; porque al Padre ha
placido daros el reino. Vended lo que poseéis, y
dad limosna; haceos bolsas que no se envejecen,
943
tesoro en los cielos que nunca falta; donde ladrón
no llega, ni polilla corrompe. Porque donde está
vuestro tesoro, allí también estará vuestro
corazón." (Lucas 12:32-34)
944
Capítulo 54
El Buen Samaritano
EN LA historia del buen samaritano, Cristo
ilustra la naturaleza de la verdadera religión.
Muestra que ésta no consiste en sistemas, credos, o
ritos, sino en la realización de actos de amor, en
hacer el mayor bien a otros, en la bondad genuina.
Mientras Cristo estaba enseñando a la gente,
"he aquí, un doctor de la ley se levantó, tentándole
y diciendo: Maestro, ¿haciendo qué cosa poseeré la
vida eterna?" Con expectante atención, la
muchedumbre congregada esperó la respuesta. Los
sacerdotes y rabinos habían pensado enredar a
Cristo induciendo al doctor de la ley a dirigirle esta
pregunta. Pero el Salvador no entró en
controversia. Exigió la respuesta al mismo
interrogador. "¿Qué está escrito en la ley? – dijo
él– ¿cómo lees?" Los judíos seguían acusando a
Jesús de tratar con liviandad la ley dada desde el
Sinaí; pero él encausó el problema de la salvación
945
hacia la observancia de los mandamientos de Dios.
El doctor de la ley dijo: "Amarás al Señor tu Dios
de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todas
tus fuerzas, y de todo tu entendimiento; y a tu
prójimo como a ti mismo." Jesús dijo: "Bien has
respondido: haz esto, y vivirás."
El doctor de la ley no estaba satisfecho con la
opinión y las obras de los fariseos. Había estado
estudiando las escrituras con el deseo de conocer el
significado real. Tenía vital interés en el asunto, y
había preguntado con sinceridad: "¿Haciendo qué
cosa poseeré la vida eterna?" En su respuesta
tocante a los requerimientos de la ley, pasó por alto
el cúmulo de preceptos ceremoniales y rituales. No
les atribuyó ningún valor, sino que presentó los dos
grandes principios de los cuales dependen la ley y
los profetas. Esta respuesta, al ser elogiada por
Cristo, colocó al Salvador en un terreno ventajoso
frente a los rabinos. No podrían condenarle por
haber sancionado lo declarado por un expositor de
la ley.
"Haz esto, y vivirás," dijo Jesús. Presentó la ley
946
como una unidad divina, enseñando así que es
imposible guardar un precepto y quebrantar otro;
porque el mismo principio corre por todos ellos. El
destino del hombre será determinado por su
obediencia a toda la ley. El amor supremo a Dios y
el amor imparcial al hombre son los principios que
deben practicarse en la vida.
El legista se reconoció transgresor de la ley.
Bajo las palabras escrutadoras de Cristo, se vio
culpable. No practicaba la justicia de la ley que
pretendía conocer. No había manifestado amor
hacia su prójimo. Necesitaba arrepentirse; pero en
vez de hacerlo, trató de justificarse. En lugar de
reconocer la verdad, trató de mostrar cuán difícil es
la observancia de los mandamientos. Así esperaba
mantener a raya la convicción de su culpabilidad y
vindicarse ante el pueblo. Las palabras del
Salvador habían demostrado que su pregunta era
innecesaria, puesto que él mismo había podido
contestarla. Con todo, hizo otra, diciendo: "¿Quién
es mi prójimo?"
Esta cuestión provocaba entre los judíos
947
interminables disputas. No tenían dudas en cuanto
a los paganos y los samaritanos; éstos eran
extranjeros y enemigos. Pero ¿dónde debía hacerse
la distinción entre la gente de su propia nación, y
entre las diferentes clases de la sociedad? ¿A
quiénes debían considerar como prójimos el
sacerdote, el rabino, el anciano? Se pasaban la vida
en un sin fin de ceremonias para purificarse.
Enseñaban que el trato con la multitud ignorante y
descuidada causaba una contaminación cuya
supresión requería tedioso esfuerzo. ¿Debían
considerar a los "inmundos" como prójimos? De
nuevo Jesús rehusó ser arrastrado a una
controversia. No denunció el fanatismo de aquellos
que le estaban vigilando para condenarle. Pero
relatando una sencilla historia expuso a sus oyentes
un cuadro tal del superabundante amor celestial,
que tocó todos los corazones, y arrancó del doctor
de la ley una confesión de la verdad.
El modo de disipar las tinieblas consiste en dar
entrada a la luz. La mejor manera de tratar con el
error consiste en presentar la verdad. Es la
revelación del amor de Dios lo que pone de
948
manifiesto la deformidad y el pecado de la
egolatría.
"Un hombre – dijo Jesús– descendía de
Jerusalem a Jericó, y cayó en manos de ladrones,
los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron,
dejándole medio muerto. Y aconteció, que
descendió un sacerdote por aquel camino, y
viéndole, se pasó de un lado. Y asimismo un
Levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole,
se pasó de un lado." Esta no era una escena
imaginaria, sino un suceso reciente, conocido
exactamente como fue presentado. El sacerdote y
el levita que habían pasado de un lado estaban en la
multitud que escuchaba las palabras de Cristo. Al ir
de Jerusalén a Jericó, el viajero tenía que pasar por
una región del desierto de Judea. El camino
atravesaba una hondonada despoblada y peñascosa,
que estaba infestada de ladrones, y era a menudo
teatro de violencias. Era allí donde el viajero fue
atacado, despojado de todo lo que tenía valor,
herido y magullado, y dejado medio muerto junto
al camino. Mientras yacía en esta condición vino el
sacerdote por ese camino; pero dirigió tan sólo una
949
mirada de soslayo al herido. Luego apareció el
levita. Curioso por saber lo que había acontecido,
se detuvo y miró al doliente. Estaba convencido de
lo que debía hacer; pero no era un deber agradable.
Deseaba no haber venido por ese camino, para no
haber necesitado ver al herido. Se persuadió de que
el caso no le concernía.
Estos dos hombres pertenecían al oficio
sagrado y profesaban exponer las Escrituras.
Pertenecían a la clase especialmente elegida para
representar a Dios ante el pueblo. Se debían
"compadecer de los ignorantes y extraviados,'
(Hebreos 5:2) a fin de guiar a los hombres al
conocimiento del gran amor de Dios hacia la
humanidad. La obra que estaban llamados a hacer
era la misma que Jesús había descrito como suya
cuando dijo: "El Espíritu del Señor es sobre mí, por
cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los
pobres: me ha enviado para sanar a los
quebrantados de corazón; para pregonar a los
cautivos libertad, y a los ciegos vista; para poner en
libertad a los quebrantados." (Lucas 4:18)
950
Los ángeles del cielo miran la angustia de la
familia de Dios en la tierra, y están dispuestos a
cooperar con los hombres para aliviar la opresión y
el sufrimiento. En su providencia, Dios había
guiado al sacerdote y al levita a lo largo del camino
en el cual yacía el herido doliente, a fin de que
pudieran ver que necesitaba misericordia y ayuda.
Todo el cielo observaba para ver si el corazón de
esos hombres sería movido por la piedad hacia el
infortunio humano. El Salvador era el que había
instruido a los hebreos en el desierto; desde la
columna de nube y de fuego había enseñado una
lección muy diferente de la que el pueblo estaba
recibiendo ahora de sus sacerdotes y maestros. Las
provisiones misericordiosas de la ley se extendían
aun a los animales inferiores, que no pueden
expresar con palabras sus necesidades y
sufrimientos. Por medio de Moisés se habían dado
instrucciones a los hijos de Israel al respecto: "Si
encontrares el buey de tu enemigo o su asno
extraviado, vuelve a llevárselo. si vieres el asno del
que te aborrece caído debajo de su carga, ¿le
dejarás entonces desamparado? Sin falta ayudarás
con él a levantarlo." (Éxodo 23:4, 5) Pero mediante
951
el hombre herido por los ladrones, Jesús presentó el
caso de un hermano que sufría. ¡Cuánto más
debieran haberse conmovido de piedad hacia él que
hacia una bestia de carga! Por medio de Moisés se
les había advertido que el Señor su Dios, era "Dios
grande, poderoso, y terrible," "que hace justicia al
huérfano y a la viuda; que ama también al
extranjero." Por lo cual él ordenó: "Amaréis pues al
extranjero." "Ámalo como a ti mismo."
(Deuteronomio 10:17-19; Levítico 19:34)
Job había dicho: "El extranjero no tenía fuera la
noche; mis puertas abría al caminante." Y cuando
dos ángeles en forma de hombres fueron a Sodoma,
Lot, inclinándose con su rostro a tierra, dijo:
"Ahora, pues, mis señores, os ruego que vengáis a
casa de vuestro siervo y os hospedéis." (Job 31:32;
Génesis 19:2) Con todas estas lecciones el
sacerdote y el levita estaban familiarizados, pero
no las ponían en práctica. Educados en la escuela
del fanatismo nacional, habían llegado a ser
egoístas, de ideas estrechas, y exclusivistas.
Cuando miraron al hombre herido, no podían
afirmar si pertenecía a su nación o no. Pensaron
952
que podía ser uno de los samaritanos, y se alejaron.
El doctor de la ley no vio en la conducta de
ellos, tal como Cristo la había descrito, nada
contrario a lo que se le había enseñado
concerniente a los requerimientos de la ley. Pero
luego se le presentó una nueva escena:
Un samaritano, de viaje, vino adonde estaba el
doliente, y al verlo se compadeció de él. No
preguntó si el extraño era judío o gentil. Si fuera
judío, bien sabía el samaritano que, de haber sido
los casos de ambos a la inversa, el hombre le habría
escupido en la cara y pasado de largo con
desprecio. Pero no vaciló por esto. No consideró
que él mismo se exponía a la violencia al detenerse
en ese lugar. Le bastaba el hecho de que había
delante de él un ser humano víctima de la
necesidad y el sufrimiento. Se quitó sus propias
vestiduras para cubrirlo. Usó para curar y refrescar
al hombre herido la provisión de aceite y vino que
llevaba para el viaje. Lo alzó sobre su propia bestia
y lo condujo lentamente a paso uniforme, de modo
que el extraño no fuera sacudido y sus dolores no
953
aumentaran. Lo llevó a un mesón y lo cuidó
durante la noche, vigilándolo con ternura. Por la
mañana, cuando el enfermo había mejorado, el
samaritano se propuso seguir su camino. Pero antes
de hacerlo, lo encomendó al huésped, pagó los
gastos y dejó un depósito en su favor; y no
contento aún con esto, hizo provisión para
cualquier necesidad adicional, diciendo al
mesonero: "Cuídamele; y todo lo que de más
gastares, yo cuando vuelva te lo pagaré."
Después de terminar la historia, Jesús fijó sus
ojos en el doctor de la ley, con una mirada que
parecía leer su alma, y dijo: "¿Quién, pues, de estos
tres te parece que fue el prójimo de aquel que cayó
en manos de los ladrones?" (Lucas 10:36)
El doctor de la ley no quiso tomar, ni aun
ahora, el nombre del samaritano en sus labios, y
contestó: "El que usó con él de misericordia." Jesús
dijo: "Ve, y haz tú lo mismo."
Así la pregunta: "¿Quién es mi prójimo?" está
para siempre contestada. Cristo demostró que
954
nuestro prójimo no es meramente quien pertenece a
la misma iglesia o fe que nosotros. No tiene que
ver con distinción de raza, color o clase. Nuestro
prójimo es toda persona que necesita nuestra
ayuda. Nuestro prójimo es toda alma que está
herida y magullada por el adversario. Nuestro
prójimo es todo aquel que pertenece a Dios.
Mediante la historia del buen samaritano, Jesús
pintó un cuadro de sí mismo y de su misión. El
hombre había sido engañado, estropeado, robado y
arruinado por Satanás, y abandonado para que
pereciese; pero el Salvador se compadeció de
nuestra condición desesperada. Dejó su gloria, para
venir a redimirnos. Nos halló a punto de morir, y se
hizo cargo de nuestro caso. Sanó nuestras heridas.
Nos cubrió con su manto de justicia. Nos proveyó
un refugio seguro e hizo completa provisión para
nosotros a sus propias expensas. Murió para
redimirnos. Señalando su propio ejemplo, dice a
sus seguidores: "Esto os mando: Que os améis los
unos a los otros." "Como os he amado, que también
os améis los unos a los otros." (Juan 15:17; 13:34)
La pregunta del doctor de la ley a Jesús había
955
sido: "¿Haciendo qué cosa poseeré la vida eterna? "
Y Jesús, reconociendo el amor a Dios y al hombre
como la esencia de la justicia, le había dicho: "Haz
esto, y vivirás." El samaritano había obedecido los
dictados de un corazón bondadoso y amante, y con
esto había dado pruebas de ser observador de la
ley. Cristo le ordenó al doctor de la ley: "Ve, y haz
tú lo mismo." Se espera que los hijos de Dios
hagan, y no meramente digan. "El que dice que
está en él, debe andar como él anduvo." (1 Juan
2:6)
La lección no se necesita menos hoy en el
mundo que cuando salió de los labios de Jesús. El
egoísmo y la fría formalidad casi han extinguido el
fuego del amor y disipado las gracias que podrían
hacer fragante el carácter. Muchos de los que
profesan su nombre han perdido de vista el hecho
de que los cristianos deben representar a Cristo. A
menos que practiquemos el sacrificio personal para
bien de otros, en el círculo familiar, en el
vecindario, en la iglesia, y en dondequiera que
podamos, cualquiera sea nuestra profesión, no
somos cristianos.
956
Cristo unió sus intereses con los de la
humanidad, y nos pide que nos identifiquemos con
él para la salvación de la humanidad. "De gracia
recibisteis –dice él,– dad de gracia." (Mateo 10:8)
El pecado es el mayor de todos los males, y
debemos apiadarnos del pecador y ayudarle. Son
muchos los que yerran y sienten su vergüenza y
desatino. Tienen hambre de palabras de aliento.
Miran sus equivocaciones y errores hasta que casi
son arrojados a la desesperación. No debemos
descuidar estas almas. Si somos cristianos, no
pasaremos de un lado, manteniéndonos tan lejos
como nos sea posible de aquellos que más
necesitan nuestra ayuda. Cuando veamos un ser
humano en angustia, sea por la aflicción o por el
pecado, nunca diremos: Esto no me incumbe.
"Vosotros que sois espirituales, restaurad al tal
con el espíritu de mansedumbre." (Gálatas 6:1) Por
la fe y la oración, haced retroceder el poder del
enemigo. Hablad palabras de fe y valor que serán
como bálsamo sanador para el golpeado y herido.
Muchos son los que han desmayado y están
957
desanimados en la gran lucha de la vida, cuando
una palabra de bondadoso estímulo los hubiera
fortalecido para vencer. Nunca debemos pasar
junto a un alma que sufre sin tratar de impartirle el
consuelo con el cual somos nosotros consolados
por Dios.
Todo esto no es sino el cumplimiento del
principio de la ley –el principio ilustrado en la
historia del buen samaritano y manifestado en la
vida de Jesús. Su carácter revela el verdadero
significado de la ley, y muestra qué es amar al
prójimo como a nosotros mismos. Y cuando los
hijos de Dios manifiestan misericordia, bondad y
amor hacia todos los hombres, también atestiguan
el carácter de los estatutos del cielo. Dan
testimonio de que "la ley de Jehová es perfecta, que
vuelve el alma.' (Salmos 19:7) Y cualquiera que
deja de manifestar este amor viola la ley que
profesa reverenciar. Por el sentimiento que
manifestamos hacia nuestros hermanos, declaramos
cuál es nuestro sentimiento hacia Dios. El amor de
Dios en el corazón es la única fuente de amor al
prójimo. "Si alguno dice, Yo amo a Dios, y
958
aborrece a su hermano, es mentiroso. Porque el que
no ama a su hermano al cual ha visto, ¿cómo puede
amar a Dios a quien no ha visto?" Amados, "si nos
amamos unos a otros, Dios está en nosotros, y su
amor es perfecto en nosotros." (1 Juan 4:20, 12)
959
Capítulo 55
Sin Manifestación Exterior
ALGUNOS de los fariseos habían venido a
Jesús y le habían preguntado "cuándo había de
venir el reino de Dios." Habían pasado más de tres
años desde que Juan el Bautista diera el mensaje
que a manera de toque de trompeta había
repercutido por el país: "Arrepentíos, que el reino
de los cielos se ha acercado.' Y sin embargo los
fariseos no veían señal alguna del establecimiento
del reino. Muchos de aquellos que habían
rechazado a Juan y que a cada paso se habían
opuesto a Jesús, estaban insinuando que su misión
había fracasado.
Jesús contestó: "El reino de Dios no vendrá con
advertencia ni dirán: Helo aquí, o helo allí: porque
he aquí el reino de Dios entre vosotros está." El
reino de Dios principia en el corazón. No busquéis
aquí o allí manifestaciones de poder terrenal que
señalen su comienzo.
960
"Tiempo vendrá – dijo dirigiéndose a sus
discípulos, – cuando desearéis ver uno de los días
del Hijo del hombre, y no lo veréis." Por cuanto no
va acompañada de pompa mundanal, estáis en
peligro de no discernir la gloria de mi misión. No
comprendéis cuán grande es vuestro presente
privilegio de tener entre vosotros, aunque velado
por la humanidad, al que es la vida y la luz de los
hombres. Vendrán días en que miraréis
retrospectivamente y con ansia las oportunidades
que ahora disfrutáis, de andar y hablar con el Hijo
de Dios.
Por causa de su egoísmo y mundanalidad, ni los
discípulos de Jesús podían comprender la gloria
espiritual que él procuraba revelarles. No fue sino
hasta después de la ascensión de Cristo al Padre y
del derramamiento del Espíritu Santo sobre los
creyentes, cuando los discípulos apreciaron
plenamente el carácter y la misión del Salvador.
Después de recibir el bautismo del Espíritu,
comenzaron a comprender que habían estado en la
misma presencia del Señor de gloria. A medida que
961
les eran recordados los dichos de Cristo, sus
mentes se abrían para comprender las profecías y
entender los milagros obrados por él. Las
maravillas de su vida pasaban delante de ellos y
parecían hombres que despertaban de un sueño.
Comprendían que "aquel Verbo fue hecho carne, y
habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria
como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de
verdad." En realidad, Cristo había venido de Dios a
un mundo lleno de pecado para salvar a los caídos
hijos e hijas de Adán. Los discípulos se
consideraron entonces de mucho menor
importancia que antes de haber comprendido esto.
Nunca se cansaban de referir las palabras y obras
del Señor. Sus lecciones, que sólo habían entendido
obscuramente, pareciéronles una nueva revelación.
Las Escrituras llegaron a ser para ellos un libro
nuevo.
Mientras los discípulos escudriñaban las
profecías que testificaban de Cristo, llegaron a
estar en comunión con la divinidad, y aprendieron
de Aquel que había ascendido al cielo a terminar la
obra que había empezado en la tierra.
962
Reconocieron que había en él un conocimiento que
ningún ser humano podía comprender sin ayuda de
la intervención divina. Necesitaban la ayuda de
Aquel que había sido predicho por reyes, profetas y
justos. Con asombro leían y volvían a leer las
profecías que delineaban su carácter y su obra.
¡Cuán vagamente habían comprendido las
escrituras proféticas; cuán lentos habían sido para
recibir las grandes verdades que testificaban de
Cristo! Mirándole en su humillación, mientras
andaba como hombre entre los hombres, no habían
comprendido el misterio de su encarnación, el
carácter dual de su naturaleza. Sus ojos estaban
velados, de manera que no reconocían plenamente
la divinidad en la humanidad. Pero después que
fueron iluminados por el Espíritu Santo, ¡cuánto
anhelaban volverle a ver y sentarse a sus pies!
¡Cuánto deseaban acercarse a él y que les explicase
las Escrituras que no podían comprender! ¡Cuán
atentamente escucharían sus palabras ! ¿ Qué había
querido decir Cristo cuando dijo: "Aun tengo
muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis
llevar"? ¡Cuán ávidos estaban de saberlo todo! Les
apenaba que su fe hubiese sido tan débil, que sus
963
ideas se hubiesen apartado tanto de la verdad que
habían dejado de comprender la realidad.
Había sido enviado por Dios un heraldo que
proclamase la venida de Cristo para llamar la
atención de la nación judía y del mundo a su
misión, a fin de que los hombres pudiesen
prepararse para recibirle. El admirable personaje a
quien Juan había anunciado había estado entre ellos
durante más de treinta años y no le habían
conocido en realidad como el enviado de Dios. El
remordimiento se apoderó de los discípulos porque
habían dejado que la incredulidad prevaleciente
impregnase sus opiniones y anublase su
entendimiento. La Luz de este mundo sombrío
había estado resplandeciendo entre su lobreguez, y
no habían alcanzado a comprender de dónde
provenían sus rayos. Se preguntaban por qué se
habían conducido de modo que obligara a Cristo a
reprenderlos. Con frecuencia repetían sus
conversaciones y decían: ¿Por qué permitimos que
las consideraciones terrenales y la oposición de
sacerdotes y rabinos confundiesen nuestros
sentidos, de manera que no comprendíamos que
964
estaba entre nosotros uno mayor que Moisés, y que
uno más sabio que Salomón nos instruía? ¡Cuán
embotados estaban nuestros oídos, cuán débil era
nuestro entendimiento!
Tomás no quiso creer hasta que hubo puesto su
dedo en la herida hecha por los soldados romanos.
Pedro le había negado en su humillación y
rechazamiento. Estos dolorosos recuerdos acudían
claramente a sus mentes. Habían estado con él,
pero no le habían conocido ni apreciado. ¡Mas
cuánto conmovían esas cosas su corazón al
reconocer ellos su incredulidad!
Mientras los sacerdotes y príncipes se
combinaban contra ellos y eran llevados ante
concilios y arrojados a la cárcel, los discípulos de
Cristo se regocijaban de que "fuesen tenidos por
dignos de padecer afrenta por el Nombre." Les era
grato probar, ante los hombres y los ángeles, que
reconocían la gloria de Cristo, y querían seguirle
aun perdiendo todo lo demás.
Hoy es tan cierto como en los días apostólicos
965
que sin la iluminación del Espíritu divino, la
humanidad no puede discernir la gloria de Cristo.
La verdad y la obra de Dios no son apreciadas por
un cristianismo que ama el mundo y transige con
él. No es en la comodidad, ni en los honores
terrenales o la conformidad con el mundo donde se
encuentran los que siguen al Maestro. Han dejado
muy atrás estas cosas y se hallan ahora en las
sendas del trabajo, de la humillación y del oprobio,
en el frente de batalla "contra principados, contra
potestades,
contra
señores
del
mundo,
gobernadores de estas tinieblas, contra malicias
espirituales en los aires." Como en los días de
Cristo, no son comprendidos, sino vilipendiados y
oprimidos por los sacerdotes y fariseos del tiempo
actual.
El reino de Dios viene sin manifestación
exterior. El Evangelio de la gracia de Dios, con su
espíritu de abnegación, no puede nunca estar en
armonía con el espíritu del mundo. Los dos
principios son antagónicos. "Mas el hombre animal
no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios,
porque le son locura: y no las puede entender,
966
porque se han de examinar espiritualmente."
Pero hoy hay en el mundo religioso multitudes
que creen estar trabajando para el establecimiento
del reino de Cristo como dominio temporal y
terrenal. Desean hacer de nuestro Señor el Rey de
los reinos de este mundo, el gobernante de sus
tribunales y campamentos, de sus asambleas
legislativas, sus palacios y plazas. Esperan que
reine por medio de promulgaciones legales,
impuestas por autoridad humana. Como Cristo no
está aquí en persona, ellos mismos quieren obrar en
su lugar ejecutando las leyes de su reino. El
establecimiento de un reino tal es lo que los judíos
deseaban en los días de Cristo. Habrían recibido a
Jesús si él hubiese estado dispuesto a establecer un
dominio temporal, a imponer lo que consideraban
como leyes de Dios, y hacerlos los expositores de
su voluntad y los agentes de su autoridad. Pero él
dijo: "Mi reino no es de este mundo." No quiso
aceptar el trono terrenal.
El gobierno bajo el cual Jesús vivía era
corrompido y opresivo; por todos lados había
967
abusos clamorosos: extorsión, intolerancia y
crueldad insultante. Sin embargo, el Salvador no
intentó hacer reformas civiles, no atacó los abusos
nacionales ni condenó a los enemigos nacionales.
No intervino en la autoridad ni en la administración
de los que estaban en el poder. El que era nuestro
ejemplo se mantuvo alejado de los gobiernos
terrenales. No porque fuese indiferente a los males
de los hombres, sino porque el remedio no
consistía en medidas simplemente humanas y
externas. Para ser eficiente, la cura debía alcanzar a
los hombres individualmente, y debía regenerar el
corazón.
No por las decisiones de los tribunales o los
consejos o asambleas legislativas, ni por el
patrocinio de los grandes del mundo, ha de
establecerse el reino de Cristo, sino por la
implantación de la naturaleza de Cristo en la
humanidad por medio de la obra del Espíritu Santo.
"Mas a todos los que le recibieron, dióles potestad
de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su
nombre: los cuales no son engendrados de sangre,
ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón,
968
mas de Dios." En esto consiste el único poder
capaz de elevar a la humanidad. Y el agente
humano que ha de cumplir esta obra es la
enseñanza y la práctica de la Palabra de Dios.
Cuando el apóstol Pablo empezó su ministerio
en Corinto, ciudad populosa, rica y perversa,
contaminada por los infames vicios del paganismo,
dijo: "Porque no me propuse saber algo entre
vosotros, sino a Jesucristo, y a éste crucificado."
Escribiendo más tarde a algunos de los que habían
sido corrompidos por los pecados más viles, pudo
decir: "Y esto erais algunos mas ya sois lavados,
mas ya sois santificados, mas ya sois justificados
en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de
nuestro Dios." "Gracias doy a mi Dios siempre por
vosotros, por la gracia de Dios que os es dada en
Cristo Jesús.'
Ahora, como en los días de Cristo, la obra del
reino de Dios no incumbe a los que están
reclamando el reconocimiento y apoyo de los
gobernantes terrenales y de las leyes humanas, sino
a aquellos que están declarando al pueblo en su
969
nombre aquellas verdades espirituales que obrarán,
en quienes las reciban, la experiencia de Pablo:
"Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo,
no ya yo, mas vive Cristo en mí.'
Entonces trabajarán como Pablo para beneficio
de los hombres. El dijo: "Así que, somos
embajadores en nombre de Cristo, como si Dios
rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre
de Cristo: Reconciliaos con Dios.'
970
Capítulo 56
"Dejad los Niños Venir a Mí"
JESÚS amó siempre a los niños. Aceptaba su
simpatía infantil, y su amor franco y sin afectación.
La agradecida alabanza de sus labios puros era
música para sus oídos y refrigeraba su espíritu
cuando estaba oprimido por el trato con hombres
astutos e hipócritas. Dondequiera que fuera el
Salvador, la benignidad de su rostro y sus modales
amables y bondadosos le granjeaban el amor y la
confianza de los niños.
Entre los judíos era costumbre llevar a los
niños a algún rabino, a fin de que les impusiese las
manos para bendecirlos; pero los discípulos
pensaban que el trabajo del Salvador era demasiado
importante para ser interrumpido de esta manera.
Cuando venían las madres a él con sus
pequeñuelos, los discípulos las miraban con
desagrado. Pensaban que esos niños eran
demasiado tiernos para recibir beneficio de una
971
visita a Jesús, y concluían que su presencia le
desagradaba. Pero los discípulos eran quienes
incurrían en su desagrado. El Salvador comprendía
los cuidados y la carga de las madres que estaban
tratando de educar a sus hijos de acuerdo con la
Palabra de Dios. Había oído sus oraciones. El
mismo las había atraído a su presencia.
Una madre con su hijo había dejado su casa
para hallar a Jesús. En el camino habló de su
diligencia a una vecina, y ésta quiso también que
Jesús bendijese a sus hijos. Así se reunieron varias
madres, con sus pequeñuelos. Algunos de los niños
ya habían pasado de la infancia a la niñez y a la
adolescencia. Cuando las madres expresaron su
deseo, Jesús oyó con simpatía la tímida petición.
Pero esperó para ver cómo las tratarían los
discípulos. Cuando los vio despedir a las madres
pensando hacerle un favor, les mostró su error
diciendo: "Dejad los niños venir a mí, y no los
impidáis; porque de tales es el reino de Dios."
Tomó a los niños en sus brazos, puso las manos
sobre ellos y les dio la bendición que habían venido
a buscar.
972
Las madres quedaron consoladas. Volvieron a
sus casas fortalecidas y bendecidas por las palabras
de Cristo. Quedaron animadas para reasumir sus
cargas con nueva alegría, y para trabajar con
esperanza por sus hijos. Las madres de hoy han de
recibir sus palabras con la misma fe. Cristo es tan
ciertamente un Salvador personal hoy como
cuando vivió como hombre entre los hombres. Es
tan ciertamente el ayudador de las madres hoy
como cuando reunía a los pequeñuelos en sus
brazos en Judea. Los hijos de nuestros hogares son
tanto la adquisición de su sangre como lo eran los
niños de entonces Jesús conoce la preocupación del
corazón de cada madre El que tuvo una madre que
luchó con la pobreza y la privación, simpatiza con
cada madre en sus trabajos. El que hizo un largo
viaje para aliviar el ansioso corazón de una mujer
cananea, hará otro tanto por las madres de hoy. El
que devolvió a la viuda de Naín su único hijo, y en
su agonía sobre la cruz se acordó de su propia
madre, se conmueve hoy por la tristeza de una
madre. En todo pesar y en toda necesidad, dará
consuelo y ayuda.
973
Acudan las madres a Jesús con sus
perplejidades. Hallarán gracia suficiente para
ayudarles en la dirección de sus hijos. Las puertas
están abiertas para toda madre que quiera poner sus
cargas a los pies del Salvador. El que dijo: "Dejad
los niños venir a mí, y no los impidáis,' sigue
invitando a las madres a conducir a sus
pequeñuelos para que sean bendecidos por él. Aun
el lactante en los brazos de su madre, puede morar
bajo la sombra del Todopoderoso por la fe de su
madre que ora. Juan el Bautista estuvo lleno del
Espíritu Santo desde su nacimiento. Si queremos
vivir en comunión con Dios, nosotros también
podemos esperar que el Espíritu divino amoldará a
nuestros pequeñuelos, aun desde los primeros
momentos.
En los niños que eran puestos en relación con
él, Jesús veía a los hombres y mujeres que serían
herederos de su gracia y súbditos de su reino,
algunos de los cuales llegarían a ser mártires por su
causa. El sabía que estos niños le escucharían y
aceptarían como su Redentor con mayor facilidad
974
que los adultos, muchos de los cuales eran sabios
en las cosas del mundo y de corazón endurecido.
En su enseñanza, él descendía a su nivel. El, la
Majestad del cielo, no desdeñaba contestar sus
preguntas y simplificar sus importantes lecciones
para adaptarlas a su entendimiento infantil.
Implantaba en sus mentes semillas de verdad que
en años ulteriores brotarían y darían fruto para vida
eterna.
Es todavía verdad que los niños son más
susceptibles a las enseñanzas del Evangelio; sus
corazones están abiertos a las influencias divinas, y
son fuertes para retener las lecciones recibidas. Los
niñitos pueden ser cristianos y tener una
experiencia de acuerdo con sus años. Necesitan ser
educados en las cosas espirituales, y los padres
deben darles todas las ventajas a fin de que
adquieran un carácter semejante al de Cristo. Los
padres y las madres deben considerar a sus hijos
como miembros más jóvenes de la familia del
Señor, a ellos confiados para que los eduquen para
el cielo. Las lecciones que nosotros mismos
aprendemos de Cristo, debemos darlas a nuestros
975
hijos a medida que sus mentes jóvenes puedan
recibirlas, revelándoles poco a poco la belleza de
los principios del cielo. Así llega a ser el hogar
cristiano una escuela donde los padres sirven como
monitores, mientras que Cristo es el maestro
principal. Al trabajar para la conversión de
nuestros hijos, no debemos esperar que emociones
violentas sean la evidencia esencial de que están
convencidos de pecado. Ni tampoco es necesario
saber el momento exacto en que se convierten.
Debemos enseñarles a traer sus pecados a Jesús, a
pedirle que los perdone, y a creer que los perdona y
los recibe como recibía a los niños cuando estaba
personalmente en la tierra.
Mientras la madre enseña a sus hijos a
obedecerle porque la aman, les enseña las primeras
lecciones de su vida cristiana. El amor de la madre
representa ante el niño el amor de Cristo, y los
pequeñuelos que confían y obedecen a su madre
están aprendiendo a confiar y obedecer al Salvador.
Jesús era el modelo para los niños, y es también
el ejemplo de los padres. El hablaba como quien
976
tenía autoridad y su palabra tenía poder; sin
embargo, en todo su trato con hombres rudos y
violentos no empleó una sola expresión desprovista
de bondad o cortesía. La gracia de Cristo en el
corazón impartirá una dignidad proveniente del
cielo y un sentido de lo que es propio. Suavizará
cuanto haya de duro, y subyugará todo lo tosco y
poco amable. Inducirá a los padres y las madres a
tratar a sus hijos como seres inteligentes, como
quisieran ellos mismos ser tratados.
Padres, al educar a vuestros hijos, estudiad las
lecciones que Dios ha dado en la naturaleza. Si
queréis cultivar un clavel, o una rosa, o un lirio,
¿cómo lo hacéis? Preguntad al jardinero por medio
de qué proceso logra que prosperen gloriosamente
toda rama y hoja y se desarrollen con simetría y
hermosura. El os dirá que no es mediante un trato
rudo ni un esfuerzo violento; porque eso no haría
sino romper los delicados tallos. Es por medio de
pequeñas atenciones repetidas con frecuencia.
Riega el suelo y protege las crecientes plantas del
viento impetuoso y del sol abrasador, y Dios las
hace prosperar y florecer con hermosura. Al tratar
977
con vuestros hijos, seguid el método del jardinero.
Por toques suaves, por un ministerio amante, tratad
de moldear su carácter según el carácter de Cristo.
Estimulad la expresión del amor hacia Dios y
de unos hacia otros. La razón por la cual hay tantos
hombres y mujeres de corazón duro en el mundo es
porque el verdadero afecto ha sido considerado
como debilidad, y ha sido desalentado y reprimido.
La mejor naturaleza de estas personas fue ahogada
en la infancia; y a menos que la luz del amor divino
derrita su frío egoísmo, su felicidad quedará
arruinada para siempre. Si queremos que nuestros
hijos posean el tierno espíritu de Jesús y la simpatía
que los ángeles manifiestan por nosotros, debemos
estimular los impulsos generosos y amantes de la
infancia.
Enseñad a los niños a ver a Cristo en la
naturaleza. Sacadlos al aire libre, bajo los nobles
árboles del huerto; y en todas las cosas
maravillosas de la creación enseñadles a ver una
expresión de su amor. Enseñadles que él hizo las
leyes que gobiernan todas las cosas vivientes, que
978
él ha hecho leyes para nosotros, y que esas leyes
son para nuestra felicidad y nuestro gozo. No los
canséis con largas oraciones y tediosas
exhortaciones, sino que por medio de las lecciones
objetivas de la naturaleza, enseñadles a obedecer la
ley de Dios. A medida que os granjeéis su
confianza en vosotros como discípulos de Cristo,
os será fácil enseñarles el gran amor con que nos
amó. Mientras tratéis de hacerles claras las
verdades de la salvación y los conduzcáis a Cristo
como Salvador personal, los ángeles estarán a
vuestro lado. El Señor dará gracia a los padres y las
madres para que puedan interesar a sus
pequeñuelos en la preciosa historia del niño de
Belén, quien es en verdad la esperanza del mundo.
Cuando Jesús dijo a sus discípulos que no
impidiesen a los niños que fueran a él, hablaba a
los que le seguirían en todos los siglos, a los
dirigentes de la iglesia, a los ministros y sus
ayudantes y a todos los cristianos. Jesús está
atrayendo a los niños y nos ordena: "Dejad los
niños venir a mí." Es como si nos dijese: Vendrán a
mí si no los impedís.
979
No permitamos que nuestro carácter diferente
del de Cristo le represente falsamente. No
apartemos a los pequeñuelos de él por nuestra
frialdad y dureza. No les hagamos nunca sentir que
el cielo no sería un lugar agradable para ellos si
nosotros estuviésemos allí. No hablemos de la
religión como de algo que los niños no pueden
entender, ni obremos como si no esperásemos que
ellos acepten a Cristo en su infancia. No les demos
la falsa impresión de que la religión de Cristo es
una religión lóbrega, y que al venir al Salvador
deben renunciar a todo lo que llena de gozo la vida.
A medida que el Espíritu Santo mueve los
corazones de los niños, cooperemos con su obra.
Enseñémosles que el Salvador los llama, que nada
puede darle mayor gozo que el hecho de que ellos
se entreguen a él en la flor y frescura de sus años.
El Salvador considera con infinita ternura las
almas que compró con su propia sangre. Son la
adquisición de su amor. Las mira con anhelo
indecible. Su corazón se siente atraído, no sólo a
980
los niños que mejor se conducen, sino a aquellos
que han heredado rasgos criticables de carácter.
Muchos
padres
no
comprenden
cuánta
responsabilidad tienen ellos por estos rasgos de sus
niños. No tienen ternura y sabiduría para tratar con
los que yerran, a quienes hicieron lo que son. Jesús
considera a estos niños con compasión. El puede
seguir de la causa al efecto.
El que trabaja para Cristo puede ser su agente
para atraer a estos niños al Salvador. Con sabiduría
y tacto, puede ligarlos a su corazón, puede darles
valor y esperanza, y por la gracia de Cristo puede
verlos transformados en carácter de manera que se
pueda decir de ellos: "Porque de tales es el reino de
Dios."
981
Capítulo 57
"Una Cosa te Falta"
"Y SALIENDO él para ir su camino, vino uno
corriendo, e hincando la rodilla delante de él, le
preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para poseer la
vida eterna?"
El joven que hizo esta pregunta era uno de los
gobernantes. Tenía grandes posesiones y ocupaba
un cargo de responsabilidad. Había visto el amor
que Cristo manifestara hacia los niños que le
trajeran; cuán tiernamente los recibiera y alzara en
sus brazos, y su corazón ardía de amor por el
Salvador. Sentía deseo de ser su discípulo. Se había
conmovido tan profundamente que mientras Cristo
iba por su camino, corrió tras él y arrodillándose a
sus pies, le hizo con sinceridad y fervor esa
pregunta de suma importancia para su alma y la de
todo ser humano: "Maestro bueno, ¿qué haré para
poseer la vida eterna?" "¿Por qué me llamas
bueno? – dijo Cristo.– Ninguno es bueno sino uno,
982
es a saber, Dios." Jesús deseaba probar la
sinceridad del joven, y conseguir que expresara la
manera en que lo consideraba bueno. ¿Se daba
cuenta de que Aquel a quien hablaba era el Hijo de
Dios? ¿Cuál era el verdadero sentimiento de su
corazón?
Este príncipe tenía en alta estima su propia
justicia. No suponía, en realidad, que fuese
deficiente en algo, pero no estaba completamente
satisfecho. Sentía la necesidad de algo que no
poseía. ¿Podría Jesús bendecirle como había
bendecido a los niñitos y satisfacer la necesidad de
su alma?
En respuesta a su pregunta, Jesús le dijo que la
obediencia a los mandamientos de Dios era
necesaria si quería obtener la vida eterna; y citó
varios de los mandamientos que muestran el deber
del hombre para con sus semejantes. La respuesta
del príncipe fue positiva: "Todo esto guardé desde
mi juventud: ¿qué más me falta?"
Cristo miró al rostro del joven como si leyera
983
su vida y escudriñara su carácter. Le amaba y
anhelaba darle la paz, la gracia y el gozo que
cambiarían materialmente su carácter. "Una cosa te
falta –le dijo:– ve, vende todo lo que tienes, y da a
los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven,
sígueme, tomando tu cruz."
Cristo se sentía atraído a este joven. Sabía que
era sincero en su aserto: "Todo esto guardé desde
mi juventud." El Redentor anhelaba crear en él un
discernimiento que le habilitara para ver la
necesidad de una devoción nacida del corazón y de
la bondad cristiana. Anhelaba ver en él un corazón
humilde y contrito, que, consciente del amor
supremo que ha de dedicarse a Dios, ocultara su
falta en la perfección de Cristo.
Jesús vio en este príncipe precisamente la
persona cuya ayuda necesitaba si el joven quería
llegar a ser colaborador con él en la obra de la
salvación. Con tal que quisiera ponerse bajo la
dirección de Cristo, sería un poder para el bien. En
un grado notable, el príncipe podría haber
representado a Cristo; porque poseía cualidades
984
que, si se unía con el Salvador, le habilitarían para
llegar a ser una fuerza divina entre los hombres.
Cristo, leyendo su carácter, le amó. El amor hacia
Cristo estaba despertándose en el corazón del
príncipe; porque el amor engendra amor. Jesús
anhelaba verle colaborar con él. Anhelaba hacerle
como él, un espejo en el cual se reflejase la
semejanza de Dios.
Anhelaba desarrollar la excelencia de su
carácter, y santificarle para uso del Maestro. Si el
príncipe se hubiese entregado a Cristo, habría
crecido en la atmósfera de su presencia. Si hubiese
hecho esa elección, cuán diferente hubiera sido su
futuro.
"Una cosa te falta," dijo Jesús. "Si quieres ser
perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los
pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven,
sígueme." Cristo leyó el corazón del príncipe. Una
sola cosa le faltaba, pero ésta era un principio vital.
Necesitaba el amor de Dios en el alma. Esta sola
falta, si no era suplida, le resultaría fatal;
corrompería toda su naturaleza. Tolerándola, el
985
egoísmo se fortalecería. A fin de que pudiese
recibir el amor de Dios, debía renunciar a su
supremo amor a sí mismo.
Cristo dio a este hombre una prueba. Le invitó
a elegir entre el tesoro celestial y la grandeza
mundanal. El tesoro celestial le era asegurado si
quería seguir a Cristo. Pero debía renunciar al yo;
debía confiar su voluntad al dominio de Cristo. La
santidad misma de Dios le fue ofrecida al joven
príncipe. Tuvo el privilegio de llegar a ser hijo de
Dios y coheredero con Cristo del tesoro celestial.
Pero debía tomar la cruz y seguir al Salvador con
verdadera abnegación.
Las palabras de Cristo fueron en verdad para el
príncipe la invitación: "Escogeos hoy a quién
sirváis.' Le fue dejada a él la decisión. Jesús
anhelaba que se convirtiera. Le había mostrado la
llaga de su carácter, y con profundo interés vigilaba
el resultado mientras el joven pesaba la cuestión. Si
decidía seguir a Cristo, debía obedecer sus palabras
en todo. Debía apartarse de sus proyectos
ambiciosos. Con qué anhelo ferviente, con qué
986
ansia del alma, miró el Salvador al joven,
esperando que cediese a la invitación del Espíritu
de Dios.
Cristo presentó las únicas condiciones que
pondrían al príncipe donde desarrollaría un carácter
cristiano. Sus palabras eran palabras de sabiduría,
aunque parecían severas y exigentes. En su
aceptación y obediencia estaba la única esperanza
de salvación del príncipe. Su posición exaltada y
sus bienes ejercían sobre su carácter una sutil
influencia para el mal. Si los prefiriese,
suplantarían a Dios en sus afectos. El guardar poco
o mucho sin entregarlo a Dios sería retener aquello
que reduciría su fuerza moral y eficiencia; porque
si se aprecian las cosas de este mundo, por inciertas
e indignas que sean, llegan a absorberlo todo.
El príncipe discernió prestamente todo lo que
entrañaban las palabras de Cristo, y se entristeció.
Si hubiese comprendido el valor del don ofrecido,
se habría alistado prestamente como uno de los
discípulos de Cristo. Era miembro del honorable
concilio de los judíos, y Satanás le estaba tentando
987
con lisonjeras perspectivas de lo futuro. Quería el
tesoro celestial, pero también quería las ventajas
temporales que sus riquezas le proporcionarían.
Lamentaba que existiesen tales condiciones;
deseaba la vida eterna, pero no estaba dispuesto a
hacer el sacrificio necesario. El costo de la vida
eterna le parecía demasiado grande, y se fue triste
"porque tenía muchas posesiones.
Su aserto de que había guardado la ley de Dios
era falso. Demostró que las riquezas eran su ídolo.
No podía guardar los mandamientos de Dios
mientras el mundo ocupaba el primer lugar en sus
afectos. Amaba los dones de Dios más que al
Dador. Cristo había ofrecido su comunión al joven.
"Sígueme," le dijo. El Salvador no significaba tanto
para él como sus bienes o su propia fama entre los
hombres. Renunciar al visible tesoro terrenal por el
invisible y celestial era un riesgo demasiado
grande. Rechazó el ofrecimiento de la vida eterna y
se fue, y desde entonces el mundo había de recibir
su culto.
Millares están pasando por esta prueba y pesan
988
a Cristo contra el mundo; y muchos eligen el
mundo. Como el joven príncipe, se apartan del
Salvador diciendo en su corazón: No quiero que
este hombre me dirija. Se nos presenta el trato de
Cristo con el joven como una lección objetiva.
Dios nos dio la regla de conducta que debe seguir
cada uno de sus siervos. Es la obediencia a su ley,
no sólo una obediencia legal, sino una obediencia
que penetra en la vida y se ejemplifica en el
carácter. Dios fijó su propia norma de carácter para
todos los que quieren llegar a ser súbditos de su
reino. Únicamente aquellos que lleguen a ser
colaboradores con Cristo, únicamente aquellos que
digan: Señor, todo lo que tengo y soy te pertenece,
serán reconocidos como hijos e hijas de Dios.
Todos deben considerar lo que significa desear el
cielo, y sin embargo apartarse de él por causa de
las condiciones impuestas. Pensemos en lo que
significa decir no a Cristo. El príncipe dijo: No, yo
no puedo darte todo. ¿Decimos nosotros lo mismo?
El Salvador ofrece compartir con nosotros la obra
que Dios nos ha dado. Nos ofrece emplear los
recursos que Dios nos ha dado, para llevar a cabo
su obra en el mundo. Únicamente así puede
989
salvarnos.
Los bienes del príncipe le habían sido
confiados para que se demostrase fiel mayordomo;
tenía que administrar estos bienes para beneficio de
los menesterosos. También ahora confía Dios
recursos a los hombres, así como talentos y
oportunidades, a fin de que sean sus agentes para
ayudar a los pobres y dolientes. El que emplea
como Dios quiere los bienes que le han sido
confiados llega a ser colaborador con el Salvador;
Gana almas para Cristo, porque es representante de
su carácter.
A los que, como el joven príncipe, ocupan altos
puestos de confianza y tienen grandes posesiones,
puede parecer un sacrificio demasiado grande el
renunciar a todo a fin de seguir a Cristo. Pero ésta
es la regla de conducta para todos los que quieran
llegar a ser sus discípulos. No puede aceptarse algo
que sea menos que la obediencia. La entrega del yo
es la substancia de las enseñanzas de Cristo. Con
frecuencia es presentada y ordenada en un lenguaje
que parece autoritario porque no hay otra manera
990
de salvar al hombre que separándolo de aquellas
cosas que, si las conservase, desmoralizarían todo
el ser.
Cuando los discípulos de Cristo devuelven lo
suyo al Señor, acumulan tesoros que se les darán
cuando oigan las palabras: "Bien, buen siervo y
fiel; . . . entra en el gozo de tu señor." "El cual,
habiéndole sido propuesto gozo, sufrió la cruz,
menospreciando la vergüenza, y sentóse a la diestra
del trono de Dios." El gozo de ver almas redimidas,
almas eternamente salvadas, es la recompensa de
todos aquellos que ponen los pies en las pisadas de
Aquel que dijo: "Sígueme."
991
Capítulo 58
"Lázaro, Ven Fuera"
ENTRE los más constantes discípulos de Cristo
se contaba Lázaro de Betania. Desde la primera
ocasión en que se encontraran, su fe en Cristo
había sido fuerte; su amor por él, profundo, y el
Salvador le amaba mucho. En favor de Lázaro se
realizó el mayor de los milagros de Cristo. El
Salvador bendecía a todos los que buscaban su
ayuda. Ama a toda la familia humana; pero está
ligado con algunos de sus miembros por lazos
peculiarmente tiernos. Su corazón estaba ligado
con fuertes vínculos de afecto con la familia de
Betania y para un miembro de ella realizó su obra
más maravillosa.
Jesús hallaba con frecuencia descanso en el
hogar de Lázaro. El Salvador no tenía hogar
propio; dependía de la hospitalidad de sus amigos y
discípulos; y con frecuencia, cuando estaba
cansado y sediento de compañía humana, le era
992
grato refugiarse en ese hogar apacible, lejos de las
sospechas y celos de los airados fariseos. Allí
encontraba una sincera bienvenida y amistad pura y
santa. Allí podía hablar con sencillez y perfecta
libertad, sabiendo que sus palabras serían
comprendidas y atesoradas.
Nuestro Salvador apreciaba un hogar tranquilo
y oyentes que manifestasen interés. Sentía anhelos
de ternura, cortesía y afecto humanos. Los que
recibían la instrucción celestial que él estaba
siempre listo para impartir eran grandemente
bendecidos. Mientras las multitudes seguían a
Cristo por los campos abiertos, les revelaba las
bellezas del mundo natural. Trataba de abrir sus
ojos para que las comprendiesen y pudiesen ver
cómo la mano de Dios sostiene el mundo. A fin de
que expresasen aprecio por la bondad y
benevolencia de Dios, llamaba la atención de sus
oyentes al rocío que caía suavemente, a las lluvias
apacibles y al resplandeciente sol, otorgados a los
buenos tanto como a los malos.
Deseaba que los hombres comprendiesen mejor
993
la consideración que Dios concede a los
instrumentos humanos que creó. Pero las
multitudes eran duras de entendimiento, y en el
hogar de Betania Cristo hallaba descanso del
pesado conflicto de la vida pública. Allí abría ante
un auditorio que le apreciaba el libro de la
Providencia. En esas entrevistas privadas, revelaba
a sus oyentes lo que no intentaba decir a la
multitud mixta. No necesitaba hablar en parábolas
a sus amigos.
Mientras
Cristo
daba
sus
lecciones
maravillosas, María se sentaba a sus pies,
escuchándole con reverencia y devoción. En una
ocasión, Marta, perpleja por el afán de preparar la
comida, apeló a Cristo diciendo: "Señor, ¿no tienes
cuidado que mi hermana me deja servir sola? Dile,
pues, que me ayude." Esto sucedió en ocasión de la
primera visita de Cristo a Betania. El Salvador y
sus discípulos acababan de hacer un viaje penoso a
pie desde Jericó. Marta anhelaba proveer a su
comodidad, y en su ansiedad se olvidó de la
cortesía debida a su huésped. Jesús le contestó con
palabras llenas de mansedumbre y paciencia:
994
"Marta, Marta, cuidadosa estás, y con las muchas
cosas estás turbada: empero una cosa es necesaria;
y María escogió la buena parte, la cual no le será
quitada." María atesoraba en su mente las preciosas
palabras que caían de los labios del Salvador,
palabras que eran más preciosas para ella que las
joyas más costosas de esta tierra.
La "una cosa" que Marta necesitaba era un
espíritu de calma y devoción, una ansiedad más
profunda por el conocimiento referente a la vida
futura e inmortal, y las gracias necesarias para el
progreso
espiritual.
Necesitaba
menos
preocupación por las cosas pasajeras y más por las
cosas que perduran para siempre. Jesús quiere
enseñar a sus hijos a aprovechar toda oportunidad
de obtener el conocimiento que los hará sabios para
la salvación. La causa de Cristo necesita personas
que trabajen con cuidado y energía. Hay un amplio
campo para las Martas con su celo por la obra
religiosa activa. Pero deben sentarse primero con
María a los pies de Jesús. Sean la diligencia, la
presteza y la energía santificadas por la gracia de
Cristo; y entonces la vida será un irresistible poder
995
para el bien.
El pesar penetró en el apacible hogar donde
Jesús había descansado. Lázaro fue herido por una
enfermedad repentina, y sus hermanas mandaron
llamar al Salvador diciendo: "Señor, he aquí, el que
amas está enfermo." Se dieron cuenta de la
violencia de la enfermedad que había abatido a su
hermano, pero sabían que Cristo se había
demostrado capaz de sanar toda clase de dolencias.
Creían que él simpatizaría con ellas en su angustia;
por lo tanto, no exigieron urgentemente su
presencia inmediata, sino que mandaron tan sólo el
confiado mensaje: "El que amas está enfermo."
Pensaron que él respondería inmediatamente, y
estaría con ellas tan pronto como pudiese llegar a
Betania.
Ansiosamente esperaron noticias de Jesús.
Mientras había una chispa de vida en su hermano,
oraron y esperaron la venida de Jesús. Pero el
mensajero volvió sin él. Trajo, sin embargo, este
mensaje: "Esta enfermedad no es para muerte," y
se aferraron a la esperanza de que Lázaro viviría.
996
Con ternura trataron de dirigir palabras de
esperanza y aliento al enfermo casi inconsciente.
Cuando Lázaro murió, se quedaron amargamente
desilusionadas; pero sentían la gracia sostenedora
de Cristo, y esto les impidió culpar en forma
alguna al Salvador.
Cuando Cristo oyó el mensaje, los discípulos
pensaron que lo había recibido fríamente. No
manifestó el pesar que ellos esperaban de él.
Mirándolos a ellos dijo: "Esta enfermedad no es
para muerte, mas por gloria de Dios, para que el
Hijo de Dios sea glorificado por ella."
Permaneció dos días en el lugar donde estaba.
Esta dilación era un misterio para los discípulos.
De cuánto consuelo sería su presencia para la
familia afligida, pensaban. Era bien conocido por
los discípulos su intenso afecto hacia esa familia de
Betania, y ellos se sorprendían al ver que no
respondía a la triste comunicación: "El que amas
está enfermo."
Durante aquellos dos días Cristo pareció
997
haberse olvidado del caso; porque no habló de
Lázaro. Los discípulos pensaban en Juan el
Bautista, precursor de Jesús. Se habían preguntado
por qué Jesús, que tenía el poder de realizar
milagros admirables, había permitido que Juan
languideciera en la cárcel y muriese en forma
violenta. Ya que poseía tal poder, ¿por qué no
había salvado Jesús la vida de Juan? Esta pregunta
la habían hecho con frecuencia los fariseos y la
presentaban como un argumento incontestable
contra el aserto de Cristo de ser Hijo de Dios. El
Salvador había advertido a sus discípulos acerca de
las pruebas, pérdidas y persecuciones. ¿Los
abandonaría en la prueba? Algunos se preguntaban
si no habían estado equivocados acerca de su
misión. Todos estaban profundamente perturbados.
Después de aguardar dos días, Jesús dijo a los
discípulos: "Vamos a Judea otra vez." Los
discípulos se preguntaban por qué, si Jesús iba a ir
a Judea, había esperado dos días. Pero lo que más
los embargaba era su ansiedad por Cristo y por sí
mismos. No podían ver sino peligro en lo que
estaba por hacer. "Rabbí –dijeron,– ahora
998
procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas
allá? Respondió Jesús: ¿No tiene el día doce
horas?" Estoy bajo la dirección de mi Padre;
mientras hago su voluntad, mi vida está segura.
Mis doce horas del día no han terminado todavía.
Ha empezado el último resto de mi día; pero
mientras queda algo, estoy seguro.
"El que anduviere de día –continuó– no
tropieza, porque ve la luz de este mundo." El que
hace la voluntad de Dios, que anda en la senda que
Dios le ha trazado, no puede tropezar ni caer. La
luz del Espíritu guiador de Dios le da una clara
percepción de su deber, y le conduce hasta el final
de su obra. "Mas el que anduviere de noche,
tropieza, porque no hay luz en él." El que anda en
la senda que se eligió, donde Dios no le ha
llamado, tropezará. Para él, el día se trueca en
noche, y dondequiera que esté, no está seguro.
"Dicho esto, díceles después: Lázaro nuestro
amigo duerme; mas voy a despertarle del sueño."
"Lázaro nuestro amigo duerme." ¡ Cuán
conmovedoras son estas palabras ! ¡Cuán llenas de
999
simpatía! Mientras pensaban en el peligro que su
Maestro estaba por arrostrar yendo a Jerusalén, los
discípulos casi se habían olvidado de la familia
enlutada de Betania. Pero no así Cristo. Los
discípulos se sintieron reprendidos. Les había
sorprendido que Cristo no respondiera más
prontamente al mensaje. Habían estado tentados a
pensar que él no tenía por Lázaro y sus hermanas el
tierno amor que ellos le atribuían y que debiera
haberse vuelto rápidamente con el mensajero. Pero
las palabras: "Lázaro nuestro amigo duerme,"
despertaron en ellos los debidos sentimientos.
Quedaron convencidos de que Cristo no se había
olvidado de sus amigos que sufrían.
"Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si
duerme, salvo estará. Mas esto decía Jesús de la
muerte de él: y ellos pensaron que hablaba del
reposar del sueño." Cristo presenta a sus hijos
creyentes la muerte como un sueño. Su vida está
oculta con Cristo en Dios, y hasta que suene la
última trompeta los que mueren dormirán en él.
"Entonces, pues, Jesús les dijo claramente:
1000
Lázaro es muerto; y huélgome por vosotros, que yo
no haya estado allí, para que creáis: mas vamos a
él." Tomás no podía ver para su Maestro otra cosa
que la muerte si iba a Judea; pero fortaleció su
ánimo y dijo a los otros discípulos: "Vamos
también nosotros, para que muramos con él."
Conocía el odio que los judíos le tenían a Jesús.
Querían lograr su muerte, pero este propósito no
había tenido éxito, porque le quedaba todavía una
parte del tiempo que se le había concedido.
Durante ese tiempo, Jesús gozaba de la custodia de
los ángeles celestiales; y aun en las regiones de
Judea, donde los rabinos maquinaban cómo
apresarle y darle muerte, no podía sucederle mal
alguno.
Los discípulos se asombraron de las palabras de
Cristo cuando dijo: "Lázaro es muerto; y huélgome
. . . que yo no haya estado allí." ¿Habíase
mantenido el Salvador alejado por su propia
voluntad del hogar de sus amigos que sufrían?
Aparentemente había dejado solas a Marta y María,
así como al moribundo Lázaro. Pero no estaban
solos. Cristo contemplaba toda la escena, y después
1001
de la muerte de Lázaro las enlutadas hermanas
fueron sostenidas por su gracia. Jesús presenció el
pesar de sus corazones desgarrados, mientras su
hermano luchaba con su poderoso enemigo la
muerte. Sintió los trances de su angustia, y dijo a
sus discípulos: "Lázaro es muerto." Pero Cristo no
sólo tenía que pensar en aquellos a quienes amaba
en Betania; tenía que considerar la educación de
sus discípulos. Ellos habían de ser sus
representantes ante el mundo, para que la
bendición del Padre pudiese abarcar a todos. Por su
causa, permitió que Lázaro muriese. Si le hubiese
devuelto la salud cuando estaba enfermo, el
milagro que llegó a ser la evidencia más positiva de
su carácter divino, no se habría realizado.
Si Cristo hubiese estado en la pieza del
enfermo, Lázaro no habría muerto; porque Satanás
no hubiera tenido poder sobre él. La muerte no
podría haber lanzado su dardo contra Lázaro en
presencia del Dador de la vida. Por lo tanto, Cristo
permaneció lejos. Dejó que el enemigo ejerciese su
poder, para luego hacerlo retroceder como enemigo
vencido. Permitió que Lázaro pasase bajo el
1002
dominio de la muerte; y las hermanas apenadas
vieron a su hermano puesto en la tumba. Cristo
sabía que mientras mirasen el rostro muerto de su
hermano, su fe en el Redentor sería probada
severamente. Pero sabía que a causa de la lucha por
la cual estaban pasando ahora, su fe resplandecería
con fuerza mucho mayor. Permitió todos los
dolores y penas que soportaron. Su tardanza no
indicaba que las amase menos, pero sabía que para
ellas, para Lázaro, para él mismo y para sus
discípulos, había de ganarse una victoria. "Por
vosotros," "para que creáis." A todos los que
tantean para sentir la mano guiadora de Dios, el
momento de mayor desaliento es cuando más cerca
está la ayuda divina. Mirarán atrás con
agradecimiento, a la parte más obscura del camino.
"Sabe el Señor librar de tentación a los píos." Salen
de toda tentación y prueba con una fe más firme y
una experiencia mas rica.
Al demorar en venir a Lázaro, Jesús tenía un
propósito de misericordia para con los que no le
habían recibido. Tardó, a fin de que al resucitar a
Lázaro pudiese dar a su pueblo obstinado e
1003
incrédulo, otra evidencia de que él era de veras "la
resurrección y la vida." Le costaba renunciar a toda
esperanza con respecto a su pueblo, las pobres y
extraviadas ovejas de la casa de Israel. Su
impenitencia le partía el corazón. En su
misericordia, se propuso darles una evidencia más
de que era el Restaurador, el único que podía sacar
a luz la vida y la inmortalidad. Había de ser una
evidencia que los sacerdotes no podrían interpretar
mal. Tal fue la razón de su demora en ir a Betania.
Este milagro culminante, la resurrección de Lázaro,
había de poner el sello de Dios sobre su obra y su
pretensión a la divinidad.
En su viaje a Betania, Jesús, de acuerdo con su
costumbre, atendió a los enfermos y menesterosos.
Al llegar a la aldea, mandó un mensajero a las
hermanas para avisarlas de su llegada. Cristo no
entró en seguida en la casa, sino que permaneció en
un lugar tranquilo al lado del camino. La gran
ostentación externa manifestada por los judíos en
ocasión de la muerte de un deudo no estaba en
armonía con el espíritu de Cristo. Oía los lamentos
de los plañidores, y no quería encontrarse con las
1004
hermanas en medio de la confusión. Entre los que
lloraban estaban los parientes de la familia, algunos
de los cuales ocupaban altos puestos de
responsabilidad en Jerusalén. Entre ellos se
contaban algunos de los más acerbos enemigos de
Cristo. El conocía su propósito y por lo tanto no se
hizo conocer en seguida.
El mensaje fue dado a Marta con tanta reserva
que las otras personas que estaban en la pieza no lo
oyeron. Absorta en su pesar, María no oyó las
palabras. Levantándose en seguida, Marta salió al
encuentro de su Señor, pero pensando que ella
había ido al sepulcro donde estaba Lázaro, María
permaneció sumida silenciosamente en su pesar.
Marta se apresuró a ir al encuentro de Jesús,
con el corazón agitado por encontradas emociones.
En el rostro expresivo de él, leyó ella la misma
ternura y amor que siempre había habido allí. Su
confianza en él no había variado, pero recordaba a
su amado hermano a quien Jesús también amaba.
Con el pesar que brotaba de su corazón porque
Cristo no había venido antes y, sin embargo, con la
1005
esperanza de que aun ahora podría hacer algo para
consolarlas, dijo: "Señor, si hubieses estado aquí,
mi hermano no fuera muerto." Vez tras vez, en
medio del tumulto creado por los plañidores, las
hermanas habían repetido estas palabras.
Con compasión humana y divina, Jesús miró el
rostro entristecido y acongojado de Marta. Esta no
tenía deseo de relatar lo sucedido; todo estaba
expresado por las palabras patéticas: "Señor, si
hubieses estado aquí, mi hermano no fuera
muerto." Pero mirando aquel rostro lleno de amor,
añadió: "Mas también sé ahora, que todo lo que
pidieres de Dios, te dará Dios."
Jesús animó su fe diciendo: "Resucitará tu
hermano." Su respuesta no estaba destinada a
inspirar esperanza en un cambio inmediato. Dirigía
el Señor los pensamientos de Marta más allá de la
restauración actual de su hermano, y los fijaba en
la resurrección de los justos. Lo hizo para que
pudiese ver en la resurrección de Lázaro una
garantía de la resurrección de todos los justos y la
seguridad de que sucedería por el poder del
1006
Salvador.
Marta contestó: "Yo sé que resucitará en la
resurrección en el día postrero."
Tratando todavía de dar la verdadera dirección
a su fe, Jesús declaró: "Yo soy la resurrección y la
vida." En Cristo hay vida original, que no proviene
ni deriva de otra. "El que tiene al Hijo, tiene la
vida." La divinidad de Cristo es la garantía que el
creyente tiene de la vida eterna. "El que cree en mí
– dijo Jesús,– aunque esté muerto, vivirá. Y todo
aquel que vive y cree en mí, no morirá
eternamente. ¿Crees eso?" Cristo miraba hacia
adelante, a su segunda venida. Entonces los justos
muertos serán resucitados incorruptibles, y los
justos vivos serán trasladados al cielo sin ver la
muerte. El milagro que Cristo estaba por realizar,
al resucitar a Lázaro de los muertos, representaría
la resurrección de todos los justos muertos. Por sus
palabras y por sus obras, se declaró el Autor de la
resurrección. El que iba a morir pronto en la cruz,
estaba allí con las llaves de la muerte, vencedor del
sepulcro, y aseveraba su derecho y poder para dar
1007
vida eterna.
A las palabras del Salvador: "¿Crees esto?"
Marta respondió: "Sí, Señor; yo he creído que tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al
mundo." No comprendía en todo su significado las
palabras dichas por Cristo, pero confesó su fe en su
divinidad y su confianza de que él podía hacer
cuanto le agradase.
"Y esto dicho, fuése, y llamó en secreto a
María su hermana, diciendo: El Maestro está aquí y
te llama." Dio su mensaje en forma tan queda como
le fue posible; porque los sacerdotes y príncipes
estaban listos para arrestar a Jesús en cuanto se les
ofreciese la oportunidad. Los clamores de las
plañideras impidieron que las palabras de Marta
fuesen oídas. Al recibir el mensaje, María se
levantó apresuradamente y con mirada y rostro
anhelantes salió de la pieza. Pensando que iba al
sepulcro a llorar, las plañideras la siguieron.
Cuando llegó al lugar donde Jesús estaba, se postró
a sus pies y dijo con labios temblorosos: "Señor, si
hubieras estado aquí, no fuera muerto mi
1008
hermano." Los clamores de las plañideras eran
dolorosos; y ella anhelaba poder cambiar algunas
palabras tranquilas a solas con Jesús. Pero conocía
la envidia y los celos que albergaban contra Cristo
en su corazón algunos de los presentes, y se limitó
a expresar su pesar.
"Jesús entonces, como la vio llorando, y a los
judíos que habían venido juntamente con ella
llorando, se conmovió en espíritu, y turbóse." Leyó
el corazón de todos los presentes. Veía que, en
muchos, lo que pasaba como demostración de
pesar era tan sólo fingimiento. Sabía que algunos
de los del grupo, que manifestaban ahora un pesar
hipócrita, estarían antes de mucho maquinando la
muerte, no sólo del poderoso taumaturgo, sino del
que iba a ser resucitado de los muertos. Cristo
podría haberlos despojado de su falso pesar. Pero
dominó su justa indignación. No pronunció las
palabras que podría haber pronunciado con toda
verdad, porque amaba a la que, arrodillada a sus
pies con tristeza, creía verdaderamente en él.
"¿Dónde le pusisteis? –preguntó.– Dícenle:
1009
Señor, ven y ve." Juntos se dirigieron a la tumba.
Era una escena triste. Lázaro había sido muy
querido, y sus hermanas le lloraban con corazones
quebrantados, mientras que los que habían sido sus
amigos mezclaban sus lágrimas con las de las
hermanas enlutadas. A la vista de esta angustia
humana, y por el hecho de que los amigos afligidos
pudiesen llorar a sus muertos mientras el Salvador
del mundo estaba al lado, "lloró Jesús." Aunque era
Hijo de Dios, había tomado sobre sí la naturaleza
humana y le conmovía el pesar humano. Su
corazón compasivo y tierno se conmueve siempre
de simpatía hacia los dolientes. Llora con los que
lloran y se regocija con los que se regocijan.
No era sólo por su simpatía humana hacia
María y Marta por lo que Jesús lloró. En sus
lágrimas había un pesar que superaba tanto al pesar
humano como los cielos superan a la tierra. Cristo
no lloraba por Lázaro, pues iba a sacarle de la
tumba. Lloró porque muchos de los que estaban
ahora llorando por Lázaro maquinarían pronto la
muerte del que era la resurrección y la vida. Pero
¡cuán incapaces eran los judíos de interpretar
1010
debidamente sus lágrimas! Algunos que no podían
ver como causa de su pesar sino las circunstancias
externas de la escena que estaba delante de él,
dijeron suavemente: "Mirad cómo le amaba."
Otros, tratando de sembrar incredulidad en el
corazón de los presentes, decían con irrisión: "¿No
podía éste que abrió los ojos al ciego, hacer que
éste no muriera?" Si Jesús era capaz de salvar a
Lázaro, ¿por qué le dejó morir?
Con ojo profético, Cristo vio la enemistad de
los fariseos y saduceos. Sabía que estaban
premeditando su muerte. Sabía que algunos de los
que ahora manifestaban aparentemente tanta
simpatía, no tardarían en cerrarse la puerta de la
esperanza y los portales de la ciudad de Dios.
Estaba por producirse, en su humillación y
crucifixión, una escena que traería como resultado
la destrucción de Jerusalén, y en esa ocasión nadie
lloraría los muertos. La retribución que iba a caer
sobre Jerusalén quedó plenamente retratada delante
de él. Vio a Jerusalén rodeada por las legiones
romanas. Sabía que muchos de los que estaban
llorando a Lázaro morirían en el sitio de la ciudad,
1011
y sin esperanza. No lloró Cristo sólo por la escena
que tenía delante de sí. Descansaba sobre él el peso
de la tristeza de los siglos. Vio los terribles efectos
de la transgresión de la ley de Dios. Vio que en la
historia del mundo, empezando con la muerte de
Abel, había existido sin cesar el conflicto entre lo
bueno y lo malo. Mirando a través de los años
venideros, vio los sufrimientos y el pesar, las
lágrimas y la muerte que habían de ser la suerte de
los hombres. Su corazón fue traspasado por el
dolor de la familia humana de todos los siglos y de
todos los países. Los ayes de la raza pecaminosa
pesaban sobre su alma, y la fuente de sus lágrimas
estalló mientras anhelaba aliviar toda su angustia.
"Y Jesús, conmoviéndose otra vez en sí mismo,
vino al sepulcro." Lázaro había sido puesto en una
cueva rocosa, y una piedra maciza había sido
puesta frente a la entrada. "Quitad la piedra," dijo
Cristo. Pensando que él deseaba tan sólo mirar al
muerto, Marta objetó diciendo que el cuerpo había
estado sepultado cuatro días y que la corrupción
había empezado ya su obra. Esta declaración,
hecha antes de la resurrección de Lázaro, no dejó a
1012
los enemigos de Cristo lugar para decir que había
subterfugio. En lo pasado, los fariseos habían
hecho circular falsas declaraciones acerca de las
más maravillosas manifestaciones del poder de
Dios. Cuando Cristo devolvió la vida a la hija de
Jairo, había dicho: "La muchacha no es muerta,
mas duerme." Como ella había estado enferma tan
sólo un corto tiempo y fue resucitada
inmediatamente después de su muerte, los fariseos
declararon que la niña no había muerto; que Cristo
mismo había dicho que estaba tan sólo dormida.
Habían tratado de dar la impresión de que Cristo no
podía sanar a los enfermos, que había engaños en
sus milagros. Pero en este caso, nadie podía negar
que Lázaro había muerto.
Cuando el Señor está por hacer una obra,
Satanás induce a alguno a objetar. "Quitad la
piedra," dijo Cristo. En cuanto sea posible,
preparad el camino para mi obra. Pero la naturaleza
positiva y ambiciosa de Marta se manifestó. Ella no
quería que el cuerpo ya en descomposición fuese
expuesto a las miradas. El corazón humano es tardo
para comprender las palabras de Cristo, y la fe de
1013
Marta no había asimilado el verdadero significado
de su promesa.
Cristo reprendió a Marta, pero sus palabras
fueron pronunciadas con la mayor amabilidad.
"¿No te he dicho que, si creyeres, verás la gloria de
Dios?" ¿Por qué habríais de dudar de mi poder ?
¿Por qué razonar contrariamente a mis
requerimientos? Tenéis mi palabra. Si queréis
creer, veréis la gloria de Dios. Las imposibilidades
naturales no pueden impedir la obra del
Omnipotente. El escepticismo y la incredulidad no
son humildad. La creencia implícita en la palabra
de Cristo es verdadera humildad, verdadera entrega
propia.
"Quitad la piedra." Cristo podría haber
ordenado a la piedra que se apartase, y habría
obedecido a su voz. Podría haber ordenado a los
ángeles que estaban a su lado que la sacasen. A su
orden, manos invisibles habrían removido la
piedra. Pero había de ser sacada por manos
humanas. Así Cristo quería mostrar que la
humanidad ha de cooperar con la divinidad. No se
1014
pide al poder divino que haga lo que el poder
humano puede hacer. Dios no hace a un lado la
ayuda del hombre. Le fortalece y coopera con él
mientras emplea las facultades y capacidades que
se le dan. La orden se cumplió. La piedra fue
puesta a un lado. Todo fue hecho abierta y
deliberadamente. Se dio a todos oportunidad de ver
que no había engaño. Allí estaba el cuerpo de
Lázaro en su tumba rocosa, frío y silencioso en la
muerte. Los clamores de los plañidores se acallan.
Sorprendida y expectante, la congregación está
alrededor del sepulcro, esperando lo que ha de
seguir.
Sereno, Cristo está de pie delante de la tumba.
Una solemnidad sagrada descansa sobre todos los
presentes. Cristo se acerca aun más al sepulcro y,
alzando los ojos al cielo, dice: "Padre, gracias te
doy que me has oído." No mucho tiempo antes de
esto, los enemigos de Cristo le habían acusado de
blasfemia y habían recogido piedras para
arrojárselas porque aseveraba ser Hijo de Dios. Le
acusaron de realizar milagros por el poder de
Satanás. Pero aquí Cristo llama a Dios su Padre y
1015
con perfecta confianza declara que es Hijo de Dios.
En todo lo que hacía, Cristo cooperaba con su
Padre. Siempre se esmeraba por hacer evidente que
no realizaba su obra independientemente; era por la
fe y la oración cómo hacía sus milagros. Cristo
deseaba que todos conociesen su relación con su
Padre. "Padre – dijo,– gracias te doy que me has
oído. Que yo sabía que siempre me oyes; mas por
causa de la compañía que está alrededor, lo dije,
para que crean que tú me has enviado." En esta
ocasión, los discípulos y la gente iban a recibir la
evidencia más convincente de la relación que
existía entre Cristo y Dios. Se les había de
demostrar que el aserto de Cristo no era una
mentira.
"Y habiendo dicho estas cosas, clamó a gran
voz: Lázaro, ven fuera. "Su voz, clara y penetrante,
entra en los oídos del muerto. La divinidad fulgura
a través de la humanidad. En su rostro, iluminado
por la gloria de Dios, la gente ve la seguridad de su
poder. Cada ojo está fijo en la entrada de la cueva.
Cada oído está atento al menor sonido. Con interés
1016
intenso y doloroso, aguardan todos la prueba de la
divinidad de Cristo, la evidencia que ha de
comprobar su aserto de que es Hijo de Dios, o
extinguir esa esperanza para siempre. Hay
agitación en la tumba silenciosa, y el que estaba
muerto se pone de pie a la puerta del sepulcro. Sus
movimientos son trabados por el sudario en que
fuera puesto, y Cristo dice a los espectadores
asombrados: "Desatadle, y dejadle ir." Vuelve a
serles demostrado que el obrero humano ha de
cooperar con Dios. La humanidad ha de trabajar
por la humanidad. Lázaro queda libre, y está de pie
ante la congregación, no demacrado por la
enfermedad, ni con miembros débiles y
temblorosos, sino como un hombre en la flor de la
vida, provisto de una noble virilidad. Sus ojos
brillan de inteligencia y de amor por su Salvador.
Se arroja a los pies de Jesús para adorarle.
Los espectadores quedan al principio mudos de
asombro. Luego sigue una inefable escena de
regocijo y agradecimiento. Las hermanas reciben a
su hermano vuelto a la vida como el don de Dios, y
con lágrimas de gozo expresan en forma
1017
entrecortada su agradecimiento al Salvador. Y
mientras el hermano, las hermanas y los amigos se
regocijan en esta reunión, Jesús se retira de la
escena. Cuando buscan al Dador de la vida, no le
pueden hallar.
1018
Capítulo 59
Conspiraciones Sacerdotales
BETANIA estaba tan cerca de Jerusalén que
pronto llegaron a la ciudad las noticias de la
resurrección de Lázaro. Por medio de los espías
que habían presenciado el milagro, los dirigentes
judíos fueron puestos rápidamente al tanto de los
hechos. Convocaron inmediatamente una reunión
del Sanedrín, para decidir lo que debía hacerse.
Cristo había demostrado ahora plenamente su
dominio sobre la muerte y el sepulcro.
Este gran milagro era la evidencia máxima que
ofrecía Dios a los hombres en prueba de que había
enviado su Hijo al mundo para salvarlo. Era una
demostración del poder divino que bastaba para
convencer a toda mente dotada de razón y
conciencia iluminada. Muchos de los que
presenciaron la resurrección de Lázaro fueron
inducidos a creer en Jesús. Pero el odio de los
sacerdotes contra él se intensificó. Habían
1019
rechazado todas las pruebas menores de su
divinidad, y este nuevo milagro no hizo sino
enfurecerlos. El muerto había sido resucitado en
plena luz del día y ante una multitud de testigos.
Ningún sofisma podía destruir tal evidencia. Por
esta misma razón, la enemistad de los sacerdotes se
hacía más mortífera. Estaban más determinados
que nunca a detener la obra de Cristo.
Los saduceos, aunque no estaban a favor de
Cristo, no habían estado tan llenos de malicia
contra él como los fariseos. Su odio no había sido
tan acerbo. Pero ahora estaban cabalmente
alarmados. No creían en la resurrección de los
muertos. Basados en lo que llamaban falsamente
ciencia, habían razonado que era imposible que un
cuerpo muerto tornara a la vida. Pero mediante
unas pocas palabras de Cristo, su teoría había
quedado desbaratada. Se había puesto de
manifiesto la ignorancia de ellos tocante a las
Escrituras y el poder de Dios. Veían la
imposibilidad de destruir la impresión hecha en el
pueblo por este milagro. ¿Cómo podrían los
hombres ser apartados de Aquel que había
1020
triunfado hasta arrancar sus muertos al sepulcro?
Se pusieron en circulación falsos informes, pero el
milagro no podía negarse, y ellos no sabían cómo
contrarrestar sus efectos. Hasta entonces, los
saduceos no habían alentado el plan de matar a
Cristo. Pero después de la resurrección de Lázaro,
creyeron que únicamente mediante su muerte
podrían ser reprimidas sus intrépidas denuncias
contra ellos.
Los fariseos creían en la resurrección, y no
podían sino ver en ese milagro una evidencia de
que el Mesías estaba entre ellos. Pero siempre se
habían opuesto a la obra de Cristo. Desde el
principio, le habían aborrecido porque había
desenmascarado sus pretensiones hipócritas. Les
había quitado el manto de rigurosos ritos bajo el
cual ocultaban su deformidad moral. La religión
pura que él enseñaba había condenado la vacía
profesión de piedad. Ansiaban vengarse de él por
sus agudos reproches. Habían procurado inducirle a
decir o hacer alguna cosa que les diera ocasión de
condenarlo. En varias ocasiones, habían intentado
apedrearlo, pero él se había apartado
1021
tranquilamente, y le habían perdido de vista.
Todos los milagros que realizaba en sábado
eran para aliviar al afligido, pero los fariseos
habían procurado condenarlo como violador del
sábado. Habían tratado de incitar a los herodianos
contra él. Presentándoselo como procurando
establecer un reino rival, consultaron con ellos en
cuanto a cómo matarlo. Para excitar a los romanos
contra él, se lo habían representado como tratando
de subvertir su autoridad. Habían ensayado todos
los recursos para impedir que influyera en el
pueblo. Pero hasta entonces sus tentativas habían
fracasado. Las multitudes que habían presenciado
sus obras de misericordia y oído sus enseñanzas
puras y santas, sabían que los suyos no eran los
hechos y palabras de un violador del sábado o
blasfemo. Aun los oficiales enviados por los
fariseos habían sentido tanto la influencia de sus
palabras que no pudieron echar mano de él. En su
desesperación, los judíos habían publicado
finalmente un edicto decretando que cualquiera que
profesase fe en Jesús fuera expulsado de la
sinagoga.
1022
Así que, cuando los sacerdotes, gobernantes y
ancianos se reunieron en concilio, era firme su
determinación de acallar a Aquel que obraba tales
maravillas que todos los hombres se admiraban.
Los fariseos y los saduceos estaban más cerca de la
unión que nunca. Divididos hasta entonces, se
unificaron por oposición a Cristo. Nicodemo y José
habían impedido en concilios anteriores la
condenación de Jesús, y por esta razón no fueron
convocados esta vez. Había en el concilio otros
hombres influyentes que creían en Cristo, pero
nada pudo su influencia contra la de los malignos
fariseos.
Sin embargo, los miembros del concilio no
estaban todos de acuerdo. El Sanedrín no constituía
entonces un cuerpo legal. Existía sólo por
tolerancia. Algunos de sus miembros ponían en
duda la conveniencia de dar muerte a Cristo.
Temían que ello provocara una insurrección entre
el pueblo e indujera a los romanos a retirar a los
sacerdotes los favores que hasta ahora habían
disfrutado y a despojarlos del poder que todavía
1023
conservaban. Los saduceos, aunque unidos en su
odio contra Cristo, se inclinaban a ser cautelosos en
sus movimientos, por temor a que los romanos los
privaran de su alta posición.
En este concilio, convocado para planear la
muerte de Cristo, estaba presente el Testigo que
oyó las palabras jactanciosas de Nabucodonosor,
que presenció la fiesta idólatra de Belsasar, que
estaba presente cuando Cristo en Nazaret se
proclamó a sí mismo el Ungido. Este Testigo
estaba ahora haciendo sentir a los gobernantes qué
clase de obra estaban haciendo. Los sucesos de la
vida de Cristo surgieron ante ellos con una claridad
que los alarmó. Recordaron la escena del templo,
cuando Jesús, entonces de doce años, de pie ante
los sabios doctores de la ley, les hacía preguntas
que los asombraban. El milagro recién realizado
daba testimonio de que Jesús no era sino el Hijo de
Dios. Las Escrituras del Antiguo Testamento
concernientes al Cristo resplandecían ante su mente
con su verdadero significado. Perplejos y turbados,
los gobernantes preguntaron: "¿Qué hacemos?"
Había división en el concilio. Bajo la impresión del
1024
Espíritu Santo, los sacerdotes y gobernantes no
podían desterrar el sentimiento de que estaban
luchando contra Dios.
Mientras el concilio estaba en el colmo de la
perplejidad, Caifás, el sumo sacerdote, se puso de
pie. Era un hombre orgulloso y cruel, despótico e
intolerante. Entre sus relaciones familiares, había
saduceos soberbios, atrevidos, temerarios, llenos de
ambición y crueldad ocultas bajo un manto de
pretendida justicia. Caifás había estudiado las
profecías y aunque ignoraba su verdadero
significado dijo con gran autoridad y aplomo:
"Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos
conviene que un hombre muera por el pueblo, y no
que toda la nación se pierda." Aunque Jesús sea
inocente, aseguraba el sumo sacerdote, debía ser
quitado del camino. Molestaba porque atraía el
pueblo a sí y menoscababa la autoridad de los
gobernantes. El era uno solo; y era mejor que
muriese antes de permitir que la autoridad de los
gobernantes fuese debilitada. En caso de que el
pueblo llegara a perder la confianza en sus
gobernantes, el poder nacional sería destruido.
1025
Caifás afirmaba que después de este milagro los
adeptos de Jesús se levantarían probablemente en
revolución. Los romanos vendrán entonces –decía
él,– y cerrarán nuestro templo; abolirán nuestras
leyes, y nos destruirán como nación. ¿Qué valor
tiene la vida de este galileo en comparación con la
vida de la nación? Si él obstaculiza el bienestar de
Israel, ¿no se presta servicio a Dios matándole?
Mejor es que un hombre perezca, y no que toda la
nación sea destruida.
Al declarar que un hombre moriría por toda la
nación, Caifás demostró que tenía cierto
conocimiento de las profecías, aunque muy
limitado. Pero Juan, al describir la escena, toma la
profecía y expone su amplio y profundo
significado. El dice: "Y no solamente por aquella
nación, mas también para que juntase en uno los
hijos de Dios que estaban derramados." ¡Cuán
inconscientemente reconocía el arrogante Caifás la
misión del Salvador!
En los labios de Caifás esta preciosísima
verdad se convertía en mentira. La idea que él
1026
defendía se basaba en un principio tomado del
paganismo. Entre los paganos, el conocimiento
confuso de que uno había de morir por la raza
humana los había llevado a ofrecer sacrificios
humanos. Así, por el sacrificio de Cristo, Caifás
proponía salvar a la nación culpable, no de la
transgresión, sino en la transgresión, a fin de que
pudiera continuar en el pecado. Y por este
razonamiento, pensaba acallar las protestas de
aquellos que pudieran atreverse, no obstante, a
decir que nada digno de muerte habían hallado en
Jesús.
En este concilio, los enemigos de Cristo se
sintieron profundamente convencidos de culpa. El
Espíritu Santo había impresionado sus mentes.
Pero Satanás se esforzaba por dominarlos. Insistía
en los perjuicios que ellos habían sufrido por causa
de Cristo. Cuán poco había honrado él su justicia.
Cristo presentaba una justicia mucho mayor, que
debían poseer todos los que quisieran ser hijos de
Dios. Sin tomar en cuenta sus formas y
ceremonias, él había animado a los pecadores a ir
directamente a Dios como a un Padre
1027
misericordioso y darle a conocer sus necesidades.
Así, en opinión de ellos, había hecho caso omiso de
los sacerdotes.
Había rehusado reconocer la teología de las
escuelas rabínicas. Había desenmascarado las
malas prácticas de los sacerdotes y había dañado
irreparablemente
su
influencia.
Había
menoscabado el efecto de sus máximas y
tradiciones, declarando que aunque hacían cumplir
estrictamente la ley ritual, invalidaban la ley de
Dios. Satanás les traía ahora todo esto a la
memoria.
Les insinuó que a fin de mantener su autoridad
debían dar muerte a Jesús. Ellos siguieron este
consejo. El hecho de que pudieran perder el poder
que entonces ejercían era suficiente razón,
pensaban, para que llegasen a alguna decisión. Con
excepción de algunos miembros que no osaron
expresar sus convicciones, el Sanedrín recibió las
palabras de Caifás como palabras de Dios. El
concilio sintió alivio; cesó la discordia. Decidieron
dar muerte a Cristo en la primera oportunidad
1028
favorable. Al rechazar la prueba de la divinidad de
Jesús, estos sacerdotes y gobernantes se habían
encerrado a sí mismos en tinieblas impenetrables.
Se habían puesto enteramente bajo el dominio de
Satanás, para ser arrastrados por él al mismo
abismo de la ruina eterna. Sin embargo, estaban tan
engañados que estaban contentos consigo mismos.
Se consideraban patriotas que procuraban la
salvación de la nación.
Con todo, el Sanedrín temía tomar medidas
imprudentes contra Jesús, no fuese que el pueblo
llegara a exasperarse y la violencia tramada contra
él cayera sobre ellos mismos. En vista de esto, el
concilio postergó la ejecución de la sentencia que
había pronunciado. El Salvador comprendía las
conspiraciones de los sacerdotes. Sabía que
ansiaban eliminarle y que su propósito se cumpliría
pronto. Pero no le incumbía a él precipitar la crisis,
y se retiró de esa región llevando consigo a los
discípulos. Así, mediante su ejemplo, Jesús recalcó
de nuevo la instrucción que les había dado: "Mas
cuando os persiguieren en esta ciudad, huid a la
otra." Había un amplio campo en el cual trabajar
1029
por la salvación de las almas; y a menos que la
lealtad a él lo requiriera, los siervos del Señor no
debían poner en peligro su vida.
Jesús había consagrado ahora al mundo tres
años de labor pública. Ante el mundo estaba su
ejemplo
de
abnegación
y
desinteresada
benevolencia. Su vida de pureza, sufrimiento y
devoción era conocida por todos. Sin embargo,
sólo durante ese corto período de tres años pudo el
mundo soportar la presencia de su Redentor.
Su vida fue una vida sujeta a persecuciones e
insultos. Arrojado de Belén por un rey celoso,
rechazado por su propio pueblo en Nazaret,
condenado a muerte sin causa en Jerusalén, Jesús,
con sus pocos discípulos fieles, halló
temporariamente refugio en una ciudad extranjera.
El que se había conmovido siempre por el
infortunio humano, que había sanado al enfermo,
devuelto la vista al ciego, el oído al sordo y el
habla al mudo, el que había alimentado al
hambriento y consolado al afligido, fue expulsado
por el pueblo al cual se había esforzado por salvar.
1030
El que anduvo sobre las agitadas olas y con una
palabra acalló su rugiente furia, el que echaba fuera
demonios que al salir reconocían que era el Hijo de
Dios, el que interrumpió el sueño de la muerte, el
que sostuvo a miles pendientes de sus palabras de
sabiduría, no podía alcanzar el corazón de aquellos
que estaban cegados por el prejuicio y el odio, y
rechazaban tercamente la luz.
1031
Capítulo 60
La Ley del Nuevo Reino
EL TIEMPO de la Pascua se estaba acercando,
y de nuevo Jesús se dirigió hacia Jerusalén. Su
corazón tenía la paz de la perfecta unidad con la
voluntad del Padre, y con paso ansioso avanzaba
hacia el lugar del sacrificio. Pero un sentimiento de
misterio, de duda y temor, sobrecogía a los
discípulos. El Salvador "iba delante de ellos, y se
espantaban, y le seguían con miedo."
Otra vez Jesús llamó a sí a los doce, y con
mayor claridad que nunca les explicó su entrega y
sufrimientos. "He aquí – dijo él– subimos a
Jerusalén, y serán cumplidas todas las cosas que
fueron escritas por los profetas, del Hijo del
hombre. Porque será entregado a las gentes, y será
escarnecido, e injuriado y escupido. Y después que
le hubieren azotado, le matarán: mas al tercer día
resucitará. Pero ellos nada de estas cosas entendían,
y esta palabra les era encubierta, y no entendían lo
1032
que se decía."
¿No habían proclamado poco antes por
doquiera: "¿El reino de los cielos se ha acercado"?
¿No había prometido Cristo mismo que muchos se
sentarían con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de
Dios? ¿No había prometido a cuantos lo habían
dejado todo por su causa cien veces tanto en esta
vida y una parte en su reino? ¿Y no había hecho a
los doce la promesa especial de que ocuparían
puestos de alto honor en su reino, a saber que se
sentarían en tronos para juzgar a las doce tribus de
Israel? Acababa de decir que debían cumplirse
todas las cosas escritas en los profetas
concernientes a él. ¿Y no habían predicho los
profetas la gloria del reino del Mesías? Frente a
estos pensamientos, sus palabras tocante a su
entrega, persecución y muerte parecían vagas y
confusas. Ellos creían que a pesar de cualesquiera
dificultades que pudieran sobrevenir, el reino se
establecería pronto.
Juan, hijo de Zebedeo, había sido uno de los
dos primeros discípulos que siguieran a Jesús. El y
1033
su hermano Santiago habían estado entre el primer
grupo que había dejado todo por servirle.
Alegremente habían abandonado su familia y sus
amigos para poder estar con él; habían caminado y
conversado con él; habían e
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