Documento 299171

Anuncio
Mil novecientos treinta y siete
Por Pequeña Poeta
Mil novecientos treinta y siete
Iba a ser mi cumpleaños, pero yo estaba triste porque mi país estaba en guerra. Apenas entendía nada
de lo que estaba pasando. Qué iba a saber yo si iba a cumplir siete años. Por aquel entonces,
vivíamos en Guernica. A mí me gustaba mucho esa villa pues era un hermoso lugar. Tenía montones
de amigos allí. Antes de empezar la guerra, jugábamos en la calle mis hermanos y yo al salir de la
escuela, pero ya no, desde que todo esto empezó, teníamos que permanecer en casa sin hacer el
menor ruido. Pero ocho niños de entre cinco y trece años encerrados todo el día… Era imposible.
Armábamos mucho jaleo y nos pegábamos a todas horas, teníamos nuestro propio conflicto, aunque
nosotros peleábamos por cuatro juguetes y todas las armas que poseíamos, eran nuestras propias
manos.
Estábamos a principios de abril, ya no hacía frío. Cuando nadie luchaba, solíamos pasear por la
tarde con mi madre y con mi padre al regresar este de su trabajo. Antes de la guerra mi padre era
ferroviario, ahora lo habían echado porque decían que era de no sé qué color y que ya no podía llevar
el tren. Yo pensaba que los mayores se habían vuelto locos. A nosotros no nos contaban casi nada,
pero se notaba en sus rostros que aquello era algo serio.
Yo empecé a tener miedo y eso que decían que era la más valiente de todos mis hermanos. Me
sentía pequeña, me sentía muy pequeña. Debido a los bombardeos que había habido en el país desde
el inicio de la guerra, se habían establecido una serie de refugios donde debíamos correr a
escondernos cada vez que sonaban las campanas.
España se había dividido en dos bandos, esto me lo explico mi hermano mayor. Lo que no llegué
a entender nunca es quiénes eran los malos, al parecer, había quien decía que éramos nosotros.
Teníamos tanta hambre. Desde que aquel militar, que a mí me parecía un hombre tan malo, había
llegado trayendo con él esa maldita guerra, cada vez había menos comida. En mi casa éramos diez,
así que ya nunca teníamos suficiente para todos. Mis padres y los mayores de mis hermanos, había
días que no tomaban nada para que pudiésemos comer los más pequeños. Yo comía porque me moría
de hambre, pero me sentía mal porque los veía cada vez más flacos.
Muchos de nuestros vecinos intentaron huir, no volvimos a verlos. No supimos si lograron
atravesar las montañas y llegar a Francia, o si murieron por el camino de hambre y sed, o si los
mataron como a tantos otros. Yo no quería pensar en aquello porque después tenía pesadillas.
Algunas de mis amigas también se habían ido y solo de pensar que ahora podían estar muertas…
VII CONCURSO DE RELATOS DE HISLIBRIS
Página 1
Mil novecientos treinta y siete
Por Pequeña Poeta
Empecé a odiar, solo tenía seis años pero mi odio se hizo muy grande. Odiaba aquella guerra
estúpida que lo único que estaba haciendo era destruir nuestra patria y destruirnos a todos.
Una noche, mi madre me llamó antes de acostarme para decirme que harían todo lo posible para
que el día siguiente fuese un día lo más bonito posible. Ya ni me acordaba, con todo aquello había
olvidado que mañana era veintiséis de abril. Otros años, soñaba con un gran pastel para todos y con
alguna muñeca. Y ahora nada de eso me importaba.
Al día siguiente, me desperté sin ninguna ilusión. Yo que había sido una niña tan alegre que hacía
reír a todos con mis bromas. Me senté desganada a la mesa para desayunar el trozo de pan duro que
me correspondía. Ya no era la charlatana que mareaba a mi familia desde que se levantaba, hacía
meses que un enorme y negro silencio me había comido la lengua. Aquella guerra me iba apagando
las fuerzas, estaba cansada por falta de alimento y estaba triste a falta de todo lo demás.
Mi madre pensó que podíamos ir al mercado por la tarde. Tenían algún dinero guardado por lo
que aún pudiese pasar. Dijo que algo nos darían, pero mi padre se opuso. Según él, era peligroso,
había mucho movimiento de tropas. Se fue advirtiéndonos que no saliésemos. En ese momento, mis
hermanas me dieron un paquete hecho con el papel en el que nos daban la harina. Yo sonreí, no sabía
qué había dentro, pero era mi regalo. Era un pañuelo que habían cosido ellas mismas juntando retales
de telas viejas que habían encontrado por ahí, era precioso. Creo que aquel fue el único momento en
el que dejé de tener ganas de llorar desde que la guerra empezó.
A pesar del consejo de papa, a las cinco, me puse el pañuelo alrededor de la cabeza y nos fuimos
al mercado mi hermanita pequeña, mi madre y yo. Debíamos caminar unos treinta minutos, pero
como estábamos las tres tan agotadas, andábamos muy despacio. Al llegar, supimos que habían
suspendido la feria aquel día. La gente estaba nerviosa. Mi madre decidió que volviésemos a casa.
En el instante en que estaba pronunciando la última palabra, escuchamos un enorme estruendo muy
cerca y nos abrazamos asustadas. Cuando dejó de oírse, echamos a correr. Volvíamos todo lo rápido
que nos permitían los pies. Se oían gritos desgarradores, yo miré hacia atrás. Solo vi la luz naranja
del fuego. No me dio tiempo ni a gritar porque hubo una nueva detonación, esta vez, sobre nosotras.
Cuando abrí los ojos, apenas veía, me escocían mucho. Me dolían las piernas, logré incorporarme
un poco, vi una gran piedra sobre mi cuerpo. Entonces, a mi lado, vi a mi madre que sujetaba la
mano de mi hermanita, las llamé, pero no se movían, estaban muertas. Y lloré, lloré con todas mis
fuerzas por todo lo que no había llorado antes. Lloré porque yo tenía la culpa, si no hubiese sido mi
cumpleaños no hubiéramos salido y ellas estarían vivas. Lloré porque aquella noche había pedido un
deseo, que al día siguiente, todo aquello de la guerra, solo hubiese sido un mal sueño.
VII CONCURSO DE RELATOS DE HISLIBRIS
Página 2
Descargar